ACEPTÉ EL CONSEJO DE FROST, Y ME FUI A UNA DE LAS habitaciones más pequeñas de la enorme casa de invitados de Maeve Reed. Ella nos había ofrecido la casa principal mientras estaba en Europa, a donde había huido porque Taranis había tratado de matarla dos veces con magia. Tal vez pronto podríamos decirle que Taranis ya no era una amenaza para ella, o para nadie, pero hoy todavía tenía que sobrevivir. Me habría gustado haber encontrado ya un lugar propio, pero con casi veinte hombres que alojar y alimentar no podía permitírmelo. Todavía me negaba a aceptar la ayuda de mi tía. Sabía demasiado bien cuán largas y peligrosas eran las cuerdas con las que ella ataba todos sus favores.
La adrenalina había desaparecido, y estaba más cansada que cuando había comenzado el día. Estaba incubando algo. Demonios.
Creía que Frost me amaría, pero no estaba segura de cómo me sentiría al envejecer mientras todos ellos permanecían jóvenes y bellos. Había momentos en que no estaba segura de ser una persona lo bastante buena como para tomarme el tema con espíritu altruista.
El cuarto estaba oscuro. Habíamos puesto cortinas oscuras en la única ventana del cuarto. Se había sacado el espejo que había sobre el aparador, de modo que la pared estaba en blanco y en paz. No habría ninguna llamada inesperada aquí. Era uno de los motivos por los que había elegido el cuarto. Tenía que descansar, y ya había tenido suficientes llamadas de espejo por sorpresa durante el día de hoy.
Kitto se había unido a mí, y estaba enroscado a mi lado, bajo la suave blandura de las sábanas de algodón limpias. Sus rizos oscuros descansaban en la curva de uno de mis hombros, su aliento tibio en el montículo de mi pecho. Su brazo estaba sobre mi estómago, su pierna sobre mi muslo, su otro brazo allí donde podía jugar ociosamente con mi pelo. Él era el único hombre de entre los de mi guardia que era más bajo que yo, lo bastante bajo como para poder acurrucarse contra mí tal como yo me acurrucaba contra los hombres más altos. Él fue uno de los primeros hombres en unirse a mí en el exilio. En las semanas que había estado lejos del mundo de las hadas, Doyle lo había obligado a usar el gimnasio. Ahora había músculos bajo la blanca suavidad de su piel de luz de luna. Músculos que nunca habían estado allí antes.
Apenas llegaba al metro y medio con la cara de un ángel que nunca hubiera salido completamente de la pubertad. Los trasgos no tienen que afeitarse, y en ese sentido, su cuerpo había adoptado esa mitad de su herencia. Jugué con los rizos suaves de su pelo, que había crecido hasta rozar sus ensanchados hombros. El pelo era tan suave como el de Galen, tan suave como el mío.
Mi otra mano rodeaba su espalda. Mis dedos remontaron la suave línea de piel escamada que corría a lo largo de su columna. Las escamas parecían oscuras bajo la débil luz, pero con una luz más brillante su piel se veía como un arco iris. En la besable boca que descansaba contra mi pecho había colmillos retráctiles, conectados a glándulas venenosas. Su padre había sido un trasgo serpiente. El hecho de que su padre hubiera violado a su madre en vez de comérsela era algo extraño. Por lo visto los trasgos serpiente eran bastante fríos en todos los aspectos. No los movía la pasión, pero algo en la madre de Kitto había despertado el calor en el frío corazón de su padre.
Ella había abandonado a su bebé al lado de una colina de trasgos cuando comprendió lo que era. Los trasgos eran conocidos por comerse a sus propias crías, y la carne sidhe era sumamente apreciada. Su propia madre lo había abandonado allí para ser asesinado. En vez de eso, fue recogido por una hembra de trasgo que había pensado criarlo hasta que creciera un poco y luego comérselo. Pero algo en Kitto la había conmovido también, y no había tenido corazón para matarlo, había algo en él que realmente provocaba el deseo de preocuparse, de cuidar, de proteger. Él había ofrecido su vida para salvar la mía más de una vez, aunque yo todavía no podía verlo como mi protector.
Él levantó sus enormes ojos almendrados hacia mí, una piscina de puro azul, igual que los ojos de Holly y Ash que también eran de un solo color. Excepto por el hecho de que los ojos de Kitto eran azules, un maravilloso azul claro como un zafiro pálido, o un cielo de mañana.
– ¿De quién te escondes hoy, Merry? -preguntó, con voz suave.
Le sonreí desde mi nido de almohadas.
– ¿Cómo sabes que me escondo?
– Es por eso que vienes aquí, a esconderte.
Acaricié la curva de su mejilla. Si no fuera por unos pocos genes, podría haberse parecido a Holly y Ash, altos y hermosos sidhe con el añadido de la fuerza y energía de los trasgos.
– Te lo dije, no me siento bien.
Él sonrió, y se apoyó en un codo para poder mirarme ligeramente desde arriba.
– Es cierto, pero hay una tristeza en ti que yo podría aliviar si sólo me dices cómo.
– Sólo no me hagas hablar de política. Tengo que descansar si debo cumplir con mi deber esta noche.
Él trazó con su dedo la forma de mi rostro, desde la frente a la barbilla. Fue un movimiento largo y lento que me hizo cerrar los ojos y contener la respiración.
– ¿Es así como ves a los trasgos que traerás a tu cama esta noche, como un deber?
Abrí los ojos.
– No es el que sean trasgos lo que lo hace un deber.
Él sonrió, deslizando su mano por mi pelo.
– Lo sé. Es por ser quiénes son, lo que son, y que además no te sientes en tu mejor momento.
– Ellos me asustan, Kitto.
Su expresión era seria.
– Yo también les temo.
– ¿Alguna vez te trataron mal?
– A ellos no les gusta mucho la carne masculina. Los he atendido una o dos veces cuando venían a la cama de mi dueña.
Kitto había sobrevivido en la cultura más violenta del mundo feérico, haciendo lo que algunas personas tienen que hacer en la prisión para sobrevivir. Eligen a alguien poderoso, o son elegidos, y se convierten en su propiedad. Era mirado con desprecio, pero extrañamente se honraba como una profesión. Por una parte, los trasgos como Kitto eran víctimas del humor cruel; por otra parte, eran muy valorados por sus dueños. El amo no era un término sexista en la nomenclatura trasgo. Podía ser macho o hembra. Era simplemente el término que recibían por poseer a un esclavo.
– ¿Atenderlos? -Le pregunté.
– Creo que en el ambiente de la pornografía yo sería lo que se acostumbra a llamar un fluffer [10]. Ellos lo hacen todo juntos, como hermanos. Ayudaba a mantener a uno listo mientras el otro terminaba.
Él lo dijo como si fuera la cosa más normal en el mundo. No había ninguna condena, ni cólera, nada. Así era en su mundo. El único mundo que él conocía hasta que su rey me lo entregó. Trataba siempre de dar opciones a Kitto en su nueva vida, pero debía tener cuidado, porque demasiadas opciones hacían que se preocupara. Su mundo entero había cambiado, literalmente. Nunca había visto la electricidad o una televisión. Ahora vivía en la mansión de una de las actrices más famosas de Hollywood, aunque nunca hubiera visto una sola de sus películas. Estaba mucho más impresionado de que ella hubiera sido anteriormente la diosa Conchenn, secreto que Hollywood no conocía.
– Estaré contigo esta noche, Merry. Te ayudaré.
– No puedo pedirte…
Él puso sus dedos contra mis labios.
– No tienes que pedirlo. Ninguno de tus otros hombres conoce la cultura trasgo como lo hago yo. No digo que podría protegerte de ellos, pero puedo impedir que caigas en sus trampas habituales.
Besé sus dedos y separé su mano de mi boca para poder poner otro beso contra la palma de su mano. Quería decir… “no puedo permitírtelo, porque ellos abusaron de ti”, pero él no lo veía de esa forma. Parecía incorrecto decirle que era un abuso cuando él no pensaba que lo era. Era su cultura, no la mía. ¿Quién era yo para lanzar piedras después de lo que había visto hoy en la cama de Andais? Pobre Crystall.
Se oyó un suave golpe en la puerta. Suspiré, y me acurruqué más contra las almohadas. No quería vérmelas con otra crisis hoy. Tenía ya una muy agradable prevista para más tarde esta noche, cuando los gemelos trasgo llegaran.
Kitto se inclinó y susurró contra mi pelo…
– Eres la princesa. Puedes decirles que se vayan.
– No puedo decirles que se vayan hasta que sepa lo que quieren. -Grité-, ¿Quién es?
– Rhys.
Kitto y yo cambiamos una mirada. Él abrió mucho los ojos, su versión de encogerse de hombros. Tenía razón. Tenía que ser algo importante para que Rhys estuviera dispuesto a verme en la cama con un trasgo, cualquier trasgo. Y eso que Kitto le gustaba, o al menos se había sentado una tarde entera con él para mostrarle un maratón de cine negro. Y junto con Galen se lo había llevado a comprarle ropa moderna. Pero Rhys siempre se iba si eso significaba tener algo con Kitto.
Lo que fuera que traía a Rhys a este cuarto debía ser importante. E importante el día de hoy significaba malo. Mierda. Dije en voz alta…
– Pasa.
Kitto comenzó a alejarse de mí como si fuera a marcharse, pero agarré su brazo y lo mantuve apoyado en su codo encima de mí.
– Éste es tu cuarto. Tú no te marchas.
Kitto pareció dudar pero se quedó donde yo lo quería. Él estaba bien de esa forma. Seguía órdenes maravillosamente, que era más de lo que podía decir de la mayor parte de los otros hombres.
Rhys entró, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él. Estudié su cara, parecía bastante pacífico.
– Doyle es un hombre muy obstinado, incluso para un sidhe.
– ¿Y ahora te has dado cuenta? -Pregunté.
Rhys sonrió abiertamente.
– Vale. De hecho, ya lo sabía.
– ¿Todavía no permitirá que Merry se siente a su lado? -preguntó Kitto. Parecía perfectamente cómodo a mi lado ahora, como si nunca hubiera pensado en irse.
Rhys entró más en el cuarto mientras hablaba.
– Él dijo… “debo protegerla yo a ella, no ella a mí”. Luego dijo que necesitas descansar esta noche, no sentarte y preocuparte por él.
– Yo lo habría abrazado mientras ambos dormíamos -dije.
– Él pierde, nosotros ganamos -dijo Rhys, sonriendo abiertamente otra vez. Se quitó la chaqueta.
– ¿Nosotros ganamos? -repitió Kitto, con un tono de sorpresa en su voz.
Rhys hizo una pausa, con la chaqueta en una mano. La pistolera que llevaba al hombro parecía austera contra el azul pálido de su camisa. Pese a que la funda del hombro parecía que era sólo para llevar pistolas, eso no era del todo cierto. Todos los hombres que habían estado conmigo durante unos meses se las hacían hacer por encargo, sospecho que a alguno de los artesanos del cuero dentro del sithen. Ningún humano podría hacerlas tan rápido y tan perfectas. Había fundas con intrincados diseños trabajados en el cuero, y con casi tantas formas ingeniosas de llevar armas como era posible y todavía poderse poner una chaqueta moderna sobre ellas.
Rhys estaba parado allí, con un arma bajo el brazo y un cuchillo bajo el otro. Una segunda pistola en su cintura. Había también una espada corta atada con correa a través de su espalda de modo que el puño sobresalía un poco por detrás de su espalda por un costado. Él podría agarrarla igual que se coge una pistola que se lleva a la espalda.
– Te toqué en la oficina del abogado, y no sentí todas las armas -dije-. Llevas un hechizo que afecta a la visión y al tacto.
– Si no las has notado, entonces es que es tan bueno como prometía -contestó Rhys.
– ¿Por qué vi las espadas en las espaldas de Frost y Doyle?
– El encantamiento sólo funciona si no se rompe la línea de la ropa que cubre la pistolera. Ellos siguen insistiendo en llevar espadas enormes que se ven por los bordes de las chaquetas, por eso ves las espadas. Lo que también provoca que con mayor frecuencia la gente note las pistolas y las otras armas. Una vez que llamas la atención hacia lo que contiene una ilusión, ésta comienza a romperse. Tú sabes eso.
– Pero no me di cuenta de que eran las fundas de cuero las que estaban encantadas.
Él se encogió de hombros.
– Eso debe haber costado un dineral.
– Eran regalos -dijo él.
Le observé con los ojos bien abiertos.
– No, este tipo de trabajos mágicos.
– Te volviste bastante popular entre las hadas menores cuando diste tu pequeño discurso en el vestíbulo, acerca de cómo la mayor parte de tus amigos estaban debajo de la escalera cuando eras una niña, no entre los sidhe.
– Es cierto -dije.
– Sí, pero eso también ayudó a ganártelos. Eso y que seas brownie en parte.
– ¿Un hada menor hizo el trabajo en cuero? -Pregunté.
Él asintió con la cabeza.
– Mientras que los sidhe han perdido la mayor parte de su magia, las hadas menores han conservado más de lo que sabíamos. Creo que tenían miedo de advertir a los sidhe de que ellas no se habían marchitado tanto como las hadas mayores.
– Muy sabio por su parte -dije.
Rhys estaba al pie de la cama ahora.
– No es que no me guste mi nueva y elegante funda de cuero, pero ¿estás dilatando esto para poder pensar en un modo cortés de despedirme, o hay una pregunta que no quieres hacer?
– Realmente estoy interesada en la magia del cuero. Podríamos necesitar pronto toda la ayuda mágica que podamos conseguir. Pero ésta es la primera vez que has entrado de buen grado en el cuarto de Kitto mientras estoy con él. Nos preguntamos qué sucede.
Él asintió con la cabeza, y miró hacia abajo, como si ordenara sus pensamientos.
– A menos que te opongas, que cualquiera de los dos se oponga, me gustaría unirme a vosotros durante la tarde abrazándote. -Levantó su rostro y mostró una de las expresiones más neutras que yo le había visto alguna vez. Por lo general escondía sus emociones detrás de un humor sardónico. Hoy estaba serio. No parecía él mismo.
– Mi opinión no cuenta -dijo Kitto, pero se escondió a mi lado, tirando de la sábana hasta quedar casi completamente cubierto.
Rhys se puso la chaqueta sobre el brazo.
– Hemos conversado sobre esto, Kitto. Ahora eres sidhe, lo que significa que puedes ser tan testarudo como el resto de nosotros.
– Oh, por favor -dije-. No tan testarudo como todo eso. La forma de ser de Kitto es refrescantemente poco exigente.
Rhys me sonrió.
– ¿Tan malos somos?
– A veces -dije-. Tú no eres tan malo como algunos.
– Como Doyle -dijo él.
– Frost -dijo Kitto, luego pareció sobresaltarse por su insulto hacia el otro hombre. En ese momento realmente se tapó la cara con la sábana, acurrucándose fuertemente contra mi costado. Pero ahora había una tensión en él que no tenía nada que ver con el sexo. Estaba asustado.
¿Estaba asustado de Rhys? Él había tratado de herirlo, casi de matar a Kitto al menos en una ocasión, la primera vez que lo traje a Los Ángeles. Por lo visto, unas películas y unos paseos para ir de compras no podían compensar la hostilidad anterior. Como la clase de cosas que hacen los padres para tratar de ganarse a los niños durante un divorcio. Si eres malo, todos los regalos del mundo no lo compensarán después.
Rhys había sido malo, y Kitto había estado escondiendo que todavía temía al otro hombre. Yo me había perdido esa situación completamente. Había pensado que éramos una gran familia feliz o que eso íbamos a lograr. ¿Cómo podría gobernar a esta gente si ni siquiera podía mantener la paz y la seguridad entre mis propios amantes?
– No creo que Kitto esté cómodo contigo aquí, Rhys -le dije. Acaricié a Kitto bajo las sábanas. Él se acurrucó más contra mí, como si temiera lo que yo le iba a preguntar. No entendía por qué "servir" a Holly o a Ash no le molestaba, pero Rhys sí lo hacía. Tal vez era algo de tipo cultural que yo no entendía porque no era lo bastante trasgo. Podría ser su reina suprema, pero nunca sería realmente trasgo. Ellos eran nuestros soldados de infantería, nuestro brazo fuerte, y mayoritariamente carne de cañón. Los Gorras Rojas eran nuestras tropas de asalto. Pero me estaba perdiendo algo, justo en este momento, sobre el trasgo que había en mi cama. Él era realmente sidhe debido al nacimiento de su magia, pero en su corazón era, y siempre sería, trasgo, tal como había más parte de humana en mí porque había ido a escuelas humanas y tenía amigos humanos. Era algo más que la genética lo que me hacía más humano de lo que era, más americana de lo que yo habría sido por la manera en que pensaba. A veces me preguntaba si mi padre habría encontrado otra excusa para llevarme fuera del mundo de las hadas si Andais no hubiera tratado de matarme. Mi padre había sentido que era muy importante que yo entendiera nuestro nuevo país.
– Kitto -dijo Rhys-. Sé que fui horrible contigo una vez, pero he tratado de compensarlo.
La voz de Kitto salió amortiguada.
– ¿Hiciste todo eso sólo para compensarme?
Rhys pareció pensar en ello.
– Al principio sí, pero eres el único que mira más de dos películas de gángsters seguidas conmigo y realmente las disfruta. Los demás las toleran. ¿O sólo estabas siendo cortés?
Kitto habló, todavía desde debajo de las sábanas.
– Me gusta James Cagney. Él es bajo.
– Sí, a mí también me gusta eso de él -dijo Rhys.
– Tú no eres bajo -dijo Kitto.
– Para ser un sidhe, lo soy.
Kitto empujó un borde de la sábana de modo que pudiera ver al otro hombre. Yo allí sobraba. Éste era un momento de chicos, que se había convertido extrañamente en un momento de chicas. Yo había notado con Kitto que el silencio de los chicos no funcionaba completamente. Él tenía una necesidad casi femenina de hablar, de expresar sus pensamientos y sentimientos, o no se volvían verdaderos para él.
– Edward G. Robinson es bajo también -dijo Kitto suavemente.
Rhys sonrió.
– Bogart no era demasiado alto tampoco.
– ¿De verdad? Ellos lo hacen parecer alto.
– Cajones de manzana y ángulos de cámara -dijo Rhys.
Kitto no preguntó lo que quería decir con cajones de manzana, lo que significaba que ya habían tenido una conversación sobre actores bajos subidos sobre cosas que los hacían parecer más altos delante de la cámara. Era también un modo barato de hacer que tu bandido o tu héroe pareciera lo bastante fuerte como para levantar a alguien con una sola mano. Oh, la magia de las Películas B.
Kitto salió un poco más de debajo de las sábanas.
– ¿Qué quieres, Rhys?
– Quiero pedirte perdón porque alguna vez pensé que eras como Holly, Ash y el resto.
– No soy tan fuerte como ellos -dijo Kitto.
Rhys sacudió la cabeza.
– Eres amable y ansías bondad. No es un pecado.
– Me has explicado ese concepto del pecado, y si lo entiendo bien, entonces sí, Rhys, es un pecado ser débil entre los trasgos. Un pecado que a menudo termina con la muerte.
Rhys se sentó en la esquina de la cama. Kitto no se estremeció, lo que era un gran avance.
– Oí que vas a ayudar a Merry con los trasgos esta noche -dijo Rhys.
– Sí -dijo Kitto.
– Tuvimos otra llamada de los trasgos desde que Merry entró aquí.
Ahhh, aquí viene, pensé.
Kitto se sentó, rodeando sus rodillas con sus brazos, apartando las sábanas y alejándolas un poco de mí.
– ¿Qué ha pasado?
– Kurag, el Rey de los Trasgos, estaba sorprendido de que quisieras ayudar con los hermanos esta noche. Dijo que Holly te usaba como a una puta cuando no podía encontrar una hembra de su gusto.
– Muchos de ellos me usaron cuando yo estaba entre los amos -Kitto lo dijo como si fuera algo normal.
– Dijo que uno de tus dueños era un favorito de los hermanos, y que tú lo ayudabas con esto también. -Yo sabía que Kurag no habría usado la palabra “ayudar”. Los trasgos hablaban sin rodeos sobre el sexo, excepto aquellos como Kitto, que habían pasado sus vidas en la necesidad de ser serviles. Extrañamente, los trasgos más débiles eran aquellos que mejor ejercían la diplomacia entre su clase. Cuando una palabra equivocada puede matarte o mutilarte, supongo que aprendes a tener cuidado con tu lengua. Sé que eso me había ayudado a volverme cautelosa.
– Mi último dueño disfrutaba de su compañía.
– ¿Qué le pasó a tu último dueño? -preguntó Rhys.
– Ella se cansó de mí y me puso en libertad para encontrar un nuevo amo. -Él tocó mi brazo.
– Tú ves a Merry como tu nuevo amo -dijo Rhys.
– Sí.
Esa era una noticia para mí.
– Kitto -le dije, y él me miró-. ¿Sientes que no tienes ninguna opción cuando te pido que hagas algo?
– Todo lo que me pides es agradable. Eres el mejor amo que he tenido nunca.
Esa no era la respuesta que yo hubiera querido. Miré a Rhys, tratando de pedirle con la mirada… “ayúdame a saber cómo hacer esta pregunta”.
Rhys la respondió él mismo.
– No vas a romper una vida de hábitos con unos meses de seguridad, Merry.
Tenía razón, pero no me gustaba el hecho de que Kitto sintiera que tenía poca capacidad de elección en su nueva vida.
– Eres sidhe, Kitto -le dije.
– Pero también soy trasgo -me contestó, como si eso lo respondiera todo. Tal vez lo hacía.
– ¿Por qué te ofreces para estar con Merry esta noche con Ash y Holly? -preguntó Rhys.
– Nadie más aquí entiende realmente de qué son capaces. Debo estar allí para procurar que si hay daño no sea Merry quien lo sufra.
– Quieres decir que aceptarás el abuso para que ella no sufra -dijo Rhys.
Kitto asintió con la cabeza.
Me senté y lo abracé.
– Tampoco quiero que te hagan daño.
Él se dejó abrazar.
– Y por eso yo aceptaría el daño con mucho gusto. Además, soy más difícil de dañar que tú.
– Si me lo permites, me uniré a ti y a Merry esta tarde -dijo Rhys.
– Esta noche, quieres decir -dije.
– No, no sé si soy lo suficientemente fuerte aún. -Él miró hacia abajo, luego alzó la mirada pero sin mirarme a mí-. No sé si soy tan fuerte como mi amigo.
– ¿Amigo? -preguntó Kitto.
Rhys asintió con la cabeza.
– ¿Cómo puedes decir que no eres tan fuerte como yo? -preguntó Kitto.
– Yo fui víctima de trasgos que me torturaron durante sólo una noche. Y he temido y odiado a todos los trasgos durante años. Me has enseñado que estaba equivocado. Pero todavía no sé si soy lo bastante fuerte como para estar en el cuarto cuando Merry vaya con los trasgos esta noche. No sé si puedo permanecer de pie en esa habitación, viéndola y cuidándola. Tú has sufrido años de… de ser dañado, por los mismos trasgos que estarán aquí esta noche. Aún así te ofrecerás para proteger a Merry. Te digo, Kitto, que ésa es una especie de valentía que yo no tengo. -Su único y hermoso ojo brillaba en la penumbra.
Kitto extendió la mano y tocó su brazo.
– Eres valiente. Lo he visto.
Rhys sacudió la cabeza y cerró su ojo. Una lágrima solitaria corrió por su rostro, brillando más de lo que lo haría cualquier lágrima humana en la semipenumbra del cuarto.
Kitto tocó esa lágrima sólo con la yema del dedo. Me ofreció la gota temblorosa, pero sacudí la cabeza. Él la levantó a sus labios, y Rhys lo miró lamer su lágrima. Las lágrimas no eran tan preciosas como la sangre y otros fluidos, pero aún así eran regalos. Yo sabía que a veces los trasgos torturaban simplemente para hacer brotar lágrimas.
Un sidhe te haría llorar, pero no valoraba las lágrimas.
– ¿Puedo unirme a vosotros? -preguntó Rhys, y yo sabía que no era a mí a quién preguntaba.
Kitto contempló su cara y finalmente asintió con la cabeza.