17

La cabina de la Belos ya estaba prácticamente libre de butacas. Jenny y Susana trabajaban con las llaves fijas, desmontando la última de ellas.

Baglioni, sentado en una esquina, seguía atareado con su pad; un modelo de ingeniería con bastante más potencia que los normales. El ingeniero introducía en la pequeña máquina órdenes verbales y furiosas combinaciones de pulsaciones en los receptores táctiles del aparato. De vez en cuando tomaba el lápiz óptico y dibujaba algo en la pantalla.

El primer día marciano había pasado y, afuera, tras el parabrisas, era noche cerrada. Para Luca, enfrascado en un inventario exhaustivo y en depurar los cálculos de aire, agua y alimento disponible, había desaparecido Marte, la Belos y todo lo que no fuera la limpia ruta que había trazado por medio de la masa de datos del problema.

Para él siempre había sido así. Sólo esos momentos de concentración excelsa compensaban los aburridos inconvenientes del mundo.

Dio una última pulsación y la hoja de cálculo se puso a interpolar una compleja curva de cuatro dimensiones cuyo máximo iba a determinar el mejor uso de los recursos de que disponían.

Tras pulsar la orden, Luca advirtió lo agotado que estaba. Miró en derredor y descubrió que era ya de noche. A pesar que había descabezado un sueñecito a media tarde, empezaba a acusar el cansancio.

Los ciclos vitales de la Ares estaban ajustados a Marte y tan bien calculados que coincidían con los que encontrarían en el momento del amartizaje. El día marciano sólo era un 2.5% más largo que el de la Tierra. Aquel planeta era, desde luego, el más parecido a la tierra de todo el Sistema Solar. Ningún otro presentaba la combinación de características cuasi-soportables. Luca miró un momento al parabrisas, afuera la noche era intensa. Debido a las luces de la Belos, no se veía más que una negrura muy espesa. Estuvo tentado de acercarse al cristal y pegar la cabeza hasta ver las estrellas, que deberían brillar con furia en aquella atmósfera tan débil.

En ese momento una llamada de atención le indicó el fin del cálculo. Luca sacudió la cabeza y volvió a enfrascarse en el pad.

– ¿Sabes ya qué pasó? -le preguntó Susana.

Luca levantó un momento la vista del pequeño ordenador y le sonrió.

– ¿Tú qué crees?

Susana continuaba mirándole sin ni siquiera insinuar una sonrisa. Al fin Luca dejó de trastear con el panel y la miró directamente.

– Sí. Control de Misión ha enviado un par de posibilidades, pero son erróneas. Las he comprobado.

– Ilumíname con tu sabiduría.

Luca sonrió, esta vez menos socarronamente.

– Bueno, tenemos el registro de una hora atrás en instrucciones procesadas por las cuatro computadoras de a bordo.

En la pantalla apareció un larga lista de códigos.

– El fallo fue una cadena de órdenes erróneas en bucle que cortaron la alimentación de todas las barras de potencia a la vez, incluida la de emergencia. Sí, ya sé que eso en teoría es imposible, pero he visto la cadena y sí, es endiabladamente improbable pero posible. Hubo un fallo anterior, algo que hizo que todo derivase, en cascada, en esa situación de apagón en los sistemas. He retrocedido atrás y creo haber detectado una interpretación errónea por parte de C4 en el nivel de KVA consumidos en la barra principal.

– Resumiendo…

– Un fallo en la medida de consumo en la barra principal de potencia fue procesado por C4. La medida indujo una cadena de modificaciones que fueron ampliándose hasta enredar en el problema a los cuatro ordenadores y terminar por un bucle de desconexión del sistema.

– Y para cuando los ordenadores se recuperaron, no tenían información de actitud, ya era tarde para seguir con la operación en automático ¿no?

– Básicamente sí. Los inerciales no tenían referencia y por tanto el sistema de equilibrio automático de la nave se fue al traste. Susana sintió la rabia quemarla por dentro, pero la aplacó, no le servía de nada.

– Un error de software.

– Se sabía que podía haber esa posibilidad. Es imposible probar todas las respuestas de un programa, sobre todo uno complejo como este. Acordaros de los fallos que tuvo al inicio la estación espacial internacional, el software casi la derriba.

– Ya, pero aquello fue debido a que no se decidió usar el sistema operativo ruso, mucho más estable aunque de diseño anticuado.

Susana asintió. No valía la pena atormentarse con eso; que los técnicos de la Tierra se echaran las culpas uno a otro. Para ellos, ahora, lo único importante, era decidir qué iban a hacer a continuación.

En la proa, Fidel, levantó la vista de la pantalla sobre la que estaba trabajando.

– Susana, mira esto un momento.

– ¿Qué sucede?

Susana se acercó a Fidel. Este le señalaba un mapa tridimensional en el monitor.

– Sé dónde estamos. Nos hemos desviado bastante del punto previsto de aterrizaje. Estamos exactamente aquí, en el ecuador del planeta, cerca del punto de latitud cero.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro? El localizador no funciona.

Susana frunció el ceño sin dejar de mirar el mapa.

Fidel se levantó y caminó hasta la escotilla derecha. Estaba un poco empañada, el sistema antivaho parecía tener un fallo en ese cristal.

Fidel limpió el vaho con la mano y le señaló el exterior a Susana.

– Mira esa quebrada frente a nosotros, ¿ves la línea montañosa?

Susana se echó encima del cristal e hizo pantalla con las manos.

Afuera había débiles líneas que podrían ser dunas y rocas, pero no estaba segura. Siguió el terreno con la vista hasta que se encontró con las estrellas. Había muchas y brillaban sin titilar, fijas y firmes en la débil atmósfera de Marte. Distinguió una sutil línea quebrada que separaba las estrellas de una negrura mucho más profunda.

Al fin se volvió hacia Rodrigo sin comprender.

– Es la vertiente norte del Valle Marineris -le explicó este.

– ¿Estás seguro?

– Sí, mientras descendíamos las cámaras automáticas hicieron varias fotos.

– Muéstramelas.

Rodrigo regresó a la consola que ocupaba antes. Tecleó algo y empezó a operar con el dedo sobre la pantalla táctil. Al fin la pantalla se iluminó con una imagen desde el espacio de una zona de Marte. La resolución era muy alta. Se veían grietas enormes, cráteres y dibujos serpenteantes. Justo en el centro había un cañón enorme, una grieta de colosales proporciones que más parecía la huella de un enorme hachazo dado a la superficie del planeta que un accidente natural.

Rodrigo manipuló un cursor y la imagen aumentó hasta que los accidentes del valle se hicieron más detallados. Luego, cuando la resolución bajó, cambió a una larga serie de fotografías, desde cada vez menor altura.

– Es increíble.

Rodrigo siguió pasando imágenes. Se detuvo en una.

– Sí que lo es. Y hay más. Fíjate en eso.

– Eso parece… un banco de niebla permanente… ¿En el fondo del Valle?

– Sí, y es justo en el punto más cercano a nosotros… No estaría mal que la Ares sondeara esa niebla con un espectrómetro. Podría ser vapor de agua.

– Necesitaríamos algo más que un poco de neblina para sobrevivir. Eso si es agua… claro.

Susana levantó la vista y miró directamente a los ojos marrones del exobiólogo. Este mantuvo la mirada. Ella era su comandante, parecía decirle en silencio, de ella dependían las vidas de todos. Ella debía dar con las respuestas.

Por un momento se sintió superada por todo aquello. Pensó que no iba a ser capaz de afrontar lo que quedaba por llegar. El peso de las decisiones por tomar crecía y la aplastaba…

Esa sensación duró sólo un momento, luego, esa determinación salvaje que siempre le había animado la electrizó. Endureció la mandíbula, apoyó la mano en el hombro de Fidel y apretó para transmitirle algo de esa energía.

– Pero lo vamos a conseguir.

Un poco más allá, Jenny trabajaba desmontando las literas. Decidió ayudarle para tener ocupada su mente en algo sencillo.

Загрузка...