—¿Quién se atrevió a dar esa orden? —la voz de Mondrian era baja en volumen, pero estaba llena de autoridad—. ¿Fue lo bastante loco para hacerlo, sin darse cuenta de las consecuencias?
El técnico se apartó de la cabecera de la cama y miró suplicante a Tatty Snipes. Ella dio un paso adelante.
—Fui yo —dijo—. Esta gente solamente seguía mis órdenes.
Mondrian pareció sorprendido.
—¿Tú? No tienes autoridad aquí. ¿Cómo va a tener peso tu palabra?
—Muy sencillo. Di las instrucciones por escrito y usé el sello de tu oficina —se sentó al borde de la cama—. Si esperas que diga que lo siento, no lo haré. Te enviaré a que te examinen la cabeza otra vez por rayos X.
El técnico médico la miró horrorizado, y luego alzó la mirada hacia el techo como si esperara que de allí cayera un rayo.
—No te enojes, y no seas loco, Esro —continuó tranquilamente Tatty—. La opinión de los médicos fue unánime; tus posibilidades de recuperarte por completo aumentarían si permanecías bajo sedación total durante una semana. La semana se ha cumplido. Y te estás poniendo bien.
Mondrian sacudió la cabeza y rechinó los dientes por el dolor que esto le produjo.
—¡Una semana! Me tienes inconsciente durante toda una semana y actúas como si no fuera importante. Dios, Tatty, en una semana todo el sistema podría irse al infierno.
—Podría, pero no lo ha hecho. Luther Brachis se ha encargado de todo en tu ausencia.
—¡Brachis! ¿Y eso se supone que tiene que contribuir a tranquilizarme? —Mondrian se esforzó por sentarse en la cama—. ¿Ha tenido las manos libres para hacer lo que le apeteciera con mi personal y mis operaciones, y tú le animaste a hacerlo?
—Sabía que te preocuparías. Me dijo que te diera un mensaje. Acepta el trato del que hablasteis antes del atentado, y tratará de acercarse al embajador Macdougal, como sugeriste. Su preocupación principal era si recordarías vuestra conversación. Los doctores advirtieron sobre el peligro de amnesia.
—Lo recuerdo todo —Mondrian se llevó la mano izquierda a la frente, que todavía estaba cubierta con piel sintética—. ¿Cómo escapó sin heridas? Sé que os estaba protegiendo con el cuerpo a ti y a Godiva.
—También resultó herido, pero se le pudo tratar con anestesia local. De hecho, rehusó todos los sedantes. Debe estar hecho de hierro.
—Lo está. De hierro y de hielo. Excepto en lo relativo a Godiva. Está absorbido por ella. ¿Cómo se encuentra, por cierto?
—Tan tranquila como siempre. No sé cómo escapó, pero no se hizo ni un rasguño. Ya conoces al Ave Godiva; revolotea y no parece que nada la afecte.
Mondrian se recostó en la almohada.
—¿Notaste algún cambio en ella... antes de la explosión?
—¿Antes de la explosión? —Tatty frunció el ceño, perpleja.
—Sí. La conociste en la Tierra. Y dijiste que te sorprendió mucho cuando vino aquí con Luther Brachis. Así que me pregunté, cuando estabas con ella antes de la cena y yo charlaba con Brachis, si parecía... bueno, muy distinta,.
Tatty reflexionó un momento, mientras Mondrian se recostaba y la miraba con los ojos medio cerrados.
—Creo que entiendo lo que quieres decir. Parece la misma, y actúa casi igual que siempre. Pero, ahora que lo mencionas, hay una diferencia. Cada vez que me encontraba con ella en la Tierra, era muy consciente del dinero. No quiero decir que fuera avara, pero hablaba mucho sobre su necesidad de ganar más. Siempre tuve la sensación de que debía de estar gastando una fortuna en alguna parte. Era la cortesana más reputada del planeta, y sin embargo vivía sin lujos; comida simple, ropa simple. No había manera de que gastara más de lo que ganaba, pero siempre quería más. Ahora parece que nunca piensa en el dinero. Eso es un cambio. ¿Te refieres a eso?
—No estoy seguro. Pero es algo en lo que pensar.
Según Luther Brachis, Godiva no tenía un céntimo cuando la trajo aquí, ni dinero, ni más posesiones que su ropa. —Mondrian permaneció pensativo un momento y entonces se volvió hacia el técnico médico, que había estado escuchando interesado—. ¿Cuándo podré salir de aquí?
—Dentro de dos días. Y las visitas serán limitadas a una hora diaria.
—No. —Mondrian apartó las mantas y empezó a levantarse de la cama—. Esa respuesta es inaceptable. Tengo trabajo que hacer. Tráigame mi uniforme... de inmediato.
El técnico miró angustiado a Tatty, no encontró refuerzos en ella y negó con la cabeza débilmente. —Lo siento, señor. Carezco de autoridad para eso.
—Entonces vaya y encuentre a alguien que la tenga.
El técnico se marchó y se volvió para echar una mirada nerviosa desde la puerta. Mondrian se dirigió a Tatty.
—Supongo que ahora voy a tener que pelearme también contigo.
—En absoluto —sonrió Tatty fríamente—. Ya estás lo bastante recuperado para tomar las decisiones por ti mismo, Esro. Puedes irte al diablo si así quieres. Vine a decirte que me marcho de Ceres, y que ya tengo el permiso de salida.
—¿Adonde vas?
—De vuelta a casa. A la Tierra. Ya he tenido bastante de Horus y Ceres —se levantó—. Supongo que debería darte las gracias por haberme salvado la vida, pero quizás no sea lo apropiado. Fue culpa mía. Ésa es la otra razón por la que vine, para decirte que soy responsable de que intentaran asesinarte.
Mondrian se rió con aspereza.
—Si te vas a la Tierra, iré contigo. Tengo que hacer una visita en cuanto me dejen salir de aquí. Lo demás que dices son tonterías. No causaste el atentado, y no sé por qué piensas que lo hiciste. También resultaste herida, mira tu brazo.
—No puse la bomba, pero hice que la pusieran.
Mondrian extendió la mano para agarrar a Tatty y hacer que volviera a sentarse junto a la cama. Su presa fue mucho más fuerte de lo que ella había esperado. Tal vez podría marcharse inmediatamente.
—No puedes hacer una afirmación como ésa y no decir nada más. ¿Quién intentó matarnos?
—Chan Dalton. No intentaba matarnos..., iba a por ti. Dio la casualidad de que los demás estábamos allí.
—Tatty, estás delirando. ¿A dónde quieres llegar?
Tatty dudó y trató de disimular. Por fin, bajo presión, le contó a Mondrian toda la historia: los largos días en Horus, su creciente desesperación respecto a los progresos de Chan, su soledad, su ira contra Mondrian... y la utilización final de su retrato como objeto para que Chan lo odiase.
El escuchó, atento y comprensivo, y cuando terminó se recostó de nuevo en la almohada y sacudió la cabeza.
—No puedo probar que estés equivocada, pero miremos primero los hechos seguros. Primero, Chan debe haber sobornado al camarero. ¿Qué es lo que dice éste?
—No era un camarero de verdad. Desapareció después del atentado.
—Bueno, tal vez no fuera un camarero, pero ciertamente no era Chan Dalton. ¿Sabía Chan de antemano adonde íbamos a cenar?
—Dice que no..., simplemente nos siguió hasta allí.
—Muy bien. Entonces ¿cómo pudo conseguir que alguien preparara una bomba en ese momento? Eso requeriría una cuidadosa preparación y un plan previo. ¿Dónde podría encontrar Chan una bomba? Ha llegado a Ceres hace poco, y no tiene contactos en ninguna parte. Recuerda que Chan puede parecer que tiene veinte años, y Kubo dice que aprende las cosas rapidísimamente, pero en términos de contacto adulto con el mundo sólo tiene un par de meses de edad. Y ése es el punto más concluyente: Chan es un recién llegado aquí. Por más inteligente que sea ahora, no pudo obtener los materiales y el conocimiento necesarios en tan poco tiempo. Si no recuerda lo que estaba haciendo cuando sucedió el atentado, lo acepto. Pero la amnesia no es un crimen, y no creo que tenga nada que ver con la explosión. —Mondrian suspiró y se tocó suavemente la frente con la punta de los dedos—. Tráemelo. Déjame que hable con él diez minutos y te garantizo que probaré que no tiene nada que ver con el atentado. Lo probaré para tu satisfacción tanto como para la mía. ¿De acuerdo?
—No puedo traértelo —Tatty parecía agobiada. Su voz era seca y hosca—. Ya no está aquí. Esro, ¿sabes lo que hice? Chan nos siguió hasta el restaurante, entonces dice que tuvo una especie de apagón mental y no sabe lo que sucedió. Le dije que había causado el atentado, y que casi nos mató. Él se horrorizó, pero me creyó. No sabía qué hacer. Así que le ayudé..., le ayudé a escapar.
—¿De Ceres? Qué tontería. No podría hacerlo, necesitaría un permiso de desplazamiento.
—Esro, no comprendes. Ya lo tiene.
—¿Entonces quién fue el loco que le proporcionó uno? Le sacaré la piel a tiras.
—Tú lo hiciste. Recuerda que lo preparaste con antelación para que pudiera estar listo cuanto antes a fin de pasar al tratamiento con el equipo perseguidor. Le pedí a Kubo Flammarion que le hiciera el resto de los tests preliminares a la mayor brevedad posible, y Chan los aprobó fácilmente. Así que podía pasar a la siguiente fase, el entrenamiento con los alienígenas. Ahora no está en Ceres, sino en Barján. Entrenándose.
Lo que Tatty decía era casi correcto. Chan estaba entrenándose para formar parte del grupo perseguidor, pero no estaba en Barján en ese momento, sino a cuatro mil metros sobre la superficie del planeta en un aerocoche de seguridad, recibiendo su última lección sobre su manejo.
—Recuerda ahora —dijo la piloto alegremente—. Después de que me sueltes, estarás solo. Ninguna recogida, ninguna entrega. No nos envíes ningún mensaje hasta que hayas destruido a la Criatura Simulacro... o te rindas.
Se rió, como si su última sugerencia estuviera fuera de toda duda. La mujer era pequeña y regordeta, con ojos marrones de aspecto soñoliento. Cuando ella pilotaba, la nave parecía deslizarse sin problemas a través de los vientos cambiantes de Barján. Sólo cuando le dieron la oportunidad de tomar los controles, descubrió Chan que las corrientes de aire eran fuertes e impredecibles. Mantener el nivel del vuelo requería atención constante, y aterrizar y despegar en el planeta desértico era siempre peligroso.
Chan empezó a descender. A mil metros de altura comenzó a describir círculos, buscando el lugar de aterrizaje. Las sacudidas eran más fuertes y mantener la altitud constante requirió todos sus esfuerzos.
—¿Lo ha hecho alguien? —preguntó—. ¿Renunciar a destruir la Criatura Simulacro y pedir que lo devolvieran al punto de partida?
—No exactamente en la forma que estás pensando.
La piloto se rió tranquila, pero no perdía detalle. Sus manos no se alejaban más que unos milímetros del duplicado de los mandos. Chan agradecía que no los hubiera tocado mientras él pilotaba el aparato.
—Seréis el quinto grupo de entrenamiento aquí —continuó—. Y hasta ahora ya se ha graduado uno.
—¿Qué les pasó a los otros?
—Bueno, el primer grupo fue pan comido. Los dejé a los cuatro en el campamento. Uno cada vez: Humano, Remiendo, Ángel y Tubo-Rilla. Los cuatro descubrieron que podían trabajar bien juntos. Organizaron la búsqueda del Simulacro, lo encontraron en tres días y lo destruyeron. Fin de la historia. Sin problemas. Los enviamos de nuevo a Dembricot para sus preparativos finales; ahora deben de estar en Travancore, enfrentándose a la criatura real.
—¿Ése era el equipo de Leah Rainbow? —preguntó Chan ansiosamente.
Había localizado el área de aterrizaje e iniciaba la maniobra de aproximación.
—Claro. ¿La conoces? Chica lista. El primer grupo lo hizo tan bien que pensamos que todos los demás lo harían igual. Nos equivocamos de medio a medio. Llegó el segundo equipo. Una semana después, el Tubo-Rilla pidió que lo dieran de baja. Sin explicaciones. Ese equipo todavía está a la espera de otro Tubo-Rilla que ocupe la plaza del primero. El Equipo Tres... Tu alineamiento está bien, pero aterrizaríamos mejor si redujeras la velocidad. Eso es. Aguanta ahí. ¿Dónde estaba? El Equipo Tres. Bueno. Llegó, se llevaron bien entre sí, buscaron su Simulacro y lo encontraron. Pero los atrapó.
—¿Los mató?
—Demonios, no —la piloto se inclinó hacia atrás y cerró los ojos en cuanto la nave tocó el suelo, ligera como una pluma—. Los Simulis no matarían a ningún equipo, están diseñados para no hacerlo. Pero sí dan quebraderos de cabeza. Este, en concreto, se lo puso tan difícil que se separaron. Los recogí y todos se fueron a casa. Así que en ésas estamos, uno de tres. —Miró por la ventanilla y asintió con aprobación. Se habían posado en el centro exacto del círculo de aterrizaje—. Supongo que lo conseguiréis. El Equipo Cuatro fue el peor de todos. Se organizaron, buscaron el Simuli, lo encontraron y estuvieron a punto de mandarlo al diablo hecho pedazos. Y entonces la Tubo-Rilla no pudo soportarlo. Ni aunque fuera solamente un Artefacto Simulado. Y el humano del grupo —un tipo grande y rubio que no haría daño a una mosca— se volvió loco y quiso coserla a tiros. Lo habría hecho si el Remiendo no se hubiera metido de por medio. Pero eso convenció a todo el Grupo Estelar, una vez más, de que los humanos somos unos locos asesinos. Y si piensas que eso no causó un incidente interestelar, hizo la vida aquí más dura...
Se encogió de hombros y abrió la portezuela de la nave. Una ola de calor seco, como el aliento de un dragón, entró en la cabina.
—Eso es todo por mi parte. La nave es tuya ahora, hasta que encuentres al Simuli. Buena suerte.
Chan la llamó.
—Has visto a todos los otros grupos. ¿Cuál crees que es la posibilidad de éste?
La piloto se detuvo a punto de cerrar la puerta.
—Bueno, si crees que es un proceso aleatorio, la historia pasada dice que tus apuestas están una a cuatro. Pero quizá no sea tan aleatoria. Déjame hacerte una pregunta. Te he examinado a fondo esta última semana. No te va este trabajo. Con tu cara y tu cuerpo, eres un entretenimiento natural, público o privado. Cinco mil millones de mujeres querrían un trozo de ti. ¿Cómo es que te encuentras en un equipo perseguidor, justo en el culo del universo?
Chan dudó. Se preguntó si Leah le habría hablado de él y si lo que pretendía era recabar más detalles. Las oleadas de calor seco que entraban por la puerta abierta producían goterones de sudor en su cara y cuello, que se secaban en cuanto aparecían, pero la piloto parecía inmune a las condiciones exteriores. Esperaba su respuesta, y en su cara no había ninguna huella.
—Nací en la Tierra —dijo por fin—. Era un común, bajo contrato. Esto me permitió salir de allí. Y cuando se acabe podré hacer lo que quiera.
La piloto asintió.
—Ah. He oído hablar de la Tierra. Tal vez después de eso Barján no te parezca el culo del universo. Sé que Leah Rainbow parecía bastante contenta de estar aquí. ¿Te reclutaron de la misma manera que a ella?
—Sí. El comandante Mondrian nos escogió a los dos.
—Bien. Contestaré tu pregunta. Aumentaré vuestras probabilidades al cincuenta por ciento. Mondrian es tan duro como un Remiendo y tan frío como un Ángel, pero es listo el hijo de perra. Y no escoge perdedores —cerró la puerta y le sonrió a través de la ventanilla—. Normalmente. Pero hay excepciones para todo. Buena suerte de nuevo.
Le saludó con la mano y se dirigió a los edificios de servicio. Chan permaneció quieto en la nave, inspeccionando el paisaje alrededor. Estaban en las regiones polares de Barján, donde el invierno permitía sobrevivir a los humanos sin que hiciera falta un traje, excepto a medio día. La vegetación era de raíces profundas, con follaje verdiazulado. Crecía hacia arriba unos cincuenta metros o más en el mismo polo, dada la baja gravedad de Barján; aquí se mantenía pegada al suelo, enroscada para conservar la humedad. El suelo era seco, oscuro, basáltico y ondulante. Los vientos de la superficie levantaban la capa superior de polvo y la hacían formar montañas retorcidas de gris oscuro. Cerca del ecuador esa capa de arena tenía cientos de metros de profundidad, y los vientos la convertían en dunas barjanas que daban al planeta su nombre. Los soles gemelos de Eta Cassiopea se asomaban cerca del horizonte e iluminaban la escena con luz anaranjada. Y este paisaje reseco, según los informes, era la parte más atractiva del planeta.
Chan se preguntó dónde estaría escondido el Simulacro. Según esos mismos informes, podía sobrevivir en cualquier parte de Barján, incluso en las regiones ecuatoriales, donde sólo existían microorganismos.
Los tres edificios de servicio se encontraban a un kilómetro de donde había aterrizado la nave. Mientras miraba, Chan vio surgir un velo de color púrpura oscuro de uno de ellos. Cuando estaba a menos de cien metros de distancia, Chan volvió a abrir la puerta. Ya podían distinguirse los componentes individuales de la nube. Eran criaturas aladas de color negropurpúreo, cada una de ellas del tamaño de un colibrí. Treinta segundos más tarde, habían entrado en la nave y se movían por toda la parte trasera de la cabina.
Chan cerró la portezuela y se volvió para mirar. Aunque lo había visto en algunos informes, ésta era la primera vez que asistía a la formación de un Compuesto Remiendo.
Empezó con un componente —aparentemente arbitrario—, que revoloteó en el aire, con el cuerpo en vertical. El anillo de ojos verdes miró alrededor, como para calibrar la situación, mientras las alas se agitaban demasiado rápidas para que pudieran verse. Un momento después, otro componente voló para unirse a la cabeza, y un tercero lo hizo debajo. Entonces, antenas como látigos se conectaron entre sí. Un cuarto y un quinto elemento volaron hasta el núcleo del grupo.
Después, la suma fue demasiado rápida para que Chan pudiera ver las acciones individuales. A medida que se sumaban nuevos componentes, el Compuesto se ampliaba hacia afuera y hacia abajo para entrar en contacto con el suelo de la cabina. En menos de un minuto el cuerpo principal quedó completo. Para sorpresa de Chan —esto era algo que no había aparecido en sus informes—, la mayoría de los componentes individuales seguían sin unirse. De todos los que habían entrado en la cabina, tal vez una quinta pane se había reunido para formar una masa compacta sólida; el resto revoloteaba por el suelo de la cabina y se colgaba de las paredes usando las pequeñas garras situadas ante sus pequeñas alas como de cuero.
La masa del Compuesto Remiendo tenía una apertura como un embudo en su extremidad superior. De ahí surgió un soplido experimental.
—Ohhhahhhgggg. Hhooeehhh ooo —dijo. Y añadió, en una extraña variedad del Solar—: Hooleea. Hola.
Kubo Flammarion había advertido a Chan.
—Imagina —había dicho—, que alguien te desmontara cada noche y te volviera a unir por la mañana. ¿No crees que te costaría un poco volver a actuar? Bueno, pues eso les pasa a los Remiendos.
Chan encontró difícil imaginarlo, pero sospechaba que Kubo, alcohólico antiguo y reciente adicto a la paradoja, conocía bastante bien la típica sensación de la mañana siguiente.
—Hola —respondió al saludo del Remiendo, y esperó.
—Soommos —hubo una pausa sustancial—. Somos Shikari.
—Hola, Shikari. Llámame Chan.
—Shikari es una antigua palabra terrestre —dijo el Remiendo después de una larga pausa—. Significa Cazador. Pensamos que sería adecuado y tal vez divertido.
—Lo siento. No lo sabía.
Hubo otra pausa.
—Ahhh. También sugerimos que podríamos llamarnos Shakespeare, ese «hombre de mente compleja», y también pensamos sería divertido. Pero no estamos seguros de que te encontraras a gusto con él. —El embudo zumbó—. Estamos haciendo un chiste —explicó.
Chan se preguntó si el Remiendo podría verlo. Los componentes individuales tenían muchos miles de ojos, pero ¿podía usarlos el Compuesto? Señaló a los miles de componentes que había esparcidos por la cabina sin unirse al cuerpo principal.
—¿Todos sois Shikari? ¿O sólo los que estáis conectados?
Hubo otra breve pausa.
—No estamos seguros de poder contestar esa pregunta. Todos en el futuro seremos Shikari, y todos en el presente podemos ser Shikari. Pero ahora no todos somos Shikari.
—¿Por qué no? ¿No pensáis mejor cuando estáis todos conectados?
El Remiendo había aceptado una forma vagamente humana con cabeza, brazos y piernas. Pero cuando se movió lo hizo como conjunto, moviendo miles de componentes.
—Chan, haces muchas preguntas en una. Escucha atentamente. Si lo deseamos, todos podemos unirnos a la vez.
—Entonces ¿por qué no lo hacéis? ¿No tendríais así mayor poder cerebral?
—Sí... y no. Si lo hacemos, tendremos más material pensante... lo que tú puedes llamar poder cerebral. Pero también somos menos eficientes. Somos más lentos. Tenemos mucho más tiempo de integración... Para pensar, para llegar a una decisión. Ese tiempo crece... exponencialmente... con el número de componentes. Cuando hay mucho tiempo disponible, podemos considerar tener más unidades y pueden unirse más para formar un cuerpo, pero entonces el tiempo de integración se hace largo... tan largo que los componentes individuales empiezan a sentir hambre. Debemos marcharnos para encontrar comida... o morir. La que ahora ves es la forma más efectiva, nuestro compromiso preferido entre la velocidad del pensamiento y la profundidad del pensamiento. Los componentes libres que ves aquí comerán, descansarán y se aparearán. Cuando llegue el momento, nos intercambiaremos: los nosotrosdescansados tomarán el lugar de los nosotroscansados.
Pero... —empezó a decir Chan.
Entonces advirtió que se hacía tarde para despegar. Tenía docenas de preguntas más: ¿Cómo decidía un Compuesto cuándo y cómo formarse? ¿Adoptaba una forma humana para que se encontrara cómodo? ¿Qué inteligencia tenían los componentes individuales? (Tenía la sensación de que esa pregunta había sido contestada en sus primeros días en Horus, pero había sucedido antes de que el Estimulador Tolkov hubiera obrado el milagro.) ¿Cómo sabía un componente que el Compuesto Remiendo lo necesitaba? Y lo más importante de todo: si un Remiendo variaba su composición constantemente, ¿cómo podía haber una consciencia única y una personalidad específica? Ciertamente Shikari no sólo parecía tener personalidad, sino también sentido del humor.
Chan hizo un gran esfuerzo y se concentró de nuevo en los mandos de la nave. Todas sus preguntas tendrían que esperar hasta que se reunieron con los otros miembros del equipo. Y si lo que había oído de los Tubo-Rillas y los Ángeles era correcto, ¡entonces tendría todavía más preguntas que hacer!
Se preparó para despegar y se volvió hacia el Remiendo.
—Shikari, estamos listos para partir. Si quieres echar un vistazo al paisaje, puedes venir a sentarte —¿os sentáis?— junto a mí. Y así podremos empezar a conocernos mejor.
—Sí —dijo el Remiendo—. Eso está muy bien. Tenemos innumerables preguntas sobre ti, que quisiéramos hacerte en cuanto tengamos oportunidad.