Rand se encontraba sentado en la cama de su habitación en La Cabeza de la Consiliaria, con las piernas dobladas y la espalda contra la pared, tocando la flauta engastada en plata que Thom Merrilin le había dado hacía tanto tiempo. Hacía una era. La habitación, con paneles de madera tallados y ventanas que se asomaban al mercado de Nethwin, era mejor que la de La Corona de Maredo. Las almohadas estaban rellenas de plumas, la cama tenía un dosel bordado y cortinas, y en el espejo de encima del lavabo no había una sola burbuja. La repisa de la chimenea de piedra llevaba incluso una sencilla talla. Era una habitación adecuada para un próspero mercader forastero. Se alegraba de haber llevado consigo suficiente oro cuando partió de Cairhien; había perdido esa costumbre. Al Dragón Renacido se le había proporcionado todo. Aun así, podría haberse pagado alguna cama con la flauta. La canción se llamaba Lamento por la larga noche, y nunca la había oído en su vida; pero Lews Therin sí. Pasaba igual que con la habilidad al dibujar. Rand pensaba que eso debería asustarlo o irritarlo, pero simplemente se limitó a tocar allí sentado mientras Lews Therin sollozaba.
—Luz, Rand —rezongó Min—, ¿es que vas a quedarte ahí sentado, soplando esa cosa? —Sus faldas se mecían a medida que caminaba de un lado a otro del cuarto, sobre la alfombra floreada. El vínculo con ella, Elayne y Aviendha era una sensación como ninguna otra que hubiese conocido ni querría conocer. Respiraba, y estaba vinculado con ellas; lo uno era tan natural como lo otro—. Si dice algo equivocado donde puedan oírla, si ya lo ha dicho… ¡No permitiré que nadie te arrastre a una celda para entregarte a Elaida!
Nunca había sentido el vínculo de Alanna así. No es que hubiese cambiado, pero desde aquel día en Caemlyn ese vínculo había sido como una creciente intrusión, como la mirada de alguien ajeno a su intimidad, como una china dentro de la bota.
—¿Es que tienes que tocar eso? —siguió Min—. Me dan ganas de llorar y al mismo tiempo me pone la carne de gallina. ¡Si esa mujer te pone en peligro…! —Sacó uno de los cuchillos del sitio secreto en una de las mangas anchas y lo hizo girar entre los dedos.
Rand apartó la flauta de sus labios y miró a la joven en silencio. Min enrojeció y, con un repentino gruñido, arrojó el cuchillo, que se clavó, cimbreante, en la puerta.
—Está allí —dijo él, utilizando la flauta para señalar. Inconscientemente movió el instrumento musical, siguiendo exactamente la posición de Alanna—. Vendrá pronto. —La Aes Sedai se encontraba en Far Madding desde el día anterior, y Rand no entendía por qué había esperado hasta ese momento. Alanna era una maraña de emociones dentro de su cabeza: nerviosa y precavida, preocupada y decidida, y, por encima de todo, furiosa. Una furia apenas contenida—. Si prefieres no estar aquí, puedes esperar en… —Min hizo un gesto de negación. En su cabeza, justo al lado del cúmulo de sensaciones que era Alanna, se encontraba ella. También en ella bullía la preocupación y la rabia, pero el amor brillaba a través como un faro cada vez que lo miraba y a menudo cuando ni siquiera lo hacía. También asomaba el miedo, aunque intentaba ocultar eso. Rand se llevó la flauta de nuevo a los labios y empezó a tocar El buhonero borracho; ésa era lo bastante alegre para animar a los muertos. Lews Therin le gruñó.
Min lo observó, cruzada de brazos, y después se dio un brusco tirón del vestido, ajustándoselo a las caderas. Con un suspiro, Rand bajó la flauta y esperó. Cuando una mujer se ajustaba el vestido sin ninguna razón aparente, era igual que cuando un hombre apretaba las correas de su armadura y comprobaba la cincha de la silla de montar; es decir, que esa mujer se proponía lanzar un ataque, y si uno corría acababa matándolo como un perro. La determinación era tan fuerte en Min ahora como en Alanna, astros gemelos irradiando abrasadores en el fondo de su cerebro.
—No hablaré más de Alanna hasta que llegue aquí —manifestó la joven con firmeza, como si hubiese sido él el que insistiera en hacerlo. Su voz mostraba determinación y también miedo, mucho más intenso que antes, constantemente aplastado y constantemente surgiendo de nuevo.
—Vaya, por supuesto, esposa, si ése es tu deseo —contestó mientras inclinaba la cabeza según la costumbre de Far Madding. Ella resopló sonoramente.
—Rand, me gusta Alivia. De verdad, aunque tenga a Nynaeve con los nervios de punta. —Con el puño plantado en la cadera, Min se echó hacia adelante y apuntó el índice en dirección a la nariz de Rand—. Pero va a matarte. —Pronunció las palabras como si las mordiera.
—Dijiste que iba a ayudarme a morir —repuso él quedamente—. Ésas fueron tus palabras. —¿Qué sentiría al morir? Tristeza por dejarla, por dejar a Elayne y a Aviendha. Tristeza por el dolor que les causaría. Le gustaría volver a ver a su padre antes del final. Aparte de esas cosas, casi pensaba que la muerte sería un alivio.
«Si la muerte es un alivio —dijo fervientemente Lews Therin—. Yo deseo la muerte. ¡Merecemos morir!»
—Ayudarme a morir no es lo mismo que matarme —continuó Rand. Ahora era un experto haciendo caso omiso de la voz—. A menos que hayas cambiado de opinión respecto a lo que viste.
Min alzó las manos en un gesto exasperado.
—Vi lo que vi y es lo que te dije, pero así me trague la Fosa de la Perdición si veo alguna diferencia. ¡Y no entiendo por qué crees que la hay!
—Antes o después, Min, tengo que morir —dijo pacientemente. Se lo habían contado aquellos a quienes tenía que creer. «Para vivir, debes morir». A eso todavía no le encontraba sentido, pero dejaba patente un hecho, frío y duro: exactamente como las Profecías del Dragón parecían manifestar, él tenía que morir—. No pronto, espero. Planeo que no sea así. Lo lamento, Min. Nunca debí permitir que me vinculaseis. —Pero no había sido lo bastante fuerte para negarse, como tampoco lo había sido para apartarla de su lado. Era demasiado débil para hacer lo que debía hacerse. Tenía que beber el invierno, empaparse de invierno hasta que el corazón del invierno pareciese la tarde del Día Solar comparado con él.
—Si no hubieses accedido, te habríamos atado y lo habríamos hecho de todos modos.
Rand decidió que era mejor no preguntar en qué se habrían diferenciado entonces de Alanna. Evidentemente, ella sí veía una diferencia. Min se puso de rodillas en la cama y le asió la cara con las manos.
—Escúchame, Rand al’Thor. No permitiré que mueras. Y, si lo consigues sólo por llevarme la contraria, iré en pos de ti y te traeré de vuelta. —De repente él sintió dentro de su mente una gruesa veta de hilaridad que se filtraba a través de la seriedad, y la voz de Min asumió un tono de fingida severidad—. Y después te haré volver aquí, a vivir en Far Madding. Te obligaré a dejarte crecer el cabello hasta la cintura y te lo recogeré con un pasador de piedras de luna.
Rand le sonrió. Todavía conseguía hacerlo sonreír.
—No sabía que hubiese un destino peor que la muerte, pero ése encaja bien.
Alguien llamó a la puerta, y Min se quedó paralizada. En una muda pregunta articuló en silencio el nombre de Alanna. Rand asintió y, para su sorpresa, Min lo empujó sobre las almohadas y se echó encima de su pecho. Se retorció hacia un lado y alzó la cabeza, y Rand comprendió que intentaba verse en el espejo del lavabo. Finalmente encontró una posición que le gustaba, tendida a medias sobre él, con una mano tras su nuca y la otra junto a su propia cara, encima de su pecho.
—Adelante —contestó.
Cadsuane entró en la habitación y se detuvo para mirar ceñuda el cuchillo clavado en la puerta. Con el vestido de fino paño verde y una capa forrada en piel, sujeta por el broche de plata al cuello, habría pasado por una mercader próspera o una banquera, aunque los pájaros y las flores, las estrellas y las lunas doradas que colgaban del moño canoso en lo alto de su cabeza habrían resultado ostentosos en cualquiera de los dos casos. No llevaba el anillo de la Gran Serpiente, de modo que daba la impresión de que hacía cierto esfuerzo para no llamar la atención.
—¿Habéis estado discutiendo, pequeños? —preguntó suavemente.
Rand casi pudo sentir a Lews Therin quedarse inmóvil, como un felino de montaña agazapado en las sombras; era casi tan cauteloso con esa mujer como él. Sonrojada, Min se incorporó precipitadamente y se alisó el vestido con gesto furioso.
—¡Dijiste que era ella! —dijo en tono acusador, justo en el momento en que Alanna entraba. Cadsuane cerró la puerta.
Alanna miró una vez a Min y se desentendió de ella para enfocar toda su atención en Rand. Sin quitar los oscuros ojos de él, se despojó de la capa y la echó sobre una de las sillas. Sus manos reposaron sobre la falda gris oscura, y asieron los pliegues con fuerza. Tampoco ella llevaba el anillo de Aes Sedai. Desde el instante en que sus ojos se posaron en Rand, éste percibió gozo a través del vínculo. Todo lo demás continuaba allí —el nerviosismo, la furia—, ¡pero jamás esperó que la mujer sintiese alegría! Sin cambiar de postura, tendido en la cama, cogió la flauta y jugueteó con ella.
—¿Debo sorprenderme de veros, Cadsuane? Aparecéis de repente cuando no quiero veros demasiado a menudo para mi gusto. ¿Quién os enseñó a Viajar? —Tenía que tratarse de eso. En cierto momento Alanna había sido una vaga percepción al borde del pensamiento, y al siguiente surgía a la vida con plena fuerza dentro de su cabeza. Al principio había pensado que era ella la que había aprendido a Viajar de algún modo, pero al ver a Cadsuane comprendió su error.
Alanna apretó los labios, e incluso Min pareció desaprobar sus palabras. Las emociones que fluían de una saltaban y resbalaban a lo largo del vínculo de Guardián, y en la otra ahora sólo había rabia mezclada con deleite. ¿Por qué sentía alegría Alanna?
—Todavía con menos modales que una cabra, por lo que veo —comentó secamente Cadsuane—. Chico, no creo necesitar tu permiso para visitar el lugar de mi nacimiento. En cuanto a Viajar, no es asunto tuyo dónde o cuándo he aprendido nada. —Se desabrochó la capa, guardó el pasador en el cinturón, a mano, y dobló la prenda sobre un brazo como si realizar aquello adecuadamente fuese mucho más importante que él. En su voz sonó un timbre de irritación—. Me has enjaretado un montón de compañeros de viaje, sea de un modo u otro. Alanna estaba tan desesperada por verte de nuevo que sólo un corazón de piedra se habría negado a traerla, y Sorilea dijo que algunas de las otras que te juraron lealtad no servirían para nada a menos que se les permitiese acompañar a Alanna, así que he acabado trayendo también a Nesune, Sarene, Erian, Beldeine y Elza. Por no mencionar a Harine, además de su hermana, esa Detectora de Vientos suya. No sabía si desmayarse, gritar o morder a alguien cuando se enteró de que Alanna salía a la calle para encontrarte. Y están esos tres amigos tuyos de chaqueta negra. Ignoro hasta qué punto tendrán ganas de verte, pero también se encuentran aquí. En fin, ahora que te hemos localizado, puedo mandarte a las mujeres de los Marinos y a las hermanas y dejar que te ocupes de ellas.
Rand se incorporó de un brinco, mascullando un juramento.
—¡No! ¡Mantenedlas lejos de mí!
—Te he advertido anteriormente respecto a tu lenguaje —adujo Cadsuane, que estrechó los ojos—. No volveré a advertírtelo. —Lo miró ceñuda un instante más y después asintió, como si pensara que él había aprendido bien la lección—. Veamos, ¿qué te hace pensar que puedes decirme lo que debo hacer, chico?
Rand entabló una batalla consigo mismo. No podía impartir órdenes allí. Y nunca había sido capaz de ordenar nada a Cadsuane en ningún sitio. Min afirmaba que necesitaba a esa mujer, que ella le enseñaría algo que debía aprender; pero, si acaso, aquello sólo conseguía que se sintiese más inquieto con ella.
—Quiero acabar los asuntos que me han traído aquí y marcharme sin meter jaleo —respondió al cabo—. Si se lo decís, al menos aseguraos de que entienden que no puedo permitirme el lujo de dejar que se acerquen a mí. No hasta que esté preparado para marcharme. —La mujer enarcó una ceja, esperando, y Rand inhaló hondo. ¿Por qué tenía que ponerle siempre las cosas tan difíciles?—. Apreciaría mucho que no le dijeseis a ninguno dónde me encuentro. —De mala gana, muy a regañadientes, añadió—: Por favor.
Min soltó el aire como si hubiese estado conteniendo la respiración.
—Bien —dijo Cadsuane al cabo de un momento—. Puedes comportarte con buenos modales cuando te lo propones, aun cuando lo hagas con un gesto como si tuvieses dolor de muelas. Supongo que puedo guardarte el secreto, de momento. Ni siquiera todos ellos saben que te encuentras en la ciudad. Ah, sí. Debería decirte que Merise ha vinculado a Narishma, Corele a Damer y el joven Hopwil es de Daigian.
Expuso aquello como si fuera una información sin importancia que se le hubiese pasado por alto. Rand soltó una palabrota, esta vez en voz alta, no entre dientes, y Cadsuane le asestó tal bofetón que por poco no le desencaja la mandíbula y que hizo que aparecieran puntos negros ante sus ojos. Una de las mujeres soltó una exclamación ahogada.
—Te lo dije —adujo plácidamente Cadsuane—. No más advertencias.
Min dio un paso hacia él, pero Rand sacudió levemente la cabeza. Aquello lo ayudó a aclarar los puntitos oscuros de su vista. Deseaba frotarse la mandíbula, pero mantuvo las manos a los costados. Tuvo que esforzarse para aflojar los dedos que sujetaban la flauta. En cuanto a Cadsuane, era como si lo de la bofetada no hubiese ocurrido en ningún momento.
—¿Por qué accedieron Flinn y los otros a que los vinculasen? —demandó Rand.
—Pregúntales cuando los veas —repuso ella—. Min, supongo que Alanna desea estar sola con él un rato. —Se volvió hacia la puerta sin esperar respuesta de la joven y añadió—: Alanna, te espero abajo, en la Sala de Mujeres. No tardes. Quiero regresar a Las Cumbres. Min…
La muchacha lanzó una mirada furibunda a Alanna, otra a Rand, y después levantó las manos y fue en pos de Cadsuane mascullando algo entre dientes. Cerró de un portazo al salir.
—Me gustas más con el pelo de tu color. —Alanna se cruzó de brazos y lo observó atentamente. La rabia y la alegría luchaban entre sí a través del vínculo—. Había esperado que encontrándome más cerca de ti sería mejor, pero sigues siendo como una piedra en mi cabeza. Aun estando ahí de pie, casi no puedo saber si estás molesto o no. Con todo, estar aquí es mejor. Me desagrada permanecer separada de un Guardián tanto tiempo.
Rand hizo caso omiso de ella y del júbilo que fluía a lo largo del vínculo.
—No preguntó por qué he venido a Far Madding —dijo en voz queda, con la mirada prendida en la puerta como si pudiese ver a Cadsuane a través de la hoja de madera. Sin duda tenía que estar preguntándose el porqué—. Le dijiste que me encontraba aquí, Alanna. Tuviste que ser tú. ¿Qué ha ocurrido con tu juramento?
La mujer respiró profundamente, y transcurrieron unos segundos antes de que contestara.
—No sé si a Cadsuane le importas un pimiento —espetó—. Mantengo ese juramento lo mejor que puedo, pero tú lo haces muy difícil. —Su voz empezó a endurecerse, y la ira fluyó con más ímpetu por el vínculo—. Debo lealtad a un hombre que se marcha y me deja atrás. Díme de qué forma se supone que he de servirte. Y, lo más importante, ¿qué has hecho? —Cruzó el trecho que los separaba y alzó la vista hacia él; la rabia ardía en sus ojos. Él la superaba en más de treinta centímetros, pero la mujer no pareció notarlo—. Hiciste algo, lo sé. ¡Estuve inconsciente durante tres días! ¿Qué hiciste?
—Decidí que, si tenía que estar vinculado, podía estarlo también por alguien a quien le dijera que podía hacerlo. —Tuvo que andar listo para agarrarle la mano antes de que ésta se estrellara en su mejilla—. He recibido suficientes bofetadas para un día.
Alanna lo miraba furiosa, enseñando los dientes como si fuera a arrancarle un trozo de garganta de un mordisco. Ahora el vínculo transmitía rabia e indignación, destilaba dagas.
—¿Dejaste que otra te vinculara? —gruñó—. ¡Cómo osaste! ¡Sea quien sea, la llevaré ante la justicia! ¡Haré que la azoten! ¡Eres mío!
—Porque tú me tomaste, Alanna —contestó fríamente—. Si lo supiesen otras hermanas, sería a ti a la que azotarían. —Min le había dicho en una ocasión que podía confiar en Alanna, que había visto a la Verde y a otras cuatro hermanas «en su mano». Confiaba en ella, hasta cierto punto, pero aun así también él estaba en la mano de Alanna, y no quería estarlo—. Libérame, y negaré que ocurrió. —Ignoraba que podía hacerse hasta que Lan le habló de Myrelle y de él—. Libérame y te eximiré de tu juramento.
La ardiente ira que fluía por el vínculo perdió intensidad sin desaparecer del todo, pero el rostro de la mujer recobró la calma y su voz sonó sosegada.
—Me estás haciendo daño en la muñeca.
Rand lo sabía. Podía sentir el dolor a través del vínculo. La soltó, y ella se dio masajes en la muñeca de una manera exagerada, más de lo que era necesario para el daño que se percibía. Todavía frotándose la zona magullada, se sentó en una silla y cruzó una pierna sobre otra. Parecía pensativa.
—He pensado librarme de ti —dijo finalmente—. He soñado con ello. —Soltó una risa corta y desganada—. Incluso pedí a Cadsuane que me dejase pasarle el vínculo a ella, hecho que indica lo desesperada que estaba. Si existe alguien capaz de manejarte, es Cadsuane. Pero ella se negó. La encolerizó que se lo pidiera sin preguntártelo, pero, aun en el caso de que hubieses estado de acuerdo, no lo quería. —Extendió las manos—. Así que eres mío. —Su semblante no cambió, pero el júbilo irradió de nuevo por el vínculo—. Te tomara como te tomase, eres mi Guardián, y tengo una responsabilidad. Eso tiene tanto peso en mí como el juramento que presté de obedecerte. El mismo peso. Así que no te liberaré a menos que sepa que esa mujer puede manejarte apropiadamente. ¿Quién te vinculó? Si está capacitada, dejaré que te tenga.
La mera posibilidad de que Cadsuane pudiese haber recibido su vínculo hizo que le corrieran escalofríos por la columna. Alanna nunca había sido capaz de controlarlo con el vínculo, y Rand no creía que ninguna hermana pudiera, pero jamás correría el riesgo con esa mujer. ¡Luz!
—¿Qué te hace pensar que no le importo a Cadsuane? —preguntó a su vez en lugar de responder a Alanna. Ni que pudiese confiar en ella ni que no, nadie sabría aquello si él podía evitarlo. Lo que Elayne, Min y Aviendha habían hecho podría estar permitido por la ley de la Torre, pero tenían algo peor que temer que el castigo de otras Aes Sedai si se descubría que estaban ligadas a él de ese modo. Se sentó en el borde de la cama y jugueteó con la flauta—. ¿Sólo porque rehusó mi vínculo? Quizá no se tome tan a la ligera como tú las consecuencias. Acudió a mí en Cairhien, y se quedó allí más tiempo de lo que podría justificar cualquier otra razón que no fuese yo. ¿De verdad se supone que tengo que creer que ha venido a visitar a unos amigos cuando casualmente me encuentro yo aquí? Te trajo a Far Madding para que me encontrases.
—Rand, quería saber dónde estabas todos los días —respondió Alana como quitándole importancia—, pero dudo que haya un pastor en Seleisin que no se pregunte dónde estás. El mundo entero quiere saberlo. Yo sabía que te encontrabas al sur, lejos, y que no te habías movido desde hacía días. Nada más. Cuando me enteré de que ella y Verin venían aquí, tuve que suplicarle, ¡de rodillas!, que me dejara acompañarla. Pero ni siquiera yo tenía la seguridad de que estarías aquí hasta que salí del acceso en las colinas desde las que se divisa la ciudad. Antes de eso, creía que habríamos de Viajar hasta mitad de camino de Tear para encontrarte. Cadsuane me enseñó a Viajar cuando vinimos aquí, así que no creas que podrás evitarme tan fácilmente de ahora en adelante.
¿Que Cadsuane le había enseñado a Viajar? Bueno, eso seguía sin aclarar quién le había enseñado a Cadsuane. Tampoco es que importara.
—¿Y Damer y los otros dos consintieron que los vinculasen? ¿O esas hermanas hicieron con ellos lo mismo que hiciste tú conmigo?
Un tenue rubor asomó a las mejillas de la mujer, pero cuando habló su voz sonó firme.
—Oí a Merise preguntarle a Jahar. Le costó dos días decidirse, y, que yo viera, ella nunca lo presionó en ese tiempo. No puedo hablar por las otras, pero, como dice Cadsuane, siempre puedes preguntarles a ellos. Rand, tienes que entenderlo, esos hombres tenían miedo de regresar a esa «Torre Negra» tuya. —Sus labios se torcieron en una mueca al pronunciar el nombre—. Temían que les echaran la culpa del ataque contra ti, y sabían que si se limitaban a huir se los perseguiría como desertores. Tengo entendido que ése es tu reglamento, ¿no? ¿A qué otro sitio podían ir, salvo con las Aes Sedai? Y fue una acertada decisión que lo hicieran. —Sonrió como si acabase de recordar algo maravilloso, y su voz se tornó excitada—. ¡Rand, Damer ha descubierto un modo de Curar la neutralización! Luz, me es imposible pronunciar esa palabra sin que se me paralice la lengua. Curó a Irgain, a Ronaille y a Sashalle. También ellas han prestado el juramento de fidelidad, como todas las demás.
—¿Qué quieres decir con «todas las demás»?
—Me refiero a todas las hermanas que retenían los Aiel. Incluso las Rojas. —A su voz asomó un tono de incredulidad al decir esto último, y con toda razón, pero la incredulidad dio paso a la intensidad mientras descruzaba las piernas y se echaba hacia adelante en la silla, con los ojos prendidos en los de él—. Todas han prestado el juramento y han aceptado el castigo que impusiste a Nesune y a las otras, las primeras cinco que juraron. Cadsuane no se fía de ellas. No les permitió que trajeran a ninguno de sus Guardianes. Admito que al principio albergué dudas, pero creo que sí puedes confiar en ellas. Prestaron el juramento, y sabes lo que eso significa para una hermana. No podemos romper un juramento, Rand. Es imposible.
Incluso las Rojas. Se había sorprendido cuando las primeras cinco cautivas le juraron lealtad. Elaida las había enviado para secuestrarlo y lo habían hecho. Había estado convencido de que su condición de ta’veren había sido la causa de que se sometieran a esa promesa, pero el efecto ta’veren meramente alteraba el azar, hacía que sucediera algo que, sin esa influencia, sólo ocurriría una vez entre un millón. Resultaba difícil creer que hubiera alguna circunstancia en que una Roja pudiera prestar juramento a un hombre que encauzaba.
—Nos necesitas, Rand. —La mujer se levantó de la silla como si quisiera pasear por la habitación, pero en cambio se quedó inmóvil, observándolo sin pestañear. Sus manos alisaron la falda en un gesto inconsciente—. Necesitas el apoyo de las Aes Sedai. Sin él, tendrás que conquistar todas las naciones, una por una, y no lo has hecho muy bien hasta el momento. Quizá te parezca que la rebelión en Cairhien ha terminado, pero el nombramiento de Dobraine como tu administrador no ha gustado a todo el mundo. Cabe la posibilidad de que muchos se unan a Toram Riatin si éste vuelve a aparecer. El Gran Señor Darlin se ha acomodado en la Ciudadela, según hemos sabido, tras el anuncio de que es tu administrador en Tear, pero los rebeldes no han salido de Haddon Mirk para darle su apoyo. En cuando a Andor, Elayne Trakand puede que diga que te apoyará una vez que haya ocupado el trono, pero se las ha ingeniado para sacar a tus soldados de Caemlyn, y me pondré campanas para ir a la Llaga si permite que se queden en Andor cuando tenga éxito en ocupar el trono. Las hermanas podemos ayudarte. Elayne nos hará caso. Los rebeldes de Cairhien y de Tear también nos lo harán. La Torre Blanca se ha encargado de poner fin a guerras y rebeliones durante tres mil años. Puede que no te guste el tratado que Rafela y Merana negociaron con Harine, pero lograron todo lo que pedías. ¡Luz, hombre, déjanos ayudarte!
Rand asintió lentamente con la cabeza. El que las Aes Sedai le prestasen juramento de fidelidad le había parecido un simple modo de impresionar a la gente con su poder. El miedo de que pudieran manipularlo para sus propios fines lo había cegado a todo lo demás. No le gustó admitir aquello. Había sido un necio.
«Un hombre que confía en todos es un necio —manifestó Lews Therin—, y el que no confía en nadie también lo es. Si vivimos lo suficiente, todos acabamos siéndolo». Esa reflexión casi hizo que pareciese cuerdo.
—Regresa a Cairhien —dijo Rand—. Diles a Rafela y Merana que quiero que se pongan en contacto con los rebeldes en Haddon Mirk. Y que los acompañen Bera y Kiruna. —Eran las cuatro hermanas, además de Alanna, de las que Min había dicho que podía fiarse. ¿Qué había dicho respecto a las otras cinco que Cadsuane había traído con ella? Que cada cual le serviría a su estilo. Eso no era suficiente; aún no—. Quiero que Darlin Sisnera sea mi administrador y que sigan vigentes las leyes que hice. Todo lo demás pueden negociarlo siempre y cuando ello ponga fin a la rebelión. Después… ¿Qué ocurre?
La expresión de Alanna se había vuelto desanimada, y la mujer volvió a sentarse en la silla.
—Es sólo que acabo de hacer todo el camino hasta aquí y me mandas de vuelta otra vez. Supongo que es lo mejor, estando esa chica —musitó—. No tienes idea de lo que he pasado en Cairhien, cubriendo el vínculo lo suficiente para evitar que lo que estabais haciendo vosotros dos me mantuviese despierta toda la noche. Eso es mucho más difícil que aislarlo totalmente, pero me desagrada perder el contacto con mis Guardianes por completo. Sólo que regresar a Cairhien será casi igual de malo.
Rand se aclaró la garganta.
—Es lo que quiero que hagas. —Ya se había dado cuenta de que las mujeres hablaban sobre ciertas cosas de un modo mucho más abierto que los hombres, pero todavía le resultaba chocante cuando lo hacían. Esperaba que Elayne y Aviendha aislaran el vínculo cuando hacía el amor con Min. Cuando los dos estaban en la cama, para él no existía nadie más, igual que le había pasado con Elayne. Desde luego, no quería hablar de ello con Alanna—. Quizás haya terminado aquí para cuando tú acabes en Cairhien. Si no es así, puedes… puedes volver. Pero tendrás que mantenerte apartada de mí hasta que te diga lo contrario. —Aun con esa restricción, el gozo reapareció de nuevo en el vínculo.
—No vas a decirme quién te vinculó, ¿verdad? —preguntó, a lo que Rand contestó sacudiendo la cabeza, y ella suspiró—. Será mejor que me marche. —Se puso de pie, recogió la capa y se la echó sobre un brazo—. Cadsuane estará impaciente, como poco. Sorilea le advirtió que nos cuidase como una gallina a sus polluelos, y lo hace. A su modo. —Ya en la puerta se paró para hacer otra pregunta—. ¿Por qué has venido aquí, Rand? Quizás a Cadsuane no le importe, pero a mí sí. Te guardaré el secreto, si quieres. Nunca he sido capaz de pasar más que unos cuantos días en un stedding. ¿Que razón puede haber para que te quedes voluntariamente en este sitio, donde ni siquiera percibes la Fuente?
—Quizás esa carencia no sea una sensación tan mala para mí —mintió. Comprendió que podía contárselo; confiaba en que guardaría el secreto. No obstante, ella lo veía como su Guardián, y era una Verde. Ninguna explicación conseguiría que lo dejara afrontar el problema solo, pero en Far Madding tenía tan pocas posibilidades de defenderlo como Min, quizá menos—. Anda, vete, Alanna. Ya he perdido bastante tiempo.
Cuando la mujer se hubo marchado, se acomodó de nuevo en la cama, sentado y con la espalda apoyada en la pared, y toqueteó la flauta, aunque en lugar de tocar se puso a pensar. Min había dicho que necesitaba a Cadsuane, pero ésta no tenía interés en él, salvo como una curiosidad. Una curiosidad impertinente. Tenía que conseguir interesarla de algún modo, pero, en nombre de la Luz, ¿cómo hacerlo?
No sin dificultad, Verin salió por la puerta de la silla de manos al patio del palacio de Aleis. Su constitución no era la adecuada para encajar en esos trastos, pero eran el medio más rápido de desplazarse por Far Madding. Los carruajes siempre se quedaban atascados en la multitud, antes o después, y no podían llegar a ciertos sitios a los que ella quería ir. El húmedo viento del lago se estaba volviendo más frío a medida que la tarde avanzaba hacia el ocaso, pero dejó que las ráfagas agitaran su capa mientras sacaba dos céntimos de plata de su monedero y se los entregaba a los porteadores. Se suponía que no debería darles nada, ya que eran chicos de Aleis, pero Eadwina no lo habría sabido. Tampoco ellos deberían haberlo aceptado, pero la plata desapareció en sus bolsillos en un abrir y cerrar de ojos, y el más joven de los dos, un tipo guapo en plena madurez, llegó incluso a hacerle una florida reverencia antes de cargar con la silla y salir trotando hacia el establo, una estructura baja que había en una esquina del muro del fondo. Verin suspiró. Un chico en plena madurez. No había tenido que estar de vuelta en Far Madding mucho tiempo para empezar a pensar como si nunca se hubiese ido de allí. Tenía que ser cautelosa con eso; podría resultar peligroso, y no poco si Aleis o las otras descubrían su engaño. Sospechaba que la orden de exilio de Verin Mathwin seguía en vigor. Far Madding guardaba silencio cuando una Aes Sedai cometía un delito, pero las Consiliarias no tenían razón para temer a las Aes Sedai, y, por sus propias razones, la Torre guardaba silencio a su vez en esas contadas ocasiones en las que a una hermana se le aplicaba la pena de flagelación impuesta por la justicia. Verin no tenía la menor intención de ser la última razón de que la Torre guardase silencio.
Ni que decir tiene que el palacio de Aleis no tenía punto de comparación con el Palacio del Sol o el Palacio Real de Andor o cualquiera de los palacios desde los que gobernaban reyes y reinas. Era una propiedad personal de Aleis, no una residencia adscrita a su cargo de Primera Consiliaria. Otras construcciones, más grandes y más pequeñas, se alzaban a ambos lados, todas rodeadas por un alto muro excepto en el extremo donde Las Cumbres, el único punto en toda la isla que se asemejaba a una colina, se precipitaba al agua por un acantilado vertical. Aun así, tampoco era una mansión pequeña. Las mujeres de la familia Barsalla habían estado metidas en tratos comerciales y en política desde que la ciudad se llamaba todavía Fel Moreina. Corredores con altas columnatas rodeaban el palacio Barsalla en los dos pisos, y el edificio cuadrado de mármol ocupaba casi todo el terreno vallado por el muro.
Encontró a Cadsuane en una sala de estar desde la que se habría disfrutado de una buena vista del lago si las cortinas no hubiesen estado echadas para conservar el calor del fuego en la ancha chimenea de mármol. Cadsuane se encontraba sentada, con su cesto de labor sobre una pequeña mesa taraceada que había junto a su silla, bordando sosegadamente en el bastidor. No estaba sola. Verin dobló su capa, la dejó en el respaldo de una silla, y ocupó otra, esperando.
Elza apenas le dirigió una mirada de pasada. La Verde, de semblante aplacible por lo general, se hallaba de pie en la alfombra, delante de Cadsuane, con aire muy irritado, las mejillas encendidas y los ojos echando lumbre. Elza siempre era consciente de cuál era su puesto respecto a las demás hermanas; el hecho de que hiciese caso omiso de Verin y, más aún, que se enfrentase a Cadsuane ponía de manifiesto que debía de haber perdido los estribos.
—¿Cómo pudiste dejarla marchar? —demandó a Cadsuane—. ¿Cómo vamos a encontrarlo sin ella?
Ah, vaya, de eso se trataba. La cabeza de Cadsuane siguió inclinada sobre el bastidor, y la aguja continuó dando puntadas pequeñas.
—Puedes esperar hasta que regrese —respondió la mujer, sosegada.
—¿Cómo puedes mostrarte tan indiferente? —exclamó Elza, que apretó los puños junto a los costados—. ¡Es el Dragón Renacido! ¡Este lugar podría ser una trampa mortal para él! ¡Tienes que…! —Cuando Cadsuane levantó un dedo, cerró la boca con tanta brusquedad que sonaron sus dientes. Fue todo lo que hizo la otra mujer, pero tratándose de ella era más que suficiente.
—He soportado tu diatriba más de la cuenta, Elza. Puedes irte. ¡Ya!
Elza vaciló, pero en realidad no tenía opción. Su rostro seguía encendido cuando hizo una reverencia, asiendo la larga falda verde oscuro con los puños crispados, y, si bien abandonó la sala de estar con aire ofendido, también era cierto que lo hizo sin demora. Cadsuane soltó el bastidor sobre su regazo y se recostó en la silla.
—¿Querrías prepararme un poco de té, Verin?
A despecho de sí misma, Verin dio un respingo. La otra hermana ni siquiera había mirado en su dirección.
—Por supuesto, Cadsuane. —En una de las mesas auxiliares había una tetera de plata profusamente tallada, sobre una base de cuatro patas. Por suerte, todavía estaba caliente—. ¿Fue juicioso dejar que Alanna se marchara? —preguntó.
—Difícilmente podía impedírselo sin revelar al chico que hay algo más, ¿no te parece? —fue la seca respuesta.
Sin apresurarse, Verin inclinó la tetera para verter la infusión en una fina taza de porcelana azul. No era de los Marinos, pero sí de buena calidad.
—¿Tienes idea del motivo por el que vino a Far Madding, nada menos? Casi me tragué la lengua cuando se me ocurrió que la razón de que hubiese dejado de dar saltos de un sitio para otro era porque se encontraba aquí. Si se trata de algo peligroso, quizá deberíamos impedírselo.
—Verin, puede hacer todo lo que desee su corazón, cualquier cosa, siempre y cuando siga vivo para llegar al Tarmon Gai’don. Y siempre y cuando yo pueda estar a su lado el tiempo suficiente para enseñarle a reír y a llorar otra vez. —Cerró los ojos, se frotó las sienes con las puntas de los dedos y suspiró—. Se está volviendo de piedra, Verin. Y, si no aprende otra vez que es humano, ganar la Última Batalla puede que no sea mucho mejor que perderla. La joven Min le ha dicho que me necesita; logré sonsacárselo sin que ella se diera cuenta, sin levantar sus sospechas. Pero debo esperar a que él acuda a mí. Ya has visto cómo pisotea a Alanna y a las otras. Será muy difícil enseñarle aun en el caso de que lo pida. Se resiste a que lo guíen, cree que debe hacerlo todo él, aprenderlo todo por sí mismo, y, si no hago que se esfuerce para lograrlo, no aprenderá nada. —Sus manos reposaron sobre el bastidor—. Parece que esta noche me siento inclinada a hacer confidencias, lo que es poco habitual en mí. Si acabas de servir el té de una vez, es posible que te haga alguna más.
—Oh, sí, por supuesto. —Verin llenó apresuradamente una segunda taza y volvió a guardar en su escarcela el pequeño frasquito, sin abrir. Resultaba agradable estar segura de Cadsuane finalmente—. ¿Lo tomas con miel? —preguntó con su tono de voz más aturullado—. Nunca consigo acordarme.