23 ESRO MONDRIAN Y CHAN DALTON

La sala de reuniones privada de Esro Mondrian estaba decorada con sencillez. Contenía un escritorio, una mesa y nueve sillas. Cada pared estaba pintada de un color sutilmente diferente, la mesa estaba emplazada en un lugar fijo y cada silla había sido colocada con precisión matemática.

Chan Dalton había sido conducido a la sala y llevaba en ella sólo cinco minutos. Ya estaba sentado cuando entró Mondrian. El comandante de Seguridad se acercó a él y le estrechó la mano brevemente.

—Mis felicitaciones por tu éxito —dijo.

(¡Y qué cambio en tan pocas semanas! Dalton ha crecido. Ocupa el asiento del jefe, pero está tenso... mejor tener cuidado.)

Las sillas y la mesa habían sido dispuestas después de miles de estudios psicológicos. Los visitantes inseguros de sí mismos solían sentarse cerca de la pared más oscura, y se quedaban de pie. Chan no. Estaba sentado en lo que Mondrian consideraba el sillón «de control», la silla desde la que se persuadía o se disuadía a los otros para que hicieran comentarios y participaran, y se manejaban mejor las observaciones hechas por quien ocupara el escritorio.

—Gracias —Chan estrechó la mano con firmeza—. Pero sus felicitaciones deberían dirigirse a todo el equipo. Fue un esfuerzo combinado. Se lo agradezco en nombre de los cuatro miembros. (¡Mondrian puede leer mis pensamientos! Y creo que sabe lo de Barján. Pero ¿cómo?)

La cara de Mondrian estaba blanca y cansada, y sus ojos brillaban de una manera poco habitual en él. Sus movimientos fueron lentos y calculados mientras se sentaba tras el escritorio.

—Malas noticias —dijo con brusquedad—. Me temo que tengo malas noticias que darte. (Dalton no parece responder. Le digo que tengo malas noticias y un segundo después parece relajado otra vez. ¿Qué es lo que le preocupa? Maldición, es imposible leer en él. Se controla por completo. ¿Ya quién me recuerda? No los rasgos, sino la expresión. ¿A quién?)

Chan se había enderezado una décima de segundo ante el anuncio, y sus propios pensamientos se habían desatado.

(¡Lo sabe! No, no lo diría de esa forma si lo supiera. Contrólate. Recuerda lo que dijo Tatty... trabaja con él, pero no le des la oportunidad, o te dominará.)

Ángel, como de costumbre, debía tener razón. No había forma de que nadie supiera —pudiera saber— lo que habían hecho con el Simulacro en Barján. Ningún miembro del Equipo Rubí hablaría; como decía el Ángel: «La amistad une, pero la culpa compartida une aún más.» Pero el Ángel no conocía a Esro Mondrian.

—¿Malas noticias referentes a nuestro equipo? —preguntó Chan.

—No. Malas noticias de Travancore. (¿Y por qué llega a la conclusión de que deben ser sobre el Equipo Rubí? ¿Por qué no otra noticia?)

—Travancore. ¿Qué sucede en Travancore? —la atención de Chan se centró de inmediato en Leah y su grupo.

Por primera vez, Mondrian vio una oportunidad de controlar el encuentro.

—El planeta ha sido sometido a cuarentena total por la Anabasis. La secuencia de acceso vía Enlace Mattin a la nave en órbita alrededor de Travancore está ahora solamente en los bancos de datos de la Anabasis. —Mondrian dudó—. Lo siento, pero no hay manera de hacerlo menos doloroso. La Criatura fabricada por Morgan que está en Travancore es más peligrosa de lo que pensábamos. El Equipo Alfa ha sido destruido.

Chan se enderezó muy despacio en la silla.

¿Leah...?

Mondrian sacudió la cabeza lentamente.

—Leah está muerta. Todos los miembros del Equipo Alfa están muertos.

Chan tembló. Cerró los ojos, se inclinó y se llevó las manos a la cara. Mondrian tenía el control que necesitaba.

—Cuéntemelo todo —dijo Chan suavemente.

Mondrian estaba grabando todas las palabras y movimientos de Chan; pero no podría estudiarlas hasta dentro de unas cuantas horas. Tendría que revisarlas más tarde. La fatiga debía estar haciendo descender su propia concentración, y Chan parecía tener otras preocupaciones. Mientas tanto, tenía que mantener el pulso. ¿Cómo iba a presentar los recientes sucesos en Travancore?

—Te diré lo que sé —dijo por fin—. No es mucho. Después de que el Equipo Alfa descendiera al planeta, sólo obtuvimos información limitada. Sabemos que decidieron explorar un conjunto de pozos que descendían por la vegetación hasta la superficie auténtica. También sabemos que encontraron a Nimrod..., ése es el nombre en clave que el Equipo Alfa le dio a la Criatura de Morgan que está en Travancore. Sospechamos que el equipo desobedeció las órdenes e intentó establecer comunicación con la Criatura en lugar de destruirla de inmediato. —(Ahora otra reacción. Un tirón en la expresión facial de Chan, después de la respuesta natural de horror. Mírala más de cerca, cuando las grabaciones de la sesión estén disponibles para hacer un análisis.)— Fue un error fatal. Los equipos monitores de nuestra nave en órbita consiguieron una breve secuencia de la Criatura, y luego nada más. No hay registro en vídeo, ni audio, ni signos vitales telemétricos de ninguno de los miembros del grupo. Y estamos seguros de que el equipo técnico funcionaba perfectamente.

Mientras Mondrian hablaba, la mente de Chan giraba, sumida en su propia pena. Reaccionaba finalmente ante la noticia. Leah muerta. Muerta, muerta, muerta. Leah muerta. Leah está muerta... Las palabras atravesaban continuamente su cerebro, mientras otros fragmentos de su memoria y nuevos análisis corrían en una tormenta de pensamientos desconectados... Los tiempos felices en los Gallimaufries, una sucesión interminable de días y horas despreocupados. (Todos los informes habían recalcado que cada Remiendo, Tubo-Rilla y Ángel era distinto, como los seres humanos individuales.) Así que cada equipo perseguidor sería también único en su composición y conducta... La visita que ella había hecho a Horus, cuando él creyó que había venido para llevárselo y salvarlo de las temidas sesiones en el Estimulador... había pasado horas llorando cuando se marchó. (Pero a pesar de esta individualidad, el Equipo Alfa y el Equipo Rubí parecían más similares en sus pautas de respuesta de lo que nadie había osado imaginar. Los otros dos miembros del equipo de Chan se habían revelado incapaces de destruir el Simulacro. Éste aún vivía felizmente junto a Sueñomar, estableciendo sus propias relaciones con los Caparazones. Ángel incluso le había dicho al Simulacro cómo podría burlar los sensores de exploración para que no volvieran a descubrirlo.)... Pero la Criatura de Morgan era bastante más peligrosa que el Artefacto. Había matado a la pobre Leah, la había destruido en alguno de aquellos malditos túneles bajo la vegetación de Travancore. ¿Tuvo tiempo de pensar en Chan, de despedirse? ¿Había sido su fin rápido y sin dolor, o estuvo lleno de agonía y de conocimiento de la muerte? (Si el Equipo Alfa había fallado en el momento de la confrontación final, seguro que este equipo no lo haría mejor. Pero el fracaso y la muerte de Leah no liberarían al Equipo Rubí de su responsabilidad. Aún estaban obligados a perseguir a una Criatura de Morgan y tenían que intentar destruirla. ¿Era eso posible? Tal vez las Criaturas eran como Livia Morgan las había imaginado, indestructibles...)

Chan se dio cuenta de que Mondrian le miraba fijamente. El otro hombre se balanceaba muy despacio, como si fuera a derrumbarse de un momento a otro. ¿Estaba tan cansado como aparentaba? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que recibió la noticia de Travancore, y cuánto hacía que no dormía? Pero su mirada era tan fiera como siempre.

—¿Me has oído? —dijo Mondrian con aspereza—. Livia Morgan tenía planeado introducir otras capacidades en algunas de sus Criaturas... incluyendo a Nimrod. La evidencia de Travancore muestra que tuvo éxito. Nimrod puede generar un campo eléctrico que perturba las percepciones de todos los cerebros orgánicos. La Criatura no resulta afectada por este campo.

Mondrian se detuvo. Antes de proseguir, tenía que asegurarse que Chan Dalton creía lo que le decía. Por su expresión, Chan volvía a reafirmar su independencia. Estaba resultando un encuentro difícil. (Tal vez Luther Brachis tenía razón. Olvida las Criaturas de Morgan. Al diablo con Travancore. Destruye el planeta entero, echa la culpa a las Criaturas por la acción, y al infierno con las preocupaciones del Grupo Estelar. Pero a Brachis le importaban un comino las Criaturas. No se daba cuenta de sus necesidades...)

Mondrian obligó a su cansado cerebro a volver al presente.

—¿Planes futuros? —preguntaba Chan—. ¿Qué puede hacer ese campo? ¿Nos incapacita para movernos, o para pensar?

—Según su diseño original, no. —Mondrian cambió a un tono menos tenso, invitando a Chan a comprender y cooperar—. El campo estaba previsto para ayudar a las Criaturas a escapar del peligro. Induciría ilusiones en cerebros orgánicos, les haría ver cosas que no están allí, o imaginar situaciones inexistentes, mientras la Criatura huye. Pero Nimrod pudo usarlas como arma ofensiva.

—¿Y la defensa contra él? (¡El Equipo Rubí iba a ser enviado a Travancore! ¿Por qué, si no, hablaría así Esro Mondrian?¡Ve a Travancore, entonces, destruye a Nimrod, y venga a Leah! La venganza era un concepto puramente humano... por eso Mondrian usaba ese tono. Necesitaba la ayuda de Chan para que guiara a los otros a la acción destructora. Bien, en lo que se refería a Nimrod, Mondrian no tenía por qué preocuparse. Chan estaba dispuesto.)

—No hay defensa posible... excepto atacar o huir. El campo tiene un radio de acción limitado. Si las cosas empiezan a no tener sentido para ti, corre. Si ves cosas cuya existencia sea imposible en Travancore, destrúyelas sin dudarlo. Y recuerda que todas las Criaturas de Morgan son altamente inteligentes. Nimrod no es ninguna excepción. (Y yo no debo olvidarlo tampoco.)

—Huir, o luchar —asintió Chan—. ¿Y los otros miembros del equipo? (Me necesita. Y está muy asustado por algo. Pero ¿qué puede ser? Ya tiene a Nimrod aislado en Travancore; no puede salir de allí, a menos que nosotros mismos lo llevemos al espacio.)

—Confío en que tú mismo se lo expliques. —Mondrian se frotó los ojos—. Ahora, hablemos de logística. Tendréis veinticuatro horas para prepararos y descansar, y entonces os trasladaréis a la nave en cuarentena sobre Travancore. Los miembros del Equipo Rubí descenderán de inmediato a la superficie. No se permitirá el regreso hasta que la Nave reciba señales apropiadas y disponga la recogida. Estas señales serán muy específicas. No podremos arriesgarnos a que la Nave quede expuesta a Nimrod.

—¿Quién decide cuándo la señal es adecuada para recogernos?

Mondrian se puso en pie, rodeó la mesa y se plantó delante de Chan.

—Yo. Estaré allí personalmente, con un grupo seleccionado de la Anabasis. No podríamos emplear el tiempo en nada mejor —dudó, entonces alargó las manos y tomó a Chan por los hombros—. Recuerda tu misión. Si la destrucción de Nimrod depende sólo de ti, no lo dudes. No esperes la aprobación de tus compañeros. Dispara de inmediato... y hazlo a matar.

Había sido uno de los típicos encuentros de negocios de Esro Mondrian: breve y de pocas palabras. No habían pasado veinte minutos desde su llegada, y ahora Chan estaba fuera, mentalmente exhausto. El encuentro real no había tenido lugar verbalmente, sino a varios niveles por debajo, en la pugna inexorable para conseguir el dominio psicológico.

Chan permaneció un momento en la puerta de la sala y luego se encaminó hacia la Entrada al Enlace. Estaba destrozado. Se sentía como si hubiera estado una hora en el interior del Estimulador Tolkov y luego le hubieran tenido sin dormir una semana entera. Le habría alegrado considerablemente saber que Esro Mondrian no se encontraba mejor.

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