CAPÍTULO 23

LAS VOCES QUE SONARON EN LA HABITACIÓN ME DIJERON que Frost no fue el único que había caído. Holly y Ash se habían derrumbado en el suelo. Los semi-duendes se abalanzaron sobre ellos ahora que no podían defenderse.

Y los otros hombres que habían caído ni siquiera tenían a otros guardias para tocarlos, e intentar despertarlos. Toqué la brillante mata de pelo de Frost, la retiré de su cara.

– ¿Qué le pasa? ¿Qué les pasa a todos? -Pregunté.

– No estoy seguro -dijo Rhys-, pero su pulso se desvanece.

Lo miré por encima de la todavía inmóvil forma de Frost. Yo sabía que mi cara mostraba la sorpresa.

– Ellos no tenían perros -dijo Galen-. No tenían nada a lo que aferrarse cuando tú creaste más tierra feérica.

Rhys asintió. Su pequeño mar de terriers, ahora inusualmente silenciosos, se sentaron a su alrededor cuando él se arrodilló.

Comencé a decir… "son sólo perros," pero Mungo me dio un topetazo en el hombro con su cabeza. Minnie se apoyó contra mi costado. Miré en sus ojos y había un perro allí, sí, pero también había algo más. Eran perros creados por la magia salvaje. Eran criaturas fantásticas, y no simplemente perros.

Acaricié su oreja, tan aterciopelada. Susurré…

– Ayudadme. Ayudadles. Ayudad a Frost.

Doyle entró a zancadas en la habitación rodeado por un montón de perros negros y enormes. Uno de los perros se separó de la manada y fue hacia uno los caídos. El perro le olió el pelo con un fuerte sonido de husmeo. Entonces se hizo más alto, más grande. En su piel aparecieron mechones verdes ahuyentando el negro, y el pelaje se hizo más largo, más espeso.

Para cuando se vio totalmente de color verde, el perro era del tamaño de un poni. Un verde como la hierba nueva y las hojas de primavera. Volvió hacia mí unos enormes ojos amarillo verdosos.

– Un Cu Sith -susurró Galen.

Simplemente asentí.

Un Cu Sith; el significado literal del nombre era "el sabueso de los sidhe". Mucho tiempo atrás cada sithen había tenido al menos uno como guardián. Uno había sido creado, o nacido de nuevo, durante la noche en que la magia había vuelto a Illinois. Ahora teníamos otro, aquí y ahora.

Bajó su gran cabeza y olió otra vez a uno de los guardias caídos. Le lamió con una lengua rosada y enorme. El hombre aspiró una bocanada de aire tan grande que lo oímos a través de la habitación. Su cuerpo se estremeció por la vuelta a la vida, o la marcha atrás de la muerte.

El enorme perro verde se movió de uno a otro, y todos aquellos que fueron tocados por él, volvieron a la vida. Fue hacía Onilwyn, inmóvil todavía, yaciendo de costado. El Cu Sith lo olió, luego dejó escapar un gruñido bajo y profundo como truenos retumbando a lo lejos. No lamió a Onilwyn para traerlo de nuevo a la vida. El Cu Sith le dejó estar. Era interesante que yo no fuera la única que no quisiera tocarlo.

El perro verde fue hacia los gemelos, dispersando a los semi-duendes hacia el techo con su gran cabeza. Pero el perro los olió, y se alejó también. No eran lo bastante sidhe para el Cu Sith.

Se oyó la voz profunda de Doyle, pero había en ella un eco divino. Miré a Doyle, su rostro parecía distante, como si él viese otra cosa que no fuera la habitación donde estábamos. Estaba atrapado por la visión, el Dios, o ambos.

Habló en un dialecto que no entendí, y uno de los perros negros avanzó. Fue hacia los gemelos, y olió su pelo. La piel negra se convirtió en un pelaje blanco que brillaba y resplandecía. Era más espeso y largo que el negro, y aún más largo y tupido que el manto verde del Cu Sith.

El perro era tan grande como un Cu Sith, tal vez incluso un poco más grande. El pelaje no era tan largo como el de los perros de trineo y estaba descuidado. Volvió hacia mí unos ojos del tamaño de un plato de postre, enormes en proporción a su cara de cachorro. Pero la mirada de sus ojos no era exactamente la mirada que podías ver en un perro. Aquella mirada estaba a medio camino entre la de un animal salvaje y la de una persona. Había demasiada sabiduría en aquellos ojos.

Rhys dijo suavemente…

– Es un Gally-trot [12].

– Un perro fantasma -dije. Se suponía que era un fantasma que encantaba caminos solitarios y asustaba a los viajeros.

– No exactamente -dijo él-. Recuerda, que alguna gente cree que todas las hadas son espíritus de los muertos.

El Gally-trot apoyó su enorme cabeza blanca sobre los gemelos, y los lamió con una lengua que era tan negra como la piel que había tenido al principio.

Holly se movió, sus ojos rojos parpadeando en la habitación. Ash dejó escapar un sonido que era casi de dolor mientras el Gally-trot lo lamía devolviéndole de regreso a la vida.

Esperé a que el Cu Sith o incluso el Gally-trot fueran hacia Frost pero ninguno de los dos lo hizo. El Cu Sith se movió entre mis guardias, recibiendo mimos y caricias. Sonreía a la manera en que lo hacen los perros, con la lengua afuera.

Los gemelos parecían inseguros sobre lo que hacer referente a la atención del perro blanco. Fue Holly quién lo alcanzó y lo tocó primero. El perro le golpeó con tanta fuerza que casi le hizo caer, haciéndole reír con un sonido masculino y alegre. Ash tocó al perro, también, quedándose los dos en contacto con la enorme bestia.

Los semi-duendes comenzaban a dejar a los Gorras Rojas. Las caras reveladas eran más suaves, como si la arcilla de sus cuerpos hubiera sido rehecha y convertida en algo más sidhe, más humano. Las palabras de Jonty volvieron a mí…

– Nos haces renacer.

Yo no había querido hacerlo.

Pero había muchas cosas que yo no había pensado hacer.

Bajé la vista para mirar hacia Frost y vi un destello azul en su cuello. Alguien le había quitado la corbata. Desabroché los botones a toda prisa para poder mirar, y encontré azul encendido en su piel.

Rhys y Galen lo pusieron de espaldas, y me ayudaron a abrirle la camisa. Había un tatuaje en su pecho que brillaba de color azul. Era una cabeza de ciervo con una corona en su cornamenta. Era una señal de realeza, pero también era la señal del rey destinado al sacrificio. Él había convocado con su poder al ciervo blanco esa noche oscura de invierno. Y el destino del ciervo blanco es ser cazado para conducir al héroe a su destino.

Contemplé la cara de Rhys porque él parecía estar tan horrorizado como yo.

– ¿Qué significa esto? -Preguntó Galen.

– Antiguamente toda nueva creación iba precedida de un sacrificio -entonó la voz de Doyle, pero ésa no era su voz.

– No -dije-. No, yo no estuve de acuerdo con esto.

– Él lo hizo -dijo la voz. La mirada en los ojos de Doyle no era la suya tampoco.

– ¿Por qué? ¿Por qué él?

– Él es el ciervo.

– ¡No! -Me levanté, tropezando con el dobladillo de mi vestido. Fui hacia los perros negros y hacia ese extraño en el cuerpo de Doyle.

– ¡¡¡Merry!!! -gritó Rhys.

– ¡No! -Grité otra vez.

Uno de los perros negros me gruñó. Mi poder me inundó, reventando a través de mi piel. Brillé como si me hubiese tragado la luna. Sombras de luz carmesí cayeron alrededor de mi cara desde mi pelo, pude ver la luz verde y dorada, y supe que mis ojos brillaban.

– ¿Me desafiarías? -dijo la boca de Doyle, pero no era a Doyle a quien yo desafiaría si contestara que sí.

– Merry, no lo hagas -dijo Rhys.

– Merry -dijo Galen-. Por favor, Frost no querría esto.

Mis sabuesos golpearon mi mano, y mi muslo. Bajé la mirada hacia ellos, y vi que brillaban. La mitad roja de la cara de Minnie brillaba como mi pelo, y su piel reflejaba una luz blanca alrededor de mi mano mientras la acariciaba. Nuestros brillos se mezclaron. Mungo, con su oreja roja y pelaje blanco, parecía como si estuviera esculpido en joyas.

El anillo de la reina palpitó en mi mano. Como tantas cosas, el anillo tenía más poder dentro del sithen, y ahí era donde estábamos en pie ahora.

Vi cachorros fantasmas bailar alrededor de mis sabuesos. Yo ya sabía en aquel momento que Minnie estaba preñada. ¿Tal vez serían los primeros sabuesos mágicos en nacer en quinientos años, o tal vez más?

Minnie se empujó contra mi cadera y me hizo mirar hacia abajo. Dos pequeños fantasmas nacidos de mí, moviéndose a mi alrededor. Pero yo sabía que eran reales. No me extrañaba que hoy hubiese estado tan cansada. Gemelos, como mi madre y su hermana. Gemelos. Y débil, como un pensamiento que no era completamente real, había un tercero. No era verdadero aún, era sólo una promesa, una posibilidad; Esto significaba que los gemelos no serían los únicos. Habría al menos un tercer niño para mí con alguien.

Comprendí, tan pronto como lo pensé, que el anillo tenía otros poderes. Quería saber quién sería el padre, y yo lo podría saber aquí, con el anillo, dentro del sithen. Me di la vuelta y miré a Doyle, y encontré la respuesta que más deseaba. El anillo palpitó, y el olor de rosas llenó el aire.

Me giré hacia Frost. Un niño se sentaba a su lado, tranquilo, y demasiado solemne. No, Diosa, no, no así. Incluso la maravilla de un niño, de gemelos, no podía hacer de la pérdida de Frost un trato justo. Yo no conocía a estos niños fantasma aún. Yo no los había sostenido. Yo no conocía sus sonrisas. Yo no conocía lo suave que era su pelo, o lo dulce que olía su piel. Ellos no eran reales todavía. Frost era real. Frost era mío, y habíamos concebido un niño.

– Diosa, por favor -susurré.

De reojo, vi a Rhys moverse y al niño que llegaba hasta él, pasándole por encima una mano fantasma. Rhys lo percibió, tratando de ver lo que lo había tocado. No era correcto. Tenía a dos niños dentro de mí, no tres.

Pero no por mucho tiempo, a menos que… fui hacia Frost. Galen me cogió en sus brazos, y el anillo palpitó con bastante fuerza como para hacer que me tambaleara. Cuatro padres para dos bebés. Esto no tenía ningún sentido. Yo no había tenido relaciones sexuales completas con Galen desde hacía más de un mes, porque estuvimos de acuerdo en que él sería un mal rey. Él y Kitto habían sido los únicos que me habían dejado complacer mi inclinación por el sexo oral para contentar mi corazón. Pero una no podía quedarse embarazada así.

El olor a rosas se hizo más fuerte. Y por lo general eso significaba un sí. No es posible, pensé.

Soy la Diosa, y tú te estás olvidando de tu historia.

– ¿Qué historia estás olvidando? -preguntó Galen.

Alcé la vista hacia él.

– ¿Tú lo oíste?

Él asintió.

– La historia de Ceridwen.

Él me miró ceñudo.

– No lo entiendo… -Entonces la comprensión se reflejó en su rostro. Mi Galen, con sus pensamientos tan fáciles de leer en su hermosa cara-. Quieres decir…

Asentí.

Él frunció el ceño.

– Pensaba que Ceridwen se quedó embarazada por comer un grano de trigo y Etain nació porque alguien se la tragó cuando era una mariposa, según la mitología. Una mujer no puede quedarse embarazada por tragar algo.

– Tú oíste lo que ella dijo.

Él tocó mi estómago a través de la seda del vestido. Una sonrisa se extendió a través de su cara. Resplandeció de la alegría, pero yo no podía unirme a él.

– Frost es padre, también -dije.

La alegría de Galen se atenuó como una vela puesta detrás de un cristal oscuro.

– Oh, Merry lo siento.

Sacudí la cabeza, y me aparté de él. Fui a arrodillarme al lado de Frost. Rhys estaba a su otro lado.

– ¿Te oí correctamente? ¿Frost habría sido tu rey?

– Uno de ellos -dije. No tenía ganas de explicarle a Rhys que de alguna forma, también le había tocado el gordo. Era demasiado confuso. Demasiado abrumador.

Rhys puso sus dedos contra el lado del cuello de Frost. Apretó contra su piel. Inclinó la cabeza, su pelo cayendo como una cortina para esconder su rostro. Una lágrima brillante cayó sobre el pecho de Frost.

El azul del tatuaje de ciervo parpadeó más brillante, como si la lágrima hubiera hecho que la magia llameara más intensamente. Toqué la señal, y esto la hizo brillar más aún. Puse mi mano en su pecho. Su piel estaba todavía caliente. La señal del ciervo llameó de color azul alrededor de mi mano.

Recé.

– Por favor, Diosa, no me lo arrebates, no ahora. Déjale conocer a su hijo, por favor. Si he tenido alguna vez tu gracia, devuélvemelo.

Las llamas azules llamearon brillantes, cada vez más brillantes. No quemaban, pero se sentían como si fueran eléctricas, punzantes… justo al filo del dolor. El resplandor era tan brillante que yo ya no podía ver su cuerpo. Podía sentir los lisos músculos de su pecho, pero no podía ver nada excepto el azul de las llamas.

Noté la piel bajo mi mano. ¿Piel? Ya no estaba tocando a Frost. Había algo más dentro de aquel brillo azul. Algo con pelo y que no tenía forma de hombre.

La forma se puso en pie, y se hizo tan alta que yo no podía tocarla. Doyle estaba detrás de mí, cogiéndome en sus brazos, recogiéndome del suelo. El fuego azul se extinguió, y un enorme ciervo blanco se erguía frente a nosotros. Mirándome con ojos grises y plata.

– Frost -dije, extendiendo la mano, pero él corrió. Corrió por la vasta extensión de mármol hacia las lejanas ventanas. Corrió como si la superficie resbaladiza no fuera un obstáculo para sus pezuñas. Corrió como si fuera ingrávido. Pensé que chocaría contra el cristal, pero las puertas de un balcón que nunca había estado allí antes se abrieron para que el gran ciervo pudiera salir corriendo hacia la nueva tierra que se extendía más allá.

Las puertas se cerraron tras él, pero no desaparecieron. Por lo visto, la habitación era flexible todavía.

Me giré en los brazos de Doyle para poder verle la cara. Era él quien miraba a través de sus ojos, no el Consorte.

– Es Frost…

– Él es el ciervo -dijo Doyle.

– ¿Pero esto significa que él, como Frost, se ha ido?

La mirada en su cara oscura fue suficiente.

– Él se ha ido -dije.

– No se ha ido, pero ha cambiado. Si volverá a ser otra vez el hombre que conocíamos, sólo la Deidad lo sabe.

Él no estaba muerto, no exactamente. Pero estaba perdido para mí. Perdido para nosotros. No sería un padre para el niño que habíamos concebido. Nunca volvería a estar en mi cama.

¿Qué había rogado yo? Que volviera a mí. ¿Si yo lo hubiera pedido de forma diferente se habría transformado también en un animal? ¿Habían sido mis palabras incorrectas?

– No te culpes -dijo Doyle-. Donde hay vida de cualquier clase hay siempre esperanza.

Esperanza. Era una palabra importante. Una palabra buena. Pero en aquel momento, no me pareció suficiente.

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