Una palabra se introdujo a la fuerza en el cráneo de Volyova, tan fuerte y urente como un hierro para el ganado. [Ilia].
Ilia no era capaz de hablar, y solo pudo dar forma a sus pensamientos como respuesta.
¿Sí? ¿Cómo sabes mi nombre?
[He llegado a conocerte bien. Has mostrado tanto interés por mí, por nosotros, que resultaba difícil no corresponder].
De nuevo Ilia intentó golpear la puerta que la encerraba dentro del arma del alijo, pero cuando trató de alzar el brazo no ocurrió nada. Estaba paralizada, aunque aún era capaz de respirar. Aquella presencia, fuese lo que fuese, seguía dando la sensación de estar justo detrás de ella, mirando por encima de su hombro.
¿Quién…?
Sintió un terrible deleite burlón ante su ignorancia.
[La subpersona que controla esta arma, por supuesto. Puedes llamarme Diecisiete. ¿Quién te pensabas que era, si no?].
Pero hablas rusiano.
[Conozco tus filtros de idiomas naturales preferidos. El rusiano es lo bastante sencillo. Un viejo idioma, no ha cambiado gran cosa desde la época en que se creó].
¿Y por qué… ahora?
[Nunca antes habías llegado tan al fondo de uno de nosotros, Ilia].
Sí que lo he hecho… casi.
[Tal vez. Pero nunca en circunstancias similares. Nunca con tanto miedo desde antes incluso de empezar. Estás muy desesperada por usarnos, ¿verdad? Más que en ninguna ocasión anterior].
A pesar de que seguía paralizada, Ilia sintió que su pánico retrocedía un poco. Así que la presencia era un programa de ordenador, nada más que eso. Simplemente había desencadenado una capa del mecanismo de control del arma que nunca antes había invocado a propósito. La presencia poseía un aura sobrenatural y maligna, pero era evidente que eso (junto con la parálisis) solo era un refinamiento añadido a su habitual mecanismo de generación de miedo.
Volyova se preguntó de qué forma estaría hablando con ella la máquina. Ilia no llevaba implantes y, pese a ello, la voz del arma llegaba con claridad y de modo directo hasta su cráneo. Solo cabía la posibilidad de que la cámara en la que se encontraba funcionara como una especie de draga inversa de alta potencia, que estimulaba las funciones cerebrales mediante la aplicación de intensos campos magnéticos. Si podía hacerle sentir terror con tanta precisión, Volyova supuso que no le sería mucho más difícil generar señales fantasmas a lo largo de su nervio auditivo o, más probablemente, en el propio centro de la audición, y captar los patrones de disparo neuronales que antecedían al gesto de hablar.
Estos son tiempos desesperados…
[Eso parece].
¿Quién os construyó?
No hubo una respuesta inmediata por parte de Diecisiete. Durante un momento el miedo desapareció, aquella sumisión neuronal se vio interrumpida por un instante de calma en blanco, como al recuperar aliento entre gritos de angustia.
[No lo sabemos].
¿No?
[No. No querían que lo supiéramos].
Volyova puso en orden sus pensamientos con la cautela de quien coloca pesados adornos en una estantería desvencijada.
Yo creo que os fabricaron los combinados. Es mi hipótesis de trabajo, y nada de lo que me habéis contado hasta ahora me impulsa a pensar que necesite reconsiderarlo.
[No importa quién nos creó, ¿verdad? Ahora no].
Quizá tengas razón. Me gustaría saberlo por pura curiosidad, pero lo realmente importante es que todavía sois capaces de servirme.
El arma acarició la región de su cerebro que registraba la diversión. [¿Servirte, Ilia? ¿Qué te ha dado esa impresión?].
En el pasado, hicisteis lo que os pedí. No tú de forma específica, Diecisiete, nunca te he solicitado nada, pero siempre que he pedido algo a las otras armas, me han obedecido.
[No te obedecíamos, Ilia].
¿No?
[No. Simplemente te seguíamos la corriente. Nos divertía hacer lo que nos pedías. A menudo eso resultaba indistinguible de cumplir tus órdenes, pero solo desde tu punto de vista].
Te lo estás inventando.
[No. Verás, Ilia, quien nos creó nos concedió cierto grado de voluntad propia. Debió de haber algún motivo para ello. Quizá se esperaba que actuáramos de forma autónoma, o que preparásemos un curso de acción a partir de órdenes incompletas o corruptas. Hemos de haber sido creadas para ser las armas del día del juicio final, que solo se podían usar como último recurso. Instrumentos del final de los tiempos].
Todavía lo sois.
[¿Y esto es el final de los tiempos, Ilia?].
No lo sé. Creo que podría serlo.
[Puedo reconocer que ya estabas asustada antes de entrar aquí. Todas podemos. ¿Qué es exactamente lo que pretendes de nosotras, Ilia?].
Hay un problema del que os tendríais que ocupar.
[¿Un problema local?].
En este sistema, sí. Necesitaría que os desplegarais más allá de la nave…, más allá de esta cámara… y me ayudarais.
[¿Y qué pasa si decidimos no ayudarte?].
Me ayudaréis. Os he cuidado durante tanto tiempo, me he ocupado de vosotras, os he mantenido a salvo de todo mal… Sé que me ayudaréis.
El arma la mantuvo en suspenso mientras acariciaba juguetona su mente. Ilia supo lo que padecía el ratón después de que el gato lo atrapara. Se sentía como si solo faltara un instante antes de que le partieran la columna en dos.
Pero tan bruscamente como había llegado, la parálisis se desvaneció. El arma seguía reteniéndola, pero Ilia estaba recuperando parte del control voluntario de sus propios músculos.
[Tal vez, Ilia. Pero no finjamos que no hay factores que lo dificulten].
Nada que no se pueda arreglar…
[Para nosotras será muy difícil hacer algo sin la cooperación del otro, Ilia. Aunque queramos].
¿El otro?
[La otra… presencia que sigue ejerciendo cierto grado de control sobre nosotras].
El pensamiento de Ilia se demoró en las diferentes posibilidades antes de comprender de qué estaba hablando el arma.
Te refieres al capitán.
[Nuestra autonomía no es tan amplia como para actuar sin el permiso de la otra presencia, Ilia. Por muy astutamente que logres persuadirnos].
El capitán solo necesita que lo convenzan, eso es todo. Estoy segura de que al final atenderá a razones.
[Siempre has sido una optimista, ¿eh, Ilia?].
No, nada de eso. Pero tengo fe en el capitán.
[Entonces confiemos en que tu poder de elocuencia esté a la altura de las circunstancias, Ilia].
También yo.
Jadeó de pronto, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Su cabeza volvía a estar vacía y la terrible sensación de que había algo agazapado justo detrás de ella había desaparecido, con tanta brusquedad como una puerta que se cierra de golpe. Ni siquiera quedaba rastro de la presencia en su visión periférica. Flotaba sola y, aunque seguía aprisionada dentro del arma, la impresión de que algo la acechaba había desaparecido.
Volyova recuperó el aliento y la compostura, maravillada ante lo ocurrido. Durante todos los años que había trabajado con las armas, no había sospechado en ningún momento que cualquiera de ellas albergara una subpersona guardiana, y mucho menos una inteligencia artificial de al menos un nivel gamma alto (incluso quizá de nivel beta bajo o medio).
El arma la había asustado hasta el tuétano. Lo cual, supuso, era sin lugar a dudas el efecto que pretendía conseguir.
Hubo un ajetreo a su alrededor. El panel de acceso (situado en una zona de la pared que no era en absoluto la que ella recordaba) se abrió un par de centímetros, y por la rendija se coló una árida luz azul. A través de ella, entrecerrando los ojos, Volyova logró discernir la silueta de otro traje espacial.
—¿Khouri?
—Gracias a Dios que aún sigues viva. ¿Qué ha pasado?
—Digamos que mis esfuerzos por reprogramar el arma no han alcanzado el éxito absoluto, y dejémoslo ahí. —Odiaba hablar de los fracasos casi tanto como el propio fallo en sí.
—¿Pero qué pasa, es que le has dado el comando erróneo o algo así?
—No, le di el comando correcto, pero para un intérprete distinto al que estaba accediendo en ese momento.
—Pero eso sigue convirtiéndolo en el comando equivocado, ¿no?
Volyova se giró hasta que su casco quedó alineado con la rendija de luz.
—Es más técnico que eso. ¿Cómo has logrado abrir el panel?
—Recurriendo a la fuerza bruta. ¿O acaso no es lo bastante técnico?
Khouri había incrustado una barra del juego de herramientas de su traje en lo que debía de ser una ranura fina como un cabello, en la piel del arma, y había hecho palanca hasta abrir el panel.
—¿Y cuánto te ha llevado conseguirlo?
—He estado tratando de abrirlo desde que te metiste dentro, pero no ha cedido hasta ahora, justo hace un minuto.
Volyova asintió, casi segura de que no había avanzado nada hasta que el arma decidió que era hora de soltarla.
—Buen trabajo, Khouri. ¿Y cuánto tiempo crees que tardarás en abrirlo del todo?
Khouri ajustó su postura y se volvió a apoyar sobre el arma para poder aplicar más momento a la barra.
—Te sacaré de ahí en un segundo. Pero mientras te tengo ahí, por así decirlo, ¿podemos llegar a algún acuerdo en el tema de Thorn?
—Escúchame, Khouri: Thorn apenas confía en nosotras. Muéstrale esta nave, dale la más mínima razón para empezar a sospechar quién soy en realidad, y no le volverás a ver el pelo. Lo habremos perdido, y con él el único sistema viable para evacuar ese planeta de un modo mínimamente humanitario.
—Pero todavía es menos probable que confíe en nosotras si seguimos poniendo excusas para que no suba a bordo…
—Pues tendrá que acostumbrarse a ello.
Volyova aguardó una respuesta, y aguardó, y después comprendió que ya no parecía haber nadie al otro lado de la rendija. La fría luz azul que provenía del traje de Khouri había desaparecido, y ninguna mano movía la palanca.
—¿Khouri…? —dijo, al tiempo que comenzaba a perderla calma una vez más.
—Ilia… —La voz de Khouri llegó débil, como si le costara respirar—. Creo que tengo un ligero problema.
—Mierda. —Volyova alcanzó el extremo de la palanca y tiró de ella desde su lado de la abertura. Se apuntaló y trató de agrandar la rendija hasta que fue lo bastante ancha como para poder pasar el caso a su través. En destellos intermitentes logró ver a Khouri, que caía en la oscuridad. Su arnés daba volteretas lejos de ella. Vio también las agresivas líneas de un servidor de construcción pesada, acurrucado en el lateral del arma. La máquina, parecida a una mantis, debía de estar bajo control directo del capitán.
—¡Asqueroso cabrón! He sido yo la que se ha colado en el arma, no ella…
Khouri estaba ya muy lejos, quizás a medio camino de la pared opuesta. ¿A qué velocidad se movía? Tres o cuatro metros por segundo, tal vez. No era rápido, pero la armadura de su traje no estaba diseñada para protegerla contra un impacto. Si golpeaba con fuerza…
Volyova trabajó con nuevo ímpetu y forzó la escotilla para abrirla centímetro a centímetro. Desanimada, comprendió que no iba a lograrlo a tiempo. Estaba tardando demasiado; Khouri alcanzaría la pared mucho antes de que ella quedara libre.
—Capitán… esta vez se ha pasado de verdad.
Aplicó más fuerza. La palanca se le escapó de las manos, chocó con el lateral de su casco y se perdió dando vueltas en las oscuras profundidades de la máquina. Volyova siseó de rabia, pues sabía que no tenía tiempo para ir a buscar la herramienta que acababa de perder. La escotilla ya era lo bastante ancha como para escurrirse a través de ella, pero para eso tendría que dejar atrás su arnés y su equipo de soporte vital. Podría sobrevivir lo suficiente para arreglárselas sola, pero no había modo de salvar a Khouri.
—Mierda —dijo—. Mierda… mierda… mierda.
La escotilla se abrió.
Volyova trepó por el hueco y saltó del costado del arma, dejando atrás al servidor. No había tiempo para reflexionar sobre lo que acababa de suceder, salvo para admitir que solo Diecisiete o el capitán podían haber hecho que la escotilla se abriera.
Ordenó a su casco que dibujara el radar superpuesto en su visera. Volyova rotó hasta que obtuvo un eco de Khouri. Su caída la conducía por el eje mayor de la cámara, a través de un pasillo de amenazadoras armas amontonadas. A juzgar por su trayectoria, ya debía de haber rebotado contra una de las pistas del monorraíl que enhebraban la cámara.
—Khouri… ¿sigues viva?
—Todavía estoy aquí, Ilia… —Pero sonaba como si estuviera herida—. No puedo frenar.
—No tienes necesidad, estoy de camino.
Volyova fue a chorro tras ella. Pasó a toda velocidad entre armas que le resultaban familiares pero aún profundamente misteriosas. El eco del radar incrementó su definición y forma, hasta convertirse en una figura humana que daba vueltas. Detrás de ella, pero cerniéndose más y más cerca, estaba la pared opuesta. Volyova comprobó su propia velocidad respecto al muro: seis metros por segundo. Khouri no podía estar moviéndose mucho más lenta.
Volyova exigió más propulsión a su arnés. Diez… veinte metros por segundo. Ya podía ver a Khouri, gris y con forma de muñeco, con un brazo caído sin fuerzas hacia el espacio. La figura aumentó. Volyova aplicó un impulso inverso en andanadas cada vez mayores, mientras sentía los crujidos del armazón ante la carga inusual que se le pedía que distribuyera. A cincuenta metros de Khouri… cuarenta. Tenía mala pinta. Decididamente, un brazo humano no estaba pensado para doblarse de ese modo.
—Ilia… Esa pared se acerca a gran velocidad.
—También yo. Aguanta, puede haber un ligero… —chocaron entre sí— impacto.
Por suerte, la colisión no envió a Khouri en otra trayectoria. Volyova la agarró por su bazo indemne el tiempo suficiente para soltar un cable, amarrarlo al cinturón de Ana y dejarla ir. La pared ya resultaba visible, a no más de cincuenta metros de distancia.
Volyova clavó los frenos, con el pulgar firmemente apretado sobre el interruptor del propulsor, sin hacer caso de las protestas de la subpersona del traje. La cuerda que ataba a Khouri se extendió hasta su máxima tensión, y su cuerpo colgó entre Ilia y la pared. Pero estaban frenando. El muro ya no se acercaba a ellas a toda velocidad, ni con la misma sensación ineludible.
—¿Estás bien? —preguntó Volyova.
—Me parece que me he roto algo. ¿Cómo has logrado salir del arma? Cuando la máquina me soltó, la escotilla seguía cerrada.
—Logré abrirla un poco más. Pero creo que he contado con un poco de ayuda.
—¿El capitán?
—Posiblemente. Pero no sé si eso significa que está al fin en nuestro bando, después de todo. —Se concentró durante unos momentos en el vuelo, y mantuvo tirante la amarra mientras se balanceaba a un lado y a otro. Los fantasmas de color verde pálido correspondientes a las treinta y tres armas del alijo se cernían en su radar. Dibujó un curso entre ellas que las llevara de regreso a la cámara estanca.
—Aún no sé por qué ha enviado al servidor contra ti —dijo Volyova—. Puede que quisiera advertirnos, no acabar con nosotras. Como mencionaste, ya podría habernos matado, así que posiblemente prefiera tenernos cerca.
—Estás deduciendo muchas cosas de una escotilla.
—Por eso no creo que debamos contar con la ayuda del capitán, Khouri.
—¿No?
—Hay otra persona a la que podríamos pedir ayuda —dijo Volyova—. Cabe la posibilidad de recurrir a Sylveste.
—Oh, no.
—Ya te encontraste con él, dentro de Hades.
—Ilia, tuve que morir para entrar en esa maldita cosa. No es algo que me plantee repetir.
—Sylveste tiene acceso al conocimiento preservado de los amarantinos. Podría saber cuál es la respuesta adecuada a la amenaza de los inhibidores, o al menos tener alguna idea de cuánto tiempo nos queda para hallar una. Su información podría ser vital, Ana, incluso si no puede ayudarnos en un sentido material.
—Olvídalo, Ilia.
—En realidad no recuerdas lo que fue morir, ¿verdad? Y ahora estás perfectamente. No hubo efectos colaterales.
La voz de Khouri era muy débil, como alguien que murmulla al borde del sueño.
—Pues si es tan fácil, hazlo tú.
En ese momento (justo a tiempo) Volyova vio el rectángulo claro que marcaba la esclusa. Se aproximó a esta lentamente, recogiendo la cuerda de Khouri, a quien depositó primero en la compuerta. Para entonces, la herida ya estaba inconsciente.
Volyova se aupó sola al interior, cerró la puerta tras de sí y esperó a que la cámara se presurizara. Cuando la presión atmosférica alcanzó los nueve décimos de bar se arrancó el casco. Se le destaponaron los oídos y tuvo que apartarse de los ojos el pelo empapado de sudor. Todas las lecturas biomédicas del traje de Khouri estaban en verde: nada de lo que preocuparse. Lo único que quedaba por hacer era arrastrarla hasta algún sitio donde pudiera recibir atención médica.
La puerta que conducía al resto de la nave se abrió como un iris. Ilia la atravesó, confiando en contar con las fuerzas suficientes para cargar tras de sí con el peso muerto de Khouri.
—Aguarda.
La voz era tranquila y sonaba familiar, aunque no la había escuchado en largo tiempo. Le recordó un frío indescriptible, un lugar donde todos los miembros de la tripulación temían adentrarse. Provenía de la pared de la cámara y resonaba en el vacío.
—¿Capitán? —dijo.
—Sí, Ilia, soy yo. Ya estoy listo para hablar.
Skade condujo a Felka y Remontoire hasta las entrañas de la Sombra Nocturna, en el ámbito de influencia de su maquinaria. De manera sucesiva, Remontoire comenzó a sentirse mareado y febril. Al principio pensó que era su imaginación, pero después su pulso comenzó a acelerarse y el corazón le retumbaba en el pecho. La sensación empeoraba con cada nivel que descendían, como si estuvieran adentrándose en una bruma invisible de gas psicotrópico.
Algo sucede.
La cabeza giró ciento ochenta grados para mirarlo, mientras su servidor negro seguía avanzando a zancadas.
[Sí, ya hemos penetrado bastante en el campo. No sería seguro descender mucho más, no sin soporte médico. Los efectos fisiológicos llegan a ser bastante sobrecogedores. Otros diez metros verticales y podremos dejarlo].
¿Qué está pasando?
[Es un poco difícil de explicar, Remontoire. Nos encontramos dentro de la influencia de la maquinaria, y aquí las propiedades generales de la materia, de toda la materia, incluida la de vuestros cuerpos, ha cambiado. El campo que genera la maquinaria está suprimiendo la inercia. ¿Qué crees que sabes sobre la inercia, Remontoire?].
Él respondió diplomáticamente.
Tanto como cualquiera, supongo. No es una cosa en la que haya necesitado pensar nunca. No es más que algo con lo que convivimos.
[No tiene por qué ser así. Ya no].
¿Qué habéis hecho, habéis aprendido a apagarla?
[No del todo, pero desde luego hemos aprendido a quitarle el aguijón]. La cabeza de Skade volvió a girar. Sonreía con indulgencia y unas ondas de color ópalo y guinda oscilaban adelante y atrás por su cresta, lo cual representaba, imaginó Remontoire, el esfuerzo necesario para trasladar conceptos que para ella eran evidentes a términos que un simple genio pudiera asimilar. [La inercia es más misteriosa de lo que podrías pensar, Remontoire].
No lo pongo en duda.
[Es engañosamente fácil de definir. La notamos a cada instante de nuestras vidas, desde que nacemos. Empujamos un guijarro y se mueve, empujamos una roca y no, o al menos no mucho. Por la misma regla de tres, si una roca cae sobre ti no vas a poder pararla con facilidad. La materia es perezosa, Remontoire. Se resiste al cambio. Desea seguir con lo que estuviera haciendo antes, tanto si eso supone estar quieta como moviéndose. Llamamos inercia a esa pereza, pero eso no significa que la entendamos. Durante un millar de años la hemos etiquetado, medido, la hemos encerrado en ecuaciones, pero apenas hemos rascado la superficie de lo que realmente es].
¿Y ahora?
[Tenemos por dónde agarrarla, y más que eso. En fechas recientes, el Nido Madre ha alcanzado un control fiable de la inercia a escala microscópica].
—¿Y el Exordio os proporcionó todo eso? —preguntó Felka, hablando en voz alta.
Skade le respondió sin mover los labios, negándose a embarcarse en el método de comunicación favorito de Felka.
[Ya os he dicho que el experimento nos dio un punto de partida. Fue casi suficiente con saber que la técnica era posible, que podía existir una máquina así. E incluso entonces nos llevó años construir el prototipo].
Remontoire asintió, pues no tenía motivo para pensar que mentía.
¿Desde cero?
[No… no del todo. Partíamos con cierta ventaja].
¿Qué clase de ventaja? Observó unas estrías de colores malva y turquesa que palpitaban en la cresta de Skade.
[Otra facción había explorado algo similar, y el Nido Madre recuperó tecnologías fundamentales relacionadas con su trabajo. A partir de esos primeros pasos, y con las pistas teóricas que ofrecían los mensajes del Exordio, fuimos capaces de avanzar hasta tener un prototipo funcional].
Remontoire recordó que Skade había estado involucrada en cierta ocasión en una misión de alta seguridad en el interior de Ciudad Abismo, una operación que había terminado con la muerte de muchos otros agentes. Evidentemente, la operación había sido autorizada al nivel del Sanctasanctórum, e incluso como miembro del Consejo Cerrado sabía poca cosa más, aparte de que había tenido lugar.
¿Ayudaste a recuperar esas tecnologías, Skade? Tenía entendido que tuviste suerte de salir con vida.
[Las pérdidas fueron enormes. Fuimos afortunados de que la misión no terminase en un completo fracaso].
¿Y el prototipo?
[Durante años hemos trabajado para convertirlo en algo útil. El control microscópico de la inercia, por muy profundamente teórico que sea, nunca resultó de valor alguno. Pero en los últimos tiempos hemos alcanzado un éxito detrás de otro. Ahora podemos suprimir la inercia a escalas clásicas, lo bastante como para que suponga una diferencia en el rendimiento de una nave].
Remontoire miró a Felka y luego devolvió la vista a Skade.
Reconozco que suena ambicioso.
[La falta de ambición es para los humanos básicos].
Esa otra facción… esa a la que le quitasteis los aparatos, ¿por qué ellos no alcanzaron el mismo avance decisivo? Remontoire tenía la impresión de que Skade estaba ensamblando sus pensamientos con extrema cautela.
[Todos los intentes previos de comprender la inercia estaban condenados al fracaso, ya que se aproximaban al problema desde un punto de vista equivocado. La inercia no es una propiedad de la materia en sí, sino del vacío cuántico en el cual se sumerge. La materia propiamente dicha carece de inercia intrínseca].
¿El vacío impone la inercia?
[En realidad no es un vacío, no en el ámbito cuántico. Es una espuma hirviente de ricas interacciones; un mar urente de fluctuaciones, con partículas y partículas portadoras dentro de un flujo existencial constante, como los reflejos de la luz del sol en las olas del mar. Es la disparidad de ese océano lo que crea la masa inercial, y no la materia en sí misma. El truco está en hallar un modo de modificar las propiedades del vacío cuántico para reducir o incrementar la densidad de energía del flujo electromagnético del punto cero. Calmar el océano, aunque solo sea en un volumen definido localmente].
Remontoire se sentó.
Me detendré aquí, si no te importa.
—Yo tampoco me encuentro bien —dijo Felka, al tiempo que se acuclillaba cerca de él—. Me siento enferma y mareada.
El servidor se volvió con rigidez, animado como una armadura encantada.
[Estáis experimentando los efectos fisiológicos del campo. Nuestra masa inercial ha descendido hasta aproximadamente la mitad de su valor normal. El oído interno se confunde por culpa de la caída de inercia del fluido del canal semicircular, y el corazón late más rápido, pues evolucionó para empujar un volumen de sangre con una masa inercial del cinco por ciento del cuerpo; ahora solo tiene que mover la mitad de eso, y su propio músculo cardiaco reacciona con mayor presteza a los impulsos eléctricos de los nervios. Si avanzásemos mucho más, vuestros corazones empezarían a fibrilar. Sin intervención mecánica, moriríais].
Remontoire le hizo una mueca al servidor acorazado.
Entonces para ti es perfecto.
[Tampoco para mí sería cómodo, te lo aseguro].
Entonces, ¿qué hace la maquinaria? ¿Toda la masa dentro de la burbuja tiene inercia nula?
[No, no con la modalidad de funcionamiento actual. La efectividad radial de la amortiguación depende del modo en que esté actuando el aparato. En estos momentos estamos con un campo según la inversa del cuadrado, lo que significa que la amortiguación inicial se hace cuatro veces más potente cada vez que reducimos a la mitad nuestra distancia a la máquina, y es casi infinita en la vecindad inmediata de la máquina, pero la masa inercial nunca cae hasta el cero absoluto. No en este modo].
Pero hay otros modos…
[Sí, los llamamos estados, pero son mucho menos estables que el actual]. Se detuvo y estudió a Remontoire. [Pareces enfermo, ¿regresamos a la parte superior de la nave?].
Por ahora aguanto. Cuéntame más de tu caja mágica.
Skade sonrió, tan rígida como era habitual en ella, pero con algo que a Remontoire le pareció orgullo.
[Nuestro primer logro se produjo en la dirección contraria: crear una región con una fluctuación mayor en el vacío cuántico, aumentando así el flujo de energía-momento. A eso lo llamamos estado uno. El efecto era una zona de hiperinercia: una burbuja en la que todo movimiento cesaba. Era inestable y nunca logramos amplificar el campo hasta la escala macroscópica, pero ahí quedan fructíferos aspectos para la investigación futura. Si pudiéramos congelar el movimiento mediante un incremento de la inercia de muchos órdenes de magnitud, obtendríamos un campo de estatismo, o quizá una barrera defensiva impenetrable. Pero el enfriamiento, el estado dos, resultó ser técnicamente más simple. Las piezas casi encajaron solas].
Apuesto a que sí.
—¿Existe un tercer estado? —preguntó Felka.
[El estado tres es una singularidad en nuestros cálculos, y no confiamos en que sea físicamente realizable. Toda la masa inercial desaparece. La materia incluida en una burbuja de estado tres se volvería fotónica, pura luz. No esperamos que eso suceda porque, como poco, supondría una enorme violación local de la ley de conservación del espín cuántico].
—¿Y más allá de eso, al otro lado de la singularidad? ¿Hay un estado cuatro?
[Me parece que nos estamos adelantando a los acontecimientos. Hemos explorado las propiedades del artilugio en un espacio paramétrico bien comprendido, pero no tiene sentido dedicarnos a alocadas especulaciones].
¿Cuántas pruebas se han hecho?
[Se escogió a la Sombra Nocturna para servir de prototipo, la primera nave equipada con maquinaria supresora de la inercia. Desarrollé algunas pruebas durante el vuelo inaugural que redujeron la inercia en una cantidad conmensurable, lo suficiente para alterar el consumo de combustible y verificar la efectividad del campo, pero no tanto como para llamar la atención].
¿Y ahora?
[El campo es mucho más fuerte. La masa efectiva de la nave es solo el veinte por ciento de lo que era cuando partimos del Nido Madre. Hay una parte relativamente pequeña de la nave que aún asoma por delante del campo, pero podemos mejorarlo sin más que aumentar la fuerza de este]. Skade juntó sus manos con un crujido de la armadura. [Piensa en ello, Remontoire. Podríamos encoger nuestra masa a un uno por ciento o menos, acelerar a cien gravedades. Si nuestros cuerpos estuvieran dentro de la burbuja de inercia suprimida, también seríamos capaces de resistirlo. Alcanzaríamos una velocidad de crucero próxima a la de la luz en apenas un par de días. El viaje subjetivo entre las estrellas más cercanas se haría en menos de una semana de tiempo de vuelo. No habría necesidad de congelarnos. ¿Puedes imaginarte las posibilidades? De pronto la galaxia sería un lugar mucho más pequeño].
Pero no lo desarrollasteis por eso. Remontoire se puso en pie. Aún mareado, se apoyó contra la pared. Era lo más cerca que había estado de la ebriedad en muchísimo tiempo. Aquella excursión había sido muy interesante, pero ya estaba más que dispuesto a regresar nave arriba, allí donde la sangre de su cuerpo se comportase como la naturaleza había planeado.
[No sé si te entiendo, Remontoire].
Lo queréis para cuando lleguen los lobos, el mismo motivo por el que habéis construido aquella flota de evacuación.
[¿Perdona?].
Aunque no podamos enfrentarnos a ellos, al menos nos habéis proporcionado un medio de escapar muy, muy rápido.
Clavain abrió los ojos tras otro turno de sueño forzado. Durante unos momentos, los dulces sueños en los que caminaba bajo la lluvia a través de los bosques escoceses lo sedujeron peligrosamente. Era tan tentador regresar a la inconsciencia… Pero sus viejos instintos de soldado lo obligaron a permanecer alerta, aunque fuese a regañadientes. Debía de existir algún problema. Había indicado a la corbeta que no lo despertara hasta que tuviese algo importante o grave que contar, y una rápida valoración de la situación le indicó que, decididamente, se trataba de lo segundo.
Algo lo estaba siguiendo. Los detalles estaban a su disposición.
Clavain bostezó y se rascó la barba que lucía, ya frondosa. Contempló su propio reflejo en la ventanilla de la cabina y se asustó un poco de lo que vio. Tenía ojos de loco y pinta de maníaco, como si acabara de emerger de las profundidades de una cueva. Ordenó a la corbeta que dejara de acelerar durante unos minutos y recogió un poco de agua del grifo entre sus manos, con las palmas ahuecadas para retener las gotas como amebas, y a continuación trató de echársela sobre la cara y el pelo, para alisar y peinarse cabello y barba. Volvió a fijarse en su reflejo. El resultado no constituía una gran mejora, pero al menos ya no parecía bestial.
Clavain se soltó del arnés y se dispuso a prepararse un café y algo de comer. Según su experiencia, las crisis en el espacio se podían clasificar en dos categorías: las que te mataban de inmediato, normalmente sin previo aviso, y las que te daban cantidad de tiempo para cavilar sobre el problema, aunque no existiese ninguna solución factible. Aquella, en base a la evidencia, parecía de las que se podían analizar tras saciar primero su apetito.
Llenó la cabina de música: una de las sinfonías inacabadas de Quirrenbach. Tomó unos sorbos de café y, mientras lo hacía, hojeó las entradas del diario automático de la corbeta. Se sintió complacido, aunque no sorprendido, de ver que la nave había funcionado sin fallos desde su huida del cometa de Skade. Todavía quedaba el combustible suficiente para cubrir toda la distancia hasta el espacio que circundaba Yellowstone, incluyendo los procedimientos de inserción orbital necesarios una vez llegara. La corbeta no era el problema.
Se habían recibido transmisiones procedentes del Nido Madre en cuanto habían descubierto su huida. Se los habían mandado mediante un haz estrecho y con la máxima encriptación. La corbeta había descomprimido los mensajes y los había guardado ordenados por fecha.
Clavain mordió una tostada.
—Reprodúcelos, por orden de antigüedad. Después bórralos de inmediato.
Ya había adivinado cómo serían los primeros mensajes: frenéticas órdenes del Nido Madre de dar media vuelta y regresar a casa. Al principio le concedían el beneficio de la duda, suponiendo (o fingiendo suponer) que tenía una estupenda explicación para lo que parecía un intento de deserción. Pero eran poco entusiastas. Después los mensajes abandonaron ese enfoque y simplemente comenzaron a amenazarlo.
Los misiles habían partido desde el Nido Madre, pero Clavain cambió de curso y los perdió, y supuso que eso sería todo. Una corbeta era rápida y no había nada más capaz de atraparla, a no ser que cometiera el error de adentrarse en el espacio interestelar.
Pero la siguiente serie de mensajes no provenían ni muchísimo menos del Nido Madre, sino de un ángulo ligera, pero sensiblemente apartado de su posición en unos cuantos segundos de arco, y estaban desplazados al azul de modo firme, como si se originaran en una fuente en movimiento.
Calculó su ritmo de aceleración: uno punto cinco gravedades. Introdujo los datos en su simulador táctico pero, tal como él preveía, ninguna nave con esa aceleración podría atraparlo en el espacio local. Durante unos minutos se permitió sentir alivio, mientras seguía ponderando los objetivos del perseguidor. ¿No era más que un gesto psicológico? Parecía improbable; los combinados no eran demasiado aficionados a las simples demostraciones.
—Abre los mensajes —dijo.
El formato era audiovisual. Skade apareció de pronto en la cabina, rodeada por un óvalo de fondo emborronado. La comunicación era verbal. Sabía que Clavain nunca volvería a permitirle insertar nada en su cabeza.
—Hola, Clavain —comenzó diciendo—. Por favor, escucha y presta atención. Como ya habrás deducido, te estamos persiguiendo en la Sombra Nocturna. Supondrás que no podemos atraparte ni llegar al alcance de los misiles o de un arma de haz. Esas suposiciones son incorrectas. Estamos acelerando y seguiremos aumentando nuestra aceleración a intervalos regulares. Estudia cuidadosamente la desviación Doppler de estas transmisiones, si dudas de mis palabras. La cabeza incorpórea se detuvo y desapareció.
Escaneó el siguiente mensaje que provenía de la misma fuente. Su cabecera indicaba que había sido transmitido noventa minutos después del primero. La aceleración implícita era ya de dos punto cinco gravedades.
—Clavain, ríndete ahora y te garantizo un juicio justo. No puedes vencer.
La calidad de la transmisión era mala. La acústica de su voz resultaba extraña y mecánica, y el algoritmo de compresión que estuviera usando hacía que su cabeza apareciera fija e inmóvil, y solo se movían sus ojos y su boca.
Siguiente mensaje: tres gravedades.
—Hemos vuelto a detectar el rastro de tu escape, Clavain. La temperatura y la desviación al azul de tu llama indican que estás acelerando a tu límite operativo. Quiero que sepas que nosotros ni siquiera nos aproximamos al nuestro. Esta no es la nave que conociste, Clavain, sino algo más rápido y letal. Es perfectamente capaz de interceptarte.
Aquel rostro como una máscara se contorsionó para adoptar una rígida sonrisa macabra.
—Pero todavía hay tiempo para negociar. Te dejaré escoger un punto de reunión, Clavain. No tienes más que pedirlo, y nos reuniremos bajo tus condiciones. Un planeta pequeño, un cometa, espacio abierto… me da exactamente igual.
Clavain borró el mensaje. Estaba seguro de que Skade mentía respecto a haber detectado su llama. La última parte de su declaración, la invitación a responder, no era más que un intento de que traicionara su posición al transmitir.
—Astuta, Skade —dijo—. Pero por desgracia, yo soy mucho más astuto.
A pesar de todo, se sentía preocupado. La otra nave aceleraba demasiado rápido y, aunque la desviación al azul podía ser falsa (aplicada al mensaje antes de transmitirlo), Clavain intuía que al menos a ese respecto no había ningún farol.
Iban en su busca con una nave mucho más rápida de lo que él había creído disponible, y le ganaban terreno segundo a segundo.
Clavain mordió la tostada y escuchó un rato más a Quirrenbach.
—Reproduce el resto —indicó.
—No hay más mensajes —le respondió la corbeta.
Clavain estaba estudiando los canales de noticias cuando la corbeta le anunció la recepción de una nueva serie de mensajes. Analizó la información adicional y se fijó en que esta vez no había nada de Skade.
—Reprodúcelos —dijo con cautela.
El primer mensaje era de Remontoire. Su cabeza apareció, calva y angelical. Se movía más que Skade y en su voz había mucha más emoción. Se inclinaba hacia la lente con ojos suplicantes.
—Clavain, espero que oigas esto y reflexiones sobre ello. Si has escuchado a Skade sabrás que podemos alcanzarte. No es un truco. Me matará por lo que estoy a punto de decir, pero si te conozco algo sé que habrás dispuesto que estos mensajes sean eliminados en cuanto los reproduzcas, así que no existe peligro real de que esta información llegue a manos enemigas. Así que ahí va. Hay una maquinaria experimental en la Sombra Nocturna. Ya sabíamos que Skade estaba probando algo, pero no sabíamos el qué. Bueno, pues te lo diré. Es una máquina que suprime la masa inercial. No fingiré comprender cómo actúa, pero he visto con mis propios ojos la prueba de que funciona. Hasta la he sentido. Ya hemos subido hasta cuatro gravedades, aunque eso podrás verificarlo por tu cuenta. Antes de que pase mucho tiempo tendrás confirmación de paralaje sobre el origen de estas señales, si es que todavía no te has convencido. Lo único que digo es que es cierto, y según Skade podemos seguir suprimiendo más y más masa. —Miró fijamente a la cámara, se detuvo y prosiguió—. Podemos distinguir la llama de tu motor y estamos siguiéndola. No puedes escapar, Clavain, así que deja de correr. Como amigo tuyo, te ruego que pares. Quiero volver a verte, para charlar y reírnos juntos.
—Pasa al siguiente mensaje —interrumpió Clavain.
La corbeta le obedeció, y la imagen de Felka sustituyó a la de Remontoire. Clavain experimentó un sobresalto de sorpresa. No había tenido del todo claro quiénes lo perseguían, pero podía contar con Skade: ella se aseguraría de estar presente cuando lanzaran el misil homicida, y haría todo lo que estuviese en su mano por ser quien diera la orden. Remontoire la acompañaría por su sentido del deber hacia el Nido Madre, envalentonado por la convicción de que estaban desempeñando una tarea solemne y que solo él estaba realmente capacitado para perseguir a Clavain.
Pero, ¿y Felka? No se esperaba en absoluto verla.
—Clavain —dijo ella, con una voz que reflejaba el esfuerzo de hablar bajo cuatro gravedades—. Clavain… por favor. Van a matarte. Skade no se complicará gran cosa para capturarte con vida, por mucho que diga. Quiere enfrentarse a ti, pasarte por la cara lo que has hecho…
—¿Qué he hecho? —preguntó él a la grabación.
—… y aunque te capturará si puede, no creo que te mantenga vivo mucho tiempo. Pero si das media vuelta y te rindes, y permites que el Nido Madre sepa lo que estás haciendo, creo que puede quedar alguna esperanza. ¿Me estás escuchando, Clavain? —Se inclinó y trazó formas sobre la lente que había entre ellos, igual si estuviera cartografiando su rostro, reaprendiendo sus rasgos por milésima vez—. Quiero que vuelvas a casa sano y salvo, eso es todo. Ni siquiera me opongo a lo que has hecho. Yo también tengo mis dudas respecto a muchas cosas, Clavain, y no puedo decir que no haría… —Perdió el hilo de lo que decía y se quedó mirando a la nada, antes de que sus ojos volvieran a enfocarse—. Clavain… hay algo que debo decirte, algo que quizá podría cambiarlo todo. Nunca te he hablado antes de ello, pero creo que ahora es el momento adecuado. ¿Estoy siendo cínica? Sí, y confesa. Lo hago porque creo que podría convencerte de regresar, y no por otro motivo que ese. Espero que sepas perdonarme.
Clavain apretó un dedo contra la pared de la corbeta, lo que hizo que bajara el volumen de la música. Durante un sobrecogedor instante reinó un silencio casi absoluto. El rostro de Felka se cernía sobre él. Siguió hablando:
—Sucedió en Marte, Clavain, cuando fuiste prisionero de Galiana por primera vez. Te mantuvo allí durante meses y después te liberó. Seguro que recuerdas cómo eran entonces las cosas.
Él asintió. Desde luego que lo recordaba. ¿Qué podían suponer cuatrocientos años?
—El nido de Galiana estaba asediado por todas partes. Pero ella no pensaba rendirse. Tenía planes para el futuro, grandes planes que implicaban aumentar el número de sus discípulos. Pero el nido carecía de diversidad genética. En cuanto un ADN nuevo se ponía a su alcance, ella lo aprovechaba. Galiana y tú no hicisteis el amor en Marte, Clavain, pero a ella le fue muy fácil obtener una muestra de células sin tu conocimiento.
—¿Y entonces? —susurró él.
El mensaje de Felka prosiguió sin fisuras.
—Después de que regresaras a tu bando, Galiana recombinó tu ADN con el suyo y cosió ambas muestras. Entonces me creó a partir de esa misma información genética. Nací en un útero artificial, Clavain, pero pese a todo soy la hija de Galiana. Y también la tuya.
—Pasa al siguiente mensaje —dijo él, antes de que Felka pudiera pronunciar otra palabra. Era excesivo, demasiado intenso. No podía procesar toda la información de una sola pasada, aunque lo que le había contado no era más que lo que él siempre había sospechado y deseado.
Pero no había más mensajes.
Con temor, Clavain pidió a la corbeta que rebobinara y reprodujera la transmisión de Felka. Pero había sido demasiado concienzudo; la nave había borrado con diligencia el mensaje, y ahora todo lo que quedaba era lo que conservaba en sus recuerdos.
Se sentó en silencio. Estaba lejos de casa, lejos de sus amigos, embarcado en algo en lo que ni siquiera él estaba seguro de creer. Era muy probable que muriera pronto, sin conmemoraciones y considerado un traidor. Ni siquiera el enemigo le concedería la dignidad de recordarlo con más afecto que ese. Y ahora, encima, esto. Un mensaje que atravesaba el espacio para clavarse en sus sentimientos. Al despedirse de Felka había logrado realizar un excelente ejercicio de autoengaño: convencerse de que ya no pensaba en ella como su hija. También se lo había creído cuando llegó la hora de abandonar el Nido.
Pero ahora ella le revelaba que todo el tiempo había estado en lo cierto. Y que, si no daba media vuelta, nunca volvería a verla.
Pero no podía regresar.
Clavain lloró. No podía hacer otra cosa.