Volví a poner el seguro de la pistola y me abroché el cinturón de seguridad. Phillip se desplomó en mitad del asiento, con las largas piernas extendidas a los lados del cambio de marchas. Tenía los ojos cerrados.
– ¿Adonde vamos? -preguntó Willie.
Buena pregunta. Quería irme a casa a dormir, pero…
– Phillip necesita que le curen la cara.
– ¿Quieres llevarlo a un hospital?
– No es nada -dijo Phillip en voz baja. La voz le sonaba rara.
– Pero si estás hecho una piltrafa -dije.
Abrió los ojos y se volvió para poder mirarme. La sangre le resbalaba por el cuello, un reguero húmedo y oscuro que brillaba a la luz de las farolas.
– Tú acabaste mucho peor anoche -dijo.
Aparté la vista y miré por la ventana. No sabía qué decir.
– Ya estoy bien.
– Yo también me pondré bien.
Volví a mirarlo. Tenía los ojos fijos en mí. Por más que lo intentaba, no lograba descifrar su expresión.
– ¿Qué piensas, Phillip?
Volvió la cabeza para mirar al frente. Su cara era una silueta envuelta en sombras.
– Que me he enfrentado al ama. Lo he conseguido. ¡Lo he conseguido! -Su tono ganaba en fuerza y pasión a ojos vistas. Transmitía un orgullo feroz.
– Has sido muy valiente -dije.
– Sí, ¿verdad?
– Sí -convine con una sonrisa.
– Disculpad la interrupción -dijo Willie-, pero ¿adonde llevo este trasto?
– Déjame en el Placeres Prohibidos -dijo Phillip.
– Deberías ir al médico.
– Allí se ocuparán.
– ¿Estás seguro?
Asintió, hizo una mueca de dolor y se volvió para mirarme.
– Querías saber quién me daba las órdenes. Era Nikolaos. Y tenías razón: el primer día me encargó que te sedujera. -Sonrió, pero la sonrisa no resultaba muy convincente con tanta sangre-. Supongo que no era adecuado para la misión.
– Phillip… -dije.
– No te preocupes. No te equivocabas conmigo: estoy enfermo. No me extraña que no me desees.
Miré a Willie. Se concentraba en conducir como si le fuera la vida en ello. Hay que joderse, era más listo muerto que vivo. Suspiré, tratando de pensar qué decir.
– Phillip… El beso, antes de que… me mordieras… -Dioses, ¿cómo se lo decía?-. Me gustó.
– ¿Lo dices en serio? -Me lanzó una breve mirada y apartó la vista.
– Sí.
Un silencio incómodo se apoderó del coche. No se oía nada, salvo el roce de las ruedas contra el asfalto. Sólo había destellos de luces en la noche y la distancia que impone la oscuridad.
– Enfrentarte a Nikolaos esta noche ha sido lo más valeroso que haya visto nunca -dije-… y también lo más estúpido. -Soltó una risa entrecortada, de sorpresa-. Que no se repita. No me gustaría cargar con tu muerte.
– Ha sido decisión mía -dijo.
– Pero no te me vuelvas a hacer el héroe, ¿vale?
– Si muriera, ¿lo sentirías? -preguntó mirándome.
– Sí.
– Supongo que algo es algo.
¿Qué quería que dijera? ¿Esperaba que le confesara amor eterno o alguna tontería por el estilo? ¿Deseo eterno, a lo mejor? Tanto lo uno como lo otro habría sido mentira. ¿Qué quería de mí? Estuve a punto de preguntárselo, pero me corté. Me faltaron ovarios.