No hubo casi aviso de la ofensiva de Skade. Clavain llevaba semanas esperando algo, pero no había forma de adivinar la naturaleza exacta del ataque. El conocimiento que tenía de la Sombra Nocturna era inútil: con las fábricas que había a bordo de una abrazadora lumínica militar, Skade podía urdir armas nuevas casi con la misma rapidez con la que podía imaginarlas, y podía adaptar cada una a las demandas más exigentes de la batalla. Como una fabricante de juguetes enloquecida, podía darle existencia a las más oscuras de las invenciones en cuestión de horas, y luego podía desatarlas contra su enemigo.
La Luz del Zodíaco había alcanzado la mitad de la velocidad de la luz. Era ya imposible hacer caso omiso de los efectos de la relatividad. Por cada cien minutos que pasaban en Yellowstone, pasaban ochenta y seis a bordo de la nave de Clavain. Ese efecto de dilación del tiempo se iría haciendo más intenso a medida que se acercaban a la velocidad de la luz. Comprimiría los quince años reales del viaje en solo cuatro años de tiempo de la nave, y todavía menos si se utilizaba una velocidad mayor de aceleración.
Y sin embargo, la velocidad de la luz no era radicalmente relativa, sobre todo cuando se estaban enfrentando a un enemigo que se movía a casi el mismo marco acelerado. Cuando más rápido viajaban, las minas que Skade había dejado caer tras ella habían pasado como rayos al lado de la Luz del Zodíaco, con velocidades relativas de solo unos cuantos miles de kilómetros por segundo. Era rápido solo según los estándares de la guerra solar. Aunque las minas eran difíciles de detectar hasta que la Luz del Zodíaco estaba dentro de su volumen de negación, no había ningún peligro real de llegar a chocar con ellas. Una colisión directa sería un modo muy eficaz de acabar con una nave estelar, pero las simulaciones de Clavain argumentaban que estaba más allá de la capacidad de Skade montar semejante ataque. Sus análisis mostraban que, fuera cual fuera la proliferación de obstáculos que Skade dejara caer tras ella (incluso si desmantelaba buena parte de la Sombra Nocturna para convertirlo en minas), él siempre podría detectar los obstáculos con la suficiente antelación para abrirse camino entre ellos.
Pero había un fallo muy grande en el planteamiento de Clavain, y en el planteamiento de todos sus asesores.
El obstáculo, cuando lo detectaron los sensores avanzados de la Luz del Zodíaco, se movía mucho más rápido hacia él de lo que Clavain había esperado. La relatividad distorsionaba las expectativas clásicas de un modo que Clavain todavía no encontraba del todo intuitivo. Si se lanzaban dos objetos uno contra otro, cada uno con una velocidad individual justo por debajo de la velocidad de la luz, el resultado clásico para la velocidad de acercamiento sería la suma de sus velocidades individuales: justo por debajo del doble de la velocidad de la luz. Sin embargo, el resultado real, confirmado con una precisión paralizante, era que los objetos veían aproximarse al otro con una velocidad combinada que seguía estando por debajo de la velocidad de la luz. De forma similar, la velocidad de acercamiento relativa de dos objetos que se movían el uno hacia el otro con velocidades individuales de la mitad de la velocidad de la luz no era la velocidad de la luz en sí, sino ocho décimas partes de la misma. Así era como estaba hecho el universo, y sin embargo no era algo que la evolución de la mente humana estuviera preparada para aceptar.
El eco Doppler del obstáculo que se aproximaba indicaba una velocidad de acercamiento de justo por encima de cero coma ocho, lo que significaba que el obstáculo de Skade estaba moviéndose hacia atrás, hacia Yellowstone, a la mitad de la velocidad de la luz. Y también era asombrosamente grande: una estructura circular de mil kilómetros de lado a lado. El sensor de masa ni siquiera lo podía ver.
Si el objeto hubiera estado en el rumbo de una colisión directa, no se podría haber hecho nada por evitarlo. Pero el punto de impacto previsto estaba solo a una decena de kilómetros de uno de los bordes del obstáculo inminente. Los sistemas de la Luz del Zodíaco instigaron un procedimiento de emergencia para evitar la colisión.
Eso fue lo que los mató, no el obstáculo en sí.
La Luz del Zodíaco se vio obligada a ejecutar un brusco viraje de cinco gravedades con solo unos segundos de aviso. Los que estaban cerca de algún asiento pudieron llegar a él y permitir que los tejidos almohadillados se tragaran sus cuerpos. A los que estaban cerca de servidores, estos les ofrecieron algo de protección. En ciertas partes de la nave, el material estructural pudo deformarse para minimizar las heridas cuando los cuerpos se estrellaron contra las paredes. Pero no todos tuvieron tanta suerte. A los que se estaban entrenando en las bodegas más grandes los mató el impacto. La maquinaria que no se había sujetado de forma adecuada mató a otros, incluidos Sombra y dos de sus líderes superiores de pelotón. La mayor parte de los cerdos que habían estado trabajando en el exterior del casco, preparando puntos de acoplamiento para un futuro armamento, se vieron barridos hacia el espacio interestelar; no se pudo recuperar a ninguno.
El daño que sufrió la nave fue igual de grave. No se había diseñado para realizar una corrección de rumbo tan violenta y el casco sufrió muchas fracturas y puntos de fatiga, sobre todo a lo largo de las vergas de acoplamiento que sujetaban los motores combinados. Según los cálculos de Clavain, necesitarían al menos un año de reparaciones solo para volver al lugar en el que estaban antes del ataque. El daño interior era igual de grave. Hasta el Ave de Tormenta había quedado dañado al intentar soltarse de los andamios: todo el trabajo de Xavier deshecho en un momento.
Pero, como luego se recordó Clavain, podría haber sido muchísimo peor. En realidad no habían chocado contra el obstáculo de Skade. Si lo hubieran hecho, la disipación de la energía cinética propulsada de forma relativa casi con toda seguridad habría destrozado la nave en un abrir y cerrar de ojos.
Habían estado a punto de chocar con una vela lumínica, es posible que una de los muchos cientos que Skade había dejado caer tras ella. Era muy probable que las velas fueran algo parecido a monocapas: películas de materia estirada hasta alcanzar el grosor de un átomo, pero con una rigidez interatómica intensificada de forma artificial. Las velas se debieron de desplegar cuando se encontraban a cierta distancia por detrás de la Sombra Nocturna, de tal forma que su escape no las incinerase. Era probable que las hubieran colocado en vertical para conseguir una mayor rigidez.
Luego Skade las había apuntado con sus láseres. Por eso habían visto una luz coherente que emanaba de la Sombra Nocturna. La presión de los fotones de los láseres había chocado contra las velas, las había empujado hacia atrás y las había hecho frenar a cientos de gravedades hasta que se movieron con lentitud solo en el marco estacionario estelar local. Pero los láseres bien enfocados habían seguido empujando, acelerando y pateando las velas hacia atrás, hacia Clavain. La fijación de posición de Skade era lo bastante buena como para poder apuntar las velas directamente contra la Luz del Zodíaco.
Era, como siempre, un juego de números. Solo Dios sabía con cuántas velas habían estado a punto de colisionar, hasta que apareció una justo delante de ellos. Quizá la táctica de Skade jamás había tenido muchas posibilidades de triunfar, pero conociéndola, la apuesta no habría estado del todo mal.
Clavain estaba seguro de que había muchas otras velas ahí fuera.
Incluso mientras se reparaban los daños más graves, Clavain y su cohorte de expertos ya estaban diseñando una contraestrategia. Las simulaciones demostraban que sería posible abrirse paso con una explosión por una vela que se acercase a ellos, con lo que se podría abrir un hueco lo bastante grande para atravesarla volando, pero solo si las velas se detectaban mucho antes de lo que era posible en estos momentos. También necesitarían algo con lo que reventarlas, pero el programa destinado a instalar armas en el casco había sido uno de los dañados por el ataque de Skade. La solución a corto plazo era que una lanzadera volara cien mil kilómetros por delante de la Luz del Zodíaco y sirviera de parachoques contra cualquier otro ataque de una vela. La lanzadera no llevaba tripulación, reducida a poco más que una cáscara despresurizada. Había que llenarla de combustible de forma periódica con antimateria de otra nave, estacionada en la bodega para naves espaciales de la abrazadora lumínica, lo que requería un viaje de ida y vuelta con su correspondiente coste de energía, e incluía una peligrosa operación de traspaso de combustible. La Luz del Zodíaco en sí no necesitaba antimateria, pero era esencial conservar un poco para las operaciones alrededor de Delta Pavonis. Clavain solo pensaba utilizar la mitad de su reserva para alimentar a la lanzadera parachoques, lo que les daba cien días para encontrar una solución a más largo plazo.
Al final la respuesta era obvia: una única vela podía matar una nave estelar, pero solo hacía falta otra vela para matar una vela. Las fábricas de la Luz del Zodíaco podían programarse para hacer velas lumínicas (el proceso no requería una nanotecnología complicada) y no hacía falta que fueran tan grandes como las de Skade, ni había que fabricarlas en gran número. Los láseres anticolisión de la nave, cuya eficacia como arma nunca era suficiente, se podían afinar con toda facilidad para que proporcionaran la necesaria presión de fotones. A las velas de Skade había que empujarlas a cientos de gravedades; las de Clavain solo tenían que empujarse a dos.
La llamaron vela escudo. Estuvo lista en noventa y cinco días, con una reserva lista para sacarse y desplegarse si se destruía la primera. En cualquier caso, las velas tenían una duración fija debido a la continua ablación provocada por los granos de polvo interestelar. Lo que solo empeoraba a medida que la Luz del Zodíaco se iba acercando cada vez más a la velocidad de la luz. Pero podían seguir sustituyendo las velas hasta que llegaran a Resurgam, y solo habrían gastado un uno por ciento de la masa total de la nave.
Cuando la vela escudo estuvo en su lugar, Clavain se permitió volver a respirar. Tenía la sensación de que Skade y él iban improvisando las reglas de combate interestelar a medida que avanzaban. Skade había ganado un asalto al matar a una quinta parte de su tripulación, pero él había respondido con una contraestrategia que había dejado obsoleta la estrategia actual de ella. No cabía duda de que ella lo estaría vigilando y le estaría dando vueltas a la mancha de fotones que veía a su popa. Con esos pocos datos era muy probable que Skade averiguara lo que había hecho él, aunque no hubiese salpicado su ruta de vuelo de zánganos ópticos de alta resolución, diseñados para capturar imágenes de su nave. Y luego, Clavain lo sabía, Skade intentaría otra cosa, algo diferente y que en esos momentos no se podía siquiera conjeturar.
Tendría que estar listo para lo que fuese y esperar tener la suerte de su lado.
Skade, junto con Molenka y Jastrusiak, los dos expertos en sistemas de supresión de la inercia, se encontraban en las entrañas de la Sombra Nocturna, inmersos en la burbuja de inercia suprimida. La coraza de Skade llevaba bien los cambios fisiológicos, pero incluso ella tenía que admitir que no se sentía normal. Sus pensamientos cambiaban y se fundían a una velocidad aterradora, como nubes en una película acelerada. Cambiaba de estado de ánimo como jamás le había pasado; el terror y la euforia se revelaban como facetas opuestas de la misma emoción oculta. No solo era el efecto de la química sanguínea de la coraza, que era considerable, sino el campo mismo que jugaba de forma sutil con el flujo habitual de las señales sinápticas y neuroquímicas.
La preocupación de Molenka era obvia.
[¿Tres gravedades? ¿Estás segura?].
De otro modo no lo habría ordenado.
Las curvas paredes negras de la maquinaria se plegaban a su alrededor como si estuvieran agazapados dentro de una cueva en la que pacientes eones de agua subterránea hubieran tallado formas suaves y surrealistas. Skade sintió la inquietud de la técnica. La maquinaria estaba ahora en un régimen estable, y ella no veía razón para intentar forzarla.
[¿Por qué?], insistió Molenka. [Clavain no puede alcanzarte. Quizá haya conseguido sacarle dos gravedades a su nave, pero debe de haber sido a un coste tremendo; habrá tenido que despojarse de cada gramo de masa no esencial. Está muy atrás, Skade. No puede ponerse a tu altura].
Entonces aumenta a tres gravedades. Quiero observar su reacción para ver si intenta igualar nuestro nuevo ritmo de aceleración.
[No podrá hacerlo].
Skade estiró una mano de acero y acarició a Molenka con el índice por debajo de la barbilla. Podría aplastarla, hacer pedazos el hueso y convertirlo en un fino polvo negro, si se atreviese.
Tú solo hazlo. Entonces lo sabré con seguridad, ¿no te parece?
Molenka y Jastrusiak no estaban muy contentos, por supuesto, pero no había esperado menos. Sus protestas eran un ritual que había que soportar. Más tarde, Skade sintió que la carga de aceleración se incrementaba a tres gravedades y supo que se habían sometido. Los globos oculares se le combaban en las cuencas, y tenía la sensación de que su mandíbula estaba hecha de hierro puro. Caminar no suponía un esfuerzo mayor dado que la coraza se ocupaba de eso, pero ahora era consciente de lo antinatural que era.
Se encaminó al alojamiento de Felka. Sus tacones aporreaban el suelo con la precisión de un martillo neumático. Skade no odiaba a Felka, ni siquiera la culpaba por odiarla a ella. No se podía esperar que Felka soportase de buena gana los intentos que hacía Skade por matar a Clavain. De igual forma, sin embargo, Felka tenía que darse cuenta de lo necesarias que eran las acciones de Skade. No podía permitirse que ninguna otra facción consiguiera las armas perdidas. Era una cuestión de supervivencia para los combinados, una cuestión de lealtad al Nido Madre. Skade no podía hablarle a Felka sobre las voces gobernantes que le decían lo que tenía que hacer, pero incluso sin esa información, tenía que darse cuenta de que la misión era vital.
La puerta del alojamiento de Felka estaba cerrada, pero Skade tenía la autoridad necesaria para entrar en cualquier parte de la nave. No obstante, llamó con toda cortesía y esperó cinco o seis segundos antes de entrar.
Felka. ¿Qué estás haciendo?
Felka estaba en el suelo, sentada con las piernas cruzadas. Parecía tranquila, no había nada en su porte que traicionara el mayor esfuerzo que suponía realizar casi cualquier actividad bajo tres gravedades. Vestía un fino pijama negro que, a ojos de Skade, la hacía parecer muy pálida e infantil.
Se había rodeado de pequeños rectángulos blancos, muchas decenas de ellos, cada uno de los cuales iba marcado con un conjunto concreto de símbolos. Skade vio rojos, negros y amarillos. No era la primera vez que se encontraba con los rectángulos, pero no recordaba dónde. Estaban dispuestos en arcos y radios excesivamente pulcros que radiaban de Felka. Esta los movía de un sitio a otro, como si explorara las permutaciones de una inmensa estructura abstracta.
Skade se agachó y cogió uno de los rectángulos. Era un trozo de brillante cartón blanco, o quizá plástico, impreso solo por un lado. En el otro lado había un vacío perfecto.
Los reconozco. Es un juego que practican en Ciudad Abismo. Hay cincuenta y dos tarjetas en un juego, trece tarjetas para cada símbolo, igual que hay trece horas en la cara de un reloj de Yellowstone.
Skade devolvió la tarjeta al lugar donde la había encontrado. Felka continuó reorganizando las tarjetas durante unos minutos más. Skade esperó escuchando el sonido perfilado que hacían las tarjetas al pasar unas sobre otras.
—Sus orígenes son un poco más antiguos —dijo Felka.
Pero tengo razón, ¿no? Allí juegan a esto.
—Hay muchos juegos, Skade. Este es solo uno de ellos.
¿Dónde has encontrado las tarjetas?
—Ordené que la nave las hiciera. Recordaba los números.
¿Y las figuras? Skade escogió otra tarjeta, está marcada con una figura barbuda. Este hombre se parece a Clavain.
—Es solo un rey —dijo Felka con tono despectivo—. También recordaba las formas.
Skade examinó otra, una mujer de cuello largo y aspecto majestuoso, ataviada con algo que se parecía a una coraza de ceremonia.
Casi podría ser yo.
—Esa es la Reina.
¿Por qué, Felka? Vamos a ver, ¿qué sentido tiene todo esto? Skade volvió a levantarse y señaló con un gesto la configuración de las tarjetas. El número de permutaciones debe de ser finito. Tu único adversario es la pura casualidad. No veo qué atractivo puede tener.
—Es lógico que no lo veas.
Una vez más, Skade escuchó el chirrido perfilado de tarjeta sobre tarjeta.
¿Cuál es el objetivo, Felka?
—Mantener el orden.
Skade lanzó una pequeña carcajada.
¿Entonces no hay un estado final?
—Esto no es un problema informático, Skade. El medio es el fin. El juego no tiene un estado en el que se detiene, salvo el fracaso. —Felka se mordió la lengua, como una niña que colorea un dibujo especialmente tortuoso. En un torbellino de movimientos movió seis tarjetas y alteró de forma notable la imagen global, de una forma que Skade habría jurado que no era posible solo un momento antes.
Skade asintió al comprenderlo.
Es la Gran Muralla marciana, ¿verdad?
Felka levantó la vista pero no dijo nada antes de reanudar su trabajo.
Skade sabía que tenía razón: que el juego que veía jugar a Felka, si es que en realidad se le podía llamar juego, solo era un sustituto de la Muralla en sí. Esta había quedado destruida cuatrocientos años atrás, y sin embargo había tenido un papel tan vital en la infancia de Felka que la chica regresaba a los recuerdos que tenía de ella a la menor señal de tensión externa.
Skade sintió que la embargaba la ira. Se arrodilló de nuevo y destruyó la imagen que dibujaban las tarjetas. Felka se quedó inmóvil, con las manos flotando sobre el espacio que había ocupado una tarjeta. Miró a Skade con una expresión de incomprensión en el rostro.
Como a veces ocurría con Felka, formuló la pregunta en forma de declaración plana, sin inflexiones.
—Por qué.
Escúchame, Felka. No debes hacer esto. Ahora eres una de nosotros. No puedes regresar a tu infancia solo porque Clavain ya no esté aquí.
Con un gesto patético, Felka intentó volver a reunir las tarjetas, pero Skade estiró el brazo y le cogió la mano.
No. Déjalo ya, Felka. No puedes hacer una regresión. No lo permitiré. Skade ladeó la cabeza de Felka hacia la suya. No es solo por Clavain, Felka. Sé que él significa algo para ti. Pero el Nido Madre significa más. Clavain fue siempre un intruso. Pero tú eres una de nosotros, hasta la médula. Te necesitamos, Felka. Como eres ahora, no como eras.
Pero cuando la soltó, Felka se limitó a bajar la mirada. Skade se puso en pie y se alejó andando hacia atrás de la figura con las piernas cruzadas. Había cometido un acto cruel y lo sabía. Pero lo mismo habría hecho Clavain, si hubiera sorprendido a Felka refugiándose en su niñez. La Muralla era un Dios sin sentido al que adorar, un Dios que le absorbía el alma, incluso en el recuerdo.
Felka comenzó a repartir de nuevo las tarjetas.
Empujó la arqueta de Galiana por los laberintos vacíos de la Sombra Nocturna. Su coraza se movía con un ritmo medido, funerario, un cauto paso tras otro. Con cada estruendosa pisada, Skade oía el quejido de los giroscopios que se esforzaban por mantener el equilibrio bajo la nueva aceleración. El peso de su propio cráneo era una cruel fuerza compresiva que aplastaba las vértebras superiores de su espina dorsal truncada. Su lengua era una masa insensible de músculos perezosos. Su rostro tenía un aspecto diferente, la piel estirada sobre los pómulos como si tiraran de ella unos cables. Una ligera distorsión del campo visual revelaba el efecto que tenía la gravedad sobre sus globos oculares.
Ya solo restaba una cuarta parte de la masa de la nave. El resto lo estaba suprimiendo el campo, cuya burbuja se había tragado ya la mitad de la longitud, desde la popa al punto medio.
Mantenían cuatro gravedades de aceleración.
Skade pocas veces entraba en la burbuja en sí; los efectos fisiológicos, aunque amortiguados por los mecanismos de su coraza, eran demasiado incómodos, así de simple. La burbuja carecía de un borde definido con precisión, pero los efectos del campo disminuían tan rápido que eran casi demasiado pequeños más allá de los límites nominales. La geometría del campo tampoco era una esfera geométrica: había oclusiones y curvas muy cerradas en su interior, ventrículos y fisuras donde el efecto descendía o se elevaba al interactuar con otras variables. La extraña topología de la maquinaria en sí también imponía su propia estructura al campo. Cuando la maquinaria se movía, como estaba obligada a hacer, el campo también se movía. En otras ocasiones parecía ser el campo el que estaba haciendo moverse a la maquinaria. Sus técnicos solo fingían entender todo lo que estaba pasando. Lo que tenían era una serie de reglas que les decían lo que ocurriría en ciertas condiciones. Pero esas reglas eran válidas solo en un estrecho margen de estados. Les había parecido bien suprimir la mitad de la masa de la nave, pero ahora ya no estaba tan de acuerdo. De vez en cuando, la delicada instrumentación de campo cuántico que los técnicos habían colocado en otros sitios de la nave registraban excursiones de la burbuja como si por un momento se hinchara y contrajera, envolviendo la nave entera. Skade se convenció de que sentía esos instantes, aunque duraban mucho menos de un microsegundo. A dos gravedades de supresión, las excursiones habían sido escasas. Ahora ocurrían tres o cuatro veces al día.
Skade llevó la arqueta rodando a un ascensor y fueron nave abajo, hacia los límites de la burbuja. Veía la curva inferior de la mandíbula de Galiana a través de la ventanilla de observación de la arqueta. La expresión de la mujer era de infinita calma y compostura. Skade se alegraba mucho de haber tenido la presencia de ánimo suficiente para traérsela con ella, incluso cuando el único campo de acción de la misión había sido detener a Clavain. En el fondo, incluso entonces debió de sospechar que quizá tendrían que dirigirse al espacio interestelar, y que en algún momento sería necesario buscar el peligroso consejo de Galiana. No le había costado nada traer a bordo el cadáver congelado de la mujer; ahora, lo único que le hacía falta era el valor para consultar con ella.
Empujó la arqueta hacia una sala blanca y limpia. Detrás de ella, la puerta se selló sin que nadie la viera. La habitación estaba llena de una maquinaria del mismo color pálido que la cáscara de huevo que solo era visible de verdad cuando se movía. La maquinaria era antigua, cuidada con todo cariño y temor desde los días de los primeros experimentos de Galiana en Marte. Tampoco le había costado nada a Skade traérsela con ella a bordo de la Sombra Nocturna.
Abrió la arqueta. Elevó la temperatura central del cadáver cincuenta milikélvines y luego colocó en posición la pálida maquinaria. Esta se balanceó y aleteó alrededor de Galiana, sin llegar a tocar jamás su piel. Skade dio un paso atrás con un rígido zumbido de servos. La pálida maquinaria la ponía incómoda, siempre había sido así. Había algo profundamente inquietante en ella, tanto que casi nunca se había utilizado. Incluso en esas extrañas ocasiones en las que se había utilizado, le había hecho cosas horribles a aquellos que se habían atrevido a abrirles su mente.
Skade no pensaba utilizar la maquinaria en toda su capacidad. Todavía no. Por ahora solo deseaba hablar con el lobo, y eso solo requería un subconjunto de la funcionalidad de la maquinaria, explotar su extremo aislamiento y sensibilidad, su habilidad para pulsar y amplificar las más leves señales en el agitado mar de un caos neuronal. No intentaría un acoplamiento de coherencia a menos que tuviera muy buenas razones, así que no había razones fundadas para aquella sensación de inquietud.
Pero Skade sabía lo que podía hacer la maquinaria, y con eso bastaba.
Se preparó. Los indicadores externos mostraban que ya se había calentado lo suficiente a Galiana para despertar al lobo. La maquinaria ya estaba recogiendo las conocidas constelaciones de actividad eléctrica y química que mostraban que estaba empezando a pensar otra vez.
Cerró los ojos. Hubo un momento de transición, una sacudida de percepción seguida por una sensación desorientadora de rotación. Y luego estaba de pie sobre una roca plana y dura, apenas lo bastante grande para albergar sus pies. La roca era una entre las muchas que penetraban en una neblina que la rodeaba, colocadas como unas pasaderas que se adentraban en un agua gris y poco profunda, unidas por unas crestas pronunciadas y cubiertas de excrecencias. Era imposible ver a más de quince o veinte metros en cualquier dirección. El aire era frío y húmedo, olía a mar y al hedor de algo que se parecía a algas podridas. Skade se estremeció y apretó más a su alrededor la túnica negra que vestía. Debajo no llevaba nada, los dedos desnudos se le curvaban sobre el borde de la roca. Su cabello, oscuro y húmedo, se le pegaba a los ojos. Levantó la mano y se lo retiró de la frente. No había cresta en su cuero cabelludo, y su ausencia le hizo inhalar con una sensación de intensa sorpresa. Volvía a ser completamente humana, el lobo había restaurado su cuerpo. Oyó, a lo lejos, el rugido que, como si de una multitud se tratara, lanzaban las olas del océano. Sobre su cabeza, el cielo era de un pálido color gris verdoso inseparable de la bruma que llegaba hasta el suelo, y eso la hacía sentir náuseas.
Los primeros y torpes intentos de comunicación entre Skade y el lobo habían sido a través de la boca de Galiana, algo que resultó ser demasiado unidimensional y lento comparado con la conexión entre mentes. Desde entonces, Skade había accedido a encontrarse con el lobo en un entorno prestado, una simulación de tres dimensiones en la que ella se sumergía y participaba por completo.
Una simulación que elegía el lobo, no ella. Urdía un espacio en el que Skade se veía obligada a entrar bajo los estrictos términos del lobo. Skade podría haber recubierto esta realidad con algo que hubiera elegido ella, pero temía que pudiera haber algún matiz o detalle que ella no viera.
Era mejor jugar según las reglas del lobo, incluso si con eso sentía que controlaba muchísimo menos la situación. Era, y Skade lo sabía, una peligrosa espada de dos filos. No habría confiado en nada de lo que el lobo le dijera, pero Galiana también estaba allí, en alguna parte, y Galiana había aprendido muchas cosas que quizá todavía le fueran útiles al Nido Madre. El truco estaba en distinguir al lobo de su anfitriona, y por eso Skade tenía que estar tan compenetrada con los matices del entorno. Nunca sabía cuándo podría abrirse paso Galiana, aunque solo fuera por un instante.
Estoy aquí. ¿Dónde estás tú?
El rugido de la marea se incrementó. El viento le cubrió la cara con una cortina de pelo. Se sentía vulnerable, rodeada por tantas crestas de bordes afilados. Pero sin previo aviso la bruma se abrió un poco ante ella y apareció al borde de su campo de visión una figura gris como la neblina. La figura era en realidad no más que una sugerencia de la forma humana; no había ningún detalle, y la bruma no dejaba de espesarse y desvanecerse a su alrededor. Igual podría haber sido un tocón de madera gastado por el tiempo. Pero Skade sintió su presencia, y esa presencia era conocida. Había una inteligencia aterradora y fría que emanaba de la figura como un estrecho proyector. Era una inteligencia sin conciencia; pensamiento sin emoción ni identidad. Skade sintió solo análisis e inferencia.
El rugido distante de la marea dio forma a las palabras.
—¿Qué es lo que quieres de mí ahora, Skade?
Lo mismo…
—Utiliza tu voz.
Ella obedeció sin discutir.
—Lo mismo que he querido siempre: consejo.
La marea dijo.
—¿Dónde estamos, Skade?
—Creí que eras tú el que decidía eso.
—No es eso a lo que me refería. Quiero decir, ¿dónde está su cuerpo, con exactitud?
—A bordo de una nave —dijo Skade—. En el espacio interestelar, a medio camino entre Epsilon Eridani y Delta Pavonis. —Se preguntó cómo había podido averiguar el lobo que ya no estaban en el Nido Madre. Quizás había sido pura casualidad, se dijo sin llegar a convencerse del todo.
—¿Por qué?
—Sabes por qué. Las armas están alrededor de Resurgam. Debemos recuperarlas antes de que lleguen las máquinas.
Por un momento, la figura se hizo más clara. Por un instante hubo una insinuación de un morro, ojos caninos oscuros y el brillo lobuno de unos incisivos de acero.
—Debes comprender que tengo sentimientos encontrados sobre una misión así.
Skade se apretó aún más la túnica.
—¿Porqué?
—Ya sabes por qué. Porque a aquello de lo que yo formo parte podría causarle molestias el uso de esas armas.
—No quiero debatir nada —dijo Skade—, solo quiero ayuda. Tienes dos alternativas, lobo: dejar que las armas caigan en manos de otra persona, alguien sobre quien no tienes ninguna influencia, o ayudarme a mí a recuperarlas. Ves la lógica, ¿no? Si tuviera que obtenerlas alguna facción humana, seguro que será mejor que lo haga una que ya conoces, una en la que ya te has infiltrado.
Sobre ella, el cielo se hizo menos opaco. Un sol plateado restregó el pálido dosel verde. La luz centelleó en los riscos que unían los estanques de roca y las piedras, dibujando una imagen que a Skade le recordó a los caminos sinápticos revelados por una rebanada de tejido cerebral. Luego se volvió a cerrar la bruma y sintió más frío que antes. Tenía más frío y era más vulnerable.
—¿Entonces cuál es el problema?
—Hay una nave detrás de mí. Me lleva siguiendo desde que dejamos el espacio de Yellowstone. Tenemos maquinaria que suprime la inercia, lobo. Nuestra masa inercial es del veinticinco por ciento en estos momentos. Sin embargo, la otra nave sigue jugando a alcanzarnos, como si tuviera la misma tecnología a bordo.
—¿Quién está operando esa otra nave?
—Clavain —dijo ella vigilando la reacción del lobo con gran interés—. Al menos tengo sospechas razonables de que es él. Estaba intentando devolverlo al Nido Madre cuando desertó. Me dio esquinazo alrededor de Yellowstone. Se hizo con otra nave, se la robó a los ultras. Pero no sé de dónde sacó la tecnología.
El lobo pareció inquietarse. Entraba y salía de la bruma, su forma se contorsionaba con cada momento de claridad.
—¿Has intentado matarlo?
—Sí, pero no lo he conseguido; es muy tenaz, lobo. Y no ha desistido, que era mi siguiente esperanza.
—Ese es Clavain, desde luego. —Skade se preguntó si el que hablaba era el lobo o Galiana, o alguna incomprensible fusión de ambos—. Bueno, ¿qué ha sugerido tu precioso Consejo Nocturno, Skade?
—Que presione la maquinaria todavía más.
El lobo se desvaneció, luego regresó.
—¿Y si Clavain sigue estando a tu altura, paso a paso…? ¿Te has planteado lo que podrías hacer entonces?
—No seas absurdo.
—Hay que enfrentarse a los temores, Skade. Se debe contemplar lo impensable. Hay una forma de adelantarse a él, solo tienes que tener el valor para hacerlo.
—No pienso hacerlo. No sé cómo hacerlo. —Skade estaba mareada, a punto de caerse de la lisa plataforma rocosa. Las crestas parecían lo bastante afiladas para cortarle la piel—. No sabemos nada de cómo opera la maquinaria en ese régimen.
—Puedes aprender —le dijo el lobo con tono provocador—. El Exordio te enseñaría lo que tendrías que hacer, ¿no es cierto?
—Cuanto más exótica es la tecnología, más difícil es interpretar los mensajes que la describen, lobo.
—Pero yo podría ayudarte.
Skade estrechó los ojos.
—¿Ayudarme?
—Con el Exordio. Ahora nuestras mentes están unidas, Skade. No hay razón para que no podamos continuar con la siguiente fase del experimento. Mi mente podría filtrar y procesar la información del Exordio. Con las pistas que recibamos, yo podría mostrarte con toda exactitud lo que tendrías que hacer para realizar la transición al estado cuatro.
—¿Así de fácil? ¿Me ayudarías solo para asegurarte de que consigo las armas?
—Por supuesto. —Durante un momento la voz del lobo fue juguetona. Se vio otra vez el destello de un incisivo—. Pero, por supuesto, no seríamos solo tú y yo.
—¿Disculpa?
—Trae a Felka.
—No, lobo…
—Trae a Felka o no te ayudaré.
Skade comenzó a discutir, aunque sabía lo inútil que era; sabía que, en última instancia, no tenía más alternativa que hacer lo que deseaba el lobo. La bruma había vuelto a cerrarse. El escrutinio analítico de la mente del lobo cesó de repente, como cuando se apaga el haz de una linterna. Skade estaba bastante sola. Volvió a estremecerse bajo el frío, oyendo el largo y lento gruñido de la marea distante.
—No…
La bruma se cerró todavía más. El estanque de rocas se tragó la piedra bajo sus pies y luego, con el mismo giro de percepción, Skade se vio de vuelta en la prisión metálica de su coraza a bordo de la Sombra Nocturna. La gravedad era una masa opresiva. Trazó con un dedo de acero la curva de aleación de su muslo y recordó el tacto de la carne, recordó la sensación de frío y la textura porosa de la roca bajo sus pies. Sintió la conmoción de emociones no deseadas: pérdida, arrepentimiento, horror, el doloroso recuerdo de estar entera. Pero había cosas que había que hacer y que transcendían todas esas preocupaciones. Aplastó las emociones y las eliminó de su existencia, conservó solo el más pequeño residuo de ira.
Eso la ayudaría en los días que tenía por delante.