24 Ante las Consiliarias

Alguien agarró del brazo a Shalon y la sacudió. Era Sarene, y la Aes Sedai le estaba hablando. —Está ahí —dijo—, en la Cámara de las Consiliarias, debajo de la cúpula. —Le soltó el brazo, respiró hondo y asió las riendas—. Es ridículo pensar que el efecto es peor sólo porque lo tengamos más cerca, pero eso es lo que se siente —musitó.

Shalon salió de su ensimismamiento con esfuerzo. El vacío no desapareció, pero se forzó a hacer caso omiso de ello. Empero, realmente se sentía como una manzana a la que hubiesen quitado el corazón.

Se encontraban en otra plaza enorme, aunque ésta era redonda, y con el pavimento de piedra blanca. En el centro se alzaba un gran palacio, una construcción circular, blanca a excepción de la alta cúpula de color azul. Inmensas columnas estriadas rodeaban los dos niveles superiores situados debajo de la cúpula, y un río constante de gente subía y bajaba la amplia escalinata blanca que conducía al segundo nivel por ambos lados. A excepción de dos puertas en arco, de bronce, que se hallaban abiertas delante de ellos, el nivel inferior era piedra blanca con figuras talladas de mujeres coronadas por diademas, el doble de tamaño natural, y entre ellas gavillas de trigo, rollos de tela cuyos extremos sueltos parecían ondear al aire, montones de lingotes que podrían representar oro, plata, hierro o quizás las tres cosas, y sacos de los que se derramaban lo que parecían monedas y gemas. Debajo de los pies de las mujeres aparecían figuras mucho más pequeñas que conducían carretas y trabajaban en forjas y telares en una franja continua. Esa gente había levantado un monumento proclamando su éxito en el comercio. Qué necedad. Cuando la gente pensaba que uno era mejor comerciante que ella no sólo aparecía la envidia, sino que se volvía obstinada e intentaba alcanzar acuerdos ridículos. Y a veces no quedaba más alternativa que aceptarlos.

Shalon se dio cuenta de que Harine la miraba ceñuda, así que se sentó erguida en la silla.

—Disculpadme, Señora de las Olas —dijo. La Fuente había desaparecido, pero volvería, ¡claro que volvería!, y ella tenía una tarea que realizar. Se avergonzó por haberse dejado llevar de ese modo por el miedo, pero aun así el vacío continuó allí. Oh, Luz, ¡qué gran vacío!—. Ya me siento mejor. Lo haré mejor de ahora en adelante.

Harine se limitó a asentir con la cabeza, todavía ceñuda, y a Shalon se le erizó el cabello. Cuando Harine no echaba una bronca era porque se proponía hacer algo peor.

Cadsuane cruzó directamente la plaza y, atravesando las puertas abiertas de la Cámara de las Consiliarias, pasó a un gran espacio de techo alto que parecía ser un establo interior. Una docena de hombres con chaquetas azules, agachados en cuclillas junto a sillas de mano que tenían una espada y una mano doradas pintadas en las puertas, alzaron la mirada sorprendidos al verlos entrar a caballo. Igual hicieron los hombres de chalecos azules que estaban quitando los arreos a un tiro de un carruaje, éste también con el emblema de la espada y la mano, y los que barrían el suelo con enormes escobones. Otros dos mozos de cuadra conducían caballos por un ancho corredor del que llegaba olor a heno y estiércol.

Un hombre de mediana edad, orondo y con mejillas tersas, se acercó presuroso a la par que hacía leves reverencias con la cabeza y se frotaba las manos. Mientras que los otros hombres llevaban el largo cabello atado en la nuca, el suyo iba sujeto con un pequeño prendedor de plata, y su chaqueta azul parecía de un paño de buena calidad, con un bordado dorado de la Espada y la Mano de mayor tamaño en la parte izquierda de la pechera.

—Perdonad —dijo con una sonrisa untuosa—, no es mi intención ofenderos, pero me temo que os habéis equivocado de lugar. Ésta es la Cámara de las Consiliarias, y…

—Dile a la Primera Consiliaria Barsalla que Cadsuane Melaidhrin ha venido para verla —le interrumpió Cadsuane mientras desmontaba.

La sonrisa del orondo hombre se tornó mueca y sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Cadsuane Melaidhrin? ¡Creía que habíais…! —Enmudeció ante la dura mirada de la mujer; luego tosió cubriéndose la boca con la mano y recobró la sonrisa empalagosa—. Perdonadme, Cadsuane Sedai. ¿Me permitís que os conduzca a vos y a vuestros compañeros a la sala de espera, donde se os atenderá mientras mando aviso a la Primera Consiliaria? —Sus ojos se desorbitaron un poco al reparar en dichos compañeros. Obviamente reconocía a las Aes Sedai, al menos al verlas en grupo. Shalon y Harine lo hicieron parpadear, pero sabía controlarse bien para ser un confinado en tierra; no se quedó boquiabierto.

—Te permito que corras a informar a Aleis que estoy aquí lo más deprisa que tus piernas puedan llevarte, muchacho —replicó Cadsuane al tiempo que se desabrochaba la capa y la echaba sobre la silla de montar—. Dile que estaré en la cúpula, y también que no dispongo de todo el día. ¿Y bien? ¿A qué esperas? ¡Vamos!

Esta vez la sonrisa del hombre no sólo se desdibujó, sino que se volvió forzada, pero el tipo sólo vaciló un instante antes de salir a todo correr a la par que llamaba a voces a los mozos de cuadra para que se ocupasen de los caballos. Sin embargo, Cadsuane se había olvidado de él no bien acabó de impartirle órdenes.

—Verin, Kumira, vosotras vendréis conmigo —anunció sucintamente—. Merise, ocúpate de que todos sigan juntos y preparados hasta que yo… Alanna, vuelve aquí y desmonta. ¡Alanna!

De mala gana, Alanna hizo volver a su montura de las puertas y desmontó, su gesto entre furioso y mohíno. Ihvon, su delgado Guardián, la observaba con ansiedad. Cadsuane suspiró como si estuviera a punto de acabársele la paciencia.

—Siéntate encima de ella si es necesario para que no se mueva de aquí, Merise —dijo y entregó las riendas de su caballo a un mozo de cuadra pequeño y nervudo—. Quiero a todo el mundo preparado para marcharnos cuando haya acabado de hablar con Aleis. —Merise asintió y Cadsuane se volvió hacia el mozo de cuadra—. Sólo necesita un poco de agua —instruyó mientras le daba al animal una palmada afectuosa—. Hoy no ha hecho mucho ejercicio.

Shalon se sintió más que contenta de dejar su montura en manos de un mozo de cuadra, sin darle instrucciones. Le daba igual si mataba al animal. Ignoraba cuánta distancia había cabalgado envuelta en una bruma, pero se sentía como si hubiese pasado subida en aquella silla cada uno de los cientos de leguas que hubiera desde Cairhien; tenía la ropa arrugada y el cuerpo machacado. De pronto cayó en la cuenta de que la bonita cara de Jahar no se encontraba entre las de los otros hombres. Tomás, el Guardián de Verin, un tipo fornido y canoso, tan duro como los otros, sujetaba por las riendas el pinto gris que había montado Jahar. ¿Dónde se había metido el joven? Desde luego a Merise no parecía preocuparla su ausencia.

—Esa Primera Consiliaria, ¿es una mujer importante aquí, Sarene? —gruñó Harine, permitiendo que Moad la ayudara a desmontar. El Marino había bajado de un salto, ágilmente.

—Podría decirse que es la dirigente de Far Madding, aunque las otras Consiliarias la llaman primera entre iguales, sea lo que sea lo que eso signifique. —Entregó las riendas de su montura a un mozo de cuadra; el aspecto de Sarene era casi perfecto, nada de ropas arrugadas. Quizás antes se hubiese sentido inquieta por ese ter’angreal que privaba de la Fuente, pero ahora toda ella era fría indiferencia, como una talla de hielo. El mozo se tropezó con sus propios pies al verle la cara—. Antaño, la Primera Consiliaria aconsejaba a las reinas de Maredo, pero desde la… disolución del reino la mayoría de las Primeras Consiliarias se han considerado a sí mismas las lógicas herederas de los dirigentes de Maredo.

Shalon sabía que sus conocimientos sobre la historia de los confinados en tierra eran tan imprecisos como sus conocimientos de geografía de tierra adentro, pero nunca había oído mencionar una nación llamada Maredo. No obstante, para Harine fue suficiente. Si esa Primera Consiliaria era quien mandaba allí, la Señora de las Olas del clan Shodein debía conocerla. Era lo mínimo que requería la dignidad de Harine, que caminó, renqueante aunque decidida, hacia Cadsuane.

—Oh, sí —dijo la insufrible Aes Sedai antes de que Harine hubiese tenido ocasión de abrir la boca—. Tú vendrás conmigo también. Y tu hermana, aunque no tu Maestro de Espadas. Un hombre en la cúpula sería un escándalo, pero uno con una espada haría que a las Consiliarias les diese un síncope. ¿Tenías alguna pregunta que hacer, Señora de las Olas? —murmuró Cadsuane.

Shalon gimió. Aquello no iba a mejorar precisamente el mal genio de su hermana. Cadsuane las condujo a lo largo de anchos pasillos de baldosas azules, adornados con tapices y alumbrados por lámparas de pie doradas, de relucientes espejos, en donde sirvientes de azul las miraban sin salir de su sorpresa primero y después ofrecían a su paso las precipitadas reverencias de los confinados en tierra. Las llevó por largos tramos de escaleras de piedra blanca que colgaban sin soportes excepto cuando tocaban una pálida pared, cosa que no siempre hacían. Cadsuane se deslizaba como un cisne, pero a tal velocidad que las doloridas piernas de Shalon empezaron a arderle. El semblante de Harine semejaba una máscara de madera que ocultaba su esfuerzo para subir peldaños casi al trote. Hasta Kumira parecía un tanto sorprendida, si bien no daba la impresión de que para ella fuera un esfuerzo mantener el vivo paso marcado por Cadsuane. La pequeña y regordeta Verin subía junto a Cadsuane, y de vez en cuando volvía la cabeza para sonreír a Harine y a Shalon. A veces Shalon pensaba que odiaba a Verin, pero no había desdén ni sorna en aquellas sonrisas, sino ánimo.

Cadsuane las condujo por un último tramo de escaleras de caracol, encastrada entre paredes, y de repente se encontraron en una balconada con una intrincada barandilla de metal dorado que recorría toda la circunferencia… Por un instante Shalon se quedó boquiabierta. Sobre ella se alzaba una cúpula azul de treinta metros o más de altura. Nada la sostenía salvo la propia estructura. De hecho, su ignorancia de los confinados en tierra se extendía a la arquitectura, además de la geografía y la historia —y las Aes Sedai—, y su desconocimiento sobre las gentes de tierra firme era casi absoluto, a excepción de los cairhieninos. Sabía cómo hacer los planos para un surcador y supervisar su construcción, pero no tenía la más mínima idea de cómo construir algo así.

Grandes arcos bordeados con piedra blanca, semejantes a los de las puertas por las que habían entrado, conducían a unas escaleras en otros tres puntos de la larga balconada circular, pero se encontraban solas y eso pareció complacer a Cadsuane, si bien la única señal que dio de ello fue un gesto de asentimiento para sí misma.

—Kumira, muestra a la Señora de las Olas y a su hermana el guardián de Far Madding. —Su voz levantó débiles ecos en la vasta cúpula. Hizo un aparte con Verin a cierta distancia y las dos acercaron las cabezas. No hubo ecos de sus susurros.

—Debéis disculparlas —dijo Kumira a Harine y a Shalon en voz queda, que a pesar de todo produjo una leve resonancia, ya que no exactamente un eco—. Luz, pero esto debe de resultar extraño incluso para Cadsuane. —Se pasó los dedos por el corto cabello castaño y sacudió la cabeza para volver a colocarlo en su sitio—. A las Consiliarias rara vez les hace gracia ver Aes Sedai, en especial a hermanas nacidas aquí. Creo que les gustaría fingir que el Poder no existe. Bien, su historia les da razones para ello, y durante los últimos dos mil años han dispuesto de medios para apoyar su pretensión. En cualquier caso, Cadsuane es Cadsuane, y ella rara vez ve una cabeza hinchada sin que decida desinflarla, aun cuando esa cabeza lleve una corona. O la diadema de una Consiliaria. Su última visita fue hace más de veinte años, durante la Guerra de Aiel, pero sospecho que algunos que la recuerden desearán esconderse debajo la cama cuando sepan que ha regresado. —Kumira soltó una corta y divertida risa. Shalon no veía nada de gracioso en aquello, y Harine esbozó una mueca forzada, aunque el gesto hizo que pareciera que tenía dolor de tripa.

«¿Queréis ver el… guardián? —continuó—». Un nombre tan bueno como cualquier otro, supongo. No hay mucho que ver. —Se acercó cuidadosamente a la barandilla dorada y se asomó como si temiera caerse, pero sus azules ojos habían vuelto a ser penetrantes—. Daría cualquier cosa por estudiarlo, pero es imposible, naturalmente. Quién sabe qué más podría hacer aparte de lo que ya sabemos. —En su voz había un timbre mezcla de sobrecogimiento y pesar.

A Shalon no le daban miedo los sitios altos, y se pegó contra la trabajada barandilla de metal, al lado de la Aes Sedai, deseando ver esa cosa que le había arrebatado la Fuente. Al cabo de un momento, Harine se reunió con ellas. Para sorpresa de Shalon, la caída que inquietaba a Kumira no superaba los seis metros hasta llegar a un suelo de baldosas azules y blancas que creaban un laberinto intrincado, centrado en una especie de óvalo rojo bordeado en amarillo. Debajo de la balconada había tres mujeres de blanco, sentadas en banquetas distribuidas de forma equidistante en el perímetro, justo contra la pared de la cúpula y al lado de sendos discos de casi dos metros de diámetro. Estos discos, encastrados en el suelo, parecían de cristal opaco y llevaban embutida una larga y fina cuña de cristal diáfano que apuntaba hacia el centro de la cámara. Unas abrazaderas metálicas cubiertas de marcas como un compás rodeaban los discos opacos, y entre las marcas de mayor tamaño había otras más pequeñas. Shalon no estaba segura, pero la abrazadera más próxima a ella parecía tener números grabados. Eso era todo. Nada de figuras monstruosas. Había imaginado algo inmenso y negro que absorbía la luz. Apretó las manos sobre la barandilla para evitar que le temblaran, y tensó las rodillas para que la sostuvieran. Fuera lo que fuera lo que había allí abajo, había robado la Luz.

El susurro de unos pasos anunció la llegada de más personas a la balconada por el mismo arco que habían cruzado ellas; eran unas doce mujeres sonrientes, con el cabello recogido en alto y ataviadas con ondeantes sobrevestes de seda de color azul encima de los vestidos, y ricamente bordadas en oro y tan largas por detrás que arrastraban por el suelo. Esas gentes sabían cómo poner de manifiesto el rango. Todas lucían un gran colgante en forma ovalada, rojo y engastado en oro, que pendía de una cadena de gruesos eslabones dorados; la misma forma ovalada aparecía en el centro de las estrechas diademas de oro. En una de las mujeres, eran rubíes los que formaban el símbolo ovalado, no simple esmalte, y los zafiros y piedras de la luna casi ocultaban el círculo dorado que le ceñía la frente; también llevaba un pesado sello de oro en el índice de la mano derecha. Era alta y majestuosa, con el negro cabello recogido en un gran moño alto, surcado con muchas hebras grises, si bien no había una sola arruga en su cara. Las demás eran altas o bajas, gruesas o delgadas, bonitas o poco agraciadas, ninguna joven y todas con un aire de autoridad, pero la primera mujer destacaba y no sólo por las gemas. Sus grandes ojos oscuros rebosaban compasión y sabiduría, y de ella irradiaba un aire de mando, no simple autoridad. Shalon no necesitaba que le dijeran que ella era la Primera Consiliaria, pero en cualquier caso la mujer lo anunció.

—Soy Aleis Barsalla, Primera Consiliaria de Far Madding. —Su voz meliflua, de timbre profundo para una mujer, parecía hacer una proclamación y esperar vítores; resonó en la cúpula creando una especie de aclamación—. Far Madding da la bienvenida a Harine din Togara Dos Vientos, Señora de las Olas del clan Shodein y embajadora extraordinaria de la Señora de los Barcos de los Atha’an Miere. Que la Luz os ilumine y os procure prosperidad. Vuestra llegada alegra todos los corazones de esta ciudad. Me complace la oportunidad de saber más sobre los Atha’an Miere, pero debéis encontraros cansada de los rigores de vuestro viaje. Se os han preparado aposentos en mi palacio. Cuando hayáis comido y descansado, podremos hablar; para provecho mutuo, si así lo quiere la Luz. —Las otras extendieron las faldas e hicieron una medio reverencia.

Harine inclinó levemente la cabeza; en su sonrisa había un atisbo de satisfacción. Aquí, al menos, había quienes le demostraban el debido respeto. Y seguramente ello contribuía a que no mirasen boquiabiertas sus joyas y las de Shalon.

—Al parecer, los mensajeros de las puertas son tan rápidos como siempre, Aleis —dijo Cadsuane—. ¿No hay bienvenida para mí?

La sonrisa de Aleis se desdibujó un instante; algunas de las otras se borraron por completo mientras Cadsuane se adelantaba para situarse junto a Harine, y las que se mantuvieron se notaba que eran forzadas. Una mujer bonita, de talante serio, llegó incluso a fruncir el ceño.

—Os agradecemos que nos hayáis traído a la Señora de las Olas, Cadsuane Sedai. —El tono de la Primera Consiliaria no parecía sonar particularmente agradecido. La mujer se irguió al máximo y miró fijamente al frente, por encima de la cabeza de Cadsuane, en lugar de mirarla a ella—. No me cabe duda de que podemos encontrar algún modo de hacer patente la profundidad de nuestro agradecimiento antes de que partáis.

No habría podido hacer más obvia su invitación para que se retirara, pero la Aes Sedai sonrió a la mujer más alta que ella. No era una sonrisa desagradable exactamente, pero tampoco era divertida ni por asomo.

—Puede que pase tiempo antes de que me marche, Aleis. Te agradezco la oferta de alojamiento y la acepto. Siempre es preferible un palacio en Las Cumbres que incluso la mejor posada.

Los ojos de la Primera Consiliaria se abrieron con sobresalto y después se estrecharon en un gesto de determinación.

—Cadsuane debe estar a mi lado —intervino Harine, que se las ingenió para que la voz no le sonase demasiado estrangulada, antes de que Aleis pudiese decir nada—. Donde ella no es bien recibida, tampoco lo soy yo. —Eso era parte del acuerdo que se había visto forzada a aceptar si querían acompañar a Cadsuane. Entre otras cosas, debían ir a donde la Aes Sedai dijese hasta que se reunieran con el Coramoor, e incluirla en cualquier invitación que recibieran. Esto último había parecido algo poco importante en su momento, sobre todo comparado con lo demás, pero obviamente la mujer sabía de antemano el recibimiento que tendría allí.

—No hay por qué desalentarse, Aleis. —Cadsuane se inclinó hacia la Primera Consiliaria en actitud confidencial, pero no bajó el tono de voz. Los ecos en la cúpula magnificaron sus palabras—. Estoy segura de que ya no tienes malos hábitos que deba corregirte.

El semblante de la mujer alta se tornó carmesí, y a su espalda surgieron ceños especulativos en las otras Consiliarias. Algunas la observaban como si la viesen con otros ojos. ¿Cómo alcanzarían un rango y cómo lo perderían? Aparte de Aleis, eran doce, sin duda una coincidencia, pero las Primeras Doce entre las Navegantes de un clan elegían a la Señora de las Olas, por lo general una de ellas mismas, al igual que las Primeras Doce de las Señoras de las Olas elegían a la Señora de los Barcos. Ésa era la razón de que Harine hubiese aceptado las palabras de la extraña chica, porque era una de las Doce Primeras. Eso y el hecho de que dos Aes Sedai afirmaran que la chica tenía verdaderas visiones. Una Señora de las Olas o incluso una Señora de los Barcos podía ser depuesta, aunque sólo por causas específicas, como por ejemplo una incompetencia crasa o perder la cabeza, y el fallo de las Doce Primeras debía ser unánime. Los confinados en tierra parecían hacer las cosas de manera distinta, y a menudo descuidadamente. El odio y a la vez una expresión de acoso asomaba a los ojos de Aleis, fijos en Cadsuane. Quizá percibía doce pares de ojos clavados en su espalda. Las otras Consiliarias la tenían puesta en la balanza. Mas, si Cadsuane había decidido injerirse en la política de este lugar, ¿por qué motivo lo había hecho? ¿Y por qué de un modo tan directo?

—Un hombre acaba de encauzar —dijo repentinamente Verin. No se había unido a las demás y se asomaba a la barandilla, a diez pasos de distancia del grupo. La cúpula llevó su voz hasta ellas—. ¿Habéis tenido muchos hombres encauzando últimamente, Primera Consiliaria?

Shalon miró abajo y parpadeó. Las cuñas antes transparentes estaban negras ahora y, en lugar de apuntar hacia el corazón de la cámara, de algún modo se habían vuelto más o menos hacia la misma dirección. Una de las mujeres que había abajo se había puesto de pie para examinar a qué punto de la abrazadera marcada señalaba la fina cuña negra, y las otras dos mujeres corrían ya hacia una puerta rematada en arco. De repente Shalon comprendió, pues la triangulación era un tema sencillo para cualquier Detectora de Vientos: en alguna parte, tras aquella puerta, había un mapa, y a no tardar se marcaría en él la posición desde la que el hombre había encauzado.

—Sería rojo para una mujer, no negro —aclaró Kumira casi en un susurro. Todavía seguía algo apartada de la barandilla, pero se agarraba a ella con las dos manos y se asomaba para observar lo que ocurría abajo—. Da la alarma, localiza y defiende. ¿Y qué más? Las mujeres que lo crearon habrían querido algo más, quizá necesitaban algo más. Ignorar ese más podría ser increíblemente peligroso. —Pese a sus palabras, su tono no sonaba asustado, sino excitado.

—Un Asha’man, espero —comentó sosegadamente Aleis, que apartó la mirada de Cadsuane—. No pueden causarnos problemas. Son libres de entrar en la ciudad, siempre y cuando obedezcan la ley. —Por tranquila que estuviese ella, algunas de las mujeres que tenía detrás soltaron una risita ahogada, como habrían hecho unas grumetes nuevas que se encontraran por primera vez entre los confinados en tierra—. Disculpadme, Aes Sedai. Far Madding os da la bienvenida. Me temo que no sé vuestro nombre, sin embargo.

Verin seguía contemplando el suelo de la cúpula; Shalon se asomó de nuevo por la barandilla y parpadeó mientras las finas cuñas negras… cambiaban. En cierto momento eran negras y señalaban al norte, y al siguiente volvían a ser transparentes y apuntaban de nuevo hacia el centro del laberinto. No se giraron; simplemente eran una cosa y después otra.

—Podéis llamarme Eadwina —contestó Verin, y Shalon dio un respingo de sorpresa, si bien Kumira ni siquiera parpadeó—. ¿Tenéis en cuenta la historia, Primera Consiliaria? —continuó Verin sin alzar la vista—. El asedio de Guaire Amalasan a Far Madding duró sólo tres semanas. Un asunto violentamente salvaje al final.

—Dudo que quieran oír hablar de él —intervino secamente Cadsuane.

En realidad, por alguna razón, más de una de las Consiliarias parecía sentirse incómoda. ¿Quién, en nombre de la Luz, era ese tal Guaire Amalasan? El nombre le sonaba vagamente familiar a Shalon, si bien no conseguía situarlo. Algún conquistador confinado en tierra, obviamente. Aleis dirigió una mirada a Cadsuane y apretó la boca.

—La historia señala a Guaire Amalasan como un notorio general, Eadwina Sedai —replicó—, quizás el segundo mejor, sólo por detrás del propio Artur Hawkwing. ¿Por qué lo sacáis a colación?

Shalon nunca había visto a ninguna de las Aes Sedai que viajaban con Cadsuane pasar por alto su más mínima advertencia ni dejar de acatarla con igual rapidez con que obedecían sus órdenes, pero Verin no hizo el menor caso esta vez. Ni levantó la vista.

—Sólo pensaba que no podía utilizar el Poder, y aun así aplastó a Far Madding como una ciruela pasada. —La pequeña y regordeta Aes Sedai hizo una pausa como si se le acabase de ocurrir algo—. ¿Sabéis? El Dragón Renacido tiene ejércitos en Illian y Tear, así como en Andor y Cairhien. Por no mencionar muchas decenas de miles de Aiel. Muy fieros, esos Aiel. Me asombra que podáis estar tan confiadas teniendo una avanzadilla de sus Asha’man aquí.

—Creo que ya las has asustado bastante —dijo firmemente Cadsuane.

Por fin Verin dio la espalda a la barandilla dorada; tenía muy abiertos los ojos y recordaba una rechoncha ave costera sobresaltada por algo. Sus regordetas manos incluso se agitaron como alas.

—Oh, no era mi intención… Oh, no. Yo diría que el Dragón Renacido ya os habría atacado si fuera ése su propósito. No; sospecho que los seanchan… ¿Habéis oído hablar de ellos? Lo que cuentan que esa gente ha hecho en Altara y más hacia el oeste resulta realmente espantoso. Al parecer barren todo a su paso. Creo que, de algún modo, ellos son más importantes en los planes del Dragón Renacido que tomar Far Madding. A menos que hagáis algo para encolerizarlo, por supuesto, o molestéis a sus seguidores. Pero no me cabe duda de que sois demasiado inteligentes para caer en tal error. —Su actitud no podía ser más inocente.

Se produjo un movimiento inquieto entre las Consiliarias, igual que las ondas creadas por pequeños peces en la superficie del mar cuando una escorpina nadaba por debajo de ellos. Cadsuane suspiró; obviamente se le estaba acabando la paciencia.

—Si quieres seguir hablando del Dragón Renacido, Eadwina, lo harás sin mí. Quiero lavarme la cara y tomar un té caliente.

La Primera Consiliaria dio un respingo como si se hubiera olvidado de la existencia de Cadsuane, por increíble que tal cosa pudiese parecer.

—Sí. Sí, por supuesto. Cumere, Narvais, ¿hacéis el favor de escoltar a la Señora de las Olas y a Cadsuane Sedai a… mi palacio y de ocuparos de que se instalen cómodamente? —Aquella mínima vacilación fue la única señal que demostró de su desagrado por tener albergada a Cadsuane en sus dominios—. Me gustaría conversar un poco más con Eadwina Sedai, si a ella le parece bien.

Seguida de la mayoría de las Consiliarias, Aleis se deslizó balconada adelante. Verin pareció repentinamente alarmada e insegura cuando llegaron junto a ella y la condujeron entre el grupo. Shalon no dio crédito a esa sorpresa o inquietud, como tampoco se lo había dado a la supuesta inocencia de antes. Creyó saber ahora dónde se encontraba Jahar, aunque ignoraba la razón de aquello.

Las dos mujeres que Aleis había nombrado —la bonita que había mirado ceñuda a Cadsuane y una mujer delgada y canosa— tomaron al pie de la letra, como una orden, la petición de la Primera Consiliaria, cosa que quizás era así. Extendieron los ropajes mientras hacían esas medio reverencias y pedían a Harine si era tan amable de acompañarlas y manifestaban su placer por escoltarla. Harine las escuchó con un gesto agrio. Podían derramar cestos de pétalos de rosas a su paso si querían, pero la Primera Consiliaria la había dejado al cuidado de sus inferiores. Shalon se preguntó si habría algún modo de evitar a su hermana hasta que su mal humor se hubiese aplacado.

Cadsuane no siguió con la mirada la marcha de Verin con Aleis —no abiertamente—, pero sus labios se curvaron en un atisbo de sonrisa cuando desaparecieron por el siguiente arco que había a lo largo de la balconada.

—Cumere y Narvais —dijo de repente—. Cumere Powys y Narvais Maslin, ¿verdad? He oído algunas cosas sobre vosotras. —Aquello atrajo la atención de las dos mujeres hacia ella—. Existen pautas que cualquier Consiliaria debe cumplir —continuó en tono firme mientras las cogía por una manga y las hacía darse media vuelta hacia la escalera, una a cada lado de ella. Las mujeres se lo permitieron al tiempo que intercambiaban miradas preocupadas; aparentemente, se habían olvidado por completo de Harine. Ya en el umbral, Cadsuane hizo un alto para mirar atrás, pero no a Harine ni a Shalon—. Kumira… ¡Kumira!

La otra Aes Sedai dio un respingo y, tras echar una última ojeada por encima de la barandilla, se apartó de allí para ir en pos de Cadsuane, lo que dejó a Harine y a Shalon sin otra opción que seguirla también o quedarse y averiguar por sí mismas el camino de la salida. Shalon la siguió a buen paso, y Harine no le anduvo muy a la zaga. Todavía agarrando a las Consiliarias, Cadsuane descendió la curva escalera mientras hablaba en voz baja. Con Kumira entre ella y las tres mujeres, Shalon no alcanzó a escuchar nada. Cumere y Narvais intentaban hablar, pero Cadsuane no dejaba que pronunciasen más que unas pocas palabras antes de interrumpirlas y empezar ella otra vez. Parecía tranquila, indiferente, en tanto que las otras dos empezaron a tener un aire de ansiedad. ¿Qué se traería entre manos Cadsuane?

—¿Te afecta este lugar? —preguntó Harine de repente.

—Tanto como si hubiese perdido la vista. —Shalon se estremeció ante la verdad que albergaba su respuesta—. Estoy asustada, Señora de las Olas, pero si la Luz quiere puedo controlar ese miedo. —Luz, esperaba ser capaz. Lo necesitaba desesperadamente.

Harine asintió sin quitar su mirada ceñuda de las mujeres que iban delante bajando la escalera.

—Ignoro si el palacio de Aleis tiene una bañera lo bastante grande para que nos bañemos juntas, y dudo que sepan cómo endulzar el vino con miel, pero encontraremos algo. —Apartó los ojos de Cadsuane y de las otras y rozó torpemente el brazo de Shalon—. Tenía miedo de la oscuridad cuando era pequeña, y tú nunca me dejabas sola hasta que el miedo se me pasaba. Tampoco yo te dejaré sola, Shalon.

Shalon dio un traspié y estuvo a punto de caer rodando por los escalones. Harine no solía utilizar su nombre excepto en privado desde que había recibido su primer nombramiento como Navegante; y no se había mostrado tan amistosa en privado incluso desde mucho antes.

—Gracias —contestó, y añadió con un esfuerzo—: Harine.

Su hermana le palmeó el brazo y sonrió. Harine no tenía costumbre de sonreír, pero el gesto denotaba afecto. Empero, no había rastro de ese sentimiento en la ojeada que dirigió hacia las mujeres que caminaban delante.

—Quizá pueda realmente alcanzar un acuerdo aquí. Cadsuane ya ha hecho que cambien el lastre, de manera que navegan escoradas. Tienes que intentar descubrir por qué, Shalon, cuando estés con ella. Me gustaría colgar los colmillos de Aleis en un cordón por su desfachatez al marcharse sin decir nada, pero no a expensas de permitir que Cadsuane meta al Coramoor en algún problema aquí. Debes descubrirlo, Shalon.

—Creo que quizá Cadsuane se injiere en todo del mismo modo que los demás respiramos —contestó Shalon con un suspiro—, pero lo intentaré, Harine. Haré todo lo posible.

—Siempre lo has hecho, hermana. Siempre lo harás. Necesito que sea así.

Shalon volvió a suspirar. Era demasiado pronto para poner a prueba la profundidad del recién descubierto afecto de su hermana. La confesión conllevaría o no la absolución, y ella no soportaría la pérdida de su matrimonio y de su rango de un mismo golpe. Por primera vez desde que Verin le expuso los términos de Cadsuane para guardar su secreto, Shalon empezó a considerar la posibilidad de confesar su falta.

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