CAPÍTULO 10

USNA RELAJÓ SU ALTO Y MUSCULOSO CUERPO CONTRA EL asiento como si disfrutáramos de un viaje de placer. La empuñadura de una espada sobresalía de entre su largo y suelto pelo, que caía a su alrededor en un desorden de color rojo, negro, y blanco. Los colores del pelo estaban distribuidos a manchas, no en mechas como el de Abe. Los ojos de Usna, aunque grandes y brillantes, eran de la más pálida sombra de gris, unos ojos de los cuales cualquiera de mis otros guardias podría alardear. Pero aquellos brillantes ojos grises miraban fijamente a través de una cortina de pelo.

Había reaccionado de tres formas diferentes a su primera experiencia en la gran ciudad: una, llevaba más armas encima de las que había llevado alguna vez en la tierra de las hadas; dos, parecía esconderse detrás de su pelo. Siempre escudriñaba fijamente a través de él, como un gato que se esconde tras la hierba hasta que saltaba sobre un ratón incauto. Tres, se había unido a Rhys en la sala de pesas y había añadido algo más de músculo a su cuerpo esbelto. La analogía del gato venía del hecho de que él estaba manchado como un gato calicó o tricolor, y de que su madre había sido convertida en gata cuando estaba embarazada de Usna. Ella había quedado embarazada del marido de otra sidhe luminosa, y la esposa desdeñada había decidido que su exterior debería hacer juego con su interior.

Usna había crecido, había vengado a su madre, y había deshecho el hechizo, y su madre vivía feliz desde entonces en la Corte de la Luz. Usna había sido desterrado por algunas de las cosas que él había hecho para vengarla. Él pensaba que había sido un intercambio justo.

Pero fue Aisling, desde su asiento al lado de Doyle, quien preguntó…

– No es que yo me queje, Princesa, pero… ¿por qué estamos en este coche? Sabemos que tienes a tus favoritos, y no estamos entre ellos. -Su comentario sobre los favoritos repetía lo que Doyle y Frost habían dicho antes. Pero qué caray, ¿no tenía derecho a tener favoritos?

Yo examiné la cara de Aisling, pero realmente sólo podía ver sus ojos, porque llevaba un velo que envolvía su cabeza al estilo de como lo llevaban algunas mujeres en los países árabes. Sus ojos eran espirales de colores que se extendían desde sus pupilas, no anillos, sino verdaderas espirales. El color de aquellas espirales parecía cambiar, como si sus ojos no pudiesen decidir de qué color deseaban ser. Llevaba su largo pelo amarillo en complicadas trenzas sujetas detrás de su cabeza para que el velo pudiese estar bien atado.

Antaño, ver el rostro de Aisling causaba que cualquiera, hombre o mujer, sintiese al instante lujuria por él. La leyenda decía que era amor, pero Aisling me había corregido: Era lujuria a menos que él pusiera esfuerzo en la magia; entonces podía llegar a ser amor. De hecho, incluso el verdadero amor podría romperse por el roce de Aisling. En un tiempo lejano, esto había funcionado tanto dentro como fuera del mundo de las hadas. Nosotros habíamos demostrado que Aisling todavía podía hacer que alguien que lo odiara se enamorase locamente de él, abandonase todos sus secretos, y traicionase cada juramento debido a su beso. Era por eso que yo aún no me había acostado con él. Ni Aisling ni los otros guardias estaban seguros de si yo era lo bastante poderosa como para resistirme a su hechizo.

Hoy, su velo era blanco, para hacer juego con la ropa pasada de moda que llevaba puesta. No habíamos tenido tiempo para hacerles ropa nueva a los guardias más recientes, así que llevaban puestas túnicas, pantalones y botas que habrían quedado perfectos aproximadamente en el siglo XV en Europa, tal vez un poco más tarde. La moda se movía despacio en el mundo de las hadas, a menos que uno fuera la Reina Andais. Ella era aficionada a los más recientes y exitosos diseñadores, siempre y cuando a ellos les gustara el negro.

Usna había tomado prestado de alguien unos vaqueros, una camiseta y una americana. Sólo las blandas botas que se dejaban ver por las perneras de los tejanos eran suyas. Pero claro, un gato es menos formal que un Dios.

– Háblales, Meredith -dijo Doyle, y había un diminuto atisbo de tensión en su voz. La limusina avanzaba suavemente, pero cuando uno padece quemaduras de segundo grado que comenzaron el día como quemaduras de tercer grado, pues imagino que no hay nada mejor que un paseo realmente suave.

Su comentario había sonado demasiado a una orden, pero la tensión de su voz me hizo contestar. La tensión y el hecho de que lo amaba. El amor te hace hacer toda clase de cosas tontas.

– ¿Sabéis quién nos atacó? -pregunté.

– Conozco la obra de Taranis cuando la veo -dijo Aisling.

– Los otros guardias dijeron que Taranis se volvió loco y os atacó a todos -dijo Usna. Él subió sus rodillas al asiento, y sus brazos las rodearon, de modo que sus ojos quedaron enmarcados por sus vaqueros y su pelo. Ésta era la postura de un niño asustado, y quise preguntarle si estar entre todo este metal artificial era duro para él. Algunos de los menos fantasiosos podrían llegar a morir si se vieran atrapados dentro del metal. Esto convertía la prisión en una sentencia de muerte potencial para la gente del país de las hadas. Afortunadamente la mayor parte de nosotros no delinquíamos contra las leyes humanas.

– ¿Qué provocó el ataque? -preguntó Aisling.

– No estoy segura -contesté-. De repente se volvió loco. Realmente no sé lo que pasó en la habitación, porque fui sepultada bajo un montón de guardaespaldas. -Miré a Abe que todavía estaba en mi regazo, y eché un vistazo a Frost y a Doyle. -¿Qué pasó realmente?

– El rey atacó a Doyle -dijo Frost.

– Lo que nadie dirá -dijo Abe-, es que sólo el hecho de que Doyle levantase su pistola para desviar el hechizo fue lo que lo salvó de ser cegado. Taranis apuntó a su cara, y lo hizo para matar o mutilar permanentemente. No he visto a ese viejo pelmazo usar su poder tan bien en siglos.

– ¿No eres tú más viejo que él? -le pregunté, bajando la vista para mirarle.

Él sonrió…

– Más viejo, sí, pero en mi corazón soy todavía un cachorro. Taranis se dejó envejecer por dentro. La mayor parte de nosotros no puede envejecer del modo en que lo hace un humano, pero por dentro podemos envejecer hasta convertirnos en ancianos. Envejecemos en el momento en que rechazamos cambiar con los tiempos.

– ¿El arma desvió la mano de poder de Taranis? -preguntó Usna.

– Sí -dijo Doyle, y él hizo un gesto con su mano sana-. No del todo, obviamente, pero sí algo.

– Las armas están hechas de toda clase de materiales que no le gustan a la magia feérica -dije.

– No estoy muy seguro sobre las nuevas pistolas de carcasa de polímeros -dijo Doyle-. Las metálicas, sí, pero las que son únicamente de plástico no parecen molestar a los menos fantasiosos; yo no apostaría a que las nuevas armas de polímero desviasen algo.

– ¿Por qué no molesta el plástico a los menos fantasiosos? -Preguntó Usna-. Es tan artificial como el metal, más aún.

– Tal vez no es la parte artificial, sino la parte metálica la que cuenta -dijo Frost.

– Hasta que lo sepamos, pienso que sólo las armas con más metal que plástico son las que deberían ser usadas por los guardias -dijo Doyle.

Todos asentimos.

– Cuando Doyle cayó, la gente comenzó a gritar y a correr -dijo Frost-. Taranis usó su mano de poder en la habitación, pero parecía aturdido, como si no supiera a qué apuntar.

– Cuando él dejó de disparar, a Galen y a mí nos ordenaron sacar a la princesa, a ti, de la habitación y eso intentamos -dijo Abe-. Entonces fue cuando Taranis se decidió a ir por mí. -Él tembló un poco, su mano se apretó en mi pierna.

Me incliné y deposité un beso en su sien.

– Siento que te hicieran daño, Abe.

– Yo hacía mi trabajo.

– ¿Era Abeloec su objetivo? -Preguntó Aisling-. ¿O él apuntaba a la princesa y falló?

– ¿Frost? -dijo Doyle.

– Creo que él alcanzó a quien apuntaba, pero cuando Abeloec cayó, Galen recogió a la princesa, y se movió de una forma como no he visto a nadie moverse excepto a la misma princesa dentro del mundo de las hadas -dijo Frost.

– Galen no abrió la puerta, ¿verdad? -pregunté.

– No -dijo Frost.

– ¿Galen te llevó hasta la puerta? -preguntó Usna.

– No lo sé. En un momento estábamos en la habitación y al siguiente estábamos en el vestíbulo. Francamente no recuerdo lo que pasó en la puerta.

– Te difuminaste y luego desapareciste de la puerta -dijo Frost-. En aquel primer momento, Meredith, yo no estaba seguro de si Galen había conseguido sacarte o algún otro truco luminoso te había llevado lejos.

– ¿Entonces qué pasó? -Pregunté.

– La propia guardia del rey saltó sobre él -dijo Abe.

– ¿De verdad? -preguntó Aisling.

Abe sonrió abiertamente.

– Ah, sí. Fue un momento dulce.

– ¿La nobleza en la que él más confiaba, le atacó? -preguntó Usna, como si no pudiera creerlo.

La sonrisa de Abe se ensanchó, hasta que su cara se llenó de arrugas.

– ¿Dulce, verdad?

– Dulce -contestó Usna estando de acuerdo.

– ¿Fue tan fácil someter al rey? -preguntó Aisling.

– No -dijo Frost-, él usó su mano de poder más de tres veces. La última vez Hugh se puso delante de él, y usó su propio cuerpo para proteger la habitación y a la gente que había dentro de ella.

– ¿Hugo, el Señor del Fuego, fue capaz de resistir el poder de Taranis a quemarropa? -preguntó Aisling.

– Sí -dijo Frost.

– Su camisa se chamuscó, pero su piel parecía intacta -dije.

– ¿Y cómo viste a Hugh -preguntó Aisling-, si Galen te había sacado fuera a lugar seguro?

– Ella volvió -dijo Frost, y su voz no sonó feliz.

– Yo no podía abandonaros a la traición de los Luminosos -dije.

– Ordené que Galen te llevara a lugar seguro -dijo Frost.

– Y yo le ordené que no lo hiciera.

Frost me fulminó con la mirada, y yo le fulminé a él en respuesta.

– Tú no podías dejar a Doyle herido, tal vez moribundo -dijo Usna suavemente.

– Tal vez, sí; sin embargo, si debo gobernar alguna vez, si realmente debo gobernar una corte feérica, debo ser capaz de conducirles a la batalla. No somos como los humanos que esconden a sus líderes en la retaguardia. Los sidhe lideran desde el frente.

– Eres mortal, Merry -dijo Doyle-. Eso cambia algunas reglas.

– Si soy demasiado mortal para gobernar, que así sea, pero debo gobernar, Doyle.

– Hablando de gobernar -dijo Abe- dicen que Hugh dijo algo sobre hacer a nuestra princesa reina de la Corte de la Luz.

– No puede ser cierto -dijo Usna. Él nos contemplaba a Abe y a mí.

– Juro que es cierto -dijo Abe.

– ¿Ha perdido Hugh la cabeza? -Preguntó Aisling-. Sin ánimo de ofender, Princesa, pero los luminosos no permitirán que una noble de la corte oscura que es en parte brownie, y en parte humana se siente en el trono de oro. No a menos que la corte haya cambiado mucho en los doscientos años de mi exilio.

– ¿Tú qué dices, Usna? -Preguntó Doyle-, ¿estás tan impresionado como Aisling?

– Dime primero si Hugh dio algún motivo para cambiar de opinión.

– Él habló de cisnes con cadenas de oro, y de que el mágico perro verde está en la Corte Luminosa una vez más -dijo Frost.

– Mi madre me dijo que el Cu Sith había impedido que el rey golpeara a una criada -dijo Usna.

– ¿Y tú no le contaste esto a nadie? -preguntó Abe.

Usna se encogió de hombros.

– No me pareció tan importante.

– Por lo visto, unos cuantos de los nobles han tomado la desaprobación del perro como un signo contra Taranis -dijo Doyle.

– Y además se ha vuelto loco, chiflado como una jodida liebre de marzo [7] -dijo Abe.

– Bueno, eso es lo que hay -dijo Doyle.

Aisling me miró.

– ¿Realmente te ofrecieron el trono de la Corte de la Luz?

– Hugh dijo algo sobre una votación entre los nobles, y que si el resultado de la misma fuera en contra de Taranis, que es lo que él confiaba que iba a suceder, entonces intentaría que me votaran a mí como heredera forzosa.

– ¿Y tú qué le dijiste? -preguntó Aisling.

– Le dije que tendríamos que hablar con nuestra reina antes de que yo pudiera contestar a su generosa oferta.

– ¿Cómo se lo tomará Andais, estará contenta, o se enfurecerá? -preguntó Usna.

Pienso que ésta era una pregunta retórica, pero le dije…

– No lo sé.

Doyle dijo…

– No lo sé.

Frost dijo…

– Ojalá lo supiera.

Teníamos la posibilidad de quedar atrapados entre un gobernante de las hadas que estaba loco y una gobernante de las hadas que era simplemente cruel. Y yo me había dado cuenta hacía ya años que la diferencia entre locura y crueldad no le importa mucho a una víctima.

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