10 LUTHER BRACHIS JUEGA

Las oficinas de Dougal Macdougal, Gran Embajador Solar ante el Grupo Estelar, formaban un dodecaedro enorme y perfecto. Con sus quinientos metros de lado, se enraizaban profundamente en la superficie de Ceres, y se accedía a ellas por una docena de entradas situadas en cada una de sus doce caras.

La magnífica oficina privada de Dougal Macdougal estaba en el centro mismo del dodecaedro. Sólo tenía un acceso, al que se llegaba bajando un largo corredor. A medio camino a lo largo de éste, había una pequeña oficina, apenas lo suficientemente grande para una persona. Allí, aparentemente durante veinticuatro horas al día, se sentaba Lotos Sheldrake, una mujer diminuta, casi una muñequita, con la cara sin rasgos de una niña pequeña, que guardaba el acceso al espacioso santuario interior como una hormiga soldado protegiendo la cámara de la reina. Macdougal no veía a nadie hasta que ella había aprobado la visita; nada entraba en su oficina, ni siquiera los robots del servicio de limpieza, a menos que ella los hubiera inspeccionado.

Luther Brachis recorrió lentamente el corredor de acceso. Entró en la oficina de Sheldrake y se sentó sin que le invitaran en la silla prevista para el único visitante.

Lotos Sheldrake revisaba una lista de solicitudes, descartando aproximadamente la mitad de ellas. No levantó la vista hasta que su análisis terminó.

—Tu visita es una sorpresa, comandante —dijo por fin. Alzó las finísimas cejas—. ¿Quieres una audiencia con el embajador? Nos sentimos honrados... creo que es la primera vez.

—Nada de eso, Lotos —Brachis sonrió sombrío—. Cuando me veas entrar aquí y pedir una reunión con el viejo cabezón, sabrás que es el momento de mandarme a reciclar.

—Esa no es forma de referirse a Su Excelencia, el embajador —Sheldrake no parecía molesta en lo más mínimo. Se echó hacia atrás en la silla—. Entonces, ¿qué es lo que quieres?

—¿Sabes lo de las Criaturas fabricadas por Morgan y la decisión tomada por los embajadores del Grupo Estelar?

Hubo un movimiento de cabeza imperceptible, y el inicio de una sonrisa en la cara de muñeca.

—Lo sé. Pobre Luther. Después de todos tus esfuerzos, te ordenaron ponerte a las órdenes de Esro Mondrian. Mi corazón sangró por ti.

—Estoy seguro —respondió secamente Brachis—. Nitrógeno líquido, o no te conozco. Pero vayamos directos al asunto. ¿Sabes qué habría que hacer para revocar esa decisión... para colocarme al menos en un rango de igualdad con Mondrian?

—Supongamos que lo sé. ¿Por qué tendría que decírtelo?

—Siempre la misma encantadora Lotos —Luther Brachis sacó un objeto de unos cinco centímetros de su bolsillo—. Echa un vistazo a esto, y entonces continuemos la conversación.

Lotus Sheldrake, con gesto cansado, señaló la pantalla colocada a lo largo de la pared, y pulsó el control a su lado. Apareció una imagen tridimensional. En su centro se movía un cilindro azul plateado con un trípode de patas hirsutas y unos brillantes paneles de celosía en forma de alas.

Sheldrake silbó, y se apartó de la pantalla.

—Luther Brachis, espero por tu bien que esta holografía sea antigua. Si has localizado una Criatura de Morgan y no nos has revelado el hecho, te habrás ganado la pena de muerte. Recuerda que no compartimos la blandura de corazón de los otros embajadores estelares. ¿Es una holografía antigua o no? ¿O una falsificación?

Brachis sacudió la cabeza.

—Tiene menos de una semana. Y no es una falsificación —se quedó mirando mientras la mano de ella se dirigía a un botón sobre la mesa—. Escucha un poco más antes de llamar a los guardias, Lotos. No querrás quedar en ridículo. Lo que estás mirando no es una Criatura fabricada por Morgan, te lo prometo. Es un Artefacto. Pero examínala todo lo que quieras y estoy seguro de que serás incapaz de detectar la diferencia.

Lotos Sheldrake dudó, y luego retiró la mano del botón.

—Se habló hace poco, en Vesta, de Artefactos creados para parecer una mezcla de sistemas orgánicos e inorgánicos, pero lo descarté como rumores sin fundamento. ¿Cuál es tu juego, Luther? Te daré dos minutos más.

—Estoy aquí para ayudarte, Lotos —Brachis recogió la unidad de imagen y se la metió en el bolsillo—, Mondrian y yo tenemos la responsabilidad de entrenar a los grupos perseguidores. Si lo hacemos mal, y los miembros de los equipos mueren a manos de las Criaturas de Morgan, entonces los otros miembros del Grupo Estelar nos acusarán a los humanos. Tú y yo sabemos que la responsabilidad del entrenamiento no será tuya, ni del embajador Macdougal. No tendréis nada que ver. Pero también sabemos que si las cosas salen mal, será considerado falta suya. El será el primero, y tú la segunda. ¿Quieres eso?

—Eres tan sibilino como Mondrian —había respeto en la voz de Sheldrake—. Sigue hablando, Luther.

—El gran problema es éste: ¿cómo entrenar a un grupo para que busque y destruya una Criatura de Morgan cuando sus miembros nunca han visto una? ¿Construir más y usarlas en los entrenamientos? Eso sería vetado por los embajadores antes de que pudieras sugerirlo. ¿Tal vez usar otra creación, una que sea segura y se parezca a las Criaturas de Morgan? Eso suena mejor... pero no sabemos de nada que sea ni remotamente parecido a las Criaturas.

—¿Tu argumento, Luther? Los dos minutos se acaban.

—Supongamos que tú, Lotos Sheldrake, poseyeras algo que pareciera una Criatura fabricada por Morgan y actuara como una de ellas... pero fuera perfectamente segura. Supongamos que este ser fuera un Artefacto, creado para que no pudiera dañar a un humano ni a ninguna otra forma de vida inteligente.

Lotos Sheldrake sonrió, mostrando una hilera de dientes como perlas.

—Suena familiar. Eso es lo que Livia Morgan dijo de sus Criaturas.

—Y se equivocó. Lo sé. Pero las reglas que gobiernan la fabricación de los Artefactos están bien establecidas. Y esta vez habría toda clase de oportunidades para efectuar controles..., podrías colocar a esas criaturas en todos los entornos que quisieras, durante todo el tiempo que se te antojara, hasta llegar al convencimiento de que son perfectamente seguras. Ahora, imagina que hubiera un número limitado de esos Artefactos y solamente estuvieran disponibles para ti. Podrías ir al embajador MacDougal y decirle que tú, tú sola, tienes la respuesta a todos los problemas que crea la práctica en los entrenamientos. Estas criaturas parecerán las de Morgan y se comportarán como ellas en todo... excepto en la capacidad para dañarnos. Se las diseñó y construyó de esa forma. ¿Te interesa? Hay exactamente veinticinco, disponibles ahora, empaquetadas y almacenadas en animación suspendida.

—¿Dónde?

—No he oído eso último, Lotos. Pero si pudieras conseguir que me pusieran al mismo nivel de Mondrian, mi sordera mejoraría rápidamente.

—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Quieres que MacDougal persuada a las otras tres especies del Grupo Estelar para que cambien de opinión. ¿Cómo se supone que van a hacer eso, por el amor de Shannon?

—Será simple. Todo lo que tienes que hacer es decir que mi intervención en el fracaso original fue mayor. Según su insana lógica, compartiré la responsabilidad de aclarar el lío que hemos creado.

Lotos Sheldrake alzó las cejas.

—Eso es tan estúpido que hasta puede funcionar. Pero ¿cómo sé que me llevaré el crédito por todo esto? ¿Y qué pasará con Esro Mondrian?

—¿Le tienes miedo?

—Por supuesto que sí. No soy ninguna idiota, Luther. Tú y Mondrian sois peligrosos —sonrió beatíficamente—. Pero, en comparación, tú eres un alma sencilla. Cuando no te gusta alguien, haces todo lo posible por quitarlo de en medio. Con Esro, la gente que se cruza en su camino suele morir y no darse cuenta de la herida. Siempre tiene cinco o seis planes en marcha, y siento que no puedo adivinar más que cuatro o cinco. Y cuando quiere, consigue lo que se le antoja. Me manipula a mí, a ti, utiliza a todo el mundo —miró llena de admiración el poderoso cuerpo de Brachis—. Eres peligroso como un oso. Él es como una serpiente. Tú eres ambicioso; él está obsesionado. Sí, Luther, tengo miedo de Esro Mondrian, lo mismo que cualquier persona racional. Fin del discurso.

—¿Le tienes tanto miedo como para no aceptar el trato? ¿Qué clase de animal eres tú entonces?

—¿Hace falta preguntarlo, Luther? —Lotos Sheldrake abrió mucho los ojos—. Soy una dulce abejita. Todo lo que deseo es un poco de néctar de cada flor para no dañar a nadie. ¿Y cuándo me has oído decir que no aceptaba el trato? Simplemente, tomo las precauciones de rutina. ¿Qué hacemos para prevenir que Mondrian consiga una partida de esos mismos Artefactos, una vez sepa que existen? Por eso mismo, ¿cómo sé que no me estás haciendo doble juego? Sabes su fuente, y yo no.

—Tengo un medio de tranquilizarte por completo en esta cuestión —Luther Brachis cruzó los brazos, ceñudo, sobre su ancho pecho—. Podemos hablar sobre esto en detalle..., cuando todo lo demás esté resuelto.

—Entonces, con ese acuerdo tienes mi cooperación. Tantearé con el embajador Macdougal en cuanto sea posible —miró el reloj—. Y me volveré a poner en contacto contigo antes de que termine el día.

—Una cosa más —Luther Brachis permaneció sentado—. Como parte del teatro, quiero un favor adicional..., uno pequeño.

—Treinta segundos.

—Quiero que se disponga la ciudadanía solar para alguien... y rápido.

—¿Para alguien de las colonias? —Lotos Sheldrake empezó a sacudir la cabeza—. No puedo...

—De la Tierra.

—¡La Tierra! ¿Quién es?

—Una mujer. Godiva Lomberd.

—Pero ¿por qué ciudadanía? ¿Por qué no un permiso de residencia indefinido?

—Quiero hacer un contrato con ella.

—Ah —Lotos Sheldrake miró con curiosidad a Brachis y se rió—. ¡Un contrato! ¿De verdad? Luther Brachis, el invencible, considerando la posibilidad de unirse a una mujer de la Tierra. Me has dicho cientos de veces que nada bueno puede salir de la Tierra. Incluso me has convencido de ello. Mi opinión sobre ti se viene abajo. Tal vez eres un topo ciego, y no un oso.

—¿Pero me conseguirás esa ciudadanía?

—Si los Artefactos son tan buenos como dices — Lotos Sheldrake miró fugazmente el cuaderno que había ante ella—. Asumamos que es así. Entonces creo que todo estará listo en cinco días. —Se levantó y se dispuso a conducir a Brachis hacia la puerta—. Y cuando todo esté dispuesto y traigas a esa Godiva Lomberd de la Tierra, tráela aquí para que la vea. Siento curiosidad por conocer la mujer que ablandó al comandante Luther Brachis.


—¿Lo traes? —preguntó el margrave.

Rey Bester asintió y palmeó la bolsa que llevaba.

—Hasta el último cristal.

—Entonces pasa.

La pesada puerta se cerró, dejando fuera el cielo terrestre, y el margrave condujo a Bester a su estudio privado. Era una habitación decorada con inmenso cuidado, adornada con jinetes de terracota de la dinastía Quin, pinturas de Beardsley, originales de Vermel y Van Meegerens y las imágenes ampliadas por ordenador de la Tierra vista desde el espacio. En un extremo, a salvo de la luz directa, estaba Sorudan. Era la obra maestra de Fujitsu, la apreciada creación que nunca pensaría en vender.

El margrave indicó a Bester un cómodo sillón.

—Creo que no estaría mal celebrarlo —dijo.

Escrutó a Bester calibrando el nivel de sofisticación del paladar del otro hombre. Frunció el sueño y desapareció entrando en una pequeña habitación al fondo del estudio. Volvió con una botella de líquido ambarino y dos vasos pequeños.

—A pesar de todos nuestros progresos —dijo—, no se puede mejorar la perfección.

Escanció unas gotas de licor en cada vaso, y tendió uno a Bester, quien lo olió, arrugando la nariz, echó la cabeza atrás y lo vació de un trago. Rey hizo girar los ojos en sus cuencas.

—Mmm. Muy bueno, Fujitsu. ¿Qué es?

El margrave le miró. Su opinión había sido confirmada.

—Era uno de los mejores licores destilados que jamás se han producido en la Tierra. Whisky escocés, envejecido en las profundas cámaras de Hokkaido, con un bouquet de doscientos cincuenta años. Cuando oigo hablar de la ambrosía de los dioses, me pregunto en qué se diferenciaba de eso. —Meneó la cabezota calva, y tomó un delicado sorbo—. Soberbio. Ah, bien, supongo que debemos volver a los negocios. ¿Dijo Brachis algo sobre la entrega?

—Nada. —Bester levantó la bolsa y se dispuso a esparcir su contenido sobre la mesa que se alzaba entre ellos—. Los he contado, y puede que quieras hacer lo mismo, por si no te fías de mí.

La bolsa estaba llena de cristales de comercio vírgenes. Sus superficies sin pulir brillaban a la luz del estudio. Rey Bester alzó los cristales uno a uno, examinándolos cuidadosamente y calibrando su valor antes de colocarlos en la mesa delante del margrave.

—Los mejores que he visto. Espera un momento, ¿qué hace esto aquí?

Bester sacó un cristal plano, como un plato, de forma redonda y unos cinco centímetros de diámetro. Al contrario de los otros, tenía una superficie pulida y ningún brillo interno.

—No recuerdo que estuviera aquí.

Mientras hablaba, la superficie gris azulada cobró vida. Hubo un torbellino de colores y de repente una imagen. Los rasgos de Luther Brachis se formaron en miniatura sobre la cara del cristal; una cara que les miraba.

La diminuta imagen habló, con voz metálica.

—¿Recuerdas lo que me dijiste, Rey? Que cualquier información que obtuvieras de Fujitsu me la darías a mí solo. ¿Qué pasó con tu promesa, Rey?

Bester miró a la imagen, con los ojos saliéndosele de las órbitas. Aún tenía media docena de cristales en la mano. El margrave se había puesto en pie de un salto.

—Pero no mantuviste tu palabra, ¿verdad, Rey? —continuó la vocecita—. Descubriste por el margrave el trato sobre los Artefactos, y encontraste a alguien más a quien vender la información. —La luz de la placa aumentaba. Ahora la cara de Luther Brachis casi había desaparecido, ahogada por la intensidad del brillo—. Esto fue un error, Rey.

—¡Bester! ¡Cuidado! —gritó el margrave, corriendo hacia la puerta del estudio—. ¡No toques los cristales!

Su grito llegó demasiado tarde. Rey Bester había intentado soltar los cristales que tenía en la mano, pero éstos permanecieron pegados a su palma. Sacudió la mano, tratando de despegarlos, sin lograrlo. Habían empezado a brillar, junto con los de la mesa.

— Y en cuanto a usted, Fujitsu —continuó Brachis—, no sé cuánta culpa tiene. Si es inocente, reciba mis más sinceras disculpas. Es todo lo que puedo ofrecerle.

El margrave estaba junto a la puerta. Se detuvo un momento, y señaló. Su cara estaba deformada por la furia.

—Me las pagará, Brachis. Me las pagará. Se lo juro.

No intentó decir más, porque Rey Bester empezó a chillar y a dar saltos por el estudio. Los cristales que tenía en la mano se habían vuelto incandescentes. Líneas de fuego brotaron de cada uno y corrieron por sus brazos, dirigiéndose hacia sus hombros y trazando líneas de chispas blancoazuladas. Las llamas se esparcieron más. Cuando el margrave lo vio por última vez, Rey Bester se había convertido en una antorcha viviente, una aparición de fuego que aún chillaba y saltaba en una agonía imposible.

El margrave salió del laboratorio, cerró de golpe la pesada puerta, y corrió escaleras arriba hacia la superficie. Al llegar arriba, se detuvo. Una nueva voz, inhumanamente alta y pura, se había unido a los chillidos de Bester.

—¡Sorudan! ¡La luz!

El margrave dudó y miró la puerta cerrada. Entonces rugió sacudiendo la cabeza como para espantar el sonido, y huyó del laboratorio. Ciego al peligro de los Carroñeros, corrió por los campos cultivados. Tras él, las ventanas de su laboratorio brillaron más y más, y la melodía se alzó más hermosa que nunca.

Estaba a cincuenta metros de distancia y empezaba a sentirse a salvo cuando llegó la explosión.

En su afán por asegurarse de que el laboratorio quedaba destruido, Luther Brachis había incurrido en un asesinato masivo. Todo, en el radio de medio kilómetro alrededor del laboratorio fue vaporizado. Un vasto cráter se formó en las capas superiores de la ciudad de Delmarva.

La religión del margrave le enseñaba que la recompensa para una vida bien vivida era la separación del alma y cuerpo. Hasta su muerte, el deseo de Fujitsu había sido liberarse de todas las ataduras corpóreas. Sus átomos serían ahora libres para cabalgar los vientos de la Tierra.

Al fallar en su cálculo de la explosión necesaria, Luther Brachis había otorgado al margrave su deseo más ferviente.

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