—Veo que ha atrapado a uno de ellos —dijo el Perro—. No le deje escapar. Puedo asegurarle que son unos seres muy resbaladizos.
Y eso fue lo que me dijo cuando yo ya había tenido la lo suficiente como para llegar muy al borde de la demencia.
Me parece que no me moví. No había otra cosa que hacer. Guando uno recibe muchos golpes en la mente, uno queda un poco atontado.
—Bien — dijo el Perro censurablemente —, parece que ha llegado la hora que usted me pregunte quién demonios soy yo.
—Está bien — dije roncamente —. ¿Quién demonios es usted?
—Ahora — dijo el Perro, encantado —, estoy muy contento con que usted me haya preguntado eso. Porque puedo decirle francamente que soy un competidor, competidor en el buen sentido de la palabra, de las cosas que usted tiene dentro del saco.
—Eso me explica muchas cosas — dije —. Señor, quienquiera que usted sea, es mejor que comience a explicarse.
—Vaya — expresó el Perro, asombrado de mi estupidez —, creí que ya estaría perfectamente claro quién soy yo. Como competidor de esas bolas, automáticamente debo ser clasificado como un amigo suyo.
A estas alturas, mi aturdimiento ya se había despejado lo suficiente como para poder subir al coche. Por alguna razón, ya no me preocupaba lo que pudiera sucederme. Se me ocurrió pensar que quizás el Perro sería otro montón de bolas, que habían tomado la forma de perro en vez de la de un hombre, pero si así era, estaba preparado para enfrentarlo en cualquier momento. Ya no podía asustarme, por lo menos hasta cierto punto, y comenzaba a enfadarme. Este era un mundo endemoniado, me dije, en el que un hombre se convierte súbitamente en bolas de un negro azabache y en que un perro le esperaba a uno en su coche y le comenzaba a hablar en cuanto uno se acercaba.
Creo que, en esos precisos momentos no lo creía mucho. Pero el Perro estaba allí y me estaba hablando y yo no tenía otra cosa que hacer sino seguirle. Me refiero a la conversación.
—¿Por qué no me entrega el saco? — preguntó el Perro —. Yo lo tendré, y le aseguro, con el mayor cuidado y con la conciencia y garra de la misma muerte. Me encargaré de que no se arranquen como si fuera mi asunto particular.
De manera que le entregué el saco y él alargó una pata y, Dios me asista, agarrando el saco tan limpiamente como si tuviera dedos.
Saqué la pistola del bolsillo y la dejé sobre mis piernas.
—¿Qué es ese instrumento? — preguntó el Perro, sin que se le escapara un detalle.
—Es un arma llamada pistola — le dije —, y con ella puedo destrozarle el cráneo. Un solo movimiento en falso, amigo, y le doy de lleno.
—Haré lo posible — dijo el Perro conscientemente —, para no hacer ningún movimiento en falso. Le aseguro que estoy totalmente de su parte.
—Así es mejor — dije —. Cuide de mantenerse así.
Puse en marcha el coche y di la vuelta, dirigiéndome por el sendero.
—Estoy muy contento de que usted haya tenido la confianza de pasarme el saco — dijo el Perro —. He tenido cierta experiencia en el trato de estas cosas.
—Quizás, entonces — le dije —, podría sugerirme a dónde podríamos ir.
—Oh, hay muchas formas do disponer de ellos — dijo el Perro —. Me aventuraría a sugerirle, señor, que debiéramos elegir un método quesea lo suficientemente restrictivo y,, quizás, un poco doloroso.
—No estaba pensando en eliminarlos — dije —. Me costó mucho trabajo el meterlas en ese saco.
—Eso está muy mal — dijo el Perro censurablemente —. Créame, es muy mala política el dejar vivir estas cosas.
—Usted está continuamente llamándoles estas cosas — le indiqué — y, sin embargo, me dice que las conoce. ¿Es que no tienen nombre?
—¿ Nombre?
—Sí. Designación. Un término descriptivo. Hay que llamarles algo.
—Ya le entiendo — dijo el Perro —. En ciertas oportunidades me cuesta comprender. Necesito un poco de tiempo.
Y antes que se me olvide preguntarle, ¿cómo es que puede hablarme? No existe lo que llaman un perro que habla.
—¿Perro?
—Sí, eso que es usted. Usted es igual a un perro.
—¡Qué maravilloso! — exclamó el Perro extasiado —. De manera que eso es lo que soy yo. He encontrado a criaturas de mi aspecto en general, pero eran tan diferentes a mí y de tantas clases… En un principio, traté de comunicarme con ellos, pero…
—¿Me quiere decir que usted es realmente lo que es? ¿Qué no está hecho de otra cosa, como esos amigos nuestros que están en el saco?
—Yo soy yo — dijo el Perro orgullosamente —. No podría ser otra cosa aunque lo intentara.
—Pero no me ha respondido cómo puede hablarme…
—Amigo mío, por favor, es mejor que no nos metamos en eso. Requeriría larga explicación y tenemos muy poco tiempo. Yo, en realidad, no estoy hablando con usted. Me estoy comunicando, pero…
—¿Telepatía? — pregunté.
—Dígalo otra vez… lentamente.
Le expliqué lo que era la telepatía, o lo que suponía debía ser. No lo hice muy bien, principalmente, supongo, porque sabía muy poco acerca del tema.
—Aproximadamente — dijo el Perro —. No exactamente, sin embargo.
No quise contestarle. Había otras cosas de mayor importancia.
—Usted ha estado rondando mi casa — le dije—. Le vi ayer.
—Pero, ciertamente — dijo el Perro —. Usted era… deje poner esto bien en claro… usted era el punto focal.
—El punto focal — dije asombrado. Todo el tiempo que había estado pensando en ello y recién ahora caía. Algunas personas son así. Si un rayo cae sobre un árbol en un bosque de mil acres de extensión, ellos estarán justo debajo de ese árbol.
—Ellos lo sabían — dijo el Perro —, y, por supuesto, yo lo sabía. ¿Me quiere decir que usted no estaba enterado?
—Está hablando como el Evangelio, amigo. Habíamos llegado al final del Llano Timber y estábamos sobre la autopista, en dirección a la ciudad.
—No me ha respondido — le dije —, cuando le pregunté qué eran estas cosas. Trate de pensar en ello, hay muchas cosas que usted no ha respondido.
—No me ha dado oportunidad — dijo el Perro —. Me hace preguntas tan rápidamente… Y usted tiene una mente muy graciosa. Gira hacia un lado y otro.
El cristal de la ventana de su lado estaba abierto algunos centimetros por donde penetraba una fuerte brisa. Echaba hacia atras sus bigotes, pegándolos contra sus mandíbulas. Eran unas mandíbulas pesadas, feas, y las mantenía cerradas. No se movían como si estuviera hablando… con la boca, me refiero.
—¿Usted conoce mi mente? — le pregunté débilmente. —¿En qué otra forma — replicó el Perro — podría estar conversando con usted? Y está muy desordenada y funciona rápidamente. No se calma.
Pensé sobre eso y decidí que quizás estaba en lo cierto. A pesar de que no me gustó la connotación de lo que había dicho. Tenía el presentimiento que él sabía todo lo que yo sabía o estaba pensando; sin embargo. Dios sabe por qué, no actuaba como si lo supiera.
—Volviendo a su pregunta acerca del nombre de estas cosas — dijo el Perro —, sí tenemos una designación para ellas, pero no puede traducirse en nada para que usted lo entienda. Entre muchas otras cosas y en lo que sé refiere a lo que nos preocupa concernientes a ellas, son corredores de fincas. Sin embargo, usted debe comprender que el término es solamente una aproximación y tiene muchas calificaciones. Soy incapaz de expresarme.
—¿Quiere decir que venden casas?
—Oh, no — dijo el Perro —; no se preocuparían de cosas tan triviales corno un solo edificio. —¿Un planeta, quizás?
—Sí, claro — dijo el Perro —, pero tendría que ser un planeta muy excepcional, de extraordinario valor. Generalmente no se preocupan por menos de un sistema solar. Y tiene que ser uno muy bueno, de otra forma no se molestarían en tocarlo.
—Veamos, dejemos esto bien en claro — dije — Usted me dice que negocian con sistemas solares.
—Su comprensión — dijo el Perro — deja mucho que desear. Ese es solamente el hecho, sin embargo, una comprensión total de la situación seria un poco mas complicada.
—Pero ¿para qué compran estos sistemas solares?
—Ahora — dijo el Perro — nos estamos metiendo en aguas mas profundas. Le diga lo que yo le diga, usted trataría de igualarlo con su propio sistema económico, y su sistema económico, perdóneme si hiero su amor propio, es lo mas ridículo que he conocido.
—Resulta, simplemente — le dije — que se que están tratando de comprar este planeta.tratando de comprar este planeta.
—Ah, sí — dijo el Perro —, y son muy sucio con sus métodos, como de costumbre.
No le respondí, porque estaba pensando en lo ridículo de mi posición al estar conversando con una cosa que era un inmenso y extraño perro acerca de otra raza de seres misteriosos que estaban comprando la Tierra y haciéndolo según mi amigo de otro mundo como de costumbre.
—Usted verá — continuó el Perro —, ellos pueden ser cualquier cosa. Nunca son ellas mismos. Todo su medio de operación está basado en el engaño.
—Usted dijo que eran sus competidores. Entonces, usted también debe ser un corredor de fincas.
—Sí, gracias — dijo el Perro, muy complacido —, y de la más alta categoría.
—Supongo, entonces, que si estas bolas de bolera, o lo que sean, hubieran fallado en su intento de comprar la Tierra usted la habría comprado.
—No, jamás — protestó el Perro —. Habría sido inmoral. Por esta razón, usted comprenderá, me he interesado en el asunto. La presente operación daría a todo el campo galáctico de corredores de fincas una intensa y deshonrosa mancha y esto no se puede permitir. El ser corredor de fincas es una profesión antigua y honorable y debe mantener su pureza original.
—Eso está muy bien — dije —. Me alegra mucho oírselo decir. ¿Y qué piensa hacer?
—Realmente, no lo sé. Porque usted trabaja contra mí. No me ayuda en nada.
—¿Yo?
—No, usted no. No solamente usted. Todos ustedes, me refiero. Las estúpidas leyes que tienen.
—Pero ¿para qué la desean? Una vez que obtengan la Tierra, ¿qué van a hacer con ella?
—Veo que no valoriza — dijo el Perro — exactamente lo que poseen. Debo informarle, que hay muy pocos planetas como éste que ustedes llaman Tierra. Usted verá, es un planeta de tierra, un planeta del cual hay muy pocos y muy distantes unos de otros. Es un lugar en donde los cansados pueden dar reposo a sus huesos y recrear su vida con una belleza como existe en muy pocos lugares. En algunos sistemas, se han construido armazones orbitales que tratan de simular las condiciones que aquí se encuentran naturalmente. Pero lo artificial nunca puede igualar lo actual y por esa razón este planeta es tan valioso como lugar de recreo y descanso.
—Usted comprenderá — dijo apologéticamente — que lo estoy simplificando y que estoy empleando aproximaciones para poder ajustarme a su lenguaje y a sus conceptos. No es, en realidad, tal como se lo he dicho. En muchos otros factores, es totalmente diferente. Pero así puede captar la idea principal, y eso es todo cuanto puedo hacer.
—¿Me quiere decir — le pregunté — que una vez que estas cosas adquieran la Tierra la emplearán como una clase de lugar turístico de las galaxias?
—Oh, no — dijo el perro —; eso estaría fuera de su alcance. Pero se lo venderán a aquellos que lo harían. Y obtendrían un buen precio. Hay muchos palacios de placer construidos en el espacio y muchos simulan los planetas como la Tierra, en donde los seres pueden ir de vacaciones. Pero, actualmente, nada hay que pueda reemplazar a un planeta del tipo de tierra genuino. Y le aseguro que pueden obtener lo que deseen. —¿Y ese precio que pedirán?
—Aroma. Olor. Esencia — dijo el Perro —. No puedo decir la palabra precisa. —¿Perfume?
—Eso es… perfume. Un aroma de placer. Para ellos, el aroma es la belleza. En su forma natural, es quizás el mayor, su único tesoro. Porque en su estado natural no son como usted o yo…
—Les he visto — le dije — en lo que supongo es su estado natural. Como lo que tiene en el saco.
—Ah, entonces — dijo el Perro — quizás lo comprenda. Son como bultos de nada.
Sacudió salvajemente el saco que sujetaba, haciendo entrechocar las bolas.
—Son bultos dé nada — declaró — y se quedan allí, envueltas en su perfume, y ésa es la mayor felicidad, si es que estas cosas pueden ser felices.
Me quedé pensando en ello y era ultrajante. Durante unos momentos, imaginé si el Perro me estaría engañando, pero después supe que no lo estaba haciendo. Porque él mismo, entonces, si esto era una broma, tenía que ser parte de ello. Porque, a su manera, era algo tan grotesco e incongruente como las cosas que estaban dentro del saco.
—Lo siento por usted — dijo el Perro, sin parecer muy preocupado —, pero deben culparse ustedes mismos. Todas estas estúpidas leyes…
—Ya lo dijo antes — le repliqué —. ¿Qué quiere decir con todo esto de estúpidas leyes?
—Ésas acerca de que uno posea cosas.
—¿Se refiere a nuestras leyes de propiedad?
—Supongo que ese es el nombre que le dan.
—Pero usted dijo que las bolas venderían la Tierra.—Eso es diferente —dijo el Perro —. Tuve que decirlo a su manera, porque no había otra forma de explicárselo. Pero puedo asegurarle realmente que es una cosa muy distinta.
Y, por supuesto, me dije, que lo sería. Más que seguro que jamás dos culturas del espacio llegarían a hacer las cosas de una misma forma. Los motivos y los métodos serían diferentes porque las culturas mismas podrían ser paralelas. Mientras el lenguaje, no solo las palabras, sino el concepto mismo del lenguaje, no fuera paralelo.
—Este modo de operar de ustedes — dijo el Perro — me ha intrigado desde el primer momento, y no he tenido oportunidad de incorporarme a él. He tenido mucho trabajo, como bien puede imaginar, recopilando las informaciones necesarias acerca de muchas otras cosas.
Suspiró.
—No puede imaginarse… lógicamente, no pueda ¿Cómo podría? No puede imaginarse todo lo que hay que aprender cuando cae dentro de otra civilización sin preliminar alguno.
Le hablé lo que sabía acerca del motor de combustión interna y acerca del mecanismo de conducción que aplicaba la potencia creada por el motor, pero no pude decirle mucho. No lo hice nada de bien; sin embargo, parece que captó el principio qué envolvía el asunto. Por la forma en que actuó, imaginé que nunca había escuchado nada parecido. Pero se me ocurrió, que se impresionó, mucho más por la estupidez de tal obra de ingeniería qué por su brillantez.
—Le agradezco mucho — dijo, con suavidad —, por su lucida explicación. No debiera haberle molestado con ello, pero tengo gran curiosidad. Habría sido mucho mejor, y bastante más convincente, si hubiéramos empleada ese tiempo en discutir la formé de liquidar estas cosas.
Sacudió la bolsa de plástico para hacerme saber a lo que realmente se refería.
—Yo sé lo que voy a hacer con ellas — le Se las llevaremos a un amigo mío que se llama Carleton Stirling. Es un biólogo.
—¿Un biólogo? — preguntó.
—Uno que estudia la vida — dije —. Puede quedarse con estás cosas y decirnos lo que son.
—¿Dolorosamente? — preguntó el Perro. —Bajo ciertos aspectos, imagino que sí.
—Entonces está bien — decidió el Perro —. Estos biólogos… creo haber escuchado acerca de otros seres que tenían algo semejante.
Pero, por la forma en que lo dijo, estuve totalmente cierto que estaba pensando en algo diferente. Había muchas formas, me dije, dé estudiar la vida.
Seguimos viajando durante unos momentos sin cruzar palabras. Ya estábamos cerca de la ciudad y el tráfico comenzaba a hacerse mas intenso.
El Perro iba sentado muy rígido en su asiento y pude ver que el reguero de luces que se aproximaban le había impresionado. Tratando de ver en ellas sigo que jamás hubiera presenciado, pude imaginarme lo aterrorizador que podrían parecer a la criatura que estaba sentada a mi lado. Escuchemos la radio — le dije.
Estiré la mano y la encendí.
—¿Un comunicador? — preguntó el Perro.
Asentí.
—Debe ser hora para las noticias de la noche — le dije.
En aquel momento comenzaban a transmitirlas. Un alegre anunciador estaba hablando acerca de un maravilloso detergente.
Entonces, el periodista dijo:
—Un hombre que se cree es Parker Graves, escritor científico para el Evening Herald fue muerto sólo hace una hora por una explosión en la playa de estacionamiento que hay tras Wellington Arms. La policía cree que se había instalado usa bomba en su coche y explotó cuando Graves penetró en él y dio la llave de contacto.
La, policía está ahora intentando efectuar una identificación del hombre, que se cree haya sido Parker Graves, muerto en la explosión.
Después continuó con otras cosas.
Me quedé atemorizado durante unos momentos; después apagué la radio.
—¿Que sucede, amigo?
—Ese hombre que fue muerto. Ese hombre era yo —le dije.
—Muy peculiar — respondió el Ferro.