14 EN CERES

Éstas son las Siete Maravillas del Sistema Solar:


* El Nexo de Vulcano.

* El Cosechador Oort.

* Las granjas marinas de Europa.

* El Sistema Elevador de Urano.

* El Enlace Mattin.

* Las Cúpulas de Venus.

* Los Tetraedros de Tortuga.

* La Cadena de fusión de Perséfona.

* La Cripta de Hiperión.

* La Estación Oberón.

* La Burbuja de Júpiter.

* Lagomarte.


Hay una docena de puntos en la lista. No se trata de un error. Aunque todo el mundo está de acuerdo en las cuatro primeras maravillas, las demás son motivo de fuertes discusiones. ¿Es la Cripta de Hiperión más impresionante que la Estación Oberón, simplemente porque es más grande? ¿Tiene más derecho a ser incluida la Burbuja de Júpiter que las Cúpulas de Venus, solamente porque es más difícil de mantener? ¿Cómo puede competir la sofisticación de la técnica contra la belleza y la elegancia, o —lo que es lo mismo—, contra la importancia para la raza humana? ¿Por qué los alienígenas se asombran tanto con el Cosechador y se aburren tanto con las granjas marinas? ¿Y es justo incluir los tetraedros metálicos de las Tortugas Áridas en la lista, si no son el resultado del esfuerzo humano?

Por alguna razón, nadie incluye la reconstrucción de Ceres en su catálogo de maravillas. Un planeta menor, de menos de mil kilómetros de diámetro, se ha convertido en el cuerpo más poblado e influyente del sistema solar. ¿No debería ser considerado un milagro importante?

Ah, pero el trabajo se realizó mucho tiempo atrás, usando la misma tecnología antiquísima que construyó los subterráneos de la Tierra y los Gallimaufries, y los resultados son demasiado familiares. Ceres no está incluida en la lista de nadie.

Debería estarlo. Después de siglos de intenso trabajo, la moderna Ceres posee menos de la mitad de la masa de la original. En lugar de un cuerpo de sólida roca con incursiones menores de material orgánico, Ceres es ahora un conjunto esculpido de conchas esféricas concéntricas. Una dentro de otra, variando en altura desde menos de diez metros a casi un kilómetro, las cámaras internas se extienden desde el centro del planetoide hasta la superficie. El cuerpo original ofrecía menos de dos millones de kilómetros cuadrados de área disponible; el trazado de la moderna Ceres se extiende a casi dos mil millones..., más de diez veces el área original de la Tierra.

Y por si Ceres no basta para calificarla, por sí sola, como una maravilla importante, entonces el término hay que aplicarlo seguramente a su sistema de transporte. Fue diseñado para mover personas y material con eficiencia a través del laberinto esférico y tridimensional de túneles y cámaras. Es una pesadilla topológica; un complejo entrelazado de vías de alta velocidad, caminos, pozos de gravedad, ascensores y pozos de gravedad. El viaje desde un punto a otro puede hacerse en menos de una hora... con la ayuda de un ordenador guía. Nadie lo intentaría sin eso. Un viaje sin guía, si tal cosa pudiera hacerse, llevaría días.

Después de unas pocas sesiones de instrucción a cargo de Kubo Flammarion, Tatty había alcanzado el punto en que podía manejar las instrucciones de ruta proporcionadas por el ordenador de viaje. Lo hacía con cautela, verificando cada intersección que encontraba en su camino. En su primera visita, antes de su estancia en Horus, había tenido que guiar a Chan por todas partes. Pero esta vez, él echó un vistazo al plano general, escuchó con impaciencia las instrucciones de Flammarion y desapareció de inmediato, hacía ya varias horas. Cuando regresó parecía haber recorrido todo el planetoide y conocer el trazado interno de Ceres al detalle.

Últimamente, Chan había estado evitando a Tatty, pero antes de que se marchara para cenar con Esro Mondrian, se presentó en sus habitaciones. Ella le miró con cautela. En Horus, antes del cambio de Chan, su conducta hacia él había sido bastante indiferente. Le había permitido verla desnuda en varias ocasiones. Ahora cerró la puerta del dormitorio cuando entró en él y echó el cerrojo tras ella. Extrañamente, Chan no se marchó. Se desesperó e impacientó en la cocina durante dos horas, mientras ella se bañaba y se vestía, y allí seguía cuando salió. Examinó su aspecto cuidadosamente, observándola mientras ella se miraba en el espejo. Llevaba un vestido blanco, sin mangas, con adornos de color malva pálido. Las marcas púrpura de los pinchazos de Paradox desaparecían lentamente de sus brazos; curiosamente, hacían juego con la ropa que llevaba.

Chan la miró a los ojos mientras ella se arreglaba el pelo.

—Muy... ¿elegante? ¿Es así como se dice?

—Así es. Gracias.

—Estás muy hermosa. Pero pensaba que prefinas ir al infierno antes que cenar con Mondrian.

Ella se volvió y le miró. Tenía la cara pálida.

—De acuerdo, Chan, está bien. ¿Qué es lo que quieres? Ya tengo bastantes preocupaciones sin que tú añadas ninguna más.

Él se encogió de hombros y no respondió. Pero, poco antes de que llegara Mondrian, se marchó del apartamento.

Tatty continuó maquillándose. A las siete menos un minuto se acercó a la puerta y la abrió. Sonrió satisfecha. Como esperaba, Mondrian estaba allí. Y como si lo hubieran planeado juntos, iba vestido con su uniforme negro adornado con el mismo malva pálido que ella llevaba. Parecía lleno de energía y nerviosismo. Se inclinó formalmente, y le besó la mano.

—Estás magnífica —dijo—. Ave Godiva se morirá de envidia.

Tatty negó con un movimiento de cabeza.

—Godiva Lomberd nunca envidia a nadie. No tiene necesidad.

Salió rápidamente y cerró la puerta, dejando bien claro que no pretendía invitar a Mondrian a que entrara en su apartamento. Él se quedó mirándola un momento y luego se encogió de hombros, la tomó del brazo y la condujo por el paseo.

—Pareces un poco trastornada, princesa. Espero que esta velada te relaje.

Tatty no replicó inmediatamente. Pensó que había visto la figura de Chan que se ocultaba delante de ellos.

—¿Qué crees que soy? —dijo por fin—. ¿Una especie de Artefacto, una esclava? ¿Algo que puedes almacenar cuando no lo necesitas y sacarlo cuando se te antoja?

—Sabes que no pienso así.

—¿Sí? ¿Y cuando me dejaste que me pudriera en Horus, y no me visitaste, ni me llamaste, ni enviaste un mensaje? Esta velada se supone que debe relajarme... ¿cómo voy a hacerlo si nunca sé qué esperar de ti? Me trataste peor que si me hubieras almacenado. Al menos, si eso hubiera pasado, habría estado inconsciente. No habría visto cómo mi vida se malgasta y los meses y meses se me van, esperando.

Intentó liberar la mano de su abrazo. Mondrian no se lo permitió. Suspiró.

—Sé que un solo mes en Horus puede parecer un año. Pero ¿de verdad fueron en vano? Chan es ahora una persona completa, en vez de un bebé. Nadie llamaría a eso malgastar el tiempo.

Se detuvo, agarrando aún su brazo con tanta fuerza que ella tuvo que volverse a mirarlo. Tatty era al menos doce centímetros más alta que él, y le miró furiosamente a los ojos, que permanecían en calma. Después de unos segundos de silencio, Mondrian sacudió tristemente la cabeza.

—Princesa, si piensas tan mal de mí, entonces ¿por qué accediste a venir a cenar? Todos estos meses he sabido exactamente por lo que has estado pasando. Te lo dije al principio. Necesitaba a alguien en quien pudiera confiar por completo... porque no estaba seguro de poder echar un vistazo en persona al desarrollo de las cosas. ¿Sabes por qué no fui a Horus? Porque no pude. No me estaba divirtiendo. Estaba ocupado. Más ocupado de lo que he estado nunca en toda mi vida.

—Encontraste tiempo para hacer una escapada a la Tierra. ¿Qué hiciste allí?

Ella había esperado casi cualquier respuesta, menos la que obtuvo. Mondrian, simplemente, volvió a sacudir la cabeza.

—No puedo decírtelo. Tendrás que aceptar mi palabra, Tatiana. Fue un asunto de negocios, no de placer. Pero no puedo decirte lo que fue.

Tatty empezó a sentir la culpabilidad que solamente Esro Mondrian era capaz de crear en su interior. Empezó a pensar que ella era la incomprensiva, la cruel, la mujer que censuraba y reprendía a un hombre desesperadamente ocupado. Sabía lo mucho que trabajaba. ¿Cuántas veces se había despertado, muy temprano por la mañana, para descubrir que Mondrian se había marchado de su lado? Demasiadas para contarlas. Pero no le era infiel. Estaría en la habitación de al lado, escribiendo, dictando, haciendo llamadas, preocupándose. Su único rival era su trabajo. Y sabía esto desde hacía años.

Mondrian se empinó y le acarició suavemente la mejilla. Parecía muy afectado.

—No estés triste, princesa. Pensé que esta noche sería una ocasión feliz... la oportunidad de ver otra vez a Godiva, como en los viejos tiempos. ¿No podemos intentar divertirnos?

Tatty puso su mano en la suya. Se dieron la vuelta y comenzaron a andar de nuevo, juntos.

—Lo intentaré, Esro. Pero aquí todo es tan extraño para mí. No se parece a la Tierra. Apenas pude creerlo cuando supe que Godiva había venido a vivir aquí con Luther Brachis.

—Supongo que debo aceptar la responsabilidad de eso. Hice que Godiva conociera a Luther para que así me pasara información —se echó a reír—. No fue una buena idea, ¿verdad? Después de las primeras semanas me dijo que no podría decirme nada más, y lo siguiente que supe fue que estaba aquí con él. ¿He juzgado mal al Ave Godiva? La conoces mejor que yo. Pensé que comprendía lo que quería, lo que es realmente. Ahora no estoy seguro.

—Es una persona reservada... difícil de conocer. La vi por primera vez hace cuatro años, en el Solsticio de invierno. Las dos asistíamos al Gilravage, la gran fiesta de los niveles inferiores. Ella hizo una representación. Danzó encarnando a Afrodita. Causó sensación. Después de eso, nos encontramos a menudo.

—¿De dónde procedía?

—De ninguna parte en especial. De algún lugar de los Gallimaufries. Supongo que será una común. Si no, nunca habla de su familia. Las primeras veces la odiaba... todas las mujeres lo hacen, instintivamente. Nos sentimos como si consiguiera todo lo que quiere, y contra eso no tenemos defensas. Pero después me di cuenta de que es una buena persona.

—¿La puta con el corazón de oro?

—Más o menos. ¿Sabes?, no creo que Godiva sea brillante, como tú o yo. Sólo hace lo que puede con lo que tiene. Nació con ciertas características únicas, y las utiliza. Sexo a cambio de dinero, no lo veo como un pecado tan grave. Los que fueron con ella lo pasaron bien. Godiva nunca dio falsas expectativas, ni le hizo daño a nadie.

—¿Ni siquiera cuando los espiaba? —Se acercaban al restaurante, y Mondrian redujo el ritmo de sus pasos—. ¿No crees que sus acciones puedan haber dañado a Luther Brachis?

—Seguramente. Pero ésta fue acción tuya, en realidad, no de ella... e incluso cuando vigilaba a Brachis para ti, realmente no pretendía hacerle daño.

—¿Qué pasaba cuando un hombre se enamoraba de ella?

—Es gracioso, pero nadie lo hizo nunca. Lo manejaba todo sobre una base comercial..., debe de haber amasado una fortuna. Pero nunca había aceptado una relación permanente. Hasta Luther Brachis.

Tatty se volvió para mirar a Mondrian. Se habían detenido ante la entrada del restaurante. Por encima de su hombro, divisó otra vez la inquietante figura alta que se perdía en las sombras al lado del corredor. ¿Aún les seguía Chan?

—Mira —dijo, mirando alrededor—, si quieres interrogarme sobre Godiva, hazlo después de cenar. Tengo hambre, y no has hecho más que acosarme a preguntas. Entremos.

Mondrian sonrió.

—Lo siento. Tienes razón —se adelantó y las puertas de cristal se abrieron ante ellos—. Me conoces, y sabes que soy muy curioso. Pero te prometo que no te preguntaré nada más sobre Godiva.

—No hará falta —Tatty se agachó para poder entrar—. Ahí la tienes en persona.

Eran puntuales, pero Luther Brachis y Godiva Lomberd debían de haber llegado con antelación. Una atractiva mujer rubia se dirigía al área de las mesas desde un reservado. Pudieron ver que tenía una sonrisa ausente en la cara.

—Mira esa manera de andar —dijo Tatty—. No debería estar permitida. Es totalmente natural, y Godiva no lo hace a propósito, pero diez mil millones de mujeres la matarían por hacerlo.

Godiva Lomberd vestía un traje color amarillo pálido, de cuello alto y mangas largas. Cuando andaba, el vestido ondulaba con ritmo propio. Ningún observador podía ignorar el exótico cuerpo en su interior, la carne suave y cálida que se agitaba bajo la ropa.

Mondrian asintió, con una sonrisa confundida en la cara.

—Puede que te cueste trabajo creerlo, Tatty, pero la verdad es que había olvidado ese fenómeno. Está en un campo gravitatorio de un cuarto de g, y sin embargo tiene el mismo aspecto y se mueve igual.

—Y probablemente lo hará así siempre. No ha envejecido un solo día desde que la vi por primera vez. ¿Recuerdas lo que te dije antes de que la conocieras?

—Dijiste que nadie podía contemplar al Ave Godiva sin darse cuenta de que debajo de la ropa estaba desnuda. Me reí de ti. Pero tenías razón.

No llamaron a Godiva, sino que la siguieron a la mesa, que se encontraba en la parte posterior del restaurante, en una sala poco iluminada reservada para aquellos que querían un servicio discreto sin llamar la atención. Ninguna de las otras mesas estaba ocupada, y Luther Brachis estaba sentado solo, mirando el menú. Cuando llegaron junto a él, se levantó de inmediato y saludó a Tatty cordialmente.

Ella no le había visto desde que estuvieron juntos en la Tierra, y se sorprendió por el cambio operado en él. Todavía seguía en soberbia forma física, pero ahora su cara era más alegre y animada. Había perdido entre cinco y diez kilos, y sus ojos brillaban de felicidad.

Brachis saludó con la cabeza a Mondrian y se volvió a mirar a Tatty.

—No sé si debería cenar contigo, aunque el comandante Mondrian lo requirió así particularmente. Tengo entendido que gracias a ti voy a perder mi servicio de rastreo —se volvió hacia Godiva—. ¿Qué podemos hacer respecto a eso, querida? El éxito de Tattiana con Chancellor Dalton me ha hecho perder mi apuesta.

Godiva sonrió, una sonrisa amplia y ensoñadora.

—No podría enfadarme nunca con Tatty o con el comandante Mondrian. Son los que hicieron posible que te conociera.

Miró amorosamente a Brachis. Su boca era ancha y sus labios carnosos en una cara que era ligeramente demasiado gruesa, con mejillas rojas. Los ojos, de color azul pálido, contenían una expresión confiada. Su barbilla era quizá demasiado larga, y su nariz un poco asimétrica, la frente una pizca demasiado alta. Cualquier análisis de los rasgos individuales siempre conduciría a algo de belleza pero no excepcional. Sin embargo, el conjunto era mucho más que la suma de las partes. Godiva, al completo, era sorprendente. Captaba la atención de tal manera que, inevitablemente, en una habitación llena de gente siempre era el centro de la atención.

Brachis se encogió de hombros y se volvió hacia Mondrian.

—Ya ves mi problema. Si me enfado con la princesa Tatiana, Godiva lo interpretará como una falta de cariño hacia ella.

Se echó a reír e hizo un gesto para que todos se sentaran. Mondrian ignoró la indicación de que se sentara frente a Godiva y lo hizo frente a Brachis. Al hacerlo, pidió disculpas a Tatty y Godiva.

—¿Os importaría concedernos un par de minutos para que hablemos de asuntos privados referidos a la seguridad? Os prometo que después no volveremos a hablar de negocios en toda la noche.

Godiva simplemente sonrió y no dijo nada, pero Tatty se levantó de inmediato.

—Vamos, pajarito. No nos hace falta oír su aburrida charla. Puedes enseñarme este lugar. No sé dónde estamos.

Lo dijo con tono alegre, pero Brachis frunció el ceño cuando Mondrian se sentó.

—¿Cuál es el juego, Esro? Me dijiste que Tatiana quería cenar con Godiva esta noche... y que no habría trabajo. Accedí solamente por eso.

—Lo sé —Mondrian se inclinó hacia adelante y habló rápidamente y en susurros—. Esto es nuevo, es urgente, y podremos solucionarlo en dos minutos si me das una respuesta directa; ¿has estado recibiendo interferencias por parte de Dougal Macdougal?

Brachis frunció el ceño y su expresión cambió de repente, adquiriendo un matiz asesino.

—Sí. Interferencia constante. No puedo hacer absolutamente nada sin tener detrás su nariz. Y es el embajador estelar, así que no le puedo decir que se marche. Ese tipo es un auténtico sabueso.

—Lo es. Y no hemos llegado todavía a la parte difícil... Espera a que la Anabasis se las vea con las Criaturas de Morgan.

—Cierto. No podremos solucionar lo de esa Criatura de Travancore a menos que nos quitemos a Macdougal de en medio.

Mondrian asintió.

—Así que tenemos que hacerlo. No podemos permitirnos que esté detrás vigilándonos.

—Eso es fácil decirlo. —Brachis se mordió los labios y miró escéptico a Mondrian—. ¿Pero cómo hacerlo? Es inmune a las insinuaciones. Tendrías que matarlo para deshacerte de él.

—Conozco una forma mejor. Dougal Macdougal se mantendría aparte si los otros embajadores se lo dijeran. Sabes que se arrastra ante ellos.

—Eso es verdad. Pero no creo que ellos vayan a decírselo.

—Puede que sí —Mondrian bajó aún más el tono de su voz—. Puedo hacer que los Tubo-Rillas sugieran a los Ángeles y los Remiendos que nos den independencia absoluta para dirigir la Anabasis. Pero eso no resultaría a menos que hiciéramos un trato. Un trato auténtico. No mas sabotajes, no más trucos, no más trampas. —Mondrian sonrió sombríamente—. Hasta que la Anabasis termine, quiero decir. Naturalmente, después podremos volver a llevar nuestros negocios como de costumbre.

—¿Sabotajes? —Brachis se echó a reír—. ¿Por mi parte? ¡Ay, eres desconfiado por naturaleza! —Se reclinó en su asiento, silbó para sí y miró al techo—. Interesante —dijo por fin, dirigiendo al otro hombre una mirada calculadora—. Es una propuesta interesante. Espero que no creas que voy a tomar una decisión sin más información ni discutirlo antes.

—Debemos hacerlo... pero no esta noche. Sólo quería que empezaras a pensarlo.

—Lo has hecho. Daría cualquier cosa por deshacerme de Luther Brachis..., no ha sido más que una molestia. Pero me has contado solamente la mitad de la historia, ¿verdad? Ahora dime qué es lo que los Tubo-Rillas piden a cambio. Nadie da nada por nada. Ni ellos... ni tú.

—Por eso el trato entre nosotros es esencial. Los Tubo-Rillas quieren algo, cierto. Algo muy explícito. Quieren los planos secretos de la expansión humana más allá del Grupo Estelar.

—¿Los que? —Brachis dejó escapar un grito de incredulidad—. ¿Planes secretos de expansión? No hay tal cosa... Todo lo que hemos previsto hacer en el Perímetro está dicho, y ellos lo tienen.

—Lo sé. Pero los Tubo-Rillas no lo creen. Están convencidos de que tenemos otras intenciones que no les hemos contado. Tienes que recordar cómo piensan de los humanos. A sus ojos somos unos locos: agresivos, salvajes y peligrosos.

—No están lejos de la verdad, en cuanto a algunos —Brachis soltó una carcajada—. Somos bastante peligrosos. ¿Pero cómo vamos a poder darles planes de expansión si no los tenemos?

—Los hacemos... en secreto, tú y yo. Y dejamos caer unas cuantas palabras aquí y allá, diciendo que existen. Para empezar, podríamos darlo a entender en la oficina de Dougal Macdougal. Excepto Lotos Sheldrake, la información se filtra ahí como en un tamiz. El rumor llegará a los Tubo-Rillas y confirmará sus ideas. Y entonces nosotros les entregaremos los planes.

—¿Cómo?

—Déjame eso a mí. Tengo un sistema de entrega.

—¿Quieres decir que los Tubo-Rillas ya creen que eres un traidor?

—Ese concepto no existe en su vocabulario. Según su punto de vista, lo que estaríamos haciendo tú y yo sería dejar que la parte positiva de nuestra naturaleza triunfase sobre la maldad humana. Parece que no comprenden lo que es hacer trampas.

—Bueno, pues yo sí —Brachis asió el borde de la mesa y se inclinó hacia adelante—. Y tú también. ¿Cómo sé que esto no es uno de tus juegos, que me tienes preparado para algo?

—Me doy cuenta de que voy a tener que demostrártelo. —Mondrian se encogió de hombros—. Y estoy deseando hacerlo —movió ligeramente la cabeza—. Pero lo discutiremos más tarde. Ahí vienen Tatiana y Godiva.

Las dos mujeres habían aparecido a una docena de mesas de distancia. Un camarero las precedía, llevando una bandeja cubierta. Se adelantó, la colocó entre Mondrian y Brachis y se enderezó.

—Con los cumplidos de la casa —dijo haciendo una reverencia—. Disfrútenlo. Volveré en seguida para anotar su pedido —se marchó rápidamente, inclinando la cabeza servicialmente al pasar junto a Tatty y Godiva.

—Qué raro —dijo Brachis—. He estado antes aquí una docena de veces y no recuerdo que sirvieran aperitivos gratis.

Extendió la mano para alzar la tapa. Al hacerlo, el ópalo de fuego del cuello de Mondrian cambió repentinamente de color y empezó a pulsar con una vivida luz verde. Un silbido agudo surgió de la gema.

—¡Suelta eso! —Mondrian se puso en pie de un salto, miró a ambos lados y le quitó la bandeja a Brachis y la arrojó al otro lado de la sala—. ¡Todos al suelo!

Agarró la mesa y la colocó delante para que sirviera de escudo. Brachis se lanzó hacia Tatty y Godiva, las aferró por el brazo y las derribó al suelo, cubriéndolas con su cuerpo.

Hubo una profunda explosión y un brillante relámpago de luz blanca. La mesa que Mondrian sostenía voló violentamente hacia atrás, arrojándole sobre Brachis. Una fuerte detonación repercutió al otro lado de la mesa. Después hubo un silencio total y repentino.

Tatty advirtió que se encontraba tumbada en el suelo y le zumbaban los oídos. Sentía un dolor agudo que picoteaba todo su brazo izquierdo. Brachis y Mondrian estaban los dos encima suyo impidiéndole cualquier movimiento. Mientras intentaba salir de debajo, oyó una maldición y un gruñido de dolor.

—Agghh. Esro, por el amor de Dios, quítame la cabeza de las tripas. ¿Esro? ¡Esro!

El peso sobre ella cambió. Tatty pudo moverse a un lado y finalmente se arrastró hasta encontrarse libre. Se incorporó, consciente del embotamiento que sentía en la cabeza. La mesa, patas arriba, mostraba la superficie llena de grietas. El plástico aparecía resquebrajado, estampado con trocitos de metralla. A su izquierda, la pared mostraba las mismas señales de impacto. Godiva permanecía en pie al otro lado de la mesa. Parecía conmocionada, pero ilesa.

—Ayúdame —dijo Tatty.

Le hizo un gesto a Godiva para que le ayudara a quitar la mesa de encima de los dos hombres. Mondrian estaba inconsciente. Tatty se arrodilló y le miró primero la cara y después le tomó el pulso. Éste era lento y estable. Se dio cuenta, de manera casi abstracta, que su propio brazo izquierdo estaba herido y sangraba, marcado por docenas de fragmentos de metal.

Luther Brachis se puso en pie y se llevó las manos a la cabeza y miró alrededor. Su hombro izquierdo estaba salpicado de esquirlas de metal. El personal del restaurante había llegado corriendo y ahora les miraba, impotente.

—Hace falta atención médica —rugió Brachis—. ¿Han mandado llamar a alguno?

Uno de los camareros asintió.

—Muy bien —Brachis se acercó a Mondrian—. Llévenlo fuera, vivirá, pero tenemos que llevarlo a un hospital... rápido. Después... —de repente tembló, y puso sus brazos alrededor de Godiva. Su voz se convirtió en un susurro—. Después atraparé al hijo de puta que ha hecho esto.

Volvió a sacudir la cabeza, se miró el hombro, se tambaleó y empezó a caer. Tatty y Godiva corrieron hacia él y le depositaron con suavidad en el suelo. Sus manos se mancharon con la sangre fresca.

Tatty se las limpió, sin darse cuenta, en su vestido blanco. Mientras lo hacía, pensó en Chan Dalton. ¿Dónde estaba, qué había estado haciendo? Aquella foto de Mondrian, allá en Horus... había sido la espuela que había acicateado a Chan hacia la inteligencia. ¿Era éste el resultado?

No. ¡Por favor, Dios, no!

Pero Tatty estaba segura de que tenía razón. Ella había causado esta carnicería. Se arrodilló, rodeó a Esro Mondrian entre sus brazos y escondió la cabeza contra su túnica.


Había habido un terrible periodo en que todo el mundo se había precipitado sobre él. Había creado náusea, dolor, y una desorientación total. En ese tiempo, Chan habría dicho que nada podría ser peor que aquellos últimos minutos en el Estimulador Tolkov, y fue en ese momento cuando su inocencia murió.

Pero hay grados de tortura, refinamiento de dolor más allá de lo sencillo o lo inmediato. Un animal más complejo admite agonías más sutiles.

Éstas fueron viniendo más tarde, y de modo más gradual.

Chan no podía describir fácilmente sus sufrimientos con palabras. Sentía como si el nivel de iluminación del mundo que le rodeaba hubiera ido incrementándose lentamente, hora tras hora y día tras día. Cuando la luz había sido muy débil, allá en los días felices en la Tierra, no había visto casi nada del mundo. El Estimulador Tolkov había producido el primer flujo de luz. Y después el nivel de iluminación se había ido elevando, poco a poco, y los detalles se habían añadido de forma gradual... hasta llegar al punto de la incomodidad, y superarlo.

Ocasionalmente, un simple suceso producía una descarga, un cambio apreciable en el resplandor que le rodeaba. La visión de Esro Mondrian, ese día por la mañana, había hecho eso, justamente. Le trajo un torrente de nuevas sensaciones. Conocía a Mondrian... pero ¿cómo, y de dónde?

Chan caviló sobre esta pregunta mucho tiempo. Los rasgos aristocráticos y cansinos de Mondrian le eran familiares, más que su propia cara. Pero no podía decir por qué. El recuerdo estaba en su cerebro, y no tenía acceso a él. Pensar en eso hacía que su mente se encontrara en un bucle sin salida.

Por fin, Chan había deambulado desconsoladamente por el apartamento de Tatty. No tenía ninguna razón particular para ir allí, ninguna meta precisa en mente. Pero tal vez ella pudiera ayudarle, o al menos reconfortarle.

La había encontrado fría, remota y antipática. Ella hacía su propio viaje mental, y no admitía compañía. Cuando se metió en su dormitorio, él se quedó en su apartamento. Debería haberse marchado, pero sabía que no tenía ningún lugar al que ir. Por fin ella salió, vestida para su cita. Y fue entonces, al mirar por encima del hombro su reflejo en el espejo, cuando Chan se quedó desorientado y abatido. Por primera vez en su vida experimentó una sensación completa de autoconsciencia. Esa figura alta y rubia que le miraba desde el espejo con aquellos brillantes ojos azules... era él, Chancellor Vercingetorix Dalton, la suma única de pensamientos, emociones y memorias, en su marco familiar. Ahí estaba. Allí estaba su propia identidad.

Chan sintió ganas de gritar. En lugar de hacerlo, se marchó del apartamento; rápidamente, para que así la oportunidad de explorar el flujo de los pensamientos no se perdiera o se deformara si hablaba con otras personas. En el corredor, vio que Esro Mondrian se aproximaba. Eso simplemente se sumó a su tormenta interna de sentimientos.

Chan no quería hablar. Se escondió hasta que Mondrian pasó. Vigiló desde las sombras siguiendo a la pareja. No tenía más objetivo que una urgencia inarticulada por mantener a Mondrian a la vista.

En el restaurante, el camarero se interpuso amablemente en su camino. ¿Tenía reserva? Si no, ¿cuántos iban a cenar? Chan sacudió la cabeza sin hablar y se retiró, confundido. Erró por el corredor. La cabeza le ardía. Cambió de rumbo al azar en cada intersección y se dirigió arriba, abajo, al este, al oeste, al norte, al sur, por los convulsos interiores de Ceres. Por fin descubrió que había llegado a las cámaras de superficie, y vio, a través de las grandes mamparas transparentes, el enjambre de naves, grúas, torres de control y antenas que cubrían la periferia del planetoide. La superficie era un hervidero de actividad las veinticuatro horas del día.

Más allá de la superficie se extendían las silenciosas estrellas, Chan se sentó a mirarlas y meditar.

¿Qué era él? Hace un mes, un retrasado. Un marginado con el cerebro de un niño y el cuerpo de un hombre adulto. Sólo unos pocos días antes le había preguntado más detalles a Kubo Flammarion; antes de la estimulación, su cerebro no se había desarrollado. Comprendía eso, pero ¿por qué no lo había hecho? ¿La causa era química, fisiológica, psicológica, o qué era?

Flammarion simplemente había sacudido la cabeza. No conocían las respuestas. Chan había poseído siempre lo que parecía ser un cerebro perfectamente normal; y ahora después del tratamiento, tenía... un cerebro superior a lo normal, según todos los tests recientes.

Kubo Flammarion pareció contentarse con esa respuesta. No se daba cuenta de lo insuficiente que era para Chan. Si nadie podía explicar la fuente de la anormalidad, ¿qué seguridad había de que no fuera a sufrir una regresión? ¿Y en cuántas otras formas, menos fáciles de medir, podría ser anormal? ¿Cómo podría saber que lo era? Tal vez aún fuese un marginado total, un poco más inteligente.

Sin darse cuenta, Chan exploraba su propia cordura y su normalidad. El proceso era natural para la madurez humana, pero Chan lo hacía a una escala acelerada, intentando conseguir en semanas los ajustes que normalmente llevarían años. No tenía tiempo de examinar en las bibliotecas, de asimilar en millones de páginas y cinco mil años de experiencia humana común la reafirmación que necesitaba.

Chan contempló las estrellas, reflexionó, y no pudo encontrar respuestas aceptables. Se sintió confuso, sobrepasado por la inseguridad, el dolor y la pena.

La manera más fácil de evitar el dolor era alejarse de él, esconderse en el sueño y la inconsciencia. Miró el paisaje estrellado que se extendía ante sus ojos. Se sentía agotado. Y después de unos minutos, sus ojos se cerraron.

Siete horas más tarde se despertó en su apartamento, exhausto y con la cabeza vacía. No pudo decir dónde había estado ni lo que había hecho. Su último recuerdo era de él y Tatty, cuando contemplaron el reflejo de su traje de noche en el espejo. Siete horas de su vida habían desaparecido.

Chan no tenía fuerzas para levantarse de la cama. Cuando Tatty regresó, llevando el mismo vestido blanco, ahora salpicado con la sangre de Luther Brachis, Chan seguía aún allí. La miró y la escuchó con horror. Estaba preparado para creer las peores preocupaciones y suspicacias de Tatty.

Como había temido, era un monstruo. Antes de que ella terminara de hablar, Chan ya había decidido lo que debía hacer.

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