—¿Qué crees que estarán haciendo ahí dentro? —preguntó Brachis. Su cara estaba cenicienta, y había empezado a comerse las uñas. Los dos hombres seguían de pie fuera del atrio oscuro. Los embajadores llevaban más de dos horas en la sesión cerrada.
Mondrian sacudió la cabeza.
—¿Quién sabe? Tranquilízate, Luther. No te estás comportando como sueles. ¿No viniste aquí dispuesto a hacerme trizas?
—Naturalmente —Brachis se acarició la hilera de condecoraciones—. No soy distinto de ti. Te gustaría que mi grupo trabajara para tu departamento. No lo niegues. Sabes que te gustaría. Y a mí me gustaría controlar tu zona. Pero, qué diablo, eso no tiene nada que ver con esto. Tú y yo tenemos más cosas en común que con esos tres tipos. Me di cuenta de ello cuando les hablaba. Son menos humanos que una medusa.
Mondrian sonrió, una pequeña mueca de satisfacción interna.
—Menos mal que tu responsabilidad se detiene a un año luz de distancia. Resulta que esos de los que hablas son nuestros amigos. ¿Y por qué excluyes a Macdougal? Me gustan los Tubo-Rillas; al menos son divertidos, lo que no puedo decir de él. Preferiría estar con un Tubo-Rilla, o incluso con un Remiendo, antes que con nuestro amigo el embajador.
—Ni menciones a ese hijo de puta. ¿Oíste lo que dijo? Pretendía privarnos de nuestro rango. —Brachis se tocó de nuevo las condecoraciones—. ¿Y qué me dices de los Ángeles? ¿Cómo reaccionarán ante todo esto?
—Esa es otra cuestión. No me encuentro muy a gusto con ellos. Por eso me pregunto qué estará diciendo el Ángel con esa Audiencia Cerrada.
Inconscientemente, jugueteaba con el ópalo de fuego de su cuello, donde sus condecoraciones al servicio y el valor, parte obligatoria del uniforme de la Investigación de Fronteras, habían sido reducidas a puntos miniaturizados de luz dorada, que brillaban y resplandecían en las profundidades de la gema.
Brachis lo vio y sonrió.
—Eres un comediante, Esro —dijo—. Estás tan orgulloso de tus condecoraciones como yo de las mías. Pero no lo admites.
Mondrian suspiró.
—He trabajado para conseguirlas, como tú. Tal vez solamente valoro lo que estoy a punto de perder.
Los dos hombres permanecieron en silencio. Sus preguntas no fueron contestadas hasta pasada otra hora. Cuando finalmente la pantalla opaca se aclaró, Esro Mondrian y Luther Brachis descubrieron que en el atrio sólo había ahora ocupadas dos plazas. El Tubo-Rilla y Dougal Macdougal todavía estaban allí, pero el Ángel y el Remiendo habían desaparecido. Y Macdougal parecía como si hubiera visto un fantasma.
El Tubo-Rilla hizo un gesto a Mondrian y Brachis para que se acercaran.
—Hemos llegado a un acuerdo —la voz aún sonaba alegre, pero era un accidente de su mecanismo productor de sonido. Los Tubo-Rillas siempre sonaban así, contentos, pero la nerviosa agitación de sus miembros anteriores decía lo contrario—. Y ya que su embajador parece encontrarse... indispuesto, recae sobre mí el deber de comunicarles el resultado de nuestras deliberaciones.
El Tubo-Rilla les señaló los dos lugares vacíos, y la miserable figura de Dougal MacDougal.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Brachis.
—Un foco de disputa surgió entre su embajador y el embajador de los Ángeles. Los Ángeles tienen poderosos medios de persuasión, incluso a pesar de hallarse a tantos años luz de distancia. El embajador Macdougal se recuperará en cuestión de horas —el Tubo-Rilla agitó un miembro delantero para descartar el asunto—. Comandante Brachis, comandante Mondrian: atención. Por favor, guarden silencio mientras resumo nuestras deliberaciones y conclusiones. Primero, el tema de su responsabilidad.
Hubo una larga pausa. Mondrian y Brachis se petrificaron.
—Decidimos que ambos son responsables en este asunto —continuó el Tubo-Rilla—. Esro Mondrian por iniciar y aprobar un proyecto con enorme potencial de peligro; Luther Brachis por fallar al asegurarse que el seguimiento bajo su responsabilidad fuese llevado a cabo convenientemente, y permitir con ello la huida de las Criaturas de Morgan. Ambos son culpables en alto grado, pero Mondrian mucho más que Brachis. Su embajador insistió en que deberían ser relevados de sus cargos, despedidos del servicio de seguridad y desprovistos de sus privilegios.
Una vez más, Brachis se llevó la mano al pecho.
—Si pudiera añadir algo en nuestra defensa...
—Aún no —el Tubo-Rilla tenía problemas para conservar el autocontrol. Su modulador vocal empezó a temblar y sacudirse—. Por supuesto, como el embajador Ángel... sseñaló, no podíamos considerar semejante curso de acción. Sería absurdo. En cualquier sociedad civilizada, es el individuo o el grupo que crea el problema quien debe asumir naturalmente... la responsabilidad para ressolver el problema. La causa debe convertirse en la cura. La creación de las Criaturas de Morgan y su subsiguiente huida se derivan de sus acciones y de su inacción. Livia Morgan está... mmuerta. Y por tanto, la búsqueda de las Criaturas de Morgan debe recaer también en sus manos. Sabemos que los humanos tienen códigos de conducta bastante distintos de los del resto del Grupo Estelar, pero en este caso había poco que discutir. Fuimos... inflexibles.
Hubo un nuevo cambio en la figura del Tubo-Rilla. Cuando habló de nuevo, su voz era vibrante y ya no empleaba la pronunciación humana. Dominus tuvo que cortar y suministrar traducción por ordenador.
—A partir de hoy —dijo el Tubo-Rilla— se creará un nuevo grupo dentro de su departamento de Seguridad del Sistema. Su forma será conocida en la historia humana..., una «expedición militar», lo que su especie llama —hubo una pausa infinitesimal en la que Dominus buscó la palabra adecuada—, una Anabasis.
—¿Una qué? —estalló Brachis.
—Anabasis. No es una proposición muy halagüeña —dijo suavemente Mondrian—. Según recuerdo, la anabasis original fue derrotada y retirada. Mejor será que verifiquemos la traducción.
El Tubo-Rilla no prestó atención. Tenía algún problema, pues sus miembros se movían espasmódicamente y su tórax se agitaba.
—La Anabasis —continuó— será dirigida por Esro Mondrian, que tiene la responsabilidad principal del programa que nos ocupa ahora. Será ayudado por Luther Brachis. Su misión será simple: adiestrarán a Grupos Perseguidores para localizar las Criaturas fabricadas por Morgan y... seguirlas hasta sus... escondites.
Ahora ni siquiera el ordenador servía de ayuda. El discurso del Tubo-Rilla se hacía cada vez más fragmentado y desorganizado. La voz se convirtió en un chillido agudo y la gigantesca figura empezó a temblar y a sacudirse.
—Cada equipo perseguidor de la Anabasis contendrá... un miembro entrenado de cada una de las especies inteligentes... del Grupo Estelar... Ángel... Humano... y Tubo-Rilla. Los equipos perseguidores encontrarán a las Criaturas de Morgan y... si es necesario —la voz se convirtió en un chirrido—, las destruirán. Destruirán...
Y de repente el Tubo-Rilla desapareció. El Enlace se había roto. Brachis se volvió hacia Mondrian, perplejo.
—¿Qué demonios pasa aquí?
Mondrian se frotaba la mandíbula, acariciando con los dedos la fina línea de su barba.
—El Tubo-Rilla no ha podido soportarlo. ¡Claro que no! Debí haberlo imaginado. Ninguno de ellos puede. No me extraña que necesitaran una sesión a puerta cerrada con voto secreto.
—Pero ¿por qué? —se quejó Brachis.
Tener que verse bajo las órdenes de su rival Esro Mondrian había lastimado su orgullo.
—¡Piensa, Luther! Conoces tan bien como yo las reglas del Grupo Estelar. Primera Regla: la vida inteligente debe ser preservada y no ser destruida nunca, por ninguna razón. Esto es estricto a nivel individual y aún más estricto a nivel de especies. Y sin embargo, nos ordenan que busquemos a las Criaturas de Morgan y las destruyamos... a las únicas criaturas de su clase en todo el universo. Debe de haber sido una agonía para los embajadores alienígenas llegar a esa conclusión. ¿No has advertido en cómo se transformaron al contemplar las imágenes de la sonda en la Estación Tela de Araña? Nos han dicho hoy que somos la raza más agresiva que conocen..., pero deben de temer que somos bastante menos sanguinarios que las Criaturas de Morgan.
—Pero si no pueden soportar la violencia... ¿por qué insisten en que haya un miembro de cada raza en cada Equipo Perseguidor? ¿Qué sucederá cuando un equipo localice a una Criatura de Morgan y tenga que destruirla? Las otras especies se derrumbarán.
—Sí. Pero eso también tiene sentido para su forma de pensar. ¿Recuerdas la leyenda sobre los antiguos pelotones de fusilamiento, cuando a uno de los tiradores se le daba un cartucho de fogueo en lugar de una bala real? Es el mismo principio. Ninguna especie sabrá con seguridad si fue la responsable de la muerte de una Criatura de Morgan.
Luther Brachis se encogió de hombros.
—No nos comprenden. Nos preocupamos por las especies inteligentes, pero volaría en pedazos a cien de esas Criaturas de Morgan sin pensarlo dos veces, por el bien de la seguridad del Sistema. Ahora no sé si tendré la oportunidad. ¡Maldición, Mondrian! ¿Te das cuenta de lo que has sacado de esto? Lo que siempre has estado buscando. Estás más implicado que yo, así que me ponen a tu disposición. ¿Has visto alguna vez una lógica más absurda? Deberías estar sentado, quejándote de tus problemas, en vez de sonreír de oreja a oreja. Aunque la verdad es que no parece que sonrías demasiado.
—Me conoces, Luther. Podría estar sonriendo por dentro y nunca lo sabrías.
Y excepto por un factor —pensó Mondrian— podría estar sonriendo. Los embajadores están demasiado asustados por la existencia de las Criaturas de Morgan. Han dicho que las encontremos y las destruyamos. Eso no entra en mis planes. Las necesito con vida.
A: La Anabasis (Oficina del Director) De: La Oficina del embajador solar. Asunto: Instrucciones para la selección y creación de los Grupos Perseguidores.
Item uno: Los Grupos Perseguidores: Como se acordó en la reunión entre los embajadores, el 6/7/38, se establecerá un total de veinticinco grupos. La selección final de cada equipo la determinará la Anabasis en consulta con los embajadores.
ítem dos: Composición de los Grupos de Persecución: Como se acordó en la reunión entre los embajadores, cada grupo contendrá cuatro miembros: un Humano, un Compuesto Remiendo, un Ángel y un Tubo-Rilla. Los miembros de cada especie serán propuestos por esa misma especie. La Anabasis tendrá derecho a rehusar a los candidatos en base a incompatibilidad con otros miembros. Estos rechazos, sin embargo, deberán ser confirmados y aprobados por la oficina del embajador solar.
El capitán Kubo Flammarion frunció el ceño, se rascó la oreja izquierda con una uña sucia, gruñó, y subrayó la última frase que acababa de leer en el documento. Dougal Macdougal, una vez más, intentaba ponerse en medio. ¿Por qué tenían que pasar los rechazos de solicitudes por la oficina del embajador?
Resopló, se frotó la oreja con el lápiz y continuó leyendo.
ítem tres: Selección de candidatos a los Equipos Perseguidores del Sistema Solar. Los candidatos humanos deben ser voluntarios, de menos de veinticuatro años estándar de edad, en buenas condiciones físicas, y libres de compromisos sociales o matrimonio.
Item cuatro: Las especies. Los candidatos humanos deben ser homo sapiens, masculinos o femeninos, sin alterar. Quedan excluidas las formas sintéticas, pan sapiens, delphinus sapiens y las modulaciones Capman.
ítem cinco: Cualificaciones: Los miembros de los Equipos Perseguidores deben tener al menos una educación de Clase Cuatro (que debe conseguirse durante el entrenamiento). Los candidatos serán excluidos si tienen entrenamiento militar previo, o han suspendido pruebas psíquicas de interacción con alienígenas.
ítem seis: Entrenamiento...
Flammarion se detuvo y volvió a leer el punto anterior.
Imposible. ¿Qué demonios intentaba hacer Macdougal? Se encasquetó la gorra sobre la calva y se encaminó a la puerta contigua, la oficina de Esro Mondrian. Dio un golpecito con la palma de la mano en la puerta abierta y entró sin esperar respuesta.
—¿Ha visto esto? —colocó la hoja sobre la mesa, delante de su superior, con la seguridad que da la familiaridad—. Ha llegado hace menos de una hora. Se supone que tengo que reclutar a los candidatos para los equipos perseguidores, ¿no? Eche un vistazo. Macdougal ha puesto tantas condiciones que creo que no vamos a encontrar a nadie aceptable en todo el sistema.
Su cara mustia estaba contraída. Un largo servicio fuera del Perímetro había creado en él tres síntomas permanentes: envejecimiento prematuro, total falta de interés en su higiene personal y una ira permanente contra los procedimientos burocráticos. Durante cuatro años había sido el ayudante principal de Esro Mondrian. Otros se preguntaban por qué soportaba Mondrian su aspecto desaliñado, su actitud poco respetuosa y sus periódicos estallidos de cólera. Mondrian tenía dos buenas razones: Kubo Flammarion se dedicaba totalmente a su trabajo y, aún mejor, sabía dónde enterrar los cadáveres. No conservaba archivos escritos, pero cuando Mondrian necesitaba mover los hilos para arrancar un permiso especial de Transportes o una respuesta rápida de Cuarentena, Flammarion podía remover la suciedad. Algún administrador o secretario recibía una llamada y el permiso aparecía mágicamente. A veces, Mondrian se preguntaba qué extraños hechos sobre su persona había archivado Kubo Flammarion en el interior de su cerebro. Era demasiado inteligente para preguntárselo.
—Ya he visto el documento —dijo tranquilamente—. Y el comandante Brachis ya le ha echado un vistazo. Por una vez, no es culpa de Macdougal. Las condiciones proceden de los otros miembros del Grupo Estelar.
—Sí, pero ¿con qué fuerza protestó Macdougal? —señaló la página—. Aquí está la cuestión. Tenemos que encontrar candidatos sin entrenamiento. ¡Eso excluye a todo el mundo! Todo el mundo en la Federación Solar, hombre o mujer, cumple el servicio estándar.
—Todo el mundo por encima de los dieciséis años, capitán —dijo Mondrian.
—Sí, pero antes de tener los dieciséis están protegidos por el estatuto paterno —Flammarion se enfurecía cada vez más—. No podemos tocarlos antes de esa edad, y entonces se van derechos a la reserva de seguridad. Estas instrucciones hacen que el asunto sea completamente imposible.
—No del todo. Encontraremos los candidatos.
Mondrian volvió la mirada hacia el modelo tridimensional de la Esfera, pensativo, mientras se echaba hacia atrás. El modelo mostraba la situación y la identificación de cada estrella en su interior, coloreadas siguiendo un código de tipo espectral. Las colonias eran magenta, y las estaciones de seguridad estaban marcadas con brillantes puntos azules.
La Esfera tenía ahora un radio de casi cincuenta y ocho años luz, con su centro en el Sol. Marcaba el territorio en que podía cumplirse la transmisión instantánea de mensajes o de materiales. Las sondas principales contenían sus propios Enlaces Mattin. A través de ellas, podía transferirse más equipo, incluyendo otros Enlaces. Cada siglo, las sondas extendían el Perímetro en casi diez años luz. Y en alguna parte, alrededor de ese Perímetro, en la esfera de tres años luz que contenía el poco explorado Estrato Fronterizo, se encontraban ahora las Criaturas de Morgan.
—¿Dónde, por el amor de Shannon? —estalló Flammarion—. ¿Quiere decir que los encontraremos ahí fuera? —había malinterpretado la mirada de Mondrian—. ¿Piensa que podremos encontrar candidatos en las colonias? Yo creo que no. Necesitan toda la ayuda posible para sus propios proyectos.
—Eso es muy cierto, capitán. No me refiero a las colonias.
—¿No? —Flammarion se rascó la barbilla—. ¡Entonces es imposible!
Mondrian se dio la vuelta para mirar otra pared de la oficina, donde una pantalla mostraba a Ceres orbitando alrededor del Sol.
—No imposible. Sólo muy difícil. No olvide que un planeta del sistema solar aún rehúsa formar parte de la Federación. Y la gente de allí siempre parece dispuesta a comerciar con sus servicios... si el precio es adecuado.
Presionó un control de su mesa y la pantalla cambió.
—¡La Tierra! —En la baja gravedad, Kubo Flammarion casi flotaba a fuerza de incredulidad—. ¿Se refiere a la Tierra? ¡No puede hablar en serio!
—¿Ha estado alguna vez allí, capitán?
—Claro, dos veces. Pero hace mucho tiempo, antes del servicio. Y ahora se supone que es aún peor que entonces. ¿Sabe cómo la llama Luther Brachis? ¡El mundo de los locos!
—¿De verdad? —Mondrian le dirigió una mirada larga y extraña. No elevó la voz, pero lo dijo en un tono frío y amargo que requirió atención completa por parte del otro hombre—. El mundo de los locos. ¿Debo asumir que está de acuerdo con él? Veo que sí. Muy bien, capitán. Déjeme decírselo de esta forma. Es usted libre para reunirse con el comandante Brachis para discutir los requerimientos de la oficina del embajador. Si puede traerme dentro de veinticuatro horas una propuesta que garantice el suministro de los candidatos humanos que necesitamos para los grupos perseguidores, la consideraré. Pero, a menos que eso suceda, hará los preparativos —preparativos inmediatos— para que usted, yo y el comandante Brachis visitemos ese «mundo loco». No aceptaré excusas ni retrasos.
Dio media vuelta de un modo tan brusco e inequívoco que Flammarion sintió como si la presencia de Mondrian se hubiera desvanecido de la sala.
—Muy bien, señor.
Kubo Flammarion se frotó la nariz con la manga y salió de la habitación casi de puntillas. En la puerta, echó un largo vistazo a la pantalla centelleante que ahora cubría el globo blanco y azul, cubierto de nubes, que era la Tierra.
—¡Mundo Loco! —murmuró—. Vamos a ir a Mundo Loco. ¡Que Shannon nos ayude!