27 Sorprender a reinas y reyes

Ni que decir tiene que era más sencillo decir que se marchaba que hacerlo.

—Eso no es prudente —manifestó Aviendha en un tono severo mientras Merilille salía para asearse. En realidad, la Gris salió disparada, con aire de estar alerta por si aparecía alguna de las Atha’an Miere. Cuando una hermana de la posición de Elayne decía que debía ir a algún sitio, Merilille obedecía. Con los brazos cruzados y el chal ceñido a la manera de las Sabias, Aviendha se quedó de pie junto al escritorio, donde se había sentado Elayne—. Es una insensatez.

—¿Prudencia? —gruñó Birgitte, plantada con los pies separados y puesta en jarras—. ¿Sensatez? ¡No sabría lo que son aunque las tuviese delante de las narices! ¿Por qué esas prisas? Deja que Merilille haga lo que es el trabajo de las Grises: que acuerde un encuentro para parlamentar dentro de unos días, o una semana. Las reinas detestan que se las sorprenda, y los reyes lo desprecian. Créeme, lo sé por propia experiencia. Encuentran el modo de hacer que uno lo lamente. —El vínculo de Guardián reflejaba fielmente la ira y la frustración de la mujer.

—Pero es que lo que quiero es cogerlos por sorpresa, Birgitte. Podría ayudarme a descubrir cuánto saben sobre mí. —Torció el gesto y retiró la hoja en la que había caído una gota de tinta; sacó otra nueva de la caja de palo rosa con incrustaciones. La anterior debilidad había desaparecido con las noticias de Merilille, pero escribir con letra firme y clara le resultaba difícil. Además, era preciso que la redacción fuese correcta. No iba a ser una misiva de la hija heredera de Andor, sino de Elayne Trakand, Aes Sedai del Ajah Verde. Tenían que ver lo que ella quería que vieran.

—Intenta hacerla entrar en razón, Aviendha —rezongó Birgitte—. Y, por si acaso no lo logras, más vale que vaya a ver si puedo reunir una jodida escolta adecuada.

—Nada de escoltas, Birgitte, aparte de ti. Una Aes Sedai y su Guardiana. Y Aviendha, por supuesto. —Elayne dejó de escribir un instante para sonreír a su hermana, que no respondió a su gesto.

—Conozco tu valor, Elayne —dijo la Aiel—. Lo admiro. ¡Pero hasta los Sha’mad Conde saben cuándo ser prudentes!

¿Y era ella la que hablaba de prudencia? Aviendha no la reconocería aunque… En fin, ¡aunque se diera de narices con ella!

—¿Una Aes Sedai y su Guardiana? —exclamó Birgitte—. Te lo dije y te lo repito. ¡Ya no puedes salir por ahí de aventuras!

—Nada de escoltas —insistió firmemente Elayne mientras mojaba la pluma en la tinta—. Esto no es ninguna aventura, sino la forma en que hay que llevarlo a cabo.

Birgitte alzó las manos, exasperada, y masculló varios juramentos, pero Elayne ya había oído antes cosas iguales o semejantes.

Para su sorpresa, Mellar no puso objeciones a quedarse en palacio. Una reunión con cuatro dirigentes no sería, ni con mucho, tan aburrida como otra con unos mercaderes, pero el hombre pidió permiso para marcharse y seguir con sus deberes ya que no lo necesitaba. Elayne se alegró por ello. La presencia de un capitán de la Guardia Real habría dado pie a que la gente de las Tierras Fronterizas pensara en ella como la hija heredera mucho antes de lo que quería. Por no mencionar que Mellar podría decidir lanzarle miradas lascivas.

Sin embargo, el resto de su guardia personal no compartió la despreocupación del capitán. Una de las mujeres debía de haber ido corriendo a avisar a Caseille, porque la alta arafelina entró en la sala de estar con aire decidido mientras Elayne seguía escribiendo, y exigió acompañarla con toda la guardia personal. Al final, Birgitte tuvo que ordenarle que saliera para poner fin a sus protestas.

Por una vez, Birgitte pareció reconocer el hecho de que Elayne no iba a cambiar de opinión, y se marchó al mismo tiempo que Caseille para cambiarse de ropa. Es decir, salió indignada y farfullando juramentos, y cerró de un portazo, pero al menos se fue. Cualquiera habría imaginado que se alegraría de tener la oportunidad de quitarse el uniforme de capitán general, pero el vínculo fue como un eco de sus maldiciones. Aviendha no maldijo, pero siguió con sus amonestaciones. No obstante, hubo que prepararlo todo tan deprisa que ello le dio a Elayne una excusa para hacer caso omiso de sus advertencias.

Se llamó a Essande, que empezó a sacar ropas adecuadas mientras Elayne tomaba apresuradamente el almuerzo aunque aún no era la hora acostumbrada. Ella no había mandado que se lo trajeran, sino Aviendha. Por lo visto, Monaelle decía que saltarse comidas era tan perjudicial como comer demasiado. La señora Harfor, informada de que tendría que ocuparse de los vidrieros y también de otras delegaciones, torció levemente el gesto a la par que aceptaba la orden con un asentimiento de cabeza. Antes de salir de la sala, anunció que había comprado cabras para el palacio; al parecer Elayne debía beber leche de cabra, y mucha. Careane gimió al enterarse de que tendría que dar clases a las Detectoras de Vientos esa noche, pero al menos la mujer no hizo ningún comentario sobre la dieta de Elayne. En realidad, Elayne confiaba en estar de regreso a palacio al caer la noche, pero también esperaba encontrarse tan cansada como si hubiese impartido esa clase. Vandene tampoco le dio consejos sobre ese tema. Elayne había estudiado sobre las naciones de la Frontera de la Llaga, junto con todos los demás países, como parte de su educación, y había comentado sus intenciones con la Verde de pelo canoso, que también conocía las Tierras Fronterizas, si bien a Elayne le habría encantado poder llevar con ella a Vandene. Alguien que había vivido en esas tierras podría reparar en matices que quizás a ella le pasarían inadvertidos. Con todo, sólo se atrevió a hacerle unas cuantas preguntas más mientras Essande la vestía, únicamente para reafirmar cosas que Vandene ya le había dicho. Tampoco es que lo necesitara, comprendió. Se sentía tan concentrada en su propósito como cuando Birgitte apuntaba con el arco.

Por último, hubo que hacer venir a Reanne de donde se encontraba, intentando de nuevo convencer a una antigua sul’dam de que también ella podía encauzar. Reanne había estado realizando ese tejido en el patio de las caballerizas a diario, desde el día en que lo había llevado a cabo por primera vez para enviar a Merilille a través del acceso, y podía abrirlo en el mismo punto del Bosque de Braem sin dificultad. No había en palacio mapas de esa zona que fuesen lo bastante detallados para que Merilille marcara la ubicación del campamento con mucha precisión; así pues, si Elayne o Aviendha tejían el acceso, éste podría abrirse a quince kilómetros o más de los campamentos que el punto del pequeño claro que Reanne conocía. Había dejado de nevar en el Bosque de Braem antes de que la Gris regresara; pero, aun así, quince kilómetros a través de nieve recién caída podían significar otras dos horas de camino, en el mejor de los casos. Elayne quería resolver ese asunto con rapidez.

Las mujeres de los Marinos debían de haberse dado cuenta del ajetreo que bullía en el palacio, con las mujeres de la guardia corriendo por los pasillos, portadoras de mensajes o yendo a buscar a una persona u otra, pero Elayne se aseguró de que no les contasen nada. Si Zaida decidía ir también y Elayne se negaba, era muy capaz de hacer que una de las Detectoras de Vientos abriera su propio acceso, y la Señora de las Olas representaba una complicación que debía evitarse. La mujer ya se comportaba como si tuviese tantos derechos en palacio como la propia Elayne. Que Zaida intentase avasallarla podía echarlo todo a perder tanto como una sonrisa lasciva de Mellar.

Darse prisa parecía estar fuera del alcance de Essande, pero todos los demás volaban y, para cuando el sol se encontró en el punto culminante de su trayectoria, Elayne se hallaba a lomos de fogoso, avanzando a través de la nieve del Bosque de Braem, casi a cincuenta leguas al norte de Caemlyn en línea recta, pero sólo a un paso a través del acceso, que la condujo a una densa fronda de altos pinos, cedros y robles, mezclados con árboles de ramas grises que habían perdido la hoja. De vez en cuando se abría un amplio prado cubierto de nieve, como una blanca alfombra intacta salvo por las huellas dejadas por el caballo de Merilille. Ésta había salido antes llevando la carta, y Elayne, Aviendha y Birgitte la siguieron al cabo de una hora para darle tiempo a llegar al campamento de los habitantes de las Tierras Fronterizas. La calzada de Caemlyn al Bosque de Braem se hallaba a varios kilómetros al oeste, y el lugar por donde marchaban podría haberse encontrado a mil leguas de cualquier población humana.

Para Elayne la elección de su atuendo había sido tan seria como escoger una armadura. Su capa estaba forrada con pieles de martas para proporcionarle calor, pero el exterior era de paño color verde oscuro, suave pero grueso, y el traje de montar era de seda verde y sin adornos. Incluso los guantes eran de cuero liso, del mismo color. A menos que las espadas se hubiesen desenvainado, aquélla era la clase de armadura con la que una Aes Sedai se enfrentaba a los dirigentes. La única joya visible era un pequeño broche con forma de tortuga, y, si a alguien le parecía eso extraño, le daba igual. Un ejército de habitantes de las Tierras Fronterizas estaba más allá de cualquier trampa que pudiese tenderle cualquiera de sus rivales al trono, o incluso Elaida, pero esas diez hermanas —diez o más— sí podrían ser de Elaida. No estaba dispuesta a permitir que la ataran como un paquete y la mandasen de vuelta a la Torre Blanca.

—Podemos volver y dejar esto sin incurrir en toh, Elayne. —Aviendha, ceñuda, seguía vestida con sus ropas Aiel y luciendo el sencillo collar de plata y el pesado brazalete de marfil. Su zaino, de fornida constitución, era un palmo más bajo que fogoso o que el esbelto rucio de Birgitte, y mucho más fácil de manejar, aunque ella cabalgaba bastante mejor que al principio. Al ir montada a horcajadas, las piernas, enfundadas en medias negras, le quedaban descubiertas hasta la rodilla, pero no parecía sentir frío, y el único cambio era el chal echado sobre la cabeza. A diferencia de Birgitte, no había dejado de intentar disuadir a Elayne de su propósito—. Lo de sorprenderlos está muy bien, pero te respetarán más si han de salir a tu encuentro hasta la mitad del camino.

—No puedo dejar en mal lugar a Merilille —contestó Elayne con más paciencia de la que sentía. Puede que no estuviese tan cansada ya, pero tampoco se sentía particularmente en buena forma, y no le apetecía tener que aguantar la insistencia de su hermana; sin embargo no quería contestarle con brusquedad—. Podría sentirse como una necia, allí plantada con una carta que anuncia mi llegada y que no aparezca. Lo que es peor, yo me sentiría como una necia.

—Mejor sentirse necia que serlo —rezongó Birgitte entre dientes.

Su capa oscura se extendía por detrás de la silla, y la coleta, de intrincado trenzado, colgaba desde la abertura de la capucha hasta casi su cintura. Subirse la capucha justo lo suficiente para enmarcar su rostro era la única concesión que había hecho para protegerse del frío y del mordiente viento que a veces levantaba los copos de nieve como si fuesen plumas, pues la arquera no quería que nada le obstaculizara la vista. La cubierta del estuche del arco, colgado de la silla, era para mantener seca la cuerda, y lo llevaba de manera que lo tenía a mano para cogerlo rápidamente. La sugerencia de que llevase una espada había sido rechazada con tanta indignación como si Elayne le hubiese pedido a Aviendha que utilizase una. Birgitte sabía manejar el arco, pero afirmaba que podía atravesarse a sí misma al intentar desenvainar la espada. Aun así, la corta capa verde se habría confundido en la fronda en otra época del año y, cosa sorprendente, también sus pantalones eran del mismo color. Ahora era una Guardiana, no la capitana general de la Guardia Real, si bien ese título no parecía complacerla como podría haberse esperado. El vínculo transmitía tanta frustración como vigilancia. Elayne suspiró y el aliento se tornó vaho en el aire.

—Ambas sabéis lo que espero conseguir con esta reunión. Lo habéis sabido desde que lo decidí. ¿Por qué me tratáis de repente como si fuese de cristal?

Las dos intercambiaron una mirada por encima de ella, cada cual esperando que la otra hablase primero, y después volvieron la vista al frente en silencio, y entonces Elayne comprendió.

—Cuando mi hija haya nacido —manifestó fríamente—, ambas podéis solicitar el puesto de nodriza. —Eso si es que el bebé era niña. Si Min había dicho algo al respecto, Aviendha y Birgitte lo habían olvidado en la bruma del alcohol que les embotaba el cerebro aquella noche. Quizá sería mejor tener un varón primero, para que así pudiera empezar su entrenamiento antes de que naciera su hermana. No obstante, una hija aseguraba la sucesión, en tanto que un hijo varón único sería apartado a un lado. Y, por mucho que deseara tener más de uno, nada le aseguraba que fuera a dar a luz a otro hijo. Quisiera la Luz que hubiera más hijos de Rand, pero tenía que ser práctica—. Yo no necesito nodriza.

Las mejillas morenas de Aviendha enrojecieron; la expresión de Birgitte no varió, pero a través del vínculo llegó la misma emoción.

Marcharon lentamente, siguiendo las huellas de Merilille durante casi dos horas, y Elayne pensaba que el primer campamento debía de encontrarse próximo ya cuando, de repente, Birgitte señaló al frente.

—Shienarianos —dijo, y a continuación sacó el arco del estuche. La sensación de alerta ahogó la de frustración y todo lo demás que había transmitido el vínculo.

Aviendha tanteó la empuñadura del cuchillo del cinturón como para asegurarse de que se encontraba en su sitio. Esperando debajo de los árboles, a un lado de las huellas de Merilille, hombres y caballos por igual permanecían tan inmóviles que Elayne casi los tomó por un afloramiento de rocas hasta que distinguió las extrañas cimeras de los yelmos. Sus monturas no iban protegidas con armaduras, como solía ser con los caballos shienarianos, pero los hombres en sí llevaban petos y largas espadas sujetas a la espalda, así como otras más cortas y mazos colgados en los cinturones y en las sillas. Sus oscuros ojos no parpadeaban. Uno de los caballos sacudió la cola y, en medio de tanta inmovilidad, ver la leve ondulación fue casi un sobresalto.

Un hombre de rostro afilado habló a Elayne y a sus dos compañeras cuando frenaron los caballos delante de él. La cimera de su yelmo semejaba unas alas estrechas.

—El rey Easar os transmite su compromiso de garantizar vuestra seguridad, Elayne Sedai, al que sumo el mío propio —dijo con una voz de timbre duro—. Soy Kayen Yokata, señor de Fal Eisen, que la Paz me abandone y la Llaga consuma mi alma si algún mal os acontece en nuestro campamento a vos o a quienes os acompañan.

Aquello no era tan tranquilizador como Elayne hubiera deseado. Todas esas garantías de su seguridad sólo dejaban claro que se había planteado alguna duda sobre el asunto, y que todavía podía haberla.

—¿Es que una Aes Sedai necesita garantías de los shienarianos? —contestó. Comenzó a realizar el ejercicio de novicia para calmarse y cayó en la cuenta de que no lo necesitaba. Muy extraño—. Podéis conducirme allí, lord Kayen.

El hombre se limitó a asentir con la cabeza e hizo volver grupas a su caballo. Algunos de los shienarianos observaron a Aviendha con ojos inexpresivos, reconociendo en ella a una Aiel, pero en su mayoría se limitaron a situarse detrás. Sólo los cascos, aplastando la capa dura de la nieve que ocultaba la caída recientemente, rompieron el silencio durante el corto tramo que recorrieron. Elayne no se había equivocado: el campamento shienariano se encontraba muy cerca. Pocos minutos después empezó a ver centinelas, montados y equipados con armaduras, y a no tardar entraron en el campamento.

Extendido entre los árboles, parecía más grande de lo que ella había imaginado. Tanto si miraba a izquierda, a derecha o al frente, tiendas, lumbres, hileras de caballos atados y filas de carretas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Mientras su escolta y ella pasaban, los soldados los observaban con curiosidad. Eran hombres de semblantes duros, con las cabezas afeitadas excepto el mechón en lo alto de cráneo que a veces les llegaba a los hombros; pocos llevaban puestas piezas de sus armaduras, pero éstas y las armas siempre estaban a mano. El olor no era tan malo como Merilille lo había descrito, aunque sí percibía un débil hedor a letrinas y estiércol bajo el aroma de lo que quiera que se estuviera cocinando en todas aquellas ollas. Nadie parecía hambriento, aunque muchos estaban delgados; no la delgadez famélica de falta de alimento, sólo la propia de hombres que nunca han tenido demasiada grasa en el cuerpo. Elayne notó que no había espetones sobre ninguna de las lumbres, que ella viese. La carne debía de ser más difícil de conseguir que el grano, aunque el propio trigo no había abundado en este tardío invierno. Una sopa no fortalecía a un hombre como ocurría con la carne. Tendrían que ponerse en movimiento pronto; no había ningún lugar que pudiera mantener a cuatro ejércitos de ese tamaño durante mucho tiempo. Lo que tenía que hacer ella era asegurarse de que se moviesen en la dirección correcta.

No todas las personas que vio eran soldados con la cabeza afeitada, por supuesto, aunque también tenían un aspecto casi tan duro como ellos. Había flecheros haciendo flechas, carreteros trabajando en las carretas, herradores poniendo herraduras a los caballos, lavanderas, mujeres cosiendo que podrían ser costureras o esposas. Un gran número de personas seguía siempre a un ejército en marcha, a veces tantas como los propios soldados. Elayne no avistó ninguna mujer que pudiese ser Aes Sedai, sin embargo; no parecía muy probable que una hermana se remangase y removiera con las palas de madera las ropas metidas en las ollas de lavar ni zurcir o poner parches a chaquetas o pantalones. ¿Por qué querían permanecer ocultas? Elayne resistió el deseo de abrazar la Fuente, de absorber saidar a través del angreal con forma de tortuga que llevaba prendido en el pecho. Cada batalla a su tiempo, y la primera era luchar por Andor.

Kayen desmontó y la ayudó a hacer lo propio delante de una tienda mucho más grande que cualquiera de las otras que alcanzaba a ver, con la lona de color pálido y un único pico largo. El hombre vaciló, sin saber si hacer otro tanto con Birgitte y Aviendha, pero Birgitte le solucionó el dilema desmontando ágilmente y tendiendo las riendas a un soldado que esperaba, mientras Aviendha hacía lo mismo, sólo que estuvo a punto de caerse. La Aiel había mejorado su técnica de cabalgar, pero montar y desmontar todavía le daban problemas. Dirigiendo una mirada feroz en derredor para ver si alguien se reía, Aviendha se alisó la amplia falda y después se quitó el chal de la cabeza y se lo puso alrededor de los hombros. Birgitte observó cómo se llevaban su caballo, como si deseara haber cogido el arco y la aljaba de las flechas, que iban colgados en la silla. Kayen abrió una de las solapas de lona de la entrada e hizo una reverencia.

Tras inhalar profundamente para tranquilizarse, Elayne entró delante de las otras dos mujeres. No podía permitir que esa gente la viera como una suplicante. No estaba allí para solicitar nada, ni para defender nada. «A veces —le había dicho Gareth Bryne cuando era una niña—, uno se ve superado por sus adversarios, sin un hueco por el que escabullirse. En esos casos, Elayne, haz siempre lo que menos espera tu enemigo: atacar». Desde el principio, tenía que atacar.

Dentro, Merilille se dirigió hacia ella a través de las alfombras extendidas sobre el suelo de tierra. La sonrisa de la diminuta Gris no era precisamente de alivio, pero obviamente revelaba que la mujer se alegraba de ver a Elayne. Aparte de ella sólo había otras cinco personas presentes, dos mujeres y tres hombres, y uno de éstos era un sirviente —un viejo soldado de caballería, a juzgar por la forma combada de sus piernas y su cara marcada de cicatrices— que se acercó para coger las capas y los guantes —y mirar parpadeando a Aviendha— antes de retirarse hasta una mesa de sencilla madera en la que había una bandeja de plata, con una jarra de cuello alto y un surtido de copas. Las otras cuatro personas regían las naciones de las Tierras Fronterizas. El restante mobiliario de la tienda lo componían diversas sillas de campaña sin respaldo y cuatro grandes braseros en los que ardían ascuas de carbón. Ésa no era la clase de recibimiento que podría haber esperado la hija heredera de Andor, con cortesanos y muchos sirvientes, y conversaciones ociosas antes de entrar en asuntos serios, y también hombres y mujeres, situados al lado de los dirigentes, para aconsejarlos. Lo que encontró era lo que había esperado encontrar.

La Curación había hecho desaparecer las ojeras de Merilille antes de que saliese de palacio, y la mujer presentó a Elayne con sencilla dignidad.

—Ésta es Elayne Trakand, del Ajah Verde, como os anuncié.

Eso y nada más. Merced a Vandene, Elayne sabía lo bastante sobre esas personas para distinguir quién era cada dirigente que tenía ante ella.

—Os doy la bienvenida, Elayne Sedai —dijo Easar de Shienar—. La Paz y la Luz os sean propicias.

Era un hombre de baja estatura, no más alto que ella, delgado y con la cara sin arrugas a pesar de que el largo copete que colgaba por un lado de su cabeza era blanco. Llevaba una chaqueta de color bronce. Mientras miraba sus tristes ojos, Elayne recordó que se lo tenía por un dirigente sabio y un experto diplomático, así como un buen soldado. Su apariencia no daba a entender ninguna de esas cosas.

—¿Puedo ofreceros vino? —continuó Easar—. Las especias no son frescas, pero han ganado sabor con la edad.

—Cuando Merilille nos comunicó que vendríais hoy desde Caemlyn, confieso que habría dudado de ella si no fuese Aes Sedai.

La que había hablado era Ethenielle de Kandor, alrededor de medio palmo más alta que Merilille y algo rellenita; su negro cabello tenía algunas hebras blancas, pero no había nada de maternal en ella a pesar de su sonrisa. Una regia dignidad la envolvía tanto como lo hacía su buen vestido de paño azul. También sus ojos eran azules, limpios y firmes.

—Nos complace que hayáis venido —dijo Paitar de Arafel con una voz sorprendentemente profunda y rica que hizo que Elayne se sintiese, de algún modo, bien acogida—. Tenemos que hablar de muchas cosas con vos.

Vandene había dicho que era el hombre más maravilloso de las Tierras Fronterizas, y quizá lo había sido hacía mucho tiempo, pero la edad había marcado profundas arrugas en su rostro y sólo le quedaba una fina orla de cabello. Era alto, de hombros anchos, y bajo su ropa de color verde claro se advertía que era fuerte. Y en absoluto un necio.

Mientras que los otros llevaban muy bien la edad, Tenobia de Saldaea hacía ostentación de juventud ya que no de belleza, con aquella nariz aguileña y esa ancha boca. Sus ojos rasgados, de un color casi purpúreo, eran su mejor rasgo. Quizás el único. En tanto que los otros vestían con sencillez, aun cuando dirigían naciones, su vestido azul pálido iba repujado con perlas y zafiros, y lucía más de estas últimas gemas en el cabello. Adecuado para una corte, pero no para un campamento. Y mientras que los otros se mostraban corteses…

—Por la Luz, Merilille Sedai —manifestó Tenobia en voz alta, fruncido el entrecejo—, sé que decís la verdad, pero parece más una cría que una Aes Sedai. Y no mencionasteis que traería a una Aiel de ojos negros.

El gesto de Easar no varió, pero Paitar apretó los labios y Ethenielle llegó incluso a lanzar una mirada a Tenobia apropiada para una madre. Una madre muy irritada y contrariada.

—¿Negros? —farfulló Aviendha, desconcertada—. No tengo los ojos negros. Nunca vi ojos negros, salvo en algún buhonero, hasta que crucé la Pared del Dragón.

—Sabéis que sólo puedo decir la verdad, Tenobia, y os aseguro que… —empezó Merilille, pero Elayne la hizo callar tocándole el brazo.

—Basta con que sepáis que soy Aes Sedai, Tenobia. Ésta es mi hermana Aviendha, del septiar Nueve Valles, de los Aiel Taardad. —Aviendha les sonrió, o al menos enseñó los dientes—. Y ésta es lady Birgitte Trahelion, mi Guardián. —Birgitte hizo una breve reverencia.

Las dos presentaciones originaron miradas de estupefacción —¿Una Aiel su «hermana»? ¿Una «mujer» su Guardián?— pero Tenobia y los demás dirigían tierras al borde de la Llaga, donde las pesadillas podían aparecer caminando en pleno día y cualquiera que se dejase vencer por la sorpresa podía darse por muerto. No obstante, Elayne no les dio oportunidad de recuperarse. «Ataca antes de que sepan lo que haces —había dicho Gareth Bryne—, y sigue atacando hasta que los derrotes o abras brecha en la barrera».

—¿Podemos dar por cumplidos los preámbulos de cortesía? —dijo mientras cogía una taza que olía a vino con especias de la bandeja que le ofrecía el viejo soldado. Un impulso de precaución llegó a través del vínculo de Guardián, y vio que Aviendha miraba con recelo la copa, pero Elayne no tenía intención de beber. Se alegró de que ninguna hablase—. Sólo un necio pensaría que habéis venido de tan lejos para invadir Andor —manifestó al tiempo que se dirigía hacia las sillas para tomar asiento.

Aunque fuesen dirigentes, no tenían otra opción que seguirla o quedarse mirando su espalda; es decir, a la espalda de Birgitte, que caminaba detrás de ella. Como siempre, Aviendha se acomodó en el suelo y arregló los vuelos de la falda en un perfecto abanico. Los demás, claro, la siguieron.

—Lo que os ha traído es el Dragón Renacido —continuó—. Pedisteis esta audiencia conmigo porque estuve en Falme. La cuestión es: ¿por qué eso es tan importante para vosotros? ¿Pensáis que puedo contaros algo más de lo que ocurrió allí de lo que ya sabéis? Se tocó el Cuerno de Valere, los héroes de leyenda muertos cabalgaron contra los invasores seanchan, y el Dragón Renacido luchó contra la Sombra en el cielo, a la vista de todos. Si ya sabéis eso, entonces sabéis tanto como yo.

—¿Audiencia? —repitió Tenobia con incredulidad, tanto que se paró a medias de sentarse. La silla de campamento crujió cuando se dejó caer en ella—. ¡Nadie «solicitó audiencia»! ¡Aun en el caso de que ya fuese vuestro el trono de Andor…!

—Centrémonos en el tema, Tenobia —la interrumpió suavemente Paitar, que en lugar de sentarse continuó de pie y bebiendo un sorbo de vino de vez en cuando. Elayne se alegró de poder ver aquellas arrugas en su cara; en caso contrario, esa voz podría confundir los pensamientos de una mujer.

Ethenielle lanzó otra rápida mirada a Tenobia mientras se sentaba, y masculló algo entre dientes. A Elayne le pareció oír la palabra «matrimonio» con un tono pesaroso, pero eso no tenía sentido. En cualquier caso, la mujer se dirigió a Elayne tan pronto como hubo tomado asiento.

—Seguramente me gustaría vuestra ferocidad en otro momento, Elayne Sedai, pero no resulta muy divertido caer en una emboscada que uno de los propios aliados ha contribuido a tender. —Tenobia se puso ceñuda a pesar de que Ethenielle ni siquiera volvió aquellos ojos penetrantes en su dirección—. Lo que ocurrió en Falme no es tan importante como lo que resultó de ello —continuó la reina de Kandor—. No, Paitar, tenemos que decirle lo que debemos decirle. Ya sabe demasiado para actuar de otro modo. Sabemos que fuisteis compañera del Dragón Renacido en Falme, Elayne. Una amiga, quizá. Tenéis razón, no hemos venido a invadiros, sino a encontrar al Dragón Renacido. Y hemos recorrido tan larga distancia para encontrarnos con que nadie sabe dónde se encuentra. ¿Sabéis dónde está?

Elayne ocultó su alivio ante la pregunta directa. Nunca se lo habrían preguntado si hubieran pensado que era algo más que una compañera o una amiga. También ella podía ser directa. Atacar y seguir atacando.

—¿Por qué queréis encontrarlo? Emisarios o mensajeros habrían podido llevar cualquier cosa que quisieseis enviarle. —Lo cual venía a significar que para qué habían traído consigo tan vastos ejércitos.

Easar no había cogido vino, y estaba puesto en jarras.

—La guerra contra la Sombra se combate a lo largo de la Llaga —manifestó, severo—. La Última Batalla se combatirá en la Llaga, si no en el propio Shayol Ghul. Y él hace caso omiso de las Tierras Fronterizas y se preocupa por naciones que no han visto un Myrddraal desde la Guerra de los Trollocs.

—El Car’a’carn decide dónde danzar las lanzas, hombre de las tierras húmedas —repuso con sorna Aviendha—. Si lo seguís, entonces tenéis que combatir donde él diga.

Nadie la miró. Todos los ojos estaban prendidos en Elayne. Nadie aprovechó la oportunidad ofrecida por Aviendha.

Elayne se obligó a respirar sosegadamente y a sostener aquellas miradas sin pestañear. Un ejército de las Tierras Fronterizas era una trampa demasiado grande para que la tendiese Elaida con el único propósito de atraparla, pero para atrapar a Rand al’Thor, el Dragón Renacido, era otro cantar. Merilille rebulló sobre la silla, si bien tenía instrucciones, por lo cual continuó callada. Daba igual cuántos tratados había negociado la hermana Gris: una vez que Elayne hubiese empezado a hablar, ella tenía que guardar silencio. La seguridad fluyó a lo largo del vínculo con Birgitte. La percepción de Rand en su mente era una piedra, indescifrable y distante.

—¿Conocéis la proclama de la Torre Blanca respecto a él? —inquirió sosegadamente. Tenían que estar enterados a estas alturas.

—La Torre impone anatema sobre cualquiera que se acerque al Dragón Renacido salvo por mediación de la Torre —contestó Paitar en un tono igualmente tranquilo. Por fin tomó asiento y la miró con expresión seria—. Sois Aes Sedai. Sin duda eso viene a ser lo mismo.

—La Torre se entremete en todo —rezongó Tenobia—. No, Ethenielle, ¡pienso decirlo! Todo el mundo sabe que la Torre está dividida. ¿A quién seguís, Elayne, a Elaida o a las rebeldes?

—El mundo rara vez sabe lo que cree que sabe —intervino Merilille en un tono que pareció bajar la temperatura dentro de la tienda. La menuda mujer que corría cuando Elayne le ordenaba algo y que chillaba cuando las Detectoras de Vientos la miraban, estaba sentada muy derecha y hacía frente a Tenobia como una Aes Sedai, su terso rostro tan gélido como su voz—. Los asuntos de la Torre sólo son para las iniciadas, Tenobia. Si quieres enterarte, pide la inscripción de tu nombre en el libro de novicias, y dentro de veinte años quizá sepas un poco.

Su Preclara Majestad, Tenobia si Bashere Kazadi, Escudo del Norte y Espada de la Frontera de la Llaga, Cabeza Insigne de la casa Kazadi, señora de Shahayni, Asnelle, Kunwar y Ganai, miró a Merilille con toda la furia de una tempestad… y no dijo nada. El respeto de Elayne por ella aumentó ligeramente.

La desobediencia de Merilille no le disgustó. La había salvado de contestar con evasivas mientras daba a entender que decía sólo la verdad. Egwene afirmaba que tenían que tratar de vivir como si ya hubiesen prestado los Tres Juramentos, y en esos momentos Elayne sentía todo su peso. En ese instante no era la hija heredera de Andor luchando para reclamar el trono de su madre; o, al menos, no sólo eso. Era una Aes Sedai del Ajah Verde, con más motivos para ser cuidadosa con lo que decía que para ocultar simplemente lo que quería que permaneciese oculto.

—No puedo deciros exactamente dónde está. —Verdad, porque sólo habría podido darles una dirección vaga, más o menos hacia Tear, y a una distancia desconocida; verdad, porque no confiaba en ellos lo suficiente ni siquiera para eso. Tenía que ser prudente con lo que decía y cómo—. Sé que al parecer se propone quedarse donde esté durante un tiempo. —Hacía días que no se movía y, desde que se había marchado, era la primera vez que permanecía en un sitio más de medio día—. Os diré lo que me sea posible, pero sólo si accedéis a marcharos hacia el sur antes de una semana. De todos modos, se os agotará la cebada como se os ha agotado la carne si continuáis aquí mucho más tiempo. Os prometo que así marcharéis hacia el Dragón Renacido. —Al principio, al menos.

—¿Queréis que entremos en Andor? —Paitar sacudió la calva cabeza—. Elayne Sedai… ¿O debería llamaros lady Elayne ahora? Os deseo la bendición de la Luz en vuestra empresa de lograr la corona de Andor, pero no tanto como para ofrecer mis hombres para que luchen por ella.

—Elayne Sedai y lady Elayne son la misma persona —respondió—. No os pido que luchéis por mí. En realidad, espero de todo corazón que crucéis Andor sin que se produzca la menor escaramuza. —Levantó la copa de plata y se mojó los labios sin beber el vino.

Un destello de precaución surgió a través del vínculo de Guardián y, a despecho de sí misma, Elayne se echó a reír. Aviendha, que la observaba por el rabillo del ojo, frunció el entrecejo. Aun entonces iban a cuidar de la futura madre.

—Me alegro de que alguien encuentre esto divertido —dijo secamente Ethenielle—. Intenta pensar como un habitante del sur, Paitar. Aquí practican el Juego de las Casas, y creo que ella es una buena jugadora. Es lo lógico, supongo. Siempre he oído decir que fueron Aes Sedai quienes crearon el Da’es Daemar.

—Piensa en tácticas, Paitar. —Easar estudiaba a Elayne con un atisbo de sonrisa—. Nos movemos hacia Caemlyn como invasores, así es como lo entenderá cualquier andoreño. Puede que el invierno sea suave aquí, pero aun así tardaremos semanas en recorrer esa distancia. Para cuando lo hagamos, ella habrá reunido suficientes casas andoreñas contra nosotros y, en su caso, ya tendrá el Trono del León, o andará cerca. Como mínimo, habrá tropas suficientes puestas a su servicio para que ningún otro aspirante pueda resistir mucho contra ella.

Tenobia rebulló en la silla, fruncido el ceño y arreglándose la falda; pero, cuando miró a Elayne, en sus ojos había un respeto que antes no existía.

—Y cuando lleguemos a Caemlyn, Elayne Sedai —adujo Ethenielle—, negociaréis… para que salgamos de Andor sin que se libre ninguna batalla. —Aquello sonó no exactamente con un tono de pregunta, pero casi—. Muy, muy inteligente.

—Siempre y cuando todo salga como ha planeado —dijo Easar, cuya sonrisa se borró. Extendió una mano sin mirar, y el viejo soldado puso en ella una copa—. Eso rara vez ocurre con las batallas, creo, ni siquiera en las incruentas, como sería este caso.

—Deseo fervientemente que todo sea incruento —contestó Elayne. ¡Luz, tenía que ser así, o en lugar de salvar a su país de una guerra civil lo habría abocado a algo peor!—. Me esforzaré para que ocurra de ese modo. Y espero que vosotros también.

—¿Por casualidad no sabréis dónde se encuentra mi tío Davram, Elayne Sedai? —inquirió Tenobia de repente—. Davram Bashere. Me gustaría hablar con él tanto como con el Dragón Renacido.

—Lord Davram no está lejos de Caemlyn, Tenobia, aunque no puedo prometer que siga allí para cuando lleguéis. Es decir, si es que estáis de acuerdo. —Elayne se obligó a respirar, a ocultar su ansiedad. Ahora había traspasado la línea donde ya no podía dar marcha atrás. Marcharían hacia el sur, de eso no le cabía duda, pero sin su acuerdo a la propuesta habría derramamiento de sangre.

El silencio se prolongó largos instantes, roto sólo por el crepitar de los carbones de uno de los braseros. Ethenielle intercambió una mirada con los dos hombres.

—Siempre y cuando consiga ver a mi tío, yo estoy de acuerdo —dijo Tenobia con vehemencia.

—Estoy de acuerdo, por mi honor —manifestó resueltamente Easar.

—Por la Luz, estoy de acuerdo —dijo casi al momento Paitar en un tono más suave.

—Entonces lo estamos todos —intervino Ethenielle—. Y ahora os toca a vos, Elayne Sedai. ¿Dónde podemos encontrar al Dragón Renacido?

Un estremecimiento sacudió a Elayne, y no supo discernir si era de exultación o de miedo. Había hecho aquello para lo que había ido allí, corriendo riesgos tanto para ella como para Andor, y sólo el tiempo diría si había tomado la decisión acertada. Respondió sin vacilación.

—Como ya os he dicho, no puedo decirlo exactamente. Una búsqueda en Murandy, sin embargo, sería provechosa. —Verdad, aunque lo sería para ella, no para ellos, si se producía. Egwene se había puesto en marcha desde Murandy ese mismo día, llevándose el ejército que retenía en el sur a Arathelle Renshar y a los otros nobles. Quizá la marcha de las gentes de la Tierras Fronterizas hacia el sur obligaría a Arathelle, Luan y Pelivar a tomar la decisión que Dyelin creía que tomarían: apoyarla. Quisiera la Luz que ocurriera así.

A excepción de Tenobia, los demás no parecieron muy contentos de saber dónde podrían encontrar a Rand. Ethenielle soltó el aire de un modo que casi parecía un suspiro, y Easar asintió simplemente y frunció los labios, pensativo. Paitar se acabó el vino de un trago, la primera vez que bebía realmente. Daba la impresión de que, por mucho que desearan encontrar al Dragón Renacido, no tenían muchas ganas de reunirse con él. Tenobia, por otro lado, llamó al viejo soldado para que le sirviera vino y continuó hablando sobre lo mucho que deseaba ver a su tío. Elayne nunca habría imaginado que la mujer tuviese tanto afecto familiar.

La noche caía temprano en esa época del año, y sólo quedaban unas pocas horas de luz, como señaló Easar, que ofreció lechos en los que pasarla. Ethenielle sugirió que su propia tienda sería más cómoda, pero aun así no dieron muestras de decepción cuando Elayne dijo que tenía que partir de inmediato.

—Notable que podáis recorrer semejante distancia tan rápidamente —comentó Ethenielle—. He oído hablar a Aes Sedai sobre algo que se llama Viajar. ¿Uno de los Talentos perdidos?

—¿Habéis encontrado a muchas hermanas en vuestro viaje? —inquirió Elayne.

—Alguna —repuso Ethenielle—. Hay Aes Sedai por todas partes, al parecer.

Incluso Tenobia asumió un gesto inexpresivo en ese momento. Elayne dejó que Birgitte le pusiera sobre los hombros la capa forrada de pieles de marta y asintió con la cabeza.

—Sí que las hay. ¿Podéis pedir que nos traigan los caballos?

Ninguna de las tres habló hasta que se encontraron fuera del campamento, cabalgando entre los árboles. El olor a caballo y a letrina había parecido poco intenso en el campamento, pero su ausencia allí hizo que el aire resultara muy fresco, y la nieve más blanca de algún modo.

—Estuviste muy callada, Birgitte Trahelion —comentó Aviendha mientras taconeaba su caballo en los flancos. Creía que el animal dejaría de caminar si no se le recordaba que siguiese avanzando.

—Un jodido Guardián no habla por su Aes Sedai, sino que escucha y le guarda la espalda —replicó secamente Birgitte. No era muy probable que en el bosque hubiese alguien que pudiera representar una amenaza para ellas, tan cerca del campamento shienariano, pero mantenía la cubierta del arco retirada, y sus ojos no dejaban de examinar los árboles.

—Una forma de negociación mucho más rápida de la que yo estoy acostumbrada, Elayne —dijo Merilille—. Normalmente, esos asuntos requieren días o semanas de conversaciones, si no meses, antes de que se haya acordado algo. Tuviste suerte de que no fueran domani. O cairhieninos —admitió diplomáticamente—. La actitud directa y abierta de los habitantes de las Tierras Fronterizas resulta inusitada y bienvenida. Fácil de tratar.

¿Directa y abierta? Elayne sacudió ligeramente la cabeza. Querían encontrar a Rand, pero habían ocultado el motivo. También habían ocultado la presencia de hermanas en el campamento. Al menos se alejarían de él, una vez que hubiesen emprendido camino a Murandy. De momento, habría que conformarse con eso, pero quería advertirle cuando consiguiera discurrir cómo hacerlo sin ponerlo en peligro. «Cuida de él, Min —pensó—. Cuídalo por nosotras».

A unos cuantos kilómetros del campamento, Elayne frenó al caballo para examinar el bosque con tanto interés como Birgitte. Especialmente detrás de ellas. El sol tocaba ya las copas de los árboles. Un zorro blanco apareció trotando de repente y al segundo desapareció. Algo se movió en la rama desnuda de un árbol, un pájaro o quizás una ardilla. Un oscuro halcón se zambulló inesperadamente desde el cielo, y un fino chillido sonó en el aire y enmudeció de golpe. No las seguían. No eran los shienarianos lo que la preocupaban, sino esas hermanas escondidas. La debilidad que había desaparecido por la mañana, con las noticias de Merilille, se volvía a dejar sentir con más intensidad ahora que la reunión con los habitantes de las Tierras Fronterizas había acabado. Lo que más deseaba en ese momento era meterse en la cama, y lo antes posible, pero no hasta el punto de revelar el tejido de Viajar a hermanas que no lo conocían.

Podría haber tejido un acceso al patio de caballerizas de palacio, pero corriendo el riesgo de matar a alguien que cruzara por casualidad donde se abriera, de modo que, en su lugar, tejió otro hacia un sitio que conocía igual de bien. Estaba tan cansada que le costó esfuerzo realizar el tejido; tanto, que no se acordó siquiera del angreal prendido en la pechera del vestido, hasta que la reluciente línea plateada apareció en el aire y se abrió a un campo cubierto de hierba marchita y aplastada por anteriores nevadas, un campo al sur de Caemlyn, donde Gareth Bryne la había llevado a menudo para que viese las prácticas de los Guardias de la Reina a caballo, y cómo rompían las columnas para formar una línea de fondo al sonido de una orden.

—¿Vas a quedarte aquí mirándolo? —demandó Birgitte.

Elayne parpadeó. Aviendha y Merilille la observaban con preocupación. El semblante de Birgitte no traslucía nada, pero el vínculo también transmitía preocupación.

—Sólo estaba pensando —dijo, y taconeó a fogoso para que cruzase el acceso. Acostarse sería maravilloso.

Desde el antiguo campo de entrenamiento hasta las altas y arqueadas puertas de la ciudad, encastradas en las murallas de quince metros de altura, había una corta cabalgada. A esa hora, los alargados edificios del mercado, alineados en las inmediaciones de las puertas, estaban vacíos, pero los centinelas seguían montando guardia. Observaron la entrada de Elayne y las otras dos mujeres sin que, al parecer, la reconocieran. Seguramente eran mercenarios. No la reconocerían a menos que la vieran en el Trono del León. Con la ayuda de la Luz, y con suerte, la verían en él.

El ocaso se aproximaba muy deprisa; el cielo se iba volviendo de un gris oscuro, y las sombras se alargaban paulatinamente. Había poca gente en las calles, sólo unas cuantas personas que caminaban presurosas para acabar sus tareas del día antes de regresar a sus casas para cenar junto a un cálido fuego. Un par de porteadores, cargados con la oscura silla de mano de un mercader, pasaron trotando un poco más adelante, y unos segundos después una de las grandes carretas de bombas de agua traqueteó en dirección opuesta, tirada por ocho caballos a galope, y las ruedas forradas de hierro resonaron estruendosamente sobre el pavimento. Otro fuego en alguna parte. Ocurrían con mayor frecuencia por la noche. Una patrulla de cuatro guardias montados se cruzó con ellas y continuó su camino sin mirarlas más que por encima. Tampoco ellos la reconocieron, como los hombres apostados en las puertas de la ciudad.

Medio tambaleándose en la silla, siguió avanzando pensando en la cama.

Fue una conmoción darse cuenta de que la desmontaban. Abrió los ojos, sin recordar que se le hubiesen cerrado, y se encontró con que Birgitte la llevaba en brazos al interior del palacio.

—Bájame —dijo, cansada—. Todavía puedo caminar.

—Apenas te tienes en pie —gruñó Birgitte—. Quédate quieta y callada.

—¡No podéis hablar con ella! —gritó Aviendha.

—Realmente necesita dormir, maese Norry —intervino Merilille con tono firme—. Tendréis que esperar a mañana.

—Disculpad, pero esto no puede esperar a mañana —repuso Norry que, maravilla de maravillas, habló con firmeza—. ¡Es muy urgente que hable con ella ahora!

Elayne levantó la cabeza, sintiendo que se le bamboleaba. Halwin Norry asía aquella carpeta de cuero contra su delgado tórax, como siempre, pero el seco hombre que hablaba de cabezas coronadas con el mismo tono monótono con que se refería a las reparaciones del tejado casi brincaba sobre las puntas de los pies en su esfuerzo por abrirse paso entre Aviendha y Merilille, las cuales lo agarraban por los brazos, reteniéndolo.

—Bájame, Birgitte —volvió a pedir, y, de nuevo maravilla de maravillas, Birgitte obedeció, si bien la mantuvo rodeada con un brazo, cosa que Elayne agradeció. No estaba segura de que las piernas la aguantaran mucho tiempo—. ¿Qué ocurre, maese Norry? Soltadlo, Aviendha, Merilille.

El jefe amanuense se adelantó prestamente, tan pronto como las dos mujeres le soltaron los brazos.

—Las noticias empezaron a llegar a poco de que os marchasteis, milady —dijo; esta vez su voz distaba de ser monótona, y el hombre fruncía las cejas en un gesto preocupado—. Hay cuatro ejércitos… pequeños, diría ahora, supongo. Luz, recuerdo cuando cinco mil hombres constituían un ejército. —Se pasó la mano por la calva cabeza, dejando los finos mechones blancos levantados detrás de las orejas, despeinados—. Hay cuatro ejércitos pequeños que se aproximan a Caemlyn, por el este —continuó en un tono más parecido al habitual en él. Casi—. Me temo que habrán llegado aquí dentro de una semana. Veinte mil hombres. Puede que treinta mil. No lo sé seguro. —A punto estuvo de extender la carpeta hacia Elayne como si le ofreciera ver los papeles que había dentro. Oh, sí, estaba muy agitado.

—¿Quién? —preguntó ella. Elenia tenía posesiones, y fuerzas, en el este, pero también las tenía Naean. Sin embargo, ninguna podía reunir veinte mil hombres. Y la nieve y el barro debería haberlos inmovilizado hasta la primavera. «No se construyen puentes con debería o tendría que», le pareció escuchar decir a Lini.

—Lo ignoro, milady —contestó Norry—. Aún.

En realidad no importaba quién. Fuera quien fuese, se estaba aproximando.

—Con las primeras luces del día, maese Norry, quiero que empecéis a comprar todas las vituallas que podáis encontrar fuera de las murallas y almacenarlas dentro. Birgitte, que el oficial de alistamiento anuncie que los mercenarios tienen cuatro días para firmar con la guardia, o deberán abandonar la ciudad. Y que ese anuncio se haga también a los ciudadanos, maese Norry. Quienquiera que desee marcharse antes de que se inicie el asedio, ha de partir ahora. Eso reducirá el número de bocas que tendremos que alimentar, y también puede inducir a más hombres a alistarse en la guardia. —Retiró el brazo de Birgitte, y echó a andar pasillo adelante, hacia sus aposentos. Los demás se vieron obligados a seguirla—. Merilille, informa a las Allegadas y a las Atha’an Miere. Quizá también quieran marcharse antes de que empiece. Birgitte, mapas. Haz que lleven buenos mapas a mis aposentos. Y otra cosa, maese Norry…

No había tiempo para dormir; no lo había para el cansancio. Tenía que defender una ciudad.

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