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Jenny había sido seleccionada para la fase final. Había trascurrido un año y dos meses desde la tarde en que abandonó su casa en Rota. Ya era una mujer divorciada. Junto a los otros treinta y tantos seleccionados, todos vestidos con los monos de vuelo de la NASA-ESA, entró en el salón de conferencias.

Había pocas sonrisas, pocas conversaciones, apenas se conocían entre sí.

Una vez estuvieron sentados, el conferenciante, un hombre recio, de unos cuarenta años, porte militar, rasgos duros y mirada intensa, subió a la tarima. Parecía haber llevado el uniforme desde siempre, haber nacido con él puesto. Se colocó en el atril, abrió su notepad y lo manipuló un instante.

A su espalda el videomural cobró vida con los signos hibridados de la NASA y la ESA. Luego elevó la mirada y recorrió lentamente al auditorio. Hubo un murmullo quedo entre el público. Había allí hombres y mujeres marcados por un patrón perceptible, pilotos, ingenieros, geólogos, biólogos, planetólogos, todos ellos altamente competentes, todos ellos de sexos, razas y países diferentes. Desconocidos entre sí, apenas llevaban juntos unos días, todos conocían a André Vishniac, uno de los veteranos comandantes que habían sido asignados como cabezas de la misión a Marte.

Había otros tres veteranos indiscutibles, cabezas de grupo, pero el más imponente era el hombre que había visitado la Mir, había construido la estación internacional Alfa y luego su ampliación, la Beta.

Para todos estaba claro que el primer hombre en pisar Marte tendría que ser, sin lugar a dudas, André Vishniac.

Una vez hubo inspeccionado a su auditorio comenzó a hablar con una voz de bajo que rebotaba en las paredes:

– Buenos días y bienvenidos a las instalaciones de la NASA-ESA en el JSC. Acaban de llegar y esto les es extraño, pero les aseguro que se convertirá en su hogar. Para mí ya lo es, desde hace muchos años, y me es grato darles la bienvenida a él.

«Bien, hoy comienza una muy larga preparación que, sí todo va bien, culminará con cinco de nosotros embarcados en el más fascinante viaje que haya emprendido jamás el ser humano. La ruta es larga y, como se suele decir, lo mejor para llegar es dar un paso detrás del otro, comenzar a andar. Pero no crean que esto va a ser un paseo, el destino esta muy lejos y habrá que dar muchos, muchos pasos…»

Jenny atendía concentrada a todas sus palabras. Vishniac tenía una mirada hipnótica, sus pupilas parecían más puntos de mira de armas que nunca fallarían que dispositivos ópticos al uso. El silencio en el salón era estático, casi religioso, y nadie se atrevía siquiera a moverse por miedo a romperlo con el susurrar de la tela.

Uno de los asistentes, el que Jenny tenía justo al lado, alzó una mano con un gesto displicente. Todos parecieron despertar, volvieron la vista a esa mano solitaria, elevada sobre las cabezas como un estandarte de batalla.

– ¿Sí? ¿Tiene alguna pregunta?

Discretamente Jenny pulsó en su notepad, recorrió las fotos de los candidatos hasta encontrar una: Luca Baglioni, ingeniero. Volvió la vista, la foto no le hacía justicia. Baglioni poseía unos ojos salvajes que no parecían entender de urbanidad ninguna. Eran ojos de depredador que no cabían en una foto de alta resolución.

– Todo eso es muy interesante, comandante, pero… -miró a un lado y a otro, como si buscara algo-. No veo ninguna cámara de televisión por aquí. Esta es una reunión a puerta cerrada, así que no es necesaria toda esa introducción de cara a la galería. Creo que todos sabemos para qué estamos aquí, si me disculpa el atrevimiento de decírselo. Y creo que hablo por todos si digo que estamos ansiosos por empezar de una vez a trabajar en algo productivo, hemos estudiado la misión, los sistemas y queda mucho por hacer.

Jenny no pudo contener un pequeño bufido. Aquel hombre era un insolente. Baglioni la miró durante un instante y volvió a concentrar su atención en el conferenciante. La ignoraba total y completamente, con una mirada tan solo la había evaluado y despreciado.

Vishniac dejó de hablar y durante un lapso en que el silencio cristalizó en hielo sólo apuntó aquellas pupilas armadas a Baglioni. Luego habló y todos imaginaron que sus palabras eran balas certeras.

– Por supuesto. Vamos a empezar a trabajar de inmediato. Pero quiero dejar algo claro para todos los que, como yo, somos ingenieros a parte de astronautas. En lo que a nosotros atañe, el diseño de la misión es cosa de los de desarrollo. Seguro que ustedes ya han estudiado muchos de los detalles de las misiones proyectadas, seguro que tienen muchas ideas y mejoras, pero les aseguro que no más, no mejores que las personas que han diseñado la misión. Eso sí, nosotros tendremos que conocer hasta el color del lápiz que usaron para bosquejar el último tornillo de nuestra nave pero no decidiremos cómo ni de que modo nene que funcionar todo esto. Seremos unos conejillos de indias, nuestras sugerencias serán tenidas en cuenta, pero nosotros no tendremos influencia decisiva en los aspectos técnicos de la misión. Es importante que todos tengamos claro nuestro sitio en esta maquinaria inmensa del proyecto Marte… ¿Lo tiene claro, Baglioni?

El joven ingeniero asintió lentamente, sin variar su expresión de aburrimiento.

– Pero antes de que abran sus notepads y comiencen a estudiar los perfiles de sus respectivos puestos -siguió diciendo Vishniac-, previo a toda esa tarea que les va a caer encima, hay un tema que quiero que este en sus mentes durante todo el periodo de instrucción. Y es algo muy importante: el sistema de trabajo en equipo, cómo la tripulación tendrá que funcionar para sobrevivir dentro de los parámetros que se han establecido para este viaje. Y quiero que sea algo previo a todo lo que vendrá después, porque de cómo funcione ese grupo que viajará al planeta rojo, va a depender el éxito de la misión.

Jenny notó la mirada de Luca. Volvió la cabeza ligeramente. Baglioni, con una sonrisa de duende, la miraba interesado. Compuso un gesto de desprecio lo más frío y duro que pudo y volvió a mirar a Vishniac. Luca Baglioni ya no existía para ella.

– En una misión como esta el factor humano ha sido especialmente difícil de considerar. No es esta una misión de días, como los viajes a la Luna, sino de años. La ingeniería, cómo van a funcionar las naves, y de qué carga de pago podrán llevar, depende absolutamente el tamaño y composición de una fritura misión a Marte. El tamaño de la tripulación determina exactamente la masa de los hábitats, de las naves, y por último de los vectores de lanzamiento.

«La cuestión es entonces doble: ¿Cuántas personas podrían llevar a cabo una misión así desde el punto de vista psicológico, y cuántas desde el punto de vista técnico?»

«Los psicólogos han elucubrado mucho y la conclusión es que cualquier número de personas, incluso dos, podrían hacerlo. La historia de las exploraciones humanas lo ha demostrado una y otra vez.

«Pero la parte técnica también tiene su importancia y en una misión tan compleja como esta hay limitaciones de lo que la tripulación debe ser capaz de hacer para sobrevivir».

«Si por los ingenieros hubiera sido, habrían diseñado la misión a Marte para un hombre solo. Pretendían automatizar todo el proceso de orbitaje, amartizaje etc. Se puede hacer. Los modernos pilotos automáticos son autenticas maravillas. No obstante varias directrices, antiguas normas de seguridad de las agencias espaciales involucradas, y una prudente reserva, han hecho pensar en poner a bordo tres tripulantes que ayuden en las tareas de pilotaje y manejo de sistemas de ingeniería. Uno de ellos quedará en órbita esperando el regreso del resto desde la superficie para volver a la Tierra todos juntos, y los otros dos, el comandante y el primer piloto, serán los que conduzcan el módulo de descenso hasta Marte y, una vez allí, organicen las tareas, asignen prioridades, y se ocupen del manejo del rover marciano y toda la infraestructura de la misión».

«Lo que, junto con el ingeniero, el médico y los dos científicos hace un total de siete. Siete personas para ir a Marte… Parece un número mágico ¿no?»

Hubo algunas risas discretas, y Vishniac siguió hablando:

– Les he descrito cómo son los grupos a los que se les ha asignado. Lo que no les he contado, ni serviría de nada decírselo, es lo difícil que va a ser el viaje para los afortunados que sean elegidos. -Vishniac volvió a hacer un silencio, el aire volvió a descender de temperatura- Se sentirán muy mal durante la duración de este periodo de entrenamiento, y algunos de ustedes incluso renunciaran, pero intenten recordar que se están embarcando en la mayor aventura del ser humano, y la recompensa será inmensa; todo un nuevo planeta bajo las plantas de sus botas.

«Por supuesto si están aquí sus calificaciones serán más que correctas, brillantes, y habrán sido puestas en práctica en infinitud de ocasiones. Pero con eso no basta. Tiene que haber algo más, espíritu de sacrificio, sentido de la aventura, que les permita aguantar la rudeza de esta misión. En Marte hará falta también que se aferren a la vida.

tienen o no ese algo más lo descubriremos durante estos próximos años…

«Muchas gracias a todos. Cedo la palabra ahora al director de vuelos, Mr Friendham Font».

Mr Friendham, el director de las instalaciones, habló durante diez minutos más con palabras huecas, política y buenos deseos que nadie escuchó. Jenny tenía la cabeza ocupada con pensamientos abrumadores. Lo que estaba por venir en el tiempo del entrenamiento y aún más allá si era elegida, era tan enorme que parecía pesar como plomo en el centro de su cerebro. Lo curioso es que no parecía haberse dado cuenta antes, sólo en ese momento, cuando no había ya marcha atrás, comenzaba a alcanzarla la ola de pesar y miedo. Pero no había otra opción.

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