CAPÍTULO 24

– NO ME IMPORTA A CUÁNTOS GALLYTROTS LLAMES CON TU magia -dijo Ash-. Juraste que estarías con nosotros, y no lo has hecho -dijo mientras caminaba por la habitación, con sus manos tirando de su corto pelo rubio como si se lo fuese a arrancar.

Holly se sentaba en el gran sofá blanco con el gallytrot acostado boca arriba sobre su regazo, o al menos tan en su regazo como era posible, lo que significaba que el perro llenaba una gran parte del enorme sofá. Holly acarició a contrapelo el pecho y la barriga del can. Holly, el del carácter ardiente, parecía estar más relajado de lo que yo lo había visto jamás.

– El sexo era para poder recuperar nuestros poderes. Ella nos ha devuelto el poder.

– No un poder sidhe -dijo Ash, acercándose hasta detenerse delante de su hermano.

– Prefiero ser trasgo -dijo Holly.

– Yo prefiero ser el rey de los sidhe -dijo Ash.

– La princesa os ha dicho que está embarazada -dijo Doyle.

– Has llegado demasiado tarde a la fiesta -dijo Rhys.

– ¿Y de quién es la culpa? -preguntó Ash, acercándose a mí-. Si sólo te hubieras acostado con nosotros hace un mes, entonces habríamos tenido una oportunidad.

Levanté la mirada hacia él, demasiado entumecida como para reaccionar a su cólera y desilusión. Alguien me había envuelto en una manta. Me acurruqué en ella, helada. Con un frío que yo sabía y podía curar. Era tan gracioso, Frost se había ido y yo le lloraba soportando el frío.

Había respuestas diplomáticas que yo podría haber dado. Había muchas cosas que podría haber dicho, pero simplemente no me importaba. No me importaba lo suficiente como para decir algo.

Levanté la mirada hacia él. Galen se dejó caer en el sofá a mi lado. Me rodeó los hombros con su brazo. Me acurruqué contra él. Dejé que me sostuviera. Él había estado entre los hombres a los que Doyle había llamado a la sala de estar, para que estuvieran en guardia por si la cólera de Ash superaba su sensatez. La cólera del trasgo había sido tan grande que Doyle y Rhys todavía estaban en tensión. Querían estar preparados y alertas en el caso de que este… Ah… tan sensato hermano perdiera la cabeza.

Galen me sostuvo, más cerca ahora, pero no era por miedo a Ash. Pienso que él tenía miedo de lo que yo pudiera hacer. Tenía razón en tener miedo, porque yo me sentía inconmovible. No sentía nada.

– Vuestro rey, Kurag, es feliz con el nuevo poder que ha vuelto a los Gorras Rojas -le dije-. Está extático de alegría por los gallytrots. Y cuando tu rey está feliz, guerrero, se supone que tú eres feliz por su alegría. -Mi voz pareció fría, pero no vacía. Había en mi voz un filo de cólera como un hilo carmesí en un campo blanco.

– Cierto, si fuéramos sidhe, pero somos trasgos, y los reyes son cosas frágiles.

Galen se acercó un poco más a mí. Yo leía su mente, y sabía que el trasgo lo hacía, también. Él me protegería con su cuerpo. Pero ésta no era esa clase de lucha.

– Kurag es nuestro aliado. Si él muere, el tratado entre nosotros muere con él.

– Sí -dijo Ash-. Así es.

Me reí, y fue una risa desagradable. La clase de risa que dejas escapar porque no puedes llorar todavía.

El sonido asustó a Ash, que retrocedió un paso. Ninguna cólera habría conseguido tal reacción, excepto la risa y él no lo entendía.

– Piensa antes de amenazar, trasgo. Si Kurag muere, entonces estamos obligados a vengarlo por honor -dije.

– La corte oscura tiene prohibido interferir directamente en la línea de sucesión de sus cortes secundarias -dijo Ash.

– Ése es un trato que ha hecho la Reina del Aire y Oscuridad. Yo no soy mi tía. No he acordado nada que pueda limitar mis poderes.

– Tus guardias son grandes guerreros, pero no pueden prevalecer contra la fuerza combinada de los trasgos -dijo Ash.

– Como no estoy ligada por el acuerdo de mi tía, tampoco estoy ligada por las reglas de los trasgos.

Ash pareció inseguro, como si pensara en lo que yo había dicho, pero no lo entendiera aún.

Fue Holly quien lo dijo…

– ¿Qué harás, Princesa, enviar a tu Oscuridad para matarnos? -Él todavía acariciaba al enorme perro, pero su cara ya no era simplemente feliz. Sus ojos rojos me contemplaron con una intensidad e inteligencia que yo no había visto antes en él. Era una mirada que se veía más a menudo en la cara de su hermano.

– Él no es ya simplemente mi Oscuridad. Él será el rey. -Al final había sucedido lo que yo había esperado.

– Esa es otra cosa que no tiene sentido -dijo Ash. Él señaló a Doyle. -¿Cómo puede ser él el rey y el padre de tu niño, y él -dijo señalando a Rhys, -y también él? -señalando por último a Galen. -A menos que tengas una camada entera, Princesa Meredith, no puedes tener a tres padres para un niño.

– Cuatro -dije.

– Quién… -Entonces una idea cruzó su rostro junto a un primer atisbo de precaución.

– El Asesino Frost -dijo Holly.

– Sí -dije, y mi voz volvió a sonar vacía. Mi pecho realmente dolía. Yo había oído la frase con el corazón roto, como nunca lo había tenido antes. Había estado cerca, pero nunca así. La muerte de mi padre me había destruido. La traición de mi prometido me había aplastado. Un mes atrás, cuando pensé que había perdido a Doyle en la batalla, creí que mi mundo se terminaría. Pero hasta ahora, yo no había sabido realmente lo que era la desolación.

– No puedes tener a cuatro padres para dos niños -insistió Ash, pero se había calmado un poco. Era casi como si pudiera ver mi dolor por primera vez. No pensé que le preocupara que yo sintiera dolor, pero le hizo ser más cauteloso.

– Eres demasiado joven para recordar a Clothra -dijo Rhys.

– He oído la historia, todos hemos oído la historia, pero era sólo eso, una historia -dijo Ash.

– No -dijo Rhys-, no lo era. Ella tuvo un sólo niño, hijo de todos sus hermanos. El niño llevaba la marca de cada uno de ellos. El muchacho llegó a ser el rey supremo. Lo llamaron Lugaid Riab nDerg, el de las rayas rojas.

– Yo siempre pensé que las rayas a las que se refería el nombre eran una especie de marca de nacimiento -dijo Galen.

La profunda voz de Doyle llenó el cuarto, y contenía un eco de carácter divino.

– He visto que la princesa tendrá dos niños. Ellos tendrán a tres padres cada uno, igual que el hijo de Clothra.

– No intentes utilizar tu magia sidhe conmigo -dijo Ash.

– No es magia sidhe, es la magia de Dios, y las mismas Deidades sirven y son servidas por todas las hadas -dijo Doyle.

Mis reflejos eran más lentos de lo normal, pero finalmente pude entender bastante lo que él dijo, para preguntar…

– ¿Tres padres cada uno? ¿Tú, Rhys, Galen, Frost, y quién más?

– Mistral y Sholto.

Me quedé mirándolo.

– Pero eso fue hace un mes -dijo Galen.

– Hace un mes -dijo Doyle-, ¿y recuerdas qué hicimos esa noche cuando llegamos de regreso a Los Ángeles?

Galen pareció pensar en ello, entonces dijo…

– Ah -dijo, besándome en la coronilla-. Pero en mi relación con Merry no hubo penetración. Todos habíamos estado de acuerdo en que yo sería un pésimo rey. El sexo oral no te deja embarazada.

– Niños -dijo Rhys-, la magia salvaje de las hadas estaba desatada esa noche. Yo todavía era Cromm Cruach, con la capacidad de curar y matar con sólo un roce. Merry había devuelto la vida a los jardines muertos con Mistral y Abe. Y ella había llamado a la jauría salvaje con Sholto. La magia era salvaje esa noche. Todos fuimos tocados por ella. Las reglas cambian cuando esa clase de magia se libera.

– Tú fuiste quien comenzó el sexo cuando llegamos a casa, Rhys. ¿Sabías que eso podría pasar? -preguntó Galen.

– Yo era Cromm Cruach de nuevo, un Dios otra vez. Quise sentir a Merry bajo mí mientras yo era todavía… -Rhys levantó sus manos como si él no pudiera sólo describirlo con palabras.

– Yo era feliz porque todos estábamos vivos -dije, y mi corazón se contrajo con más fuerza, como si realmente se fuese a romper. La primera caliente y dura lágrima se deslizó de mi ojo.

– Él no está muerto, Merry -dijo Galen-. No realmente.

– Él es un ciervo, y no importa lo mágico y maravilloso que sea, él no es mi Frost. No puede abrazarme. No puede hablarme. Él no es…

Me levanté, dejando la manta caer al suelo.

– Necesito aire. -Comencé a ir hacia el lejano vestíbulo que me conduciría al interior de la casa y finalmente al patio de atrás. Galen se dispuso a seguirme.

– No -dije-. No. Sólo no. -Seguí andando.

Doyle me paró en la entrada.

– Debes terminar esta conversación con nuestros aliados trasgos.

Asentí, luchando para no derrumbarme completamente. Yo no podía permitirme parecer tan débil delante de los trasgos. Pero parecía como si me asfixiase, tenía que ir a algún sitio donde pudiese respirar. A algún sitio donde pudiese derrumbarme.

Comencé a ir por el pasillo a un paso rápido. Mis sabuesos estaban de repente a mi lado. Comencé a correr y ellos saltaron conmigo. Necesitaba aire. Necesitaba luz. Necesitaba…

Oí voces detrás mío, de mi guardia, diciendo…

– Princesa, no deberías estar sola…

El vestíbulo cambió a un vestíbulo diferente. Yo estaba de repente fuera del comedor. Sólo el mismo sithen era capaz de moverse obedeciendo a mis deseos.

Estuve allí durante un momento tras las grandes puertas dobles, preguntándome lo que estábamos haciéndole a la casa de Maeve. ¿La casa era ahora un sithen? ¿Era ahora la casa entera parte del sithen? No tenía respuestas, pero más allá de esas puertas que nunca habían estado allí antes se veía el aire, y la luz, y yo lo necesitaba.

Abrí las puertas. Caminé con cuidado por el mármol debido a los tacones que me había puesto para complacer a los gemelos. Pensé en quitarme los zapatos, pero quería estar fuera primero. Las uñas de los perros repiqueteaban sobre el suelo. Los Gorras Rojas se pusieron de pie cuando entré.

Luego se arrodillaron todos, hasta Jonty.

– Mi reina -dijo él.

– No soy aún la reina, Jonty -le dije.

Él me sonrió abiertamente, parecía extrañamente inacabado sin sus dientes puntiagudos y su cara más espantosa. No me pareció que fuera realmente él hasta que vi sus ojos. Jonty estaba todavía en allí en aquellos ojos.

Hace mucho tiempo todos los gobernantes eran elegidos por los dioses. Esta es la vieja costumbre. La forma en que tales cosas se suponen que deben ser hechas.

Sacudí la cabeza. Yo nunca había querido menos ser quien gobernara a todas las hadas. El coste, como yo había temido, era terriblemente alto. Demasiado alto.

– Tus palabras son bien intencionadas, pero mi corazón está desconsolado.

– El Asesino Frost no se ha ido.

– Él no me ayudará a criar a su hijo. Es como si se hubiera ido, Jonty. -Comencé a avanzar a través del suelo enorme hacia las puertas lejanas. Las ventanas eran una línea de resplandor. Comprendí con un sobresalto que había sido de noche cuando todo esto comenzó, y era todavía de noche en el exterior de la casa principal, pero por las ventanas se veía un día brillante. La luz del sol se había movido, las sombras habían cambiado sobre el suelo desde la hora en que habían aparecido, pero el tiempo transcurría a un ritmo diferente al del mundo exterior. Era como si las puertas condujeran al corazón de este nuevo sithen. ¿Era éste nuestro jardín? ¿Nuestro corazón del sithen?

Mungo dio un golpe en mi mano. Acaricié su sólida cabeza y examiné aquellos ojos. Aquellos ojos que eran un poco demasiado sabios para ser los de un perro. Minnie se rozó contra mi otra pierna. Ellos me decían del único modo que podían hacerlo que yo tenía razón.

Rhys y Doyle habían dicho que la noche que habíamos concebido a los bebes había sido una noche de magia salvaje, pero esto también era magia salvaje. Esto era la magia de la creación, y era la magia antigua. La magia más antigua inimaginable.

Las puertas se abrieron sin que mi mano se extendiese. La brisa era fresca y caliente al mismo tiempo. Había un olor a rosas.

Traspasé las puertas, que se cerraron detrás de mí y desaparecieron. Esto no me asustó. Yo había querido estar fuera, y los vestíbulos habían cambiado para mí. Dentro del sithen oscuro yo podía llamar a las puertas. No quería una puerta ahora mismo. Quería estar sola. Los perros eran toda la compañía que yo podía soportar. Quería llorar mi pérdida, y aquellos más cercanos a mí estaban demasiado desgarrados entre la felicidad y la pena. Pena por Frost, pero felicidad por ser reyes. Yo no podía aguantar más aquella mezcla de alegría y tristeza. Ya estaría contenta más tarde. Pero por el momento, tenía que dedicarme a otras cosas. Me quedé de pie en el centro de un claro bañado por el sol con los perros a mis costados. Levanté mi cara al calor de aquel sol y dejé que mi control se desmoronara. Me entregué a mi pena, sin manos que me sostuvieran e hicieran feliz. Me abracé a la tierra cubierta por la hierba, a la cálida piel de los perros, y finalmente lloré.

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