36

Volyova oyó de nuevo su voz. Era tranquila, educada, casi en tono de disculpa.

—Sé lo que acabas de intentar, Ilia. ¿Pero no crees que yo ya habría considerado la posibilidad de que volvieras las armas contra mí?

La mujer tartamudeó una respuesta.

—¿Qué… has… hecho?

Veinte segundos que se prolongaron durante una eternidad.

—Nada, en realidad —dijo Clavain—. Solo le dije al arma que no disparase. Son propiedad nuestra, Ilia, no tuya. ¿No se te ocurrió por un momento que podríamos tener un modo de protegernos contra ellas?

—Estás mintiendo —dijo ella.

Clavain parecía divertido, como si en el fondo esperase que ella le exigiera más pruebas.

—Puedo demostrártelo otra vez, si quieres.

Le dijo que prestara atención a las demás armas del alijo, las que ya había arrojado contra los inhibidores.

—Ahora concéntrate en el arma que más cerca está de los restos de Roc, ¿quieres? Estás a punto de ver cómo deja de disparar.


Después de eso fue un tipo de guerra diferente. En menos de una hora las primeras oleadas de la fuerza de asalto de Clavain estaban llegando al volumen inmediato de espacio que rodeaba a la Nostalgia por el Infinito. Lo contempló a la distancia justa de diez segundos luz; se sentía tan lejos de la batalla que había iniciado él como un anticuado general que desde la cima de una colina mirase sus ejércitos a través de unos gemelos, el estrépito y la furia del combate, demasiado lejos para que pudiera oírlo.

—Un buen truco —le dijo Volyova.

—No ha sido ningún truco. Solo una precaución que deberías haber asumido que habríamos tomado. ¿Nuestras propias armas, Ilia? Por favor.

—¿Una señal, Clavain?

—Un impulso codificado de neutrinos. No se puede bloquear ni trabar, así que no se te vaya a ocurrir intentarlo. No va a funcionar.

La mujer le respondió con una pregunta que él no se esperaba, algo que le recordó que no debía subestimarla ni por un instante.

—Muy bien. Pero yo habría pensado, si suponemos que tienes los medios para evitar que funcionen, que también tendrías los medios para destruirlas.

A pesar del intervalo de tiempo, Clavain sabía que solo tenía un segundo para fraguar una respuesta.

—¿Y de qué me serviría, Ilia? Estaría destruyendo justo lo que he venido a recoger.

La respuesta de Volyova llegó cortante veinte segundos después.

—No necesariamente, Clavain. Podrías limitarte a amenazar con destruirlas. Presumo que la destrucción de un arma del alijo sería bastante espectacular, poco importa cómo lo hagas. De hecho, no necesito suponer nada. Ya he visto lo que ocurre y sí, fue espectacular. ¿Por qué no amenazar con detonar una de las armas que todavía tengo dentro de mi nave y ver adonde te lleva eso?

—No deberías darme ideas —le dijo él.

—¿Por qué no? ¿Porque podrías hacerlo? No creo que puedas, Clavain. No creo que tengas los medios de hacer nada salvo evitar que las armas disparen.

A esas alturas, la mujer ya lo había llevado a una trampa. Nada podía hacer salvo seguirla.

—Puedo…

—Entonces demuéstralo. Envía una señal de destrucción a una de las otras armas, a una de esas que están al otro lado del sistema. ¿Por qué no destruir la que ya has detenido?

—Sería absurdo destruir un arma irreemplazable con el único fin de demostrar algo, ¿no?

—Eso dependería mucho de lo que quisieses demostrar, Clavain.

El hombre se dio cuenta de que no ganaba nada más mintiéndole. Suspiró, sentía que se le quitaba un peso enorme de encima.

—No puedo destruir ninguna de las armas.

—Bien… —ronroneó ella—. En una negociación la transparencia lo es todo, ya ves. Dime, ¿en algún momento se pueden destruir las armas a distancia, Clavain?

—Sí —dijo él—. Hay un código, único para cada arma.

—¿Y?

—Yo no conozco esos códigos. Pero los estoy buscando, pruebo permutaciones.

—¿Entonces quizá con el tiempo los consigas?

Clavain se rascó la barba.

—En teoría. Pero no contengas la respiración.

—¿Pero seguirás buscándolos?

—Me gustaría saber cuáles son, ¿a ti no?

—No me hace falta, Clavain. Tengo mi propios sistemas de autodestrucción injertados en cada arma, independientes por completo de cualquier cosa que tu gente haya podido instalar en el nivel más básico.

—Me pareces una mujer muy prudente, Ilia.

—Me tomo mi trabajo muy en serio, Clavain. Claro que tú también.

—Sí —dijo él.

—Bueno, ¿y ahora qué pasa? Sabes que no pienso darte los trastos. Y todavía tengo otras armas.

Clavain amplió la batalla al máximo y la contempló, destellos de luz salpimentaban el espacio que rodeaba la nave de la triunviro. Ya se habían registrado las primeras bajas. Quince de los cerdos de Escorpio estaban muertos: los habían matado las defensas del casco de Volyova antes de que se acercaran a menos de treinta kilómetros de la nave. Había otros equipos de asalto que al parecer estaban más cerca; un equipo podría incluso haber alcanzado el casco, pero fuera cual fuera el resultado, y a no había posibilidad alguna de que fuera una campaña incruenta.

—Lo sé —dijo Clavain antes de dar por finalizada la conversación.


Le dejó a Remontoire el control absoluto de la Luz del Zodíaco y luego se asignó una de las últimas naves espaciales de la bodega. El trasbordador ex civil era uno de los de H: Clavain reconoció los arcos luminosos y los tajos de las marcas de guerra banshee cuando cobraron vida con un parpadeo vacilante. Aquella nave de cintura de avispa era pequeña y su armamento ligero, pero llevaba el último mecanismo operativo de supresión de inercia, y por eso la había conservado hasta ahora. A un nivel subconsciente debió de saber en todo momento que querría unirse a la batalla, y esta nave lo llevaría allí en poco menos de una hora.

Clavain se había puesto el traje y había pasado por el ciclo de la conexión estanca que le daba acceso a la nave atracada. Fue entonces cuando lo alcanzó la mujer.

—Clavain.

Se volvió con el casco metido bajo el brazo.

—Felka —dijo.

—No me dijiste que te ibas.

—No tuve valor.

Ella asintió.

—Habría intentado convencerte de lo contrario. Pero lo entiendo. Es algo que tienes que hacer.

Él asintió sin decir nada.

—Clavain…

—Felka siento mucho lo que…

—No importa —dijo ella mientras daba un paso más hacia él—. Quiero decir, importa, por supuesto que importa, pero podemos hablar sobre eso más tarde. De camino.

—¿De camino adonde? —dijo él de forma un tanto estúpida.

—A la batalla, Clavain. Me voy contigo.

Fue solo entonces cuando él se dio cuenta de que Felka también llevaba un traje arrebujado bajo el brazo y un casco que le colgaba del puño como una fruta demasiado madura.

—¿Por qué?

—Porque si tú mueres, yo también quiero morir. Es tan sencillo como eso, Clavain.


Se alejaron de la Luz del Zodíaco. Clavain contempló cómo quedaba atrás la nave y se preguntó si volvería alguna vez a poner los pies en ella.

—Esto no va a ser muy cómodo —advirtió cuando disparó la propulsión hasta el límite. La burbuja de supresión de la inercia se tragó cuatro quintas partes de la masa de la nave banshee, pero el radio efectivo de la burbuja no abarcó la cubierta de vuelo. Clavain y Felka sintieron todo el aplastamiento que suponían las ocho gravedades acumuladas como una serie de pesos colocados sobre el pecho.

—Puedo soportarlo —le dijo ella.

—No es demasiado tarde para dar la vuelta.

—Voy contigo. Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar.

Clavain solicitó una representación de la batalla para evaluar los cambios que hubieran tenido lugar mientras él había ido a recoger su traje espacial. Sus naves se arremolinaban alrededor de la Nostalgia por el Infinito como avispones enfurecidos, dibujando arcos cada vez más apretados con cada bucle. Ya habían muerto veintitrés miembros del ejército de Escorpio, la mayor parte cerdos, pero el sector más próximo del enjambre atacante estaba ahora a pocos kilómetros del casco de la gran nave; a tan corta distancia se convertían en objetivos muy difíciles para las defensas de medio alcance de Volyova. El Ave de Tormenta, identificado por su propio y grueso icono, se estaba acercando ahora al borde del enjambre de ataque. La triunviro se había traído todas salvo una de las armas de clase infernal de vuelta al refugio de la abrazadora lumínica. En otra parte, en la perspectiva general de todo el sistema, el arma de los lobos seguía hundiendo su único colmillo gravitatorio en la carne de la estrella. Clavain contrajo las imágenes hasta el tamaño justo para verlas y luego se volvió hacia Felka.

—Me temo que hablar no va ser demasiado fácil.

[Entonces no hablaremos, ¿no?].

Clavain la miró, sorprendido de que se hubiera dirigido a él al modo combinado, abriendo una ventana entre sus cabezas, metiendo palabras y mucho más que palabras en su cráneo.

Felka…

[Tranquilo, Clavain. Solo porque no lo hiciera muy a menudo no significa que no pudiese…].

Nunca pensé que no pudieses… Es solo… Estaban lo bastante cerca para el pensamiento combinado, comprendió Clavain, aunque no hubiera maquinaria combinada en la nave en sí. Los campos generados por sus implantes eran lo bastante fuertes para influir en el otro sin amplificaciones intermedias, siempre que no estuvieran a más de unos metros de distancia.

[Tienes razón. En circunstancias normales no quería. Pero tú no eres alguien cualquiera].

No tienes que hacerlo si no…

[Clavain, una advertencia. Puedes mirarlo todo en mi cabeza. No hay barreras, particiones, ni bloqueos mnemónicos. Para ti no, al menos. Pero no mires demasiado. No es que fueras a ver algo privado, o algo de lo que estoy avergonzada. Es solo…].

¿Que quizá yo no fuera capaz de soportarlo?

[A veces yo no puedo soportarlo, Clavain, y he vivido con ello desde que nací].

Entiendo.

Clavain vio las capas superficiales de la personalidad de su amiga, sintió el tráfico superficial de sus pensamientos. Los datos estaban en calma. No había nada que no pudiera examinar; ninguna experiencia sensorial o recuerdo que no pudiera desenmarañar y abrir como si fuera propio. Pero bajo la tranquila capa superficial, vislumbrado como algo que se precipita tras una ventana ahumada, yacía una tormenta clamorosa de conciencia. Era frenética e incesante, como una máquina que siempre estuviera a punto de desgarrarse, pero que nunca encontraría un respiro en su propia destrucción.

El hombre se retiró, aterrado por si se caía.

[¿Ves a lo que me refiero].

Siempre supe que vivías con algo así. Pero no…

[No es culpa tuya. No es culpa de nadie, ni siquiera de Galiana. Soy así, nada más].

Clavain comprendió entonces, quizá más que en cualquier otro momento desde que la conocía, cómo eran los anhelos de Felka. Los juegos, los juegos complejos, saciaban esa máquina clamorosa, le daban algo en lo que trabajar, la ralentizaban y convertían en algo menos furioso. Cuando era niña, la Muralla era todo lo que necesitaba, pero le habían quitado la Muralla. Después de eso, nada había sido suficiente, jamás. Quizá la máquina habría evolucionado a medida que Felka crecía. O quizá la Muralla siempre hubiera resultado inadecuada. Pero todo lo que importaba ahora era que ella encontrara sustitutos: juegos o rompecabezas, laberintos o adivinanzas, que la máquina pudiera procesar y por tanto proporcionarle el más diminuto punto de calma interior.

Ahora entiendo por qué crees que los malabaristas quizá puedan ayudarte.

[Incluso si no pueden cambiarme, y ni siquiera estoy segura de que quiera que me cambien, quizá podrían darme al menos algo en lo que pensar, Clavain. Tantas mentes alienígenas han quedado grabadas en sus mares, tantos patrones almacenados… Incluso podría encontrarle sentido a algo a lo que los otros nadadores no se lo han encontrado. Mi presencia podría incluso ser de valor].

Siempre he dicho que haría lo que pudiese. Pero no es más fácil ahora que antes. Lo entiendes, ¿verdad?

[Por supuesto].

Felka…

La mujer debió de leer lo suficiente en su mente para ver lo que estaba a punto de preguntarle.

[Mentí, Clavain. Mentí, y lo hice para salvarte, para conseguir que dieras la vuelta].

Él ya lo sabía, se lo había dicho Skade. Pero hasta ahora jamás había descartado por completo la posibilidad de que fuera Skade la que le hubiera estado mintiendo, que Felka fuera en realidad hija suya.

Habría sido una mentira piadosa en ese caso. Yo he sido responsable de unas cuantas de esas en mis tiempos.

[No dejó de ser una mentira. Pero no quería que Skade te matara. Parecía mejor no decir la verdad…].

Debías de saber que siempre me lo había preguntado.

[Era natural que te lo preguntaras, Clavain. Siempre hubo un fuerte lazo entre nosotros antes de que me salvaras la vida. Y tú fuiste prisionero de Galiana antes de que yo naciera. Para ella habría sido fácil recoger material genético…]. Los pensamientos de Felka se hicieron brumosos. [Clavain… ¿Te importa si te pregunto algo?].

No hay secretos entre nosotros, Felka.

[¿Hiciste el amor con Galiana cuando eras su prisionero?].

Clavain le respondió con una tranquilidad y una claridad de mente que lo sorprendieron, incluso a él.

No lo sé. Creo que sí. Lo recuerdo. Pero claro, ¿qué significan los recuerdos después de cuatrocientos años? Quizá solo esté recordando un recuerdo. Espero que no sea ese el caso. Pero después… cuando me convertí en uno de los combinados…

[¿Sí?].

Sí que hicimos el amor. Al principio hacíamos el amor con frecuencia. A los otros combinados no les gustaba, creo, veían en ello un acto animal, una vuelta primitiva a la humanidad más básica. Galiana no estaba de acuerdo, por supuesto. Ella siempre fue la más sensual de los dos, la que más gozaba del reino de los sentidos. Eso fue lo que sus enemigos jamás entendieron de verdad sobre ella, que amaba con toda honestidad a la humanidad, más que ellos. Por eso creó a los combinados. No para ser algo mejor que la humanidad, sino como regalo, una promesa de lo que la humanidad podría llegar a ser con solo hacer realidad nuestro potencial. En lugar de eso, la pintaron como si fuera una especie de monstruo frío y reduccionista. Qué equivocados estaban. Galiana no pensaba que el amor fuera un antiguo truco darwiniano de la química cerebral que había que erradicar de la mente humana. Lo veía como algo que había que llevar a su culminación, como una semilla que necesita que la alimenten mientras crece. Pero jamás entendieron esa parte. Y el problema era que tenías que ser combinado antes de apreciar lo que aquella mujer había logrado.

Clavain hizo una pausa y se paró un momento para revisar la disposición de sus fuerzas alrededor de la nave de la triunviro. Se habían producido dos muertes más en el último minuto, pero continuaba el avance constante de sus fuerzas.

Sí, hicimos el amor, allá en mis primeros tiempos entre los combinados. Pero llegó un momento en el que ya no era necesario, salvo como acto nostálgico. Parecía algo que hacían los niños: no era algo malo, ni primitivo, ni siquiera aburrido, pero ya no tenía ningún interés. No era que hubiéramos dejado de amarnos, o que hubiéramos perdido la sed de experiencias sensoriales. Era solo que había muchas más formas gratificantes de lograr esa misma clase de intimidad. Una vez que has acariciado la mente de alguien, que has paseado por sus sueños, que has visto el mundo a través de sus ojos, que has sentido el mundo a través de su piel… Bueno, nunca pareció haber una necesidad real de volver a las viejas costumbres. Y yo nunca he sido muy nostálgico. Era como si hubiéramos entrado en un mundo más adulto, atestado de sus propios placeres y atractivos. No teníamos razones para mirar atrás y ver lo que nos estábamos perdiendo.

Felka no respondió de inmediato. La nave siguió volando. Clavain le echó un vistazo de nuevo a las lecturas y los resúmenes tácticos. Durante un momento, un terrible e inmenso momento, tuvo la sensación de que había hablado demasiado. Pero luego habló su compañera y supo que ella lo había entendido todo.

[Creo que tengo que hablarte de los lobos].

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