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– ¿Tu crees que es este filtro el que no funciona?

– Sí, mira se ha vuelto de color azul, es un testigo químico de contaminación por toxinas. El analizador del sistema debe detectar algo raro y se bloquea.

Eran Jenny y Luca. Herbert los contemplaba y escuchaba sus voces como en un sueño. Nada parecía muy real desde que había despertado tras el golpe. Estaban en Marte por fin. Pero se habían estrellado. Todo había salido mal. Herbert había temido una y otra vez esa pesadilla y ahora estaba sucediendo.

Miraba a sus compañeros y quería gritarles, quería decirles: «Ey, esto es sólo un sueño, amigos, despertemos y pongámonos a trabajar…».

– Y por eso el sistema secundario de reciclaje esta bloqueado, al fin hemos cazado la avería.

Baglioni metió la mano en el registro, sacó la placa e introdujo otra de repuesto que tenía preparada.

El joven ingeniero parecía incansable. Corría de un lado a otro reparando componentes, solucionando multitud de pequeños fallos, devolviendo a la Belos su operatividad. Entendió entonces por qué el ingeniero de la misión había sido de importancia decisiva en todo el proceso de selección. Sin duda Luca era el mejor.

– Bueno, una cosa lista. Lo que no entiendo es… ¿toxinas?

– Puede haber sido por los chispazos eléctricos, o por la combustión… o por la sangre -repuso Jenny-. También puede que alguna bacteria haya crecido en el filtro y lo haya envenenado… vete a saber.

– Bueno, ahora ya esta listo.

Herbert paseó la vista por la cabina de la Belos. Casi todos los paneles caídos estaban de nuevo en su sitio y las pantallas e indicadores mantenían una apariencia de funcionar correctamente. Del techo colgaban gruesos manojos de cables reconectados con cinta aislante.

«Vamos a sobrevivir -se dijo-, por muy improbable que parezca lo vamos a lograr. Somos el mejor equipo posible».

Pasaron las horas y afuera empezó a amanecer. Su primer día marciano.

El horizonte era de color rojo intenso, mientras que el cielo tenía delicados tonos entre el azul y el morado. Muchas estrellas se seguían viendo a simple vista, pero nadie en la Belos parecía interesado en el exterior. Su único mundo estaba encerrado en aquellas delgadas paredes de metal.

Con preocupación, Herbert dirigió la mirada a Susana. Permanecía sentada en una de las butacas traseras, ajena a toda la actividad que se estaba desarrollando a su alrededor. Como si ella no estuviera en aquella nave con ellos. De vez en cuando dirigía una mirada al cuerpo del comandante Vishniac, envuelto en una manta térmica, una mortaja dorada.

Más tarde, Luca y Jenny, agachados, miraban a un monitor en el panel principal, ocupado por el rostro preocupado de Lowell.

La imagen se movía un poco a saltos mientras Luca intentaba ajustaría.

Jenny le dijo en susurros a Luca:

– Se ve mal.

– Es por el enlace. No tenemos ancho de banda para más.

Lowell estaba diciendo:

– Tenemos el fallo registrado. Durante unos segundos todos los sistemas a bordo de la Belos se desconectaron. Seguramente se trata de un fallo en cascada que implicó al suministro de potencia a los cuatro ordenadores. Fueron sólo unos instantes, pero justo en la parte más crítica de la reentrada. Por eso os estrellasteis.

– ¿Cuál fue la causa?

– Imposible saberlo desde aquí. Tendréis que buscar en vuestros bancos de datos, pero… -Lowell sacudió la cabeza, parecía avergonzado-. Siento mucho lo sucedido. Ojalá pudiera hacer algo más para ayudaros… Todo el mundo está ahora trabajando en la Tierra para encontrar la forma de sacaros de ahí.

Susana se levantó entonces de su asiento y se acercó al monitor. Herbert la miró esperanzado «¿empezaba a reaccionar por fin?». La chica tenía la mandíbula tensa y el ceño fruncido.

Se encaró con la imagen del monitor y dijo:

– Muy bien, gracias Lowell, hablaremos más tarde.

Luego alargó el brazo y pulsó el icono para dar fin a la conversación. Luca y Jenny le miraron mientras ella regresaba a su asiento sin siquiera dedicarles una palabra.

– ¿Qué pasa? -preguntó Luca.

Susana permaneció mirando inexpresiva aquel objeto plano donde antes aparecía la cara de Lowell y ahora sólo el símbolo NASA-ESA. Lentamente, sus ojos derivaron al bulto cubierto del dorado de la manta térmica.

– Lowell no puede hacer nada por nosotros -dijo-. Ojalá estuviera André con vida. Él sí…

– Maldita sea, Susana -dijo Luca con una mueca de desprecio-. No me fastidies con comentarios que no nos llevan a ningún sitio.

Susana iba a responder algo al ingeniero, pero Herbert les interrumpió:

– Ya está bien Luca. Todos estamos nerviosos y no es el momento de levantar la voz.

– ¿Quién ha levantado la voz? Me cago en… Si ella estuviera colaborando un poco no tendría que correr yo de un lado a otro solucionándolo todo.

Como si Fidel corroborara las palabras de Baglioni, llamó al ingeniero desde el otro lado del puente:

– ¿Puedes echarme una mano Luca?, no logro ver nada.

Fidel se encontraban junto a un monitor ennegrecido situado sobre el mamparo trasero. Debajo de la pantalla había una palanca que el biólogo sostenía con sólo dos dedos.

Luca lanzó una última mirada a Susana y con dos zancadas se plantó junto a Fidel.

– ¿Qué intentas hacer con esto? -le preguntó.

– Los experimentos hidropónicos… todo lo que estaba en el hangar… Quiero ver en qué estado se encuentran -dijo.

Luca estudió el manojo de cables situados tras el monitor.

– El mando de la cámara parece que está bien -añadió Fidel moviendo a un lado y a otro la palanquita-; pero no registra ninguna imagen.

– Ajá. Lo he pillado. Dejadme ver. -dijo Luca, y empezó a trastear con el mazo de cables, mirando de vez en cuando el esquema que aparecía en la pantalla de su panel de ingeniería.

Fidel lo miraba intrigado.

– ¿Como puedes ir tan rápido siguiendo ese esquema?

– Bueno… nosotros los ingenieros… no somos como vosotros los científicos, no avanzamos consolidando hechos poco a poco, sino que, muchas veces vamos directos a la solución de forma intuitiva. Somos más artistas que científicos.

Luca unió dos cables de los cuales saltó un súbito chispazo.

– ¡Mierda! -Luca retiró la mano y la agitó en el aire-¡Ay! Ya está.

Al principio, en la pantalla de plasma no había nada que se pudiera reconocer, pero poco a poco fueron apareciendo formas difusas.

Fidel y Luca miraron intensamente, allí había muchos bultos sueltos, piezas de maquinaria desperdigada y tanques metálicos desprendidos de sus abrazaderas y esparcidos por todas partes.

– Uf.

Fidel movió un poco la palanca y la imagen se desplazó suavemente. Con la panorámica consiguieron empezar a hacerse una idea de lo que veían.

El desastre en la bodega era completo. El techo se había aplastado contra el suelo y multitud de paquetes habían quedado destrozados en esa pinza monstruosa. Por algunas ranuras se colaba la luz rojiza del exterior.

– Hay una grieta… mira… esta todo lleno de polvo rojo -dijo Luca fascinado.

– Y… ¿Aquello es el rover? -preguntó Fidel señalando la pantalla.

El vehículo, cuatro ruedas enormes y una estructura ligera y flexible, estaba completamente aplastado, retorcido y arrumbado contra un mamparo.

– Adiós a ese paseo en descapotable.

Fidel miró a Luca. «¿Cómo podía seguir bromeando en un momento como ese?» -Se preguntó asombrado por la imperturbabilidad del ingeniero.

Luego se volvió para hablarles a Jenny y Herbert que contemplaban la desolada escena del monitor desde un poco más lejos.

– Esta todo hecho un desastre -dijo-. Nunca podremos restablecer la presión en el hangar y el rover, mejor no hablar del rover.

Jenny no parecía decidirse a hablar, era todo ojos y manos que se restregaban nerviosas contra el mono, pero al final lo hizo mientras Herbert la miraba y callaba.

– No podemos quedarnos encerrados en la cabina de vuelo. Necesitamos más espacio para vivir.

La voz de Jenny era casi una suplica, y esto no pasó desapercibido para Herbert. El geólogo se volvió para mirar a Susana que seguía apoyada en su butaca, con la vista perdida en la imagen de la bodega.

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