CAPITULO XV

Cenamos en otro de esos mundos iluminados por candelabros, uno de esos lugares sentimentales, estúpidos, que, según parecía, mucho la gustaba a Joy. No fuimos al nuevo restaurante que se inauguraba en el camino hacia Pineocrest. Bien, es decir, Joy cenó. Yo no.

Las mujeres son los seres mas endemoniados. Se lo conté todo. Ya le había insinuado tanto por el teléfono, quizás imprudentemente, que tuve que relatárselo todo. Ahora, por supuesto, no había ninguna razón para que no lo hiciera, pero, me sentí un tonto al hablar. Ella, continuó comiendo, con esa forma dulce y calmada, como si le hubiera estado diciendo el último corridillo de la oficina.

Fue como si no me hubiera creído una palabra de todo lo que le había relatado, sin embargo, estoy seguro que lo hizo. Quizás, al verme tan perturbado (¿Y quién no lo estaría?), tomó muy en serio su papel femenino de tratar de calmarme.

—Vamos, come, Parker— me dijo —. Pase lo que pase, debes comer.

Miré el plato y tragué saliva.

Solamente por el hecho de pensar en comer, no por lo que estaba en el plato. Bajo la luz de las velas, era imposible el poder distinguir lo que había en los platos.

—Joy — le pregunté —. ¿Por qué tenías miedo de salir a la playa de estacionamiento?

Eso era lo que más me molestaba. Eso era lo que más me dolía.

—Porque eres un cobarde — dije ella. No me estaba sirviendo de ninguna ayuda.

Comí desganadamente. Tenía aquél sabor que uno espera que tengan las cosas que uno no puede ver.

La pequeña orquesta de metales, comenzó una nueva melodía; la melodía exacta para ese lugar.

Observé la habitación y pensé en el furtivo sonido que había salido desde tras la puerta del armario y, evidentemente, era imposible. Estando sentado en este lugar, en ese ambiente, no podía ser otra cosa extraída limpiamente de un sueño.

Pero, estaba allí, yo lo sabía. Era verdadero, yo lo sabía. Fuera de esta influencia empalagosa, embozada de ese colchón de plumas manufacturado por el hombre, había una inflexible realidad que aún nadie había enfrentado. Que yo había tocado, presentido, quizás, pero, solamente de una forma muy ligera.

—¿Qué piensas hacer? — me preguntó Joy, adivinando mis pensamientos.

—No lo sé — respondí.

—Eres un periodista — me dijo —, y hay una buena historia que te está esperando. Pero, Parker, por favor, ten cuidado.

—Oh, ciertamente — dije.

—¿Qué crees que es? :

Moví la cabeza en forma negativa.

—No lo creerías — le dije —. No veo cómo, en este mismo momento, alguien podría creerme.

—Creo en tu propia interpretación. Pero, ¿es esa la correcta?

—Es la única que tengo.

—Estabas borracho esa primera noche. Total y absolutamente borracho. La trampa…

—Pero estaba el trozo de alfombra cortado. Vi eso cuando estaba totalmente sobrio. Y la oficina…

—Vamos poco a poco — dijo ella —. Tratemos de aclararlo. No puedes permitir que te pase a llevar como a un bolo.

—¡Ahí está! — exclamé.

Porque lo había olvidado.

—No grites — me dijo ella —. Llamarás la atención de todo el mundo.

—Las bolas de bolera — le dije —. Me había olvidado de ellas. Habían unas que iban rodando por el camino.—¡Parker!

—Allí, en el Llano Timber. Joe Newman me telefoneó.

Observé su rostro por sobre la mesa y me di cuenta de que estaba asustada. Había soportado todo el resto pero lo de las bolas de bolera ya había sido demasiado. Pensó que yo estaba demente.

—Lo siento — le dije, lo más gentilmente que pude.

—¡Pero, Parker! ¡Unas bolas que rodaban por el camino!

—Una tras la otra. Rodando solemnemente.

¿Y Joe Newman las vio?

—No, Joe no. Unos chicos universitarios. Telefonearon y Joe me avisó. Le dije que se olvidara de ello.

—¿Cerca del terreno Belmont?

—Justamente — dije —. Todo concuerda. No sé cómo pero todo está hilado.

Aparté el plato y retiré la silla hacia atrás.

—¿Dónde vas, Parker?

—Primero — le respondí — te llevaré a casa. Y después, si tú me prestas el coche…

—Ciertamente, pero… oh, ya lo veo, a Belmont.

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