28 Noticias en un costal

A la mañana siguiente de que Mat hubo prometido ayudar a Teslyn si podía —y a Joline ¡y a la tal Edesina, a la que aún no había visto!—, Tylin anunció que se marchaba de la ciudad.

—Suroth me va a enseñar la extensión de Altara que controlo ahora, pichón —dijo.

Su cuchillo estaba hincado en el pilar tallado de la cama, y todavía yacían en medio de un lío de ropas de cama y arrugadas sábanas de lino, él sólo con el pañuelo de seda que le cubría la cicatriz del cuello, y ella sin más abrigo que su propia piel; una piel fina, por cierto, suave como la que más. Tylin siguió las marcas de sus otras cicatrices con la larga uña lacada en verde. De un modo u otro, Mat había acabado teniendo unas cuantas, y no porque no hubiera intentado evitarlo. Desde luego, en una subasta sacarían poco por su pellejo, eso seguro, pero a Tylin le fascinaban las cicatrices.

—De hecho no fue idea de ella —continuó Tylin—. Tuon cree que me… ayudaría verlo con mis propios ojos en lugar de mirar en un mapa, y lo que esa chica sugiere Suroth lo hace. Sin embargo, quiere acabar con ese asunto cuanto antes, así que iremos en to’raken para cubrir la distancia con rapidez. Al parecer esas criaturas recorren hasta ciento cincuenta kilómetros al día. Oh, no pongas esa cara, pichón. No te obligaré a subirte en uno de esos bichos.

Mat soltó un suspiro de alivio. La perspectiva de volar no era lo que lo había alterado; de hecho creía que le gustaría hacerlo. Pero, si se ausentaba de Ebou Dar fuera por el tiempo que fuese, sólo la Luz sabía si Teslyn o Joline o incluso esa Edesina podían impacientarse tanto como para hacer algo estúpido, o la clase de idiotez que era capaz de cometer Beslan. Éste le preocupaba casi tanto como las mujeres. Tylin, excitada por el inminente vuelo en una de esas bestias de los seanchan, parecía más un águila que nunca.

—Estaré ausente poco más de una semana, cielito. Mmmmm. —La uña verde trazó el sesgado recorrido de la cicatriz fruncida, de un palmo de largo, que le cruzaba las costillas—. ¿Tendré que atarte a la cama para estar segura de que no te pasará nada hasta mi regreso?

Corresponder a la maliciosa sonrisa de la mujer con otra encantadora le costó cierto esfuerzo. Estaba casi seguro de que bromeaba, pero sólo casi. Las ropas que le eligió para que se pusiera tenían un color rojo tan intenso que hacía daño a los ojos; es decir, totalmente rojas a excepción de las flores bordadas en la chaqueta y en la capa, y el pañuelo y el sombrero negros, por supuesto. Las puntillas blancas en el cuello y en los puños hacían que el resto pareciese aún más rojo. Con todo, Mat se apresuró a vestirse, ansioso de salir de los aposentos. En lo tocante a Tylin, un hombre demostraba ser listo si no daba por sentado nada con ella. Cabía la posibilidad de que no estuviese bromeando.

Al parecer, Tylin no había exagerado la impaciencia de Suroth. En poco más de dos horas, según el reloj cilíndrico incrustado de gemas que había en la sala de estar de Tylin, y que era regalo de Suroth, Mat acompañaba a la reina a los muelles. Es decir, Suroth y Tylin cabalgaban a la cabeza de unos veinte miembros de la Sangre que iban a acompañarlas, así como sus correspondientes so’jhin, hombres y mujeres que inclinaban las cabezas medio rapadas ante la Sangre y miraban por encima del hombro a todos los demás, y Mat marchaba montado en Puntos. El «galán» de una reina altaranesa no podía cabalgar junto a la Sangre, lo cual incluía ahora a la propia Tylin, naturalmente. No era como si fuese un sirviente heredado o algo de esa categoría.

La Sangre y la mayoría de los so’jhin montaban buenos animales, elegantes yeguas de cuellos arqueados y delicado paso; castrados de fieros ojos, fuerte cruz y ancho torso. La suerte de Mat no parecía funcionar en las carreras de caballos, pero él habría apostado por Puntos contra cualquiera de ellos. El castrado zaino de hocico chato no era vistoso, pero Mat estaba convencido de que en una carrera corta superaría a casi todos esos bonitos animales, y a todos en un trayecto largo. Después de haber pasado tanto tiempo en los establos, Puntos quería retozar ya que no podía correr, y Mat tuvo que recurrir a toda su destreza —en fin, la destreza que había adquirido de algún modo con los recuerdos de esos otros hombres— para controlar al animal. Cuando aún no habían llegado a mitad de camino de los muelles, la pierna le dolía hasta la cadera. Si se marchaba de Ebou Dar en un corto plazo de tiempo, habría de hacerlo por mar o con el espectáculo de Luca. Si llegaba el caso, tenía una buena idea de cómo forzar la situación para que el hombre se pusiera en camino antes de la primavera. Quizá fuera una idea peligrosa, pero no parecía que tuviese otra elección. La alternativa era aún más arriesgada.

No era el único que iba en retaguardia. Más de cincuenta hombres y mujeres, que afortunadamente llevaban gruesas prendas de lana blanca sobre los ropajes transparentes que solían vestir, marchaban detrás de él en dos filas. Algunos conducían animales de carga con canastas de mimbre repletas de manjares. La Sangre no sabía arreglárselas sin sus sirvientes; de hecho, parecían pensar que dormirían a la intemperie llevando tan pocos. Los da’covale rara vez alzaban los ojos del pavimento, y sus expresiones eran dóciles como malvas. Un día había visto mandar azotar a un da’covale, un hombre rubio más o menos de su edad, y el tipo había corrido a buscar el instrumento con el que le aplicarían el correctivo, sin intentar siquiera retrasarlo o esconderse, cuanto menos escapar del azotamiento. Mat no entendía a esa gente.

Delante de él marchaban seis sul’dam, con las cortas faldas pantalón mostrando los tobillos. Unos bonitos tobillos en un par de casos, pero las mujeres se comportaban como si también pertenecieran a la Sangre. Las capuchas de las capas adornadas con rayos les caían por la espalda, y dejaban que las ráfagas de viento agitaran las capas como si el frío no las afectase o no se atreviera a incomodarlas. Dos llevaban damane atadas a la correa, que caminaban al lado de sus caballos.

Mat estudió disimuladamente a las mujeres. Una de las damane, una mujer baja, con ojos de color azul pálido, iba unida por un a’dam plateado a la rellena sul’dam de tez olivácea a la que Mat había visto dando el paseo de ejercicio a Teslyn. La damane de cabello oscuro respondía al nombre de Pura. En su rostro terso resultaba evidente la cualidad intemporal Aes Sedai. No había dado crédito realmente a Tylin cuando le contó que la mujer se había convertido en una verdadera damane, pero la canosa sul’dam se inclinó en la silla para decirle algo a la mujer que había sido Ryma Galfrey y, fuera lo que fuese que cuchicheara la seanchan, Pura se echó a reír y batió palmas de alegría.

Mat se estremeció. Sin duda la puñetera mujer se pondría a chillar pidiendo auxilio si intentara quitarle el a’dam del cuello. ¡Luz! ¿Pero qué demonios estaba pensando? Bastante tenía ya con haberse cargado con el muerto de sacarles las castañas del fuego a tres Aes Sedai —¡así se abrasara, pero parecía que siempre acababan enjaretándole la misma faena cada vez que se daba la vuelta!—, bastante tenía ya con eso para plantearse la idea de intentar sacar a más de Ebou Dar.

El de Ebou Dar era un importante puerto marítimo, quizás el más grande del mundo conocido, y los atracaderos semejaban largos dedos grises de piedra que salían del muelle, el cual se extendía a todo lo largo de la ciudad. Casi todos los desembarcaderos estaban ocupados por embarcaciones seanchan de todos los tamaños, y las tripulaciones encaramadas a los aparejos vitorearon con vehemencia al paso de Suroth, un estruendo de cientos de voces clamando su nombre. Los hombres de otros barcos agitaban los brazos y gritaban también, aunque muchos parecían confusos en cuanto a quién o a qué aclamaban. Sin duda pensaban que se esperaba que lo hicieran. En esas embarcaciones, la brisa que soplaba en el puerto agitaba las Abejas Doradas de Illian, las Tres Lunas Crecientes de Tear y el Halcón Dorado de Mayene. Por lo visto Rand no había ordenado a los mercaderes de esos lugares que dejasen de comerciar con los puertos conquistados por los seanchan, o quizá los mercaderes lo hacían a su espalda. Un remolino de colores surgió en la mente de Mat, que sacudió la cabeza para despejarse. La mayoría de los mercaderes comerciarían con el asesino de su propia madre si hacerlo les reportaba beneficios.

El muelle más meridional había sido desalojado de barcos, y un buen número de oficiales seanchan, con sus lacados yelmos adornados con plumas, aguardaban para ayudar a Suroth y a Tylin a bajar la escalerilla que llevaba a una de las grandes embarcaciones a remos que esperaban, con ocho hombres en cada una de las largas palas. ¡Es decir, después de que Tylin le hubo dado un último beso, casi arrancándole el pelo al hacerle agachar la cabeza, y después de pellizcarle el jodido trasero como si no hubiese nadie mirando! Suroth frunció el entrecejo con impaciencia hasta que por fin Tylin se hubo acomodado en la embarcación, y, a decir verdad, la seanchan ni siquiera entonces dejó de incordiar, pues siguió dando órdenes con el lenguaje de los dedos a Alwhin, su so’jhin, de manera que la mujer de cara afilada iba y venía constantemente entre los bancos para llevarle esto o aquello.

El resto de la Sangre recibió pronunciadas reverencias de los oficiales, pero tuvieron que bajar solos la escalerilla, con ayuda de sus so’jhin. Las sul’dam ayudaron a las damane a subir a las grandes barcas y nadie ayudó a las personas de blanco a embarcar las canastas y menos a ellas. A no tardar, las barcas cruzaban el puerto hacia donde se encontraban los raken y los to’raken, al sur del Rahad, zigzagueando entre la extensa flota seanchan anclada y los montones de barcos Atha’an Miere capturados que sembraban el puerto. Parecía que a la mayoría de estos últimos les habían puesto nuevos aparejos, con las nervadas velas seanchan y diferentes cabos. También las tripulaciones eran seanchan. A excepción de las Detectoras de Vientos, en las que Mat intentó no pensar, y tal vez alguno que hubiese sido vendido, todos los Atha’an Miere supervivientes se encontraban en el Rahad con los otros da’covale, limpiando los canales encenagados. Y él no podía hacer nada. No les debía nada, y ya tenía más en su plato de lo que podía tragarse; no, no podía hacer nada. ¡Y se acabó!

Deseaba marcharse del puerto de inmediato, dejar atrás los barcos de los Marinos. Nadie le prestaba la menor atención en el muelle. Los oficiales se habían ido tan pronto como las barcas soltaron amarras. Alguien, Mat no recordaba quién, se había llevado a los animales de carga. Los marineros bajaron de los aparejos y regresaron a sus quehaceres, y los miembros del gremio de los estibadores empezaron a empujar sus carretillas bajas y pesadas, cargadas con pacas, cajas y barriles. Sin embargo, si se marchaba demasiado pronto, Tylin podría pensar que planeaba seguir cabalgando sin parar hasta dejar atrás la ciudad, y mandar a buscarlo; por lo tanto, siguió a lomos de Puntos en el extremo del embarcadero, agitando la mano como un idiota hasta que la mujer se encontró lo bastante lejos para no verlo a menos que atisbase con un visor de lentes.

A pesar de las dolorosas punzadas en la pierna, Mat recorrió despacio casi toda la longitud del muelle principal, evitando mirar el puerto. Mercaderes vestidos sobriamente observaban cómo se embarcaban o desembarcaban sus cargas, en ocasiones deslizando una bolsa de dinero en la mano de un hombre o una mujer con chaleco de cuero verde, a fin de conseguir que se manipulara la mercancía con más cuidado o mayor rapidez, si bien parecía difícil que los miembros del gremio pudieran moverse con más celeridad. Los sureños siempre daban la impresión de moverse a medio trote a menos que el sol estuviera en el cenit en verano, cuando el calor allí podía asar un pato, y ahora, con el cielo gris y el cortante viento del mar, habría hecho frío estuviese en la posición que estuviese el astro.

Para cuando se encontró frente a Mol Hara, había contado más de veinte sul’dam patrullando los muelles con damane, metiendo la nariz en los botes que venían de barcos anclados y que no eran seanchan, abordando cualquier embarcación recién llegada a los muelles o, incluso, a punto de largar velas. Mat había estado bastante seguro de que se encontrarían allí. Tendría que ser con Valan Luca. La única alternativa era demasiado azarosa, y quedaba descartada salvo para una emergencia. También la de Valan Luca era arriesgada, pero era la única que quedaba realmente.

De vuelta en el palacio de Tarasin, se bajó de Puntos haciendo una mueca de dolor y sacó su bastón, que llevaba detrás de la cincha de la silla. Dejó a un mozo de cuadra que se ocupara del zaino y entró cojeando, sintiendo que la pierna izquierda apenas lo sostenía. Quizás un buen baño caliente aliviaría el dolor. A lo mejor entonces sería capaz de pensar. A Luca había que cogerlo por sorpresa, pero antes de eso había otros cuantos problemillas que resolver.

—Ah, estáis aquí —dijo Noal, apareciendo de pronto delante él.

Mat sólo había visto de lejos al viejo desde que lo había instalado con sus hombres. Noal parecía descansado con su chaqueta gris recién cepillada, considerando que desaparecía en la ciudad a diario y sólo regresaba a palacio por la noche. El viejo se arregló las puntillas de las bocamangas y sonrió con aire seguro, enseñando las mellas de la dentadura.

—Planeáis algo, lord Mat —continuó—, y me gustaría ofrecer mis servicios.

—Planeo que la pierna no aguante mi peso —contestó Mat con tanta despreocupación como pudo. Noal parecía bastante inofensivo. Según Harnan, contaba historias antes de ir a dormir, historias que Harnan y los otros Brazos Rojos parecían tragarse enteras, incluso la de algún sitio llamado Shibouya, que supuestamente se hallaba más allá del Yermo de Aiel, donde mujeres que encauzaban llevaban tatuadas las caras, había más de trescientos delitos castigados con la pena de muerte, y debajo de las montañas vivían gigantes, hombres más altos que los Ogier, con las caras en el estómago. Afirmaba haber estado allí. Nadie que hiciese tales afirmaciones podía ser otra cosa que inofensivo. Por otro lado, la única vez que Mat lo había visto empuñando esas largas dagas que llevaba debajo de la chaqueta, su aspecto estaba lejos de parecer inofensivo. Había algo en el modo de coger un hombre un arma que revelaba que estaba acostumbrado a utilizarla—. Si decido planear cualquier otra cosa, te tendré en cuenta.

Todavía sonriendo, Noal se dio golpecitos en la picuda nariz con uno de los deformados dedos.

—Todavía no confiáis en mí, y es comprensible. Sin embargo, si os deseara algún mal sólo tendría que haberme quedado de manos cruzadas esa noche en el callejón. Tenéis esa expresión en los ojos. He visto a grandes hombres proyectando planes, y también a maleantes tan siniestros como la Fosa de la Perdición. Un hombre tiene una mirada especial cuando proyecta planes peligrosos de los que no quiere saber nada.

—Tengo los ojos cansados, simplemente —dijo riendo Mat, que se apoyó en el bastón. ¿Grandes hombres proyectando planes? Sí, seguramente el viejo los había visto en Shibouya, con los gigantes—. Te agradezco tu ayuda en el callejón. Si hay algo más que pueda hacer por ti, dímelo. Pero ahora mismo voy a darme un baño caliente.

—¿Ese gholam bebe sangre? —preguntó Noal mientras cogía del brazo a Mat cuando éste empezaba a dar el primer paso.

Luz, ojalá no hubiese mencionado ese nombre donde el viejo lo hubiera oído. Ojalá Birgitte no le hubiese hablado de esa cosa.

—¿Por qué lo preguntas? El gholam vive de la sangre. No se alimentan de nada más.

—Anoche han encontrado otro hombre con la garganta destrozada, sólo que ni en él ni en la cama había apenas sangre. ¿He mencionado que se albergaba en una posada cerca de la puerta de Moldine? Si esa cosa se había marchado de la ciudad, entonces ha vuelto. —Dirigió la vista más allá de Mat e hizo una profunda y rebuscada reverencia a alguien—. Si cambiáis de idea, siempre estaré listo —concluyó en un tono más bajo mientras volvía a ponerse erguido.

Mat miró hacia atrás, y el viejo se escabulló. Tuon se encontraba debajo de una de las doradas lámparas de pie observándolo bajo su velo. Al menos mirándolo. ¿Echándole una ojeada? Como siempre, en el momento en que la vio, ella se dio media vuelta y se deslizó pasillo adelante, en medio de un suave rumor de la plisada falda blanca. Nadie la acompañaba en esta ocasión.

Por segunda vez en ese día, Mat se estremeció. Lástima que la chica no se hubiese ido con Suroth y Tylin. En fin, un hombre al que le regalaban una hogaza no debería protestar porque faltasen algunas migas; sin embargo, entre Aes Sedai y seanchan, gholam siguiéndolo, viejos metiendo las narices en sus asuntos y chicas flacas observándolo, bastaba para que a cualquiera le diese un soponcio. Quizá debería olvidar la idea de poner en remojo su pierna, y no perder tiempo.

Se sintió mejor después de haber enviado a Lopin a recoger el resto de sus verdaderas ropas en el armario de juguetes de Beslan. Y a Nerim a buscar a Juilin. La pierna le seguía doliendo de un modo espantoso y se tambaleaba cuando quería caminar; pero, si no quería perder tiempo, cuanto antes pusiera todo en marcha, mejor. Quería salir de Ebou Dar antes de que Tylin regresara, y eso le daba diez días. Menos, para tener un margen de seguridad.

Cuando el husmeador asomó la cabeza en el dormitorio, Mat se observaba en el espejo de cuerpo entero. Las ropas rojas dormían en el armario, junto con el resto de las horteradas que Tylin le había regalado. A lo mejor le hacían algún servicio a su próximo galán. La chaqueta que se puso era la más sencilla que tenía, una prenda de buen paño azul, sin pizca de bordados. La clase de chaqueta que un hombre se sentía orgulloso de llevar sin tener que aguantar las miradas de todo el mundo. Una chaqueta decente.

—Quizás un poco de encaje —murmuró mientras toqueteaba el cuello de la camisa—. Sólo un poco. —Realmente era una chaqueta sencilla, pensándolo bien. Casi sobria.

—Yo de encajes no entiendo —dijo Juilin—. ¿Para eso me has mandado llamar?

—No, claro que no. ¿A qué viene esa sonrisita? —A decir verdad no era sólo una sonrisilla, sino una sonrisa de oreja a oreja.

—Estoy contento, eso es todo. Suroth se ha marchado y yo estoy feliz. Si no me has llamado para lo del encaje, ¿qué quieres?

¡Rayos y centellas! ¡La mujer en la que Juilin estaba interesado debía de ser una da’covale de Suroth! Una de las que había dejado en palacio. ¿Qué otra razón podía tener si no para que le importara que se hubiese marchado y más para estar contento por ello? ¡Y pretendía llevarse a una propiedad de esa mujer! En fin, quizá no era para tanto si se comparaba con llevarse a un par de damane.

Se adelantó cojeando y rodeó los hombros de Juilin con un brazo para conducirlo hasta la sala de estar.

—Necesito un vestido de damane que le quede bien a una mujer más o menos así de alta —señaló con la mano a la altura de su hombro—, y delgada. —Sonrió a Juilin, pero la sonrisa de éste casi se borró—. Y también necesito tres vestidos de sul’dam, y un a’dam. Y se me ocurrió que el hombre que mejor sabe cómo robar algo sin que lo cojan sería un rastreador.

—¡Yo rastreo ladrones, no soy un uno de ellos! —gruñó el hombre, que se sacudió de encima el brazo de Mat.

También Mat dejó que su sonrisa se borrara.

—Juilin, sabes que el único modo de sacar a esas tres hermanas de la ciudad es si los guardias creen que aún son damane. Teslyn y Edesina ya llevan lo que necesitan, pero tenemos que disfrazar a Joline. Suroth regresará dentro de diez días, Juilin. Si para entonces no nos hemos ido, lo más probable es que tu palomita siga siendo su propiedad cuando nos vayamos. —No pudo evitar pensar, con un estremecimiento, que si ellos no se habían ido para entonces, ninguno lo haría nunca. Luz, en esa ciudad uno tiritaba aunque estuviese puertas adentro.

Juilin metió los puños en los bolsillos de su oscura chaqueta teariana y le asestó una mirada furibunda. En realidad, la mirada iba dirigida a algo que no estaba allí y que al rastreador no le gustaba.

—No será fácil —murmuró finalmente, torciendo el gesto.

Los días que siguieron fueron de todo menos fáciles. Las sirvientas reían con más o menos descaro al ver sus nuevas ropas. Es decir, sus antiguas ropas. Sonreían y apostaban —cuando él podía oírlas— sobre la rapidez con la que se cambiaría cuando Tylin regresase. La mayoría parecía pensar que correría por los pasillos quitándose a tirones lo que quiera que llevase puesto tan pronto como supiera que ella estaba de camino, pero Mat pasó por alto sus pullas. Excepto en lo tocante al regreso de Tylin. La primera vez que una sirvienta lo mencionó, se llevó un susto de muerte al pensar que realmente había vuelto por alguna razón.

Varias de las mujeres y casi todos los hombres interpretaron el cambio de vestuario como el anuncio de que se marchaba. De que huía, lo llamaban desaprobadoramente, y hacían lo que podían para ponerle obstáculos. A su modo de ver, era un bálsamo que adormecía el dolor de muelas de Tylin, y no querían que ella regresara y los mordiera por haberlo perdido. Si Mat no se hubiera asegurado de que Lopin o Nerim estuvieran siempre en los aposentos de Tylin, protegiendo sus pertenencias, la ropa habría desaparecido otra vez, y sólo gracias a Vanin y a los Brazos Rojos se impidió que Puntos se esfumase de los establos.

Mat procuró dar alas a esa creencia. Cuando él se marchara y dos damane desaparecieran al mismo tiempo, sin duda se relacionarían ambos hechos; pero, estando Tylin ausente y siendo evidente su intención de huir antes de que regresara, quedaría libre de sospechas. A diario, aunque estuviese lloviendo, montaba en Puntos y daba vueltas en el establo, cada día un poco más de tiempo, como si intentara ir incrementando su resistencia. Lo que de hecho era cierto, comprendió al cabo de un tiempo. La pierna y la cadera seguían doliéndole a rabiar, pero empezó a pensar que podría arreglárselas para cabalgar quince kilómetros seguidos antes de tener que desmontar. Bueno, diez.

A menudo, si el cielo estaba despejado, las sul’dam sacaban a pasear a las damane mientras él se ejercitaba. Las seanchan eran conscientes de que Mat no era propiedad de Tylin, pero, por otro lado, oyó a algunas llamarlo su juguete. El juguete de Tylin, decían, ¡como si ése fuese su nombre! No lo consideraban lo bastante importante para enterarse de si tenía otro. Para ellas, una persona era da’covale o no lo era, y ese asunto de medias tintas les parecía divertido. Mat cabalgaba con el sonido de las risas, e intentaba convencerse de que todo era para bien. Cuanta más gente comentara que se estaba preparando para escabullirse antes de que Tylin volviera, mejor para ella. Sólo que para él resultaba muy desagradable.

De vez en cuando veía rostros Aes Sedai entre las damane que sacaban a pasear, tres además de Teslyn, pero no tenía el menor indicio sobre el aspecto de Edesina. Podría ser la pálida y baja mujer que le recordaba a Moraine, o la alta, con cabello rubio plateado; o la esbelta de pelo negro. Desplazándose junto a una sul’dam, cualquiera de ellas podría haber estado dando un paseo, de no ser por el brillante collar que le ceñía la garganta o la correa que la ataba a la muñeca de la sul’dam. La expresión de la propia Tylin se ensombrecía progresivamente siempre que la veía, manteniendo la vista fija al frente. Cada vez parecía haber más resolución en su semblante. Y también algo que podría ser pánico. Mat empezó a preocuparse por ella; y por su impaciencia.

Quería tranquilizarla —no necesitaba aquellos viejos recuerdos para saber que la resolución combinada con el pánico podía conducir a la gente a la muerte, pero sí confirmaban su opinión—; quería tranquilizarla, sólo que no se atrevía a acercarse otra vez a las casetas del ático. Tuon seguía estando allí cuando se daba media vuelta, observándolo o mirándolo o lo que quiera que hiciera, demasiado a menudo para sentirse cómodo. Tampoco lo suficiente para hacerle pensar que lo seguía. ¿Por qué hacía eso? Demasiado a menudo. En ocasiones la acompañaba su so’jhin, Selucia, y alguna que otra vez Anath, aunque la extraña y alta mujer pareció desaparecer de palacio al cabo de un tiempo, al menos de los pasillos. Estaba «en retiro», oyó comentar, significase lo que significase eso, aunque ojalá se hubiese llevado con ella a Tuon. Dudaba que la chica se creyera que llevaba dulces a una Detectora de Vientos por segunda vez. A lo mejor era que todavía quería comprarlo. En tal caso, Mat seguía sin entender el porqué. Nunca había sido capaz de comprender qué atraía a las mujeres hacia un hombre —parecían salírseles los ojos con los tipos más corrientes— pero sí sabía que él no era guapo, dijese lo que dijese Tylin. Las mujeres mentían para llevarse a un hombre a la cama, y, cuando ya lo tenían allí, mentían más todavía.

En cualquier caso, Tuon era una molestia sin importancia. Una mosca en la oreja. Sólo eso. Hacía falta algo más que mujeres chismosas o chicas mironas para hacerlo sudar. Tylin, en cambio, sí que lo conseguía a pesar de estar ausente. Si regresaba y le pescaba preparando la marcha, podría cambiar de opinión respecto a venderlo. Después de todo, ahora también era una Augusta Señora, y a Mat no le cabía duda de que se afeitaría la cabeza dejándose una cresta a no mucho tardar. Una adecuada seanchan de la Alta Sangre, y entonces ¿quién sabía lo que podría hacer? Tylin lo hacía sudar un poco, pero había otras cosas más que suficientes para que un hombre acabara empapado en sudor.

Noal siguió informándole sobre los asesinatos del gholam, y a veces se lo contaba Thom. Había uno nuevo cada noche, aunque nadie salvo los otros dos hombres y él parecía conectar los asesinatos. Mat se mantenía en espacios abiertos todo lo posible, y con gente alrededor si podía ser. Dejó de dormir en el lecho de Tylin y nunca pasaba dos noches seguidas en el mismo sitio. Y si ello significaba tener que dormir en el altillo del establo, no pasaba nada; ya lo había hecho antes, aunque no recordaba que la paja se le clavase a través de la ropa. Con todo, mejor que lo pinchase la paja que acabar con la garganta rajada.

Había buscado a Thom nada más decidir que intentaría liberar a Teslyn, y lo había encontrado en las cocinas charlando con las cocineras sobre el pollo glaseado con miel. Thom se llevaba igualmente bien con cocineros como con granjeros, mercaderes o nobles. Tenía el don de llevarse bien con todo el mundo, de escuchar la cháchara de todos y asimilarlo para sacar un cuadro general. Podía mirar las cosas desde una perspectiva que a otros se les pasaba por alto. Tan pronto como hubo terminado el pollo, Thom había planteado el único modo de sacar a las Aes Sedai ante la guardia. Entonces la idea le había parecido fácil; sólo durante un corto tiempo. Pero surgieron otros obstáculos.

Juilin tenía también ese modo retorcido de ver las cosas, quizá debido a sus años como rastreador, y algunas noches Mat se reunía con él y con Thom en el cuartito que los dos hombres compartían en las dependencias de la servidumbre, y planeaban cómo superar esos obstáculos. Ésos eran los que realmente hacían sudar a Mat.

Al principio de las reuniones, la noche en que Tylin se marchó, Beslan entró sin llamar, buscando a Thom, o eso dijo. Por desgracia, antes había estado escuchando en la puerta, lo suficiente para no poder quitárselo de encima con cualquier cuento. Y, peor aún, quería tomar parte; incluso les dijo cómo hacerlo.

—Un levantamiento —manifestó mientras se sentaba en la banqueta de tres patas que había entre los dos estrechos catres.

Un lavabo con un aguamanil blanco desconchado y palangana, pero sin espejo, acababa de abarrotar el cuarto. Juilin se había sentado en el borde de una de las camas, en mangas de camisa y con gesto indescifrable. Y Thom estaba tendido en la otra, examinándose los nudillos con el ceño fruncido. Lo cual dejaba a Mat el puesto junto a la puerta, apoyado contra ella para impedir que entrase alguien más a meter baza; Mat no sabía si ponerse a reír o echarse a llorar. Resultaba obvio que Thom había estado al tanto de toda esa locura desde el principio; eso era lo que había estado intentando aplacar.

—La gente se levantará cuando yo dé la orden —continuó Beslan—. Mis amigos y yo hemos hablado con hombres por toda la ciudad. ¡Están dispuestos a luchar!

Suspirando, Mat cargó el peso en la pierna sana. Sospechaba que, cuando Beslan diese la orden, él y sus amigos serían los únicos que se alzarían. La mayoría de la gente se mostraba más inclinada a hablar de luchar que a hacerlo, especialmente contra soldados.

—Beslan, en las historias de juglares, mozos de cuadra con horquillas y panaderos con adoquines derrotan ejércitos porque quieren ser libres. —Thom resopló con fuerza y su blanco bigote se agitó, pero Mat no le hizo caso—. En la vida real, los mozos de cuadra y los panaderos acaban muertos. Sé reconocer buenos soldados cuando los veo, y los seanchan son muy buenos.

—¡Si liberamos a las damane junto con las Aes Sedai, combatirán de nuestro lado! —insistió Beslan.

—Debe de haber doscientas damane o más en el ático, Beslan, en su mayoría seanchan. Libéralas y todas saldrán corriendo a encontrar a sus sul’dam. ¡Luz, ni siquiera podemos confiar en todas las mujeres que no son seanchan! —Mat levantó la mano para acallar las protestas de Beslan—. No hay forma de saber en cuáles confiar, y tampoco disponemos de tiempo. Y, si lo hiciésemos, tendríamos que matar al resto. No estoy dispuesto a matar a una mujer cuyo único crimen es estar atada a una correa. ¿Y tú?

Beslan desvió la mirada, pero tenía prieta la mandíbula. No pensaba renunciar.

—Liberásemos o no a cualquier damane —continuó Mat—, si la gente se alza los seanchan convertirán Ebou Dar en un matadero. Sofocan las rebeliones con dureza, Beslan. ¡Con mucha dureza! Podríamos matar a todas las damane del ático, y traerían más de los campamentos. Tu madre regresaría para encontrar escombros dentro de las murallas y tu cabeza clavada en una pica fuera de ellas. Donde la suya no tardaría en unirse. ¿Piensas que creerían que no sabía lo que su propio hijo estaba planeando? —Luz, ¿lo sabría? Esa mujer era lo bastante valiente para intentarlo; sin embargo, no la creía tan necia…

—Ella dice que somos conejos —repuso amargamente Beslan—. «Cuando aparecen los podencos, los conejos se quedan quietos o se los comen» —citó—. No me gusta ser un conejo, Mat.

Mat respiró un poco más tranquilo.

—Es mejor un conejo vivo que uno muerto, Beslan. —Seguramente no era la forma más diplomática de plantearlo, y de hecho Beslan torció el gesto, pero era verdad.

Animó al príncipe a sumarse a las reuniones, aunque sólo fuera para tenerlo controlado, pero Beslan apenas acudió a ellas, y recayó sobre Thom la tarea de apaciguar el ardor del joven cuando y como pudiera. Lo más que consiguió Mat fue persuadir a Beslan para que prometiese que no llamaría al levantamiento hasta un mes después de que ellos se hubiesen marchado, a fin de que nadie más se viera implicado. No era un resultado muy satisfactorio, pero sí mejor que nada. Sus intentos para conseguir más fueron como hablar con una pared. O como darse contra ella.

La amada de Juilin lo tenía bien cogido. Por ella, al rastreador no pareció importarle cambiarse su atuendo teariano por el uniforme verde y blanco de un sirviente, ni perder horas de sueño para pasarse dos noches barriendo el suelo, cerca de la escalera que llevaba a las casetas. Nadie prestaba atención a un criado manejando una escoba, ni siquiera otro criado. El palacio de Tarasin tenía suficientes para que no se conociesen todos, y, si veían a un hombre de uniforme con una escoba, daban por sentado que se suponía que tenía que utilizarla. Juilin también se pasó barriendo dos días, y finalmente informó que las sul’dam inspeccionaban las casetas a primera hora de la mañana y justo después de anochecer, y también podían ir o venir en cualquier momento del día, pero por la noche se dejaba solas a las damane.

—He oído decir a una sul’dam que se alegraba de no estar en los campamentos, donde… —Tendido sobre el fino colchón, Juilin hizo una pausa para bostezar. Thom estaba sentado en el borde de la cama, lo cual dejaba la banqueta para Mat. Era mejor que seguir de pie, aunque no mucho. La mayoría de la gente estaría durmiendo a esas horas—. Donde tendría que hacer guardia algunas noches —prosiguió el rastreador cuando pudo hablar de nuevo—. Y añadió que le gustaba poder dejar dormir a las damane toda la noche, y así se encontraban descansadas al amanecer.

—De modo que tenemos que actuar por la noche —murmuró Thom, que se toqueteó el blanco bigote. No era necesario agregar que cualquier cosa que se moviera por la noche llamaba la atención. Los seanchan patrullaban las calles de noche, cosa que la Fuerza Civil nunca había hecho. La Guardia también había estado bien dispuesta a los sobornos, hasta que los seanchan la disolvieron. Ahora, era muy probable encontrar en la calle por la noche a los Guardias de la Muerte, y si alguien intentaba sobornarlos seguramente no viviría para ser citado a juicio.

—¿Has encontrado ya un a’dam, Juilin? —preguntó Mat—. ¿O los vestidos? Los vestidos no serán tan difíciles como el a’dam.

El rastreador volvió a bostezar antes de contestar.

—Los conseguiré a su debido momento. Tampoco los dejan por ahí, tirados, ¿sabes?

Thom descubrió que no era posible sacar a pasear damane por las puertas. O, más bien, admitió, era Riselle la que lo había descubierto. Al parecer, uno de los oficiales de alto rango que se hospedaban en La Mujer Errante tenía una voz para el canto que a la mujer le resultaba muy agradable.

—Un miembro de la Sangre puede sacar damane sin que le hagan preguntas —informó Thom en la siguiente reunión. Esta vez, Juilin y él estaban sentados en la cama. Mat empezaba a odiar la dichosa banqueta—. O con muy pocas, en cualquier caso. Pero las sul’dam necesitan una orden firmada y sellada por un miembro de la Sangre, un oficial que sea capitán o más, o una der’sul’dam. Los guardias de las puertas y en los muelles tienen listas de todos los sellos que pueden dar ese permiso, así que no puedo hacer un sello simplemente y esperar que lo acepten. Necesito una copia de la clase de orden adecuada con la clase de sello adecuado. Eso plantea la pregunta de quiénes serán nuestras tres sul’dam.

—Quizá Riselle pueda ser una —sugirió Mat. La mujer ignoraba lo que estaban haciendo, y contárselo podía ser arriesgado. Thom le había hecho todo tipo de preguntas, como si estuviera intentando aprender cosas sobre la vida bajo el mandato de los seanchan, y ella no había tenido inconveniente en preguntar a su vez a su amiga seanchan, pero quizá no se mostrara tan inclinada a poner en peligro su hermosa cabeza para que la clavaran en una pica. Y quizá no se conformara con decir simplemente que no—. ¿Y qué me dices de tu amada, Juilin? —Él tenía una idea sobre quién podía ser la tercera. Le había pedido a Juilin que encontrase un vestido de sul’dam que encajara a Setalle Anan, aunque aún no había tenido oportunidad de planteárselo a la mujer. Sólo había vuelto a La Mujer Errante una vez desde que Joline había entrado en la cocina de la posada, y sólo fue para asegurarse de que la Aes Sedai entendiese que estaba haciendo todo lo que podía. Ella no lo entendió, pero la señora Anan se las había arreglado para aplacar la ira de la Aes Sedai antes de que ésta empezase a dar voces. Setalle sería la sul’dam perfecta para Joline.

—Ya me ha resultado bastante difícil convencer a Thera para que huya conmigo. —Juilin se encogió de hombros, incómodo—. Ahora es… tímida. Puedo ayudarla a superar eso con el tiempo. Sé que puedo hacerlo. Pero no creo que se encuentre en condiciones de fingir que es una sul’dam.

—No es probable que Riselle se marche por ninguna circunstancia. —Thom se atusó el bigote—. Por lo visto le gusta tanto cómo canta el oficial general lord Yamada que ha decidido casarse con él. —Suspiró, pesaroso—. Me temo que se ha acabado la información en esa fuente. —Su expresión decía que también se había terminado reposar la cabeza en la almohada de sus senos—. En fin, seguid pensando los dos a quién podemos pedírselo. Yo veré si puedo echar mano a una copia de esas órdenes.

Thom se las arregló para conseguir la tinta y el papel adecuado, y estaba preparado para imitar cualquier escritura y sello. Desdeñaba los sellos; decía que cualquiera con un nabo y un cuchillo podía copiarlos. Imitar la escritura de otro hombre de manera que ese hombre creyera que era de su puño y letra era un arte. Pero ninguno de ellos fue capaz de encontrar una copia de órdenes con el sello preciso para copiarlo. Como con los a’dam, los seanchan tampoco dejaban las órdenes tiradas por ahí. Tampoco Juilin parecía hacer progresos con el a’dam. Era como darse contra una pared en un callejón sin salida. Y habían pasado ya seis días, en un suspiro. Quedaban cuatro. Para Mat, era como si hubiesen pasado seis años desde la marcha de Tylin, y que faltaban cuatro horas para que regresara.

El séptimo día, Thom paró a Mat en un pasillo tan pronto como éste volvió del diario paseo a caballo. Sonriendo como si conversara de cosas sin importancia, el antiguo juglar bajó el tono de voz. Los sirvientes que pasaban presurosos junto a ellos sólo escucharon susurros.

—Según Noal, el gholam volvió a matar anoche. Se ha ordenado a los Buscadores que encuentren al asesino aunque para ello tengan que dejar de comer o de dormir, pero no he podido descubrir quién dio la orden. Incluso el hecho de que se les ha dado una orden de hacer algo parece ser secreto. Sin embargo, están prácticamente preparando el potro y calentando los hierros de tortura.

A pesar de que Thom mantenía el tono bajo, Mat miró en derredor para ver si había alguien escuchando. La única persona a la vista era un hombre fornido y canoso llamado Narvin, vestido con el uniforme de servicio, que no caminaba presuroso ni llevaba nada. Los criados del rango de Narvin no llevaban nada ni se daban prisa. Parpadeó al observar que Mat intentaba mirar en todas direcciones a la vez y frunció el entrecejo. Mat habría querido gritar, pero en cambio esbozó la sonrisa más encantadora que pudo, y Narvin siguió su camino, ceñudo. Mat estaba convencido de que ese tipo había sido el responsable del primer intento de sacar a Puntos de los establos.

—¿Noal te contó lo de los Buscadores? —susurró, sin salir de su asombro, tan pronto como Narvin se encontró lo bastante lejos.

—Por supuesto que no —repuso Thom, agitando desdeñosamente la mano—. Sólo lo del asesinato. Pero parece estar atento a los rumores, y sabe lo que significan. Un talento poco corriente, ése. Me pregunto si realmente habrá estado en Shara —dijo, pensativo—. Nos contó que… —Carraspeó al ver la mirada ceñuda de Mat—. En fin, ya habrá tiempo para hablar de eso. Cuento con otras fuentes aparte de la muy añorada Riselle. Algunas son Escuchadores. Los Escuchadores sí parecen enterarse de todo.

—¿Que has estado hablando con Escuchadores? —La voz de Mat se quebró en una nota chirriante como un pestillo oxidado. ¡Tuvo la impresión de que la garganta entera se le había oxidado!

—No pasa nada, siempre y cuando no sepan que uno lo sabe —dijo Thom riendo—. Mat, con los seanchan hay que dar por sentado que todos son Escuchadores. De ese modo, uno se entera de lo que quiere saber sin decir algo equivocado en el oído equivocado. —Tosió y se atusó el bigote con los nudillos, sin acabar de ocultar la sonrisa tan exageradamente modesta que invitaba a la alabanza—. Ocurre que conozco a dos o tres que lo son realmente. En cualquier caso, nunca viene mal tener más información. Quieres marcharte antes de que Tylin regrese, ¿no es así? Pareces un poco… desamparado estando ella ausente.

Mat sólo pudo gemir.

Esa noche, el gholam atacó de nuevo. Lopin y Nerim le comunicaron con excitación la noticia antes de que Mat hubiese terminado de desayunar su pescado. La ciudad entera estaba alborotada, afirmaban. La última víctima, una mujer, había sido descubierta en la boca de un callejón, y de repente la gente había empezado a hablar, relacionando los asesinatos. Un loco andaba suelto, y la gente exigía más patrullas seanchan por las calles de noche. Mat retiró el plato, perdido totalmente el apetito. Más patrullas. Y, por si eso no fuera bastante, Suroth podría regresar antes de lo previsto si se enteraba de esto, trayendo a Tylin con ella. En el mejor de los casos, sólo contaba con dos días más. Pensó que iba a vomitar lo que había ingerido.

Se pasó el resto de la mañana paseando —es decir, cojeando— de un lado a otro de la alfombra en el dormitorio de Tylin, haciendo caso omiso del dolor en la pierna, mientras intentaba discurrir algo, cualquier cosa, que le permitiese llevar a cabo lo imposible en el plazo de dos días. El dolor en realidad no era tan intenso ya. Había dejado de usar el bastón, a fin de recobrar fortaleza en los músculos. Creía ser capaz de caminar tres o cuatro kilómetros sin necesidad de dar un descanso a la pierna; un poco de descanso, quizá.

A mediodía, Juilin le llevó la única noticia realmente buena que había oído en una era. No se trataba exactamente de una noticia. Era un costal de tela que contenía dos vestidos envueltos alrededor de un objeto plateado: un a’dam.

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