EL ESPEJO SONÓ OTRA VEZ, UN CHOQUE ESTRIDENTE DE espadas, como si las hojas chirriaran una contra la otra. Me hizo brincar.
Rhys nos miró a Doyle y a mí, y Doyle dijo…
– Deja que Abe y yo quedemos fuera de la vista. Creo que cuanta menos gente del mundo feérico sepa de este rumor mejor.
Él apretó mi mano una última vez. Entonces trató de levantarse con su facilidad de movimiento habitual, pero se detuvo a mitad del gesto. No fue tanto un estremecimiento, como que simplemente dejó de tratar de incorporarse.
Puse una mano sobre su espalda para estabilizarlo. Frost asió uno de sus brazos, y fue probablemente más él que yo el que ayudó a Doyle a levantarse. Doyle trató de alejarse del brazo de Frost, pero tropezó. Frost consiguió sujetar firmemente a su amigo. Doyle realmente se apoyó un poco en el otro hombre, lo que significaba que estaba muy dolorido.
– No te tomaste la medicación para el dolor que el hospital te dio, ¿verdad? -pregunté.
El espejo resonó otra vez, un sonido aún más furioso que antes, como si el siguiente sonido de espadas fuese a romper una de las hojas.
– Los trasgos no son conocidos por su paciencia, Meredith -dijo Doyle con voz tensa-. Debes contestar a la llamada -Él comenzó a moverse, y no luchó contra la ayuda de Frost, lo que significaba que en efecto le habían hecho mucho daño. Más daño del que él había dejado entrever. El pensamiento de que mi Oscuridad estaba así de herido hizo que mi estómago y pecho se encogieran, no sólo porque lo amaba, sino porque él era el mayor guerrero que yo tenía. Frost podría ser bueno en la batalla, pero para la estrategia el mejor era Doyle. Le necesitaba, de tantas formas diferentes le necesitaba.
Todo esto se debió reflejar en mi cara porque él me dijo…
– Te he fallado.
– Taranis trató de quemar tu cara -dijo Rhys-. Tú no le has fallado a nadie.
El funesto sonido de las espadas llenó el cuarto otra vez.
– Vete -dijo Rhys-. Me quedaré con ella.
– No te gustan los trasgos -dijo Frost.
Rhys se encogió de hombros.
– Maté al que tomó mi ojo. Esa fue una venganza bastante buena. Además, no os fallaré a ti y a Merry comportándome como un bebé grande. Ve, descansa y tómate tus medicinas.
– Yo llevaré a Doyle -dijo Galen.
Todos lo miramos.
– Si Merry no puede tener a Doyle a su lado durante esta llamada, entonces necesitará a Frost -dijo él.
Abe había logrado bajarse de la otra cama.
– Veo que nadie se preocupa de si yo podría necesitar ayuda.
– ¿Necesitas ayuda? -preguntó Galen, mientras se movía para recoger a Doyle de los brazos de Frost. Él realmente ofreció su otra mano a Abe.
Abe examinó su cara durante un instante, luego sacudió la cabeza, pero paró el movimiento como si éste le doliera.
– Puedo andar, muchacho. Los hombres del rey saltaron sobre él antes de que pudiera hacerme más daño en la espalda.
Él se movió hacia la puerta despacio, pero seguro.
Doyle dejó a Galen ayudarle a salir fuera del alcance del espejo e ir hacia la puerta. Frost se reunió con Rhys y conmigo. Rhys fue hacia el espejo, luego vaciló.
– Odio esto de que vayas a estar con esos dos esta noche.
– Ya hemos tenido esta discusión antes, Rhys. Por cada trasgo medio-sidhe al que devolvamos a su pleno poder, nuestra alianza con los trasgos se alargará un mes. Necesitamos su poder para mantenernos seguros -dije.
El espejo dejó oír su feo sonido otra vez.
– Los trasgos no esperan con paciencia -dijo Frost.
– Los necesitamos, Rhys -dije.
– Lo sé. Lo odio, pero lo sé -dijo Rhys. Una mirada pasó sobre su cara demasiado rápidamente para que yo la leyese-. Un día de estos me gustaría que pudieras hacer las cosas sólo porque quieres hacerlas, no porque estés obligada a hacerlas.
Yo no estaba segura de qué decir a esto.
Rhys extendió la mano hacia el espejo. El chillido metálico se elevó in crescendo. Luché contra el impulso de cubrir mis oídos. No podía permitirme mostrar debilidad en relación con los trasgos. Las dos altas cortes feéricas usarían esa debilidad en su ventaja. La cultura de los trasgos simplemente veía la debilidad como una razón para abusar de ti. Para los trasgos eras presa o depredador. Yo trabajaba con mucha fuerza para no ser la presa.
El espejo era de repente una ventana perfecta al salón del trono de los trasgos. Sin embargo, su rey no estaba allí. Ash y Holly estaban de pie solos ante el trono de piedra vacío. Era la mano de Ash la que estaba sobre el cristal cuando los vimos, su magia era la que hacía al espejo sonar como una batalla.
Miraba con sus ojos totalmente verdes hacia el espejo. No había ninguna pupila, sólo una ciega extensión de un perfecto verde hierva rodeada por un poco de blanco. Su pelo era amarillo, corto, porque sólo a los varones sidhe les está permitido llevar el pelo largo, pero su piel parecía besada por el oro. No centelleaba con destellos dorados como la de Aisling, pero casi casi. Ambos gemelos tenían la piel Luminosa, la piel de luz de sol. La piel de luz de luna como la mía, y la de Frost, era abundante en ambas cortes. Aquel color de oro, casi como un bronceado dorado, era exclusivamente Luminoso. Los ojos eran del todo trasgo excepto por el color. Holly anduvo a zancadas hasta el espejo para apoyar a su hermano. Él era idéntico salvo que sus ojos eran el color de las bayas rojas de acebo, como su nombre [9]. El color rojo sin pupilas no era sólo un rasgo trasgo, sino trasgo de Gorra Roja.
Rhys retrocedió hasta quedar de pie a mi lado de forma que yo quedara situada entre él y Frost.
– El trato se ha terminado -dijo Holly, su hermosa cara estaba crispada por la rabia. Él era por lo general el que primero perdía su temple.
– Hacernos esperar así es hacernos perder el respeto delante de todos -dijo Ash. Él no parecía mucho más razonable que su hermano, lo que era malo, ya que Ash era la voz de la razón entre los dos hermanos.
– La reina Andais nos ha tenido entretenidos mucho tiempo -dijo Frost.
Rhys sólo se me acercó, como si la sola cólera de los gemelos me pudiera hacer daño.
Sus ojos se giraron hacia mí.
– ¿Es eso cierto, Princesa? -preguntó Ash.
– La reina tenía mucho que mostrarnos -dije, y dejé que mi voz reflejara un poco del trastorno que sentía sobre Crystall y su destino en su cama.
– Ella se ha estado entreteniendo con los sidhe que dejaste atrás -dijo Ash.
Holly pareció realmente inquieto, su cólera se disipó, lo que era extraño en él.
– ¿Ha hablando la reina con vosotros?
Ellos intercambiaron una mirada. Ash contestó…
– Por lo visto, la reina disfrutó mirándonos lamer su sangre en tu piel. No pensábamos que ningún sidhe, aunque fuera oscuro, sería tan trasgo en sus gustos.
La sangre de Andais había caído sobre mí durante su reciente tentativa de asesinarme. Ella no había estado contenta conmigo ese día. Últimamente estaba más contenta por lo que los intentos de asesinato habían cesado, y además estaba pagando mis facturas legales.
– ¿Os ofreció ella su cama?
– No hablamos contigo Asesino Frost -dijo Holly.
Puse una mano sobre el brazo de Frost, dejándole saber que estaba bien.
– Debo considerar el orgullo de todos los hombres en mi vida -dije-. Frost es uno de esos hombres, y si esta noche transcurre como hemos planeado todos, tú lo serás, también. Sé que sientes que te insultamos no haciendo caso de tu llamada, pero todos nosotros tenemos que esperar ante los deseos de la reina.
– Nosotros no lo hacemos -dijo Holly.
– ¿Vosotros la rechazasteis? -Le pregunté.
– Comenzamos la negociación con lo que sería hecho y por quién -dijo Ash-, pero ella no permitiría que su cuerpo fuese dañado. Ella sólo deseaba hacer daño a otros.
– ¿Realmente trató de negociar que ella os torturaría a ambos durante el sexo? -Pregunté.
– Sí -dijo Holly casi gritando.
– Ella no sabía que ofreceros eso era el más grave de los insultos -dije.
– Pero tú sí lo sabías.
Asentí.
– Visité la corte trasgo muchas veces durante mi infancia. Era una de las pocas cortes feéricas donde mi padre sintió que era seguro traerme cuando era niña.
– Él no te habría permitido ir a la Corte Luminosa -dijo Ash.
– No -le dije.
– Los trasgos no son más mansos que los sidhe -dijo Holly, con su cólera llameando otra vez.
– No, pero los trasgos son honorables y no rompen sus reglas -dije.
– ¿Es cierto que la reina trató de matarte cuando eras niña? -preguntó Ash.
Asentí otra vez.
– Lo es.
– Entonces estabas realmente más a salvo aquí con nosotros que con tu propia gente -dijo Ash.
– Con los trasgos y con los sluagh.
Holly se rió, un sonido áspero y desagradable.
– Estabas más a salvo con nosotros, y con las pesadillas de las hadas que con esos bonitos sidhe. Lo encuentro difícil de creer.
– Los sluagh, como los trasgos, tienen leyes y reglas y las cumplen. Mi padre conocía sus costumbres y me las enseñó. Es por lo que hablamos aquí hoy.
– Has negociado muy cuidadosamente, Princesa -dijo Ash, y no había ninguna lujuria cuando él lo dijo, aunque fuera sexual lo que habíamos estado negociando. No, había respeto en su rostro y en sus ojos. Yo había ganado aquel respeto.
– No me sorprende ver a Frost, últimamente él es la mitad de tus fieles compañeros, pero no es por lo general Rhys quien sostiene tu otra mano -dijo Ash.
– ¿Dónde está la Oscuridad? -preguntó Holly.
– Sí, Princesa, él se ha convertido en tu sombra -dijo Ash-. Pero hoy sólo tienes a Frost y Rhys a tu lado. Y es conocido que a Rhys no le gusta la carne de trasgo -dijo Ash, haciendo que aquel último comentario pareciera una provocación.
Rhys se tensó a mi lado, una mano fue a mi hombro, pero sin embargo controló su temperamento.
¿Sabían ellos que habíamos sido atacados? Si realmente lo sabían, ¿verían como un insulto que no se lo dijéramos? Los trasgos eran nuestros aliados, pero no nuestros amigos.
– Si los trasgos somos tus aliados -dijo Ash-, ¿deberías entonces tener secretos con nosotros?
Lo sabían. Tomé mi decisión.
– ¿Viajan los rumores tan rápido en el mundo de la hadas?
– Hay aquellos entre los trasgos que siguen las noticias humanas. Ellos vieron a la Oscuridad en una silla de ruedas saliendo de un hospital humano. Nosotros no lo vimos, así que no le dimos ningún crédito, pero ahora él no está a tu lado. Mi hermano y yo lo preguntamos otra vez, ¿dónde está tu Oscuridad?
– Se está recuperando.
– Pero está herido -dijo Ash. Parecía estar realmente ansioso ante las noticias.
Luché para no lamerme los labios o mostrar algún otro hábito nervioso. Hablé suavemente.
– Está herido, sí.
– Debe ser grave para que abandone tu lado -dijo Ash.
– La Oscuridad en una silla de ruedas como un inválido -dijo Holly-. Nunca pensé que vería una cosa tan vergonzosa.
– No hay vergüenza alguna en tener cuidado de una herida entre los sidhe -dije.
– Un trasgo tan gravemente herido tomaría su propia vida o los otros trasgos la tomarían por él -dijo Holly.
– Entonces estoy contenta de no ser trasgo -le dije- ya que me daño demasiado fácilmente. -Yo había mencionado mi debilidad a propósito. Esperaba trasladar su atención de Doyle hacia el sexo que podríamos tener esta noche. Ash y Holly nunca habían estado con un humano. Nunca habían estado con nadie que podría ser herido tan fácilmente, y morir. La muerte verdadera, por casualidad, sin haber de por medio un metal frío, era una novedad. Sí, Ash esperaba ser rey. Ash y Holly, los dos esperaban que yo pudiera traerles la magia de su ascendencia sidhe como lo había hecho con otros. Pero no era el hambre por el poder el que llenaba la cara de Holly de impaciencia. Era una clase de hambre muy diferente.
La cara de Ash permaneció pensativa, no parecía afectado por la lujuria de su hermano. Holly sería el que podría perder el control y hacerme daño por casualidad, pero sería Ash quien me haría daño a propósito. Él era sólo un poco menos trasgo en sus pensamientos y un poco más sidhe. Si yo pudiera despertar la magia verdadera en él, sería realmente peligroso. Kurag, el Rey de los Trasgos, haría bien en vigilarlo. Los trasgos no heredan su trono. Lo toman por la fuerza de las armas, y lo mantienen de la misma forma. El Rey ha muerto, viva el rey.
– No seré distraído, Princesa -dijo Ash-. Ni siquiera por tu blanca carne.
– ¿Soy un premio tan pobre entonces? -Pregunté, y bajé la mirada. A los trasgos les gustaba que sus compañeros fueran tanto valientes como recatados. Ya que yo no era capaz de igualar su bravura, sería recatada.
Ash rió abruptamente.
– Tú sabes exactamente lo que significas para nosotros, Princesa.
Holly avanzó hacia el espejo de modo que su hermosa cara llenó casi toda la vista. No había ninguna deformación como con una cámara. Era como si sólo un cristal separase una parte del cuarto del otro. Él presionó sus dedos contra el cristal. Me miró, y había en sus ojos algo más que sexo.
Temblé y aparté la mirada de él.
– Lamento no poder oler tu miedo a través de este cristal -dijo él con una voz baja y áspera por la necesidad.
Frost se me acercó. Rhys puso su brazo alrededor de mi cintura. Aprecié el consuelo, pero tratábamos con trasgos, y ellos lo usarían en nuestra contra.
– Estuvimos de acuerdo con que la Oscuridad y otro nos observasen durante el sexo -dijo Ash-. Pero él está herido, así que digo que no tengamos ningún auditorio.
– No -dije con voz suave.
– Entonces todas nuestras negociaciones deben rehacerse -dijo Ash.
Frost comenzó a decir algo, pero toqué su brazo.
– Tú y Holly tenéis la posibilidad de traer la magia, la verdadera magia, de regreso a los trasgos. Tienes una posibilidad de ganar el trono de la corte oscura. No renunciarás a tal poder porque Doyle esté demasiado herido para vernos follar. Tú permitirás que yo elija a otros dos hombres para proteger mi seguridad, y asegurarnos de que tenemos cuidado esta noche.
– No aceptamos órdenes de los sidhe.
– Esto no es una orden. Es simplemente una realidad -miré a Ash, que estaba más atrás en el cuarto, más lejos del espejo.
– Te hemos dado nuestra palabra, Princesa -dijo Holly-. Los trasgos, a diferencia de los sidhe, mantienen su palabra. Haremos sólo lo que ha sido negociado, nada más. No haremos nada con lo que no estés de acuerdo.
– Los guardias estarán ahí para ver que en medio del placer no pierdas el control, pero también estarán allí por otra razón -dije.
– ¿Y cuál sería? -preguntó Ash.
– Para asegurarse de que no me pierdo yo misma en el momento.
– ¿Perderse? -Dijo Holly- ¿Qué significa eso?
– Esto significa que negociamos que no harías nada con lo no estuviese de acuerdo, o que no pidiese. Temo que quizás en el calor del momento pidiese cosas a las que mi cuerpo no pudiese sobrevivir.
– ¿Qué? -preguntó Holly, frunciendo el ceño.
– Ella dice que le gusta el dolor, y que podría pedir cosas que la dañarían -dijo Ash.
– Mentiras sidhe -dijo Holly.
– Te juro que no miento. Debo tener guardias para protegerme de mí misma.
Holly golpeó el espejo con la suficiente fuerza como para hacerlo temblar.
Me hizo saltar.
– Tienes miedo de nosotros -dijo él-. Los sidhe no ansían lo que temen.
– No puedo hablar por nadie más que por mí.
– ¿Quieres que te haga daño? -dijo Holly.
Alcé la vista entonces, mirándole fijamente, y le dejé ver la verdad.
– Oh, sí.