25 LA TIERRA

En el mismo momento en que Chan contemplaba incrédulo la aparición de Leah Rainbow en el túnel abisal de Travancore, Esro Mondrian permanecía ante la puerta del apartamento de Tatty Snipes, en los refugios de la Tierra. Dos veces había levantado la mano para insertar su tarjeta de identificación, y dos veces había dudado y había desistido de hacerlo.

Tatty le observaba a través de la pantalla oculta. Estaba sorprendida. ¿Qué le sucedía a Mondrian? A menudo era pensativo y precavido, pero nunca indeciso.

Al tercer intento, Mondrian completó la secuencia y la puerta se abrió. Dio un paso hacia el interior y miró pensativo a su alrededor. Menos de un año antes, este lugar había sido su refugio favorito. Sabía que podía venir aquí, aislarse por completo del sistema solar y reflexionar y planear. Tatty había respetado su necesidad de intimidad. Sabía cuándo estaba trabajando realmente, cuándo necesitaba relajarse. Nunca se entrometía. Había estado tomando dosis de Paradox, pero ni siquiera entonces él no la había visto hacerlo. Tatty era siempre infinitamente indiscreta.

¿Y ahora?

Muchas cosas habían cambiado en los últimos meses. El apartamento ya no era un lugar de paz y tranquilidad. Tatty se había vuelto más independiente. Había roto con la adicción al Paradox (¡Shannon sabía cuánto le había costado!) y ya no aparecía la hilera de pequeñas ampollas púrpura en cada una de las habitaciones del apartamento. Había cambiado gracias a la transformación de Chan en el Estimulador Tolkov. Aunque no hablaba de ello, la experiencia la había afectado profundamente. Peor aún, Tatty se había vuelto impredecible. Mondrian ya no estaba seguro de cómo reaccionaría a sus palabras, qué diría o haría.

Él sabía instintivamente lo que tenía que hacer. Lo que no puede ser controlado o destruido debe ser apartado. Tenía que romper con Tatty. Y no podía hacerlo.

—Las tengo —dijo Tatty cuando la puerta se cerró tras él—. ¿Empezamos?

Mondrian asintió.

—Vamos con ello, princesa.

(Ése era el cambio en ella. Ninguna palabra de afecto o de salutación. Ninguna ternura, ningún contacto amoroso. Pero éste no era el momento idóneo para sentir nostalgia o resquemor... lo que venía a continuación era demasiado importante.)

Ella había advertido su estado depresivo.

—No será tan malo, Esro. Piensa que no será más que una serie de vistas de la Tierra.

—La mayor parte lo será. Pero si Skrynol tiene razón, una de esas escenas puede levantarse y asesinarme.

—¿Cómo te afectará?

—El saltafreud no lo sabe, y yo, desde luego, tampoco —Mondrian señaló la redoma de spray anestésico que Tatty había preparado—. Tenlo cerca, pero no dejes que mis manos lo toquen. Espero no tener que intentarlo. Pero Skrynol dice que la experiencia que perseguimos es muy profunda..., puede que quiera matar, o suicidarme, antes de permitir que salga a la superficie —se sentó en la silla reclinable y se echó hacia atrás. Asintió—. Adelante. Cuando quieras.

Tatty ató sus muñecas a los brazos del asiento. Colocó los electrodos y los micrófonos en las muñecas, las palmas, las yemas de los dedos, la garganta, las sienes y los genitales. Por fin, se sentó donde pudiera ver tanto la pantalla como la cara de Mondrian.

El equipo y las grabaciones estaban dispuestos. Ya que Mondrian no le había dado un orden establecido para la lista de sitios, ella había hecho uno propio. Había visitado los escenarios de su primera infancia sistemáticamente, haciendo una serie de enlaces en zigzag que cubrieron el planeta de polo a polo. En cada escenario, ella había añadido su propia voz a la ilusión de las grabaciones en 3D, y había sumado los sonidos y los olores locales.

Empezó con un campo que era el centro de sus propias pesadillas, tal vez Mondrian compartiría con ella el horror. La Virgen se encontraba en lo que una vez había sido el oeste americano. Era una campana de total devastación, de unos mil quinientos kilómetros de longitud y unos cuatrocientos de profundidad. Los Pechos de la Virgen estaban en Dos Golpes, en el norte. Dos cráteres gemelos de quince kilómetros definían cada pezón. Las anchas caderas, en el sur, estaban formadas por el llano circular derretido en el Error de Malcom. Tatty los había colocado a mitad de camino entre las dos.

—El Ombligo de la Virgen —dijo su voz en el comentario.

Entonces todo fue silencio. El Ombligo era el lugar más árido y desolado de la superficie de la tierra.

En los primeros años después de que el resplandor de la fusión empezara a desvanecerse, los expertos habían hecho sus mediciones y predijeron que las formas de vida terrestres tardarían al menos un milenio en regresar a la Virgen. Se habían equivocado por completo. Las primeras semillas habían germinado y luchaban contra la radiación menos de una generación más tarde.

Y sin embargo, de alguna manera los expertos habían acertado. Hoy, la Virgen bullía con sus propias plantas y animales, pero ningún pájaro cantaba, ninguna abeja zumbaba, ni aullaban los coyotes. La vida en el Ombligo de la Virgen era abundante, pero era totalmente silenciosa, y de algún modo alienígena.

La pantalla mostró detalladamente el paisaje. Mondrian lo observó en silencio mientras Tatty temblaba de nuevo ante la escena que había grabado, las plantas retorcidas o supercrecidas, y los animales deformes que parodiaban el resto de la naturaleza.

—¿Sabías que puede verse la silueta de la Virgen desde la luna? —dijo Mondrian por fin—. No creo que sea por el color del terreno. Debe ser la vegetación.

Su voz sonaba calma. Tatty abrevió la presentación. De otra forma, Mondrian tendría que usar el anestésico con ella. Se trasladaron a otro de sus odios privados. Mondrian recordaba haber ido a la Antártida cuando era un niño pequeño, y conservaba de ello recuerdos desagradables. Lo mismo que Tatty. Los guías de viajes hablaban solamente de los abrasadores veranos polares, con los nuevos granos híbridos recorriendo su ciclo completo de la germinación a la cosecha en menos de treinta días con luz las veinticuatro horas. Tatty tenía recuerdos diferentes: vientos salvajes, hielo, y las crueles aguas negras saltando al filo del casquete polar.

Sus imágenes captaron a la perfección la prisa desesperada del corto verano. La naturaleza se apresuraba a llenar un ciclo completo en sólo unas pocas semanas de sol continuo. El nivel del crecimiento de las plantas creaba la ilusión de los fotogramas que saltan en el tiempo.

Mondrian siguió observando mientras las imágenes mostraban una banda de pingüinos emperador al borde del agua. Parecía relajado.

—Si no te gusta cómo es ahora —dijo, pues había visto la expresión de la cara de Tatty—, deberías ir allí en invierno. Imagínate la vida de uno de esos pájaros. Se aparean a cincuenta grados bajo cero. Y siguen allí con las tempestades, haciendo balancear los huevos sobre sus pies.

Tatty le dirigió una mirada furiosa y cortó la escena. Mondrian parecía estar disfrutando. Se trasladó a la Patagonia.

Cuando Mondrian le dijo por primera vez lo que necesitaba, había parecido una empresa imposible, pues exigía explorar cientos de miles de kilómetros cuadrados. Como siempre, la había persuadido de que estaba equivocada. Tatty podría hacerlo fácilmente. Aunque el éxodo de siglos desde la Tierra había proporcionado una válvula de escape al crecimiento demográfico, nunca había sido suficiente. Y a medida que el planeta, gradualmente, se volvía más poblado, se hacía más homogéneo. No era necesario que Tatty hiciera grabaciones de GranSyd o de Reeodee; en lo esencial eran idénticas a Bosny o a Delmarba. Los recuerdos de Mondrian no estarían ocultos allí.

Los únicos candidatos reales eran las reservas ecuatoriales y antárticas, más aquellas otras zonas de la Tierra que aún permanecían casi deshabitadas. El Reino de los Vientos en Patagonia, donde Tatty se había dirigido a continuación, era un buen ejemplo. La gente podía vivir allí, en la desértica sombra de los Andes, pero pocos querían hacerlo. Los vientos del oeste que soplaban con fuerza incesante desde los picos de las montañas creaban un vacío psicológico. Todas las generaciones había quien se asentaba allí, y pocos años después, abandonaban el lugar.

No era la fuente del trauma de Mondrian. Miraba el paisaje yermo con diversión, pero también con terror. Tatty estudió su cara, y volvió a adelantar las imágenes.

Ella tenía pocas esperanzas respecto al próximo escenario. Nunca había visitado antes, la gran reserva de África, pero lo que había visto en su reciente viaje la había cautivado por completo.

Esto había sido el primer hogar de la humanidad. Los grandes herbívoros y carnívoros que aún quedaban en la Tierra continuaban viviendo aquí en sus condiciones naturales, como habían hecho durante millones de años. Tatty había deambulado a pie muchas horas, saboreando y registrando los paisajes, sonidos y olores del llano abierto. Le encantaba ver las manadas dispersarse y echar a correr por el terreno polvoriento, respondiendo a peligros reales o imaginarios. Esto se hallaba a años luz de la vida en los Gallimaufries... más lejos de su experiencia incluso que el centro de confinamiento de Horus.

Mondrian no parecía compartir su placer. Ahora parecía aburrido, encogido en su asiento. Tatty sospechaba que, como de costumbre, estaría pensando en Travancore y en la caza de las Criaturas de Morgan. Parecía medio dormido mientras las imágenes mostraban el terreno. Tatty se preparó para pasar a otra zona., pero vio que uno de sus lugares favoritos aparecería en una toma dentro de unos pocos segundos.

—Mira esto —dijo—. El cráter de Ngorongoro, ¡qué espectacular!

Las imágenes mostraron el majestuoso pico de un volcán con el sol del atardecer detrás. La cara ancha y roja del sol estaba ya en el horizonte, hundiéndose rápidamente en una puesta ecuatorial. La gran llanura de Serengeti y la reserva se extendían detrás, púrpura y dorados bajo la luz que ya se desvanecía.

—¡Maravilloso! —exclamó Tatty.

Se volvió hacia Mondrian por primera vez. Estaba rígido en su asiento, temblando. Vio los ojos desencajados y las venas saltando, y corrió en busca del anestésico.

No fue necesario. Antes de que pudiera recoger la redoma, Esro Mondrian emitió un quejido bajo y desesperado. Mientras lo observaba, el espasmo terminó. Dio un suspiro y se hundió en la silla. Sus ojos se cerraron lentamente y se quedó dormido.

Tatty, sola en medio del círculo de luz, se preguntó dónde se estaba metiendo. Su corazón palpitaba alocado, y transpiraba profusamente. En esta profundidad de los refugios, los sistemas refrigeradores no podían hacer más que convertir el aire en poco más que respirable.

Alzó la luz y miró alrededor. Éste debía ser el lugar correcto, tenía que serlo. Pero se encontraba en un corredor largo y desierto, sin que hubieran otros caminos visibles delante o detrás de ella.

Tatty inclinó la cabeza para verificar de nuevo la señal del trazador. Mostraba exactamente cero, y la pequeña flecha roja había desaparecido. ¡Inútil! ¡Y sólo hacía un par de horas se había creído tan astuta!

Mondrian había tardado media hora completa en salir de su trance, media hora en la que su pulso casi se había detenido y ella se había visto forzada a administrarle adrenalina y estimulantes cardíacos. Luego, en cuanto estuvo completamente consciente, no tardó en recuperarse. Había cogido la grabación final que ella había hecho y se había dirigido a la puerta del apartamento. Parecía un cadáver. No había dicho dónde iba, ni siquiera cuándo ella perdió los nervios y le gritó. Sólo dijo que tenía que marcharse de inmediato. ¡Y era tan obvio adonde! Iba a reunirse otra vez con Skrynol, para ver si el saltafreud podía exorcizar finalmente su compulsión oculta.

Y entonces, en mitad de la discusión, Tatty había recordado el trazador. Todavía estaba en la ligera bolsa de viaje de Mondrian, el único equipaje que traía a la Tierra. Con cuidado, consiguió escamoteárselo mientras él reajustaba su tarjeta de identidad. Si Mondrian no le pedía ayuda con el saltafreud, iba a conseguirla de todas formas. Dondequiera que fuera, ella podría seguirle el rastro.

Pero ahora se sentía como una completa estúpida. Cuando él dejó el apartamento, le siguió con mucho cuidado, muy por detrás. En cuanto la flecha del trazador se paraba, ella se paraba y fijaba su posición. El trazador reveló que Mondrian permaneció en un sitio aproximadamente una hora, y luego empezó a volver sobre sus pasos. Tatty se escondió hasta que pasó y entonces empezó a seguir adelante, hacia su primer destino.

Le había seguido... ¡a ninguna parte!

¿O había alguna especie de truco para usar el trazador, alguna técnica que ella no comprendía?

Observó otra vez las paredes del corredor. Este era alto y estrecho, de sólo un par de metros de anchura, y recorrido por enormes tubos de aire. Según Luther Brachis, un trazador tenía un alcance de más de diez metros, lo que era simplemente imposible. El túnel se extendía monótonamente en las dos direcciones diez veces esa distancia.

Volvió a mirar el trazador, acercando al instrumento la linterna que llevaba. Al hacerlo, la luz le fue arrancada bruscamente de la mano, hacia arriba, e instantáneamente se apagó.

Tatty gritó. Había quedado envuelta en la más absoluta oscuridad. Retrocedió hasta que chocó con la pared del túnel. Se aferró a las cálidas tuberías de aire, la única cosa familiar que pudo encontrar. Al hacerlo, algo la agarró por la cintura. Fue alzada sin esfuerzo del suelo, por encima de los tubos, y la colocaron, de nuevo, sin brusquedad, sobre una superficie suave. Unas gruesas ataduras la sujetaron fuertemente por las muñecas y tobillos.

—No se moleste en volver a gritar o en ofrecer resistencia —dijo una voz alegre por encima de ella—. Ambas acciones serían bastante inútiles, y no está en peligro.

Tatty contuvo la respiración dispuesta a gritar otra vez. Antes de que pudiera hacerlo, un resplandor rojo oscuro llenó el aire y le dio el primer indicio del lugar donde se encontraba. En lugar de gritar, jadeó y miró a su alrededor. ¡Estaba en una Madriguera!

Misteriosamente esparcidas por las zonas más profundas de los refugios, las salas secretas eran casi una leyenda. Se suponía que eran los refugios de los Carroñeros, los escondites definitivos de los criminales buscados y los quebrantadores de contratos. Su emplazamiento sólo se transmitía de boca en boca, de una generación a la siguiente. Las autoridades terrestres negaban su existencia.

Tatty nunca había estado en una antes, pero la reconoció por las descripciones. Ésta había sido emplazada tras las principales tuberías de aire. La habitación tenía diez metros de longitud y diez metros de altura, pero menos de dos de ancho. Había un tosco empalme con las líneas de energía en una esquina, que alimentaba los fluorescentes rojos que proyectaban su lóbrega luz en la habitación. Otro empalme en las tuberías proporcionaba aire suficiente para respirar. En la pared más lejana, había un antiguo sintetizador de alimentos, aparentemente fuera de uso, y junto a él había una pantalla plateada que le ocultaba pane de la habitación.

—¿Sabe dónde está? —dijo la misma voz amable.

—Sí. En una Madriguera.

—Exactamente. Con su permiso... —la luz se apagó de nuevo, y pocos segundos después, Tatty sintió que le colocaban unos fríos electrodos de metal. Tiritó.

—Esto es para mi conveniencia, no para su incomodidad —dijo alegremente la voz—. No los notará dentro de un momento. Y no se preocupe, la luz volverá enseguida.

—¿Quién es usted?

Hubo una risa aguda.

—Vamos, Tatty Snipes, sabe muy bien quién soy...; de lo contrario no estaría aquí.

—Es usted Skrynol... el saltafreud que ha estado tratando a Esro Mondrian.

—Por supuesto.

—Bien, puede llamarlo tratamiento si quiere. —Las luces habían vuelto, y no había rastro de Skrynol. El valor de Tatty regresaba, y con él su furia—. Pero lo ha estado poniendo peor, mucho peor —su voz era amarga—. ¡Dios, cómo desearía no haberle mencionado nunca su nombre!

—Aunque no lo hubiera hecho, alguien más me lo habría traído —Skrynol, al otro lado de la pantalla plateada, parecía tranquila, sin que la furia de Tatty la afectara—. Era absolutamente necesario que yo le conociera y lo tratara. Tatty Snipes, ¿conoce bien a Esro Mondrian? ¿Hasta qué grado?

—¡Tan bien como cualquiera! —Algo en la voz de Skrynol hizo que Tatty se sentara y pensara objetivamente en la pregunta por primera vez en su vida—. Es el hombre más inteligente y trabajador que he conocido —dijo por fin—, pero a menudo me pregunto si lo conozco en realidad. A veces parece un monstruo, alguien que no se preocupa por nadie y que es capaz de utilizar a cualquier persona y cualquier cosa para sus propios propósitos.

—Y sin embargo, ha sido su amante... y sigue trabajando para él.

—Lo sé —Tatty se rió con aspereza—. No tiene que decirme lo tonta que soy. A veces pienso que Esro Mondrian puede persuadir a cualquiera para que haga lo que a él se le antoje, si se lo propone.

—Lo conoce muy bien —dijo Skrynol con suavidad—. Pero quizás hay una cosa que no advierte. Esro Mondrian es, en algunos aspectos, la persona más valiosa de todo el sistema solar, sí. Pero también es el humano más peligroso en todo el Grupo Estelar. Mondrian es la razón, la única razón, por la que estoy aquí, en la Tierra.

Tatty vio salir una sombra monstruosa de detrás de la pantalla. Entonces, la realidad apareció, un cuerpo tubular gigantesco que se inclinaba hacia adelante sobre piernas de segmentos múltiples. Se encogió mientras la Tubo-Rilla se aproximaba a ella lentamente y se replegaba hasta alcanzar su tamaño.

—He decidido que no tengo nada que ganar ocultándole la verdad —la voz de Skrynol era amable y reconfortante—. Sé que tiene miedo, pero no hay ninguna razón para ello. No le haré daño. Vamos, Tatty, ya sabe que somos una especie pacífica. Necesitamos su ayuda.

Tatty tembló.

—Posiblemente no pueda ayudarles —dijo débilmente.

—Creo que sí —el largo cuerpo se estiró hasta casi alcanzar el techo—. Déjeme al menos contarle el problema. El Grupo Estelar ha estado estudiando la especie humana desde hace siglos... tan intensamente como los humanos han estado estudiando a los otros miembros del Grupo. En cada generación, identificamos a los humanos que creemos tienen poderes únicos para el bien o para el mal. Estos, por supuesto, son estudiados de cerca. Nuestros archivos de predicción de su conducta son excelentes, pero ocasionalmente encontramos alguna anomalía, un ser humano que es un completo enigma. Un individuo así debe ser vigilado algo más de cerca, a fin de que su potencial para causar daño no se aplique. Con Esro Mondrian, tenemos el caso extremo: un humano de habilidades excepcionales, cuyos impulsos son tan fuertes que podría conducir a la destrucción del Grupo Estelar entero.

—No —Tatty sacudió la cabeza—. No lo comprendo del todo, pero sí sé que a Esro le gustan los alienígenas.

—Eso no crea ninguna diferencia. Mondrian no es un hombre simple, como Luther Brachis, que odia a todos los alienígenas de una manera directa y predecible. A Mondrian le gustan las especies del Grupo Estelar, pero de alguna forma no puede tolerarnos, porque a nivel profundo no puede soportar la amenaza que el Grupo Estelar representa para él. Podemos manejar a Brachis, pero Mondrian es un misterio. En una situación así, la reacción humana sería destruirlos a ambos. Pero ese camino no está abierto a nuestra especie. Nos damos cuenta de que debemos ayudar a Mondrian. Debemos descubrir la fuente de su tendencia destructiva y neutralizarla. Y usted puede ayudarnos.

—No. No comprende. He intentado ayudar a Esro..., Dios sabe cómo lo he intentado. Pero no puedo hacerlo. Nunca puedo alcanzarle, nunca consigo llegar hasta él.

—Si eso la hace sentirse mejor, tampoco puedo yo..., y toda mi vida y entrenamiento han servido a ese propósito. Pero en mis sesiones con Mondrian he descubierto al menos una cosa. Está atrapado en un conflicto interno. La capacidad de amar está ahogada por el miedo. Está obsesionado con las Criaturas de Morgan. ¿Sabe por qué?

—Tienen que ser destruidas. Ha estado trabajando noche y día en la Anabasis.

—Cierto. ¿Pero sabía que fue el propio Mondrian quien originó el programa para la construcción de las Criaturas de Morgan? Empezó por iniciativa suya. Cuando el proyecto escapó al control, las Criaturas se convirtieron en un terrible peligro para todo lo que hay en el Grupo Estelar..., el peor peligro desde que el Grupo existe. Los embajadores llegaron de mala gana a la conclusión de que las criaturas eran demasiado peligrosas y tenían que ser destruidas. No puedo discutir esa decisión. Pero sé que la decisión de dejar a Mondrian a cargo de la operación fue un terrible error. Mondrian necesita a las Criaturas de Morgan.

—¡Pero si está intentando destruirlas!

—¿Está segura? Suponga que ha escogido a los grupos perseguidores para que intenten controlar a las Criaturas en lugar de matarlas. Puedo asegurarle que Mondrian nunca permitirá que las Criaturas desaparezcan, si hay algún medio de salvarlas. Las necesita urgentemente, a un nivel mucho más profundo que el racional. Y esa necesidad se deriva de la experiencia infantil que hemos estado probando. Gracias a usted, sabemos que tuvo lugar en África. Pero está tan enraizada que temo que nunca llegaremos a alcanzarla. La naturaleza de su tormento está aún escondida en su interior, y sigo incapacitada para liberarlo. Así que el impulso continúa... a menos que pueda ayudarme para sacarlo a la luz.

—Ya le he dicho que no puedo hacer nada con Esro.

—Tal vez. Pero permítame una pregunta más. Mondrian la ha utilizado una y otra vez. Es usted una persona lógica, con un intelecto considerable. ¿Por qué continúa ayudándole cada vez que se lo pide, sabiendo que probablemente volverá a utilizarla?

Tatty descubrió que estaba llorando. Lágrimas saladas y dulces corrían por sus mejillas y su nariz hacia sus labios.

—No lo sé. Supongo que es porque... porque no tengo a nadie más. Sin Esro, no tengo nada, no tengo a nadie. Él es todo lo que tengo.

—Posiblemente —la voz de Skrynol seguía siendo amable y racional. Un suave miembro delantero la acarició suavemente el pelo y secó con delicadeza las lágrimas de sus mejillas—. Pero hay otra explicación. Suponga que se queda porque se da cuenta de que es usted todo lo que él tiene. Si no existiera usted, ¿a quién pediría él alivio y ayuda? Sabe que, de alguna manera, todavía le ama. Hágase la pregunta: ¿Quiere ver a Mondrian destruido?

—No lo sé —Tatty intentó sentarse, pero las ataduras aún se lo impedían—. Muchas veces le he maldecido y he deseado verle muerto.

—Pero siempre se ha retenido. Si realmente quiere ayudar a Mondrian —y puede que eso fuera imposible o ya sea demasiado tarde— entonces debe hacer la única cosa que podría hacer que su tratamiento fuera más efectivo. Deje de apoyarle. Dígale que todo se acabó, que no puede volver con usted, que no espere ningún perdón. ¡Dígale que él no tiene a nadie!

Skrynol se adelantó y soltó las correas que sujetaban a Tatty. Ella se enderezó y se llevó las manos a la cara.

—¿Y qué bien le haría si lo hiciera?

—Tal vez ninguno. Pero acaso nos proporcione esa pequeña ventana, el resquicio de vulnerabilidad que necesito para tratarle con éxito. Estoy buscando un punto de apoyo que le permita abrirse a mí. La dependencia emocional podría serlo.

Skrynol ayudó a Tatty a levantarse. La mujer se apoyó, débil, en la gigantesca figura.

—¿Cree que tendrá éxito?

—No. Estoy segura de que fallará casi con toda certeza. —La Tubo-Rilla encogió el cuerpo a la manera humana—. Pero no tengo otra opción. Es el único camino que me queda..., tengo que intentarlo.

Skrynol alargó un apéndice y tomó la mano de Tatty.

—Vamos. Déjeme ayudarla a salir de aquí. Si va a tener un enfrentamiento con Mondrian, debe hacerlo antes de que se prepare para marcharse de la Tierra.

Tatty echó una última mirada a la Madriguera antes de ser conducida a la oscuridad.

—¿Y si le contara a alguien más este encuentro? ¿Destruiría sus planes?

—Cuénteselo a quien quiera —dijo Skrynol alegremente—. Tatty Snipes, ¿quién iba a creerla?

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