13 CHAN Y LEAH

Chan Dalton había estado antes en Ceres; brevemente, de camino hacia Horus. Kubo Flammarion le había llevado a su oficina, le había enseñado las grandes pantallas que mostraban el sistema solar y le permitió jugar con los botones e interruptores que seleccionaban las imágenes de todos los planetas y lunas conocidas por el Grupo Estelar.

Ahora Chan estaba allí de nuevo, sentado ante la misma consola. Tatty a un lado, Kubo al otro. Tatty ya se había acostumbrado al cambio, pero a Kubo Flammarion aún le costaba trabajo aceptarlo, pues en lugar de jugar inofensivamente con los controles, Chan los estudiaba y hacía preguntas interminables.

—¿Y éste? —dijo, adelantando una serie de imágenes y parándose en una de ellas. Era un paisaje tomado desde la órbita de un satélite monótono y gris.

Flammarion asintió.

—Ese es el que te falta por conocer... Es donde se desarrollarán tus primeros cursos de entrenamiento con los otros miembros del equipo. Se llama Barján. Es un mundo desértico en el sistema Eta Cass. Está a dos planetas de distancia de S'kat'lan, el mundo natal de los Tubo-Rillas. Podrás respirar allí, pero hace tanto calor que probablemente preferirás llevar un traje en la superficie. ¿Quieres ver una imagen a nivel del suelo?

Chan negó con la cabeza. Sus ojos ya se dirigían a otra imagen, mientras sus dedos se deslizaban sobre el teclado.

Flammarion miró a Tatty a los ojos, y frunció el ceño. Cuando Chan poseía tan sólo la mentalidad de un niño, nunca había habido problemas con su coordinación. Ahora manejaba el control a más velocidad de lo que Flammarion podía conseguir, pero en la mirada ceñuda y ruda del hombre había principalmente afecto. No podía evitar sentirse orgulloso cuando Chan hacía algo inusitadamente inteligente. Kubo Flammarion no tenía hijos, y no esperaba tenerlos, pero había una aprobación paterna en su expresión.

—¿Y éste? —preguntó Chan.

La imagen mostraba un mundo verde, donde incluso los océanos estaban cubiertos por una gruesa capa de vegetación.

—Es Dembricot —dijo Flammarion—. En el sistema Remiendo. Cambia de dirección un momento y te enseñaré algo interesante en ese planeta —se inclinó, conectando una cámara de superficie y entonces enfocó el plano cercano de un edificio situado entre altos helechos—. ¿Ves eso? Antes de que se marcharan, era el centro de entrenamiento del Equipo Alfa.

—¿El equipo Alfa? —los brillantes ojos azules relampaguearon, feroces en su atención y concentración.

—Es el nombre que le dimos al primer equipo perseguidor. Tu amiga Leah forma parte de él, junto con tres alienígenas. Odia ese nombre, Equipo Alfa... dice que en cuanto pueda lo va a llamar como le guste.

—¿Quieres decir que Leah está ahí? ¿Podemos hablarle? ¿Usar tu... cuál es la palabra, comunicador?

—Podríamos hacerlo a través del sistema de comunicaciones del Enlace Mattin. El problema es que ya no está en Dembricot —se inclinó otra vez sobre los controles—. Como ves, Chan, han terminado su entrenamiento. Leah lo acabó en perfecta forma, como acabarás tú cuando te llegue el momento. Pero ahora se dirigen hacia el asunto real: Travancore. Déjame ver si podemos conectar... Tal vez consigamos al menos contacto visual unidireccional.

Tecleó los controles con los dedos sucios, sorbiendo ocasionalmente y maldiciendo en voz alta cuando una sucesión de imágenes imperfectas apareció en la pantalla.

—Bueno —dijo por fin—, esto es posiblemente lo mejor que podremos conseguir. La señal es muy limitada. No hay problemas con el grado de voz, pero no conseguiremos mejorar la imagen.

Una vez más, miraban la superficie de un planeta, tomada desde una órbita baja, a sólo unos doscientos kilómetros. A primera vista, parecía una repetición de Dembricot, con una densa pared de vegetación que lo cubría todo. Una mirada más atenta mostraba diferencias importantes en la imagen granulosa. En vez de ser plana y uniforme, la capa verde de Travancore estaba cubierta por millones de pequeños altibajos, cada uno de unos cientos de metros.

—Echa un buen vistazo —dijo Kubo Flammarion—. Según todos nuestros informes, Travancore es un lugar muy extraño. Esas colinas son plantas... la gravedad en la superficie es baja, y la vegetación tiene cinco kilómetros de espesor. Los análisis hechos con radar dicen que es una jungla vertical, capa tras capa.

—¿Cómo puede aterrizar una nave ahí? —preguntó Chan.

—No puede... al menos no de la forma habitual. No hay superficie sólida donde pueda posarse una nave. Se hundiría, no sé hasta dónde. La nave tiene que gravitar, y soltar a los pasajeros y la carga y entonces elevarse de nuevo. Eso es lo que hace de Travancore un escondite infernal..., no podemos hacer una exploración desde el espacio, y no podemos hacer una expedición por la superficie con máquinas. Pero en algún lugar en medio de esa maraña, si crees a los Ángeles, hay una Criatura de Morgan. La misión de Leah es bajar ahí, encontrarla y destruirla. Y si apruebas el entrenamiento, harás lo mismo... destruir otras Criaturas en otros sitios.

El comunicador emitió una serie de chasquidos y una pequeña señal roja apareció en la esquina superior izquierda de la pantalla.

—Oye, estamos de suerte —dijo Flammarion—. Conecté el trazador, pero no esperaba ningún resultado. Ésa es la señal de identificación del Equipo Alfa. Con suerte, podremos hablar con Leah ahora.

Empezó a teclear de nuevo.

—Espera un momento —dijo Chan.

Se levantó, sin mirar a la pantalla. De repente, respiraba excitado.

—Y aquí está —exclamó Flammarion, satisfecho—. Entonces giró en su asiento y descubrió que el muchacho se había marchado—. Eh, ¿a dónde vas? ¡Está aquí!

La cara de Leah los miraba desde la pantalla.

—¿Chan? —la oyeron decir—. Chan, ¿eres tú? ¡Es maravilloso! —sus ojos, asombrados, recorrieron la habitación—. Chan, ¿dónde estás? Estaba deseando hablar contigo desde que dieron la noticia.

Tatty Snipes se adelantó hasta colocarse delante de la pantalla.

—Lo siento, Leah. Debí haber supuesto que pasaría esto. Chan está aquí, y se encuentra bien. Pero le cuesta trabajo hablar contigo.

Leah la miró sorprendida.

—¿Le cuesta hablar conmigo! Tatty, conozco a Chan desde que tenía cuatro años. Tatty, no me vengas con historias. ¿Qué le habéis hecho? Por tu bien, será mejor que esté perfectamente. Si no, volveré de Travancore y os abriré la cabeza... a los dos.

—Cálmate —Tatty hizo una mueca—. El entrenamiento no te ha vuelto muy amable, ¿no? Te estoy diciendo que Chan está bien, mejor que bien, pues es tan inteligente que nos asusta. Pero te diré qué es lo que le pasa. Eres tú. Le cuesta trabajo hablar contigo. Verás, se siente cohibido.

—Venga ya —Leah se apartó el pelo de los ojos—. Estás loca. Tu cabeza no anda bien, Tatty Snipes. ¿Sabes cuánto tiempo hace que nos conocemos Chan y yo? Desde que yo tenía seis años y él cuatro. Comíamos juntos, llorábamos juntos, dormíamos juntos, nos bañábamos juntos... todo, desde el primer día que nos conocimos en los Gallimaufries —se detuvo—. Era mi bebé. Era como mi muñeco.

—Estoy segura de eso. Pero ahora no es tu bebé, ni tu muñeco. Es un hombre.

A Leah le llevó un par de segundos entender las implicaciones de las palabras de Tatty. Entonces se horrorizó.

—¿Chan? Alguien le... ¿tú y él?

—Sí —Tatty se volvió hacia Flammarion, quien no había entendido nada del último intercambio de palabras—. Oye, Kubo, ¿quieres traer a Chan? Leah quiere hablar con él.

En cuanto Flammarion salió de la habitación, Tatty volvió a mirar hacia la pantalla.

—Sí. Alguien lo hizo. Fue justo después del éxito con el Estimulador, el que consiguió el despliegue total. Y yo fui ese alguien. No te mentiré, Leah, me alegro de que fuera yo. Pero, sinceramente, no importa quién hubiera sido. Chan estuvo pronunciando tu nombre todo el tiempo. Te quería a ti. Dios, tal vez incluso pensó que yo era tú.

La otra mujer miró petrificada la pantalla.

—De acuerdo —dijo por fin—. Creo que entiendo.

—Lo sé, Leah. Creo que sé cómo te sientes.

—No —Leah sacudió la cabeza—. No sabes cómo me siento. No puedes saberlo. Durante todos estos años, desde que nos conocimos, he cuidado de los dos. Y he tenido mi propia esperanza secreta. Soñaba que Chan se volvía inteligente y crecía y llegábamos a ser amantes. Sólo era una fantasía, y cuando tuve doce años ya supe la verdad. Era un niño pequeño que no crecería nunca. Tendría que buscar en otra parte para esa clase de amor —sus ojos oscuros eran anhelantes—. Sabes, no hubo problema en buscar sexo. Nunca lo hay. Pero no era eso lo que yo quería. Y ahora me dices que mi sueño se ha hecho realidad, pero fuisteis tú y Chan... ¿por qué te cuento todo esto?

Flammarion volvió, arrastrando a Chan con él. Cuando llegaron al alcance de la cámara, Leah desapareció bruscamente de la pantalla.

—Aquí está —dijo Flammarion. Entonces sus ojos se ensancharon y miró a la pantalla—. Maldición. ¿Dónde se ha metido ella ahora?

Tatty se volvió rápidamente en su asiento.

—Tuvo que irse. Su equipo tenía una reunión. Olvidémoslo por hoy, Kubo —se volvió a Chan—. He hablado con Leah. Te envía todo su amor, y está deseando verte.

Chan enrojeció de placer.

—¿De verdad? Gracias, Tatty. Ojalá le hubiera podido decir lo mismo.

—Yo lo hice, de tu parte. Pero tuvo que irse. Están siguiendo un programa estricto.

—Y que lo digas —acordó Flammarion—. Dentro de unos pocos días, el equipo Alfa estará rumbo a la superficie de Travancore... si puedes llamar a eso superficie. Ahora será mejor que dejemos de preocuparnos por ellos y te concentres en Barján, Chan; ésa será tu próxima parada.

Le guiñó un ojo a Tatty. No sabía lo que había pasado, pero sentía que había experimentado una situación incómoda. Ahora, necesitaban cambiar de tema y hacer que Chan pensara en otra cosa. Flammarion tecleó la secuencia para que volviera a aparecer la primera imagen.

—Barján. Échale un buen vistazo.

La escena cambió y Flammarion se echó hacia atrás, confundido. En lugar de la bola de polvo que sería el lugar de entrenamiento de Chan, en la pantalla apareció la cara de Esro Mondrian.

—Lo siento, Kubo... Necesito hablar con Tatty —sonrió con amabilidad, sin rastro de embarazo—. Mis felicitaciones, princesa. Lo hiciste. Sabía que lo harías. Y en cuanto a ti, jovencito —se dirigió a Chan—, bienvenido a Ceres. Por lo que he oído, vas a ser un complemento sobresaliente para el siguiente equipo perseguidor.

—Y ganarás tu apuesta —dijo Tatty amargamente—. Supongo que eso es lo único que te preocupa.

Mondrian la miró con aspecto herido.

—Sabes que eso no es cierto, Tatty. De todas formas, podemos hablarlo más tarde. Llamaba principalmente porque quería decirte que lo he preparado todo para que cenemos juntos esta noche, y que tendrás la oportunidad de saludar a una vieja amiga.

—No tengo amigos en Ceres. Ninguno, a menos que cuentes a Kubo.

—Sí que tienes. Más de los que crees —Mondrian sonrió—. Te recogeré a las siete. La cena será para nosotros cuatro: tú, yo, Luther Brachis... y Godiva Lomberd.

—¡Godiva!

Antes de que pudiera decir nada más, Mondrian desapareció de la pantalla. En su lugar, aparecieron las nubes de arena de Barján. Tatty cerró los puños.

—Maldito seas, Esro Mondrian. ¡Maldito, maldito! Me ignoras durante meses y luego crees que puedes llamarme e invitarme a cenar como si nada hubiera pasado. ¡No! —se volvió hacia los dos hombres—. Le veré en el infierno antes que en esa cena.

Se detuvo. Acababa de ver la cara de Chan. Estaba blanca, con una mirada vidriosa en los ojos.

—¡Chan! ¿Te encuentras bien?

—¿Quién... era... ése? —susurró—. Ese...

—¿Él? —Flammarion se encogió de hombros. No había advertido la expresión de Chan—. Es mi jefe. El comandante Mondrian, la cabeza de toda la operación de seguridad. ¿Quieres conocerle? Lo harás, en cuanto sigas con tu programa.

—Sí —asintió Chan, en voz baja, casi para sí. Sus puños estaban cerrados y temblaba—. Quiero conocerlo... —miró rápidamente a la cara de Tatty—. Quiere que vayas a cenar. ¿Irás?

—¡Nunca!

La mirada de Chan se hizo más intensa, leyendo la expresión facial de Tatty con una concentración total. Había recobrado su autocontrol con una velocidad sorprendente.

—Creo que irás —dijo por fin. Y asintió—. Sí, creo que irás.

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