16 El guardaespaldas

—Ojalá pudiera ir, caballero DeWar. ¿No podéis pedírselo a mi padre? Él piensa que sois listo.

DeWar puso cara de azoramiento. Perrund le dirigió una sonrisa indulgente. Desde su pulpito, el eunuco Stike, obeso y ceñudo, miró hacia allí. DeWar llevaba botas de montar. Tenía la cabeza cubierta por un sombrero y en el sofá, a su lado, junto a un par de alforjas, había una gruesa capa negra. El Protector había decidido que era hora de tomar personalmente el mando de las titubeantes operaciones de Ladenscion.

—Es mejor que te quedes aquí, Lattens —dijo DeWar al niño, y estiró la mano para desordenarle el cabello rojizo—. Tienes que ponerte bien. Estar enfermo es como ser atacado, ¿sabes? Tu cuerpo es como una gran fortaleza que ha sido invadida. Has repelido a los enemigos y se han dado a la fuga, pero tienes que recuperarte, reunir tus fuerzas y reconstruir las murallas, reparar las catapultas, limpiar los cañones y reabastecer las armerías. ¿No te das cuenta? Tu padre solo podrá ir a la guerra si piensa que esa gran fortaleza no está amenazada. Así que es tu deber. Seguir cuidándote. Ponerte bien.

»Claro que tu padre preferiría quedarse aquí contigo si pudiera, pero también es como un padre para todos sus hombres, ¿sabes? Necesitan su ayuda y su dirección. Por eso tiene que ir con ellos. Tú debes quedarte y ayudarle con la guerra poniéndote mejor, reparando la gran fortaleza. Es tu deber como soldado. ¿Crees que podrás hacerlo?

Lattens miró a los cojines sobre los que estaba sentado. Perrund volvió a colocarle en su sitio los rizos. El niño jugueteaba con un hilillo de oro suelto de la esquina de un cojín.

—Sí —dijo con una vocecilla y sin levantar la mirada—. Pero la verdad es que me gustaría ir con padre y contigo, esa es la verdad. —Levantó la mirada hacia DeWar—. ¿Seguro que no puedo ir?

—Me temo que no —dijo DeWar con voz queda.

El niño suspiró pesadamente y bajó la mirada de nuevo. DeWar sonrió a Perrund, quien estaba mirando al pequeño.

—Oh —dijo la concubina—. Vamos, señor. ¿Es este el general Lattens que ganó la guerra de las catapultas? Debéis cumplir con vuestro deber, general. Vuestro padre volverá en poco tiempo. Y el caballero DeWar. —Le dedicó una sonrisa a este último.

—Todos los indicios apuntan —dijo DeWar— a que la guerra puede haber terminado cuando lleguemos allí. Así ocurre a veces con las guerras. —Jugueteó un momento con su gran sombrero encerado, antes de dejarlo sobre la capa negra. Se aclaró la garganta—. ¿Os he contado la historia de cuando Hiliti y Sechroom se separaron? ¿Cuando Sechroom se marchó para hacerse misionera?

Por un momento Lattens pareció no haberlo oído, pero entonces rodó sobre el costado, dejó de murmurar y dijo:

—No, creo que no.

—Bueno, un día los dos amigos tuvieron que separarse. Sechroom se había decidido a convertirse en soldado misionera, para llevar el mensaje de Prodigia a tierras lejanas y enseñar a la gente lo equivocado de sus viejas costumbres. Hiliti había tratado de convencerla de que no lo hiciera, pues seguía creyendo que se equivocaba, pero su amiga se mostró diamantina en su decisión.

—¿Cómo?

—No se dejó convencer.

—Ah.

—Un día —continuó DeWar—, poco antes de la partida de Sechroom, fueron a uno de sus lugares especiales, en una isla. Aquella isla era un lugar muy inhóspito, al que la gente iba para alejarse de las riquezas de Prodigia. Allí no había ríos de vino y agua de azúcar, ni árboles que daban aves ya cocinadas, ni montañas de perfume, ni montones de carbón dulce, ni…

—¿La gente quería alejarse del carbón dulce? —preguntó Lattens con incredulidad.

—Sí, y no volar más, y dejar de tener jofainas que daban agua caliente y todos sus deseos satisfechos. La gente es así de rara, Lattens. Concédeles todas las comodidades y empezarán a suplicar una vida más dura.

Lattens frunció el ceño al oír esto, pero no protestó más. Era obvio que pensaba que todos los habitantes de Prodigia, o quizá solo los adultos, estaban mal de la cabeza.

—Sechroom y Hiliti —dijo DeWar— fueron a la isla para tomarse una especie de vacaciones de todos los lujos a los que estaban acostumbrados. Dejaron atrás a todos sus sirvientes y hasta los amuletos y joyas mágicas que los protegían de todos los peligros y que les permitían llamar a los dioses, y se quedaron allí, en aquel lugar remoto, solos con sus propios recursos. Había fruta para comer y agua para beber y se construyeron un refugio con las hojas gigantes de los árboles. Habían traído arcos y flechas y también un par de cerbatanas que disparaban dardos envenenados. Las habían hecho antes de irse de vacaciones y se sentían bastante orgullosos de ellas. Usaron los arcos y las cerbatanas para ir a cazar algunos de los animales de la isla, aunque estos no eran tan cooperativos como los animales a los que estaban acostumbrados y no querían que los mataran, cocinaran y devoraran, así que se les daba bastante bien despistar a la gente, sobre a todo a gente como ellos dos, que eran unos cazadores bastante inexpertos.

»Un día, Sechroom y Hiliti habían tratado de encontrar animales para dispararles sus dardos envenenados sin ningún éxito, y regresaban a su cabaña discutiendo y enfadados. Los dos estaban muy aburridos y hambrientos, lo que probablemente contribuya a explicar por qué estaban tan furiosos y por qué estaban echándose mutuamente la culpa del fracaso de la cacería. Sechroom pensaba que Hiliti era demasiado agresivo y quería matar los animales por simple diversión, porque estaba orgulloso de sus habilidades como luchador, mientras que este pensaba en secreto que Sechroom, a quien no le gustaba matar, había estado haciendo ruido deliberadamente para que los animales a los que estaban persiguiendo supieran que estaban allí y echaran a correr.

»El camino de regreso los llevó por un arroyo de paredes empinadas que cruzaba un puente natural hecho con un tronco. Aquel día había estado lloviendo bastante —esa era otra de las razones por las que se sentían fatal y estaban discutiendo mucho— y el arroyo que cruzaba el tronco bajaba en avalancha.

—¿Y eso qué es?

—Eso es que estaba crecido, lleno de agua. Así que se dispusieron a cruzar el puente del árbol. Hiliti pensaba que era mejor que cruzaran de uno en uno, pero ya habían empezado a hacerlo, con él por delante, así que pensó que si se volvía ahora y le decía a Sechroom que diera media vuelta y esperara, ella se enfadaría aún más de lo que ya estaba, y no dijo nada.

»Bueno, pues resulta que el árbol cedió. Llevaba allí muchos años, pudriéndose sin duda, y la lluvia había reblandecido las dos orillas, así que cuando apoyaron todo su peso sobre él, obviamente decidió que había llegado el momento de abandonar la lucha y sucumbir sin más, esto es, ceder a la gravedad y caer al arroyo.

»Así que cayó dando vueltas, se partió en mitad de la caída y, por si acaso, arrastró también montones de ramas, algunas rocas y una buena cantidad de tierra.

—¡Oh, no! —dijo Lattens con una mano en la boca—. ¿Qué les pasó a Sechroom y Hiliti?

—Cayeron junto con el árbol. Hiliti tuvo más suerte, porque el trozo del árbol en el que se encontraba tardó más tiempo en partirse, y pudo agarrarse a él y arrojarse a la orilla antes de que el tronco se fuera al agua. Terminó cayendo al agua de todos modos, pero no le pasó nada.

—¿Y Sechroom?

—Sechroom no tuvo tanta suerte. La parte del tronco en la que se encontraba debió de rodar mientras caía, o puede que fuera ella la que lo hiciese, porque terminó debajo, atrapada bajo el agua.

—¿Se ahogó? —Lattens parecía muy preocupado y tenía las dos manos en la boca. Empezó a chuparse el pulgar.

Perrund lo rodeó con el brazo y le apartó delicadamente las manos de la boca.

—Venga, venga, no olvides que esto pasa justo antes de que Sechroom se marche para hacerse soldado misionera.

—Sí, pero ¿qué ocurrió? —preguntó el niño ansiosamente.

—Sí —dijo Perrund—. ¿Y por qué no flotó el tronco?

—La mayor parte de él seguía en las empinadas orillas del arroyo —le dijo DeWar—. El extremo que estaba hundido en el agua y mantenía atrapada a Sechroom no era suficientemente grande para permanecer a flote. En cualquier caso, Hiliti vio que una de las botas de su prima sobresalía del agua, al otro lado del tronco, y se agitaba. Nadó hacia allí sorteando las rocas para tratar de llegar hasta Sechroom, pues se había dado cuenta de que estaba atrapada. Se sumergió. La poca luz que había le permitió ver que Sechroom se debatía desesperadamente y trataba de sacar la pierna de debajo del tronco, pero sin conseguirlo, porque era muy grande y pesado. Mientras estaba allí observando, las últimas burbujas del aire que Sechroom tenía en los pulmones salieron de su boca y se alejaron en la poderosa corriente. Hiliti volvió a salir a la superficie, tomó aire, volvió a zambullirse, pegó su boca a la de Sechroom y le insufló aire en los pulmones para que pudiera resistir un poco más.

»También trató de levantar el tronco que tenía a su amiga atrapada, pero era demasiado pesado. Entonces se le ocurrió que si podía encontrar una palanca lo bastante fuerte y lo bastante larga, tal vez pudiese sacar la pierna de Sechroom, pero tardaría un buen rato en hacerlo y para entonces su amiga habría vuelto a quedarse casi sin aire. Salió a por más aire y volvió a sumergirse. Una vez más, las burbujas estaban saliendo de la boca de su amiga y, una vez más, Hiliti compartió con ella su aire.

»A estas alturas, Hiliti se había dado cuenta de que no podrían seguir así mucho más tiempo. El agua estaba tan fría que estaba arrebatándoles las fuerzas y el calor, y él mismo estaba empezando a sentirse entumecido y medio asfixiado.

»Entonces se acordó de las cerbatanas. La corriente se había llevado la suya al caer, pero al zambullirse la primera vez había visto la de Sechroom, aún colgada de su espalda y parcialmente atrapada debajo de ella. Se sumergió de nuevo, volvió a insuflarle aire en la boca y a continuación agarró la cerbatana de su compañera y tiró de ella con todas sus fuerzas hasta que logró sacársela de debajo. Tuvo que regresar a la superficie para respirar, pero volvió a bajar, señaló la cerbatana y Sechroom se la metió en la boca.

»Sin embargo, la situación no estaba resuelta aún. Sechroom escupió la cerbatana porque estaba llena de agua. Hiliti la llevó a la superficie, sacó el agua, tapó el extremo con la mano y volvió a bajar.

»Finalmente, Sechroom podía respirar. Hiliti esperó a que inhalara unas cuantas veces para asegurarse de que, de momento, estaba bien y entonces salió del arroyo en busca de una palanca. Unos segundos después encontró una rama lo bastante recta y sólida como para hacer el trabajo, o al menos eso esperaba él, volvió a meterse en el agua y se zambulló de nuevo, introdujo la rama debajo del caído tronco y la encajó sobre una roca.

»Bueno, el caso es que al final lo consiguió. La palanca estuvo a punto de romperse, y el tronco, al moverse, lastimó la pierna herida de Sechroom, pero al menos la liberó y flotó hasta la superficie, donde Hiliti pudo sacarla del agua y la arrastró hasta la orilla. La cerbatana se perdió corriente abajo.

»A Hiliti le costó muchísimo llevar a su amiga hasta la parte superior de la orilla, porque, como es natural, ella, con una pierna rota, no podía hacer casi nada.

—¿Y tuvieron que amputársela? —preguntó Lattens, que temblaba de inquietud en su asiento y miraba con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? Oh, no. No. Bueno, el caso es que al final Hiliti logró subirla a lo alto de la orilla. Estaba tan exhausto que tuvo que dejar a su amiga allí y regresar solo al campamento, pero allí había… una fogata para hacer señales, que encendió para atraer la atención de sus amigos, que vinieron a rescatarlos.

—¿Así que Sechroom se salvó? —preguntó el niño.

DeWar asintió.

—En efecto. Todos dijeron que Hiliti era un héroe, y después de que a Sechroom se le curara la pierna, pero antes de que se marchara para convertirse en misionera, regresó a la isla en la que había ocurrido todo y registró el arroyo de arriba abajo a partir del lugar en el que se había desplomado el tronco, hasta que encontró las dos cerbatanas, varadas entre las rocas, en diferentes puntos del arroyo. Cortó un trozo del extremo de la suya y otro de la que le había salvado la vida, las engarzó en un pequeño anillito y se las regaló a Hiliti en la fiesta de despedida que le dieron sus amigos la noche antes de marcharse. Era su forma de decir que lo que les había ocurrido en el otro río, cuando Hiliti había dejado que cayera al agua junto a la cascada, ¿te acuerdas?, estaba olvidado, de que Sechroom había perdonado a su amigo, y ambos lo entendieron. El pequeño anillo de madera era un poco grande para llevarse en el dedo, por desgracia, pero Hiliti le dijo a Sechroom que lo guardaría siempre como un tesoro, cosa que hizo, ha hecho y, hasta donde sabe la gente, sigue haciendo hoy en día.

—¿Y dónde se fue Sechroom? —preguntó Lattens.

—¿Quién sabe? —dijo DeWar abriendo las manos—. Puede que viniese aquí. Hiliti y ella conocían el Imperio, y también Haspidus. Habían hablado sobre ellos, y discutido. Hasta donde sabemos, podría haber estado aquí.

—¿Y alguna vez regresó a ver a su amigo? —preguntó Perrund mientras colocaba al niño sobre su regazo. Lattens volvió a tratar de zafarse.

DeWar sacudió la cabeza.

—No —dijo—. Algunos años después de que se marchase, Hiliti lo hizo también, y perdió completamente el contacto con Prodigia y con toda la gente que conocía allí. Aunque Sechroom hubiese regresado ya, Hiliti no se habría enterado. Se exilió de las comodidades de Prodigia para siempre. Sechroom y Hiliti no volvieron a verse.

—Qué pena —dijo Perrund. Tenía la voz grave y la expresión apesadumbrada—. No volver a ver nunca a la familia y a los amigos.

—Bueno —empezó a decir DeWar, pero entonces, al levantar la mirada, vio que uno de los ayudas de campo del Protector le hacía una seña desde la puerta. Le alborotó el cabello a Lattens, se puso lentamente en pie y recogió su sombrero, sus alforjas y su capa—. Me temo que no tenemos más tiempo, joven general. Debéis despediros de vuestro padre. Mirad.

UrLeyn, ataviado con un espléndido traje de monta, entró a grandes zancadas en la estancia.

—¿Dónde está mi muchacho? —gritó.

—¡Padre! —Lattens corrió hacia él y se arrojó en sus brazos.

—¡Uuf! ¡Vaya, pues sí que estás cogiendo peso! —Volvió la mirada hacia DeWar y Perrund y les guiñó un ojo. Se sentó con el muchacho en un sofá cercano a las puertas y le dio un abrazo.

Perrund se levantó junto a DeWar.

—Bueno, señor. Debéis prometerme que cuidaréis bien tanto del Protector como de vos mismo —dijo acercándole el rostro. Sus ojos brillaban—. Quedaría desolada si os ocurriera algo a alguno de los dos, y por muy valiente que seáis, espero que no lo seáis tanto como para arriesgaros a afrontar mi ira.

—Haré cuanto esté en mi mano para asegurarme de que regresamos los dos sanos y salvos —le dijo DeWar. Se colgó la capa de un brazo y el sombrero y las alforjas del otro, luego se pasó las bolsas al hombro y se puso el sombrero a la espalda, colgado del cuello por la cuerda.

Perrund contempló este desplazamiento de impedimenta con una especie de tristeza divertida. Entonces lo detuvo cogiéndole las manos.

—Ten cuidado —dijo en voz baja. Hecho lo cual, fue a sentarse en un sitio desde el que podía ver a UrLeyn, y este podía verla a ella.

DeWar la miró un momento, allí sentada, con la espalda muy recta enfundada en el vestido rojo, el rostro calmado y bellísimo, y entonces se volvió a su vez y se encaminó a las puertas.

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