Llega inevitable el fin de la jornada.
La flor en sus pétalos se encierra.
Es la hora en que la luz mengua.
La hora en que el día cae inerte.
Envuelve la noche en su negro manto
las estrellas, los astros recién hallados,
tan distantes de este mundo limitado
de tristeza, temor y muerte.
Duérmete, amor, que todo duerme.
Cae en brazos de la oscuridad silente.
Velará tu alma la noche vigilante.
Duérmete, amor, que todo duerme.
La creciente negrura nuestras almas toma,
y entre sus fríos pliegues nos arropa
con la más profunda nada de la Señora
de cuyas manos nuestro destino pende.
Soñad, guerreros, con la celeste negrura.
Sentid de la noche consorte la dulzura,
la redención que en su amor procura
a los que en su seno abrigados tiene.
Duérmete, amor, que todo duerme.
Cae en brazos de la oscuridad silente.
Velará tu alma la noche vigilante.
Duérmete, amor, que todo duerme.
A su potestad rendidos, cerramos los ojos,
y sometidos, pues sabe lo débiles que somos,
le entregamos nuestras mentes en reposo,
confiados en su ánimo clemente.
El potente clamor del silencio colma el cíelo,
másllá del mortal entendimiento.
Nuestras almas emprenden hacia allí el vuelo,
donde la desdicha y el temor están ausentes.
Duérmete, amor, que todo duerme.
Cae en brazos de la oscuridad silente.
Velará tu alma la noche vigilante.
Duérmete, amor, que todo duerme.