23

A más de doscientos kilómetros de altura sobre la superficie de Marte, la Ares entró en su ventana de aceleración.

Una vez más, la tercera y última, los motores de la nave ardieron como pequeños soles en el vacío del espacio empujando la flecha de metal que era la nave a una trayectoria de regreso hacia la Tierra. Esta vez consumió todo su combustible, diez minutos de empuje constante que le darían una variación de velocidad suficiente para hacer el viaje en siete meses.

Lowell confiaba en que Venus estuviese allí para servirle de freno y en llegar a la Tierra a tiempo de la misión de rescate.

Pero había muchas incógnitas en el largo viaje que tenía por delante.

Mientras la nave madre se alejaba, la Belos seguía sobre la superficie de Marte como una minúscula motita en medio de aquella rocosa llanura azotada por el viento.

Se había hecho de noche y la temperatura había descendido. El viento, que no había dejado de soplar desde la noche anterior, golpeaba las paredes y arrojaba arena contra ellas. Sonaba como si las suaves garras de inexistentes gatos marcianos arañasen el fuselaje.

Todos se habían acostumbrado a esos sonidos, y al ruido del acondicionador de aire. Ya no los escuchaban. Sin embargo sí les sobresaltaban los pitidos del pad de Baglioni. Estaban tendidos en el suelo, apoyados en los cojines de las butacas desmontadas y dentro de los sacos térmicos. Luca trabajaba con su pad sacando fuera del saco apenas la nariz, la pantalla que relucía en la semipenumbra y el lápiz.

Aún dentro de los sacos les era difícil acostumbrarse al frío. El sistema de calefacción de la Belos, limitado para ahorrar energía, sólo corregía 70º C de diferencia entre el exterior y el interior; y como consecuencia en el habitáculo la temperatura era gélida, apenas 7º C.

La luz estaba apagada y sólo les ilumina el fulgor azulado de la puesta de sol marciana. Jenny, la única de pie, recogía todos los tonos azules del horizonte en su rostro. Miró un momento al Sol a punto de esconderse tras la línea quebrada del horizonte y luego continuó su labor de repartir las raciones de la cena.

Luca tomó la suya, el último en recibirla. Jenny corrió a meterse en el saco tiritando ya, y abrió el paquete de sopa autocalentable.

– Lowell nos aseguró que intentarían acelerar la misión de rescate.

Luca le respondió a Susana sin dejar de trabajar:

– El tiempo mínimo para un viaje de ida y vuelta entre Marte y la Tierra, en las mejores condiciones, es de dos años y medio. Quinientos días para el viaje de ida y vuelta. No hay forma de reducir ese plazo.

Fidel tomó su ración con desgana. Fue a abrirla, manteniendo el dedo en el tirador que activaría la carga química que le daría calor a la sopa, pero al final desistió y la dejó, intacta, en el suelo. Se arrebujó en el saco y se apoyó contra la pared. Susana le dirigió una mirada. Tenía el rostro marcado de arrugas profundas, oscuro en el atardecer sombrío de Marte. El biólogo parecía infinitamente cansado.

– Ellos lo saben. Saben que nunca lograrán llegar a tiempo para salvarnos, pero no pueden decírnoslo. Tiempo, siempre se trata al final del tiempo.

Susana hizo un gesto de disgusto y se dirigió a Baglioni:

– Luca, ¿de cuanto tiempo dispondremos contando con estas medidas de ahorro de energía?

– Bien, -Luca consultó el pad-; un año y dos meses. El problema son los sistemas de reciclado, consumen demasiada energía.

Susana esperó a que Luca siguiera hablando. Pero el ingeniero no se dio por enterado y continuó trabajando en su pad.

– ¿Cuál es tu propuesta? -le preguntó Susana irritada.

– ¿Por qué piensas que dispongo de una?

– Lo noto en tu expresión. ¿Cuál es tu propuesta, Luca?

Luca respiró hondo. Apagó el pad y metió las dos manos dentro del saco. Apenas se veía nada en la cabina.

El crepúsculo estaba terminando. Luca era sólo un revoltijo de pelo y dos pupilas muy negras en la parte superior de un amasijo de tela metálica. Todos le miraban. Cuando comenzó a hablar sus palabras fueron como truenos en una noche calmada.

– Debemos de empezar a trabajar en el escenario de que los cinco no podremos sobrevivir.

Se escucharon variados bufidos y el roce de cuerpos que se removían nerviosos dentro de los sacos.

Jenny se retiró hacia atrás hasta chocar contra el mamparo.

– Luca, eso que estas diciendo es…

– Terrible, ya lo sé. Pero me habéis pedido datos y estas son las frías ecuaciones: es imposible que los sistemas de esta nave nos mantengan a los cinco con vida durante dos años y medio.

Se produjo un silencio aún más largo. Pero no era un silencio completo; estaba punteado de movimientos nerviosos que removían las telas metálicas de los sacos; de suspiros y chasquear de lenguas.

Al fin Susana volvió a interrogar a Luca. La luz había desaparecido. Ya no se veían unos a otros y la voz surgía de un bulto en un rincón.

Una voz fría y tajante:

– ¿Cuántos de nosotros podrían tener una oportunidad de sobrevivir?

– Verás… teniendo en cuenta…

– ¿Cuántos?

Luca calló por un instante. Y luego habló, por una vez, sin ninguna afectación, casi con humildad.

– No más de dos.

Herbert bufó y se incorporó en su saco.

– La verdad es que no me parece un buen promedio; dos de cinco.

– Es lo que tenemos.

– No, no es lo que tenemos; es una forma de rendirnos. Que tres de nosotros deban sacrificarse para que dos sobrevivan… no puede ser. Debemos buscar otras opciones.

– Herb, fuiste tú el que comparaste esta situación con la de unos náufragos; y en ocasiones los náufragos han debido tomar decisiones tan terribles como esta.

Jenny se levantó y encendió la luz de emergencia. No era de mucha intensidad pero bastó para descubrir el gesto hosco de Herbert, el desdén de Luca, la tensión en la cara de Susana y el desánimo absoluto de Fidel.

A pesar del frío Jenny no volvió a entrar en el saco, se lo echó sobre los hombros y comenzó a pasear por la cabina a la vez que hablaba.

– ¿Te has vuelto loco? ¿Quieres que empecemos a sortear quién vive y quién muere? ¿Y qué haremos con los que pierdan?

Luca siguió con la vista a la doctora en su paseo.

– Jenny, no dramatices la situación más de lo que ya está. No he planteado que nos comamos a alguien ni nada por el estilo. Sólo digo que dentro de un año y medio seremos cinco cadáveres congelados en el interior de esta lata, a no ser que tres de nosotros dejen de usar el sistema de reciclaje, de consumir agua y aire.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? -le preguntó Susana-. ¿Has repasado tus cálculos?

Luca se removió furioso en el saco y le tendió el pad a Susana.

– Toma Susana, hazlo tú. Empiezo a estar harto de que dudéis constantemente de mí. ¿Quieres volver a calcularlo todo?

– No te alteres, ya sé que eres muy profesional. Sólo quería…

– Mis cálculos están bien, lo único que pasa es que tú no puedes aceptarlo, igual que el resto. No podéis aceptar que mis cifras dicen que en las próximas horas tres de nosotros tienen que morir, o los cinco dentro de unos meses… Es preferible seguir escuchando a nuestro optimista geólogo. Saldremos fuera, encontraremos agua y aire y energía y seremos unos héroes cuando llegue la misión de rescate. ¿Es eso Herb, esperas regresar a la Tierra como el gran héroe que nunca perdió la calma, que siempre supo lo que tenía que hacer…?

– Ya basta, Luca.

Rodrigo, desde su rincón, hablaba con una voz profunda. Les sorprendió a todos la gran serenidad que tenía su voz. Serenidad y tristeza.

– Tiene razón. No queremos aceptarlo pero tiene razón.

Jenny, aún de pie y comenzando a tiritar, contestó con voz casi rota por las lágrimas.

– Yo no voy a suicidarme. Mi religión no me lo permite.

Baglioni estuvo a punto de contestar a Jenny, pero se contuvo y se enfurruñó aún más dentro del saco; ya no se le veían ni los ojos.

– ¿Alguien duda de los cálculos de Luca? ¿Alguien desea repasarlos personalmente? -preguntó Susana, mirándoles a todos, uno a uno-. ¿No? bueno, pues en ese caso queda claro que todos aceptamos que las cifras de Luca son correctas: dos de cinco.

– Sí, seguramente son correctas -dijo Herbert-, pero creo no debemos apresurarnos. Démonos un plazo antes de tomar una decisión. Quizá encontraremos…

Luca siguió hablando desde dentro de saco:

– ¿Qué vamos a encontrar Herbert? Ahí afuera no hay nada para nosotros. ¿Por qué no puede entrarte esto en tu cabezota? Estamos en el más árido e inhóspito de los lugares. Los polos de la Tierra son un vergel comparado con esto. Y cada hora que pasamos aquí, los cinco, respirando este aire, usando los sistemas de reciclaje, reducimos las esperanzas de los dos únicos que tienen una posibilidad de vivir.

Era como un voz de ultratumba, lenta y sonora. Precisa y letal como una guadaña bien afilada.

Y cuando dejó de hablar todo el mundo enmudeció, como si la conciencia de lo que Luca había dicho les hubiera arrebatado algo de vida a cada uno.

Tres de ellos pronto estarían muertos.

Tan muertos como Vishniac.

Tan muertos como aquel mundo helado que la humanidad se había empeñado en pisar.

Fidel habló con una voz muy calmada, que parecía no surgir de ningún sitio:

– ¿Y cómo vamos a decidir quién vive y quién muere? -como si la respuesta no tuviera ninguna importancia, como si fuera un detalle accesorio dentro de la enormidad de la situación-. ¿Cómo vamos a tomar una decisión tan terrible como esa?

«Dios mío, estamos hablando de nuestras vidas… -pensó-. Esto no puede estar sucediendo. No puede ser…»

Jenny se detuvo en su paseo y rió con carcajadas pequeñas y agudas.

– ¿Por qué no seguimos el símil de Herbert también en esto?¿Qué hacían los náufragos, Herb, buscar la paja más corta? ¿Lo decidimos así?

Nadie más se rió. Sólo se escuchaban crujidos aislados y el ruido del viento golpeando contra el casco de la nave. Al final Susana respiró fuerte. A continuación habló con una voz que pretendía ser neutra.

– Yo decidiré.

– ¿Qué?

– Estoy al mando, yo decidiré.

Herbert se echó hacia delante y miró a Susana muy fijamente.

– ¿Realmente quieres cargar con esa responsabilidad? No estás obligada a hacerlo.

– No todos estamos en las mismas circunstancias -dijo Susana-. No podemos dejar al azar la resolución de este problema.

Luca siguió hablando desde las profundidades de su saco:

– ¿Y en qué te vas a basar para tomar una decisión así? Dos de cinco.

– Rodrigo esta casado y tiene varios hijos.

– Ya los conocéis.

– Y tú Jenny, tú también.

– Sí, mi pequeña -sollozó Jenny.

Luego se tumbó en el suelo, tapada a medias por el saco, y cerró los ojos.

– ¿Y tú Herbert? -preguntó Susana-. No sabemos nada de ti.

– No le doy importancia, por eso no hablo nunca de ello. Estoy divorciado, sin hijos. Imagino que eso me hace ser un buen candidato para salir.

– Igual que yo -dijo Susana-. Estoy sola y tampoco tengo hijos.

Luca resurgió de su capullo de metal con un nervioso movimiento de manos y brazos que casi rasgó la tela del saco.

– ¡Un momento, un momento…! ¿Todo consiste en tener o no tener hijos? Yo tengo 25 años y no tengo hijos, de acuerdo, pero tengo toda la vida por delante y Fidel es casi un viejo. No te ofendas, Fidel.

Fidel sonrió por única respuesta. Estaba demasiado aterrorizado como para ofenderse.

Hubo un largo silencio en la cabina. Afuera la negrura era espesa. Phobos, como un rápido fantasma luminoso, cruzaba el cielo y el viento levantaba nubes de polvo que oscurecían las estrellas. La cordillera del valle Marineris se erguía en el horizonte como una fila de colmillos en la oscuridad.

Parecía hacer aún más frío en el interior del módulo Belos. Todos se refugiaban en sus sacos, dejando fuera apenas la nariz y los ojos.

«Dios mío -pensó Jenny-; que lugar más terrible».

Al fin Susana rompió el silencio. Se esforzó para que su voz sonara calmada, sin rastro de tensión.

– No Luca, es sólo un dato a tener en cuenta. Hay otras cosas que considerar. Lo primordial es asegurar la supervivencia de los que se queden.

– ¿Cómo? -preguntó con voz hueca, muy cansada.

– Dos personas, a solas, durante tres años encerradas aquí -le explicó Susana-. Muriéndose de frío y expuestas a que algo falle en cualquier momento… Lo siento, Fidel, tú eres exobiólogo, tus habilidades no servirían de nada en esta situación. Y las mías tampoco, me temo; soy piloto de una nave que nunca volverá a volar. Ni las de Herb… Pero Jenny es médico; y Luca es capaz de mantener en funcionamiento lo poco que queda de este trasto. No hay ninguna decisión que tomar; está perfectamente claro desde el principio quienes serán los dos que se quedarán en la nave. Johnson y Baglioni son los únicos que pueden sobrevivir.

El frío era paralizante. La temperatura se acercaba a los cero grados pero nadie pensó en ese momento en acercarse al ordenador para aumentar un poco la temperatura.

– Eres muy inteligente, Luca -dijo Herbert, y al hablar expulsaba un denso vaho que, en el fulgor rojo de la luz de emergencia, parecía fuego-. Quizá el más inteligente de todos nosotros. ¿Lo habías calculado así cuando sugeriste que sólo dos sobrevivirían?

Los ojos de Baglioni relucieron cuando respondió. La voz era tensa, arrastrada, cargada de rencor.

– Como tú dices soy demasiado inteligente para tener en cuenta tu provocación.

– La decisión está tomada, Herb, Luca, no le deis más vueltas… -Susana apenas se sentía con fuerzas para hablar. Cerró los ojos con fuerza, como si quisiera hacer desaparecer el mundo y quedarse solo con la negrura, el vacío, la nada…

– Jenny y Luca se quedan. Rodrigo, Herbert y yo saldremos a… dar un paseo por el exterior.

Sorprendido, Rodrigo levantó un poco la cabeza y sonrió lentamente de modo que sus facciones devastadas se iluminaron por un momento.

– Es una forma muy eufemística de expresarlo, Susana.

Herbert se estremeció dentro de su saco y terminó por levantarse.

Se acercó al panel de ingeniería y reguló la temperatura hasta los 10° C. Casi de inmediato se notó el aumento de calor.

Luca le miró con atención pero no dijo nada.

Herbert se plantó frente al circulo que formaban los sacos de los demás. Era una silueta robusta, con los brazos en las caderas.

– No puedo aceptarlo, lo siento.

– ¿Qué quieres decir con que no puedes aceptarlo? -dijo Luca con frialdad, sin quitarle los ojos de encima.

– No hemos agotado todas las posibilidades…

– Herb…

– Si tengo que morir lo haré, Susana, pero no antes de haber quemado hasta el último de nuestros recursos.

– De eso se trata, de que ya no quedan más alternativas -dijo Luca.

Herbert hizo caso omiso de sus palabras y se agachó frente a los otros.

– ¿Cuál es nuestro principal problema?

– ¡Oh por Dios! -dijo Luca alzando las manos al cielo-. ¿Vamos a empezar a discutirlo todo de nuevo?

– Nuestro principal problema es la energía, ¿de acuerdo?

Susana lo miró y dijo con desgana:

– Eso parece, ¿tienes alguna idea nueva, Herb?

– Sí, ahora somos como hombres primitivos abandonados a nuestros recursos… ¿Y cuál es la máquina más sencilla para obtener energía?

Fidel miró a Herb, incrédulo, agotado de aquella reunión, de todos, pero especialmente de aquel hombre. Cada palabra, la energía inacabable que habitaba en Herbert, era como una losa que pesaba infinitamente.

– Herb, aprecio lo que haces, en serio -le dijo-; pero esta situación es insoportable… haz el favor de guardarte tus adivinanzas.

Luca se levantó y revisó su panel, retocó el ajuste de temperatura que había hecho Herbert momentos antes y se volvió hacia el geólogo.

– ¿Quieres construir un molino de viento? -Su voz tenía un matiz de diversión.

– Sí.

Jenny, que había estado muy callada mirando como unos y otros hablaban, casi les gritó.

– ¿Estáis de broma los dos?

– No, creo que Herb habla muy en serio -dijo Luca, torciendo el gesto-. Pero no funcionará.

– ¿Por qué no? Aquí hay vientos de más de 130 kilométros por hora.

– Pero con una densidad de mierda. El aire es demasiado tenue, amigo. Necesitaríamos unas palas monstruosas. No funcionará.

– Es una posibilidad de que vivamos todos, pero para probarla te necesitamos, eres el único ingeniero a bordo.

Luca se tumbó sobre su saco, sin meterse dentro, y cruzó los brazos.

– Pues ya te lo estoy diciendo: no funcionará.

– En tu posición es muy fácil decir eso ¿no?

– ¿A qué te refieres?

– Tú no vas a salir a morir ahí fuera.

– Lo siento, Herb -Luca compuso un gesto de pena-. Lo siento muchísimo. Todo esto es terrible, no debería de haber sucedido, pero yo no puedo hacer nada. No puedo cambiar las leyes de la física. Lo siento -La voz de Luca era muy tranquila, como si le hablara a un hombre que estuviera muy grave, un enfermo terminal-. No colaboraré en un proyecto que sólo servirá para consumir inútilmente una parte de mi aire, reduciendo mis posibilidades de sobrevivir.

– Luca, realmente eres un… -dijo Herbert entre dientes.

Susana no quería ver aquello. No quería oír ninguna discusión más, había tomado una decisión, la única posible.

– Ya basta, Herb -dijo suavemente-. Siéntate, por favor.

– Sácanos de aquí, Herbert -suplicó Jenny-. Ayúdanos tú.

Susana respiró hondo y cerró los ojos por un momento.

– Estoy harta de todo esto. Mañana saldré afuera, aunque sea sola.

Nadie respondió. Susana abrió los ojos y vio a Herbert agachado en el suelo, mirando fijamente a Luca, y luego a Luca tendido indolentemente sobre su saco con los brazos en la nuca. De inmediato se puso en tensión.

Luca se volvió a mirarla forzando la cabeza, como si la situación no fuese lo que era, como si no estuviesen discutiendo sobre vidas humanas, sus vidas.

– ¿En serio que lo harás?

Susana ni siquiera le miró. Sólo tenía ojos para el geólogo. Luca no se daba cuenta, pero Herbert tenía todos los músculos tensos, ciento diez kilos de furia que podía volverse asesina en una décima de segundo, un polvorín que sólo esperaba una minúscula chispa. Habló muy calmada, muy despacio.

– Herb… -repitió Susana-. Regresa a tu sido, por favor.

Fidel habló casi en un susurro:

– Yo no voy a salir a morir… no podéis pedirme eso…

Luca miró al exobiólogo con una expresión neutra. Esta vez no había ironía en su voz.

– No disponemos de recursos para todos, Fidel. Si te quedas moriremos todos. Es así de simple. -Se volvió hacia Herbert que seguía junto a él-. ¿Y tú qué harás Herb?

Lo que vio en su expresión le hizo quedarse muy quieto, con la boca cerrada y el cuerpo encogido. Susana, también tensa, estaba presta a intervenir.

Herbert habló entre dientes, muy despacio, arrastrando las sílabas:

– Perderte de vista Luca, perderte de vista.

Загрузка...