En el panel de monitores de la Belos atronó una alarma estridente.
Luca, tendido de espaldas sobre su saco, levantó la cabeza y saltó hasta el panel de comunicaciones Jenny que trabajaba en el módulo biológico, se dio la vuelta y acudió también. Las dos cabezas casi chocaron en su ansia por acceder al ordenador. En el monitor una marca verde indicaba que llegaban señales de radio desde el traje de Susana EM-3. El equipo de comunicaciones trataba de abrir un enlace pero las condiciones eran muy deficientes.
Luca miró a Jenny durante un instante, interrogándola con las cejas. Ella por toda respuesta se encogió ligeramente de hombros y él devolvió toda su atención al panel.
Sus dedos volaban eligiendo menús y ajustando parámetros.
– No puede ser… debería estar…
Jenny no respondió, sólo miró obsesivamente a la barra que indicaba la calidad de la señal, aún muy baja.
– ¿Es posible?
– No, pero aquí esta. Su aire debería haberse agotado hace horas, no puede seguir con vida, es imposible.
Una voz entrecortada surgiendo del equipo les hizo dar una respingo.
– Jenny… Luca… ¿Me recibís?
Luca, con un movimiento muy rápido pulsó el jntercomunicador.
– Te escuchamos Susana, pero no tenemos imagen.
– Debéis intentar llegar… hasta aquí… eh…
– No debería quedarte aire…
– Aquí hay aire… para todos… hasta aquí.
Jenny se separó un poco de la pantalla y miró a Luca. Tenía la misma expresión de desconcierto que ella. Luego le habló al micrófono:
– ¿Y Rodrigo?
– El… no lo ha logrado… muerto. Pero vosotros… sobrevivir. Aquí hay aire respirable. Pero debéis traer… mida. No hay… gún… alimento…
Luca recompuso el gesto, volvió inmediatamente a la sonrisa torcida y el brillo en los ojos. Se apartó un poco del micrófono y se volvió hacia Jenny.
– Creo que ha enloquecido.
– ¿Puede seguir con vida?
– Sólo si Rodrigo le ha entregado parte de su aire… O ella se lo ha arrebatado.
Jenny abrió los ojos más aún.
– ¿Qué quieres decir?
– No lo sé. Parece estar sufriendo alucinaciones… Pero… podemos intentar llegar hasta ella para comprobarlo.
– ¿Podemos?
– Aquí nos queda menos de una hora de aire. La presión sigue descendiendo… Pero tenemos dos trajes con los depósitos llenos, más las reservas completas del traje del comandante.
– Creí que no querías morir dentro de un traje espacial.
– He llegado a la conclusión de que ninguna muerte es buena, y me gustaría averiguar qué le ha pasado a Susana.
– Ya veo -dijo Jenny, mientras se acercaba al micrófono e intentaba de nuevo ajustar la señal-¿Susana? ¿Me oyes?
– No muy… en, Jenny. Hay…chas inter… cias -respondió la voz de Susana entre una crepitante marea de interferencias.
– ¿Dónde estás, Susana? -preguntó Jenny pronunciando las sílabas muy lentamente.
– En el Valle… neris… Encontra… un túnel…os indicaré.
– Muy bien, Susana. Vamos a intentarlo -dijo Luca por encima del hombro de Jenny.
– Traed…ida. Aquí no… limentos…
Y esto fue lo último que lograron captar. El crepitar de estática fue in crescendo hasta anular por completo la débil voz de Susana.
Jenny intentó desesperadamente recuperar la conexión pero no obtuvo ningún resultado. Finalmente se dio por vencida y se volvió hacia Luca.
– Quiere que llevemos alimentos con nosotros -dijo.
– ¿Para qué? -le preguntó el ingeniero-. No vamos a vivir tanto como para consumirlos.
– Ella está viva -Jenny señaló el monitor como si Susana se encontrara precisamente allí-. Explícame eso, genio.
Luca captó de nuevo aquel destello de furia en los ojos de la mujer, pero esta vez no dijo nada.
En poco tiempo prepararon los trajes. Luca se hizo con un equipo de comunicaciones mejorado, una pequeña maleta que les permitiría establecer contacto con Susana mucho más fácilmente y además localizar las señales del radiofaro de su traje. Luca no hacía más que mirar el indicador de nivel de oxígeno y de presión en la cabina.
Jenny preparó su equipo de medicina portátil y una mochila en la que fue metiendo toda la comida que pudo. Eligió alimentos deshidratados que eran los de menos volumen y peso. Pero, aún así, aquella mochila acabó siendo demasiado voluminosa.
– Estás completamente loca -le dijo Luca, mirando la mochila-. No vas a poder cargar con eso.
– ¿No piensas ayudarme?
– No tiene sentido llevar toda esa comida cuando sólo tenemos unas pocas horas de vida por delante.
Jenny entrecerró los ojos mientras contemplaba a Luca.
– ¿Qué pasa? ¿Soy la única que ha escuchado a Susana?
– Susana debe de estar usando la reserva de Fidel. Sólo así ha podido sobrevivir hasta ahora.
– Eso no es cierto.
– ¿Qué?
– Estás mintiendo porque no eres capaz de entender lo que está pasando -Jenny miraba ahora a Luca casi con lástima-. No entiendes nada, ¿verdad?
– ¿De qué me estás hablando?
– Ni siquiera con la reserva de Fidel podría Susana haber aguantado hasta ahora. Es así ¿verdad?
Por primera vez en todo el tiempo que se conocían, Luca desvió la mirada.
– ¿Verdad? -insistió Jenny. Luca Baglioni no respondió y la mujer siguió hablando-. Por eso has cambiado de opinión y has decidido ir hasta allí ¿no? Nada de esto encaja en tus cálculos y no entiendes nada.
Luca disimuló su turbación consultando el manómetro.
– La presión sigue descendiendo aquí -dijo-. Terminemos de ponernos los trajes y salgamos fuera antes de que sea demasiado tarde.
Salieron de la nave.
Jenny se tambaleaba bajo el peso de aquella mochila extra y sus pies se hundieron en la arena al pisar de nuevo el suelo marciano.
Se obligó a no mirar a la Belos, rajada, la puerta abierta, a no dirigir la mirada al rincón en el que sabía se hallaba al tumba de André.
Había sido sencillo ponerse el traje, abrir la esclusa, pero no podía pensar ni por un segundo hacia dónde iban, cuánto les iba a durar el aire.
Luca, aparentemente inmune a todo trasteaba con el maletín.
– ¿Qué haces Luca?
– Busco una señal de Susana.
Jenny miró a Marte, a la extensión de arena y rocas que les rodeaban. Era mediodía y soplaba algo de viento. Quizá se preparaba una tormenta. Sólo les faltaba eso. Al fin no pudo evitarlo y miró por un instante la tumba de André, sintiendo como el peso del equipo de supervivencia y la mochila de víveres extras le aplastaba los hombros.
¿Cuanto tardaría en yacer como él, convertido en exótico alimento terrestre para los líquenes marcianos? No lo sabía.
Luego, mientras Luca terminaba de trastear, Jenny miró al cielo y pensó en su hija. La había tenido poco presente durante aquellos días frenéticos, incluso durante los años del entrenamiento. Quizá era hora de darse cuenta de cuanto había crecido aquella mocosa de tres años que ahora era ya una niña despierta y tímida de seis, ya una perfecta desconocida. Quizá también era ya muy tarde, o muy lejos, a 150 millones de kilómetros de ella. Sí, sin duda lo era. Sacudió la cabeza y, cuando Luca le indicó que avanzase, comenzó a moverse en dirección a la cadena montañosa que se veía en el horizonte.
Marte les envolvió casi enseguida. Borrada la Belos la sensación de abandono era absoluta. Se comía el tiempo, incluso el ansia, lo consumía todo en aquella inmensidad roja y desolada.
Le costaba seguir la marcha de Luca. A cada paso el equipo pesaba más y no lograba equilibrar correctamente aquella mochila extra.