4 EN LOS GALLIMAUFRIES

Tatty sacudió la cabeza cuando se enteró de lo que buscaba Esro Mondrian.

—Aquí, en las zonas donde tengo más influencia, no es posible —dijo—. Hay una ordenanza local que prohíbe la venta fuera de la Tierra a todo el que tenga más de cuatro grados de consanguinidad con mi clan imperial, y eso incluye prácticamente a todo el mundo. Todos dicen ser parientes, aunque no lo sean.

—Entonces, ¿qué podemos hacer? —preguntó Mondrian.

—Intentarlo en GranSyd, o en el viejo RutaTé, tal vez. Aunque no conozco a los traficantes de allí. Y en Reeodee tendrás que pagar a mucha gente. El otro inconveniente es que se encuentran a unos cuantos enlaces de distancia. Sería mejor si tuviéramos a alguien de por aquí.

—¿Qué tal Bozzie? —se entrometió Rey Bester—. Es el mejor para ese tipo de negocios. Y está cerca.

—Podría ser. Vale la pena intentarlo. No sé lo que tiene, sin embargo —Tatty se volvió a Mondrian—. Tendré que encontrarlo primero, pero estará en los Gallimaufries, así que no será difícil.

Kubo Flammarion había estado intentando enterarse de la conversación, sin conseguirlo.

—¿Bozzie? —dijo—. ¿En los Garryqué?

—Bozzie. El duque de Bosny —explicó Tatty—. También es el vizconde de Roosevelt, conde de Mellon, barón de Rockwell y conde del Potomac. Todas son casas de alcurnia, aunque prefiere que le llamen simplemente Bosny, o sólo Bozzie. Lleva años sin vivir en Ciudad Bosny, pero dice que nació allí. Realmente, muestra consanguinidad con todas las líneas reales principales del Noreste, y es un tipo importante en los Gallimaufries. —Flammarion alzó las cejas—. Ésos son los refugios de los subsuelos, a doscientos niveles bajo nosotros —miró a Bester—. ¿Crees que podremos hacerlo hoy?

—Tendrás que apresurarte. Nunca encontraremos a Bozzie después de que oscurezca. Estará en la superficie, con sus Carroñeros.

—Pero en la superficie ya debe ser de noche — protestó Mondrian, pero entonces se detuvo y sacudió la cabeza—. Mejor será que me calle. Sé que era por la tarde cuando aterrizamos, pero no tengo idea de a qué distancia hacia el oeste nos hemos encaminado a través de los Enlaces.

—Aterrizasteis en África —dijo Tatty—. Hemos tardado seis horas en llegar aquí. La hora local son las dos de la tarde. Pero estamos en el hemisferio norte y en invierno. Así que oscurecerá pronto, algo a lo que no estáis habituados ahí afuera —se calló un momento, calculando—. Creo que podremos conseguirlo si tomamos las rutas más rápidas. Agarraos el sombrero y vamonos.

Tatty Snipes vivía en el nivel dieciséis. Era un lugar de primera, a pocos minutos de la superficie y cerca de la entrada de un Enlace, pero no tenía conexión directa con los niveles más pobres de los Gallimaufries. Había que viajar hacia el norte y luego bajar. Guiados por Tatty, el grupo recorrió un centenar de kilómetros horizontalmente para descender doscientos niveles y quinientos metros. Lo hicieron en treinta minutos. Fue una carrera por una confusa cadena de vías deslizantes de alta velocidad, varios saltos a través del vertiginoso alzado de escaleras de caracol y finalmente una serie de largas zambullidas en las negras profundidades de los pozos verticales.

—Es la primera vez que me siento cómodo en mucho tiempo —dijo Flammarion, saboreando los momentos de gravedad cero.

La caída fue larga, a través de un conducto curvo que los expulsó hasta una cámara abovedada de cientos de metros. El techo rocoso estaba tachonado de poderosos solsimuladores que iluminaban todo el lugar. Éste se hallaba abarrotado. Los tres hombres de Seguridad contemplaron un enjambre de casillas, corredores, particiones, tiendas y vientos. Delgadas columnas de apoyo se alzaban del suelo al techo a intervalos de treinta metros. Sus pilares de acero sostenían plataformas múltiples, muchas de ellas abiertas por un lado, con escaleras de cuerda que colgaban hasta abajo. El suelo de la cámara no era de roca, sino de rica tierra negra. Habían plantado flores brillantes por todas partes, y éstas crecían profusamente a lo largo de los caminos zigzagueantes y adornaban cada pared y columna.

—La Corte Imperial de Bozzie —dijo Tatty—. Le gustan las flores. Quedaos junto a Rey ahora. Si os perdéis, no sé cómo encontraríais el camino de vuelta.

La población humana de los Gallimaufries era tan numerosa como las plantas, y no menos pintoresca. Por todas partes se veían brillantes chaquetas y túnicas de color azafrán, púrpura y escarlata, rematadas con lentejuelas brillantes y rayas azules, plata y oro. Las ropas estaban todas ellas sucias, y el olor era espantoso. La ropa de Rey Bester, llamativa y harapienta cuando la vieron por primera vez, parecía ahora limpia, modesta y conservadora.

Y entonces la primera impresión de los Gallimaufries se desvaneció y emergió un segundo elemento, un contrapunto más tranquilo al vivido rugido. Eran las ropas brillantes y el movimiento continuo las que llamaban la atención del visitante, pero entremezcladas con éstas, casi invisibles entre ellas, había otras gentes. Como los lirios entre las orquídeas, se sentaban en grupos en los bancos situados a los lados, o caminaban lentamente por los corredores. Su quietud y silencio los confundían con el paisaje. Sus ropas eran simples, túnicas monocromas grises o blancas.

—Comunes —dijo Tatty, siguiendo la mirada de Luther Brachis, que contemplaba a tres mujeres, cada una vestida con una simple túnica blanca—. Ésta es la materia prima para vuestros grupos de persecución. Bozzie tiene derechos de contrato casi con todo el mundo que va vestido de gris y blanco. No pueden decir que no. Quedaos aquí y echad un vistazo..., incluso haced alguna oferta si veis lo que necesitáis. Algunos puede que quieran salir de aquí, sin que les importe lo mal que suene vuestro ofrecimiento. Iré a buscar a Bozzie y os lo traeré.

Se agachó para pasar bajo uno de los vientos, rodeó la tienda y se encaminó hacia el extremo de la cámara. Su altura les permitió seguir su avance durante los primeros treinta metros. Después se perdió en la maraña de personas y edificios.

Brachis se volvió hacia Esro Mondrian.

—¿Dispuesto a rectificar ahora? —preguntó—. Si no, estoy dispuesto a seguir adelante con esa apuesta. Te lo repito, nada, bueno ha salido de Mundo Loco en trescientos años. Los terrestres son unos perdedores. Son demasiado decadentes y faltos de coraje para hacer nada. Nunca serán aceptados como miembros de los equipos perseguidores, no importa cuánto los entrenes.

Su tono era suave, pero algo en él hizo que los labios de Esro Mondrian se volvieran blancos.

—Haré la apuesta. Di tus términos.

Brachis mostraba una irritante sonrisa.

—De acuerdo. Vamos a ponértelo fácil. Selecciona el par de candidatos que quieras aquí. Hoy, si es posible. Entrénalos de la forma que se te antoje. Y dispondrás de un tiempo razonable —¿digamos dos años?— para llevarlos al punto en que sean aceptables para ser miembros de los equipos perseguidores del Grupo Estelar. Hazlo y habrás ganado.

Mondrian guardó silencio.

—¿Y qué nos jugamos? —dijo por fin.

—¿Qué te parece mi sistema personal de seguimiento contra el tuyo? No me hagas creer que no lo tienes. Llevas dos años sabiendo adonde viaja mi gente, igual que nosotros hemos seguido a los tuyos.

—Aceptado —dijo Mondrian. Inspiró profundamente—. Seleccionaré a dos personas. Aquí, hoy. Y cuando su entrenamiento se haya completado, te aseguro que los dos formarán parte de los grupos perseguidores. —Se volvió hacia Flammarion y Bester—. Sois testigos. Aquí está mi mano.

Brachis estrechó la mano de Mondrian sólo durante un segundo y la soltó inmediatamente. Se volvió para mirar al grupo que se había formado a su alrededor y fingió taparse la nariz con los dedos.

—Ahí los tienes. Elige. Uniformes blancos o grises, ha dicho la princesa Tatiana. Me alegra de que seas tú quien tenga que entrenarlos, porque no creo que yo pudiera soportar el olor.

Los que iban vestidos con colores brillantes eran todos enérgicos y extravagantes. Por contraste, los comunes parecían anónimos y sometidos. Un grupo de tres pasó junto a ellos, llevando de una cadena una bestia de extraño aspecto. Su hocico estaba tapado y tenía la frente gacha, pero el animal miraba en derredor con los ojos chispeantes y mostraba más interés en la escena que sus cuidadores. Se detuvo junto a Flammarion y lo olisqueó, intrigado. Flammarion se horrorizó.

—No hay peligro —dijo Rey Bester cuando Kubo Flammarion parecía ya dispuesto a salir corriendo hacía la multitud—. Es bastante inofensivo. Se ven cosas así cada dos por tres.

—¿Qué es lo que es? —preguntó Flammarion. La criatura alzó la cabeza hacia él, abrió la boca llena de dientes puntiagudos y le ofreció una afilada sonrisa.

Bester se encogió de hombros e hizo chasquear los dedos.

—No tiene nombre. Es sólo un Artefacto, creado en un laboratorio Aguja. ¿Te gustaría visitar uno? Puedo prepararlo fácilmente.

Aunque Flammarion sacudió la cabeza, Bester era un vendedor demasiado experimentado para no advertir el repentino interés que este comentario había despertado en Luther Brachis. Pero fue interrumpido antes de que pudiera continuar hablando. Un joven llegó corriendo. Tenía unos veinte años, y llevaba en la mano un ramillete de flores. Una muchachita le seguía de cerca, risueña.

—¡Eso no está bien, Chan! —gritó— ¡No está bien! Es robar. Devuélvelo.

El hombre se detuvo junto a Mondrian, agitando las flores ante ella. La muchacha era pequeña, delgada, de piel aceitunada y moderadamente atractiva, pero él era todo un Adonis: pelo dorado, alto, con una estructura física ágil, estatuaria. Si se desenvolvía entre aristócratas, su cara y aspecto le señalaban como un emperador. Tanto el hombre como la mujer iban vestidos con las sencillas túnicas blancas de los comunes.

Sin molestarse por la apariencia de los hombres de Seguridad y sus uniformes oscuros, el muchacho se escondió tras ellos intentando escapar. Mondrian le miró inquisitivamente y lo agarró por el brazo. El joven le devolvió la mirada, con la boca abierta. La mujer le alcanzó y agarró a su vez a Mondrian. Varios cortesanos se pararon para observar lo que pasaba.

—Vosotros —Mondrian se adelantó, sin soltar la presa—. Los dos. ¿Estáis bajo contrato?

El hombre continuó mirándole impasible, pero la mujer se colocó entre él y Mondrian.

—¿Qué es lo que quiere? Suéltelo.

—Podría tener algo para vosotros. Dejadme hablar con Bozzie. Os haré una buena oferta.

—¡Chan! —gritó la mujer, liberándose—. ¡Sígueme! ¡Ahora! Se zambulló en la multitud. El joven miró sorprendido a Mondrian y la siguió. En un par de segundos, se alejaron una veintena de metros, encaminándose hacia el refugio de una arcada cubierta.

—¡Esos dos! —gritó Mondrian—, ¡Deténganlos!

Nadie se movió. Flammarion empezó a perseguirlos, aunque se movían a una velocidad que él no conseguía desde hacía un cuarto de siglo. La pareja estaba ya a punto de alcanzar la arcada cuando Luther Brachis actuó. Sacó de un bolsillo de su cintura un cilindro del tamaño de un puño y les apuntó.

—¡No dispares! —exclamó Rey Bester.

Una espiral de luz verde surgió del cilindro y trazó en el aire un sendero helicoidal. Alcanzó a la pareja fugitiva en la espalda y al hacerlo arrojó una catarata de chispas. Los dos muchachos continuaron corriendo y se perdieron de vista un segundo más tarde, tras una larga cortina de abalorios dorados.


Brachis miró a Mondrian y sonrió torvamente.

—Vas a perder la apuesta de todas formas, Esro. Así que te dejaré echar un vistazo al sistema monitor que no conseguirás nunca —sacó un disco plano del cinturón—. Hace un mes que lo tengo, pero es la primera vez que lo pruebo. Mira.

Cogió el disco horizontalmente. En su centro, una doble flecha de luz se movía y giraba. Mientras la observaban, la señal se alargó ostensiblemente y cambió de dirección.

—¿Un trazador? —preguntó Mondrian.

Brachis asintió.

—De dirección y distancia. Al haber sido alcanzados por el rayo podremos seguirlos durante veinticuatro horas como mínimo. Está diseñado para seguir a cinco personas a la vez. Se vuelve muy complicado si toman caminos distintos, pues hay que seguir cinco flechas diferentes, pero con dos es bastante fácil. Mira las flechas. Siguen juntos.

Tendió el disco a Mondrian, quien a su vez lo entregó a Flammarion.

—Vaya, sígalos y tráigalos aquí.

Kubo Flammarion le miró con un ojo cerrado y luego observó el trazador.

—Solo no, hombre —continuó Mondrian, impaciente—. No conoce el lugar. Él le ayudará —señaló a Rey Bester, que miraba hacia otro sitio—. Y será muy bien recompensado —añadió.

Bester asintió.

—Ahora sí que habla bien, caballero. —Dio una palmada y cogió el trazador—. La flecha no se mueve. Deben de haberse detenido. Volveremos con ellos dentro de un momento. Vamos.

Seguido de mala gana por Kubo Flammarion, Bester siguió la línea definida por la flecha. Mondrian miró a Brachis y sacudió la cabeza.

—Voy a ganar la apuesta. Con esos dos que tan amablemente me has servido, a menos que quieras anularla.

—La apuesta sigue en pie. Nada bueno sale de la Tierra.

Brachis se dirigió hacia un asiento, pensativo.

Nada bueno, ¿eh?, se dijo Mondrian. Pero algunas cosas de la Tierra te interesan bastante. ¿Así que te gustaría visitar un laboratorio Aguja, no? Me he dado cuenta por la expresión de Rey Bester.

Se sentó junto a él. Los dos permanecieron silenciosos, sumidos en sus propios pensamientos.

Tatiana regresó y se sentó frente a Mondrian.

—Hecho —dijo—. El título ha sido transferido. Los dos son tuyos.

Mondrian asintió, pero no levantó la vista. Sobre la mesa, delante de él, había una botella abierta de viejo brandy, y a su lado un globo de cristal contenía medio centímetro del líquido ámbar.

—¿Tienes idea de lo que me costó conseguírtelo? —continuó diciendo Tatiana—. Empecé a buscarlo después de tu última visita. Y ni siquiera lo has olido.

Mondrian se puso en pie y le dirigió una grave media sonrisa.

—No es culpa tuya, princesa. Me conoces. En cualquier otro momento sería capaz de matar por conseguir un brandy como éste.

—¿Qué es lo que anda mal?

—Ojalá lo supiera. Algo en el trato que hemos hecho. Tu amigo Bozzie no pidió mucho dinero por esos dos.

—Pero me dijiste que no sabías cuánto podrían costar.

—Cierto. No lo sabía. Pero Rey Bester sí, y observé su cara cuando Bozzie aceptó nuestra oferta. Abrió mucho los ojos —Mondrian recogió el recipiente de cristal y olió el delicado bouquet, producto de siglos—. Bien, ya los tenemos, aunque no me encuentre cómodo. Le dije a Flammarion que los sacara de la Tierra en cuanto pudiera, antes de que Cuarentena cambie de opinión. Ojalá no lo hubiera hecho. Ojalá les hubiera echado un vistazo.

—Los viste.

—Sólo durante un par de segundos, cuando los encontramos por primera vez. Luther Brachis se ha encargado de sus permisos de salida... y parece muy contento. Es lo que te digo, Tatty. Algo no anda bien.

—¿Dónde está ahora Brachis?

—Se marchó con Rey Bester, sin decir adonde iban. Pero creo que lo sé. A un laboratorio Aguja. Estoy seguro de que Brachis ha oído hablar de ellos, pero dudo que los haya visto.

—¿Qué es lo que busca?

Mondrian sacudió otra vez la cabeza y por fin tomó un pequeño sorbo de licor.

—No me lo dijo —sonrió, pero, más que una sonrisa, su gesto fue una mueca—. Tatiana, querida, si alguien sabe que la gente baja a la Tierra por sus propias razones secretas, ésa eres tú. ¿Puedes prepararme una cita para esta noche? Tengo que ver de nuevo a Rattafee.

—¿A Rattafee? ¿No lo sabes? Está muerta. Lo siento, Esro. Supuse que lo sabías. Murió de una sobredosis de Paradox hace casi un mes.

Él cerró los ojos.

—Mala noticia —dijo por fin—. Era la mejor que he conocido. Pensé que podría hacer progresos con ella. Ahora... ahora no sé dónde ir —su voz sonó helada.

—Hace unos pocos días he oído decir que hay un nuevo saltafreud que vive en alguna parte en los niveles más inferiores. Puedo investigar si quieres. Tal vez te consiga una cita para dentro de una semana o así. Sabes que lleva tiempo —dudó—. Puedo intentarlo mañana si quieres. Esperaba que te quedaras conmigo esta noche. Sólo por esta noche —le puso las manos sobre los hombros—. Esro, no estoy pidiendo mucho. No tienes que volver a mentirme con ninguna de las viejas promesas, sobre cómo encontrarás un sitio para mí allá arriba y que me sacarás de la Tierra. No tienes que decirme todo eso. Sólo quédate esta noche. Es todo lo que pido.

—Princesa, no comprendes. O tal vez lo haces mejor que yo. Cuando vengo a la Tierra, siempre quiero verte. Pero tengo que ser sincero contigo. La mayor parte de las veces vengo a ver a los saltafreuds para ver si pueden ayudarme. Me quedaré aquí esta noche, por supuesto. Pero podrías prepararme un encuentro ahora. Así tendré la esperanza de poder dormir un poco esta noche.

Ella se adelantó y besó a Mondrian rápidamente en los labios.

—Claro. Mi pobre Esro, ¿es tan malo como de costumbre?

—Peor. Cada año que pasa me agarra más y más — se enderezó y tomó aire—. Otra cosa, Tatty. Tengo que saber lo que hace Luther Brachis cuando está aquí en la Tierra. Estoy seguro de que prepara algo. Estoy intentando comprar a Rey Bester, pero no me parece que sea fiel, y necesitamos un ladrón honrado. ¿Podrías contactar con Ave Godiva para que se encargue de Brachis?

—Eso te costará una fortuna. ¿Sabes lo que cobra Godiva por sus favores?

—El dinero no es problema. Ve y hazlo. No creo que pueda resistirla; las mujeres son una de sus debilidades.

—Lástima que no sean una de las tuyas —le sonrió amargamente—. Pobre Esro. Estás tan obsesionado. Haré los preparativos. Siéntate y descansa. Si solamente pudieras relajarte un rato... por una sola noche.

—Todos estamos obsesionados, princesa, todos nosotros —miró las pequeñas ampollas de cristal llenas de líquido púrpura. Las había en todas las habitaciones—. Tal vez aprenderé a relajarme... y tal vez entonces dejarás de ser una adicta al Paradox.

Ella se había dirigido hacia la puerta, al comunicador de la habitación contigua. Se detuvo.

—No puedo discutir eso —dijo lentamente—. Por el amor de Dios, ojalá pudiera. Intenta descansar, Esro. Volveré en cuanto me sea posible.

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