6 EN EL CENTRO DE CONFINAMIENTO DE HORUS

Los asteroides del Grupo Egipcio son una anomalía en el sistema solar. Las órbitas de los miembros que lo componen comparten una inclinación común y una distancia de su perihelio de unos trescientos millones de kilómetros, por lo que dan la idea de que son en efecto un grupo, aunque bastante disperso en el espacio. También comparten el hecho de que son los cuerpos silícicos más pequeños del sistema solar. Y sin embargo cada uno de ellos resulta anómalo. En lugar de moverse en su órbita como planetoides bien educados, su plano orbital común está inclinado en un ángulo de casi cincuenta y nueve grados.

Los datos físicos del Grupo Egipcio se citan en el Apéndice de las Efemérides Generales del Sistema Solar: una medida de su importancia en el gran esquema de las cosas. Pero incluso dentro de un grupo menor existe un orden natural. Horus, de veinte kilómetros de largo, es un asteroide bajo en ese orden, un espécimen poco distinguido. No es más que una roca puntiaguda que carece de atmósfera, forma regular, minerales útiles y órbita fácilmente accesible, sin tener ninguna otra característica interesante.

Es el lugar ideal para una instalación de máxima seguridad. Conscientes de esto, generaciones de excavadores lo han convertido en un queso lleno de agujeros, de silicato negro, hueco y surcado por túneles y cámaras. Las cavidades interiores, con sus corredores de acceso, que paradójicamente siguen una serie de vueltas y contravueltas, son el lugar perfecto para asegurar intimidad y seguridad.

O para encarcelar a alguien.

En una de las cámaras centrales de Horus, confortablemente acomodados, se hallaban sentados dos hombres y dos mujeres: Kubo Flammarion, Chancellor Dalton, Tatiana Snipes y Leah Rainbow.

Flammarion llevaba largo rato hablando, mientras las otras tres personas escuchaban con distintos grados de atención. Chancellor Dalton se impacientaba y jugaba con el plato y el tenedor que tenía delante. Tatty Snipes miraba con la cara absorta, del color de la tiza sucia, mientras sus manos temblaban cada vez que cogía algo de la mesa. Leah era la única que seguía atentamente lo que decía Flammarion.

—Pero no puede —repitió. Su cara estaba contraída y furiosa, y hablaba el solar estándar tan mal y tan airadamente que Flammarion apenas pudo entenderla—. No puede. ¿No lo comprende? He cuidado a Chan desde que tenía cuatro años, cuando su madre lo vendió en los Gallimaufries. Si no estoy a su lado, se sentirá perdido. Completamente perdido.

—Al principio —Kubo Flammarion parecía terriblemente incómodo; no le gustaba en absoluto lo que estaba haciendo—. Pero después se encontrará bien. La princesa Tatiana cuidará de él.

—Chan quiere a Tatty —dijo Dalton, orgulloso.

Era lo más complicado que Flammarion le había oído decir desde que llegaron a Horus.

—¿Cómo va a cuidarlo? —estalló Leah—. ¡Mírela! Apenas puede cuidar de sí misma.

Tatty se enderezó en su asiento.

—¿Crees que quiero estar aquí? ¿Crees que me gusta la idea de hacer de niñera de ese bebé crecido, de ese... ese retrasado"? No. Quiero volver a la Tierra, lo más lejos posible de este maldito lugar abandonado de la mano de Dios.

Se llevó las manos a la cara y empezó a sollozar.

—¡Retrasado! —gritó Leah—. ¿Qué quieres decir con eso de retrasado'?

Flammarion la interrumpió.

—No hostigues a Tatty ahora. No es ella. ¿No ves que es la falta de Paradox? En lo único que puede pensar es en que necesita una dosis.

—Dosis para Tatty —dijo Chan—, Tatty mi amiga.

Se acercó a ella y la abrazó alegremente.

Flammarion le miró desconcertado. Los tests que asignaban a Chan Dalton la inteligencia de un niño de dos años eran imprecisos en muchos aspectos, y su conclusión era sólo la media de muchos factores. A veces, Chan no parecía entender nada de lo que se le decía. Otras veces, miraba fijamente a quien le hablaba y asentía de modo inteligente, como si siguiera y comprendiera hasta la última palabra. Leah le había asegurado a Flammarion que aquello no era más que una medida protectora, algo que le había enseñado meticulosamente a Chan para que pudiera desenvolverse en el duro entorno de los Gallimaufries. Pero era difícil creer que alguien que parecía escuchar inteligentemente no lo hiciera así. Su explicación había convencido a Flammarion sólo a medias.

—No voy a dejar a Chan, ténganlo por seguro — dijo Leah por fin, levantándose de la mesa—. ¿Dice que me quieren para que forme parte de uno de sus estúpidos equipos perseguidores? Inténtelo y oblígueme. Si me obliga a marchar de aquí, no cooperaré en nada.

Flammarion sacudió los hombros, incómodo. Había sido aleccionado en la parte siguiente por Esro Mondrian, pero no estaba seguro de poder llevarla adelante.

—¿Te importa mucho Chan?

Leah dio la vuelta para ponerse junto al joven rubio.

—Más que nada y más que nadie —dijo fieramente—. Es todo lo que me preocupa. Más que nadie en la Tierra o en el Grupo Estelar. ¿No se da cuenta de que ésa es una pregunta estúpida? —Y colocó los brazos, posesivamente, alrededor de la cintura de Chan.

—Eso pensé —dijo Flammarion—. En todos estos años de cuidarle y amarle, ¿no te entristecía pensar que Chan no sería nunca normal? No hablo de su aspecto físico. Me refiero a su madurez mental. ¿No te apenaba pensar que siempre sería así y nunca conocería el mundo que nosotros conocemos?

Flammarion se había sentido muy incómodo al principio, al hablar así de Chancellor Dalton en su presencia, como si no estuviera allí. Pero en seguida se dio cuenta de que su incomodidad no tenía sentido. Chan no se daba cuenta de la mayoría de las referencias a su persona. En cierto modo, Chan no tenía consciencia de sí mismo.

Las preguntas de Flammarion desataban un visible efecto en Leah Rainbow. Parecía triste y furiosa, y sus ojos parpadeaban, al borde de las lágrimas.

—Claro que sí, viejo estúpido. He llorado más que Chan que por mí. A menudo he pensado que daría todo lo que tengo, vendería mi cuerpo como esclava, me uniría a un Tubo-Rilla, cualquier cosa, con tal de conseguir que Chan adquiriera inteligencia adulta. Todavía pienso así... Si pudiera hacer algo. Pero ahora sé que es un deseo sin esperanza.

—Entonces escúchame ahora —Flammarion se echó hacia adelante y bajó el tono de su voz, ignorando el hecho de que no había ninguna otra persona en setenta millones de kilómetros, excepto ellos cuatro—. Hace unos pocos años, se inventó un artilugio en la Estación Oberon. Lo diseñaron para utilizarlo con las formas alienígenas diseminadas por la Esfera Conocida, formas que podrían ser inteligentes, pero que eran casos límites, borderlines. Se llama el Estimulador Tolkov. Se han construido sólo unos pocos, y su uso está prohibido a los humanos, excepto en casos de emergencia para el Grupo Estelar. Un Estimulador aumenta el nivel de actividad mental y cuando funciona produce en el individuo un cambio permanente. ¿Me comprendes?

—¿Quiere eso decir que vuelve a la gente más inteligente?

—A veces. A alguna gente. Vuelve locos a otros. Por eso está prohibido su uso general. En cualquier caso, Esro Mondrian, mi jefe, tiene acceso a un Estimulador y podemos utilizarlo para la Anabasis. En las presentes circunstancias —Flammarion se inclinó hacia Leah—, podría hacer que estuviera disponible... Disponible para Chan.

—Para Chan —repitió Dalton, felizmente. Todavía seguía abrazado a Tatty Snipes—. Para Chan.

—¿Ves? —dijo Flammarion—. Lo sabe. Pero estoy seguro de que el comandante Mondrian no lo pondrá a disposición de Chan si tú rehúsas cooperar con nosotros y no llevas a cabo tu entrenamiento en los grupos perseguidores. Por eso te lo pregunto: ¿es muy importante Chan para ti?

Flammarion se detuvo. Había llegado al final del discurso preparado por Mondrian. Ahora sólo tenía que esperar la reacción de Leah. Dio un paso hacia Chan y esperó, inseguro.

La respuesta de Leah le sorprendió. La muchacha rompió a llorar y se abrazó a Chan Dalton.

—Chan, ¿le has oído? Chan, vas a crecer... a leer y escribir, y conocer los animales y las flores y los días de la semana, y aprenderás a vestirte solo, y sabrás el nombre de tus amigos. ¿No será maravilloso?

—¿Quiere eso decir que estás de acuerdo? —dijo Flammarion, alisándose las arrugas del uniforme.

Ella se dio la vuelta. Las lágrimas cedieron paso a la furia.

—Claro que sí, grandísimo bobo. Sabe apretar sus clavijas, ¿no? Sabe dónde tiene que probar y presionar para conseguir lo que quiere. Lo haré. Me marcharé y me entrenaré, y estudiaré, y lo haré lo mejor que pueda en un grupo perseguidor. Pero con las siguientes condiciones: tiene que prometerme que le darán a Chan un tratamiento completo, el mejor que puedan; y en cuanto se vuelva normal tiene que hacérmelo saber.

—Si se vuelve normal —dijo Flammarion—. El Estimulador no es seguro. Puede fallar. Incluso si funciona, no lo sabremos inmediatamente. Es un proceso curioso, lento al principio, pero al final la capacidad de comprensión aparece de golpe. No podemos garantizarte que alcance la normalidad. Chan puede seguir siendo un retrasado el resto de su vida.

Y entonces no durará mucho, pensó, pero eso no puedo decírselo.

—Pero no estará peor ahora —dijo Leah—. ¿Podré visitarle mientras le administran el tratamiento?

—Tal vez un par de veces —Flammarion carraspeó, como si lo que iba a decir a continuación se hubiera quedado adherido a su garganta—. El periodo en que se aplica el Estimulador es... muy intenso. Es muy duro, para la persona que es tratada, y también para el que le suministra el tratamiento. Por el bien de Chan, tiene que relacionarse con una sola persona hasta el final. Y esa persona será Tatty.

—¿Durante cuánto tiempo?

—No lo sé. Tal vez unos cuantos meses, o algo más. Para cuando haya terminado tu entrenamiento y te hayan asignado a un grupo perseguidor. Mira, Leah, ¿podrías hacerle comprender algo de todo esto a Chan? Si supiera de qué se trata, el trabajo de Tatty sería mucho más fácil.

—No sé —Leah había recuperado el control de sí misma—. Es un poco abstracto para él. Pero puedo intentarlo —se volvió hacia Chan—. Channy, ¿por qué no nos vamos a jugar a la piscina? Podemos dejar a Tatiana y al capitán aquí.

Chan asintió.

—Capitán huele mal. Vamos.

—Vea —dijo Leah fieramente—. Chan puede que no sea listo, pero le está diciendo algo que debieran haberle dicho hace mucho tiempo. Ojalá lo hubiera hecho yo. Huele, capitán. Para ser más preciso, Apesta. Vamos, Chan, salgamos de aquí.

Se dirigió a la puerta antes de que Flammarion pudiera replicar, llevándose a Chan de la mano. Kubo Flammarion la miró, perplejo, y luego se encogió de hombros, se rascó la cabeza, se frotó la nariz con la manga y se volvió hacia Tatty Snipes. Sacó una ampolla púrpura de su bolsillo y la presionó con fuerza contra el brazo de ella.

—Sólo media dosis, Tatty. Es mejor que nada. Espera un minuto o dos y empezarás a sentirte mejor.

Ella gimió al sentir la inyección, pero poco después alzó la cabeza y el color empezó a volver a sus mejillas.

—Gracias, Kubo. Creí que iba a morirme cuando Esro me dijo que no habría más dosis... que tendría que valerme por mí misma. ¿Estás desobedeciendo sus órdenes?

—Supongo que sí —Flammarion se sentó junto a ella—. Verás, Tatty, conozco a Esro Mondrian. No se comporta como un ser humano normal. A veces creo que es tan duro que puede aguantar cualquier cosa, y que asume que los demás son igual que él. Pero yo no. Tengo mis propios problemas y sé lo mal que lo debes estar pasando. Pero si poco a poco podemos liberarte del Paradox, tendrás la oportunidad de conseguirlo.

Tatty levantó el brazo y le mostró la línea de puntitos oscuros del codo al hombro.

—Eres un optimista, Kubo. Ochocientos pinchazos dicen que te equivocas. Le odio —dijo de repente— por haberme sacado de la Tierra para traerme aquí de esta manera y no decirme cuándo vendría.

Volvió a acurrucarse y a sollozar.

—Estará aquí dentro de unos cuantos días. —Flammarion tendió una mano para tocarle el pelo, pero no llegó a hacerlo—. Está increíblemente ocupado intentando hacer que el programa de entrenamiento funcione. Y seguimos teniendo problemas con la oficina del embajador. Macdougal quiere entrometerse en todo. Y la única persona que puede tratar con él es el comandante Mondrian.

—No le busques excusas; eso no forma parte de tu trabajo. Kubo, crees que conoces a Esro. Hazme caso, yo le conozco mucho mejor, probablemente mejor que nadie que trabaje para él. Si fuera útil para sus intereses, Esro nos vendería al diablo a ti, a mí y a todo el mundo que conoce. Pero eso no es lo que más me molesta. Lo vergonzoso es que lo sabía, lo he sabido hace años, y aquí estoy, en medio de ninguna parte, haciendo lo que él quiere que haga. No debería estar echándole la culpa a él, sino a mí —se levantó lentamente, enderezando sus músculos doloridos—. Se acabó, Kubo. No más lástima. Dame el resto de las malas noticias. Le dijiste a Leah Rainbow que el Estimulador resulta duro para la persona que es tratada y para la persona que ejecuta el tratamiento. Esro nunca mencionó eso. ¿Qué problemas voy a encontrarme?

Flammarion suspiró y se sentó, resentido. Sucedía otra vez: Mondrian creaba el lío y le dejaba a él las explicaciones.

—Déjame explicarte cómo funciona el Estimulador Tolkov —dijo.

Mientras hablaba, no despegó la mirada de la mesa; de esa forma, podía pretender que no veía a Taty Snipes y desconocía su creciente expresión de horror ante lo que iba descubriendo.

Загрузка...