Los días buenos, Tatty no podía contener las ganas de abrazar a Chan. Era un hombre crecido, grande, ágil y poderoso, pero también un niño pequeño. Y, como un niño pequeño, estaba orgulloso de todo lo nuevo que podía hacer, y corría ansioso para mostrárselo a Tatty.
Los días malos, el niño sencillo y encantador desaparecía. Chan no decía nada, no cooperaba en nada, no se interesaba por nada. Ella deseaba cogerlo y sacudirlo hasta que se diera cuenta.
Y éste era un día malo. Uno de los peores. Tatty se dijo que tenía que mantenerse en calma y no perder los estribos. Con otra sesión de Estimulador dentro de una hora, tenía que conseguir confortar a Chan y tranquilizarle a través de la agonía y la desesperación. Pero por el momento...
—¡Chan! Vamos, mira la pantalla. Mira, eso es la Tierra. Naciste en la Tierra, como yo. Estas son imágenes de la Tierra. ¡Chan! Mira... ¡mira la pantalla!
Chan contempló ausente la pantalla tridimensional durante un segundo, y después volvió a estudiar el fino vello que cubría su brazo y su muñeca. Tatty juró, y golpeó el mando para adelantar la presentación. Fuera útil o no, tenía que ejecutar todo el programa.
Ni una palabra de todo esto se le mete en la cabeza, se dijo. Es demasiado abstracto para él, demasiado. ¿De quién fue la estúpida idea de darle lecciones de astronomía, si ni siquiera es capaz de distinguir las letras del alfabeto? Se supone que tiene que absorberlas a nivel inconsciente, ¿no? Claro. Vaya esperanza. Nunca recuerda las lecciones... y no parece interesado ni mínimamente en ellas. Pérdida de tiempo. Para él y para mí también. ¿Qué más puedo hacer?... Debería estar en la Tierra... si solamente pudiera marcharme de este lugar. La Tierra. ¡Oh, Dios! mira esas maravillosas imágenes. Mares y cielos y ríos y bosques y ciudades. Ojalá estuviera allí ahora, de nuevo en mi apartamento... sólo yo y... si Esro Mondrian estuviera aquí ahora, le mataría... Despiadado, impasible, traicionero, monstruoso, sin escrúpulos...
Mientras sus pensamientos la consumían, la lección continuó. Chan viajó por todo el sistema solar, poco a poco, a través de maravillosas imágenes tridimensionales. El centro de entrenamiento de Horus era caro. Quienes se entrenaban en él entraban en la pantalla, viendo, oyendo y sintiéndolo todo como si estuvieran presentes en cada escenario. Chan y Tatty flotaban juntos sobre la superficie de Venus, donde la atmósfera corroía y abrasaba y cada piedra temblaba en el calor eterno. No obstante las cúpulas de superficie albergaban cuatrocientos millones de personas. Después, viajaron hacia dentro, hacia la órbita de Mercurio, camino del Nexo de Vulcano, donde la fotosfera solar llameaba y eructaba en salvajes tormentas de luz. La superficie parecía tan cercana que sentían como si pudieran tocarla. Tatty se encogió, llena de auténtico pavor, aunque sabía que solamente era una imagen. Chan la contempló impasible, sin ningún rastro de emoción.
Siguieron moviéndose, dejaron atrás la Tierra y se encaminaron hacia las colonias de Marte, donde había una enorme excitación. La hora Cero estaba a unas pocas horas de distancia... el momento mágico en que los gases volátiles suficientes serían enviados a través del sistema de Enlace Mattin y los humanos podrían vivir en la superficie sin equipo respirador. La atmósfera era ya casi tan densa como en la cima de las montañas más altas de la Tierra. Desafiando la biología básica, jóvenes atrevidos se aventuraron en la superficie cada día, sin máscaras de oxígeno. Los más afortunados eran rescatados a tiempo, sufriendo una anoxia extrema.
Chan y Tatty se alejaron del Sol, más allá del Cinturón de Asteroides donde un centenar de planetas menores componían el centro de poder comercial y político del sistema solar. A partir de aquí, se dirigieron a las grandes bases industriales emplazadas en Europa, Titán y Oberón. Provistos de cascos monitores, Chan y Tatty se internaron en el fango helado bajo la profunda atmósfera de Urano, donde las Criaturas Ergatandromorfas construían sin descanso sus plantas de fusión y el sistema de Enlace Urano. Aún faltaban tres siglos para que el trabajo terminara allí. Chan, sin interesarse en nada, contempló impasible a los Ergas.
Cuando el viaje por el viejo sistema solar terminó, Tatty miró a Chan. Todavía ninguna reacción. Suspiró y dejó que la lección continuara. Juntos, saltaron cuatrocientos mil millones de kilómetros y se internaron en la oscuridad exterior. Contemplaron la masa gigantesca del Cosechador Ooor trabajando, un gigantesco cilindro que explotaba los miles de millones de miembros de la nube cometaria. Lento y sin descanso, a un cuarto de año luz del sol, atrapaba los cuerpos ricos en moléculas orgánicas simples, las convertía en millones de toneladas de azúcares, grasas y proteínas y enviaba los productos, a través de los Enlaces, al sistema interior.
Finalmente, Chan y Tatty volvieron a saltar y alcanzaron la tranquila avanzadilla del sistema solar. A un año luz de distancia, se encontraron en las Tortugas Áridas, los fragmentos rocosos libres de gases que marcaban la frontera de los dominios del sistema Sol. Más allá de este punto, cualquier masa era compartida gravitacionalmente con otras estrellas. El sol era un puntito de luz helado, menos brillante que Venus visto desde la Tierra. Las temperaturas se alzaban unos pocos grados sobre el cero absoluto. Juntos, Chan y Tatty miraron los tetraedros metálicos de millones de años de edad, reliquias enigmáticas dejadas por una raza que era vieja antes de que el Hombre fuera joven.
Hasta ahora, la lección había sido general, diseñada para mostrar a Chan la estructura, economía e infraestructura del sistema solar. Ahora se convirtió en específica para el entrenamiento de los equipos perseguidores. El monitor cambió de nuevo la escala. Se movió más allá del sistema solar para considerar la geometría del Grupo Estelar. La región del espacio accesible era una vasta esfera de cincuenta y ocho años luz de diámetro, cuyo centro era el Sol. El Perímetro marcaba su frontera exterior. Las naves sonda, limitadas a un décimo de la velocidad de la luz, expandían la esfera unos diez años luz cada siglo. Los humanos no habían encontrado ninguna otra especie que poseyera el Enlace Mattin, así que el Perímetro continuaba centrado en el Sol. La comunicación con algo o alguien fuera del perímetro era impracticable... al menos hasta que la burbuja esférica del Perímetro se encontrara con una segunda burbuja impulsada por otra especie que también hubiera aprendido el secreto del Enlace Mattin.
(Los humanos habían hablado de esto durante siglos. Se habían escrito miles de papeles y millones de palabras, intentando analizar las implicaciones de tal encuentro. Igual que, en una etapa mucho más primaria, los escritores habían discutido el primer contacto con seres extraterrestres inteligentes. Como aquellos análisis, muchos de los nuevos escritos eran persuasivos y estaban bien argumentados... y se contradecían mutuamente.)
En la última parte de la lección, aparecieron en el interior de la esfera las estrellas natales de las otras tres especies inteligentes conocidas. Los Tubo-Rilla habían sido descubiertos, primero, en el sistema binario de Eta Cassiopea, a dieciocho años luz del Sol. A continuación, el Perímetro había alcanzado a los Metálicos, a veintitrés años luz de distancia. Su mundo natal era Mercantor, que circundaba la estrella Formalhaut. Y por fin, los recién llegados al Grupo Estelar, los Ángeles, vivían en un planeta que orbitaba Capella, a cuarenta y cinco años luz de la Tierra. Habían sido descubiertos por las sondas hacía solamente un siglo y medio. El lenguaje, civilización y procesos de pensamiento de los Ángeles continuaban siendo un misterio para los humanos.
En el último medio minuto de la lección, se añadieron imágenes de cada una de las especies. Habían sido proporcionadas por Kubo Flammarion, en un optimista intento encaminado a lograr que Chan se sintiera cómodo con las formas alienígenas. La pantalla mostró primero la temblorosa masa negropúrpura de un Compuesto Remiendo y después una visión ampliada de los componentes individuales de los que estaba hecho el Remiendo. Éstos eran unas criaturas sin patas, que volaban muy rápidas, de mínima inteligencia y el tamaño aproximado de un colibrí, y con solamente cincuenta gramos de masa. Los individuos poseían solamente el tejido nervioso necesario para permitirles moverse independientemente, sentir, alimentarse, multiplicarse y ensamblarse. Cada uno tenía un anillo de ojos en su cabeza roma, y largas antenas para permitir que se acoplaran a fin de formar un compuesto. Los componentes eran de un negro púrpura, con cuerpos brillantes y de aspecto pegajoso. Tatty los contempló fascinada. Lo lamentó cuando la pantalla cambió para mostrar los segmentos artrópodos y cilindricos de un Tubo-Rilla y por fin el follaje verde oscuro de un Ángel. Miró a Chan para ver cómo había reaccionado ante los alienígenas. No estaba mirando la pantalla. La miraba a ella.
—Chan —empezó a decir ella, molesta, y entonces vio su mueca de incomodidad. El muchacho gruñó y se llevó las manos a la cabeza—. Chan ¿qué es lo que te pasa?
—Cabeza mala —murmuró. Se frotaba las sienes, luego los ojos—. Imagen... me pone mala la cabeza.
¿Estaba en uno de los puntos críticos? Flammarion le había dicho que tenía que prestar especial atención a los dolores de cabeza. Podrían desembocar en fiebre, degeneración nerviosa y muerte rápida. Tatty se arrodilló a su lado, y le tomó la cabeza entre las manos.
—Déjame ver.
Él se quedó quieto, sin protestar, mientras ella le levantaba un párpado y le enfocaba con una linterna para observar el interior del ojo. Nada. No había ninguna de las inflamaciones rojas que asociaba con los efectos posteriores a la Estimulación. Su temperatura era normal también. Ahora llegaba el momento que estaba temiendo..., el ritual diario de obligar a Chan a entrar en aquella terrible máquina. Era un poco temprano, pero podría intentarlo.
Tatty suspiró y se levantó.
—Vamos, Chan —le tomó por el brazo y le condujo a la otra cámara.
Sorprendentemente, él no gritó, ni se esforzó por escapar y salir corriendo. ¿Estaba realmente enfermo?
—Chan, ¿te duele?
El la miró, y luego sacudió lentamente la cabeza.
—No duele.
Siguiendo sus instrucciones, se sentó en la silla del Estimulador y se dejó atar. Ella dudó antes de conectar el casco. Kubo Flammarion no le había dicho nada ante un caso como éste. El protocolo demandaba tratamiento diario. Pero si Chan se sentía realmente mal, ¿qué le haría la exposición al estimulador?
Tatty conectó por fin la máquina. Normalmente, no podía soportarlo y no miraba, pero ahora se sentía obligada a hacerlo.
Durante unos minutos, Chan estuvo tranquilo, con los ojos cerrados. Había algunas arrugas en su frente, y agarraba tan fuerte los brazos de la silla que los tendones de sus manos resaltaban blancos y prominentes.
De pronto empezó a quejarse; un sonido largo y silencioso en el interior de su garganta. Tatty sabía bien lo que era, el ruido que Chan hacía cuando la energía se aproximaba a su punto culminante. Al principio no se advertía nada, pero dentro del cráneo de Chan se generaba una compleja serie de campos a través de ambos hemisferios cerebrales. Las pautas naturales de actividad eléctrica dentro del cerebro eran detectadas por el Estimulador, moduladas y realimentadas a una intensidad bastamente aumentada. Al mismo tiempo, se inhibía el control motor del cuerpo. Esto era necesario para impedir que Chan se hiciera pedazos él mismo con alguna respuesta muscular incontrolada. Las sacudidas espasmódicas, que el cuerpo aún producía, eran a veces espectaculares, pero Flammarion había dejado claro que no tenían ninguna relación con lo que Chan sentía. Las agonías que experimentaba, sin embargo, eran bastante reales. Se alzaban en el cerebro mismo, un dolor mucho más intenso que cualquier cosa de origen físico.
Una crisis se aproximaba. Chan había empezado a moverse locamente en la silla. Su cara estaba roja, y las venas de su cuello y frente se marcaban como cuerdas de color púrpura. Sofocado por la sangre, los puntos que indicaban las inyecciones sobre sus brazos desnudos se mostraban como brillantes estigmas. En este punto de cada tratamiento, Tatty siempre temía que Chan fuera a morir de paro cardíaco o apoplejía. Cuando el monitor del Estimulador llegó a un estallido final de actividad, un chillido agudo y desesperado llenó la sala. Se cortó bruscamente. Chan cayó de repente adelante, contra los lazos que le ataban, y permaneció inmóvil en la silla.
Aterrorizada, Tatty corrió a su lado. Esto no había sucedido nunca. Miró los monitores, y sintió alivio al ver que el pulso de Chan era todavía fuerte, pero era muy rápido, y su tensión sanguínea perturbadoramente alta. Le puso la mano en el hombro y lo sacudió. La actividad del Estimulador registraba cero. El tratamiento debería haber terminado. Normalmente, en este punto Chan se despertaba y lloraba; ella lo tomaba en sus brazos, le ayudaba a levantarse, lo abrazaba fuertemente y lo consolaba. Según Flammarion, ese apoyo psicológico era sumamente importante para prevenir una reversión catatónica. Pero ahora...
—¡Chan! ¿Puedes oírme?
Los párpados se movieron un poco. Los ojos se abrían. Al principio, solamente fue visible el blanco, luego los iris azules aparecieron lentamente. Chan suspiró y se pasó la lengua por los labios. De pronto miró a Tatty y frunció el ceño, corno si no la hubiera visto nunca antes.
—¿Tatty? —preguntó, dubitativo.
—¡Ohhhh! —Tatty dejó escapar un profundo suspiro de alivio. Cogió la cara de Chan con las manos y le hizo reposar la cabeza sobre el hombro—. Ea, ea, mi Chan, mi niño —su voz era tranquilizadora—. Descansa, relájate. Estarás bien en unos cuantos minutos.
—¡No!
Chan se apartó de ella y, dando un salvaje grito de angustia, salió corriendo de la sala y se dirigió al corredor, tropezando y apoyándose contra las paredes.
Tatty sintió miedo. Algo era diferente... y terriblemente malo. Después de una sesión con el Estimulador, Chan siempre necesitaba un sedante, y luego dormía.
Cogió el trazador y su maletín de anestésicos y corrió tras él por los túneles de Horus.
Al cabo de unos pocos minutos se dio cuenta de que él no seguía su rumbo habitual. Normalmente, Chan era completamente predecible, huyendo una y otra vez del Estimulador por las mismas direcciones. Esta vez, se dirigía a otra dirección, cambiaba, doblaba, evitaba los callejones sin salida, alejándose cada vez más de ella.
Se apresuró. No había ninguna posibilidad de que pudiera escapar. Horus era una instalación de máxima seguridad, y Tatty había comprobado por sí misma todas las posibles vías de escape sin esperanza. Todo lo que podría hacer era retrasar el momento en que lo descubriera y capturara... y en efecto eso hacía.
Incluso con la ayuda del trazador, necesitó casi media hora para encontrarlo. Estaba en el punto más lejano de los túneles. Cuando por fin se acercó a él, estaba sentado tranquilamente junto a una antigua máquina excavadora, contemplando, ausente, sus nódulos de descomposición molecular. Tatty se acercó a él, cansada. Si era necesario, le dispararía el tranquilizador desde diez metros de distancia.
—Chan —llamó suavemente.
—Aquí, Tatty.
—¿Estás bien?
Vio que había estado llorando, y las lágrimas aún brillaban en sus mejillas.
—No. Quiero decir... no lo sé. Estaba bien antes, ahora no.
Tatty sintió que se le ponía la carne de gallina. La articulación de las palabras era extraña, todavía con el tono infantil que Chan usaba siempre, pero su cadencia y significado habían cambiado por completo. Le estaba hablando un desconocido.
—Chan, hablas de modo diferente. ¿Cómo te encuentras?
Él guardó silencio largo rato. Pero no era el silencio habitual de indiferencia; parecía estar ponderando sus palabras, encontrando dificultad en hablar. Dos veces empezó a hacerlo, y las dos se detuvo antes de decir nada.
—Me siento... extraño —dijo por fin—. Igual, pero no es lo mismo. Todas las cosas están... mezcladas. No sé más, las mismas cosas están en mi cabeza, pero ahora... —frunció el ceño—. Son las mismas cosas, pero no son las mismas. Ahora puedo verlas; antes, no las advertía.
Se detuvo, y se tambaleó. Tanteó ciegamente con una mano contra la pared, para no caer.
—Me siento... como...
Se deslizó lentamente hacia el suelo. Tatty se apresuró a cogerlo. Esta vez, agradeció la baja gravedad de Horus. Podría llevar a Chan de nuevo a su habitación sin problemas, y hacer que el médico electrónico le examinara.
De vuelta a la habitación, Chan continuó inconsciente. Pero todos sus signos vitales eran fuertes, y todos los indicativos mostraban normalidad. Tatty se sentó en la cama junto a él. Quería enviar una señal a Ceres, pero al mismo tiempo no quería dejarlo solo. Parecía estable, pero ¿y si sufría alguna recaída mientras ella no estaba? Era la única persona que podía salvarle. Más aún, si éste era el avance definitivo, tenía que estar presente cuando despertara. Flammarion había hecho especial hincapié en esto. Chan necesitaría su ayuda en las próximas horas.
Tatty se dirigió por fin a la habitación contigua, preparó un contenedor de bebida y un par de paquetes de provisiones, y regresó presurosa a sentarse de nuevo junto a Chan. Mientras comía, él permaneció inconsciente, pero empezó a murmurar y a agitarse en su sueño. Tatty miró el reloj. Pronto sería la hora de su sueño normal. Redujo la potencia de las luces y se tendió a su lado.
Su vigilia no era nada nuevo. A menudo, después de la sesión en el Estimulador, se había sentado junto a él y le había contado historias hasta que se quedaba dormido. Poco después de su llegada a Horus, Tatty había cambiado la cama de Chan por una más amplia, en la que poder tumbarse junto a él y contarle cuentos sencillos sobre la Tierra y la vida en los Gallimaufries, hasta que finalmente las lágrimas cesaban y el cansancio podía con él.
Chan gruñó y sacudió la cabeza, después suspiró y se acercó más a ella. Su frente estaba cubierta por una película de sudor, pero no tenía fiebre. Tatty cerró los ojos y dejó que su mente divagara. Acababa de comprender las implicaciones de lo que había pasado hoy. Si Chan había alcanzado el despliegue crucial, tal vez estuviera en camino de conseguir una inteligencia normal. Ésa era una noticia maravillosa. Sentía un cariño por Chan como no lo había sentido por nadie. Y tenía que llamar a Leah. Pero había otras implicaciones... grandes implicaciones.
Si el tratamiento está a punto de terminar, ¡seré libre! Libre de esta prisión, libre para regresar a la Tierra. Sólo han pasado dos meses, pero siento como si hubiera estado aquí toda la vida. ¿Podré volver ahora?... ¿Y qué haré con Esro?
—¡Tatty! —exclamó Chan de repente, y se incorporó y la agarró por la mano con tanta fuerza que ella gritó de dolor.
—Estoy aquí —Tatty le abrazó—. Todo va bien. Todo va bien, Chan.
—No —Chan apoyó la cabeza en su pecho—. No va bien. Tatty, me conocías... sabías lo que era. Y ahora todo es... duro. Todo es... ¿cuál es la palabra?... ¿complicado? Y antes todo era simple.
—Así es el mundo real, Chan.
—Pero es tan... Tatty, no me gusta. Estoy asustado.
—Tranquilo. Abrázate a mí, Chan. Tienes razón, no es fácil. No es fácil ser humano. Pero tienes buenos amigos. Todos te ayudaremos.
Él asintió, todavía con la cabeza apoyada en su pecho. Pero empezó a llorar de nuevo, gemidos profundos que continuaron un minuto tras otro. Tatty sintió que las lágrimas inundaban sus propios ojos. Había parecido tan obvio que Chan se sentiría mejor si el Estimulador funcionaba... Ahora, sintió pena por la pérdida del niño inocente.
Ella lo apretó contra sí, agarrando su cabeza y palmeándole los hombros. Después de unos minutos, advirtió otro cambio en él, un cambio que la llenó de presentimientos, mezclados con una anticipación temerosa. Chan despertaba también físicamente, y gemía y movía su cuerpo contra el de ella.
Kubo Flammarion le había dicho en su primer informe que esto podría suceder si el Estimulador realmente funcionaba. Le había advertido que rehusar a Chan podría hacerle retroceder, o crear un cambio psicológico permanente. Pero entonces había parecido demasiado improbable para preocuparse al respecto.
—¡Tatty! —la voz de Chan sonaba aterrorizada.
Guapo y hermosamente formado, no había sido consciente de su propia sexualidad. Ahora, un impulso incontrolable le poseía, y no tenía idea de lo que le sucedía.
Fue el miedo en su voz lo que hizo que Tatty pensara menos en sus propias preocupaciones.
—Todo va bien, Chan. No es nada malo. Déjame que te ayude.
Se inclinó sobre él, ayudando sus dedos inexpertos. Gentilmente, le guió a través de otro segmento crítico de su rito de paso de la infancia a la edad adulta.
Y mientras lo hacía, Tatty se despreció a sí misma. Odió su incapacidad para permanecer indiferente. Dos meses era mucho tiempo... demasiado. Su propia respuesta fue algo que podría intentar desterrar, pero no podía negarla. Tembló, dudó, se resistió, y finalmente gimió y atrajo a Chan hacia sí.
Mientras hacían el amor, él empezó a llorar de nuevo, y al alcanzar el clímax gritó el nombre de Leah.
En la cumbre de su propia pasión, Tatty lloró también. Sus lágrimas eran mudas. Pero pensó en Esro Mondrian, y al final susurró su nombre.