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Luca no entendía a qué tantos nervios.

Para empezar, él nunca había dudado que ellos serían los elegidos para ir a Marte. Lo había sabido desde el día que había echado la solicitud en la NASA-ESA, desde el mismo momento en que había pulsado el botón de enviar en su correo electrónico. Normalmente si se marcaba un objetivo solía cumplirlo. Era sencillo, sólo tenía que trazar un plan, optimizarlo y luego dejarse llevar y tratar los imprevistos de la mejor forma posible. No le costaba mucho. Sólo las circunstancias no controlables, Murphy, podía ponerle pegas y si se minimizaban sus oportunidades de fastidiar, todo solía ir bien.

Miró a su alrededor. A su izquierda, en la Belos, se encontraba Jenny. A la derecha su panel de ingeniería. Delante los tres pilotos se afanaban con las comprobaciones y últimos chequeos. Sonrió como un gato satisfecho. Los cuatro ordenadores marchaban al unísono, todos los sistemas estaban en verde.

Indolentemente, pulsó una secuencia de comandos. En el monitor de plasma de su panel apareció un esquema de la órbita de inyección transmarciana.

Cinco días antes, mientras los demás celebraban el haber sido elegidos como el equipo que iría a Marte, había repasado todos los cálculos del JPL para aquella órbita. Era inconcebible que hubiera un fallo en aquellos limpios cálculos orbitales, no obstante Luca iba dentro de aquella lata de guisantes y ellos no. La diferencia de punto de vista hacía que comprobar los parámetros no fuese una tontería. No había encontrado fallos. Insertarían en el perigeo de la órbita Hohman transmarciana en… cinco minutos. Comprobó el nivel de los tanques de combustible criogénico, las turbobombas parecían estar operativas. El sistema de calefacción de conductos también. El inyector y la bujía de quemado estaban ya cargados.

No le gustaban aquellos cohetes químicos. El hubiera preferido un motor nuclear tipo Nerva, o mejor aún uno tipo Vasimir, o aún el sistema de restos de fusión de rubia, cualquier cosa menos los lentos cohetes químicos. Pero, como sucede con los proyectos y organismos tan grandes, prevaleció una prudencia exagerada unida a la moratoria para emplear combustible nuclear en el espacio. Idiotas. En un mes con una trayectoria directa, empujados por un par de megavatíos nucleares, hubieran podido estar en Marte. Viajar arrastrándose, nueve meses de lenta agonía, rotando como peonzas en aquellas latas importadas de la estación espacial, le desesperaba.

– Tres minutos para ignición. -Anunció Vishniac.

Lo cierto es que ya poco tenían que hacer. El encendido, la modulación del empuje, la corrección de actitud, todo quedaba en manos de los ordenadores. Sólo podían comprobar que todo iba correctamente, y si no era así, rezar porque el fallo se produjese dentro del abanico de trayectorias de seguridad, aquellas que les llevarían de vuelta a la Tierra.

En la pantalla brillaba la órbita transmarciana de mínima energía, una mitad de circunferencia cuyo centro era el Sol. Tendrían que acceder a una variación de velocidad de 4 Km/s en el perihelio de esa órbita al Sol para inyectarse en la trayectoria que interceptaría a Marte en el afelio, dentro de 257 días. El resto del viaje sería cuestión del señor Kepler y Newton y esos nunca fallaban. Luca se relajó.

– Dos minutos para ignición.

Todos podían ver el reloj en el cuadro de mandos, no hacía falta que Vishniac dijera nada. Viejos hábitos de piloto. Respiró fuerte, durante el viaje habría más de aquello. Nueve meses de ida, un mes de disfrute en Marte, y otros nueve meses de vuelta. Eran dieciocho meses de soportar posibles tormentas solares, la lluvia de radiación cósmica, el desgaste de huesos y músculos, y de convivencia difícil, para un mes de visita al planeta rojo. Bueno, se suponía que con ejercicio y con los nuevos tratamientos ucranianos la perdida de calcio y glóbulos rojos quedaba reducida a un escaso 4%. Se tocó disimuladamente el bíceps. Le iban a arruinar el tono de aquel cuerpo que tanto apreciaba.

En cuanto a la convivencia… los demás siempre le habían parecido máquinas muy simples, sería cuestión de darles lo que pedían y así no le molestarían demasiado.

Volvió a mirar la pantalla.

Tema grabada en la cabeza la secuencia de despegue. De un vistazo comprobó que los parámetros a controlar estaban todos bien. Se había iniciado el circuito de alimentación de las turbobombas. Iban a quemar muchas toneladas de oxígeno e hidrógeno y el circuito ya funcionaba en bucle, para calentarse. A la orden del ordenador se abriría una válvula, los flujos de oxígeno e hidrógeno líquido se mezclarían, se expandirían, una chispa los haría reaccionar y un torrente de fuego saldría por la tobera sometiéndolos a casi 2 ges de aceleración.

Tenían puestas las escafandras. En todas las maniobras de riesgo como aquellas se calaban el casco y el traje ligero por si alguna fuga de presión les dejaba sin aire. Se volvió con dificultad y le dio un suave codazo a Jenny a su derecha. La doctora tenía los ojos pegados al reloj. Se volvió y le miró intrigada. Luca le sonrió.

Ella hizo un amistoso ademán de pegarle y luego también le sonrió. Había armonía entre ellos, los psicólogos parecían haber trabajado bien en seleccionarlos y cohesionarlos.

– Un minuto para ignición.

Susana, Vishniac y Lowell permanecían ocupados, atentos a cualquier mal funcionamiento de los sistemas para pasar a manual la función que fuese necesario. Los ordenadores de a bordo prácticamente no necesitaban ayuda, pero el soporte humano seguía siendo considerado indispensable. Era algo que Luca nunca había entendido muy bien. Si un sistema cuádruple redundante como el de aquella nave no podía hacerse cargo de ella, nada sería capaz. La secuencia, el momento y la posición en que el empuje de los motores tenía que ser modulado era algo muy delicado, tenía que hacerse adecuadamente para insertarse en la trayectoria elegida. Si fallaban podían errar Marte por mucho. Había métodos para hacerlo manualmente, los habían probado en el simulador hasta que tenían una porcentaje de éxitos aceptable, pero todos sabían que sin el ordenador era muy difícil conseguirlo.

Luca comprobó una vez más que todo estaba bien y levantó la vista de su panel de ingeniería. Aunque había cosas que no le gustaban de su diseño, tenía que reconocer que aquella masa de intrincados componentes era toda una belleza. Escuchó atentamente: las tripas de la Ares se revolvían, le llegaban variados zumbidos y chasquidos de la estructura dilatándose y contrayéndose al recibir el calor del Sol por una cara si y la otra no.

Luca vio a la Ares como una bestia acumulando tensión para un brutal salto. Esos chasquidos eran sus músculos tensos, dispuestos a soltar toda la energía acumulada.

– Quince, catorce, trece…

La cuenta atrás, dada por la voz computerizada del ordenador era neutra, no inducía a la preocupación, sólo informaba.

– Diez, nueve, ocho, siete…

Luca volvió a sumergirse en la intrincada información de ingeniería.

Todo iba bien, la secuencia de acciones que iban a desembocar en la ignición se estaba desarrollando perfectamente. Luca mantenía un ojo siempre puesto en el sistema de referencia inercial. Para poder orientar y efectuar el disparo en la dirección correcta, el computador de la nave tenía que tener información concreta y actualizada de su posición y orientación milésima de segundo a milésima de segundo. El sistema, en las cercanías de la Tierra, tomaba su referencia del sistema de posicionamiento global GPSII, y mantenía su referencia por un sistema de triples inerciales láseres. Luego, lejos de la Tierra, tendría que orientarse por un sistema automático que identificaba estrellas y deducía posiciones y actitudes a través de ellas.

– Cinco, cuatro, tres, dos, uno, ignición.

Hubo un rugido apagado, lejano. Las turbobombas gimiendo transmitieron su vibración a toda la nave. Luego, tras el inicio del quemado, la nave entera comenzó a absorber aceleración. Los anclajes de los asientos, las cuadernas del fuselaje, todo crujió. El metal y el plástico, que hasta ese momento sólo soportaban la presión interior de una atmósfera, comenzaron a acusar la componente de aceleración. Hubo quejidos, chasquidos, vibraciones que aumentaron de frecuencia.

Para ellos el golpe fue más brusco de lo esperado. No eran las 4 g verticales del transbordador, pero la aceleración de un par de ges partiendo de la anterior ausencia de peso, fue como si una mano enorme los aplastase contra los asientos.

Luca miró el panel. Todo verde, las secuencias de encendido habían sido correctas, y los cuatro motores J-3 funcionaban al 90% de potencia total con leves oscilaciones de ajuste. Todo el crítico sistema de posicionamiento parecía ir como la seda. Los cuatro ordenadores calculaban constantemente las correcciones de rumbo a los motores de control de actitud y estabilizado. Las ordenes parecían coincidir siempre en las tres unidades de cálculo y se aplicaban con corrección. En la pantalla de la trayectoria largas ristras de cifras y una representación de la órbita real y la teórica que coincidían casi punto por punto. Luca sonrió.

– Informe ingeniería.

– Trayectoria correcta. Doscientos segundos para apagado de motores.

Iban hacia Marte, otra etapa más parecía cumplirse.

Un asiento detrás, Herbert también había visto la órbita y sabía lo suficiente de mecánica celeste para comprender que todo iba correctamente. La espalda le dolía ligeramente, sabía que la aceleración no duraría mucho y que había superado los exámenes médicos, que había sido su mayor miedo en la selección. Estaba allí arriba, rumbo al planeta rojo. No podía dejar de ver las máquinas a su alrededor, todo el inmenso esfuerzo técnico y económico que había logrado construir y poner en marcha aquella nave. Pero para él el viaje era algo más, no sólo la técnica. El viaje eran ellos, siete personas y aquel vacío aterrador que mordía con hielo y fuego en el exterior. Tenía ganas de saltar, de recorrer a brazadas el espacio que les separaba de Marte. En seguida le volvió la conciencia de que aún quedaban muchos días y se relajó.

No sólo es llegar -se dijo- sino cómo llegar. Siempre había sido así, el camino era lo importante, la cima un regalo que se obtenía de recorrer la senda correcta, pero que no era importante en sí.

Los días pasados en al estación espacial Alfa habían estado llenos de tensión. Hasta última hora no habían sabido que su equipo había sido elegido para la misión. En tierra las cadenas de noticias, los periódicos habían enloquecido con la elección. Herbert había pensado a menudo si aquella incógnita no había sido hábilmente diseñada por algún departamento de publicidad de la NASA-ESA. Por lo visto no estaban dispuestos a repetir la perdida de audiencia que tuvo el programa Apollo después de llegar a la Luna. Y quizás era lo mejor.

Otro factor de tensión durante todo el entrenamiento habían sido los crecientes problemas entre Europa y Estados unidos. Una época de colaboración y acuerdos, en contra principalmente del conglomerado asiático, parecía flojear. Pero la ortodoxia del neocomunismo parecía haber remitido y había muchos ojos y muchos bolsillos puestos en lo que iba a suceder.

Y la NASA-ESA y su inmenso presupuesto se resentía a la mínima duda de los políticos y economistas.

Pero ya no les afectaba, estaban en ruta, el programa prosperaba.

– Veinte segundos para ingravidez.

Le gustaba la voz de la computadora. Era un poco neutra, pero incapaz de esconder cierta calidez. Herbert rió. A nadie se le había ocurrido ponerle nombre. Con esa voz era evidentemente chica, además, ponerle HAL hubiera sido tentar al destino.

Además, había cuatro unidades de proceso a bordo. CU-1, CU-2, CU-3 y CU-4, exactamente iguales y con capacidad cada una de ocuparse de la gestión de todo el módulo. Herbert se esforzó en pensar en cuatro personajes famosos que podría usar para ponerle nombre a las computadoras. Cuando lo encontró la sonrisa se le heló en el rostro.

– Diez segundos para ingravidez.

Se apartó de la idea como si hubiese tocado algo repulsivo, pero la imagen de cuatro jinetes terribles cabalgando en un crepúsculo polvoriento aún lo tema capturado. La voz ya no le pareció tan agradable.

Hambre: si había algún fallo en las trayectorias, o un retraso, o una avería, tendrían que hacer un vuelo más largo y eso significaba economizar raciones.

Enfermedad: durante todo el viaje acumularían una dosis de radiación que les llevaría a un 1 % de contraer un cáncer.

Guerra: un habitáculo reducido y muchos meses de convivencia. Confiaba en los psicólogos pero siempre podría pasar algo malo.

– Ingravidez en cinco, cuatro, tres, dos, uno.

El silencio se hizo muy denso. Todas las tripas de la nave habían dejado de rugir. No había aire afuera contra el que la nave rozase. Todo parecía en calma.

Muerte: el último jinete.

La potente voz de Vishniac en los cascos hizo que Herbert pudiese seguir respirando.

– ¿Ingeniería?

– En chequeo post-ignición. Todos los sistemas funcionando. Órbita correcta en un 99.548%

– Bueno, pues parece que podemos abrir ya el champaña… Estamos camino de Marte.

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