CAPÍTULO 29

LAS LUCES ME CEGABAN. MI CABEZA PARECÍA QUE ME IBA A estallar en trozos. Quise gritar que me soltaran, pero tuve miedo de que eso sólo me produjera más dolor.

Cerré los ojos y traté de protegérmelos con una mano. Una sombra se recortaba contra la luz, y la voz de una mujer dijo…

– Princesa Meredith, soy la Doctora Hardy. Hemos venido a ayudarla.

La voz de un hombre…

– Princesa Meredith, vamos a ponerla un collarín. Es sólo por precaución.

Una camilla rodó a nuestro lado de repente, como si simplemente hubiera aparecido de la nada. El equipo médico comenzó a revolotear a mi alrededor. La Doctora Hardy colocó una luz ante mis ojos, tratando de conseguir que yo la siguiera. Hubiera podido seguirla, pero el resto de manos que no podía ver, comenzando a hacerme cosas, me producían pánico.

Comencé a golpearlos con las manos, intentando alejarlos, haciendo pequeños e indefensos sonidos. No sé lo que estaban haciendo, pero me resultaba insoportable. No podía ver quién me tocaba. No podía ver qué hacían. No entendía qué pasaba. No podía soportarlo.

– Princesa, Princesa Meredith, ¿Puede oírme usted? -Preguntó la Doctora Hardy.

– Sí -dije, con una voz que no se parecía en absoluto a la mía.

– Tenemos que llevarla al hospital -dijo la Doctora Hardy -. Para trasladarla, debemos hacer ciertas cosas. ¿Puede dejarnos que las hagamos?

No era consciente de que estaba llorando, mientras gruesas lágrimas se deslizaban por mis mejillas.

– Necesito saber lo que me están haciendo. Necesito ver quién me está tocando.

Ella miró detrás de mí, hacia la barrera de medios de comunicación; la policía había formado una pared para frenarlos, pero podían oír la mayor parte de lo que decíamos.

La doctora se inclinó muy cerca de mí.

– Princesa… ¿Ha sido usted violada?

– Sí.

El comandante Walters también se inclinó.

– Lo siento, Princesa, pero… ¿Quién lo hizo?

Un guardia sidhe, situado en la puerta, dijo…

– Lo hicieron los Oscuros, igual que violaron a Lady Caitrin.

– ¡Silencio! -Dijo el comandante Walters. Entonces se giró de nuevo hacia mí-. ¿Es cierto?

– No -dije.

– ¿Entonces, quién fue?

– Taranis me golpeó, dejándome inconsciente y desperté desnuda en su cama, con él a mi lado.

– ¡Mentirosa! -dijo el guardia situado tras nosotros.

Shanley, responsable de esos hombres, dijo…

– Ella ha jurado que así fue.

– Entonces fue nuestro rey.

– Ése es otro asunto -dijo él.

– Taranis me hizo daño. Ha sido él, no otro. Lo juro por la oscuridad que destruye todas las cosas.

– Está loca, para hacer ese juramento -Dijo una voz que yo no conocía.

– Sólo si miente.

Creo que fue Sir Hugh. Pero había mucho ruido, muchas voces. La prensa había comenzado a gritarnos. Gritaban sus preguntas, sus teorías. No les hicimos caso.

La Doctora Hardy comenzó a hablarme suavemente, explicándome lo que me sucedía. Empezó presentándome a su equipo. Me los presentaría y sólo entonces, podrían tocarme. Todo eso me ayudó a controlar aquel brote de histeria que me rondaba.

Sólo una voz que sonó ante un micrófono, al que todavía no veía, hizo que se detuvieran.

La voz dijo…

– Ya les hemos contado lo que le pasó a la princesa. Los guardias de la Corte Oscura, que supuestamente la protegen, fueron los que la golpearon y la violaron. Nuestro rey salvó a su sobrina y la trajo al santuario que hay aquí.

Eso fue demasiado. No importaba el estado en el que me encontraba, no podía dejarles que me llevasen a un hospital y permitir que esa mentira cayera en los oídos de los medios.

– Necesito un micrófono, por favor. Tengo que decir la verdad -dije.

A la Doctora Hardy no le gustó eso, pero Hugh y los demás me cogieron y me hicieron avanzar hacia la entrada de la habitación. Insistieron en que permaneciera con el sofocante collarín puesto. Ya estaba conectada a una intravenosa. Por lo visto mi tensión arterial era baja y mi cuerpo estaba en estado de shock.

La doctora se acercó hasta un micrófono.

– Soy la Doctora Vanesa Hardy. La princesa necesita acudir a un hospital, pero insiste en dirigirse a ustedes. Está herida, y tenemos que llevarla a un hospital. Esto será rápido. ¿Ha quedado claro?

Varios periodistas dijeron…

– Está claro.

La secretaria de prensa era toda una belleza sidhe, en rosa y oro. No quería dejar el micrófono. Había escuchado suficiente en la entrada como para sentirse preocupada.

Fue el Agente Gillet quien se lo cogió y lo sostuvo ante mí. Se podía sentir el ansia de la prensa como si fuera una especie de magia en sí misma.

Una voz gritó…

– ¿Quién la golpeó?

– Taranis -contesté.

Hubo un suspiro colectivo de entusiasmo y una explosión de destellos. Cerré los ojos ante ellos.

– ¿La violaron los Oscuros?

– No.

– ¿La violaron, Princesa?

– Taranis me golpeó dejándome inconsciente y me secuestró; desperté desnuda en su cama. Me dijo que habíamos tenido sexo. Me haré una prueba de violación en el hospital. Si da positivo con un desconocido, entonces sí, mi tío me violó.

La policía mantuvo alejados a la fuerza a la secretaria de prensa y a algunos sidhe. Algunos nobles, junto con los perros, les ayudaron a contener a la multitud. Oí gruñidos cerca. El más fuerte se colocó justo a mi lado. La gran cabeza negra me tocó la mano. Alcé los dedos para acariciar la piel de Doyle. Aquel pequeño contacto me proporcionó más tranquilidad que cualquier otra cosa.

La doctora Hardy gritó por encima del caos…

– La princesa tiene una conmoción cerebral. Tengo que realizarle una revisión con rayos x, o con un escáner para ver la seriedad de sus lesiones. Por lo tanto, nos marchamos ahora mismo.

– No -le dije.

– Princesa, dijo que iría voluntariamente si decía la verdad.

– No, no es eso. No puedo someterme a rayos x. Estoy embarazada.

El agente Gillet todavía mantenía el micrófono lo suficientemente cerca, como para que toda la habitación hubiera escuchado esto. Si pensábamos que lo de antes había sido un caos, nos equivocamos por completo.

La prensa gritaba…

– ¿Quién es el padre? ¿La embarazó su tío?

La Doctora Hardy se inclinó y me habló por encima de los gritos…

– ¿De cuánto está?

– De cuatro a cinco semanas -dije.

– La trataremos a usted y al bebé como si fueran un tesoro -dijo ella.

Yo hubiera hecho un gesto afirmativo con la cabeza, pero el collarín me lo impidió. Finalmente asentí.

Ella alzó la vista hacia alguien a quien yo no podía ver y dijo…

– Tenemos que llevarla a un hospital ya.

Comenzamos a avanzar hacia la puerta. Teníamos dos problemas para conseguirlo. Uno era la prensa.

Todos querían una última imagen, una última pregunta contestada.

El otro eran los guardias luminosos y los nobles que se oponían a Hugh. Querían que me quedara con ellos. Que me retractara.

La hermosas pero crueles caras continuaron cerniéndose sobre mí, diciendo cosas como…

– ¿Cómo puedes mentir sobre nuestro rey? ¿Cómo puedes acusar a tu propio tío de tal delito? Mentirosa. Puta mentirosa. -Fue lo último que oí antes de que la policía insistiera seriamente en alejar a la multitud dorada lejos de mi cara.

Trataron de ahuyentar al perro negro, pero les dije…

– No, es mío.

Nadie lo cuestionó. Sólo la Doctora Hardy dijo…

– Él no entra en la ambulancia.

No podía discutirlo. Sólo que tener a Doyle a mi lado, en cualquier forma, significaba una mejoría. Cada roce de su piel contra mi mano me hacía sentir un poco mejor.

Había tantas personas alrededor de la camilla, tanta luz, que la única forma en la que supe que estábamos en el exterior, fue por el aire de la noche que rozaba mi cara. Había sido de noche cuando Taranis me capturó ¿Era esa misma noche, o la siguiente? ¿Cuánto tiempo me había tenido en su poder?

Traté de preguntar qué día era, peno nadie me oyó. La prensa nos había seguido fuera del sithen. Nos perseguían gritando preguntas y enfocándonos con sus focos portátiles.

A las ruedas de la camilla no les gustó la hierba. El traqueteo empeoró mi dolor de cabeza. Luché por no gemir de dolor, y pude controlarlo hasta que los médicos se situaron a nuestro alrededor de tal modo que ya no pude tocar la piel de Doyle. En el momento que perdí su contacto el dolor fue mucho peor.

Pronuncié su nombre antes de poder evitarlo.

– Doyle… -dije suavemente, en una súplica.

La enorme cabeza negra se abrió camino por debajo del brazo de la doctora. Ella trató de alejarle, diciendo…

– ¡Fuera!

– Por favor, le necesito.

Me miró ceñuda, pero dio un paso atrás para que el perro se pudiera acercar a mí. Se arrimó lo suficiente como para que mi mano pudiera acariciar la piel de la mayor parte de su cuerpo. Nunca había comprendido lo desigual que podía ser una zona de césped, hasta que no necesité una superficie suave y lisa. Siempre me había parecido un terreno nivelado, hasta este momento.

Una de las cámaras se asomó por encima de los hombros de los médicos. La luz me cegó. El dolor se volvió agudo, trayendo las náuseas consigo.

– Voy a vomitar.

Tuvieron que detener la camilla, y ayudarme para que me inclinara hacia un lado. Entre los tubos y el collarín, no hubiera podido moverme por mí misma. Nunca me hubiera podido poner de lado, con tantas manos ayudándome.

La Doctora Hardy gritó mientras vomitaba…

– ¡Tiene una conmoción cerebral! Las luces fuertes le sientan mal.

Vomitar hizo que el interior de mi cabeza estallara, o eso me pareció al menos. Mi visión era una ruina. Una mano me tocó la frente, una mano fresca y sólida, y que me dio la sensación de… conocer.

Mi visión se aclaró, encontrando un hombre con una barba y bigote rubio, que me miraba detenidamente a la cara. Era su mano la que tenía en la frente. Una gorra de béisbol cubría parte de su rostro. Había algo en sus ojos que me resultó… vagamente familiar. Entonces, mientras todavía mantenía la mirada fija en la cara del extraño, sus ojos cambiaron. Uno de ellos mostró tres anillos azules: uno azul púrpura rodeando la pupila, otro azul cielo y después un círculo de un color semejante al cielo invernal.

– Rhys… -susurré.

Él sonrió bajo la falsa barba. Había usado el encanto para esconder sus ojos y otras cosas, pero la barba resultó ser sencillamente un complemento estupendo. Siempre había sido el hombre que mejor trabajaba encubierto cuando estábamos en la agencia de detectives.

Yo lloré y no quería hacerlo, porque me aterrorizaba que al llorar, me doliera aún más.

Escuché una voz a su espalda.

– Recuerde nuestro trato.

Rhys contestó sin girarse…

– Conseguirá su entrevista en exclusiva tan pronto como esté lo suficientemente recuperada. Le di mi palabra.

Debí parecer aturdida porque me dijo…

– Nos han dejado entrar como parte de su equipo, a cambio de prometerles que tendrían una entrevista, o dos.

Elevé hacia él mi mano libre. Él la tomó y me besó la palma. La cámara que me había hecho enfermar antes volvió a grabar, pero a una distancia más tolerable.

– ¿Es uno de sus chicos? -Preguntó la Doctora Hardy.

– Sí -dije.

– Estupendo, pero debemos seguir moviéndonos.

– Lo siento -dijo Rhys, y puso una mano sobre mi hombro cuando me tumbaron de espaldas. Mi otra mano buscó de nuevo el contacto con el pelaje y lo encontré durante un momento, luego otra mano cogió la mía. No me pude girar para ver de quién se trataba y él pareció entenderlo, porque la cara de Galen se cernió sobre la mía. Llevaba sombrero y también había usado el encanto para hacer que su pelo verde pareciera marrón y su piel pareciera la normal en un humano. Dejó que el encanto desapareciera mientras le estaba mirando, y lo hizo de una forma aún más fluida que Rhys. Un momento antes era un humano guapo y al siguiente, Galen. Magia.

– ¿Qué tal? -dijo, y sus ojos se llenaron de lágrimas casi inmediatamente.

– Así, así… -dije contestándole. Pensé lo que podía haber pasado si hubieran sido reconocidos antes, durante la aglomeración, pero sólo lo pensé durante un momento. En aquellos instantes era demasiado feliz de verlos, como para preocuparme por eso. ¿O es que simplemente estaba muy enferma?

La Doctora Hardy dijo…

– ¿Va a aparecer algún otro Romeo en este embrollo?

– No lo sé -dije, lo que era una verdad rotunda.

– Ha venido otro más -dijo Galen.

No pude imaginar qué otro podía usar el suficiente encanto como para arriesgarse a aparecer ante las cámaras y los luminosos. El encanto de algunos no se mantenía lo suficiente ante las cámaras, y la Corte de la Luz estaba gobernada por un maestro de la ilusión. Era un bastardo, pero podría verles a través de sus disfraces. Me dolió el pecho con el simple pensamiento de lo que podría haber pasado. Sujeté la mano de Galen aún más fuerte, y lamenté no poder girar la cabeza para mirar a Rhys.

En lugar de eso quedé atrapada en la contemplación del cielo nocturno. Era un cielo precioso, negro y lleno de estrellas. Estábamos a finales de enero, casi febrero.

¿No debería tener frío? Esa idea fue suficiente para dejarme saber que no estaba tan consciente como yo pensaba. ¿No había dicho alguien que estaba en estado de shock? ¿O lo había soñado?

Estábamos en la ambulancia. Era como si hubiera aparecido de repente. No era mágico, era debido a la herida. Perdía pequeños fragmentos de tiempo. No podía estar bien.

Estaba ante la puerta de la ambulancia cuando averigüé quién poseía el encanto suficiente para afrontar a la prensa y los sidhe luminosos.

Tenía el pelo rubio y corto, ojos marrones, y una cara anodina, hasta que se inclinó. Dejó que la ilusión del pelo corto se convirtiera en una larga trenza, que yo sabía que llegaba hasta el suelo. Los ojos marrones eran realmente de tres tonos diferentes de dorado. Ese rostro ordinario se convirtió de repente en uno de los más hermosos en todas las cortes. Sholto, el Rey de los Sluagh, me besó muy suavemente.

– La Oscuridad me habló de su visión de la Diosa. Voy a ser padre. -Parecía tan contento, con toda su arrogancia suavizada.

– Sí. -Le dije suavemente. Se le veía tan contento, tan silenciosamente feliz. Lo había arriesgado todo para venir y rescatarme, aunque no necesitara ser rescatada. Pero yo apenas conocía a Sholto. Había estado con él una vez. No era que no resultara encantador, pero hubiera hecho cualquier cosa porque fuera Frost el que se inclinara ante mí, para hablar de nuestro niño.

– No sé quién es usted exactamente, pero la princesa necesita ir al hospital -dijo la Doctora Hardy.

– Soy tonto. Perdóneme. -Sholto me acarició el pelo con mucha ternura. La ternura que no habíamos tenido como pareja. Yo sabía lo que él quería decir, pero de algún modo, parecía incorrecto.

Entonces me levantaron y me deslizaron dentro de la ambulancia. La doctora y un enfermero se quedaron conmigo. El resto iría en una segunda ambulancia o se acercarían por sus propios medios.

– Te seguiremos hasta el hospital -dijo Galen.

Levanté una mano, porque no podía incorporarme para despedirme de ellos. El perro negro me miró desde abajo. Había brincado dentro. La mirada de aquellos ojos oscuros no era la de un perro.

La Doctora Hardy dijo…

– No, absolutamente no. Fuera perro, ahora.

Un aire fresco como la niebla me alcanzó, entonces Doyle apareció en forma humana arrodillado a mi lado. El enfermero dijo…

– ¡Qué demonios?

– He visto su foto. Usted es Doyle -dijo la Doctora Hardy

– Sí -dijo él con su profunda voz.

– ¿Y si le digo que se marche?

– No lo haré.

Ella suspiró.

– Dale una manta, y diles que nos saquen de aquí antes de que aparezcan más hombres desnudos.

Doyle se cubrió un hombro y gran parte de su cuerpo con la manta, lo suficiente como para no incomodar a los demás. Con el otro brazo que no cubrió, pudo sostenerme la mano.

– ¿Qué habrías hecho si no hubiera funcionado el plan de Hugh? -Pregunté.

– Te hubiéramos rescatado.

No intentado. Simplemente… “Te hubiéramos rescatado”. Tal arrogancia. Tal seguridad. No era humana. Más que magia, más que desaparecida belleza, era sidhe, y para nada humano. La arrogancia no era fingida. Ciertamente no lo era para ninguno. Era la Oscuridad. Una vez fue el Dios Nodons. Era Doyle.

Se había movido para que pudiera verlo con facilidad, cuando las ruedas de la ambulancia se pusieron en movimiento sobre el camino de grava. Miré hacia aquella oscuridad, su cara oscura. Examiné aquellos ojos oscuros. Había destellos de color en aquella oscuridad que no eran reflejos. Había colores en las profundidades negras de sus ojos, que no provenían de las luces de la ambulancia.

Una vez había utilizado esos colores para intentar forzarme a obedecer unas órdenes de mi tía. Una prueba para ver lo débil o fuerte que yo era.

Los colores parecían luciérnagas multicolores revoloteando y bailando en sus ojos.

– Puedo hacer que duermas hasta que lleguemos al hospital -dijo él.

– No -dije. Cerré los ojos para bloquear las preciosas luces.

– Estás dolorida, Merry. Deja que te ayude.

– Aquí la doctora soy yo -dijo Hardy-, y no permito ningún tipo de magia sobre la herida, hasta que se me explique.

– No sé si puedo explicarlo -dijo Doyle.

– No -dije con los ojos todavía cerrados-. No quiero quedar inconsciente, Doyle. La última vez que lo estuve, desperté en la cama de Taranis.

Su mano tembló alrededor de la mía, sujetándome como si fuera necesario para su tranquilidad. Me hizo abrir los ojos. Los colores desaparecían mientras le miraba.

– Te fallé, mi princesa, mi amor. Te fallamos. No soñamos que el rey pudiera viajar a través de la luz del sol. Pensamos que era un arte perdido.

– Nos sorprendió a todos -dije. Entonces se me ocurrió algo que necesitaba saber-. Mis perros. Les hizo daño.

– Vivirán. Minnie tendrá una cicatriz durante un tiempo, pero se curará. -Elevó mis dedos hacia sus labios y los besó-. El veterinario al que la llevamos nos ha dicho que va a tener cachorros.

Clavé los ojos en él.

– ¿No perjudicó a los cachorros?

Él sonrió.

– Están bien.

Sin ningún motivo pensé que aquella pequeña noticia me hacía sentir mejor. Mis sabuesos me habían defendido, y el rey había tratado de matarlos. Pero había fallado. Vivirían y tendrían cachorros. Los primeros sabuesos duende que nacerían, desde hacía más de cinco siglos.

Taranis había tratado de hacerme su reina, pero yo ya estaba embarazada. Ya tenía mis reyes. Taranis había fallado totalmente. Si las pruebas de violación daban positivo, aunque positivo pareciera una palabra equivocada, vería como el Rey Taranis, el Rey de la Luz y la Ilusión, terminaba en la cárcel por violación.

La prensa iba a comérselo vivo. Acusado del rapto, maltrato y violación de su propia sobrina. La Corte de la Luz había sido la brillante estrella de los medios de comunicación humanos. Eso estaba a punto de cambiar.

Era el momento de que la Corte de la Oscuridad brillara, aunque fuera con una luz oscura. Esta vez seríamos los chicos buenos.

Los luminosos me habían ofrecido su trono, pero yo tenía mejor criterio. Hugh y los otros me podían querer, pero la multitud dorada nunca me aceptaría como reina. Llevaba bebés cuyos padres eran señores Oscuros. Yo había sido la hija de un príncipe de la Oscuridad, y me habían tratado peor que a cualquier otro.

No habría ningún trono dorado para mí. No, si tenía que tener un trono, sería el trono de la noche. ¿Tal vez el trono necesitaba un nuevo nombre? El trono de la noche parecía tan siniestro. Taranis se sentaba en el Trono dorado de la Corte de la Luz. Parecía mucho más alegre. Shakespeare dijo que una rosa aunque se llamara de otra forma, seguiría oliendo como una rosa, pero yo no lo creía así. El trono dorado, el trono de la noche. ¿En qué trono preferirías sentarte?

Sobreviviría a esta noche. Sabía que estaba intentando pensar en algo, en cualquier cosa que me impidiera pensar en lo que Taranis me había hecho, y en que Frost no me iba a esperar en el Hospital. Finalmente estaba embarazada y era incapaz de sentirme feliz. Por motivos políticos estaría bien que las pruebas de violación dieran positivo. Eso significaría que tendríamos a Taranis. Pero por mis propios motivos, esperaba que hubiera mentido. Esperaba que no se hubiera salido con la suya mientras estaba inconsciente. Salirse con la suya, era un eufemismo amable. Esperaba que no me hubiera violado mientras estaba inconsciente. Esperaba que no me hubiera violado mientras mi cabeza sangraba por el golpe que me había dado.

Comencé a llorar, sin esperanzas, impotente. Doyle se inclinó, susurrando mi nombre y diciéndome que me amaba.

Sepulté mi mano en el calor de su pelo, le atraje hacia mí para poder inspirar el olor de su piel. Me hundí en la sensación y el olor de su cuerpo, y lloré.

Había ganado la carrera para sentarme en el trono de la Corte Oscura, y en mi lengua tenía el amargo sabor de las cenizas.

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