No quería volver al piso; Edward se presentaría aquella noche. Tendría que decirle dónde dormía Nikolaos durante el día o me sacaría la información a la fuerza. Muchas complicaciones. Además, creía que era el asesino. Demasiadas.
Lo único que se me ocurría era evitarlo. No funcionaría eternamente, pero igual tenía una revelación y daba con la forma de salir del embrollo. Vale, muy traído por los pelos, pero la esperanza es lo último que se pierde.
Puede que Ronnie me hubiera dejado algún mensaje. Algo útil. Sabe Dios que necesitaba toda la ayuda posible. Detuve el coche en una gasolinera que tenía delante una cabina telefónica. El contestador me permitía escuchar los mensajes desde fuera de casa. Quizá pudiera evitar a Edward durante toda la noche si dormía en un hotel. Ay. Si hubiera tenido alguna prueba mínimamente sólida en aquel momento, habría llamado a la policía.
– ¿Anita?, soy Willie -oí después del clic y el rebobinado del contestador-. Han cogido a Phillip. El tipo que iba contigo. ¡Lo están haciendo picadillo! Tienes que venir… -El mensaje se detenía de golpe, como si lo hubieran interrumpido.
Se me hizo un nudo en el estómago. Empezó a sonar el segundo mensaje.
– Ya sabes quién soy. ¿Has oído el mensaje de Willie? Ven a buscarlo, reanimadora. No hará falta que amenace a tu encantador amante, ¿verdad? -La risa de Nikolaos inundó el auricular, áspera y distante.
Un chasquido, y oí la voz de Edward. Estaba llamándome en aquel momento.
– Anita, dime dónde estás. Puedo ayudarte.
– Van a matar a Phillip -dije-. Además, te recuerdo que no estás de mi parte.
– Soy lo más parecido que tienes a un aliado.
– Pues que Dios me pille confesada. -Colgué bruscamente. Phillip había tratado de defenderme la noche anterior y estaba pagando por ello.
– ¡Joder! -grité.
Un hombre que iba a poner gasolina se quedó mirándome.
– ¿Qué pasa? -le pregunté casi gritando. Bajó la vista y se concentró en llenar el depósito.
Me senté al volante y me quedé parada unos minutos. Estaba tan furiosa que temblaba. Sentía la tensión en la mandíbula. Joder. ¡Joder! Estaba demasiado furiosa para conducir, y a Phillip no le serviría de nada que tuviera un accidente por el camino.
Probé a respirar profundamente, pero no conseguí gran cosa. Puse la llave en el contacto.
– No corras; no te puedes permitir que te pare la policía. Calma, Anita, calma. -De vez en cuando me da por hablar sola. Me doy unos consejos cojonudos. Y a veces hasta los sigo.
Metí la marcha y salí a la carretera; con cuidado. La rabia me subía por la espalda, y me atenazaba los hombros y el cuello. Aferré el volante con demasiada fuerza y descubrí que aún no se me habían curado del todo las manos. Sentía punzadas de dolor, pero no bastaba. No había suficiente dolor en el mundo para aplacar la ira.
Estaban jodiendo a Phillip por mi culpa. Igual que a Catherine y a Ronnie. Basta. Hasta aquí llegaba. Iba a buscar a Phillip y a salvarlo como fuera, y después llevaría todo el puto asunto a la policía. Sin pruebas, sí, sin nada que sustentara mi palabra, pero tenía que hacerme a un lado antes de que alguien más resultara herido.
La rabia casi bastaba para perder de vista el miedo que sentía. Si Nikolaos estaba torturando a Phillip por lo de la noche anterior, tampoco debía de estar muy contenta conmigo. Me disponía a bajar aquellas escaleras de noche, para llegar a la guarida del ama. Visto así, no parecía algo muy inteligente. La ira empezó a disolverse bajo una oleada de miedo frío y paralizante.
– ¡No! -No iba a entrar asustada. Me aferré a la ira con todas mis fuerzas. Hacía mucho tiempo que no sentía nada tan parecido al odio. Ese sí que es un sentimiento que pone a cien.
El odio se basa casi siempre en el miedo, de un modo u otro. Sí. Me envolví en rabia, con unas gotitas de odio, y en el fondo de todo ello había un núcleo helado de terror puro y duro.