18

Herbert se acercó a Jenny y Susana que trajinaban con las tuercas que mantenían la última litera de aceleración sujeta al suelo.

– ¿Puedo ayudaros?

Susana se limpió el sudor de la frente con la manga del mono.

– Podemos hacerlo solas, gracias. Tú tienes tu trabajo.

– Bueno, tengo algunas ideas que quería comentarte… -dijo Herbert.

Susana bajó la cabeza y se esforzó con el anclaje de la litera.

– Muy bien, de qué se trata.

– Como sabéis, la atmósfera de Marte es casi en exclusiva dióxido de carbono. Oxígeno y carbono.

– ¿Hay alguna forma de aprovecharlo?

– Eso creo. Había un diseño de misión alternativo a este, no sé si lo recordáis. Se llamaba Marte Directo y se basaba en usar hidrógeno para producir in situ Oxígeno y Metano a partir de la atmósfera de Marte. A nosotros el metano no nos sirve para nada, pero el oxígeno y el subproducto de la reacción, el vapor de agua, sí. Se llama reacción de Sabatier y se trata de combinar dióxido de carbono e hidrógeno para obtener metano y agua. El agua se puede descomponer electrolíticamente y obtener oxígeno e hidrógeno que se puede rehusar para continuar el proceso.

Jenny y Susana interrumpen un momento su tarea y miraron a Herbert con algo de esperanza.

– ¿Has dicho agua?

– Sí, Tengo un esquema de todo el proceso, ¿queréis verlo?

– ¡Por supuesto que queremos verlo!

Herbert le pasó su pad a Susana que lo estudió con mucho detenimiento. Jenny se mantuvo expectante, con la llave en una mano y mirando a Herbert y Susana.

– Hay algo que no entiendo en todo esto… ¿De dónde vas a sacar la energía? Se necesita comprimir el dióxido de carbono, y también electricidad para escindir el agua. Creía que ese era precisamente el problema.

– No necesitaríamos los generadores termoeléctricos. Esa es la mejor parte.

– ¿Con qué la obtendríamos entonces?

– ¿Recuerdas que el motor del rover usa una pila catalítica que funciona con hidrógeno e oxígeno? Podemos usar parte del oxígeno de soporte vital para alimentar la pila. No necesitaríamos mucho, y al final lo recuperaríamos con creces, acompañado de agua y energía.

Susana se volvió hacia Luca con rapidez.

– ¿Luca?

– ¿Sí, Susana?

– ¿Has escuchado la idea de Herbert?

– Sí.

– ¿Qué opinas?

– Sigo pensando que nuestro geólogo es un optimista. No sabemos en que estado han quedado los tanques de combustible tras el choque. La lectura que tengo del hidrógeno no es fiable. El sistema eléctrico está interrumpido y no recibimos señal de ellos.

– Supongamos que están intactos -dijo Jenny-. En algún momento se debe acabar nuestra mala suerte.

– En ese caso su idea podría funcionar, pero tendremos que improvisar a partir de los sistemas de refrigeración y las turbobombas de expansión de la Belos. No es fácil.

Susana terminó de aflojar la tuerca en la que no había dejado de trabajar. Al fin la butaca quedó libre. Se puso en pie y con un solo movimiento enérgico la separó del suelo.

– Lo fabricaremos -dijo-. Disponemos de las herramientas necesarias para hacerlo.

Herbert sonreía; sentía el camino de nuevo bajo sus pies. En realidad nunca había dejado de percibirlo. Tenía cada vez más la sensación de deslizarse, de que alguien o algo lo llevaba de la mano. Eso estaba bien, así no tenía espacio para el miedo, para la incertidumbre.

Al fin Luca hizo un expresivo gesto encogiéndose de hombros y regresó a sus cálculos.

Susana se volvió lentamente. La cabina estaba iluminada por luz blanca. Las butacas apiladas en el centro del habitáculo completamente desmontadas. Los cojines estaban siendo separados de las estructura por Jenny, podían ser usados como colchón. Luca continuaba atado a su ordenador. Fidel calentaban algo de sopa en envases plásticos.

¿Era esa la vida que les esperaba? ¿Encerrados en aquel habitáculo durante días, meses, atendiendo a las órdenes de la Tierra? ¿Quizá explorando lo que pudieran para que sus muertes no fueran en vano? ¿Quizá matándose unos a otros de terror y desesperación? Aquel era el final de un camino, uno muy largo de muchos años y muchos millones de kilómetros. Todo para terminar varados en el polvo rojo por culpa de un medidor de potencia que costaría unos pocos cientos de dólares.

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