32

En la Belos, Jenny y Luca permanecían con los brazos cruzados y recostados, mirando las cifras de la pantallas de análisis biológico.

– Espera, espera… ¿Has encontrado ese… liquen creciendo sobre la tumba de André?

– ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? Sí.

– Pero…

– Vida marciana… ¡Por fin! Debe estar en forma de esporas ahí afuera, quizá en el interior de las piedras, para protegerse de la radiación. La humedad del cuerpo del comandante las ha hecho germinar.

– ¿Y cómo es posible que no la hayamos detectado hasta ahora?

– ¿Qué…? No lo entiendo, pero ¿qué importa? Aquí debe haber una ecología que haga crecer esos… bueno, aún no sabemos que son… pero habrá que buscar y…

– Asombroso. En la Tierra se van a volver locos de contento. Después de todo esta misión ha sido un verdadero éxito para ellos… ¿Por qué yo no me siento tan feliz?

– Espera, Luca ¡Esto es materia orgánica! ¡Podemos alimentar con ella a los cultivos y a los recicladores y obtener así comida sin límite!

Luca torció el gesto.

– Una vez más olvidas que nuestro principal problema es la falta de energía y esa fuga por la que estamos perdiendo el aire de la reserva.

La sonrisa en el rostro de Jenny se borró.

– Pero es una esperanza… Debemos seguir luchando, debemos…

– No hay esperanza, Jenny, en unas horas estaremos muertos. -Luca aumentó el volumen de su voz y golpeó el panel de biología con la palma abierta-. Acéptalo, maldita sea, acéptalo o déjame en paz.

Se levantó y caminó hasta la escotilla. Permaneció allí, mirando al exterior con los brazos cruzados.

Jenny le miraba a la espalda, luego otra vez a los resultados de los análisis, hasta que las lágrimas le impidieron enfocar bien las cifras.

– No quiero morir… -musitó.

Luca, sin darse la vuelta, la habló con rabia:

– Oh, por Dios, Jenny, ahórrame eso ¿vale?

Al fin Luca se tendió sobre su saco térmico con las manos sujetándose la cabeza.

Jenny dejó de llorar y siguió mirando los análisis, completándolos, viendo la mejor manera de aprovechar aquella materia orgánica. No iba a rendirse. Cuanto más cerca veía la muerte, más furia sentía.

Miró de reojo a Luca. El lo había aceptado, en su sencillo universo de causas y consecuencias no había ya más opciones, pero Jenny sabía que estaba equivocado, lo sentía muy dentro y le daba igual si se engañaba, si era una estúpida que iba a morir de todos modos.

Los túneles eran su universo.

Susana ya había perdido noción de Marte, del viaje, de todo lo que había en su mente desde un año atrás. Sólo quedaban memorias antiguas que retrocedían y aquel mundo de semipenumbra polvorienta, de tallas incomprensibles y signos labrados en la piedra.

Quizá seguía andando por costumbre, ya no esperaba nada, no había esperanza, casi no había ya deseo de sobrevivir, sólo el cansancio como una hiedra que se enredaba en brazos y piernas y la sed como un fuego que le ardía en la boca.

Recordó su primer vuelo en solitario, en la academia, su bautismo. Y también recordó lo que pensaba, nítido y claro como aquel día. El avión estaba listo, un veterano pero fiable C-101 con más de treinta años de servicio. Le esperaba en la pista. Los mecánicos dejaron de trabajar en cuanto llegó y la saludaron con la mano. Sabían que un primer vuelo era algo muy especial. Por mucho entrenamiento en biplaza y simulador que se hiciera, ese momento era decisivo; el piloto solo en el aire por primera vez en un reactor de reacciones rapidísimas y alta velocidad.

El avión era una flecha de plata y rojo, un monoplaza de formas suaves y alas rectas y cortas. Saludó a los mecánicos. El suboficial al mando la estrechó la mano y le deseó suerte. Luego colocó la escalerilla para que ella trepara hasta el cockpit.

Susana miró a la pista un momento y luego subió al avión. Una vez embutida en la cabina, dejó que la ayudasen a colocar el paracaídas, y las conexiones del sistema de oxígeno.

Al fin, hizo la seña de ok y bajó la carlinga. Automáticamente fue efectuando la secuencia completa, comprobando sistemas en el orden correcto. Su cuerpo sabía como hacerlo, no necesita pensar en ello.

Recibió autorización de la pista y arrancó el motor. El avión, cabeceando, carreteó hasta la cabecera de pista.

Todo el rato Susana sentía una sonrisa exterior, un gozo que se expandía lentamente.

Ya en cabecera de pista, preparada para el despegue -la torre tardaba en autorizarla-. Había algo en medio de aquella felicidad, una pregunta:

«¿A qué has venido aquí? ¿Qué quieres demostrar?» -la voz de su instructor estaba allí, con ella en la cabina.

«Chica mona… me temo que tú no eres lo suficientemente dura».

Susana perdió la sonrisa: «Si lo soy, lo he demostrado una y otra vez».

Había obtenido el número uno, en vuelo y en teoría, pero ni siquiera eso era suficiente. No en un mundo que seguía siendo de los hombres, y ella era una chica pequeña, rubia y de aspecto delicado Apta para ser protegida, pero no para pilotar un caza cargado de armamento.

«Eres demasiado decorativa, guapa».

«El color de tu esmalte de uñas no hace juego con la pintura de la carlinga, ¿no crees?»

Cuando le llegó el «autorizado despegue, buen vuelo», ya tenía los dientes apretados. Su mano llevó hasta el fondo la palanca de gases y la aceleración le pegó la cabeza contra el asiento.

– Autorizado nivel 20 -escuchó dentro del casco.

En cuatro segundos estaba en el aire y regresó la alegría. Gritó:

– ¡Sí lo soy! -mientras giraba la palanca a tope a la derecha, calibrando adelante y atrás, y ejecuta un rápido y perfecto tonel.

Nadie protestó, no recibió ninguna amonestación de la torre.

Susana se detuvo y enfocó la vista. Había estado caminando casi a ciegas…

«¿Sí lo soy?»

«¿Era lo suficientemente dura para sobrevivir en Marte dentro de unos túneles marcianos en ruinas?»

Se dio cuenta de que lleva toda la vida luchando contra esa afirmación; y nunca era suficiente. Si sobrevivía a Marte que vendría después, ¿Júpiter? No. Se apoyó en la pared y descubrió que estaba cansada, muy cansada. Qué no habría Júpiter, que lo más probable era que no sobreviviera, pero que esa pregunta ya había muerto, no tenía validez, como no la tuvo cuando fue pronunciada, como no la había tenido nunca.

Sintió la rabia inundarla cuando comprendió que había estado corriendo, esforzándose contra una barrera que no había que escalar porque era imposible, por que no era necesaria. Se apoyó en una pared y se dejó resbalar hasta el suelo.

Estaba muy cansada.

Poco a poco, recuperó la perspectiva; estaba en Marte, perdida, a punto de morir. ¿Quizá había tenido que llegar hasta ese punto para comprender?

Sonrió. Ahora quizá pudiera tenderse sobre el polvo y quedarse allí… como Herbert, como Fidel… para que futuras expediciones les encontrasen y los enterraran.

Al rato se levantó y se obligó a caminar. Aún había una pequeña esperanza de encontrar la salida, de llegar a donde fuera que conducía aquel laberinto.

Llevaba un largo trecho descendiendo sin interrupción. Activó la grabación de la cámara. No tenía capacidad en la memoria para grabar indefinidamente así que fue seleccionando tramos que le parecieron interesantes.

– Estoy registrando con mi cámara todo cuanto veo, pero no puedo transmitirlo y sólo podréis ver estas imágenes si alguien se toma la molestia de buscar en mi cuerpo… Aquí está funcionando alguna especie de tecnología extraña. Este lugar no está completamente muerto, algo mantiene el aire aquí dentro y ese algo quizá sea el origen de las anomalías magnéticas y gravitacionales descubiertas en Marte hace tanto tiempo y que tanto intrigaban a los científicos…

Había llegado a una bifurcación. Miró hacia las placas grabadas a la entrada de los dos túneles: una flecha y una estrella, dejando que aquellos símbolos se grabasen en la memoria de la cámara.

Hizo una señal en el polvo, una equis en el túnel marcado con una flecha, y avanzó por él.

– Quizá todas estas anomalías señalen laberintos como este dispersos por toda la superficie de Marte y sus interferencias sean el origen de todos los accidentes que hemos sufrido al intentar acercarnos a este planeta.

De nuevo cruzó una bifurcación. Eligió el túnel con la flecha y marcó el suelo antes de seguir por él. El terreno seguía descendiendo.

– Pero, ¿qué es este lugar? ¿Un último refugio para una civilización moribunda? Llevo horas dando vueltas y vueltas, y empiezo a pensar que Rodrigo estaba en lo cierto y que esto no tiene ningún sentido. Quizá es sólo una trampa para ratas o… quién sabe. Lo único que creo haber resuelto es que los corredores marcados con una estrella son poco saludables. Espero de corazón que las flechas me conduzcan en la dirección correcta. Pero no hay nada seguro.

En mitad del túnel encontró una inscripción más grande que las otras. Ya había visto algunas de ellas que, sin previo aviso, aparecían en mitad de una pared enmarcadas por un romboide o una elipse.

La iluminó cuidadosamente para que se grabase y luego continuó avanzando.

– Un misterio para que alguien dedique una vida entera en descifrarlo. Para empezar, ¿por qué un laberinto? ¿Es posible que esto sea una tumba? ¿Por qué no? Parece exactamente eso… Las salas sin aire y los corredores sin salida serían trampas para los ladrones de tumbas, claro… a no ser que sean puertas, puertas cerradas que yo no sé abrir. En ese caso nunca encontraré una salida, estará detrás de uno de esos muros cerrados.

– De todas formas no puedo creer que este lugar no obedezca a un objetivo. Alguien se tomó muchas molestias en amontonar piedras para construir estos enormes pasillos… ¿lo hicieron para nosotros? ¿Sabían que vendríamos? ¿Quiénes eran? ¿Marcianos de un pasado remoto? ¿Cuál era su aspecto? ¿Cuáles eran sus objetivos? ¿Qué querían lograr al erigir esta interminable red de túneles? ¡Oh, Dios mío!

Susana se detuvo de repente.

Todo su cuerpo estaba en tensión. Había algo al fondo del corredor. Parecía una figura humana recostada contra la pared, pero no se veía bien.

– Rodrigo… ¿eres tú? No, que tontería. Rodrigo quedó muy atrás en el laberinto, y está… muerto.

Susana se esforzó por escudriñar la penumbra.

Al fin reunió el valor para avanzar paso a paso, todo el rato temiendo que aquello se moviera. Pero no lo hizo.

Susana se detuvo a cuatro pasos y encendió los focos del traje para conseguir mayor iluminación Era una figura muy delgada, de larguísimos brazos, tórax estrecho y piernas retorcidas bajo el cuerpo de una forma que parecía antinatural.

La piel era negruzca y reseca. Se acercó un poco más… Era como pergamino viejo, llena de escamas que se desprendían. Había montones de ellas rodeando al cadáver.

La cabeza era un gran balón ovoidal. No tenía rostro, sólo había un gran hueco carcomido, huesos y órganos renegridos.

Poco a poco sintió que el corazón volvía a latirle con normalidad. Se sentó en el suelo, frente al marciano.

– Tal vez acerté en lo de la tumba después de todo. Es una momia reseca ¿Un marciano? Me pregunto qué edad puede tener. En este mundo sin actividad orogénica las cosas podrían ser mucho más viejas que lo que imaginamos. Quizá lleva un millón de años aquí.

Al fin Susana se aproximó e investigó el cadáver desde muy cerca. Programó la cámara para que grabase todo con detalle, pero no lo tocó porque pensó que, muy probablemente, se desmoronaría en polvo al menor roce.

– No tiene rostro, claro, pero el resto parece muy humano. Dos brazos y dos piernas… es difícil ver cuantos dedos tenía en cada mano porque ninguna de las dos esta completa. Las proporciones… los ángulos en los que se doblan los huesos… todo parece bastante normal. ¿O sólo lo parece?

Susana se levantó para intentar hacer una toma aérea de la momia y en ese momento advirtió que no estaba sola. Más adelante, en el túnel en penumbra, descubrió muchas más siluetas.

Avanzó hacia ellas lentamente. Se apoyaban contra las paredes, todas en similar posición, cada vez en mayor número. Las había de todos los tamaños, apoyadas unas contra las otras.

Pronto sólo quedó un pequeño pasillo entre las paredes atestadas de cadáveres. Susana caminaba muy despacio, mirando a derecha e izquierda. Apenas podía respirar, le parecía que el aire no bastaba para tantos cuerpos juntos en un lugar tan estrecho.

Casi todas tenían rostros lisos, sin apenas rasgos y dos grandes aberturas donde deberían haber estado los ojos.

Esos huecos ciegos le miraban pasar. Las bocas desdentadas se abrían en gritos silenciosos. Manos contraídas en garras, brazos unidos, cuerpos enlazados. Un mudo horror de tiempo y muerte rebosaba de aquel túnel.

– ¿Qué es esto? ¿Qué hacen aquí? ¿Qué lugar es este…? -murmuró Susana-. Dios mío, no quiero perder el juicio ahora…

Respiró hondo. Se esforzaba en sentirse en situación, en Marte, en un túnel antiquísimo, en medio de los restos de seres inteligentes alienígenas.

AJ fin los latidos de su corazón se fueron calmando. Se acercó a uno de los cadáveres que parecía tener los rasgos completos: ojos, nariz con extraños pliegues, boca pequeña.

– Dos ojos, una nariz, una boca. Está todo muy deformado por el proceso de momificación Imposible saber cual fue el aspecto real…

Escuchó un pitido… la memoria de grabación estaba llena y el ordenador desconectó la grabadora.

Alzó el rostro y miró a su alrededor, fastidiada… había tanto que grabar…

En ese momento descubrió algo al fondo, una luz fuerte que se abría paso entre miembros y cuerpos amontonados.

Dudó en si acaba de aparecer o, simplemente, que tan absorta estaba en aquellas momias resecas, que no la había visto hasta ese momento.

Caminó hacia ella. El túnel cada vez estaba más atestado. Las momias se apilaban unas sobre otras, dejando apenas un estrecho pasillo entre dos montañas de cadáveres. Los brazos a veces cruzaban el espacio como las ramas de un bosque terrible. Pensó que le bastaría tocarlos para que se deshiciesen en polvo, pero prefirió esquivarlos con cuidado.

Al final, cuando ya casi llegaba a la abertura dibujada por la luz, los cadáveres se apilaban de suelo a techo. Intentó evitar pisarlos, pero era imposible. Caminó sobre ellos y se fueron deshaciendo en pellejos resecos y algunos huesos quebradizos. La luz era intensa y le hería los ojos.

Vaciló cuando llegó al umbral. Había algo afuera y, sin saber por qué sintió que las lágrimas le corrían por las mejillas.

Dio un paso y salió al exterior.

Había mucha luz, había aire y la temperatura era fría pero no insoportable. Parpadeó y poco a poco recuperó visión.

A su alrededor había muros inmensos, a derecha e izquierda, y una claridad lechosa que lo inundaba todo. En el cielo sólo se veía una densa capa de nubes. Un poco más adelante, un pequeño lago rojizo.

Agua. Corrió hacia él y dudó antes de beber. Moriría de todos modos si no tomaba agua. Se encogió de hombros y bebió a pequeños sorbos. El sabor era desagradable, pero le calmó la sed y no sintió que ningún ácido le corroyese el intestino.

Más tarde se irguió y miró a su alrededor. Estaba en el fondo del Valle Marineris. La boca de la cueva por la que acaba de salir era una abertura ovoide en la pared de roca. Había otras, a intervalos regulares, otras salidas, o ventanas, a mayor altura. Gran parte de la pared estaba carcomida por cuevas.

– ¿Dónde había llegado?

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