Los cálculos de Remontoire habían sido exactos, sin margen de error, tanto que Clavain sospechó que ya había calculado el gasto de energía del vuelo del trasbordador antes de que la operación de rescate hubiera sido algo más que un destello en sus ojos.
Salieron los tres: Escorpio, Remontoire y Clavain.
Por fortuna hubo muy poco tiempo para preparar el trasbordador. Por fortuna, porque si a Clavain le hubieran concedido horas o días, se habría pasado todo ese tiempo inmerso en las dudas, sin parar de comparar un arma más u otra pieza de la armadura con el combustible que se ahorraría si la dejaba atrás. Pero tal y como estaban las cosas, tuvieron que arreglarse con uno de los trasbordadores desmontados que se habían utilizado para reabastecer el trasbordador de defensa antes de que comenzaran a utilizar la vela lumínica impulsada por láser. El trasbordador no era más que un esqueleto, un ralo esbozo geodésico de vergas negras, puntales y subsistemas plateados desnudos. Parecía, a los ojos de Clavain, un poco obsceno. Estaba acostumbrado a máquinas que mantenían sus entrañas decentemente cubiertas. Pero serviría para el trabajo, supuso. De todos modos, si Skade montaba algún tipo de defensa seria, la armadura no les ayudaría en nada.
La cubierta de vuelo era la única parte de la nave protegida del espacio, y aun así no estaba presurizada. Tendrían que utilizar trajes durante toda la operación, y llevar otro traje con ellos para que se lo pusiera Felka durante el viaje de vuelta. También había espacio para estibar una arqueta de sueño frigorífico, por si resultaba que estaba congelada. Pero, en ese caso, la masa de regreso de Felka tendría que compensarse dejando a medio camino armas y tanques de combustible.
Cogió el asiento del medio, con los controles de vuelo conectados a su traje. Escorpio se sentó a su izquierda y Remontoire a su derecha; los dos podrían asumir el control de la aviónica si Clavain necesitase descansar.
—¿Estás seguro de que confías en mí lo suficiente para traerme en la operación? —le había preguntado Remontoire con una sonrisa juguetona cuando decidieron quién iba a ir en la misión.
—Supongo que lo voy a averiguar, ¿no? —había dicho Clavain.
—No te seré de mucha ayuda con un exoesqueleto. No puedes ponerme un traje normal encima y no tenemos lista una armadura mecánica.
Clavain le hizo un gesto a Sangre, el segundo de Escorpio.
—Sácalo del exoesqueleto. Si intenta cualquier cosa, ya sabes lo que tienes que hacer.
—No lo haré —le había asegurado Remontoire.
—Casi te creo. Pero no estoy seguro de que me arriesgara si hubiera alguien más que conociera la Sombra Nocturna tan bien como tú. O a Skade, si a eso vamos.
—Yo también voy —había insistido Escorpio.
—Vamos a recoger a Felka —había dicho Clavain—. No a vengar a Lasher.
—Quizá. —En la medida que Clavain podía leer su expresión, Escorpio no parecía demasiado convencido—. Pero seamos honestos: una vez que tengas a Felka, no vas a salir de ahí sin hacer algún daño, ¿verdad?
—Pienso aceptar agradecido la rendición de Skade.
—Nos llevaremos municiones de alfiler —había dicho Escorpio—. Tú no echarás de menos un poco de ese polvo caliente, Clavain, y verás el agujero que le abre a la Sombra Nocturna.
—Te agradezco tu ayuda, Escorpio. Y entiendo tus sentimientos hacia Skade después de lo que hizo. Pero te necesitamos aquí para supervisar el programa de armas.
—¿Y a ti no te necesitamos?
—Aquí se trata de Felka y de mí —había dicho Clavain.
Escorpio le había puesto una mano en el brazo.
—Entonces acepta ayuda cuando te la ofrecen. No tengo por costumbre cooperar con la gente, Clavain, así que aprovecha este escaso despliegue de magnanimidad y cierra el puto pico.
Clavain se había encogido de hombros. No es que fuera muy optimista respecto a la misión, pero el entusiasmo que despertaba en Escorpio la perspectiva de una pelea era extrañamente contagioso.
Se había vuelto hacia Remontoire.
—Al parecer este se viene de excursión, Rem. ¿Seguro que quieres estar ahora en el equipo?
Remontoire había mirado al cerdo y luego se había vuelto de nuevo hacia Clavain.
—Nos las arreglaremos —había dicho.
Ahora que la misión había empezado, los dos se quedaron callados y dejaron que Clavain se concentrara en el asunto de volar. Hizo que el trasbordador saliera disparado de la Luz del Zodíaco y se dirigiera hacia la Sombra Nocturna, que permanecía a la deriva, mientras intentaba no pensar en lo rápido que se estaban moviendo en realidad. Las dos naves principales estaban cayendo por el espacio a solo un dos por ciento por debajo de la velocidad de la luz, pero todavía no había ninguna indicación visual fuerte de que estuvieran moviéndose tan rápido. Las estrellas habían cambiado tanto de posición como de color debido a los efectos relativos, pero todavía parecían perfectamente fijas e inmóviles, incluso con ese elevado factor tau. Si su trayectoria los hubiera llevado cerca de un cuerpo tan luminoso como una estrella, quizá la hubieran visto pasar por la noche, aplastada y alejada del estado esférico por la contracción de Lorentz-Fitzgerald. Pero incluso entonces no habría pasado a toda velocidad a menos que casi estuvieran rozando su atmósfera. Habría sido visible la llamarada de los gases de escape de otra nave que fuera de vuelta a Yellowstone, pero tenían el pasillo para ellos solos. Y aunque los cascos de ambas naves relucían bajo una luz casi infrarroja, calentados por la abrasión lenta y constante de hidrógeno interestelar y granos de polvo microscópicos, no era algo que la mente de Clavain pudiera procesar y convertir en una sensación visceral de velocidad. Era consciente de que las mismas colisiones también eran un problema para el trasbordador, aunque su corte transversal, mucho más pequeño, hacía que fueran menos probables. Pero con cada segundo que pasaba, los rayos cósmicos, incrementados de forma relativa por su movimiento, lo estaban consumiendo. Por eso había una coraza alrededor de la cubierta de vuelo.
El viaje a la Sombra Nocturna pasó rápido, quizá porque temía lo que se iba a encontrar al llegar. El trío se pasó inconsciente la mayor parte del vuelo para ahorrar la energía del traje; eran realistas y sabían que no había nada que pudieran hacer si Skade lanzaba un ataque.
Clavain y sus compañeros se despertaron al entrar dentro del campo visual de la tullida abrazadora lumínica.
Estaba oscura, por supuesto (estaban en el auténtico espacio interestelar), pero Clavain la veía porque la Luz del Zodíaco alumbraba su casco con uno de sus láseres ópticos. No podía distinguir todos los detalles que hubiera querido, pero veía lo suficiente para sentirse más que inquieto. Era el efecto de la luz de la luna sobre un edificio gótico, y no presagiaba nada bueno. El trasbordador lanzó una tracería de sombras móviles por la nave mayor, haciendo que pareciera que se movía y retorcía.
Las extrañas extensiones parecían incluso más raras de cerca. Su complejidad real no había sido aparente hasta entonces, ni tampoco se había percibido hasta qué punto el accidente las había enroscado y partido. Pero Skade había tenido una suerte notable, dado que el daño se había limitado en su mayor parte a la ahusada parte posterior de su nave. Los dos motores combinados, que sobresalían a ambos lados del casco con pinta de tórax, solo habían sufrido un daño superficial. Clavain acercó el trasbordador un poco más, convencido de que cualquier tipo de ataque se habría lanzado ya. Maniobró con toda delicadeza para meter la reducida nave entre las curvas y arcos que, como aguijones, descollaban del estropeado motor hiperluz.
—Estaba desesperada —les dijo a sus compañeros—. Tenía que saber que no había forma de que llegásemos a Resurgam antes que ella, pero eso a Skade no le bastaba. Quería llegar allí años antes que nosotros.
Escorpio dijo:
—Tenía los medios, Clavain. ¿Por qué te sorprende que los usara?
—Tiene razón en sorprenderse —interpuso Remontoire antes de que Clavain pudiera responder—. Skade era muy consciente de los riesgos que implicaba juguetear con la transición al estado cuatro. Negó cualquier interés en ella cuando se lo pregunté, pero tuve la impresión de que estaba mintiendo. Lo único que deben de haber revelado sus propios experimentos son los riesgos.
—Una cosa es segura —dijo Escorpio—: quería esas armas con todas sus fuerzas, Clavain. Para ella deben de significar muchísimo.
Clavain asintió.
—Pero en realidad no nos estamos enfrentando a Skade, creo. Estamos tratando con lo que fuera que le afectó en el Cháteau. La Mademoiselle quería las armas, y se limitó a plantar la idea en la mente de Skade.
—La Mademoiselle me interesa mucho —dijo Remontoire. Le habían contado algo de lo que había pasado en Ciudad Abismo—. Me hubiera gustado conocerla.
—Demasiado tarde —dijo Escorpio—. H tenía su cuerpo metido en una caja, ¿no te lo dijo Clavain?
—Tenía algo en una caja —dijo Remontoire malhumorado—. Pero es evidente que no la parte de ella que importaba. Esa parte alcanzó a Skade. Por lo que sabemos, ahora es Skade.
Clavain hizo deslizarse el trasbordador por el último par de hojas afiladas como tijeras y volvió a salir al espacio abierto. Ese lado de la Sombra Nocturna estaba negro como la boca de un lobo, salvo por donde los faros del trasbordador resaltaban los detalles. Clavain recorrió despacio el casco, observó que las armas antinave estaban todas almacenadas detrás de sus escotillas de junturas invisibles. Eso no significaba nada: solo hacía falta un instante para desplegarlas, pero no se podía negar que era tranquilizador ver que no apuntaban ya al trasbordador.
—¿Vosotros dos os manejáis bien por esta cosa? —dijo Escorpio.
—Por supuesto —dijo Remontoire—. Antes era nuestra nave. Tú también deberías reconocerla. Es la misma que te sacó del crucero de Maruska Chung.
—Lo único que recuerdo de eso es que intentaste que me cagara de miedo, Remontoire.
Con cierto alivio, Clavain se dio cuenta de que habían llegado a la cámara estanca que había estado buscando. Seguía sin haber señales de ninguna reacción por parte de la tullida nave: nada de luces ni indicaciones de que los sensores de proximidad estuvieran cobrando vida. Clavain los acercó al casco con fijaciones de punta epoxídica y contuvo el aliento mientras los pies de las fijaciones se adhirieron como ventosas a la ablativa armadura del casco. Pero no pasó nada.
—Esta es la parte más difícil —dijo Clavain—. Rem, quiero que te quedes aquí, en el trasbordador. Escorpio entra conmigo.
—¿Se me permite preguntar por qué?
—Sí, aunque esperaba que no lo hicieras. Escorpio tiene más experiencia en combate cuerpo a cuerpo que tú, casi más que yo. Pero la razón principal es que no confío en ti lo suficiente para tenerte dentro.
—Confiaste en mí para venir hasta aquí.
—Y estoy listo para confiar en que te quedarás sentado en el trasbordador hasta que nosotros salgamos. —Clavain comprobó la hora—. En treinta y cinco minutos estamos fuera del alcance de regreso. Espera media hora y luego vete. Ni un minuto más, aunque Escorpio y yo ya estemos saliendo por la cámara estanca.
—Hablas en serio, ¿verdad?
—Hemos calculado combustible suficiente para que podamos volver nosotros tres más Felka. Si vuelves solo, tendrás combustible de sobra, combustible que nos va a hacer muchísima falta más tarde. Es eso lo que te confío, Rem: esa responsabilidad.
—Pero no para ir a bordo —dijo Remontoire.
—No. No con Skade en esa nave. No puedo correr el riesgo de que vuelvas a desertar y te pongas de su lado.
—Te equivocas, Clavain.
—¿Ah, sí?
—Yo no deserté. Y tú tampoco. Fueron Skade y el resto los que cambiaron de bando, no nosotros.
—Venga —dijo Escorpio tirando del brazo de Clavain—. Ahora tenemos veintinueve minutos.
Los dos salvaron el espacio que los separaba de la Sombra Nocturna. Clavain hurgó por el borde de la cámara estanca hasta que encontró el hueco casi invisible que ocultaba los controles externos. Era apenas lo bastante ancho para alojar su mano enguantada. Percibió el conocido trío de interruptores manuales (diseño combinado estándar) y tiró de ellos para ponerlos en posición de abierto. Incluso si hubiera habido un corte de energía en toda la nave, las pilas de la cerradura habrían conservado energía suficiente para abrir la puerta durante un siglo. Incluso si eso fallaba, había un mecanismo manual al otro lado del borde.
La puerta se deslizó hacia un lado. Una iluminación roja como la sangre los deslumbró en la cámara interior. Los ojos de Clavain se habían acostumbrado demasiado a la oscuridad. Esperó a que se acomodaran y luego llevó a Escorpio a aquel espacio de proporciones generosas. Siguió al cerdo y luego selló y presurizó la cámara. Sus voluminosos trajes entrechocaban. Les llevó una eternidad.
Se abrió la puerta interna. El interior de la nave estaba bañado en la misma iluminación de emergencia de color rojo sangre. Pero al menos había energía. Eso significaba que también podría haber supervivientes.
Clavain estudió la lectura de datos del ambiente que aparecía en el campo de visión de la visera, luego desconectó el aire del traje y se la levantó. Estos torpes y viejos trajes, lo mejor que la Luz del Zodíaco había sido capaz de proporcionarles, disponían de aire y energía limitados y no le pareció que tuviera mucho sentido desperdiciar recursos. Le hizo un gesto a Escorpio para que hiciera lo mismo.
El cerdo susurró:
—¿Dónde estamos?
—En medio de la nave —dijo Clavain con tono normal—. Pero todo parece distinto bajo esta luz y sin gravedad. La nave no me parece tan conocida como había esperado. Ojalá supiera con cuántos tripulantes podríamos encontrarnos.
—¿Skade nunca dio ninguna indicación? —le siseó.
—No. Una nave como esta se podría manejar con unos cuantos expertos y nada más. Tampoco hace falta susurrar, Escorp. Si hay alguien para saber que estamos aquí, ya saben que estamos aquí.
—¿Me recuerdas por qué no hemos venido con armas?
—No tiene sentido, Escorp. Aquí tendrían armamento mejor y más pesado. O bien podemos llevarnos a Felka con facilidad o negociamos la salida. —Clavain se dio unos golpecitos en el cinturón multiuso—. Por supuesto, tenemos una pequeña ayuda para la negociación.
Se habían traído alfileres a bordo de la nave de Skade. Los microscópicos fragmentos de antimateria suspendidos en un sistema de contención del tamaño de un alfiler, que a su vez estaban protegidos dentro de una granada blindada del tamaño de un dedal, podrían reventar la Sombra Nocturna con toda limpieza y hacerla desaparecer del cielo.
Bajaron por el corredor iluminado de rojo, mano sobre mano. De vez en cuando, al azar, uno de ellos se desprendía un mecanismo de alfiler, lo untaba de resina epoxídica y lo apretaba contra una esquina o una sombra. Clavain tenía la seguridad de que una búsqueda bien organizada podría localizar todos los alfileres en unas cuantas decenas de minutos. Pero una búsqueda bien organizada parecía precisamente el tipo de cosa que la nave no iba a ser capaz de emprender durante algún tiempo.
Llevaban ocho minutos avanzando por la nave cuando Escorpio rompió el silencio. Había llegado a una trifurcación en el pasillo.
—¿Reconoces ya algo?
—Sí. Estamos cerca del puente. —Clavain señaló en una dirección—. Pero la cámara de sueño frigorífico está por aquí abajo. Si tiene a Felka congelada, allí es donde podría estar. Lo comprobaremos primero.
—Tenemos veinte minutos, luego debemos salir.
Clavain sabía que el límite de tiempo se había impuesto, en cierto sentido, de forma artificial. La Luz del Zodíaco podía desandar el camino y recuperar el trasbordador incluso si retrasaban su partida, pero solo tras derrochar una buena cantidad de tiempo, un tiempo que infundiría una letal semilla de complacencia en el resto de la tripulación. Había reflexionado sobre los riesgos y había llegado a la conclusión de que sería mejor que los tres murieran (o al menos que se quedaran allí aislados) a dejar que ocurriera eso. Sus adjuntos y los adjuntos de estos podrían continuar con la operación, incluso si Remontoire no conseguía volver con vida, y tenían que creer que cada segundo contaba de verdad. Como de hecho contaba. Era duro. Pero así era la guerra, y estaba muy lejos de ser la decisión más dura que Clavain había tenido que tomar jamás.
Fueron avanzando hacia la cámara de sueño frigorífico.
—Hay algo ahí delante —dijo Escorpio tras pasarse varios minutos arrastrándose y gateando en silencio.
Clavain redujo la marcha y escudriñó la misma penumbra roja. Envidiaba la visión aumentada de Escorpio.
—Parece un cuerpo —dijo.
Se acercaron con cuidado, impulsándose de un soporte almohadillado de la pared a otro. Clavain tenía presente cada minuto que pasaba; cada medio minuto de cada minuto; cada segundo cruel.
Llegaron al cuerpo.
—¿Lo reconoces? —preguntó Escorpio fascinado.
—No estoy seguro de si alguien sería capaz de reconocerlo con seguridad —dijo Clavain—, pero no es Felka. Y no creo tampoco que pueda ser Skade.
Algo horrible le había pasado al cuerpo. Había sido partido por la mitad, con tanta exactitud como pulcritud, al quisquilloso modo de un modelo anatómico. Los órganos internos estaban metidos en formaciones serpentinas o bien enrolladas, y relucían como confites glaseados. Escorpio estiró una pezuña enguantada y empujó la media figura, que se alejó flotando con pereza de la lustrosa pared sobre la que se había posado.
—¿Dónde crees que está el resto? —preguntó.
—En otra parte —respondió Clavain—. Esta mitad debe de haber llegado aquí flotando.
—¿Qué le hizo eso? He visto lo que pueden hacer las armas de haces y no resulta agradable, pero no hay ninguna señal de quemaduras en ese cuerpo.
—Fue un gradiente causal —dijo una tercera voz.
—Skade… —jadeó Clavain.
Estaba detrás de ellos. Se había acercado con un silencio inhumano, ni siquiera respiraba. Su corpulenta coraza llenaba el pasillo, negra como la noche salvo por el pálido óvalo de su rostro.
—Hola, Clavain. Y hola también, Escorpio, supongo. —Lo miró con cierto interés—. Así que no moriste, ¿eh, cerdo?
—De hecho, Clavain me estaba comentando ahora mismo lo afortunado que soy por haber encontrado a los combinados.
—Qué sensato es Clavain.
Clavain la miró, horrorizado y pasmado al mismo tiempo. Remontoire le había prevenido sobre el accidente de Skade, pero esa advertencia no lo había preparado lo suficiente para aquel encuentro. La coraza mecánica de la mujer era androforme, incluso, de una forma exagerada y un poco medieval, femenina: se ensanchaba en las caderas y había la sugerencia de unos senos moldeados en la placa del pecho. Pero Clavain sabía que no era en absoluto una coraza, sino una prótesis de soporte vital; que la única parte orgánica de aquella mujer era la cabeza. El cráneo de Skade, con su cresta, estaba rígido y conectado al cuello de la coraza. La brutal conjunción de carne y maquinaria chillaba que algo iba mal, un error que se hizo incluso más intenso cuando Skade sonrió.
—Fuiste tú el que me hiciste esto —sonrió ella, era obvio que hablaba en voz alta por Escorpio—. ¿No te sientes orgulloso?
—Yo no te hice nada, Skade. Sé con toda exactitud lo que pasó. Te hice daño y siento que ocurriera así. Pero no fue intencionado y tú lo sabes.
—¿Así que tu deserción fue involuntaria? Ojalá fuera tan fácil.
—Yo no te corté la cabeza, Skade —dijo Clavain—. A estas alturas Delmar ya podría haberte curado las heridas que te produje. Estarías de nuevo entera. Pero eso no encajaba en tus planes.
—Tú dictaste mis planes, Clavain. Tú y mi lealtad al Nido Madre.
—No cuestiono tu lealtad, Skade. Solo me pregunto a qué le eres tú leal en realidad.
Escorpio susurró:
—Trece minutos, Clavain. Luego tenemos que estar fuera de aquí.
La atención de Skade se concentró de repente en el cerdo.
—Tienes prisa, ¿eh?
—¿No la tenemos todos? —dijo Escorpio.
—Habéis venido por algo. Y no me cabe duda de que vuestras armas ya podrían haber destruido la Sombra Nocturna si esa fuera vuestra intención.
—Dame a Felka —dijo Clavain—. Dame a Felka y te dejaremos en paz.
—¿Significa tanto para ti, Clavain, que te has abstenido de destruirme cuando tuviste la oportunidad?
—Significa mucho para mí, sí.
En la cresta de Skade apareció una onda de color turquesa y naranja.
—Te daré a Felka si eso hace que te vayas. Pero antes quiero enseñarte algo.
Levantó los brazos envueltos en guanteletes de su traje y se colocó una mano a cada lado del cuello, como si estuviera a punto de estrangularse. Pero era evidente que sus manos de metal eran capaces de moverse con gran suavidad. Clavain escuchó un chasquido en alguna parte dentro del pecho de Skade, y luego la columna de metal de su cuello comenzó a elevarse sobre sus hombros. Se estaba quitando su propia cabeza. Clavain contempló, cautivado y asqueado, cómo surgía la parte inferior de la columna. Esta terminaba en unos apéndices segmentados que no dejaban de revolverse. Soltaban unas babas rosadas de fluido coloreado, sangre, quizá, o algo del todo artificial.
—Skade… —dijo—. Esto no es necesario.
—Oh, es muy necesario, Clavain. Quiero que comprendas bien lo que me has hecho. Quiero que sientas el horror que supone.
—Creo que ya se hace una idea —dijo Escorpio.
—Tú solo dame a Felka, y luego te dejo.
Skade levantó su propia cabeza y la acunó con una mano, pero siguió hablando.
—¿Me odias, Clavain?
—Nada de esto es personal, Skade. Solo creo que te estás equivocando.
—¿Me equivoco porque me importa la supervivencia de nuestro pueblo?
—Algo te ha afectado, Skade —dijo Clavain—. En otro tiempo eras una buena combinada, una de las mejores. Servías de verdad al Nido Madre, igual que yo. Pero entonces te enviaron a realizar la operación del Cháteau.
Había despertado su interés. Vio que abría sin querer más los ojos.
—¿El Cháteau des Corbeaux? ¿Qué tiene eso que ver con nada?
—Mucho más de lo que te gustaría pensar —dijo Clavain—. Fuiste la única superviviente, Skade, pero no volviste sola. Es probable que no recuerdes mucho de lo que pasó en realidad allí abajo, pero eso no importa. Algo te afectó, de eso estoy seguro. Y es el responsable de lo que ha pasado en los últimos tiempos. —Intentó sonreír—. Por eso no te odio. O bien no eres la Skade que conocí, o crees que estás sirviendo a algo superior.
—Ridículo.
—Pero quizá cierto. Yo tendría que saberlo, yo también estuve allí. ¿Cómo crees que nos hemos mantenido pegados a vosotros todo este tiempo? El Cháteau fue la fuente de la tecnología que hemos usado los dos. Tecnología alienígena para manipular la inercia. Salvo que tú la utilizaste para mucho más que eso, ¿no es cierto?
—La utilicé con un fin concreto, eso es todo.
—Intentaste moverte más rápido que la luz, igual que hizo Galiana. —Vio otro chispazo de interés ante la mención del nombre de Galiana—. ¿Por qué, Skade? ¿Qué era tan importante para que tuvieras que hacer esto? No son más que armas.
—Tú también las quieres, con todas tus fuerzas.
Clavain asintió.
—Pero solo porque he visto cuánto las deseas tú. También me mostraste esa flota, y eso me hizo pensar que estabas planeando largarte de esta parte del espacio. ¿Qué pasa, Skade? ¿Qué has visto en tu bola de cristal?
—¿Quieres que te lo enseñe, Clavain?
—¿Enseñármelo? —preguntó él.
—Dame acceso a tu mente y te implantaré lo que me enseñaron a mí, con toda exactitud. Entonces lo sabrás. Y quizá veas las cosas a mi manera.
—No… —dijo Escorpio.
Clavain bajó sus defensas mentales. La presencia de Skade fue repentina y molesta, tanto que se estremeció. Pero la mujer no intentó nada más que pintar imágenes en su mente, como le había prometido.
Clavain vio el final de todo. Vio cadenas de hábitats humanos sembrados de brillantes puntitos de fuego aniquilador. Guirnaldas nucleares moteaban las superficies de mundos demasiado intrascendentes para desmantelarlos. Vio cometas y asteroides dirigidos hacia las colonias, oleada tras oleada, demasiados para que pudieran neutralizarlos las defensas existentes. Las llamaradas se elevaban de las superficies de las estrellas, se concentraban y pintaban las superficies de los mundos para esterilizarlo todo a su paso. Vio mundos rocosos que se pulverizaban y se aplastaban convertidos en nubes calientes de escombros interplanetarios. Vio gigantes gaseosos que se partían al girar, destrozados como los juguetes de unos niños malhumorados. Vio estrellas que morían solas, envenenadas para que brillaran y emitieran demasiado calor o demasiado frío, o desgarradas de una docena de formas diferentes. Vio naves que detonaban en el espacio interestelar cuando se imaginaban que estaban a salvo de todo daño. Oyó un coro aterrado de transmisiones humanas por radio y láser, que al principio era una multitud, pero que luego se fue reduciendo hasta convertirse en un puñado desesperado de voces solitarias, que iban siendo a su vez silenciadas de una en una. Luego oyó solo el gorjeo sin sentido de las trasmisiones automáticas, e incluso eso comenzó a callarse a medida que se derrumbaban las últimas defensas de la humanidad.
La limpieza se extendía por un volumen de varias decenas de años luz de anchura. Hacían falta muchas décadas para completarla, pero se había acabado en un destello comparado con el paso pulverizador y lento de la historia galáctica.
Y alrededor de todo, orquestando esta limpieza, presintió una sensibilidad tenue y cruel. Era un conjunto de mentes mecánicas, la mayor parte de las cuales rondaban justo por debajo del umbral de la conciencia. Eran viejas, más viejas que las estrellas más jóvenes, y expertas solo en el arte de la extinción. Nada más les importaba.
—¿En qué momento del futuro está esto? —le preguntó a Skade.
—Ya ha empezado. Es solo que no lo sabemos todavía. Pero en menos de medio siglo los lobos alcanzan las colonias centrales, las más cercanas al Primer Sistema. En menos de un siglo la raza humana consiste en unos cuantos grupos apiñados, demasiado asustados para viajar o para intentar comunicarse unos con otros.
—¿Y los combinados?
—Estamos entre ellos, pero igual de vulnerables, igual de perseguidos. No queda ningún Nido Madre. Los nidos de combinados de algunos sistemas se han eliminado por completo. Es entonces cuando envían un mensaje al pasado.
Clavain asimiló lo que le había dicho y asintió con cautela, preparado para aceptarlo por el momento.
—¿Cómo lo hicieron?
—Los experimentos del Exordio de Galiana —respondió la cabeza sin cuerpo de Skade—. Ella exploró la vinculación de las mentes humanas con los estados cuánticos coherentes. Pero la materia en un estado de superposición cuántica está enmarañada, en un sentido fantasmal, con todas las partículas que han existido alguna vez, o que llegarán a existir. La intención de sus experimentos era solo explorar nuevos modos de conciencia paralela, pero también abrió una ventana al futuro. El conducto era imperfecto, de modo que solo vagos ecos consiguieron llegar a Marte. Y cada mensaje enviado a través del canal aumentaba el ruido de fondo. El conducto tenía una capacidad de información finita, ya ves. El Exordio era un recurso muy valioso que solo se podía utilizar en momentos de crisis extrema.
Clavain tuvo una sensación de vértigo que lo mareó.
—Ya se ha cambiado nuestra historia, ¿verdad?
—Galiana se enteró de lo suficiente para hacer el primer motor de nave estelar. Era una cuestión de energía, Clavain, y de la manipulación de los agujeros de gusano cuánticos. En el corazón de un motor combinado hay un extremo de un agujero de gusano microscópico. El otro extremo está anclado quince mil millones de años en el pasado y absorbe la energía del plasma quark-gluón de la bola de fuego primaria. Por supuesto, esa misma tecnología se puede aplicar a la fabricación de armas del juicio final.
—Las armas de clase infernal —dijo él.
—En nuestra historia original no teníamos ninguna de esas ventajas. No logramos el vuelo estelar hasta un siglo después del primer vuelo del Sandra Voi. Nuestras naves eran lentas, pesadas, frágiles, incapaces de alcanzar más de una quinta parte de la velocidad de la luz. La expansión humana se retrasó por fuerza. En cuatrocientos años solo se consiguió colonizar un puñado de sistemas. Y con todo atrajimos a los lobos, incluso en esa línea del tiempo. La limpieza fue eficiente y brutal. Esta versión de la historia, la que tú has conocido, fue un intento de mejorar las cosas. Se aceleró el ritmo de la expansión humana y se nos proporcionaron mejores armas para enfrentarnos a la amenaza una vez que surgiera.
—Ahora entiendo —dijo Clavain— por qué no se podían hacer de nuevo las armas de clase infernal. Una vez que a Galiana se le mostró cómo hacerlas, ella destruyó ese conocimiento.
—Eran un regalo del futuro —dijo la mujer con orgullo—. Un regalo de nuestros yoes futuros.
—¿Y ahora?
—Incluso en esta línea del tiempo se produjo la aniquilación. Una vez más se alertó a los lobos de nuestra aparición. Y resultó que era muy fácil para ellos rastrear los motores a una distancia de años luz.
—Así que nuestros yoes futuros probaron otro retoque.
—Sí. Esta vez alcanzaron solo el pasado reciente, intervinieron mucho después en la historia de los combinados. El primer mensaje era un edicto que nos advertía que dejáramos de utilizar los motores combinados. Por eso detuvimos la construcción de naves hace un siglo. Más tarde nos dieron pistas que nos permitieron construir motores sigilosos, como los que lleva la Sombra Nocturna. Los demarquistas creyeron que lo habíamos construido para conseguir una ventaja táctica sobre ellos en la guerra. De hecho, se diseñó para que fuese nuestra primera arma contra los lobos. Más tarde se nos proporcionó información acerca de la construcción de maquinaria capaz de suprimir la inercia. Aunque en aquel momento yo no lo sabía, me enviaron al Cháteau para obtener los fragmentos de tecnología alienígena que nos permitirían montar el prototipo de la máquina de supresión de la inercia.
—¿Y ahora?
La mujer le respondió con una sonrisa.
—Nos han dado otra oportunidad. Esta vez, los vuelos son la única solución viable. Los combinados deben dejar este volumen de espacio antes de que los lobos lleguen en masa.
—¿Te refieres a huir?
—La verdad es que no es tu estilo, ¿eh, Clavain? Pero a veces es la única respuesta que tiene sentido. Más tarde podemos plantearnos un regreso, incluso una confrontación con los lobos. Otras especies han fracasado, pero nosotros somos diferentes, creo. Ya hemos tenido el valor de alterar nuestro pasado.
—¿Qué te hace pensar que otros pobres ilusos no lo hayan intentado también?
—Clavain… —Era Escorpio—. De verdad que tenemos que salir de aquí, ahora.
—Skade…, ya me has mostrado suficiente —dijo Clavain—. Acepto que creas que estás actuando con justicia.
—¿Y sin embargo sigues creyendo que soy la marioneta de alguna agencia misteriosa?
—No lo sé, Skade. Desde luego no lo he descartado.
—Solo sirvo al Nido Madre.
—Bien. —Asintió. Presentía que, fuera cual fuera la verdad, Skade creía que estaba actuando de la forma correcta—. Ahora dame a Felka y me iré.
—¿Me vas a destruir una vez que te vayas?
Clavain dudaba que ella supiera de las cargas de alfiler que Escorpio y él habían desplegado.
—Skade, ¿qué te pasará si te dejo aquí, a la deriva? ¿Puedes reparar tu nave?
—No me hace falta. Las otras naves no están muy lejos, detrás de mí. Ese es tu auténtico enemigo, Clavain. Inmensamente mejor armadas que la Sombra Nocturna, y sin embargo igual de hábiles y difíciles de detectar.
—Eso no significa que no esté mejor si no te mato.
Skade se giró y alzó la voz.
—Traed a Felka aquí.
Medio minuto después, otros dos combinados aparecieron detrás de Skade, cargados con una figura metida en un traje espacial. Skade les permitió que la pasaran. La visera estaba abierta, así que Clavain vio que la figura era Felka. Parecía inconsciente, pero estaba seguro de que todavía estaba viva.
—Aquí está. Cogedla.
—¿Qué le pasa?
—Nada grave —dijo Skade—. Te dije que se estaba encerrando en sí misma, ¿no? Echa mucho de menos su Muralla. Quizá mejore bajo tus cuidados. Pero hay algo que tienes que saber, Clavain.
La miró.
—¿Qué?
—No es tu hija. Nunca lo fue. Todo lo que te dijo era mentira, para que hubiera más probabilidades de que volvieras. Una mentira verosímil y quizás algo que ella quería creer, pero con todo, una mentira. ¿Todavía la quieres?
Sabía que le estaba diciendo la verdad. Skade mentiría para hacerle daño, pero solo si con ello cumplía ambiciones más amplias. Cosa que no estaba haciendo ahora, aunque él hubiera deseado con todas sus fuerzas que así fuera.
Se le entrecortó la voz.
—¿Por qué iba a quererla menos?
—Sé honesto, Clavain. Podría cambiar un poco las cosas.
—He venido aquí a salvar a alguien que me importa, eso es todo. —Luchó por evitar que se le entrecortara la voz—. Sea de mi sangre o no… no importa.
—¿No?
—En absoluto.
—Bien. Entonces creo que aquí termina nuestro asunto. Felka nos ha servido bien, Clavain. Me protegió a mí de ti y fue capaz de sacar el lado cooperador del lobo, algo que jamás podría haber hecho yo sola.
—¿El lobo?
—Oh, perdona, ¿no te he mencionado al lobo?
—Vayámonos de aquí —dijo Escorpio.
—No. Todavía no. Quiero saber a qué se refería.
—Quería decir lo que he dicho, Clavain, nada más. —Skade se volvió a colocar la cabeza con toda ternura y parpadeó en el momento en que se la encajó con un chasquido—. Me traje al lobo conmigo porque imaginé que podría resultar valioso. Bueno, pues tenía razón.
—¿Quieres decir que te trajiste el cuerpo de Galiana?
—Me traje a Galiana —lo corrigió Skade—. No está muerta, Clavain. No del modo en que siempre pensaste que estaba. Llegué a ella poco después de que volviera del espacio profundo. Su personalidad y recuerdos seguían allí, intactos y perfectos. Tuvimos nuestras conversaciones, ella y yo. Ella preguntó por ti, y por Felka, y yo le dije una mentira piadosa; era mejor para todos nosotros que pensara que estabais muertos. Ya estaba perdiendo la batalla, ya sabes. El lobo intentaba apoderarse de ella, y al final no fue lo bastante fuerte para luchar contra él. Pero no la mató, ni siquiera entonces. Mantuvo su mente intacta porque encontró útiles sus recuerdos. También sabía que Galiana nos era muy preciada, y que por tanto no haríamos nada contra él que pudiera hacerle daño a ella.
Clavain la miró; deseaba contra toda esperanza que le estuviese mintiendo como le había mentido antes, pero sabía que ahora le contaba la verdad. Y aunque sabía la respuesta que le daría Skade, de todos modos tuvo que preguntarle.
—¿Querrás dármela?
—No. —Skade levantó un dedo negro de metal—. Te vas solo con Felka o no te vas con nada. Pero Galiana se queda aquí. —Casi como si se le ocurriera en ese momento, añadió—: Ah, y por si te lo preguntabas, sí que sé lo de la munición de alfiler que tú y el cerdo habéis dejado a vuestro paso.
—No las encontrarás todas a tiempo —dijo Escorpio.
—No tendré que encontrarlas —dijo Skade—. ¿No es cierto, Clavain? Porque tener a Galiana me protege tanto como cuando tenía a Felka. No. No te la pienso mostrar. No es necesario. Felka te dirá que está aquí. Ella también ha conocido al lobo, ¿verdad?
Pero Felka no se movió.
—Vamos —dijo Escorpio—. Vamos a salir de aquí antes de que cambie de opinión.
Clavain estaba con Felka cuando esta volvió en sí. Estaba sentado en una silla al lado de su cama, rascándose la barba; el chirrido de un saltamontes, cri, cri, cri, que abría un agujero implacable en su subconsciente y tiraba de ella para que despertara. Había estado soñando con Marte, soñaba con su Muralla, soñaba que estaba perdida en la interminable y arrolladora tarea de mantener la inviolabilidad de la Muralla.
—Felka. —La voz del hombre era áspera, casi brusca—. Felka. Despierta. Soy Clavain. Ahora estás entre amigos.
—¿Dónde está Skade? —preguntó.
—He dejado allí a Skade. Ya no te concierne. —La mano de Clavain descansó sobre la suya—. Para mí es un alivio que estés bien. Me alegro de volver a verte, Felka. Hubo momentos en los que pensé que eso no volvería a ocurrir.
Felka había vuelto en sí en una habitación que no se parecía a ninguna de las que había visto en la Sombra Nocturna. Tenía un aire ligeramente rústico. Estaba claro que se encontraba a bordo de una nave, pero no era un lugar tan impecable y organizado como el último navío.
—No te despediste de mí antes de desertar —le dijo ella.
—Lo sé. —Clavain se metió un dedo en los pliegues de un ojo. Parecía cansado, más viejo de lo que ella lo recordaba la última vez que se habían visto—. Lo sé y me disculpo. Pero fue algo deliberado. Me habrías convencido para que no lo hiciera. —Su tono se hizo acusador—. ¿No es cierto?
—Yo solo quería que te cuidaras. Por eso te convencí para que te unieras al Consejo Cerrado.
—Pensándolo bien, es probable que fuera un error, ¿no crees? —Su tono se había suavizado. Ella estaba bastante segura de que estaba sonriendo.
—Si llamas a esto cuidarse, entonces sí. Tendría que admitir que no era eso lo que yo tenía en mente, la verdad.
—¿Skade te cuidó?
—Quería que la ayudara. No lo hice. Me… encerré en mí misma. No quería oír que te había matado. Lo intentó con todas sus fuerzas, Clavain.
—Lo sé.
—Tiene a Galiana.
—También lo sé —dijo él—. Remontoire, Escorpio y yo colocamos cargas de demolición por toda su nave. Podríamos destruirla ahora mismo si yo estuviera dispuesto a retrasar nuestra llegada a Resurgam.
Felka se obligó a incorporarse.
—Escúchame con mucha atención, Clavain.
—Estoy escuchándote.
—Debes matar a Skade. No importa que tenga a Galiana. Es lo que Galiana querría que hicieras.
—Lo sé —dijo Clavain—. Pero eso no lo hace más fácil.
—No. —Felka alzó la voz, no temía parecer enfadada con el hombre que acababa de salvarla—. No. No lo entiendes. Quiero decir que eso es exactamente lo que Galiana querría que hicieras. Lo sé, Clavain. Toqué su mente de nuevo, cuando nos encontramos con el lobo.
—Ahí ya no queda ninguna parte de Galiana, Felka.
—La hay. El lobo hizo todo lo que pudo por ocultarla, pero… yo también pude sentirla. —Felka clavó los ojos en su rostro y estudió sus misterios antiguos, latentes. De todos los rostros que conocía, este era el que menos problemas tenía para reconocer pero, ¿qué significaba eso con exactitud? ¿Estaban unidos por algo más que la contingencia, las circunstancias y una historia compartida? Recordaba ahora que le había mentido a Clavain cuando le había dicho que era su hija. Nada en el estado de ánimo de hombre sugería que se había enterado de que era mentira.
—Felka…
—Escúchame, Clavain. —Le cogió la mano y se la apretó con fuerza para exigir su atención—. Escúchame. Jamás te he dicho esto porque me afectaba demasiado. Pero en los experimentos del Exordio fui consciente de que una mente intentaba ponerse en contacto conmigo, desde el futuro. Presentí un mal incalificable. Pero también presentí algo que reconocí. Era Galiana.
—No… —dijo Clavain.
Felka le apretó la mano más todavía.
—Es cierto. Pero no fue culpa suya. Ahora lo veo. Fue su mente, después de que el lobo hubiera tomado el mando. Skade permitió que el lobo participara en los experimentos. Necesitaba sus consejos sobre la maquinaria.
Clavain sacudió la cabeza.
—El lobo jamás habría colaborado con Skade.
—Pero lo hizo. Skade lo convenció de que tenía que ayudarla. De esa forma sería ella la que recuperase las armas, no tú.
—¿Cómo iba a beneficiar eso al lobo?
—De ninguna forma. Pero era mejor que las armas las capturara una entidad sobre la que el lobo tenía cierta influencia, en lugar de una tercera persona como tú. Así que accedió a ayudarla, sabía que siempre podría encontrar una forma de destruir las armas una vez que las tuviera a mano. Yo estuve allí, Clavain, en su dominio.
—¿El lobo lo permitió?
—Lo exigió. O más bien lo exigió la parte de él que seguía siendo Galiana. —Felka hizo una pausa. Sabía lo difícil que debía de ser para Clavain. Para ella era angustioso, pero, para Clavain, Galiana había significado incluso más.
—Entonces tendría que haber una parte de Galiana que todavía nos recuerda, ¿es eso lo que quieres decir? Una parte que todavía recuerda cómo eran las cosas antes…
—Todavía recuerda, Clavain. Todavía recuerda y todavía siente. —Una vez más Felka se detuvo, sabía que esta iba a ser la parte más difícil de todas—. Por eso tienes que hacerlo.
—¿Hacer qué?
—Lo que siempre planeaste hacer antes de que Skade te dijera que tenía a Galiana. Tienes que destruir al lobo. —De nuevo lo miró a la cara y se maravilló de su edad, y le dolió lo que le estaba haciendo—. Tienes que destruir la nave.
—Pero si lo hago —dijo Clavain de repente con tono excitado, como si hubiera descubierto un fallo garrafal en el argumento de Felka— mataré a Galiana.
—Lo sé —dijo Felka—. Lo sé. Pero aun así tienes que hacerlo.
—No puedes saberlo.
—Puedo y lo sé. La sentí, Clavain. Sentí que te pedía que lo hicieras.
Lo contempló solo y en silencio desde la atalaya de la cúpula de observación que había cerca de la proa de la Luz del Zodíaco. Había dado instrucciones de que no lo molestaran hasta que volviera a estar disponible, aunque eso significara muchas horas de soledad.
Después de cuarenta y cinco minutos sus ojos se habían adaptado casi por completo a la oscuridad. Se quedó mirando el mar de noche interminable detrás de la nave, a la espera de la señal que indicase que el trabajo estaba hecho. Algún que otro rayo cósmico arañaba un trazo falso de su campo de visión, pero sabía que la firma del acontecimiento sería diferente e imposible de confundir. Y con esa oscuridad de fondo, también sería imposible no verla.
Surgió del corazón de la negrura: un destello de color blanco azulado que alcanzó su máxima brillantez durante tres o cuatro segundos, y que luego fue declinando, decayendo y atravesando espectrales tonos de rojo y pardo oxidado. Ardió y abrió un agujero vivido en su campo de visión, un punto de un color violeta abrasador que permaneció con él incluso después de cerrar los ojos.
Había destruido la Sombra Nocturna.
Skade, a pesar de todos sus esfuerzos, no había localizado todas las cargas de demolición que le habían pegado a su nave. Y como eran alfileres, solo había hecho falta una para completar el trabajo. La carga de demolición no había sido más que la iniciadora de una cascada mucho más grande de detonaciones: primero las cabezas explosivas alimentadas por antimateria y con puntas similares, y luego los propios motores combinados. Habría sido instantáneo y no habría habido casi advertencia previa.
También pensó en Galiana. Skade había supuesto que él nunca atacaría la nave una vez supiese o sospechase siquiera que estaba a bordo.
Y quizá había tenido razón.
Pero Felka lo había convencido de que debía hacerlo. Solo ella había tocado la mente de Galiana y había sentido la angustia de la presencia del lobo. Solo ella había sido capaz de transmitirle ese único y sencillo mensaje a Clavain.
Mátame.
Y eso había hecho.
Comenzó a sollozar al darse cuenta de verdad de lo que había hecho. Siempre había existido una diminuta posibilidad de que pudiera curarse. Suponía que jamás había asumido su ausencia porque esa diminuta posibilidad siempre había hecho posible negar el hecho de su muerte.
Pero ya no era posible tal consuelo.
Había matado lo que más amaba en el universo.
Clavain comenzó a sollozar, solo y en silencio.
Lo siento, lo siento, lo siento…
La sintió aproximándose a la monstruosidad en la que se había convertido. A través de sentidos que no tenían análogo humano preciso, el capitán fue consciente de la roma presencia metálica del trasbordador de Volyova que se acercaba sin ruido. Ella no creía que su omnisciencia fuera total, lo sabía. En las muchas conversaciones de las que habían disfrutado había comprendido que ella todavía lo veía como un prisionero de la Nostalgia por el Infinito, aunque un prisionero que en cierto sentido se había fundido con el tejido de su prisión. Y sin embargo, Ilia había cartografiado y catalogado con toda diligencia los manojos de nervios de su nueva e inmensa anatomía, rastreando el modo en el que se conectaban e infiltraban en la vieja red cibernética de la nave. Tenía que ser muy consciente, de forma analítica, de que ya no tenía sentido distinguir entre la prisión y el prisionero. Pero ella parecía incapaz de realizar ese último salto mental, incapaz de verlo como algo que estaba dentro de la nave. Era, quizá, un reajuste demasiado violento de su antigua relación. No podía echarle la culpa de ese último fallo de la imaginación. Él mismo habría tenido graves dificultades con eso si hubiera sido al revés.
El capitán sintió que el trasbordador se introducía en su interior. Era una sensación indescriptible, la verdad: como si hubieran metido una piedra por su piel, sin causarle dolor, y la hubieran colocado en un pulcro agujero de su abdomen. Unos minutos después sintió una serie de temblores viscerales cuando el trasbordador se encajó y aseguró en su sitio.
Había vuelto.
El capitán prestó atención a su interior, fue precisa y abrumadoramente consciente de lo que estaba ocurriendo dentro de él. Su conciencia del universo externo, todo lo que había más allá de su casco, bajó un nivel de precedencia. Descendió por la escala, se concentró primero en un distrito de su cuerpo, luego en la maraña arterial de pasillos y tubos de servicio que recorrían ese distrito. Ilia Volyova era una única presencia corpuscular que se movía por un pasillo. Había otros seres vivos en su interior, como dentro de cualquier ser vivo. Hasta las células contenían organismos que en otro tiempo habían sido independientes. Tenía a las ratas: pequeñas presencias que se escabullían por todas partes. Pero su inteligencia era tenue y en última instancia hacían la voluntad de él, incapaces de sorprenderlo ni divertirlo. Las máquinas eran más aburridas, incluso. Volyova, por el contrario, era una presencia invasora, una célula extranjera a la que él podía matar, pero nunca controlar.
Y ahora le estaba hablando. Oía los sonidos, los recogía de las vibraciones que provocaba en el material del pasillo.
—¿Capitán? —Preguntó Ilia Volyova—. Soy yo. He vuelto de Resurgam.
Le respondió a través del tejido de la nave, su voz apenas era un susurro para sí.
—Me alegro de verte de nuevo, Ilia. Me he sentido un poco solo. ¿Cómo ha ido por el planeta?
—Preocupante —dijo ella.
—¿Preocupante, Ilia?
—Las cosas están llegando a un punto crítico. Khouri cree que puede controlarlo todo el tiempo suficiente para sacar a la mayoría de la superficie, pero yo no estoy muy convencida.
—¿Y Thorn? —preguntó el capitán con delicadeza. Le alegraba mucho que Volyova pareciese preocuparse más por lo que estaba pasando abajo, en Resurgam, que por el otro asunto. Quizá todavía no había observado la señal de láser que había llegado.
—Thorn quiere ser el salvador del pueblo; el hombre que los guíe a la tierra prometida.
—Y al parecer tú piensas que lo más adecuado es una acción más directa.
—¿Ha estudiado el objeto últimamente, capitán?
Pues claro que lo había hecho. Todavía sentía una curiosidad morbosa, aunque solo fuera eso. Había contemplado a los inhibidores desmontar el gigante gaseoso con una facilidad ridícula, haciéndolo girar para que se partiera como el juguete de un niño. Había visto cómo nacían las densas sombras de nuevas máquinas en la nebulosa de materia liberada, componentes tan inmensos como mundos. Incrustados en la madeja reluciente de la nebulosa, se parecían a embriones vacilantes, a medio formar. Estaba claro que las máquinas pronto se unirían para montar algo más grande todavía. Era posible, quizá, adivinar el aspecto que tendría. El componente más grande eran unas fauces con forma de trompeta, de dos mil kilómetros de anchura y seis mil de profundidad. Las otras formas, juzgó el capitán, se conectarían a la parte de atrás de este gigantesco trabuco.
Era una única máquina, nada parecido a las extensas estructuras con forma de anillo que los inhibidores habían lanzado alrededor del gigante gaseoso. Una única estrella que podría mutilar una estrella, o eso creía Volyova. El capitán John Brannigan casi pensaba que merecía la pena permanecer vivo para ver lo que haría la máquina.
—Lo he estudiado —le dijo a Volyova.
—Ya casi está terminado, creo. En cuestión de meses, quizá, es posible que menos, estará listo. Por eso no podemos correr ningún riesgo.
—¿Te refieres al alijo?
Sintió la agitación de la mujer.
—Me dijo que se plantearía la posibilidad de permitirme usarlo, capitán. ¿Sigue siendo ese el caso?
La dejó sudar un poco antes de responder. Lo cierto es que no parecía saber lo de la señal de láser. Estaba seguro de que habría sido lo primero que habría pensado si la hubiera observado.
Le preguntó:
—¿Existe algún riesgo si utilizamos el alijo, Ilia, cuando hemos llegado tan lejos sin que nos ataquen?
—Hay incluso más riesgo en dejarlo y que luego sea demasiado tarde.
—Me imagino que Khouri y Thorn no se entusiasmaron demasiado con la idea de devolver el ataque si el éxodo se está realizando según el plan.
—Apenas han sacado a dos mil personas de la superficie, capitán, un uno por ciento del total. No es más que un gesto. Sí, las cosas se moverán más rápido una vez que el Gobierno se haga cargo de la operación. Pero también habrá mucho más malestar civil. Por eso tenemos que considerar un ataque preventivo contra los inhibidores.
—Atraeríamos su fuego con toda seguridad —señaló el capitán—. Sus armas me destruirían.
—Tenemos el alijo.
—No tiene ningún valor defensivo, Ilia.
—Bueno, he pensado en eso —dijo ella de mal humor—. Desplegaremos las armas a una distancia de varias horas luz de esta nave. Pueden colocarse solas en posición antes de que las activemos, igual que hicieron contra el artefacto de Hades.
No había necesidad de recordarle a Volyova que el ataque contra el artefacto de Hades no había ido precisamente a las mil maravillas. Pero, para ser justos con ella, no habían sido las armas en sí las que la habían decepcionado.
El capitán buscó otra objeción simbólica. No debía parecer demasiado dispuesto o ella comenzaría a sospechar.
—¿Y si las rastrearan hasta nosotros…, hasta mí?
—Para entonces habremos infligido un golpe decisivo. Si hay una respuesta, nos preocuparemos por ella entonces.
—¿Y las armas que tenías en mente…?
—Detalles, capitán, detalles. Puede dejarme esa parte a mí. Todo lo que tiene que hacer es asignarme su control.
—¿De las treinta y tres armas?
—No, eso no será necesario. Solo de las que he marcado. No tengo intención de lanzarlo todo contra los inhibidores. Como ha tenido usted la amabilidad de recordarme, quizá necesitemos algún arma más tarde, para enfrentarnos a una posible represalia.
—Lo has pensado todo muy bien, ¿no?
—Digamos que siempre ha habido planes de contingencia —respondió ella. Luego su tono de voz cambió y se hizo expectante—. Capitán, una última cosa.
Él dudó antes de responder. Quizás ahí estaba. Iba a preguntarle por la señal de láser que no dejaba de rociarle el casco, la señal que no había estado muy dispuesto a hacerle notar.
—Continúa, Ilia —le dijo él acongojado.
—Supongo que no tendrá más de esos cigarrillos, ¿verdad?