CAPÍTULO 21

HAY MOMENTOS EN LOS QUE PARECE QUE EL MUNDO contiene el aliento. Cuando el mismo aire parece hacer una pausa, como si el tiempo en sí mismo hubiera tomado un profundo y último aliento antes de…

El sabor salubre y metálico tirando a dulzón se deslizó por mi lengua. El líquido pareció crecer, incluso cuando se deslizó por mi garganta igual que una bebida fría, clara como el agua, si ésta pudiera contener la sal de los océanos y el gusto de la sangre.

Vi la habitación fragmentada, como si las cosas no estuvieran sincronizadas. Una nube de semi-duendes volaba por la habitación, aunque sabía que ellos tenían prohibido estar. Los trasgos pensarían que eran un bocado sabroso. Pero los duendes alados inundaron la habitación como una nube de mariposas y polillas, libélulas u otros similares, e insectos que nunca habían aparecido en la naturaleza. Parecía haber muchos más de los que yo sabía que nos habían seguido en el exilio.

El aire parecía vivo con el revoloteo colorido de sus alas, había tantos que crearon una brisa que jugaba con mi pelo y rozaba mi cara.

Los perros llegaron después. Pequeños terriers que se agolpaban alrededor de los pies de los trasgos, como si a los perros no les preocupara, o los trasgos no los vieran. Después noté el paso garboso de los galgos, recorriendo un estrecho camino entre la habitación atestada. Caminaban entre los Gorras Rojas como si estuvieran atravesando un bosque en vez de moverse por entre la gente. Pasando desapercibidos, ya que los Gorras Rojas no reaccionaron ante los perros.

Los perros fueron hasta sus amos. Los terriers junto a Rhys. Algunos sabuesos fueron con los otros guardaespaldas. Mis dos perros se me acercaron. Minnie con su cara mitad roja y mitad blanca como si alguien hubiera dibujado una línea a lo largo de su cara. Mungo con su oreja roja y el resto blanco como el ala de un cisne.

Todos ellos habían estado esperándonos… a nosotros.

La voz de Frost llegó hasta mí.

– Merry, ¿qué es todo esto?

Pero fue la voz de Royal, que se cernía por encima de mí con sus alas de polilla, el que contestó…

– Es el momento de la creación, Asesino Frost.

Levanté la vista para mirar al hombre diminuto.

– No te entiendo.

Me sonrió, pero había una impaciencia en él que me hizo desconfiar. Siempre hubo algo sensual, incluso sexual, en Royal. Desde que había crecido hasta el tamaño de una muñeca Barbie grande, era inquietante por no decir algo más.

– Esperemos un poco más. -Esto vino de Penny, la gemela de Royal, quién se cernía a su lado.

No lo entendí hasta que noté a los perros negros convertidos en sombras parecidas a la Oscuridad hecha carne, cuyos ojos destellaban en rojo, verde, y todos los colores que había visto alguna vez en los ojos de Doyle cuando su magia estaba sobre él.

Doyle atravesó la puerta, apoyándose en el lomo de lo que parecía un poni negro, un poco más grande que los perros. Por el destello de aquellos ojos negros, supe que no era ningún poni. Éste plegó sus labios para mostrar unos dientes tan agudos como los de cualquier trasgo. Era un Kelpie [11], aunque no tenía ni idea de cómo podía estar aquí. Los kelpies habían sido cazados y destruidos en Europa antes de que nos asentáramos en este país.

Los Kelpies se escondían en el agua y cazaban a sus presas como los cocodrilos o pretendían ser ponis cuando estaban sobre tierra. Entonces cuando algún humano incauto los montaba, galopaban hasta llegar cerca del agua. Ahogaban a sus presas y se las comían una vez ahogados. La mayoría de sus víctimas eran niños. Ya sabéis que los niños aman a los ponis.

Frost y yo dijimos a la vez…

– Doyle.

Él nos dedicó una sonrisa. Su cara todavía estaba vendada, pero el brazo ya no estaba en cabestrillo. Se movía despacio, pero se movía, con su mano colocada sobre el lomo del poni carnívoro.

– Los perros no me dejaron descansar más tiempo -dijo Doyle.

Yo le ofrecí mi mano.

Pero Royal dijo…

– No, Princesa, no ha llegado el momento.

Alcé la vista hacia él.

– Me dijiste que era la última pieza.

– Él es la última pieza, pero no tienes que tocarle. Ya le has tocado bastante para que este momento llegara. Les has tocado a todos ellos lo suficiente para que nos llamaras a ti.

– No lo e…

– Entiendo -terminó él por mí.

– No.

– Ya lo harás -dijo, típico de Royal, porque él todo lo hacía parecer siniestro.

Mungo dio un golpe en mi mano. Acaricié su cabeza, y jugué con su oreja de seda. Minnie golpeó mi otra mano como si estuviera celosa de mi atención. Los acaricié a los dos, sintiendo su tibieza y solidez.

– No hay ningún perro para mí -dijo Frost.

Él se me había acercado.

– Lo que tiene que ser, será -canturreó Royal.

Entonces los semi-duendes se elevaron hacia lo más alto del techo, enviando una luz centelleante como el arco iris de una lámpara de araña. La luz rebotó y jugó con todos nosotros. Los trasgos, incluidos Ash y Holly, estaban todavía congelados en el tiempo como nosotros.

Jonty fue el primero en parpadear, y me contempló. Él, y todos a los que miré. Su mirada parecía sorprendida, como si el mundo soltara el aliento que había estado conteniendo.

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