CAPÍTULO 15

ESTABA LISTA PARA ACOSTARME, PODER DESCANSAR Y relajarme un poco. Prometía ser una larga noche. Pero tenía prohibido quedarme sola. Ni siquiera para dormir. Entre la traición de Taranis y con la Reina Andais que ahora era capaz de mirar en el espejo a voluntad, Rhys y Frost simplemente no estaban dispuestos a arriesgarme dejándome sola. Yo no podía discutir con ellos, por lo que ni siquiera lo intenté. Así que comencé a desnudarme para luego meterme entre las sábanas.

Si hubieran sido Doyle y Frost ambos se hubiesen quedado, y podríamos haber dormido o podríamos haber hecho algo más activo. Pero Rhys y Frost nunca me habían compartido, ni siquiera para dormir. Hubo un momento de torpeza cuando me desnudé y ellos se miraron el uno al otro.

Fue Rhys quien dijo finalmente…

– Quiero tener sexo contigo antes que lleguen los trasgos esta noche, pero he visto esa mirada en el rostro de Frost antes.

– ¿Qué mirada? -preguntó Frost, pero yo no pregunté, porque podía verla, y la había visto antes. La necesidad de Frost y la incertidumbre se reflejaban claras en sus ojos, en las líneas de su boca.

– Quiero sexo -dijo Rhys-, pero tú necesitas tranquilidad, y eso toma más tiempo.

– No sé lo que quieres decir -dijo Frost con voz fría. Su rostro era la arrogancia suprema otra vez, ese momento de incertidumbre escondido detrás de años de vida en la corte.

Rhys sonrió.

– Está bien, Frost. Lo entiendo, realmente lo hago.

– No hay nada que entender -dijo Frost.

Me deslicé desnuda bajo las sábanas, casi demasiado cansada como para preocuparme de quién ganaba la conversación. Me acomodé contra las almohadas y esperé a que uno de ellos se metiera en la cama conmigo. Estaba tan cansada, tan abrumada por todos los acontecimientos del día que no parecía importarme quién durmiera a mi lado, mientras alguien lo hiciera.

– Doyle no sólo es tu capitán, Frost. Habéis sido la mano derecha el uno del otro durante siglos. Sientes su falta.

– Todos sentimos la falta de él sano a nuestro lado -dijo Frost.

Rhys asintió con la cabeza.

– Sí, pero sólo tú y Merry sentís su pérdida tan profundamente.

– No te entiendo -dijo Frost.

– Está bien -dijo Rhys. Me miró. La mirada me preguntaba… ¿Tú lo entiendes? Creí que lo hacía.

– Ven a acostarte, Frost. Duerme conmigo -dije dando palmaditas en la cama.

– Doyle me dijo que te cuidara hasta que él fuera capaz de hacerlo.

Me reí del rostro que intentaba permanecer en blanco y fallaba por los pelos.

– Entonces ven a acostarte y cuídame, Frost.

– Me prometiste sexo, y voy a cobrarte la palabra -dijo Rhys.

Frost vaciló hacia la cama.

– Nunca hemos compartido a la princesa.

– Y no vamos a hacerlo ahora -dijo Rhys-. Compartiré algunas veces con los hombres más nuevos porque a Merry le gusto más yo que ellos. -Él sonrió, y le devolví la sonrisa. Entonces su cara se ensombreció, y hubo algo demasiado serio en su rostro-. Pero no podría compartirla contigo y ver como se siente ella respecto a ti. Sé que ella te ama más, a ti y a Doyle, pero no deseo que el hecho sea frotado sobre mi cuerpo como sal sobre una herida.

– Rhys… -le dije.

Él sacudió la cabeza, y levantó una mano hacia mí.

– No trates de salvar mi ego. Tendrías que mentir para hacerlo, y los sidhe no mienten.

Fue Frost quién dijo…

– Rhys, no quiero causarte dolor.

– No puedes ayudar siendo quien eres, y ella no puede hacer como que ayuda amándote a ti. Traté de odiarte por eso, pero no puedo. Si la dejas embarazada, y termino volviendo con Andais, entonces te odiaré, pero hasta entonces, trataré de compartir con un poco de gracia.

Quise decir algo que lo hiciera sentir mejor, ¿pero qué podía decir? Rhys tenía razón; cualquier palabra de consuelo habría tenido que ser una mentira.

– No te menosprecio a propósito, mi Caballero Blanco -dije.

Rhys sonrió.

– Ambos somos igualmente pálidos, mi princesa. Sabíamos al entrar en esto que sólo un hombre puede ser rey. Pese a ello… creo que Doyle y Frost harían un buen par dirigente para ti. Es terrible que incluso entre La Oscuridad y el Asesino Frost tenga que haber un ganador y un perdedor.

Con esto, Rhys se marchó, cerrando la puerta detrás de nosotros. Oí que les hablaba a los perros, que debían de haber estado esperando fuera ante la puerta. No dejábamos entrar a los perros mientras hablábamos con Andais porque ella los había tocado y ellos no se habían transformado en perros especiales para ella. La magia no la reconocía, y ella se resentía. Frost temía que la falta de un perro para él significara que no era lo bastante sidhe. Andais simplemente odiaba el hecho de que el poder que estaba retornando parecía no reconocerla. Ella era la reina, y todo el poder de su corte debería haber sido suyo, pero no parecía funcionar de esa forma.

Casi le grité a Rhys que dejara entrar a los perros, pero no lo hice, porque eso sería un recordatorio para Frost de lo que le faltaba. La puerta se cerró suavemente, pero con firmeza, y me quedé alzando la vista hacia el hombre que se había quedado.

Frost se quitó la chaqueta del traje, y en el momento en que lo hizo pude ver todas las armas que llevaba. Había muchas armas y hojas de acero, porque él siempre iba armado para la guerra. Conté cuatro pistolas y dos dagas en la parte delantera de su armadura de cuero. Habría más, porque siempre había más armas de las que el ojo podía encontrar en el Asesino Frost.

– Sonríes. ¿Por qué? -preguntó él suavemente. Comenzó a deshacer las hebillas que sostenían el cuero en su lugar.

– Te preguntaría contra qué ejército habías planeado luchar hoy con tantas armas, pero sé lo que temías.

Él se quitó las armas con cuidado y las puso en la mesita de noche. El armamento sobre la madera poseía un intenso potencial de destrucción.

– ¿Dónde pusiste tu arma? -preguntó Frost.

– Está en el cajón de la mesita de noche.

– ¿Te la quitaste tan pronto como entraste en este cuarto, verdad?

– Sí -dije.

Él fue hacia el armario y colgó la chaqueta en un colgador. Comenzó a desabotonarse la camisa dándome la espalda.

– No entiendo por qué hiciste eso.

– Uno, un arma realmente no es cómoda. Dos, si yo hubiera necesitado mi arma en este dormitorio, eso significaría que todos vosotros estabais muertos. Si eso pasara, Frost, un arma en mis manos no me salvaría.

Él se giró con la camisa desabotonada hasta la cintura. Sacó el resto fuera de sus pantalones. Y, cansada como estaba, viéndolo sacar la camisa de sus pantalones, mirándolo desabrochar los pocos botones, hizo que mi pulso se desbocara un poco.

Su piel era una línea de blancura contra la tela un poco menos blanca. Deslizó la camisa sobre sus hombros, exponiendo su musculosa fuerza centímetro a centímetro. Él había aprendido que a veces mirar cómo se desnudaba lentamente ayudaba a que mi apetito por él aumentara.

Puso su camisa en un colgador vacío, incluso abrochando el cuello de modo que quedara colgando recta y no se arrugara. Pero al hacer eso, me permitió ver la larga línea de su espalda y hombros. Había colocado todo su cabello plateado sobre un hombro, de modo que la musculosa suavidad de su espalda fuera un espectáculo libre.

Había veces en que mirarlo colgar su ropa casi me volvía loca y me llevaba a hacer pequeños ruidos impacientes antes de que él estuviera listo para venir a acostarse. Hoy no sería uno de esos días. La vista era encantadora como siempre, pero estaba cansada, y no me sentía bien del todo. En parte era por la pena y el shock, pero también el conocimiento fastidioso de que tenía frío o estaba incubando un virus. Frost nunca había tenido frío. Nunca había tenido que sorberse los mocos.

Él se dio vuelta para mirarme, sus manos deslizándose alrededor de la pretina de sus pantalones. Había tenido que desabrocharse el cinturón antes de quitarse el aparejo de armas. Debía estar más cansada de lo que creía para haberme perdido el momento en que destrababa su cinturón.

Comenzó con el primer botón de sus pantalones, y yo rodé sobre mí misma. Rodé hasta que mi cara estuvo sepultada en la almohada y no podía mirarlo. Era demasiado hermoso para ser verdadero. Demasiado asombroso para ser mío.

Sentí movimiento en la cama, y supe que estaba en la cama conmigo.

– ¿Merry, qué pasa? Creí que disfrutabas mirándome.

– Lo hago -dije, aún sin mirarlo. Cómo hacía para explicarle que tenía uno de esos raros momentos en que mi mortalidad parecía demasiado verdadera y su inmortalidad un recordatorio demasiado grande.

– ¿No soy suficiente para complacerte sin Doyle a mi lado?

Eso me hizo darme la vuelta y mirarlo. Él estaba sentado en el borde de la cama, con una pierna y la rodilla vueltas hacia mí. Sus pantalones se abrían allí donde él había soltado los botones, pero no la cremallera, su cinturón enmarcando el trabajo sin hacer. Estaba un poco inclinado, de modo que los finos músculos y las líneas de su estómago se marcaban. Tenía que elegir entre bajar la mirada a su regazo y lo que sabía que todavía estaba cubierto por sus pantalones, o subirla a la belleza de su pecho, hombros y rostro. De estar de otro humor yo la habría bajado, pero a veces un hombre necesita que le prestes atención a cosas por encima de la cintura antes de moverte más abajo.

Me senté, manteniendo la colcha delante de mis pechos, porque conmigo desnuda a veces Frost se olvidaba de escuchar, y quería que él me oyera.

Estaba allí sentado, con su pelo desparramado como un fuego plateado alrededor de su piel desnuda. No iba a mirarme, aunque yo sabía que él podía notar el movimiento de la cama mientras avanzaba poco a poco para poder tocar su brazo.

– Frost, te amo.

Sus ojos grises se elevaron una vez, luego volvieron a contemplar sus grandes manos que descansaban en su regazo.

– ¿Me amas sin el cuerpo de Doyle a mi lado?

Mi mano apretó su brazo mientras intentaba pensar qué decir. Ciertamente era una conversación que no había esperado tener. Realmente amaba a Frost, pero no siempre amaba sus estados de ánimo.

– Te encuentro tan deseable ahora como lo hice esa primera noche.

Él me recompensó con una pequeña sonrisa.

– Fue una noche muy buena, pero has evitado contestar mi pregunta -dijo mirándome fijamente-. Lo cual es respuesta suficiente -Comenzó a levantarse, y presioné mi mano en su brazo, no forzándolo, sino tratando de mantenerlo donde estaba. Él me dejó mantenerlo sentado en la cama aunque era más fuerte de lo que yo sería nunca. Y entonces, de nuevo esa nota de tristeza.

Suspiré, e intenté soslayar su humor y el mío para encontrar algo mejor.

– ¿Es porque me giré y no te miré mientras te desnudabas?

Asintió con la cabeza.

– No me siento bien. Creo que tengo un resfriado.

Él me miró sin comprender.

– ¿Recuerdas que algunos de vosotros pensasteis que lo que sucedió dentro del sithen me había convertido en inmortal como el resto de vosotros?

Él asintió con la cabeza otra vez.

– Si ahora tengo un resfriado quiere decir que no fue así. Todavía soy mortal.

Él puso su mano sobre la mía donde la tenía sobre su brazo.

– ¿Por qué eso te haría apartar la mirada de mí?

– Te amo, Frost, pero amarte significa que tendré que mirarte mientras te mantienes joven, hermoso y perfecto mientras yo envejezco. Este cuerpo que amas no permanecerá así. Envejeceré y conoceré la muerte, y me veré obligada a mirarte cada día y saber que no lo entiendes. Cuando sea muy vieja, todavía te quitarás la ropa y serás tan hermoso como lo eres ahora.

– Siempre serás nuestra princesa -dijo, y su rostro demostraba que él intentaba entender.

Alejé mi mano y me eché atrás sobre la cama, mirando su rostro imposiblemente encantador. Las lágrimas ardían detrás de mis ojos y se agolpaban en mi garganta, de modo que podía ahogarme de pena. Con todo lo que había pasado hoy, todo lo que había salido mal, todo el peligro a nuestro alrededor, y yo estaba a punto de llorar porque los hombres que amaba permanecerían siempre tan hermosos como lo eran hoy, pero yo no lo haría. No era la muerte lo que temía, realmente, era la lenta decadencia. ¿Cómo había hecho el marido de Maeve Reed para seguir mirándola permanecer igual mientras él envejecía? ¿Cómo sobreviven el amor y la cordura a tal situación?

Frost se inclinó hacia mí, y sus hombros eran tan amplios que su cabello se dispersó alrededor de mí como una brillante tienda de campaña, una cascada atrapada en medio de su movimiento destellando en la débil luz de mi cuarto.

– Eres joven y hermosa esta noche. ¿Por qué piensas en esas tristezas cuando están lejos, y yo estoy aquí mismo? -Él susurró las últimas palabras encima de mis labios, y terminó con un beso.

Lo dejé besarme, pero no lo besé en respuesta. ¿No lo entendía? De acuerdo, por supuesto que no lo hacía. ¿Cómo podría? O… o…

Empujé una mano contra su pecho y conseguí espacio suficiente para examinar su cara.

– ¿Has amado a alguien y la has visto envejecer?

Él se recostó repentinamente y no me miró. Rodeé con mi mano su muñeca tanto como pude. Era demasiado grande para poder rodearla del todo.

– ¿Lo has hecho, verdad? -Pregunté.

Él no me miraba, pero finalmente asintió con la cabeza.

– ¿Quién, cuándo? -Pregunté.

– La vi a través del cristal de una ventana cuando no era Asesino Frost, sino sólo Frost. Yo sólo era la escarcha convertida en algo vivo por las creencias de la gente y la magia del mundo de las hadas. -Él me miró, y había incertidumbre en esa mirada-. Tú me observaste en una visión una vez, viste lo que era antes.

Asentí con la cabeza. Lo recordaba.

– Fuiste a su ventana como Jack Frost -dije.

– Sí.

– ¿Cuál era su nombre?

– Rose. Tenía rizos de oro y ojos como un cielo de invierno. Ella me vio en la ventana, me vio y trató de decirle a su madre que había un rostro en la ventana.

– Ella tenía la segunda vista -dije.

Él asintió con la cabeza.

Casi lo dejé estar, pero no pude. Simplemente no podía.

– ¿Qué sucedió?

– Ella siempre estaba sola. Los otros niños parecían sentir que ella era diferente. Y ella cometió el error de contarles las cosas que podía ver. La llamaron bruja, y a su madre también. No tenía padre. Según lo que hablaban los aldeanos entre ellos, nunca había tenido un padre. Los oía mientras dibujaba con escarcha en sus casas, susurrando que Rose no había sido procreada por ningún hombre, sino por el diablo. Eran tan pobres, y yo era sólo otra parte del frío del invierno que los dañaba cada vez más. Deseaba tanto ayudarla. -Él levantó sus grandes manos, como si viera manos diferentes, más pequeñas y menos poderosas-. Yo tenía que ser algo más.

– ¿Pediste ayuda? -Pregunté.

Él me miró, asustado.

– ¿Quieres decir, pedir a la Diosa y a su Consorte que me ayudaran?

Asentí con la cabeza.

Frost sonrió y eso iluminó su rostro, le otorgó el brillo de alegría bajo el cual se escondía la mayor parte del tiempo.

– Lo hice.

Le sonreí en respuesta.

– Y te contestaron.

– Sí – dijo, todavía sonriendo-. Me fui a dormir, y cuando desperté, era más alto, más fuerte. Les encontré combustible para su fuego, todo ese largo invierno. Les encontré alimento. -Entonces la alegría huyó de su cara-. Tomé alimento de los otros aldeanos, y ellos acusaron a su madre de robo. Rose les dijo que su amigo se lo había llevado, su brillante amigo.

Tomé su mano en la mía.

– Ellos la acusaron de brujería -dije suavemente.

– Sí, y de robo. Traté de ayudar, pero no entendía lo que era ser un humano, o siquiera un hada, yo era tan nuevo, Merry, tan nuevo para ser cualquier cosa, menos hielo y frío. Yo era un pensamiento convertido en un ser. No sabía lo que era estar vivo, o lo que eso significaba.

– Querías ayudar -dije.

Él asintió con la cabeza.

– Mi ayuda les costó todo. Fueron encarceladas y condenadas a muerte. La primera vez que llamé al frío a mis manos, un frío tan profundo que podía romper el metal, fue para Rose y su madre. Rompí sus barrotes y las rescaté.

– Pero eso es maravilloso -Su mano todavía se tensaba alrededor de la mía, y supe que la historia no terminaba allí.

– ¿Puedes imaginar qué pensaron los aldeanos cuando encontraron los barrotes metálicos rotos y a las dos mujeres fugadas? ¿Puedes imaginar qué pensaron de Rose y su madre?

– Nada que no hubiesen creído ya -dije suavemente.

– Quizás, pero yo era un pedazo de invierno. No podía construirles un refugio. No podía mantenerlas tibias. No podía hacer nada aparte de llevarlas a la muerte en el invierno con todos los humanos persiguiéndolas.

Me senté y traté de consolarlo, pero no me dejaba. Se dio la vuelta alejándose y terminó su historia.

– Ellas murieron porque por donde yo iba, el invierno me seguía. Yo todavía era algo demasiado elemental como para entender mi propia magia. Cuando todo estuvo perdido, recé. El Consorte vino a mí y me preguntó si yo dejaría todo lo que yo era para salvarlas. Yo no había estado vivo nunca, Merry, y recordaba lo que había sido antes. No quería volver a eso, pero Rose yacía tan quieta en la nieve, su pelo esparcido sobre la blancura, que dije que sí. Dejaría todo lo que era si eso las salvaba. Parecía un sacrificio conveniente, dada mi intromisión, no importa cuan bien intencionada hubiera sido, ya que había causado su miseria.

Dejó de hablar durante tanto tiempo que me acerqué y le rodeé con mis brazos. Esta vez me dejó hacerlo. Incluso se apoyó contra mi cuerpo de modo que yo abrazaba la parte superior de su cuerpo contra mis rodillas.

Susurré…

– ¿Qué pasó?

– Se oyó música en la nieve, y Taranis, el Señor de la Luz y la Ilusión, apareció montando en un caballo hecho de luz de luna. No tienes ni idea de lo asombrosa que podía ser la corte dorada cuando cabalgaba, en esos días, Merry. No era únicamente que Taranis pudiera hacer un corcel de luz, sombra u hojas. Era realmente mágico. Él y sus hombres las levantaron de la nieve y comenzaron a cabalgar hacia el mundo de las hadas. Yo me contentaba con perderla si eso significaba que viviría. Esperaba ser devuelto a la nada y estaba contento. Las había salvado, y mi existencia por la suya parecía ser lo correcto. No diré mi vida por la de ellas, porque yo no estaba vivo ni siquiera entonces, tal como no lo estoy ahora.

Lo abracé más estrechamente, y él recostó más de su peso sobre mí, de modo que me apoyé contra el pie de la cama, y lo abracé. Conservé una mano sobre su pecho y así pude sentir sus palabras retumbando a través de su cuerpo.

– Ella despertó, sostenida en el regazo de uno de la corte brillante. Mi pequeña Rose despertó. Ella lloró por su Jackie, por su Jackie Frost. Fui a ella como lo había hecho desde ese primer momento. Fui a ella porque no podía hacer otra cosa. Ella se alejó de los brazos de ese brillante señor de los sidhe y vino a mí. Yo no era como soy ahora, Merry. Era joven e infantil. La diosa me dio el mejor cuerpo que podía hacer. Pero no era uno de la corte brillante. Era un hada menor, en todas las formas posibles. Supongo que a ojos humanos yo podría haber parecido un muchacho de catorce años o quizás más joven. Parecía un buen partido para mi Rose.

Él se quedó inmóvil en mis brazos.

– ¿Qué pasó con su madre? -Pregunté.

– Todavía es cocinera en la corte dorada.

Besé su frente, luego pregunté…

– ¿Qué pasó con Rose?

– Encontramos refugio, y usé mi magia para llevarla lejos de su pueblo. La gente no viajaba en esa época como lo hacen ahora, y treinta kilómetros era distancia suficiente para no volver a verlos nunca más. Ella me enseñó cómo ser real, y crecí con ella.

– ¿Qué quieres decir, que creciste con ella?

– Me veía como un muchacho de catorce años, cuando ella era una muchacha de quince. Cuando ella creció, yo también lo hice. No fue el oficio de la espada y el escudo el que aprendí primero con estos brazos, fue el del hacha y cualquier otro trabajo que una espalda fuerte pudiera hacer para ayudar a cuidar de su familia.

– Tuvisteis niños -susurré.

– No. Creí que era porque yo no era lo bastante real. Ahora, ya que tú aún no tienes un niño, me pregunto si no es simplemente mi destino el no tenerlos.

– Pero vosotros erais una pareja -dije.

– Sí, e incluso, un sacerdote que era más amistoso que los cristianos, nos casó. Pero no podíamos quedarnos en ningún pueblo durante mucho tiempo, porque yo no envejecía. Crecí con mi Rose hasta que llegué a como me ves ahora. Entonces me detuve, pero ella no lo hizo. Vi su pelo convertirse de amarillo a blanco, sus ojos decolorarse desde el azul del invierno al color gris de los cielos nevados.

Alzó la vista hacia mí entonces, y había fiereza en su rostro.

– La vi marchitarse, pero siempre la amé. Porque era su amor el que me hizo real, Merry. No el mundo de las hadas, no la magia salvaje, sino la magia del amor. Pensé que entregaba mi vida para salvar a Rose, pero el Consorte me había preguntado si yo dejaría todo lo que era, y lo hice. Me convertí en lo que ella necesitaba que yo fuera. Cuando comprendí que no envejecería con ella lloré, porque no podía imaginar estar sin ella.

Él se puso de rodillas y puso sus manos sobre mis brazos, y miró fijamente mi rostro.

– Te amaré siempre. Cuando este pelo rojo se vuelva blanco, todavía te amaré. Cuando la suave tersura de la juventud sea sustituida por la delicada suavidad de la vejez, todavía querré tocar tu piel. Cuando tu rostro esté lleno de líneas por todas las sonrisas que alguna vez has entregado, de todas las sorpresas que he visto destellar a través de tus ojos, cuando cada lágrima que has llorado alguna vez haya dejado su señal sobre tu cara, te atesoraré tanto más, porque estaré allí para verlo todo. Compartiré tu vida contigo, Meredith, y te amaré hasta que el último aliento deje tu cuerpo o el mío.

Él se inclinó y me besó, y esta vez lo besé en respuesta. Esta vez me derretí en sus brazos, en su cuerpo, porque no podía hacer nada más.

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