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Los astronautas y algunos ingenieros y personal encorbatado pasaron al salón contiguo donde había preparado un pequeño cóctel. Allí se sirvieron algo de limonada, vino y canapés, mientras las cabezas no dejaban de rotar, oteando a los otros, quiénes eran, por qué estaban allí. Pero el aspecto de los astronautas con el mono de vuelo puesto hacía difícil identificar a conocidos.

El equipo Gamma hizo un aparte -vasos en mano, miradas erráticas- buscando palabras para romper el hielo. Todos los grupos, inconscientemente, lo hicieron.

Herbert miró de reojo al resto del equipo que apenas conocía más allá de unas palabras casuales. Delante de él Jenny, la doctora de ojos grandes y oscuros, no sabía qué hacer con el vaso y lo apretaba alternativamente con la mano derecha y la izquierda; al lado Baglioni, el ingeniero de pelo rebelde y mirada salvaje torcía el gesto y miraba de reojo a cualquier chica que pasase cerca. Habían sido presentados brevemente el día anterior, pero el único que parecía encontrarse desinhibido, como si aquello no fuera con él, era Baglioni.

Con esas personas, entre otras, tendría que enfrentarse a las dificultades de un periodo de entrenamiento y selección. Así lo llamaban, entrenamiento y selección. Parecía una broma después de que miles de candidatos hubieran presentado sus solicitudes y hubieran sido procesados e investigados de mil maneras distintas. Sólo un equipo de los cuatro que se entrenarían irían a Marte. Los demás quedarían en espera de las siguientes misiones.

Herbert no se sentía especialmente presionado por ese periodo de muchos meses de intenso entrenamiento que les esperaban. Era parte de su naturaleza el esfuerzo y la lucha contra condiciones adversas. Quizá tema aquello de lo que hablaba Vishniac. Una vez en Marte, tendría bajo su responsabilidad la investigación de campo de los recursos y la historia geológica del planeta. Sólo podía soñar con la cantidad inmensa de información que se podría recolectar en un periodo de estudio de unos cuantos meses sobre la superficie de Marte. Una sola hora allí, equivaldría a 25 años de investigación mediante instrumentos astronómicos y sondas.

– Vaya, vaya -estaba diciendo Luca-, no sabía que formáramos un grupo tan equilibrado y autosuficiente. Un médico -y miró a Jenny-, un planetólogo… Eh, ¿no tendría que haber un exobiólogo con nosotros?

– El doctor Fidel -dijo la chica-. Por lo que me han dicho, está a punto de llegar a la base.

– ¿Fidel? -Baglioni alzó una ceja-¿Fidel Rodrigo?

– Así es.

– Vaya -el joven ingeniero sacudió la cabeza-. Aquí tiran con bala. Estoy impresionado, lo reconozco. ¡El doctor «Bacterias» en persona!

– Bueno, no creo que esa sea una adecuada muestra de respeto a un gran científico que además será nuestro compañero durante mucho tiempo.

– No, en serio, no era una falta de respeto al doctor… ¡Por Dios, ese tipo estuvo a punto de ganar el premio Nobel! Pero no tengo tan claro su papel en una misión espacial.

Herbert le miró detenidamente. Siempre tenía la misma expresión en el rostro, a medio camino de una sonrisa y a medio camino de endurecerse en una gesto de fuerza indomable. Luego comenzó a hablar con rapidez y precisión, como si tuviese poco tiempo.

– Bueno, además de Rodrigo, aún nos faltan los pilotos. Vamos a trabajar codo con codo casi continuamente durante dos años. ¿Has pensado en ello, Baglioni?

– Por supuesto que he pensado en eso, Herbert. Es mi especialidad, pensar.

Herbert Sagan mantuvo la mirada de lobo del otro.

– No sé -dijo-, no te veo mucho espíritu de equipo.

– Pues lo tengo, Herb, o no estaría aquí ¿no? Los psicólogos no se equivocan, menos conmigo. Soy la persona más importante de todas las que van a ir a bordo, de la que dependerá la supervivencia de todos, es el ingeniero.

– ¿Piensas eso? -le preguntó Jenny.

– El ingeniero es el que puede reparar los sistemas. Y en dos años y medio pueden fallar muchas cosas, creedme, conozco como se ha diseñado todo esto -y abarco todo su alrededor con un gesto amplio y teatral-. La misión es tan crítica que no es suficiente con un solo ingeniero. Se necesitan, al menos, dos. Sólo que no se pueden llevar dos, son muchos. Por lo tanto, están obligados a encontrar a un ingeniero excepcional. Alguien fuera de lo común…

– ¿Tú? -la expresión de Jenny ya era claramente burlona.

– Ajá, yo. Puedes apostar por eso, preciosa.

– ¿Cómo lo sabes?

– Ya os lo he dicho: soy muy bueno pensando. Extraordinario para obtener conclusiones a partir de unos pocos datos.

Hubo un silencio incómodo mientras Jenny parecía considerar lo que sería aguantar dos años y medio a aquel estúpido ególatra.

Al fin, Herbert, mirando el fondo de su copa de vino, dijo:

– Bueno, tal y como yo lo veo, todos tenemos interés en llegar allá, ¿no? Y si los psicólogos nos han puesto en el mismo grupo, nos vamos a llevar bien. Así que me remito directamente a ese adagio chino: «Si tienes problemas y tienen solución, ¿por qué te preocupas? Si tienes problemas y son irresolubles ¿por qué te preocupas igualmente?».

Jenny rió abiertamente mientras Herbert sonreía y tomaba vino. Baglioni, desde su asiento, también sonrió, pero con condescendencia. No hacía falta que dijese nada, que expresase lo que opinaba sobre la afabilidad paternal de Herbert Sagan, lo expresaba con todo el cuerpo.

Vishniac se acercó y los saludó uno a uno, sin vacilar ni un solo momento en los nombres. Era un hombre grande, más imponente aún de cerca que desde la tarima. Y la seguridad que exhibía en cada gesto, en cada palabra, era como un bálsamo de confianza que relajaba la tensión.

Por último saludó a Baglioni estrechándole la mano. Se miraron durante un instante a los ojos, sin sonreír, mientras las manos subían y bajaban imperceptiblemente. Al fin Luca desvió la vista. Jenny lo observó todo con atención. En un solo apretón de manos Vishniac había dejado claro quién mandaba y mandaría allí.

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