30

Con mucha precaución Susana y Rodrigo se adentraron en el túnel.

En pocos pasos desaparecieron las rocas sin desbastar. La sección del túnel era de casi tres metros en la base y uno en el techo. Tenía una altura de dos metros y medio en la que las paredes se abombaban suavemente hasta terminar en una sección plana.

Toda la superficie de las losas pentagonales estaba tallada.

Tallada y algo más. Había líneas que se seguían, dibujos intrincados que circulaban de techo a suelo sin nunca repetirse.

Susana iluminaba con las linternas esos dibujos, como se entrecruzaban con otros y configuran una complejísima retícula que recordaba más a las interioridades de una máquina que a una escultura ornamental.

Además, Susana notó como la luminosidad aumentaba lentamente.

¿De dónde venía aquella luz?

– Fidel -dijo-. Apaga un momento tu linterna.

– ¿Qué?

– Aquí hay luz… muy poca, pero…

Rodrigo asintió y desconectó la linterna manual.

Hubo un instante de oscuridad y, de repente, las piedras planas del techo, empezaron a desprenden una suave luz entre violeta y rojiza.

– ¡Jesús! -murmuró Fidel, y dejó caer la linterna que rebotó en el suelo con un sonoro «clank».

La intensidad aumentó poco a poco y fue desvelando toda la longitud del túnel, que seguía hacia delante, descendiendo ligeramente y sin variaciones apreciables hasta un recodo a veinticinco metros.

Fidel, aparentemente ajeno a aquella maravilla, se arrodilló en el suelo y recogió su linterna. La alzó en alto y volvió a dejarla caer.

Susana se aproximó a Fidel y observó el extraño comportamiento del exobiólogo.

– Fidel… ¿Qué estás haciendo?

– Ssssh… Escucha esto, Susana -y dejó caer de nuevo la linterna.

Y de nuevo sonó un nítido «clank».

– ¿Qué…?

– Parece que este lugar esta vivo, Susana. Hay luz, energía y… ¡aire!

– Eso es imposible, Fidel. Se habrá estropeado tu manómetro.

– No, no; mira, hay aire, y con un contenido de oxígeno casi normal. ¿Escuchas lo fuerte que suena la linterna al caer? Aquí hay una presión casi normal.

Susana pulsó en el brazo de su traje y activó el modo de análisis de su traje. En la parte interna del visor el ordenador proyectó una serie de barras de colores que correspondían al análisis de la atmósfera marciana:

«Presión 500 milibares, concentración de oxígeno 45%. Nitrógeno y diferentes gases inertes de complemento. Temperatura 10° C».

– No hemos atravesado ninguna esclusa -exclamó Susana-. No hemos notado como aumentaba la presión. Debe tratarse de un error de los instrumentos.

Susana pulsó y activó una rutina de autochequeo. Se completó en unos segundos y el ordenador arrojó el veredicto con una suave voz sintetizada:

«Todos los sistemas en verde».

Fidel comenzó a aflojar los cierres de sus guantes. Susana, nerviosa, le detuvo apoyando su mano sobre la de Fidel.

– ¿Te has vuelto loco?

Fidel miró a Susana. Dentro del túnel el filtro ultravioleta no era necesario y la escafandra se había aclarado; ya no era un espejo dorado y podían verse el rostro. Le apartó la mano suavemente.

– No tengo nada que perder. Mi reserva de aire está agotada.

– La muerte por descompresión es horrible.

Fidel suspiró y contempló a Susana. Alrededor de sus ojos había cercos oscuros y las facciones parecían las de alguien mucho mayor.

– Estoy cansado Susana, muy cansado… si este es el final…

Al fin Susana quitó su mano del guante de Fidel.

– No lo hagas Fidel, no me dejes sola… por favor…

Fidel le dio media vuelta al anillo de presión de su guante izquierdo. El chasquido y el silbido del aire fue claramente perceptible. Lo repitió con el otro guante. Con las dos manos libres aferró la escafandra y la hizo girar unos treinta grados. Luego, con un movimiento lento, se la quitó y la dejó colgando de su brazo derecho.

Fidel respiraba con precaución.

– Está frío… y tiene un olor… metálico. Pero se puede respirar sin problemas.

– No puede ser.

Susana se rió. Era una risa que le salía debajo de los pulmones, que no se podía parar con facilidad. Se esforzó en respirar hondo y reprimirla.

Fidel se quitó la mochila de soporte vital y abandonó a su lado los guantes y la escafandra.

– Aquí hay aire y a una presión suficiente. No me preguntes como es posible.

Susana se quitó los guantes, el casco y luego la mochila. La risa estaba ahí, justo al borde oscuro de su mente. La sentía trepar de nuevo acompañadas de ganas de gritar y respirar hasta ahogarse con aquel aire seco, un poco polvoriento. Pero una vez más se reprimió y todo lo que quedó de esa alegría fueron unos ojos chispeantes. ¡Estaban respirando!

– Es cierto… ¿Pero cómo?

Fidel acercó la linterna uno de los muros.

– Este lugar… -dijo- no es sólo una caverna. Parece…

Las losas parecían estar colocadas muy juntas, más bien soldadas entre ellas que encajadas. Y el dibujo, los bajorrelieves se extendían en todos sentidos, una trama muy compleja que crecía casi como unas raíces de piedra que serpenteasean por los muros en geometrías fractales con intención de cubrirlos por completo. En medio de aquella trama se distinguían signos. Agrupaciones de marcas parecidas a las que encontraron en la entrada, a veces agrupadas en rombos u óvalos.

– Ojalá hubiéramos traído a un arqueólogo con nosotros -dijo Susana.

– Un arqueólogo nos hubiera ejecutado a sangre fría. Hemos entrado aquí sin tomar ninguna precaución, estamos distorsionándolo todo con nuestras huellas. Además, mucho me temo que no hubiera podido hacer nada. Esta cultura no tiene nada que ver con las de la Tierra. Hubiera estado tan perdido como nosotros.

– ¿Qué crees que es esto? -preguntó Susana.

– No lo sé. Pero contiene aire respirable. Y eso es importante.

Susana señaló al suelo. Estaba lleno de polvo marcado por sus huellas.

– Me pregunto cuando durarán nuestras huellas sobre él.

– Miles de años quizá…

– O hasta que llegue el equipo de rescate… Rodrigo, si aquí hay suficiente aire…

– Podríamos sobrevivir, sí. Debemos entender qué es este lugar. Cuál es su función…

Susana comenzó a avanzar haciendo resbalar la mano por los relieves.

– Estos túneles parecen descender hacia el fondo del Valle Marineris…

Fidel permaneció quieto. Miraba a Susana alejarse por el corredor. De repente no había prisa, no había límite alguno en el tiempo. Estaban vivos, iban a seguir respirando. Rodrigo se preguntó cuánto tiempo y por qué, pero en realidad las respuestas carecían de importancia ante el sublime hecho de que estaban respirando aire marciano.

– Imagina este mundo perdiendo su aire -dijo Fidel meditando-. Al descender la presión atmosférica desaparecería el agua de la superficie. Los antiguos marcianos se verían obligados a refugiarse en simas cada vez más profundas donde la presión y el agua permanecerían por más tiempo, quizá ayudada por su ingeniería.

Mientras hablaba, siguió a Susana, descendiendo lentamente por aquel túnel maravilloso.

En la pared, a la derecha, algo le llamó la atención. Se acercó y enfocó la linterna sobre un grupo de signos. Parecían una flecha, una cruz y una estrella. Pero sólo lo parecían, porque las líneas se entrecruzaban y jugueteaban unas con otras, hasta complicarse en un trazado tan complejo como el del resto del túnel.

– Quizá nunca logremos entender su significado… -añadió extrañado por aquellos símbolos.

– Pero no parecen muy extraños para un ser de una cultura alienígena -dijo Susana, que había retrocedido y estaba ahora a su lado.

Miraba también los signos que habían llamado la atención de Fidel y masticaba con ganas una de las tabletas de chocolate que el traje tiene como ración de emergencia.

– Cualquier raza de cazadores habría desarrollado el símbolo de la flecha -explicó el exobiólogo-. La cruz y la estrella tampoco son difíciles de imaginar. «El ojo del pulpo».

– ¿Qué?

– El ojo del pulpo. Su estructura es idéntica a la del ojo humano. Otro ejemplo: la mayor parte de los marsupiales no pueden distinguirse de sus equivalentes mamíferos. Evolución paralela. Pero yo no puedo aplicarlo a esto, los parecidos son bastante superficiales y entre símbolos muy sencillos.

– Bueno, sigamos adelante.

– Espera… ¿Te das cuenta de que no tenemos contacto con la Belos? Estamos aislados.

– Desde el módulo no pueden ayudarnos. Intentemos averiguar por nosotros mismos qué es este lugar.

En la Belos, Luca intentaba ociosamente restablecer las comunicaciones con Susana y Fidel sin éxito. No había respuesta en ninguna banda.

Al fin, suspiró y comprobó el nivel del oxígeno. El tanque principal estaba casi vacío. Sólo contaban con el secundario.

No había ya nada que se pudiera hacer.

La compuerta exterior resonó al cerrarse. Luego las bombas de aire actuaron llenando la esclusa. Al fin se abrió la compuerta interior y Jenny ingresó, ya sin escafandra ni guantes, en la Belos.

No le dirigió una sola mirada a Luca. Se plantó frente al panel científico sin quitarse el traje y abrió un armario. Dentro había un espectómetro de masas y un completo juego de instrumentos de análisis molecular. Puso encima de la mesa una caja de muestras que sacó del bolsillo del traje. Extrajo un cajoncito donde acoplaba perfectamente la caja. Introdujo el cajón y comenzó a manipular el ordenador.

Luca se acercó y la observó en silencio pasar pantallas y pantallas llenas de compleja información.

– ¿Qué se supone que estás haciendo? -preguntó al fin.

Jenny prosiguió su trabajo sin apartar la vista de la pantalla.

– Encontré algo sobre la tumba de André lo estoy analizando con el espectrómetro.

– ¿Qué…?

– Parece una especie de liquen, pero ha crecido muy rápidamente… ojalá estuviera aquí Fidel…

Jenny dejó de mover controles en la pantalla táctil y presionó un gran botón rotulado «proceso». Se echó hacia atrás y contempló como los resultados iban apareciendo en la pantalla.

Al fin, Luca, viendo las cifras, abrió mucho los ojos.

– Eso no es posible -dijo.

– Sí lo es. Carbono… Nitrógeno… agua… largas cadenas de hidrocarburos… aminas, lípidos, materia orgánica compleja. Esa cosa tiene los mismos componentes que nuestros cuerpos.

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