Tuvieron que arrastrar a Thorn hasta el despacho de la inquisidora. Las grandes puertas crujieron al abrirse y allí estaba ella, dándole la espalda, de pie junto a la ventana. Thorn estudió a la mujer a través de ojos hinchados. Nunca la había visto antes. Parecía más pequeña y joven de lo que se esperaba, casi como una chica que vistiera ropas de adulto. Llevaba botas muy abrillantadas y pantalones oscuros bajo una túnica de cuero que se abotonaba por un lateral, y que parecía un poco grande para ella, por lo que sus manos enguantadas casi se perdían en el interior de las mangas. El dobladillo de la túnica le llegaba hasta las rodillas. Se había peinado el pelo, moreno, hacia atrás desde la frente, en prietas filas relucientes que se curvaban hasta formar pequeños rizos como signos de interrogación por encima de la nuca. Su rostro aparecía casi de perfil, y su piel tenía un tono más oscuro que la de Thorn. Su delgada nariz ganchuda se cernía sobre una pequeña boca recta.
Ella se giró y se dirigió al guardia que esperaba junto a la puerta.
—Ya puede dejarnos.
—Señora…
—He dicho que ya puede dejarnos.
El guardia se marchó. Thorn se puso en pie por sí mismo, y apenas flaqueó. No lograba enfocar bien a la mujer, que durante largo tiempo se limitó a mirarlo. Entonces habló con la misma voz que había oído salir de la rejilla del altavoz:
—¿Te encuentras bien? Lamento que te hayan pegado.
—No lo lamentas tanto como yo.
—Solo quería hablar contigo.
—En ese caso, tal vez deberías vigilar mejor lo que les sucede a tus invitados. —Notó el sabor de la sangre en la boca mientras hablaba.
—Acompáñame, por favor. —Hizo un gesto en dirección al otro lado de la sala, a lo que parecía una cámara privada—. Hay algo que tenemos que discutir.
—Aquí estoy bien, gracias.
—No es una invitación. No me importa lo más mínimo dónde estés bien o no, Thorn.
El hombre se preguntó si la inquisidora había logrado identificar su reacción, una minúscula dilatación de las pupilas que delataba su culpabilidad. O quizá tenía un láser apuntado sobre su cogote que comprobaba la salinidad de su piel. En cualquier caso, podía hacerse una buena idea de lo que él pensaba sobre su afirmación. Quizás hasta tenía una draga en algún lugar del edificio. Se rumoreaba que la Casa Inquisitorial disponía al menos de una, cuidada amorosamente desde los primeros días de la colonia.
—No sé quién te piensas que soy.
—Oh, sí que lo sabes. ¿Para qué disimular entonces? Ven conmigo.
La siguió hasta la habitación de menor tamaño, que carecía de ventanas. Echó un vistazo a su alrededor, en busca de signos de una trampa o cualquier indicación de que el cuarto pudiera servir también como cámara de interrogatorios, pero parecía bastante inocente. Las paredes estaban recubiertas de estantes que sobresalían repletos de papeles, salvo por un muro, dominado en su mayor parte por un mapa de Resurgam tachonado de numerosas chinchetas y luces. La inquisidora le ofreció una silla junto al enorme escritorio que ocupaba gran parte del suelo. Otra mujer estaba sentada ya enfrente, con los codos apoyados en el borde de la mesa. Parecía un tanto aburrida y era mayor que la inquisidora, pero en parte compartía su misma complexión enjuta. Llevaba puesta una gorra y un pesado abrigo de colores apagados, con forro en el cuello y los puños. Ambas mujeres le resultaban vagamente aviares: delgadas pero rápidas y de huesos fuertes. La de detrás del escritorio estaba fumando.
Se acomodó en el asiento que le había indicado la inquisidora.
—¿Café?
—No, gracias.
La otra mujer empujó el paquete de cigarrillos en su dirección.
—Entonces echa unas caladas.
—También voy a pasar de eso. —Pero aceptó el paquete y le dio la vuelta mientras estudiaba las extrañas marcas y signos. No había sido fabricado en Cuvier. De hecho, no parecía proceder de ningún otro lugar de Resurgam. Lo empujó de vuelta hacia la mujer mayor—. ¿Me puedo ir ya?
—No. Ni siquiera hemos empezado. —La inquisidora se acomodó en su propio asiento, al lado de la otra mujer, y se sirvió una taza de café—. Me parece que ahora tocan las presentaciones. Tú sabes quién eres y nosotras también lo sabemos, pero probablemente no conozcas gran cosa sobre nosotras. Tienes cierta idea sobre mí, por supuesto… pero me imagino que no será demasiado precisa. Mi nombre es Vuilleumier. Esta es mi colega…
—Irina —dijo la otra.
—Irina… sí. Y tú, claro está, eres Thorn, el hombre que ha causado tantos daños últimamente.
—No soy Thorn. El Gobierno no tiene ni idea de quién es Thorn.
—¿Y cómo sabes eso?
—Leo los periódicos, como todo el mundo.
—Estás en lo cierto. Amenazas internas no tiene mucha idea de quién es Thorn. Pero eso es solo porque he hecho todo lo posible para mantener a ese departamento en particular lejos de tu pista. ¿Llegas a comprender todo el esfuerzo que me ha costado eso? ¿Cuántas angustias personales?
Él se encogió de hombros, tratando con todas sus fuerzas de no parecer interesado ni sorprendido.
—Eso es problema tuyo, no mío.
—Esto no se parece en nada a la gratitud que esperaba, Thorn. Pero lo dejaremos pasar. Todavía no conoces todo el asunto, así que resulta comprensible.
—¿Qué asunto?
—En su momento ya llegaremos a eso. Pero hablemos un poco de ti. —Dio unas palmaditas a una gruesa carpeta del Gobierno que descansaba en el borde de la mesa, y luego la impulsó en su dirección—. Adelante, ábrela. Échale un vistazo.
El hombre se quedó observando a la inquisidora durante varios segundos antes de moverse. Abrió la carpeta por un punto al azar y hojeó adelante y atrás el papeleo incrustado dentro. Era como abrir una caja de serpientes. Toda su vida estaba allí, anotada y con referencias cruzadas hasta un nivel de detalle insoportable. Su verdadero nombre (Renzo), sus detalles personales, todos los movimientos públicos que había hecho en los últimos cinco años, cada acción significativa contra el Gobierno en la que hubiese jugado un papel relevante, transcripciones de voz, fotografías, pruebas forenses, prolijos informes…
—Resulta una lectura interesante, ¿no crees? —dijo la otra mujer.
Él leyó por encima el resto, aterrado, con una sensación de plomo en las entrañas. Había suficientes pruebas para ejecutarlo unas cuantas veces, tras diez diferentes juicios de opereta.
—No comprendo —dijo, sin fuerzas. No quería rendirse, no después de tanto tiempo, pero cualquier otra alternativa parecía de repente fútil.
—¿Qué es lo que no comprendes, Thorn? —preguntó Vuilleumier.
—Este departamento… es Amenazas Externas, no Amenazas Internas. Tú eres la persona encargada de encontrar a la triunviro. Yo no soy… Thorn no es el que te interesa.
—Ahora sí me interesas.
La inquisidora bebió algo de café. La otra mujer dio caladas a un cigarrillo.
—El caso, Thorn, es que mi colega y yo hemos estado ocupadas en un esfuerzo concertado por sabotear las actividades de Amenazas Internas. Hemos estado haciendo todo lo posible para asegurarnos de que no te atrapaban. Por eso necesitábamos saber al menos tanto sobre ti como ellos, cuando no más.
Aquella mujer tenía un acento curioso. Thorn trató de situarlo pero se descubrió incapaz. A no ser que… ¿lo había oído una vez, cuando era más joven? Rebuscó en su memoria, pero no sacó nada.
—¿Por qué los saboteáis? —preguntó.
—Porque te queremos vivo y no muerto. —Sonrió con rapidez, como haría un mono.
—Vaya, eso resulta tranquilizador.
—Ahora querrás saber por qué —dijo Vuilleumier—, así que te lo contaré. Y es aquí donde empezamos a deslizamos en el ruedo de los asuntos a gran escala, si captas a lo que me refiero. Así que, por favor, presta atención.
—Soy todo oídos.
—Esta oficina, el departamento de la Casa Inquisitorial llamado Amenazas externas, no es en absoluto lo que parece. Todo el asunto de seguir la pista a la criminal de guerra Volyova ha sido siempre una tapadera para una operación mucho más delicada. De hecho, Volyova murió hace años.
Él tuvo la impresión de que estaba mintiendo, pero que, pese a todo, le contaba algo mucho más cercano a la verdad que todo lo que había oído hasta el momento.
—Y entonces, ¿qué sentido tiene mantener la fachada de estar buscándola?
—Porque no es a ella a quién realmente queremos. Es su nave, o al menos un modo de llegar hasta ella. Pero al concentrarnos en Volyova hemos sido capaces de seguir prácticamente las mismas líneas de investigación sin traer a colación el tema de la nave.
La otra mujer (a Thorn le parecía recordar que se había dado el nombre de Irina) asintió.
—En esencia, todo este departamento gubernamental está dedicado a recuperar la nave y nada más. Todo lo demás es una pantalla de humo. Bastante compleja, ha implicado peleas internas con media docena de otros departamentos, pero una pantalla de humo al fin y al cabo.
—¿Y por qué tiene que ser tan secreta?
Las dos mujeres intercambiaron miradas.
—Te lo contaré —intervino Irina, justo cuando la otra empezaba a decir algo—. La operación para encontrar la nave tiene que mantenerse en el más absoluto secreto por la sencilla razón de que se producirían graves desórdenes públicos si llegara a salir a la luz.
—No te sigo.
—Es un problema de pánico —dijo ella, agitando el cigarrillo para darse énfasis—. La política oficial del Gobierno siempre ha sido favorable a la terraformación, desde hace largo tiempo, en los viejos días inundacionistas bajo el gabinete Girardieau. Y tras la crisis de Sylveste, esa política no hizo sino acentuarse y ya está completamente enraizada en términos ideológicos. Cualquiera que critique el programa es culpable de pensamiento incorrecto. Y tú eres a quien menos deberíamos necesitar explicárselo.
—¿Y dónde entra la nave?
—Como ruta de escape. Una rama del Gobierno ha determinado un hecho singularmente preocupante. —Dio otra calada al cigarrillo—. Existe una amenaza externa sobre la colonia, pero no de la clase que se imaginó en un principio. Los estudios sobre esta amenaza llevan desarrollándose cierto tiempo, pero la conclusión es inevitable: hay que evacuar Resurgam, quizá en no más de uno o dos años. Media década según las estimaciones más generosas… y seguramente eso es demasiado optimista.
Ella lo observó, sin duda con intención de detectar el efecto que tenían sus palabras. Quizá suponía que tendría que repetirlo, que él iba a ser demasiado obtuso como para captarlo todo a la primera. Él sacudió la cabeza.
—Lo siento, pero vais a tener que inventaros algo mejor.
Irina, o quien fuera, parecía apenada.
—¿No me crees?
—Y no sería el único, me temo.
La inquisidora dijo:
—Pero tú siempre has querido abandonar Resurgam. Siempre has dicho que la colonia está en peligro.
—Quería marcharme, ¿y quién no?
—Escúchame —dijo Vuilleumier con brusquedad—. Eres un héroe para miles de personas. La mayoría de ellos no se fiaría del Gobierno ni para atarse los zapatos. Una parte de esa gente ha creído durante largo tiempo que tú conocías el paradero de una o dos lanzaderas, y que estás planeando un éxodo masivo al espacio para tus seguidores.
Él se encogió de hombros.
—¿Y?
—No es cierto, desde luego, esas lanzaderas nunca han existido, pero no es completamente imposible de creer, dado todo lo que se ha montado. —Se inclinó de nuevo hacia delante—. Ahora considera la siguiente hipótesis: una rama secreta especial del Gobierno determina que existe una inminente amenaza global contra Resurgam. Ese mismo brazo, tras mucho trabajo, descubre el paradero de la nave de Volyova y una inspección indica que está dañada, pero es capaz de volar. Lo que es más importante, dispone de la capacidad de cargar con pasajeros. Una enorme capacidad de carga de pasajeros. Lo suficiente para evacuar todo el planeta, si se asumen ciertos sacrificios.
—¿Como un arca? —dijo él.
—Sí —respondió ella, al parecer contenta por su respuesta—. Justo igual que un arca.
La amiga de Vuilleumier acunó con elegancia su cigarrillo entre dos dedos. Sus manos extraordinariamente delgadas le recordaron a Thorn a los huesos separados de las alas de los pájaros.
—Pero tener una nave que podamos usar de arca es solo la mitad de la solución —dijo—. La cuestión es: ¿pudiera ocurrir que el anuncio por parte el Gobierno de la existencia de una nave así se recibiera con cierto escepticismo? Desde luego que sí. —Adelantó el cigarrillo en su dirección—. Y ahí es donde entras tú. La gente confiará en ti aunque no nos crea a nosotros.
Thorn se apoyó en el respaldo de su silla hasta que quedó en equilibrio sobre solo dos patas. Se rió y sacudió la cabeza mientras las dos mujeres lo contemplaban impasibles.
—¿Por eso me han dado una paliza abajo? ¿Para ablandarme y que me trague una chorrada como esa?
La amiga de Vuilleumier volvió a sostener en alto el paquete de cigarrillos.
—Este tabaco viene de la nave.
—¿De veras? Qué bien. Pensé que habíais dicho que no había manera de alcanzar la órbita.
—No la había, pero ahora sí. Pirateamos la nave desde tierra y logramos que nos enviara una lanzadera.
Él hizo una mueca, pero no podía asegurar que algo así fuese imposible. Difícil, sí. Muy probablemente inverosímil. Pero, sin duda, no imposible.
—¿Y vais a evacuar todo el planeta con solo una lanzadera?
—En realidad son dos. —Vuilleumier tosió y sacó otra carpeta—. El censo más reciente sitúa la población de Resurgam justo por debajo de las doscientas mil personas. La lanzadera de mayor tamaño puede poner a quinientas personas en órbita, donde podemos transferirlas a una nave intrasistema con una capacidad unas cuatro veces superior. Lo cual significa que necesitaremos realizar cuatrocientos vuelos de tierra a órbita, y la nave intrasistema tendrá que hacer unos cien trayectos de ida y vuelta hasta la nave de Volyova. Aunque ahí está el verdadero cuello de botella: cada uno de esos viajes de ida y vuelta llevará al menos treinta horas, y eso asumiendo un tiempo casi nulo para embarcar y desembarcar al principio y final. Es mejor calcular unas cuarenta horas, para estar seguros. Eso significa que nos plantamos en casi seis meses estándares. Podríamos acortar un poco ese tiempo poniendo en servicio otra nave entre tierra y órbita, pero ya sería mucho si lográramos bajar sensiblemente de los cinco meses. Y eso, por supuesto, suponiendo que podamos tener a dos mil personas listas y a la espera de ser evacuadas de Resurgam cada cuarenta horas… —Vuilleumier sonrió. Thorn no pudo evitar que le gustara su sonrisa, por mucho que debiera relacionarla con dolor y miedo—. Creo que ya empiezas a comprender por qué te necesitamos.
—Imaginemos que rehúso prestar mi colaboración… ¿Cómo actuaría el Gobierno en ese caso?
—La coacción generalizada parece ser la única otra opción que tenemos a nuestro alcance —dijo Irina, como si fuera una postura perfectamente razonable—. Ley marcial, campos de internamiento… supongo que captas la idea. No sería agradable. Habría desobediencia civil, se producirían disturbios. Hay grandes posibilidades de que mucha gente acabase muerta.
—Mucha gente acabará muriendo de todos modos —dijo Vuilleumier—. No existe modo de organizar una evacuación generalizada de un planeta sin perder algunas vidas. Pero nos gustaría mantenerlo dentro de un límite.
—¿Con mi ayuda? —preguntó él.
—Permite que te esboce el plan. —Entre frase y frase, golpeaba en el tablero de la mesa—. Te soltamos de inmediato. Serás libre de ir a donde quieras, y tienes mi garantía de que seguiremos haciendo todo lo posible por mantener a Amenazas internas lejos de tu rastro. También me aseguraré de que los cabrones que te han golpeado sean castigados… Tienes mi palabra al respecto. A cambio, diseminas información que confirma que realmente has localizado las lanzaderas. Más que eso, has descubierto una amenaza para Resurgam y el medio para apartar a todo el mundo del peligro. Tu organización comienza a extender el rumor de que la evacuación comenzará pronto, y dará pistas de dónde debe reunirse la gente interesada. Mientras tanto, el Gobierno lanzará contramedidas que desacrediten la postura de tu movimiento, pero no serán del todo convincentes. La gente comenzará a sospechar que sabes algo, algo que el Gobierno preferiría que no saliera a la luz. ¿Me sigues hasta aquí?
Él le devolvió la sonrisa.
—Hasta aquí, sí.
—Ahora es cuando se pone interesante. Una vez que la idea haya calado en la consciencia pública, y después de que algunos empiecen a tomarte en serio, serás arrestado. O al menos verán que eres arrestado. Tras cierto retraso, el Gobierno reconocerá que existe una verdadera amenaza y que tu movimiento realmente ha tenido acceso a la nave de Volyova. A partir de ese momento, la operación de evacuación quedará bajo control gubernamental, pero se te verá dando tu reluctante bendición y permanecerás al cargo como mera figura decorativa, por aclamación pública. El Gobierno quedará mal, pero el público no estará tan convencido de que se dirige a una trampa. Serás un héroe. —Lo miró a los ojos durante un poco más que antes, y después apartó los suyos—. Todo el mundo sale ganando. El planeta es evacuado sin demasiado pánico y, cuando todo acabe, serás liberado y galardonado, y se retirarán todos los cargos. Suena tentador, ¿no crees?
—Puede que sí —admitió él—, pero hay un par de detalles feos en tu planteamiento.
—¿Cuáles?
—La amenaza y la nave. No me has contado por qué debemos evacuar Resurgam. Tendré que saberlo, ¿no creéis? Es importante que me lo crea; no podré convencer a nadie si yo mismo no me lo trago, ¿no crees?
—Supongo que es una buena respuesta. ¿Y respecto a la nave?
—Me habéis contado que hay modo de visitarla. Estupendo. —Miró una detrás de otra a las dos mujeres, a la joven y a la mayor, percibiendo (sin comprenderlo de verdad) que las dos podían ser muy peligrosas de manera individual, y exquisitamente letales cuando trabajaban en equipo.
—¿Estupendo qué? —dijo Vuilleumier.
—Llevadme a verla.
Se encontraban a solo un segundo luz del Nido Madre cuando sucedió esa cosa peculiar.
Felka había estado observando cómo desaparecía el cometa detrás de la Sombra Nocturna. Menguaba tan lentamente al principio, que toda su partida adoptaba un curioso aire onírico, como zarpar de una solitaria isla iluminada por la luna. Recordó su taller en el corazón verde del cometa, sus puzles de madera de filigrana, cada uno tan intrincado y elaborado como los grabados sobre marfil. Entonces pensó en su pared de caras y en los ratones brillantes de su laberinto, y no pudo asegurarse a sí misma que volvería a verlos algún día. Comprendía que, aunque regresara, sería en circunstancias profundamente distintas, con Clavain muerto o prisionero. Sabía que, cuando ya no contase con su ayuda, se plegaría sobre sí misma, de vuelta al reconfortante vacío de su pasado, cuando la única cosa del mundo que le importaba era su amada muralla. Y lo verdaderamente terrible era que esa idea no la desagradaba en absoluto, sino que, muy al contrario, la dejaba con una fastidiosa sensación anhelante. Había sido diferente cuando Galiana seguía con vida, y también cuando Galiana ya no estaba pero seguía contando con la compañía de Clavain para anclarla al mundo real, como todas sus aplastantes simplezas.
Lo último que había hecho, después de clausurar su taller y asignar a un servidor la tarea de cuidar a sus ratones, fue bajar a la cripta a visitar a Galiana, para decir adiós una última vez a su cuerpo congelado. Pero la puerta de la cripta se había negado a abrirse para ella. No tenía tiempo para investigar; o se iba ya o se perdía la partida de la Sombra Nocturna. Así que se había marchado sin llegar a realizar esa despedida final, y ahora se preguntaba por qué eso hacía que se sintiera tan culpable.
Al fin y al cabo, todo lo que compartían era algo de material genético.
Felka se retiró a sus dependencias cuando el Nido Madre ya era demasiado pequeño y débil como para poder contemplarlo a simple vista. Una hora después de partir, la nave incrementó la gravedad hasta una G, lo cual definió al instante dónde quedaba «arriba», en dirección a la afilada proa del largo casco cónico. Después de otras dos horas, durante las cuales el Nido Madre quedó un segundo luz por detrás de la Sombra Nocturna, llegó un mensaje por el intercomunicador de la nave. Estaba educadamente dirigido a Felka, que era la única combinada de la nave que no solía estar conectada a la red general de comunicaciones neuronales.
El mensaje le indicaba que se trasladara a una zona superior de la nave, situada en sentido de vuelo hacia la proa, que ahora quedaba por encima de su cabeza. Como se retrasó, un combinado (uno de los técnicos de Skade) la empujó con cortesía por pasillos y ascensores hasta que se encontró a muchos niveles por encima del punto de partida. Felka se negó a que grabaran en su memoria a corto plazo un plano de la nave (tal conocimiento instantáneo le hubiese impedido aliviar el aburrimiento con el placer de deducir por sí misma la distribución de la Sombra Nocturna), pero fue bastante fácil comprender que se encontraban más cerca de la proa. La curvatura de las paredes exteriores aparecía más acusada y las salas individuales eran más pequeñas. No le llevó mucho calcular que no podía haber más de doce personas a bordo de la nave, incluidos Remontoire y ella misma. Sus compañeros eran todos miembros del Consejo Cerrado, aunque no intentó siquiera desentrañar sus mentes.
Los cuartos eran espartanos, por lo general cámaras sin ventanas que la nave había redefinido de acuerdo a las necesidades actuales de la tripulación. La sala en la que encontró a Remontoire se hallaba en la parte más externa del casco y disponía de una cúpula de observación con forma de ampolla, situada en una pared. Remontoire estaba sentado en una cornisa extrudida. Su expresión era tranquila y tenía los dedos enlazados pulcramente sobre la rodilla. Entablaba una profunda conversación con un cangrejo metálico de color blanco, que se había posado justo bajo el borde de la cúpula.
—¿Qué sucede? —preguntó Felka—. ¿Por qué he tenido que dejar mis dependencias?
—No estoy del todo seguro —replicó Remontoire.
Entonces Felka oyó una descarga cerrada de golpetazos sordos, provocada por decenas de mamparos de iris acorazados que se cerraban por todas partes de la nave.
—Pronto podréis regresar a vuestros cuartos —dijo el cangrejo—. Esto es solo una precaución.
Felka reconoció la voz, a pesar de que el timbre no coincidía del todo con el que recordaba.
—¿Skade? Pensé que estabas…
—Me han permitido esclavizar este proxy —explicó el cangrejo, contoneando los pequeños manipuladores articulados que tenía entre las patas delanteras. Se agarraba a la pared mediante unas almohadillas circulares situadas en los extremos de sus patas. Desde la parte inferior del reluciente caparazón blanco brotaban diversas púas, bocas y artilugios peligrosos y afilados. Era, obviamente, una antigua máquina homicida que ahora comandaba Skade.
—Es muy amable por tu parte vernos partir —dijo Felka, aliviada de que Skade no los acompañara.
—¿Veros partir?
—Cuando la demora lumínica supere los pocos segundos, ¿no te será impracticable esclavizar al proxy?
—¿Qué demora lumínica? Estoy a bordo de la nave, Felka. Mis aposentos están solo una cubierta o dos por debajo de la tuya.
Felka recordaba haber oído que las heridas de Skade eran tan graves que hacía falta toda una sala llena del equipo del doctor Delmar solo para mantenerla viva.
—No creí que…
El cangrejo ondeó un manipulador, desechando sus disculpas.
—No importa. Vuelve más tarde, charlaremos un rato.
—Eso me gustará —dijo Felka—. Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar, Skade.
—Claro que sí. Bueno, debo irme, tengo asuntos urgentes que atender. Se abrió un agujero en la pared y el cangrejo se escurrió por él para desaparecer en las entrañas ocultas de la nave.
Felka contempló a Remontoire.
—Como veo que todos somos miembros del Consejo Cerrado, me imagino que podemos hablar con libertad. ¿Te contó Skade algo más acerca de los experimentos del Exordio cuando estabais con Clavain?
Remontoire mantuvo baja la voz. No era más que un ademán; habían de suponer que Skade podía oír todo lo que sucedía en la nave, y también que era capaz de leer sus mentes de forma directa. Pero Felka comprendió bien por qué él sentía la necesidad de susurrar.
—Nada. Incluso le mintió respecto al origen del edicto para cesar la construcción de naves.
Felka se quedó mirando la pared, para obligarla a proporcionarle algún sitio donde sentarse. Una cornisa brotó del tabique que había enfrente de Remontoire y Felka se acomodó en ella. Era agradable dejar de estar de pie; últimamente se había pasado demasiado tiempo en el entorno ingrávido de su taller, y la gravedad que proporcionaban los impulsores de la nave resultaba agotadora.
Miró al exterior por la cúpula, en dirección descendente, y vio la sombra lobulada de uno de los motores de la Sombra Nocturna, recortada contra las llamas frías.
—¿Y qué le dijo? —preguntó Felka.
—Una historia sobre que el Consejo Cerrado había reunido pruebas de ataques de lobos a partir de cierto número de pérdidas de naves.
—Inverosímil.
—No creo que Clavain la creyera. Pero Skade no podía mencionar el Exordio; obviamente quería que Clavain supiera justo lo necesario para la operación y, pese a todo, no podía evitar hablar hasta cierto punto del edicto.
—El Exordio está en la raíz de todo esto —dijo Felka—. Skade debía de saber que si dejaba a Clavain un hilo del que tirar, acabaría por desenrollar todo el ovillo, directo hasta el Sanctasanctórum.
—Eso es todo lo lejos que hubiese podido llegar.
—Conociendo a Clavain, yo no estaría tan segura. Skade lo quería de aliado porque no es de los que se detienen ante una dificultad menor.
—¿Pero por qué no podía limitarse a contarle la verdad? La idea de que el Consejo Cerrado captó mensajes del futuro no resulta tan chocante cuando piensas en ello. Y, por lo que deduzco, el contenido de esos mensajes era muy difuso, apenas vagas sugerencias premonitorias.
—A no ser que lo vivieras personalmente, resulta difícil describir lo que sucedió. Pero yo solo participé una vez, no sé lo que ocurrió en los demás experimentos.
—¿Estaba involucrada Skade en el programa cuando tú participabas en él?
—Sí —le respondió Felka—, pero eso fue tras nuestro regreso del espacio profundo. El edicto fue hecho público con mucha anterioridad, cuando Skade aún no había sido reclutada en los combinados. El Consejo Cerrado ya debía de estar desarrollando los experimentos del Exordio antes de que Skade se nos uniera.
Felka volvió a contemplar la pared. Sabía que era muy lógico permitirse conjeturar sobre algo como el Exordio (difícilmente Skade podía oponerse a ello, cuando era tan crucial para lo que sucedía en aquellos momentos), pero seguía sintiéndose como si estuvieran a punto de cometer un innombrable acto de traición.
Pero Remontoire siguió hablando, en voz baja pero segura.
—Así que Skade se unió a nosotros… y a no mucho tardar estaba en el Consejo Cerrado, implicada activamente en los experimentos del Exordio. Al menos uno de los experimentos coincidió con el edicto, así que podemos suponer que se produjo una advertencia directa sobre el efecto de los neutrinos tau. Pero, ¿qué hay de los demás experimentos? ¿Qué avisos nos llegaron en los otros, si es que hubo alguno?
Miró intensamente a Felka. Esta estaba a punto de responder, a punto de decir algo, cuando el asiento que tenía debajo se disparó hacia arriba de modo tan repentino que la dejó sin aliento. Aguardó a que la presión amainara, pero eso no sucedió. Según sus estimaciones, su peso, que ya antes era excesivo hasta resultar incómodo, se había duplicado.
Remontoire miró hacia afuera y abajo, igual que había hecho Felka unos minutos antes.
—¿Qué acaba de ocurrir? Parece que aceleramos con más fuerza —observó ella.
—Y lo hacemos —dijo él—. Sin duda.
Felka siguió su mirada con la esperanza de ver algo distinto en el paisaje. Pero, dentro de la precisión con la que ella podía juzgar, nada había cambiado. Ni siquiera el resplandor azulado tras los motores parecía más brillante.
Poco a poco la aceleración se hizo tolerable, aunque en ningún caso algo que Felka pudiera describir como agradable. Con previsión y economía de movimientos, podía lograr hacer casi lo mismo que antes, y los servidores de la nave hacían todo lo posible para asistirlos. Ayudaban a la gente a sentarse y a levantarse, siempre listos para ponerse en movimiento. Los demás combinados, todos algo más ligeros y delgados que Felka, se adaptaron con insultante facilidad. Las superficies interiores de la nave se endurecían y reblandecían en el momento apropiado, colaborando con sus movimientos y limitando los posibles daños.
Pero después de una hora, volvió a aumentar. Dos gravedades y media. Felka ya no pudo soportarlo más. Solicitó que le permitieran regresar a sus dependencias, pero se enteró de que todavía no era posible acceder a esa sección de la nave. Pese a todo, la nave separó con un tabique un nuevo cuarto para ella y extrudió un sofá para que pudiera tenderse. Remontoire la ayudó a llegar hasta allí, y le dejó totalmente claro que tampoco él tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo.
—No lo comprendo —dijo Felka, respirando con dificultad entre cada palabra—. Solo estamos acelerando. Es lo que sabíamos que tendríamos que hacer si queríamos tener posibilidad de alcanzar a Clavain.
Remontoire asintió.
—Pero eso no es todo. Los motores ya estaban trabajando cerca de su máximo de eficacia cuando nos impulsamos hasta una gravedad. Puede que la Sombra Nocturna sea más pequeña y ligera que la mayoría de las abrazadoras lumínicas, pero los motores también son más pequeños. Estaban diseñados para mantener una velocidad de crucero de una gravedad hasta la velocidad de la luz, no más que eso. Sí, a cortas distancias es posible alcanzar una velocidad mayor, pero no es eso lo que está sucediendo.
—¿Y eso significa…?
—Significa que no deberíamos ser capaces de acelerar con mucha más fuerza que eso. Y, desde luego, no tres veces más. Tampoco he visto ningún propulsor auxiliar adosado a nuestro casco. El único modo en que Skade podría haberlo conseguido sería echar por la borda dos tercios de la masa que teníamos al abandonar el Nido Madre.
Con cierto esfuerzo, Felka se encogió de hombros. La mecánica del vuelo espacial le producía una profunda falta de interés (en lo que a ella concernía, las naves eran un medio para lograr un fin), pero era capaz de seguir un argumento sencillo como aquel.
—Entonces los motores deben de ser capaces de trabajar mejor de lo que suponías.
—Sí, eso es lo que pensaba.
—¿Y?
—No puede ser. Antes los dos hemos mirado al exterior, ¿has visto ese fulgor azulado? Es luz dispersada del haz de escape. Tendría que haberse hecho mucho más brillante, Felka, tan brillante que sin duda lo habríamos notado. Pero no ha sido así. —Remontoire hizo una pausa—. En todo caso es más débil, como si los motores hubieran disminuido un poco su potencia. Como si no tuvieran que trabajar tan duro como antes.
—Pero eso no tendría ningún sentido, ¿verdad?
—No —dijo Remontoire—, ninguno en absoluto. Salvo que la maquinaria secreta de Skade guarde alguna relación con esto.