17 MUERTE EN ADESTIS

La habitación había sido acondicionada como instalación de reuniones y estación de combate, con mesa de conferencias, equipo de proyecciones, terminales y mapas. El campo de batalla de Adestis estaba al fondo, y en lo alto se encontraba la galería de los espectadores. Había veinticinco hombres y mujeres sentados en los pupitres colocados a lo largo de la habitación. Delante de ellos, vestido con un ajustado uniforme negro que recordaba el atuendo formal de comandante de la Fuerza de Seguridad, estaba Dougal Macdougal. Su expresión era completamente seria mientras presentaba una secuencia de gráficos. Luther Brachis nunca había visto al embajador tan profundamente interesado.

—Éste es el enemigo —dijo Macdougal—. En caso de que alguno de ustedes se sienta inclinado a subestimarlo, déjenme recordarles que hasta ahora nunca ha tenido éxito un ataque de este tipo sin utilizar una fuerza de choque de más de cuarenta miembros; e incluso en esos casos, hubo una pérdida substancial de simulacros y varias muertes humanas.

La imagen tridimensional mostró un pozo oscuro que descendía hasta un suelo negro de tipo fibroso. En lo alto del sistema, en grandes letras centelleantes, apareció una señal: «ADESTIS, USTED ESTÁ AQUÍ.»

Luther Brachis se había sentado entre la audiencia. Había hablado en privado con Dougal Macdougal, dándole a entender la preocupación Tubo-Rilla sobre los planes de expansión humana. Y ahora estaba atrapado. No podía marcharse sin pasar antes por todo el ejercicio de Adestis. Observaba de cerca al embajador Macdougal, irritado y escéptico. Una mañana en Adestis no era su idea sobre pasar un buen rato, pero Lotos Sheldrake había sido muy explícita.

—Si quieres tener una charla informal con el embajador antes de dos semanas —le había dicho—, ésta no sólo es tu mejor oportunidad, sino la única. Estará parte del tiempo en Titán, con una nueva planta industrial, y el resto lo pasará en la colonia Procyon. Tiene que ser en Adestis y mañana, o nunca. Tómalo o déjalo.

Luther Brachis lo había tomado, aunque de mala gana. Cuando empezó la reunión, le resultó divertido ver que Macdougal llevaba las cosas completamente en serio, como si fuera una operación militar. Después de un rato, Dougal Macdougal les mostró cuál iba a ser su adversario del día. Y fue a partir de entonces cuando Brachis olvidó su aburrimiento y se convirtió en el miembro más atento de la audiencia.

—Recuerden la escala —decía Macdougal. Movió el puntero de un lado de la pantalla al otro—. Esta distancia es aproximadamente de tres centímetros y medio. Su simulacro tendrá medio centímetro de altura. Como ven, la presa mide poco más de un centímetro y medio, y las patas extendidas puede que doblen esa longitud. Es un espécimen adulto de la familia de las Ctenizidae, suborden Mygalomorphae, orden Araneae, clase Arachnida: en resumen, una araña hembra, una de las criaturas más mortíferas de la Tierra. No les temerá a ustedes, pero será mejor que la teman a ella. Déjenme mostrarles alguno de los puntos peligrosos.

La pantalla mostró una forma de color pardo oscuro agazapada de modo amenazante en el fondo del pozo. El cuerpo estaba dividido en dos secciones principales, unidas entre sí por un estrecho puente. Ocho patas velludas surgían de la parte delantera del cuerpo, y cerca de la boca había otros dos pares de apéndices más cortos. Ocho ojos se distribuían a lo largo de la oscura parte posterior de la cabeza.

Dougal Macdougal señaló la sección delantera.

—Aquí es donde hay que herirla, en el cefalotórax. La mayor parte del sistema nervioso está aquí, así que éste es el mejor lugar al que disparar. Es también el más peligroso, porque también se encuentran aquí las mandíbulas y las glándulas venenosas. No olviden que su simulacro estará completamente indefenso si hay una inyección de veneno, aunque sea pequeña. Así que vigilen esos dientes, y apártense de ellos —señaló la parte posterior—. Éste es el pedicelo, donde el cefalotórax se une al abdomen. Si pueden golpear aquí, háganlo. El cuerpo es muy estrecho en este punto, y puede que consigan partirlo en dos pedazos. Pero tendrán que ser muy precisos, y el exoesqueleto es duro como el acero. ¿Qué más? Bien, pueden ver cómo son las patas. Cuatro pares, cada una de ellas de siete segmentos. Un impacto donde la pata se une al cefalotórax puede que cause daño, pero por otra parte, olvídenlo. Los espiráculos respiratorios y las aberturas pulmonares están en el abdomen, en el segundo y tercer segmento. Dos pares de pulmones, pero pueden olvidarlos. Aunque los alcancen, la araña podrá seguir respirando a través de sus tubos traqueales. El corazón está en el abdomen, aquí. ¿Ven las cuatro glándulas sericígenas, en el cuarto y quinto segmento del abdomen? No les quiten ojo de encima. Nunca se librarán de la seda una vez que se vean atrapados en ella... y se seca instantáneamente, en cuanto entra en contacto con el aire. La araña puede rociarles con la tela, así que no estarán a salvo a menos que se mantengan lejos de ella.

Macdougal se volvió para mirar a la audiencia.

—Eso es todo lo que tengo que decir. ¿Alguna pregunta antes de que nos pongamos los cascos y bajemos a la trampa? Mejor que pregunten ahora, pues no tendremos tiempo para hacerlo cuando empiece.

—Yo tengo una —un hombre delgado sentado dos filas delante de Mondrian señaló la pantalla—. Esos ojos parecen vulnerables. ¿No deberíamos dispararles?

—Buena pregunta. —Macdougal señaló uno de los ojos con el puntero lumínico—. ¿Ven su localización? Están en el caparazón, que es un grueso escudo que protege la parte superior del cefalotórax. Y esto implica otro punto: el caparazón es duro. No intenten penetrarlo; reserven sus disparos para el vientre y las junturas.

Los ojos son un punto débil, pero no será fácil conseguir alcanzar más de uno cada vez. Todos tienen distintos campos de visión..., aparentemente las arañas no tienen visión binocular. Así que no los recomiendo como blanco. Este tipo de araña no confía mucho en los ojos..., se guía por el tacto. No piensen que no sabe dónde están simplemente porque los ojos no les miren. Las patas son terriblemente sensibles a la vibración. Si se ven en apuros pero no han sido atrapados, quédense completamente inmóviles. La araña suele ignorar todo aquello que no se mueve. ¿Algo más?

Una mujer sentada delante se levantó bruscamente.

—Sí. No cuente conmigo, Dougal. No voy a combatir contra esa cosa.

—El grupo de Adestis no le devolverá el dinero.

—Esa es la menor de mis preocupaciones —la mujer se volvió para mirar a los otros—. Están todos locos. Eso no es más que un maldito insecto. Cualquiera, en su sano juicio, se alegraría de aplastarlo con el pie.

Se marchó rápidamente. Dougal Macdougal la siguió con la mirada, sonriente.

—Ha perdido los nervios —dijo en cuanto la puerta se cerró—. ¿Alguno más? ¿Otras preguntas? Si no las hay, vamos.

La audiencia miró alrededor, intranquila. Hubo un lento sacudir de cabezas, pero un hombre se levantó y siguió a la mujer y se marchó también sin mirar a nadie. Por fin, a una señal de Macdougal, los que quedaban recogieron sus cascos monitores y se los colocaron.

Luther Brachis esperó que los efectos del intercambio se apaciguaran y la doble sensación se desvaneciera. Sabía, por los informes, lo que sucedía. Acoplamientos telemétricos en el casco trasladaban los impulsos sensoriales del pequeño simulacro directamente a las corrientes eléctricas del cerebro. Al mismo tiempo, sus señales cerebrales de intención —las que normalmente estimulaban la actividad en su sistema de control motriz— eran interceptadas y trasladadas al cuerpo del simulacro. Macdougal lo había explicado:

—Su cerebro no puede ver. Es ciego. Y tampoco puede oír, oler, saborear o tocar. Todo lo que llega a través de sus sentidos son corrientes de impulsos eléctricos, y el cerebro las interpreta como sensaciones. Ahora, esos impulsos llegarán desde sus simulacros.

La sensibilidad se concretó. Brachis gruñó, sorprendido. Había esperado que las réplicas fueran plausibles (los encargados de Adestis admitían que tenían imitadores, pero negaban tener competidores). Sin embargo, le sorprendió la calidad de los impulsos sensoriales. Era como si fueran reales. Había perdido todo sentido de su propio cuerpo. El simulacro era su cuerpo.

Miró hacia abajo y vio sus propias piernas, de pie en un terreno llano cuajado de guijarros. Pequeños animalitos como gusanos huían de él mientras se movía. A cincuenta pasos de distancia, una mosca gigante pasó volando, agitando sus alas iridiscentes. Brachis echó una mirada a su alrededor. Dos docenas de personas permanecían en un amplio círculo, todos levantando los brazos, moviendo los pies, o mirándose mutuamente mientras experimentaban la nueva sensación. La única excepción era Dougal Macdougal, reconocible por su facilidad de movimientos y maneras confiadas.

—En cuanto estén listos —dijo—, sientan el entorno, aprendan a identificar quiénes son. Sus trajes están codificados por colores, tal como se les dijo antes de empezar, así que deberían reconocerse. Entonces, practiquen con sus armas. Y luego en marcha. Miren aquello —señaló a la izquierda, a través de un aire que parecía polvoriento, denso y lleno de humo—. Es difícil de distinguir, pero aquello es la trampa. La araña estará en el fondo del agujero. Ya sabe que estamos aquí. Sentirá las vibraciones a través del suelo. Así que caminen rápido. Recuerden que sólo tienen medio centímetro de altura, y sólo pesan alrededor de media milésima de gramo. Con este tamaño, la gravedad no es demasiado importante. Podemos tolerar una caída de muchas veces nuestra altura, sin sufrir daños. Pero estamos atacando algo que tiene dos veces nuestra altura, con patas seis veces más largas que nosotros, y una masa superior a todo nuestro conjunto. No se confíen.

Hubo un jadeo por parte de un simulacro verde, situado junto a Brachis.

—¿Está bromeando?

Brachis sacudió la cabeza, experimentando. Parecía absolutamente natural, como si la cabeza fuera la suya propia.

—No. Sólo nos está dando lo que cree ser un buen consejo. Tal vez tiene razón; puede que alguien venga con la idea de que la araña es solamente un insecto más.

—Yo no, desde luego —el simulacro verde también intentó mover la cabeza—. Si eso es sólo un insecto, la Cripta de Hiperión sólo es un agujero en el suelo. Si no trabajara en su oficina y no me hubiera presionado para que hiciera esto...

La partida se organizaba lentamente. Cuatro ya habían formado parte de otras expediciones anteriormente, y asumieron el liderazgo con toda naturalidad. Todos pudieron disparar dos proyectiles de prueba contra un montículo situado a cincuenta pasos a su izquierda. Brachis advirtió inconscientemente que, incluso con su retroceso compensado, el arma que llevaba transmitió una buena sacudida a su brazo. Ésa era una buena señal. Se había estado preguntando si los organizadores de Adestis esperaban que acabaran con la araña lanzándole poco más que guijarros. Su arma se desviaba un poco hacia la izquierda. Apuntó con cuidado y acertó, con su segundo disparo, exactamente en el centro de una rosa musgosa.

A medio camino de la entrada de la trampa, el grupo se detuvo de nuevo. Macdougal, que había marchado en cabeza, se volvió.

—Unas últimas palabras. No entren en la trampa. Ni aunque piensen que la araña está muerta. Esta especie finge la muerte, y el suelo de esa trampa es su territorio. Dejen que salga a por ustedes... y no teman echar a correr si las cosas se ponen feas. Los demás intentaremos apartarla si vemos que alguien tiene auténticos problemas. Y otra cosa: No disparen al caparazón. No lo penetrarán y el rebote podría salir despedido hacia cualquier parte, y resultaría más peligroso para nosotros que para ella.

Sus palabras fueron interrumpidas por un grito del simulacro negro que había sido enviado para vigilar de cerca la trampa. La gruesa tapadera se abría. El gran cuerpo de la araña salía rápidamente a terreno abierto. Aparentemente, había notado las vibraciones del suelo y calibrado al adversario, había decidido salir a la defensiva.

—¡Dispérsense! —gritó Macdougal.

Su aviso fue innecesario. Los simulacros corrían ya, presa del pánico, en todas direcciones.

Luther Brachis miró rápidamente a su alrededor. Ya se había dado cuenta de que en su aproximación al cubil de la araña habían prestado demasiado poca atención a la cobertura del terreno. El único lugar donde podían esconderse estaba a veinte pasos a la derecha, donde se alzaba un montículo de musgo verdigris. Corrió hacia allá, buscó cobijo y se arrodilló con el arma dispuesta.

La diferencia entre la imagen de la araña en la sala de reuniones y la araña propiamente dicha era terrible. La bestia le sobrepasaba tres veces en altura, y era un gigantesco tanque acorazado que podía moverse, girar y atacar con rapidez sorprendente. Contra aquella masa, el arma que tenía en las manos parecía inútil. Podía lanzar un centenar de proyectiles contra ella y no surtiría ningún efecto.

La araña dio media vuelta. Brachis podía ver perfectamente su abdomen y las patas, mientras el cefalotórax se cernía sobre un simulacro magenta y lo levantaba. El simulacro quedó indefenso en la tenaza de los quelíceros, los afilados apéndices situados delante de la boca de la araña. Un arma de proyectiles cayó al suelo, inútil.

Otros dos simulacros habían corrido en busca de un refugio temporal bajo el gran cuerpo de la araña. Ahora disparaban hacia arriba, alcanzando las blandas zonas de los genitales y el oviscapto. La araña tembló y brincó cuando los proyectiles penetraron en su cuerpo, y los dos atacantes gritaron jubilosos ante cada espasmo. Se movieron para lograr nuevos blancos, pero habían olvidado el aviso de Dougal Macdougal. Un escupitajo de telaraña surgió de repente de las glándulas sericígenas, envolviendo de inmediato a los dos simulacros en una red irrompible que se secaba rápidamente.

Entonces la araña se movió hacia atrás, bajó el cefalotórax hacia el suelo y alzó a los dos atacantes para atenazarlos con la boca.

Brachis examinó a la araña rápidamente, de los quelíceros al oviscapto. Desde el lugar donde estaba arrodillado, tenía la oportunidad de conseguir tres blancos. Podía apuntar a una pata, o al pedicelo que conectaba el abdomen y el cefalotórax, o a uno de los quelíceros. Las patas eran el blanco más fácil. También eran el menos efectivo. El pedicelo era una zona vital, pero parecía muy bien protegido y tendría que ser un disparo de suerte. Brachis se decidió. Apuntó al quelícero izquierdo. Alcanzó la tenaza y el órgano, cortado de raíz, cayó al suelo delante de la araña.

Brachis se movió para apuntar al segundo quelícero, pero no tuvo tiempo de disparar. La araña se había vuelto rápidamente para enfrentarse a su nuevo atacante, y se dirigía hacia él. La boca estaba abierta, tanto que podría tragarlo entero. Brachis recordó el comentario de Mondrian: ninguna araña comía alimento sólido; predigerían a sus víctimas inyectando enzimas y luego succionándolas. Pero poco alivio había en eso. Los colmillos que le apuntaban bastaban para aplastarlo.

Se arrojó tras el montículo y se apretó inmóvil contra el suelo. Hubo un zumbido sobre él, y una forma monstruosa cubrió la luz. Brachis volvió la cabeza para mirar arriba. El gran abdomen estaba directamente sobre él. Podía ver cada detalle: una docena de heridas de proyectiles, de las que manaban sangre y fluidos del cuerpo, las pegajosas cabezas de las cuatro glándulas sericíferas, y colonias de pequeños parásitos adheridos al cuerpo. Entonces la araña pasó de largo. El aire se llenó del olor dulzón de los excrementos.

Se volvió, se sentó y miró a su alrededor. Preguntándose cómo podían los creadores de los simulacros de Adestis capturar y transmitir los estímulos olfativos, pero esa pregunta podía esperar para otra ocasión.

Brachis miró a derecha e izquierda. Otros dos simulacros habían corrido en busca de refugio en ese mismo momento y la araña había cargado contra ellos. Vio que los dos todavía yacían inmóviles. ¿Aún seguían haciéndose el muerto? Si así era, estaban tomando el aviso de Macdougal demasiado en serio.

Se acercó y tocó a uno de ellos en el hombro.

—Vamos. Mejor que nos movamos o estaremos aquí todo el día.

No hubo respuesta. La figura continuó inmóvil. Brachis se acercó más y buscó la pequeña lucecita verde entre los hombros que avisaba que el simulacro estaba ocupado y funcionando. La luz seguía encendida. Miró a la otra figura inmóvil: la luz también estaba encendida.

Brachis se puso en pie, ajeno a la frenética batalla que todavía tenía lugar a su alrededor. Todo era una locura. Estaba seguro de que la araña había fallado al atacarlos a los tres. Había visto una imagen difusa de las patas al pasar, alejándose de ellos. Entonces ¿por qué estaban los otros dos todavía echados aquí, como si de alguna manera los hubieran puesto fuera de combate?

Emitió un gruñido de comprensión. Con el arma en automático, disparó una ráfaga al vientre de la araña, y al mismo tiempo mordió con todas sus fuerzas el control situado en sus molares traseros.

Hubo un momento de desorientación y después, una vez más, sintió el casco que le cubría el rostro.

ÉSTE ES EL FINAL DE ADESTIS PARA USTED, dijo una voz metálica en su oído. PERMANEZCA SENTADO SI LO DESEA, PERO...

Brachis se quitó el casco y miró a su alrededor.

Estaba en el mismo sitio en la sala de batalla de Adestis. De las dos docenas de personas que se habían embarcado en el ejercicio, la mitad estaba recostada en sus asientos, con los cascos quitados. La araña había matado a sus simulacros y ahora experimentaban la agonía sustitutiva de sus propias muertes. Otra docena todavía tenía puestos los monitores, y tres de ellos yacían desplomados contra los cinturones de seguridad, con las ropas manchadas de sangre. Brachis vio que sus gargantas habían sido cortadas tan profundamente que las cabezas casi les colgaban.

Se libró de su cinturón. Antes de que pudiera ponerse en pie, una alta figura se cernió sobre él. Parecía familiar. Al mismo tiempo que su mente reconocía a aquella figura alta y cadavérica, un brazo huesudo le buscó la garganta. Una brillante espada ceremonial silbó en el aire.

Brachis disparó el brazo derecho hacia arriba. Hubo un crujido limpio y carnoso. Su mano, cortada bajo la base del pulgar, voló y cayó al suelo frente a él.

Su uniforme de combate reaccionó antes de que tuviera tiempo de sentir el shock o el dolor. Los sensores de la camisa registraron la repentina baja de la tensión sanguínea y activaron una tela de fibras en la manga derecha. El material del antebrazo se tensó para formar de inmediato un torniquete.

La espada osciló otra vez hacia su cuello. Brachis se agachó, esquivando el movimiento, e hizo una finta con el brazo izquierdo. Agarró por detrás el estrecho cuello de su asaltante y se apoyó tras el cuerpo delgado. Cerró los ojos, hizo un esfuerzo y sintió las vértebras quebrarse bajo sus dedos. La espada cayó y le rozó levemente las piernas. Todavía abrazados, Brachis y su asaltante se desplomaron juntos. Brachis cayó debajo, y gruñó al recibir el impacto.

Abrió los ojos. Su primera impresión había sido correcta. Estaba contemplando los rasgos sin vida del margrave de Fujitsu.


Aunque Luther Brachis había hecho todo lo posible por persuadirla, Godiva Lomberd rehusó sentarse en la sala donde tendría lugar el ataque Adestis. Le había escuchado con atención, pero luego sonrió y sacudió su espléndida cabellera rubia.

—Luther, la Naturaleza diseñó a algunas personas para una cosa, y a otras para otras. Tu vida es la Seguridad..., las armas, el sabotaje, las batallas y la violencia. La mía ha sido el arte, la música y la danza, la poesía. No estoy diciendo que mi vida fuera mejor que la tuya. Pero no iré a mirar mientras tú y Dougal Macdougal tratáis de matar a un pobre animal indefenso que sólo hace lo que su naturaleza le programó para hacer. —Colocó suavemente la punta de sus dedos sobre sus labios—. No discutas, Luther. No voy a ir, ni siquiera a la galería de espectadores.

Accedió, sin embargo, a acompañarle a las instalaciones de Adestis. Le permitió que la acomodara en la recepción y le hiciera servir un refresco, y pareció complacida al ver a Esro Mondrian cuando éste llegó pocos minutos después.

—¿Qué haces aquí, Esro? Pensé que no te gustaba Adestis.

—Y no me gusta. —Le acompañaba una mujer bajita, de cabello oscuro, que miraba con curiosidad a Godiva—. Adestis no es para mí. Hemos venido porque oímos decir que Luther está aquí, y tenemos que verle.

—No podéis hacerlo ahora..., está en plena batalla.

—Muy bien. Esperaremos. —Se volvió hacia la mujer que le acompañaba— Lotos, te presento a Godiva Lambert. Voy a dejaros unos minutos. Si sale Luther, no le dejéis marchar. Decidle que me espere hasta que regrese.

—¿Dónde está Tatty?

—En la Tierra. —Mondrian dudó un segundo—. Me está... ayudando. Necesitaba imágenes y grabaciones de algunos lugares. Supongo que volverá dentro de una o dos semanas.

Godiva pareció sorprenderse, pero no dijo nada mientras Mondrian se marchaba y Lotos se sentaba frente a ella. Se miraron mutuamente en silencio durante unos segundos.

—¿Conoce Adestis? —preguntó por fin Lotos Sheldrake.

La otra mujer sonrió y negó lentamente con la cabeza.

—En realidad, no. Sólo lo necesario para convencerme de que no quiero tener nada que ver con todo esto. ¿Y usted?

—Vine una vez... y nunca más.

Lotos relató los detalles de su experiencia en el nido de las termitas. No hizo mención del peligro, pero subrayó su terror e incomodidad. Hizo lo posible por parecer graciosa y no darse importancia, y trató de causar a Godiva buena impresión. Mientras hablaba, continuaba su propia evaluación. Desde que oyó hablar del contrato con Luther Brachis, Lotos había puesto a trabajar sus servicios de información. Los resultados fueron insatisfactorios. Godiva Lamberd había llamado la atención por primera vez en la Tierra hacía unos pocos años, como actriz y cortesana («El Ave Godiva: Modelo, Consorte y Danzarina Exótica».) Todo lo que Lotos había podido averiguar desde entonces proporcionaba una sola imagen: Godiva era una mujer a la que los hombres encontraban irresistible, y ella había explotado ese hecho a cambio de dinero.

Al mirarla ahora, era fácil ver por qué había tenido tanto éxito. Se movía como una bailarina, con gestos naturales, fáciles y ondulantes. Tenía los ojos claros y una piel perfecta; se reía con facilidad, y escuchaba a Lotos con total atención, como si lo que oía fuera lo más interesante del mundo.

Sin embargo, Lotos se sentía intranquila. Según los informes, Godiva nunca había tenido más que relaciones temporales y estrictamente de negocios con los hombres..., y ahora había formado un contrato permanente con Luther Brachis.

¿Amor auténtico? Lotos Sheldrake no consideró esa posibilidad más que un instante. Tenía un gran sentido de la intuición, y reforzaba lo que Esro Mondrian había informado. Había algo extraño entre Luther Brachis y Godiva Lomberd. Lotos carecía del conocimiento previo de Mondrian sobre Godiva, pero confiaba plenamente en sus instintos.

—Ha cambiado —le había dicho mientras surcaban los sistemas de transporte de Ceres, camino de la Sede de Adestis—. No era así cuando estaba en la Tierra.

—¿Ha cambiado cómo?

Mondrian parecía enfadado, pero sólo consigo mismo. Lotos sabía cuánto se preciaba de saber leer los motivos y deseos secretos de los demás.

—Está centrada —dijo por fin—. Tendrías que haber conocido a la antigua Godiva para entender lo que quiero decir. Godiva solía prestar atención al hombre del momento, al que compraba su tiempo..., pero seguía consciente de la existencia de otros hombres, y de alguna manera conseguía que todos ellos fueran conscientes de ella. Sin decir una palabra, se sabía que estaba ocupada ahora, pero en cualquier momento del futuro podría ser también tuya, si la querías... y si podías pagar por ese placer. Ahora... —se encogió de hombros—. Ahora se centra en Luther. Los otros hombres a su alrededor ni siquiera están allí. Es diferente.

—¿Será amor? —sugirió Lotos, mirando a Esro Mondrian escépticamente con sus ojos oscuros.

Él no se molestó en replicar. La opinión de Mondrian sobre el amor como agente capaz de operar cambios profundos en la personalidad era quizás incluso más cínica que la de Lotos.

Ahora Lotos observaba cómo otros hombres y mujeres deambulaban por el vestíbulo. Mondrian había estado en lo cierto. Godiva levantaba la mirada casualmente, como para verificar que cada nuevo recién llegado no era Luther Brachis, y en seguida volvía a centrar su atención en Lotos. Incluso cuando Mondrian regresó, Godiva no le dirigió más que un movimiento de cabeza amistoso y una sonrisa. La cortesana más famosa y más cara de la Tierra tendría que ser más consciente de los hombres. Aunque ya no pensara en ellos como posibles clientes, el hábito debería persistir en ella.

Mondrian se sentó junto a Lotos Sheldrake y miró su reloj. Le había prometido media hora a solas con Godiva. Si Lotos quería perseverar más allá de ese punto, tendría que tomar ella sola la iniciativa.

De vuelta al recibidor, se había parado un momento en la galería de los espectadores a contemplar el campo de batalla. Luther Brachis y Dougal Macdougal seguían allí, ocultos por sus cascos y reconocibles sólo por sus vestidos. El campo de batalla real era una pequeña cámara semiesférica de unos quince centímetros de diámetro. La audiencia habitual estaba compuesta de apostadores que seguían los incidentes con ávido interés. Cuando Mondrian entró, el asalto al cubil de la araña estaba todavía en fase de preparación, y la galería estaba casi vacía. Había una mujer joven que llevaba el uniforme azul de los trabajadores de la colonia de Pentecostés, y un hombre alto y delgado con barba que parecía más interesado en los jugadores que en los simulacros o la misma batalla.

Los primeros planos de la araña eran impresionantes. El animal permanecía inmóvil en el fondo de su trampa, sosteniendo en sus patas delanteras el caparazón reseco de un ciempiés. Era fácil imaginar que las hileras de ojos conocían la presencia de los observadores de arriba.

Mondrian miró a la araña, pensativo. Si su acuerdo con Skrynol sobre el futuro de la Anabasis no funcionaba, y Dougal Macdougal se convertía en un problema irresoluble... ¿podría proporcionar Adestis una solución conveniente? ¿Se había empleado en el pasado para arreglar algún problema oficial?

Ese nuevo pensamiento intrigó a Mondrian. Volvió junto a Lotos y Godiva y se sentó para calibrar su potencial. Llevaba allí unos pocos minutos cuando empezaron los ruidos de la sala adyacente al campo de batalla.

Godiva se puso en pie de inmediato.

—¡Allí dentro! —gritó, y salió corriendo hacia la sala.

Cuando Mondrian y Sheldrake la alcanzaron, ya estaba al lado de Luther Brachis. Lo tenía en los brazos y miraba con horror la escena que la rodeaba.

Brachis permanecía de pie, con la cara blanca, pero firme. Su brazo derecho terminaba en un muñón sangrante.

Mondrian miró a los cuerpos que le rodeaban y entonces se acercó a Brachis. Levantó el brazo, comprobó el torniquete y asintió.

—Ahora no hay pérdida de sangre. Tranquilo. Te llevaremos al hospital.

—Gracias. Pido disculpas por este lío —Brachis se miró el brazo—. Las heridas empiezan a convertirse en un hábito.

—Haremos que vuelva a crecer.

—Sí. Y mientras tanto dejaré de comerme las uñas —Brachis miró a Godiva y le dirigió una sonrisa sombría—. No te preocupes, Goddy. Me pondré bien. Tendré que firmar con la mano izquierda durante una temporada.


MEMORÁNDUM DE: Luther Brachis, Comandante del Sistema de Seguridad Solar. A: Todos los puestos de segundad. MATERIA: Medidas contra actividades terroristas.

Con efecto inmediato, serán tomadas las siguientes medidas especiales de seguridad en el Sistema Interior:

1) Todos los viajeros que salgan de la Tierra tendrán que hacerlo vía instalaciones de Enlace. Todos los demás traslados serán prohibidos temporalmente.

2) Todos los viajeros que salgan de la Tierra tendrán que ser sujetos a exámenes de identificación cromosómica. La identidad será comprobada con la que se adjunta. Si la correlación excede el 0,95, el viajero deberá ser detenido para ser interrogado por Seguridad Central.

3) Todos los que despierten de las instalaciones de almacenamiento serán sujetos a investigación directa. Se les examinará cromosómicamente y se comprobará su identidad con la que se adjunta. Si la correlación excede el 0,95 el viajero deberá ser detenido para ser interrogado por Seguridad Central.

4) Cualquier viajero que utilice las instalaciones de Enlace y cuya apariencia recuerde al MARGRAVE DE FUJITSU (imagen adjunta) debe ser detenido para ser interrogado por Seguridad Central.

5) Cualquier mandato para disponer fuera de la Tierra de los fondos del margrave de Fujitsu debe ser comunicado a Seguridad Central.


Luther Brachis miró el muñón de su mano, donde los nudillos de nuevos dedos empezaban ya a brotar bajo la piel sintética. Probó moverlos.

—Escuece como el infierno —palmeó la circular con la mano izquierda—. ¿Crees que esto servirá? ¿Lo atraparemos?

Esro Mondrian sacudió la cabeza.

—No, si es tan listo como crees. Debió de hacer planes para este tipo de verificaciones cuando creó por primera vez su propio Artefacto. El siguiente podría tener cualquier aspecto.

—Lo sé. Y me preocupa.

—Estarás bien. Permanece armado, y te daremos protección.

—No lo comprendes —Brachis asió el arma que había en la mesa delante de él—. No me preocupo por mí. Temo que el bastardo intente ir a por Godiva.

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