28

Luca se recostó contra un mamparo.

– Sería mejor que interrumpieses el monitorizado médico. No vas a lograr nada.

Jenny llevaba un rato mirando la pantalla en la que no se veía nada. Al fin se secó las lágrimas con el dorso de la mano y respondió muy bajito, con rabia contenida.

– Soy su médico, no lo olvides, y estaré con ellos todo lo que pueda.

Jenny volvió la cabeza y vio como el indicador de señal se desvanecía. Las imágenes comenzaban a perder cuadros a medida que la conexión perdía ancho de banda. Los movimientos se interrumpían o iban a saltos.

Luca se acercó y se puso a ajustar controles.

– Fidel… Susana… Tenemos problemas con la recepción… hay interferencias… parece cosa de la distorsión magnética local.

Al fin las pantallas quedaron en azul. Había un aviso escrito encima de ellas que decía «enlace perdido».

Luca dio un golpe al tablero que resonó como un disparo.

– ¡Mierda…! algo está interfiriendo… y debe ser lo mismo que causó el fallo en nuestros sistemas.

De repente, la pantalla de ingeniería de Luca, unos metros más allá, se iluminó en rojo y una alarma estridente comenzó a sonar. Jenny dio un respingo y miró a derecha e izquierda.

– ¿Qué significa eso?

Luca se lanzó como un lobo sobre su panel y comenzó a manipularlo salvajemente.

Muy asustada, Jenny se acercó. «¿Qué estaba pasando?» Nunca había visto a Luca tan frenético.

– ¿Qué…?

Luca miraba hipnotizado un complejo esquema y Jenny sólo advirtió una barra de color verde, justo en el centro, que disminuía lentamente.

Al fin Luca se volvió hacia Jenny. Ella tampoco lo había visto nunca con esa expresión en el rostro Desorientación, terror… Pero duró poco, en seguida regresó la mueca irónica.

– Significa que estamos muertos -dijo, casi saboreando las palabras.

Susana había caminado durante un rato sin pensar en nada. Sólo percibía el silencio, la oscuridad delante de ella y los focos de Fidel iluminando a su espalda.

La voz de Luca, la sacó de su estupor. Apenas entendió nada entre ruido y el crepitar de la estática, pero el ingeniero pareció decir: «Estamos muertos». Sólo eso, y las interferencias lo ahogaron todo.

– ¿Luca…?

No recibió respuesta. Intentaba restablecer el enlace, pero el ordenador de abordo le indicó que había perdido la señal. Para ahorrar batería puso el sistema de comunicaciones remotas en pasivo y sólo dejó un enlace con Fidel.

Rodrigo no se había sentido tan cansado en su vida. Seguir los pasos de Susana se había convertido en una especie de obsesión. Veía el traje blanco, deslumbrante cuando le tocaban los focos. Oscilaba delante suyo, caminando entre rocas, resbalando por derrumbes, siempre hacia abajo y no tenía fuerzas para pensar en nada más.

Sólo se sorprendió y adquirió conciencia de donde se encontraba, al advertir que la oscuridad era menos densa. Al volverse, observó una claridad de amanecer en la cima del Valle.

Susana también se detuvo. Juntos observaron al Sol ascender por encima de las escarpaduras. En el cielo se diluía la negrura nocturna en un violeta pálido que poco a poco se volvía rojizo. La luz se arrastraba sobre los riscos devolviéndoles su brutal perspectiva.

De nuevo Fidel y Susana eran sólo dos motas blancas en un océano de estratos, cascadas y contrafuertes de roca rojiza.

Reanudaron la marcha y un poco más adelante descubrieron un tapiz blanco que les cortaba el paso.

– Parece yeso o algo así -dijo Susana.

– No soy geólogo, pero podría ser, sí.

Susana miró en derredor, pero no parecía haber otro camino, el paso estaba encajonado entre laderas pedregosas y difíciles de escalar.

– Pues habrá que intentarlo.

Susana le hizo una seña al exobiólogo de que esperase y comenzó a cruzar sin aparente dificultad hasta que se detuvo en el medio de aquella cosa blanca, extrañamente rígida. Cuando habló su voz era muy tensa:

– No des un paso Fidel.

– ¿Qué sucede?

– No estoy segura, pero… mis botas resbalan en este terreno… no noto ningún rozamiento bajo ellas.

Fidel se agachó y se fijó mejor en la sustancia blanca. Era como espuma. Bajo los pies de Susana se desprendía un fino vapor.

– ¿Qué es esto? -se preguntó Rodrigo.

– No estoy segura, pero creo que es nieve carbónica; anhídrido carbónico congelado… Para que se haya concentrado de esa forma, el sol no debe de dar aquí en ningún momento. Es muy resbaladizo.

Fidel hizo el ademán de entrar en la zona blanca.

– ¡No te acerques! -le gritó Susana.

– ¿Puedes retroceder lentamente?

– Eso he intentado… pero el calor que escapa de mis botas debe de estar sublimándola. Es como si estuviera de pie sobre un colchón de aire.

Lentamente, guardando el equilibrio con precariedad, Susana logró avanzar hasta Fidel, quien, en cuanto pudo, la tomó de la mano y el hombro y la impulsó hasta terreno seguro.

Esperaron un poco hasta recuperar el aliento.

– Parece que esto nos cierra el camino, no podemos seguir por aquí.

Susana se apoyó con las palmas en las rodillas.

– ¡Oh mierda! ¿Tendremos que desandarlo todo?

Fidel se derrumbó contra una roca y se dejó resbalar indolente hasta quedar sentado en el suelo.

– Ponte en pie o te congelaras.

– No me importa. Ya no puedo más, las piernas no me sostienen. Y apenas me queda aire ya. El fin no puede andar muy lejos.

Susana se irguió. El peso de varios mundos le tiraba de los hombros, sentía dolorida cada fibra de la espalda y las piernas. Apretó las mandíbulas y comenzó a buscar un paso que les ahorrase el tener que retroceder, lo que representaba una buena subida.

No se iba a rendir, aunque tuviera que horadar Marte de lado a lado, iba a llegar al Valle y a esa niebla. Se lo debía a Herbert.

El Sol estaba a medio camino del cielo, iluminándolo todo con nitidez. Susana miró a su alrededor. Iba adquiriendo cierta destreza en adivinar los pasos más fáciles, la mejor forma de atravesar un obstáculo. Al principio había sido difícil. Las gradientes de los derrumbes, la orografía sin erosión los confundieron. Pero en aquel momento sus ojos va diseccionaban el paisaje, identificaban rocas, pendientes demasiado pronunciadas y trochas suaves. Hasta que se fijó en un aterrazamiento de forma curiosa. Estrechó los ojos y puso todo el interés en ese accidente perdido en la inmensidad geológica del Valle Marineris.

En la Belos, Baglioni activó una serie de controles en el ordenador. Las luces se encendieron y el acondicionador de aire comenzó a bufar. Casi inmediatamente se notó como la temperatura ascendía.

– ¿Qué…? ¿Qué haces, Luca?

– He anulado el programa de ahorro. Ahora funcionamos en soporte vital standard. No tiene sentido seguir economizando energía.

– ¿Por qué? ¿Qué…, qué significa esa alarma, y la barra verde?

– Tenemos una fuga en el depósito de oxígeno líquido. No es tan hermético como habíamos pensado y estamos perdiendo aire. Esa alarma señalaba que la presión en él ha descendido demasiado, No entiendo por qué los indicadores no avisaron antes, hubiéramos podido hacer algo… No sé, quizá se dañaron en el choque.

– Pero… Podemos intentar localizar la fuga, sellarla, dejar de perder oxígeno…

– No. Mis cálculos eran muy precisos y partían de la base de que contábamos con las reservas integras. No había previsto que perderíamos aire por culpa de una fuga. Esta variable no entraba dentro de mis ecuaciones, y ahora el resultado no puede ser peor. Aunque sellemos la fuga el aire no nos durará lo suficiente como para esperar la llegada de la misión de rescate.

Jenny se puso en pie casi derribando a Luca.

– Me niego a rendirme de esa forma. Encontraré esa maldita fuga y la sellaré…

– Jenny…

Jenny comenzó a buscar las herramientas de reparación en los armarios. Daba portazos y, sin orden ni concierto, sacaba cosas que se iban amontonando en el suelo.

– ¡¿Qué?!

– Es inútil… -Luca le mostró una cifra en la pantalla- la presión en el tanque sigue bajando quizá la grieta se está haciendo más grande… Lo más probable es que sólo nos queden unas pocas horas, lo que nos dure el tanque auxiliar.

Jenny tomó la lanza de un soldador y la esgrimió frente a Luca.

– Nos pondremos los trajes y buscaremos por el exterior… La fuga se verá claramente desde fuera, veremos una escarcha de dióxido de carbono congelado, qué sé yo…

– Créeme no hay ninguna posibilidad. Y no quiero pasar mis últimas horas dentro de un traje de presión, esperando pacientemente a que se me acabe el aire.

Jenny miró intensamente a Luca con cara de total extrañamiento.

– ¿Qué…?

– Que no quiero…

– Te pregunto que qué quieres hacer…

Luca le respondió con una mirada divertida.

– Admitámoslo, vamos a morir -dijo-. No tenemos ningún sitio dónde escapar, excepto en nosotros mismos. Es lo más inteligente que podemos hacer.

– ¿Cuánto tiempo nos queda realmente?

– No mucho más de doce horas… Jenny, durante todo el viaje te has mantenido al margen de ese tipo de cosas… ¿Por qué?

La mirada de Luca no dejaba lugar a engaños. Jenny, que aún sujetaba el soldador abrió aún más los ojos. Luego una furia fría, largamente gestada, le estalló por dentro y dijo, casi gritando:

– ¿Quieres decir que tu enorme talento, tu gran inteligencia, no encuentra más solución que morir mientras follamos…?

Luca se puso en pie y se acercó todo lo que pudo a Jenny. Con la mano le apartó el soldador.

– Me ajusto a las circunstancias, eso es todo. Lo he pensado cuidadosamente y ya no queda otra salida. ¿Se te ocurre otra forma mejor de pasar nuestras últimas horas?

Jenny volvió a cruzar el soldador frente a Luca y le empujó el pecho con él hasta lograr aumentar la distancia que los separaba.

– Sí. Te diré lo que vamos a hacer; mi plan -dijo, casi sin separar los dientes, arrastrando las silabas-. Yo voy a colocarme el traje a presión y saldré fuera a ver si localizo la fuga. No me importa si no sirve para nada, al menos tendré la sensación de que estoy haciendo algo útil. Tú puedes quedarte aquí dentro y masturbarte hasta morir deshidratado. Cuando llegue la misión de rescate te encontrarán así… -Y Jenny hizo un gesto colocándose la lanza del soldador entre las piernas y puede que hasta te erijan una estatua en este mismo lugar. Así -lo repitió-, perpetuamente, esculpido en bronce.

Jenny dio media vuelta y comenzó a ponerse el traje sin apenas mirar a Luca.

Загрузка...