CAPÍTULO 25

UNAS MANOS SE DESLIZARON SOBRE MIS HOMBROS. ME giré, y cuando me di la vuelta me encontré con Amatheon. Su pelo color cobre le rodeaba de un halo de luz del sol y brillaba de tal modo, que por un instante su cara pareció desaparecer entre el resplandor. Parecía estar hecho para este nuevo mundo mágico lleno de luz de sol y calor.

Le dejé sostenerme, cansada de llorar, agotada mental y físicamente; en el día de hoy había recibido las noticias más importantes de toda mi vida, y algunas de ellas eran también las más tristes. Era como las caras de una misma moneda, por un lado te conceden el deseo más preciado y por el otro tienes que pagar con aquello que más quieres. No era justo, y en el momento en que lo pensé, supe que éste era el pensamiento de una cría. Ya no era una cría. La vida no era justa, y ésa no era más que la pura verdad.

Amatheon levantó mi cara hacia él acunando mi barbilla suavemente en su mano. Y me besó. El beso fue gentil y yo se lo devolví, muy suavemente también. Entonces sus manos en mi espalda me presionaron para acercarme más a él. Su boca se hizo insistente sobre la mía, pidiéndome con la lengua y los labios que me abriera a él.

Empujé contra su pecho para así poder verle la cara.

– Amatheon, por favor, acabo de perder a Frost. Yo…

Él presionó su boca contra la mía con bastante más fuerza, dejándome como única opción el abrir mi boca para él o cortarme los labios contra sus dientes. Empujé contra él, más fuerte.

Los perros emitieron un suave gruñido todos a la vez.

Sentí algo alrededor de su boca que no debería haber estado allí, casi como un bigote y una barba. La luz del sol deslumbró mis ojos, y la sensación desapareció.

Él me presionó contra el suelo. Le empujé una vez más, y grité:

– ¡Amatheon, no!

Mungo se precipitó hacia él y le mordió en el brazo. Amatheon le maldijo, pero no era la voz correcta.

Clavé los ojos en ése alguien que estaba encima de mí. La pena había desaparecido barrida por el miedo. Quienquiera que fuera, no era Amatheon.

Él se inclinó para forzarme con un beso una vez más. Levanté mis manos y traté de apartar su cara de la mía. En ese momento el anillo de la reina tocó su piel desnuda, y la ilusión desapareció. La luz solar pareció atenuarse durante un instante, y entonces al mirar hacia arriba vi el rostro de Taranis, Rey de la Luz y la Ilusión.

No malgasté el tiempo con la sorpresa. Acepté lo que mis ojos me dijeron e interpretaron. Y dije…

– Puerta, tráeme a Doyle.

Una puerta apareció a nuestro lado. Taranis pareció conmocionado.

– Tú me deseas. Todas las mujeres me desean.

– No, yo no.

La puerta comenzó a abrirse. Él levantó una mano y la luz del sol golpeó la puerta como una barra de acero. Oí la voz de Doyle, y la de los demás, gritando mi nombre.

Los perros se abalanzaron contra él, que se puso de rodillas derramando luz dorada de sus manos. Esto me puso el vello de punta y me hizo gritar otra vez.

Mis ojos quedaron deslumbrados por la luz. Luego pude vislumbrar la ruina chamuscada de mis perros yaciendo abrasados. Mungo se tambaleaba sobre sus patas, intentando levantarse otra vez.

Taranis estaba de pie, con mi muñeca atrapada en su mano. Luché por permanecer sobre el suelo, para no ir con él. Doyle y los demás estaban sólo al otro lado de la puerta. Ellos vendrían. Ellos me salvarían.

El puño de Taranis salió de entre la luz, y mi mundo se volvió todo oscuridad.

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