CAPÍTULO 2

LOS ABOGADOS DECIDIERON QUE DOYLE Y FROST PODÍAN contestar algunas preguntas generales sobre cómo era ser parte de mi guardia personal, ofrecer alguna idea acerca del ambiente en el cual Rhys, Galen, y Abe habían estado viviendo. Yo no estaba segura de si eso sería de alguna ayuda, pero dado que yo no era abogado, ¿quién era yo para discutirlo?

Doyle se sentó a mi derecha, Frost a mi izquierda. Mis abogados, Farmer y Biggs movieron sus asientos para hacerles sitio.

Shelby consiguió hacer la primera pregunta.

– ¿Y ahora hay dieciséis de ustedes con acceso a la Princesa Meredith para sus, humm, necesidades?

– Si quiere decir para el sexo, entonces sí -dijo Doyle.

Shelby tosió y asintió con la cabeza.

– Sí, quería decir para el sexo.

– Entonces diga lo que quiere decir -dijo Doyle.

– Eso haré. -Shelby se sentó un poco más erguido-. Imagino que debe ser difícil compartir a la princesa.

– No estoy seguro de entender la pregunta.

– Bien, no quisiera ser poco delicado, pero esperar su turno debe ser difícil después de tantos años de abstinencia.

– No, no es difícil esperar.

– Por supuesto que sí -dijo Shelby.

– Está poniendo palabras en boca de los testigos -dijo Biggs.

– Lo siento. Lo que quiero decir, Capitán Doyle, es que después de tantos años de necesidades no satisfechas, debe ser difícil tener relaciones sexuales sólo cada dos semanas más o menos.

Frost se rió, luego se dio cuenta y trató de convertirlo en una tos. Doyle sonrió. Era la primera sonrisa amplia y genuina que había dejado ver desde que las preguntas habían comenzado. El destello blanco de sus dientes en su oscuro, realmente oscuro rostro, era alarmante si no estabas acostumbrado a verlo. Era como si, de repente, una estatua te sonriera.

– No alcanzo a ver el humor que existe en ser obligado a esperar semanas para tener sexo, Capitán Doyle, Teniente Frost.

– Yo no vería ningún humor en eso tampoco -dijo Doyle-, pero cuando el número de hombres aumentó, la Princesa Meredith cambió algunas de las pautas que teníamos asignadas.

– No le sigo -dijo Nelson-, ¿Pautas?

Doyle me miró.

– Quizás sería mejor si lo explicaras tú, Princesa.

– Cuando sólo tenía cinco amantes, parecía razonable hacerles esperar su turno, pero tal como usted ha hecho notar, esperar dos semanas, o más, después de siglos de celibato parecía otra forma de tortura. De modo que cuando el número de hombres aumentó hasta llegar a ser un número de dos dígitos, yo aumenté el número de veces que hago el amor en un día determinado.

No se consigue a menudo ver a tan poderosos y altamente cotizados abogados con el semblante avergonzado, pero yo lo conseguí en ese momento. Se miraban los unos a los otros. Sólo Nelson, de hecho, levantó la mano.

– Yo lo preguntaré, si nadie más va a hacerlo.

Los hombres la dejaron preguntar.

– ¿Cuántas veces hace el amor al día?

– Varía, pero por lo general al menos tres veces.

– Tres veces al día -repitió ella.

– Sí -dije, componiendo para ella una agradable y neutra expresión. Ella se sonrojó hasta las raíces de su pelo rojo. Yo era lo bastante sidhe como para no entender ese rasgo americano de sentirse totalmente fascinado por los temas sexuales y absolutamente incómodos con ellos.

Veducci se recuperó primero, tal como yo había imaginado.

– Incluso a tres veces por día, Princesa Meredith, eso da un promedio de cinco días entre cada sesión de relaciones sexuales para los hombres. Cinco días es mucho tiempo cuando les ha sido negado durante siglos. ¿No podían sus tres guardias haber intentado encontrar algo en qué ocupar su tiempo en medio de la espera?

– Cinco días de espera implica que sólo duermo con un hombre a la vez, Sr. Veducci, y la mayoría de las veces no lo hago.

Veducci me sonrió. Fue una bonita sonrisa, que se reflejó en su mirada y convirtió sus ojeras en arrugas risueñas que decían… aquí hay un hombre que sabía cómo disfrutar de la vida, o que lo había hecho alguna vez. Por un fugaz momento se vio como una versión de sí mismo más joven, menos cansada.

Le sonreí a mi vez, respondiendo a esa alegría.

– Está totalmente cómoda con esta parte del interrogatorio, ¿verdad, Princesa Meredith? -preguntó.

– No me avergüenza nada de lo que he hecho, Sr. Veducci. Las hadas, exceptuando a algunos integrantes de la Corte Luminosa, no ven vergüenza alguna en el sexo, siempre y cuando sea consentido.

– De acuerdo -dijo-. Seguiré con las preguntas. ¿Con cuántos hombres a la vez duerme usted rutinariamente? -Agitó la cabeza mientras preguntaba, como si no pudiera creer lo que estaba preguntando.

– No creo que esto sea apropiado -dijo Biggs.

– Contestaré -dije.

– ¿Está usted… segura?

– Es sexo. No hay nada malo en el sexo. -Sostuve la mirada de Biggs hasta que él apartó la suya. Me volví hacia Veducci-. La media es probablemente de dos a la vez. Creo que el máximo al mismo tiempo ha sido con cuatro. -Miré a Doyle y a Frost-. ¿Cuatro? -dije, convirtiéndolo en una pregunta.

– Eso creo -dijo Doyle.

Frost asintió con la cabeza.

– Sí.

Me volví a los abogados.

– Cuatro, pero dos es el promedio.

Biggs se recuperó un poco.

– Entonces, como pueden ver, señores, señoras, eso da una espera de dos días por sexo, o menos. Hay hombres casados que tienen que esperar más tiempo para que sus necesidades sean satisfechas.

– Princesa Meredith… -dijo Cortez.

– Sí, Sr. Cortez. -dije mirándome en sus ojos marrón oscuro.

Él carraspeó y dijo…

– ¿Nos está diciendo la verdad? Que mantiene relaciones sexuales unas tres veces por día, con un promedio de dos hombres a la vez, y a veces incluso hasta cuatro. ¿Es esto lo que usted quiere que quede reflejado en acta?

– Está sellada -dijo Farmer.

– Pero si esto llega a los tribunales, entonces podría no estarlo. ¿Es esto realmente lo que la princesa quiere que el público sepa sobre ella?

Le miré con el ceño fruncido.

– Esa es la verdad, Sr. Cortez. ¿Por qué debiera molestarme la verdad?

– ¿Honestamente no entiende lo que esta información podría hacerle a su reputación en los medios?

– No entiendo la pregunta.

Él miró a Biggs y a Farmer.

– No digo esto a menudo, pero… ¿su cliente es consciente de que este registro, incluso sellado, puede ser utilizado?

– Lo discutí con ella, pero… Sr. Cortez, la Corte Oscura no ve el sexo del mismo modo que la mayor parte del mundo. Y ciertamente no lo ven igual que la mayoría de los americanos. Mi colega y yo lo aprendimos cuando preparábamos a la princesa y a su guardia para estas conversaciones. Si usted está insinuando que la princesa podría tener más cuidado de lo que confiesa haber hecho con sus hombres, puede ahorrarse el aliento. Ella no se siente en absoluto molesta por nada de lo que ha hecho con cualquiera de ellos.

– No es por traer a colación un asunto doloroso, pero la princesa no se veía muy feliz frente a los medios de comunicación cuando su ex-novio, Griffin, vendió esas fotos Polaroid a la prensa sensacionalista unos meses atrás -dijo Cortez.

Asentí con la cabeza.

– Eso me hirió -dije-, pero porque Griffin traicionó mi confianza, no porque estuviera avergonzada de lo que habíamos hecho. Pensaba que estábamos enamorados cuando se tomaron esas fotos. No hay ninguna vergüenza en estar enamorada, Sr. Cortez.

– Usted es muy valiente, Princesa, o muy ingenua. Si se pudiera aplicar la palabra ingenua a una mujer que tiene sexo con casi veinte hombres con regularidad.

– No soy ingenua, Sr. Cortez. Simplemente no pienso como una mujer humana.

Farmer dijo…

– La acusación hecha por el Rey Taranis de que los tres guardias que él acusó de este delito lo hicieron debido a sus necesidades sexuales no satisfechas es una suposición falsa. Está basada en la propia falta de comprensión del rey de la Corte de su hermana.

– ¿ La Corte de la Oscuridad es tan diferente de la Corte de la Luz cuando se trata de asuntos de sexo? -preguntó Nelson.

– ¿Puedo contestar esta pregunta, Sr. Farmer? -Pregunté.

– Puede.

– Las hadas de la Corte de la Luz tratan de imitar el comportamiento humano. Se quedaron ancladas en algún momento entre los años mil quinientos y mil ochocientos, pero tratan de actuar más como humanos que como miembros de la Corte de la Oscuridad. Muchos de los desterrados a nuestra corte fueron desterrados debido a que simplemente quisieron permanecer fieles a sus naturalezas originales, y no ser civilizados de una manera humana.

– Suena como si diera una conferencia -dijo Nelson.

Sonreí.

– Hice una investigación en el colegio sobre las diferencias entre las dos cortes. Pensé que podría ayudar al profesor y a los otros estudiantes a entender que los de la Corte de la Oscuridad no eran los chicos malos.

– Usted fue la primera hada que asistió al colegio humano en este país -dijo Cortez, moviendo algunos papeles que tenía delante-. Pero no la última. Algunas de las llamadas hadas menores realmente han conseguido licenciaturas desde entonces.

– Mi padre, el Príncipe Essus, pensó que si alguien de la Familia Real iba, entonces nuestra gente podría seguirle. Pensó que aprender, y entender el país en el cual vivimos, era una parte necesaria de la adaptación de las hadas a la vida moderna de aquí.

– Sin embargo su padre nunca la vio asistir a la universidad, ¿verdad? -preguntó Cortez.

– No -dije. Esa única palabra fue seca.

Doyle y Frost extendieron sus manos hacia mí al mismo tiempo. Sus manos encontraron la del otro detrás de mis hombros. El brazo de Doyle se quedó allí. La mano de Frost se movió para cubrir una de las mías donde yo las mantenía sobre la mesa. Ellos reaccionaban a la tensión que percibían en mí, pero eso permitió que todos en el cuarto supieran cuán afectados se sentían por mí cuando se trataba este tema. Ellos no habían reaccionado a la conversación sobre mi ex-novio, Griffin. Creo que todos mis hombres pensaban que habían borrado mis recuerdos de él con sus propios cuerpos. Sentía lo mismo, así que me habían interpretado de manera correcta. Doyle era por lo general un buen juez de mi estado de ánimo. Frost, que tenía sus propios estados de ánimo, se iba familiarizando con el mío.

– Creo que ese tema está cerrado -dijo Biggs.

– Siento si causo angustia a la princesa -dijo Cortez, pero no parecía lamentarlo. Me pregunté por qué había sacado a colación el asesinato de mi padre. Cortez, igual que Shelby y Veducci, me parecían hombres que no hacían nada sin una razón. Yo no estaba segura sobre Nelson y los demás, pero estaba segura de que Biggs y Farmer eran hombres calculadores. ¿Pero qué esperaba Cortez ganar al mencionar la muerte de mi padre?

– Siento causarle angustia, pero tengo realmente una razón para sacar el tema -dijo Cortez.

– No veo qué importancia podría tener esto en el procedimiento -dijo Biggs.

– Nunca detuvieron al asesino del Príncipe Essus -dijo Cortez-. De hecho nadie fue seriamente señalado como sospechoso, ¿es correcto eso?

– Fallamos al príncipe y a la princesa de todas las maneras posibles -dijo Doyle.

– Pero usted no era guardia de ninguno de ellos, ¿verdad?

– No en ese momento.

– Teniente Frost, usted también era parte de los Cuervos de la Reina cuando el Príncipe Essus murió. Ninguno de los actuales guardaespaldas de la princesa era miembro de la Guardia de la Grulla del Príncipe Essus, ¿es eso correcto?

– No es cierto -dijo Frost.

Cortez lo miró.

– ¿Perdón?

Frost miró a Doyle, quien asintió levemente. La mano de Frost se tensó sobre la mía. No le gustaba hablar en público; era una fobia.

– Tenemos media docena de guardias con nosotros aquí en Los Ángeles que una vez fueron parte de las Grullas del Príncipe Essus.

– El rey parece muy seguro de que ninguno de los guardias del príncipe protege a la princesa -dijo Cortez.

– Fue un cambio reciente -dijo Frost. Su mano se apretó sobre la mía hasta que yo utilicé mi mano libre para jugar con mis dedos a lo largo de los suyos. Uno, eso lo consolaría; dos, le impediría olvidar cuán fuerte era y que podía lastimar mi mano, por lo que recorrí con mis dedos la piel blanca y suave de su mano, y comprendí que esto no sólo lo consolaba a él.

Doyle se acercó más a mí de modo que me abrazaba más obviamente. Me incliné en la curva de su brazo, dejando que mi cuerpo se acomodara contra el suyo, mientras seguía acariciando la mano de Frost.

– Todavía no veo ninguna razón para esta línea de interrogatorio -dijo Biggs.

– Estoy de acuerdo -dijo Farmer-. Si tiene más preguntas que sean relevantes para los cargos actuales podríamos considerarlas.

Cortez me miró. Me miró fijamente con toda la intensidad de sus ojos marrón oscuro.

– El rey piensa que la razón de que el asesino de su padre nunca fuera atrapado es que los hombres que investigaron el caso fueron sus asesinos.

Doyle, Frost, y yo nos quedamos muy quietos. Él tenía nuestra atención ahora, realmente la tenía.

– Hable claramente, Sr. Cortez -le dije.

– El rey Taranis acusa a la Guardia del Cuervo del asesinato del Príncipe Essus.

– Usted vio lo que el rey le hizo al embajador. Creo que el nivel de miedo y manipulación habla del estado de ánimo de mi tío en este momento.

– Investigaremos la condición de… del Embajador Stevens -dijo Shelby-, pero no tiene ningún sentido pensar que la razón de que no se haya encontrado ninguna pista sea debido a que los hombres que las buscan sean los mismos que las esconden.

– Nuestro juramento a la reina nos prohibiría hacer daño a su familia, -dijo Doyle.

– ¿Su juramento es proteger a la reina, verdad? -preguntó Cortez.

– Ahora pertenecemos a la princesa, pero el juramento es el mismo, sí.

– El rey Taranis alega que usted mató al Príncipe Essus para impedirle matar a la Reina Andais y apoderarse del trono de la Corte de la Oscuridad.

Los tres nos quedamos mirando a Cortez y a Shelby. La rumorología más oscura daba por sentado el hecho de que la reina había torturado a aquellas personas que simplemente habían insinuado tales cosas. No pregunté si Taranis realmente lo había dicho, porque yo sabía que nadie más en su corte se habría atrevido a desafiar la cólera de la Reina Andais. A cualquier otra persona que no hubiera sido el mismo rey, ella los habría desafiado a un duelo personal por tales rumores.

Andais tenía muchos fallos, yo lo sabía, pero había amado a su hermano. Él la había amado, también. Es por eso que él no la hubiera asesinado y se hubiera apoderado del trono, aunque pensara que él habría sido mejor gobernante. Si él hubiera vivido, y mi primo, el Príncipe Cel, hubiera tratado de apoderarse del trono, mi padre sí podría haber matado a Cel para mantenerlo lejos del trono.

Cel estaba loco, lo digo literalmente, y era un sádico sexual que hacía que Andais pareciera afable y dulce. Mi padre había temido que la Corte de la Oscuridad quedara en las manos de Cel. Yo lo temía ahora. Salvar mi vida y las vidas de aquellos que amaba, y mantener a Cel lejos del trono eran los motivos por los que todavía intentaba ser reina.

Pero no estaba embarazada, y quienquiera que me dejara embarazada se convertiría en rey y me convertiría en reina. Yo había comprendido sólo un día antes que lo habría dejado todo para estar con Frost y Doyle, incluido el ser reina, si no fuera por una cosa: mantener a estos dos hombres conmigo podría requerir que yo dejara de lado mis derechos de nacimiento. Y yo era demasiado la hija de mi padre como para permitir que Cel se hiciera cargo de nuestra gente. Pero la pena en mí aumentaba.

– ¿Tiene una respuesta a esa acusación, Princesa Meredith?

– Mi tía no es perfecta, pero amaba a su hermano. Creo eso con todo mi corazón. Si ella descubriera quién lo mató, su furia daría lugar a toda clase de pesadillas. Ninguno de sus guardias se habría atrevido a tal cosa.

– ¿Está segura de esto, Princesa?

– Creo que podría querer preguntarse, Sr. Cortez, Sr. Shelby, lo que el Rey Taranis espera ganar con esta acusación. De hecho, podría preguntarse lo que él podría haber ganado con la muerte de mi padre.

– ¿Acusa al rey del asesinato de su padre? -preguntó Shelby.

– No, simplemente digo que la Corte de la Luz nunca ha sido amiga de la familia de mi padre. Por otra parte, cualquiera de los guardias de la reina que hubiera matado a mi padre se habría ganado una muerte bajo tortura. Creo que si el Rey Taranis hubiera tenido una razón plausible para asesinarlo, recompensaría a su propia guardia para llevarlo a cabo.

– ¿Por qué mataría él al Príncipe Essus?

– No lo sé.

– ¿Cree que él está detrás del asesinato? -preguntó Veducci. Aquella aguda mente estaba toda allí, reflejada en esos ojos.

– No hasta ahora.

– ¿Qué quiere decir con eso, Princesa? -preguntó él.

– Quiero decir que no puedo ver lo que el rey espera ganar con la acusación contra mi guardia. No tiene sentido, y me hace preguntarme cuáles son sus verdaderos motivos.

– Él procura separarla de nosotros -dijo Frost.

Lo miré, estudiando ese rostro hermoso y arrogante. Yo sabía ahora que la fría arrogancia era la máscara que utilizaba cuando estaba nervioso.

– ¿Separarme de vosotros, cómo?

– Si él pudiera imbuir tan horrible duda en tu mente… ¿confiarías alguna vez en nosotros otra vez?

Miré la mesa, su pálida mano sobre la mía, mis dedos contra su piel.

– No, no lo haría.

– Si piensas en ello -continuó Frost-, la acusación de violación también implica hacerte dudar de nosotros.

Asentí con la cabeza.

– Tal vez, pero… ¿con qué objetivo?

– No lo sé.

– A menos que haya perdido por completo el sentido común -dijo Doyle-, él persigue un objetivo con todo este asunto. Pero admito que no veo lo que podría reportarle a él. No me gusta esto de estar profundamente involucrados en un juego y no saber a qué estamos jugando.

Doyle dejó de hablar, y miró a través de la mesa a los abogados.

– Perdónennos, por favor. Durante un momento hemos olvidado dónde estábamos.

– ¿Cree que se trata de alguna clase de juego político de la corte? -preguntó Veducci.

– Sí -dijo Doyle.

Veducci miró a Frost.

– ¿Teniente Frost?

– Estoy de acuerdo con mi capitán.

Por último me miró.

– ¿Princesa Meredith?

– Oh, sí, Sr. Veducci, independientemente de lo que hagamos, seguramente son juegos de corte.

– El tratamiento que ha recibido el Embajador Stevens me hace comenzar a preguntarme si estamos siendo utilizados aquí -dijo Veducci.

– ¿Dice usted, Sr. Veducci -dijo Biggs-, que comienza a dudar de la validez de los cargos hechos contra mis clientes?

– Si averiguo que sus clientes hicieron aquello de lo que han sido acusados, haré todo lo posible para castigarlos con la mayor condena que la ley permita, pero si estos cargos resultan ser falsos, y el rey ha tratado de usar la ley para dañar a un inocente, haré todo lo posible por recordar al rey que en este país se supone que nadie está por encima de la ley. -Veducci sonrió otra vez, pero esta vez no fue una sonrisa feliz. Era la de un predador. Esa sonrisa fue suficiente; yo sabía a quién temía más al otro lado de la mesa. Veducci no era tan ambicioso como Shelby y Cortez, pero era mejor. Él realmente creía en la ley. Realmente creía que el inocente debía ser protegido, y el culpable castigado. No muy a menudo se ve una fe tan pura en abogados que han pasado más de veinte años en el ejercicio de su profesión. Tenían que dejar de creer en la ley para sobrevivir como abogados. Pero de alguna manera, Veducci había mantenido la fe. Él creía, y tal vez, sólo tal vez, comenzaba a creer en nosotros.

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