26 PROBLEMA CON LOS MINISIMS

Era tarde cuando Luther Brachis y Godiva Lomberd regresaron a sus habitaciones en el nivel noventa y cuatro Ceres. Habían realizado un viaje largamente propuesto a la corteza exterior. Luther los había guiado allí, deteniéndose en las grandes compuertas para señalar a Godiva los muchos mundos del sistema y las lejanas estrellas que formaban parte del Grupo Estelar.

Brachis las conocía desde la infancia. Fue un golpe descubrir que Godiva, educada en las oscuras zonas de los Gallimaufries, sólo tenía una vaga idea de los planetas, las lunas y las estrellas. Nunca había oído hablar de la Estación Oberón. Por lo visto, pensaba que todos los asteroides eran tan desarrollados y cosmopolitas como Ceres. Y no tenía absolutamente ninguna idea de las distancias. Para Godiva, el Cosechador Oort estaba tan cerca (o tan lejos) como el remoto mundo de los Ángeles de Sellora.

Se había reído de las protestas de Brachis.

—¿Qué importa, Brachis, a qué distancia estén? Se puede llegar a todos ellos en un instante, usando el Enlace Mattin.

—Sí, se puede. Pero la distancia...

Brachis se detuvo. Godiva era única. El tiempo y el espacio no significaban nada para ella. Tranquilamente, le había cogido de la mano y le había conducido a través de los interminables corredores externos del planetoide.

Una vuelta de una hora se había convertido en una tarde y una noche de descanso. El corredor estaba desierto cuando Brachis se detuvo ante la puerta del apartamento e inspeccionó si todos los sellos estaban intactos. No se habían registrado llamadas. Con cuidado, descorrió la puerta y entraron en el salón.

La llegada de Godiva había cambiado por completo la vida de Luther Brachis. Cuando regresó de la Tierra, había abandonado su barracón en favor de un lujoso apartamento. El salón principal, el comedor y la cocina estaban a la izquierda del recibidor; el dormitorio, los cuartos de baño y el estudio a la derecha.

—¿Tienes hambre? —preguntó Luther.

Godiva sacudió la cabeza. Bostezó, se desperezó y se quitó su ligero atuendo. Dirigió a Brachis una mirada sugerente, dejó caer su bolso sobre la mesa y se dirigió al dormitorio y el cuarto de baño.

Luther se despojó del uniforme, se sentó en la cama y se quitó las botas. Desnudo, caminó pensativo hasta el estudio y se sentó ante la terminal de comunicación. Conectó el sistema para realizar su habitual verificación de los mensajes recibidos.

Hubo un repentino siseo agudo y después un picotazo intensamente doloroso, como la picadura de una avispa, en su mejilla izquierda. Brachis vio crecer una pequeña hinchazón bajo su ojo izquierdo. Gritó de dolor y dio un salto. Al hacerlo, sintió un segundo picotazo junto a la nariz, y otra ráfaga de brillo rojo.

Se puso en pie. El siseo que acompañaba cada golpe parecía venir de encima del receptor. Brachis miró en esa dirección al mismo tiempo que otros tres impactos le alcanzaban, uno en la mandíbula y otros tres bajo la ceja derecha. Vio cuatro figuras diminutas encogidas bajo el borde superior del receptor. Cada uno de los maniquíes no tenía más de cinco centímetros de altura... lo máximo permitido para un simulacro de Adestis. Cada uno de ellos llevaba una arma larga que apuntaba al rostro de Brachis.

¡Iban a por sus ojos! Brachis se cubrió la cara con el brazo izquierdo, justo a tiempo para bloquear otros tres disparos. Empezó a barrer con el brazo derecho el borde del receptor, pero antes de que pudiera completar la acción una andanada de disparos procedentes de detrás le hicieron temblar de dolor y volverse. En el escritorio, al otro lado de la habitación, escondido detrás de un puñado de registros de datos, vio otro pequeño grupo de figuritas. Al mismo tiempo, una nueva salva de disparos sonaron a su izquierda, y los proyectiles explosivos alcanzaron su mejilla izquierda, el brazo y la cadera, marcando una serie de cráteres del tamaño de una uña.

Brachis rugió de dolor y cruzó corriendo la habitación. Se cubrió los ojos con las dos manos. Si le cegaban, todo habría acabado. A medio camino de la puerta, sintió otra serie de heridas en la ingle y el vientre. Habían cambiado su objetivo: ahora iban a por sus genitales.

Brachis se detuvo y se volvió de nuevo. Obviamente, el ataque estaba bien organizado. Habían previsto su lógica retirada hacia la puerta. Mientras dudaba, otra media docena de impactos alcanzaron su cuello y su cara. Le estaban destrozando, arrancándole la piel sistemáticamente con una serie de pequeños impactos.

Tenía que encontrar tiempo para pensar. Brachis se lanzó a su izquierda, rodó por el suelo y se puso en pie junto a la pared. Golpeó los interruptores de la luz. La puerta estaba cerrada, y el estudio quedó sumergido de inmediato en la oscuridad total. Los disparos continuaron, pero los simulacros en miniatura ya no disponían de blanco. Brachis se había arrojado al suelo una vez más. Se arrastraba hacia el otro extremo de la habitación. Podía localizar a los minisims por el brillo de sus cristalinos ojos verdes, y los vio moverse de un lado a otro, confundidos, pero sabía que eso era solamente un respiro temporal. Los atacantes también podrían ver en la oscuridad. Sólo necesitarían unos segundos para emplear una nueva fuente de luz.

Retrocedió hacia el receptor y golpeó la señal de Emergencia. Eso le proporcionaría ayuda... pero demasiado tarde. Otro medio minuto con aquellas explosiones y sería un eunuco ciego y despellejado. De pronto experimentó un nuevo terror. ¿Y si Godiva saliera del cuarto de baño y entrara en el estudio? Un grito para advertirla podría tener exactamente el efecto contrario.

Un momento después de haber conectado la señal de Emergencia, una brillante luz anaranjada centelleó en el otro lado de la habitación. Era una bengala, encendida junto a la puerta, allí donde el fuego cruzado le habría alcanzado si hubiera intentado escapar por ese camino. Hubo una nueva descarga de las armas en miniatura, y otra andanada de blancos en su cuerpo. Se lanzó al suelo, rodó otra vez y se acercó al escritorio. Antes de que los atacantes pudieran enfocar, golpeó un panel oculto en la pared con la palma de su mano izquierda.

El sistema de incendios se activó en una fracción de segundo. Chorros de agua a presión y emulsores cubrieron la habitación de arriba a abajo, y los altos tonos de advertencia de un gong resonaron en todo el apartamento. Las luces de emergencia inundaron el estudio con un brillante verde pálido.

La rociada inundó la habitación. Los disparos cesaron en el acto.

Luther Brachis, empapado y ensangrentado, cruzó el estudio. Corrió en primer lugar hacia el lugar donde los disparos habían sido más intensos. El agua lo golpeaba por todos lados, lastimando sus heridas, pero lo agradeció.

Brachis se encaminó hacia los minisims. Éstos pugnaban por permanecer de pie en medio del bombardeo de agua y espuma. Ignorando el dolor en sus manos, Brachis los aplastó entre sus dedos, uno detrás de otro.

La puerta del estudio se abrió y Godiva apareció en ella de repente. Estaba desnuda, a excepción de unas bragas de gasa.

—¡Luther! —exclamó.

El la ignoró y cruzó de nuevo la habitación, una Némesis escarlata que dejaba tras él huellas sangrantes. El primer grupo atacante había sido barrido. Estaban ahora en el suelo corriendo en busca de refugio a través de un torrente de agua de un centímetro. Brachis los aplastó con los pies, resoplando, mientras aquellas duras figuras le infligían cortes.

Siguió moviéndose, aplastando y devastando con las manos y los pies desnudos.

Cuando llegó la ayuda, la batalla había terminado. El sistema de emergencia había sido desconectado. La habitación estaba libre de simulacros. Godiva había llevado a Brachis al dormitorio para aplicarle antisépticos, cremas curativas y piel sustitutiva. Yacía desnudo en la cama, con la cara y el vientre convertidos en una masa de heridas conectadas entre sí por jirones de piel colgante. Juraba continuamente, mientras Godiva empezaba a aplicarle la piel sintética amarilla. El servicio de emergencia comenzó a actuar, dejando el apartamento limpio y seco. Aún estaban trabajando cuando llegó Esro Mondrian.

Godiva había terminado de atender la zona izquierda de Brachis y le decía que se diera la vuelta. Él la ignoraba y hablaba furiosamente por un micro.

—¡No saben absolutamente nada! —le dijo a Mondrian, a modo de saludo—. La Sede de Adestis está cerrada por la noche. Hasta mañana por la mañana no podrán decirme si han perdido algún simulacro, ni siquiera podrán decir cuántos.

Soltó un respingo cuando Godiva empezó a colocar piel en la yema de su pulgar.

—¿Importa saber cuántos? —Mondrian alzó uno de los simulacros aplastados—. Nadie excepto Adestis tiene una cosa así. De hecho, no sabía que los tenían grandes. ¿Para qué los usan?

—El juego mayor..., escorpiones, crustáceos. Pueden operar bajo el agua, pero, afortunadamente para mí, nunca fueron diseñados para sobrevivir a una tormenta.

—¿Y los cascos de control? La pregunta no es sobre los minisims de Adestis..., es sobre quién estaba tras ellos.

—Tampoco tienen idea de eso. —Brachis se tocó la cara con los dedos, y palpó un cráter de un centímetro en su mejilla—. Pero sé la respuesta. Son otra vez los Artefactos de ese cabrón..., tienen que serlo.

Mondrian estudiaba la piel erosionada y lastimada de Brachis.

—Estoy seguro de que tienes razón. —Sonrió sombrío—. Algún día, Luther, tendrás que decirme qué hiciste para ganarte la enemistad de Fujitsu. Te ha dejado con más cráteres que la superficie de Calisto.

—Le subestimé —gruñó Brachis—. Y por eso me merezco todo esto.

—Te dije que lo verificaras todo. ¿Qué salió mal?

—Hice lo que pude. Pero eso prueba una cosa... y lo digo a todos los que empleo en el Entrenamiento Básico: es lo que no esperas lo que siempre te atrapa. Había preparado el apartamento para que nada pudiera pasar por debajo de las puertas, o abrirse paso a través de las paredes, los suelos o el techo. Había verificado en persona los sistemas detectores para que hicieran sonar la alarma de inmediato si algo envenenado o radiactivo era introducido, como gas en forma de partículas, a través de los conductos de aire. Lo que no esperaba era que algo peligroso pudiera marchar a través de esos conductos. Las aberturas sólo tienen un par de centímetros de ancho.

—El tamaño perfecto. —Mondrian volvió a mirar el simulacro que tenía en la mano, y luego observó de nuevo el cuerpo maltrecho de Brachis—. Me sorprende ver cuánto poder tienen esas cosas. No hace falta disparar así, ni siquiera para acabar con un escorpión.

—Llevaban lo máximo en armamento..., incluso hacían falta dos minisims para disparar con unas cuantas pistolas. Es el tipo de cosa que Adestis sólo da normalmente a un grupo sin experiencia y que se muere de miedo. En realidad, un proyectil no acabaría con un escorpión, pero lo retardaría lo suficiente para que les diera tiempo de salir corriendo.

—La última vez que nos vimos, me dijiste que habías localizado a todos los Artefactos que el margrave había dejado. Es obvio que fuiste demasiado optimista. —Mondrian señaló la puerta—. Pero, si pensabas que estabas a salvo, ¿por qué todos estos sistemas de seguridad?

—Por insistencia de ella. —Brachis señaló con el pulgar a Godiva—. Pensaba que los había localizado a todos en Hiperión. Ahora tendré que volver a empezar.

Godiva había estado completamente absorta en sus curas, demasiado ocupada para preocuparse por las ropas en los primeros minutos. Había colocado cuidadosamente piel sintética en todas sus heridas. Ahora, directamente introducida en la conversación por primera vez, pareció darse cuenta de su condición de semidesnudez. Dirigió a Mondrian una sonrisa preocupada, besó rápidamente a Brachis en los labios y se encaminó al cuarto de baño.

—Diez minutos para secarme el pelo y ponerme algo. Por favor, no dejes que se meta en más problemas mientras estoy fuera, Esro.

Su partida creó un repentino silencio en la conversación. La mención de los Artefactos del margrave hizo que Brachis pensara en la silenciosa superficie de Hiperión. Después de haber conseguido los gases volátiles del pago, le habían sido entregados siete cuerpos. Los operarios que se los entregaron regresaron de inmediato a la Gran Cripta. No tenían idea —o tal vez sospechaban con demasiada exactitud— lo que Brachis intentaba hacer con ellos. No miraron atrás.

Lo lógico era quemar los siete contenedores y abandonar de inmediato la superficie de Saturno. Un impulso de curiosidad había forzado a Brachis a abrirlos.

Los cuatro primeros variaban de aspecto, pero tenían la imagen identificable del margrave. Dos parecían más jóvenes, sin barba y más delgados, pero la matriz de ADN coincidía en todo. Eran Artefactos derivados directamente de Fujitsu. Cuando la llama de ocho millones de grados se cebó en ellos, desaparecieron en un parpadeo de luz púrpura.

Era la séptima y última caja, donde había resultado más difícil la identificación, la que permanecía en la memoria de Brachis. La caja contenía una jovencita. Desnuda, rubia, con la piel muy clara, apenas había pasado la pubertad. Y era preciosa. Cuando aquellos jóvenes pechos y las suaves caderas maduraran, sería como una Godiva Lomberd más joven.

El contenedor dio su identificación completa y su secuencia de ADN. Difería de los de Fujitsu en todos los detalles. Era la hija mayor de una línea real de la Tierra ahora extinta. Quienquiera que la hubiera enviado a la Gran Cripta de Hiperión, se había asegurado de que su reclusión fuera permanente. Durante cuatrocientos años había yacido en un silencio congelado, soñando con cualquier especie de sombras fantasmales capaces de atravesar un cerebro mantenido a la temperatura del helio líquido. Si la dejaban ahora sola en la superficie, despertaría y moriría en la tierra baldía y sin aire de Hiperión.

Brachis no había trazado ningún tipo de planes de contingencia. Aunque tratara desesperadamente de hacerlo, era imposible salvarla. Gruñó, maldijo y miró desesperanzado a su alrededor, en el llano oscuro. Finalmente se encogió de hombros dentro de su traje, respiró profundamente y alzó la antorcha. El fuego subnuclear corrió a abrazar el pálido cuerpo juvenil. Mientras consumía su pecho desnudo, Brachis imaginó que abría los ojos azul oscuro y le miraba a la cara.

—¡Luther! —Mondrian chasqueaba los dedos ante él—. Oye, despierta. Creo que debemos hacer que los médicos te echen una buena mirada. ¿Cuánta sangre has perdido esta noche? El agua podría haberte hecho perder un par de litros.

Brachis sacudió la cabeza lentamente.

—Me pondré bien, Esro. Pero me pregunto adonde voy a ir. ¿Te das cuenta de lo que habría pasado si Godiva hubiera entrado en el estudio, en vez de dirigirse al baño? No tiene nuestro entrenamiento para sobrevivir. No sé si la habría podido salvar.

—¿Quieres que la envíe de nuevo a la Tierra, hasta que consigamos manejar los Artefactos de Fujitsu?

—No querrá ir. Y tampoco creo que la Tierra sea un lugar seguro —Brachis frotó la tensa piel sintética del dorso de sus manos. Empezaba a picarle a medida que el vendaje químico se completaba—. De todas formas, hicimos un contrato de por vida. Le prometí a Godiva que permaneceríamos juntos si ella quería. Pero no puedo protegerla. El próximo golpe podría venir de cualquier parte. Comida envenenada, asesinos, equipo de transporte saboteado, descompresiones..., cualquier cosa.

—Te creías un genio, Luther. Fujitsu ha estado a dos pasos por delante de nosotros todo el tiempo. Pero tengo que sugerirte algo.

La voz de Mondrian era indiferente, pero Luther Brachis le conocía demasiado para que eso le engañara.

—Nada de planes ocultos por hoy, Esro —dijo cansado, mientras Godiva regresaba del baño—. Estoy demasiado lastimado para discutir.

Godiva se había secado el cabello y lo había peinado a la antigua, de modo que caía sobre su frente y le tapaba parcialmente un ojo. Se acercó a Brachis, inspeccionó sus mejillas y por fin asintió. Sin hablar, se sentó a su lado. Una corta túnica dejaba sus piernas y sus brazos al desnudo, y su piel brillaba después de haberla frotado vigorosamente con la toalla.

Mondrian los estudiaba a los dos de cerca.

—Todos tenemos planes ocultos, Luther. Pero en este caso creo que podemos compartir uno.

—Persuádeme.

Mondrian sonrió. Luther Brachis estaba citando uno de los textos favoritos de Mondrian.

—Lo intentaré. Luther, ¿cuál es el lugar más seguro del mundo para ti y para Godiva? Éste no, eso es seguro. Y ciertamente tampoco lo es la Tierra. Los Artefactos de Fujitsu podrían estar en cualquier parte. Pero hay un lugar donde ni siquiera el margrave podría llegar: la Nave. Las coordenadas del Enlace Mattin a la nave de aislamiento en torno a Travancore, solamente las conocen tres personas en todo el universo: Kubo, tú y yo.

—Es un lugar seguro, lo acepto. —Brachis frunció el ceño—. Pero ya me dijiste que era un viaje de ida hasta que el equipo perseguidor termine su tarea. ¿Y si les lleva años hacerlo? Quien vaya a Travancore estará atrapado en la Nave hasta que se muera de aburrimiento.

—Hay cosas peores. —Mondrian miró el cuerpo magullado del otro hombre—. Quédate aquí, y desde luego no te morirás de aburrimiento. De todas formas, si vas a Travancore, no creo que tengamos que preocuparnos por permanecer allí mucho tiempo. La crisis de la que te hablé se aproxima... para bien o para mal. Dentro de un par de días estaremos allí, listos para la acción. Mi idea original era llevar a Kubo conmigo, y dejarte aquí a cargo de todo. Pero tiene sentido cambiarlo... Kubo es una roca, pero tú te desenvuelves mucho mejor en una crisis. El puede quedarse aquí, no dar información a nadie y enviarnos lo que necesitemos a través del Enlace.

¿Y Godiva?

—Estará a salvo aquí. Si tú no estás, no correrá peligro.

—No. Definitivamente no. —Godiva alzó la vista y miró con calma a Esro Mondrian—. Si Luther va, yo voy.

—De acuerdo. —Mondrian se encogió de hombros—. Si los dos queréis ir, no puedo oponerme.

—No iré sin ella. —Brachis intentó sonreír y sólo consiguió una mueca de dolor al estirar la piel de la cara—. Y tienes razón, no puedes pararnos. No tienes rango sobre mí en eso.

—Lo sé. Luther, tienes un aspecto terrible. Tenemos que llevarte a que te vea un médico. Y después podrás decirme qué le prometiste a Lotos Sheldrake para que arreglara las cosas y tuvieras el mismo rango que yo en la Anabasis. No, no intentes hablar ahora. Pareces a punto de desmayarte.

—Me las apañaré.

Brachis se levantó a duras penas. Negó con la cabeza cuando Godiva intentó ayudarle y se dirigió al cuarto de baño. Ella suspiró.

—¡Cabezota! —se sentó frente a Mondrian, estudiando su cara y su cuerpo—. ¿Y tú? ¿Qué te ha pasado, Esro? Pareces casi tan enfermo como Luther.

—Estoy bien.

—No lo estás —le miró a los ojos—. ¿Vas a llevarte a Tatty a Travancore?

—No —dijo brevemente. Entonces su control se quebró y tuvo que hacer la pregunta—. Godiva, ¿qué es lo que te ha inducido, por el amor de Shannon, a preguntar por Tatty? Ni siquiera he mencionado su nombre.

Ella le dirigió una sonrisa de satisfacción.

—Lo sé. No tienes por qué hacerlo. Esro, si hay algo que yo entienda en este mundo, son las emociones de los hombres. Estás irradiando tu miseria. ¿Os habéis peleado?

—Nada tan digno. No hubo pelea. Tatty me despidió, eso es todo. Estábamos en su apartamento de la Tierra. Yo quería que volviera conmigo a Ceres. Ella rehusó. Dice que no quiere volver a verme.

Godiva tomó las manos de Mondrian entre las suyas. Él sintió que un destello de electricidad por debajo de la piel subía por sus antebrazos..., lo que Tatty había llamado una vez el «efecto Godiva».

—Lo siento, Esro. —Parecía a punto de decir más, pero se contuvo—. Voy a ver qué le pasa a Luther. Tal vez necesita ayuda.

Se levantó y se encaminó hacia el baño. Evitó volver a mirar a Mondrian. La decencia requería que tanto dolor y desesperación transcurrieran en privado.

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