La nave muerta poseía una obscena belleza.
Skade la rodeó con una pseudoórbita helicoidal mientras los propulsores de su corbeta dibujaban un efímero tatuaje de llamaradas correctivas. El fondo de estrellas giraba detrás de la nave, y el sol del sistema quedaba eclipsado y volvía a asomar con cada revolución de la hélice. Skade había prestado atención al sol durante un tiempo excesivo y sintió una amenazadora presión en la garganta, comienzo de la cinetosis.
No era lo que necesitaba.
Irritada, visualizó su propio cerebro en tres dimensiones, con una compleja transparencia. Como si pelara una fruta, fue apartando las capas de neocórtex y córtex, echó a un lado los trozos de su propia mente que no le interesaban en aquel momento. El telar plateado de su red de implantes, topológicamente idéntico a su esquema sináptico natural, bullía de tráfico neuronal, paquetes de información que corrían raudos de neurona en neurona a un kilómetro por segundo, diez veces más rápidos que las torpes señales nerviosas biológicas. Realmente no podía percibir cómo se movían esas señales, puesto que eso hubiese requerido un ritmo de consciencia acelerado, lo que a su vez hubiese exigido un tráfico neuronal aún más rápido, pero aun así la abstracción le reveló qué partes de su cerebro mejorado estaban más activas.
Se concentró en una región específica de funciones cerebrales llamada el área postrema, una antigua maraña de circuitería neuronal que se encargaba de los conflictos entre la vista y el equilibrio. Su oído interno solo notaba la firme presión creada por la aceleración de la lanzadera, pero sus ojos veían una imagen que cambiaba cíclicamente, cuando el paisaje se retorcía por detrás de la nave. Esa antigua zona de su cerebro solo lograba reconciliar aquel conflicto suponiendo que Skade estaba sufriendo una alucinación y, en consecuencia, enviaba señales a otra región cerebral que había evolucionado para proteger el cuerpo de la ingesta de venenos.
Skade sabía que no tenía sentido culpar a su cerebro por hacerle sentir náuseas. La relación entre alucinación y veneno había funcionado muy bien durante millones de años, y había permitido a sus ancestros experimentar con una dieta más amplia de lo que hubiese sido posible en caso contrario. Pero carecía de sentido allí, en la fría y peligrosa frontera de otro sistema solar. Pensaba que lo lógico hubiese sido borrar tales rasgos y recablear diestramente la topología básica, pero eso era mucho más fácil de decir que de hacer. El cerebro era holográfico y confuso, lo mismo que un programa de ordenador demasiado complicado y sin posibilidad de simplificación. Así, Skade sabía que el «apagar» la parte de su cerebro que hacía que se sintiera mareada, afectaría casi con total seguridad a otras regiones de actividad cerebral que compartían parte de la misma circuitería neuronal. Pero podría soportarlo, ya había hecho cosas similares un millar de veces y rara vez había experimentado ningún efecto colateral cognitivo.
Hecho. La región culpable parpadeó en rosa y se cayó de la red. Las náuseas desaparecieron y Skade se sintió mucho mejor.
Pero la furia por el descuido que había cometido no remitió. Cuando era agente de campo y realizaba frecuentes incursiones en territorio enemigo, no habría dejado nunca para el último momento un ajuste neuronal tan simple. Se había vuelto descuidada y eso era imperdonable. En especial ahora que la nave había regresado, un suceso que podía revelarse tan esencial para el Nido Madre como cualquiera de las recientes campañas bélicas. Ya se sentía más perspicaz. La vieja Skade seguía allí, solo necesitaba que la afilaran y le quitaran el polvo de vez en cuando.
[Skade, tendrás cuidado, ¿verdad? Está claro que a esa nave le ha pasado algo muy peculiar].
La voz que oyó era serena y femenina, y estaba confinada por completo en su propio cráneo. Le respondió sin separar los labios:
Lo sé.
[¿Ya la has identificado? ¿Sabes cuál de las dos es, o era?].
Es la de Galiana.
Tras completar la vuelta alrededor de la nave, en su córtex visual tomó forma una imagen tridimensional de la misma, rodeada por un telar de cambiantes notas eidéticas según se extraía más información del casco.
[¿La de Galiana? ¿Nuestra Galiana? ¿Estás segura?].
Sí. Existían pequeñas diferencias de diseño entre las tres naves que partieron juntas, y aunque esta casi podría ser cualquiera de las dos que aún no han regresado, encaja con la suya.
La presencia tardó unos instantes en responder, como hacía en ocasiones.
[Esa era también nuestra conclusión. Pero está claro que le ha sucedido algo a esa nave desde que abandonó el Nido Madre, ¿no te parece?].
Un montón de cosas, si quieres mi opinión.
[Empecemos por la parte delantera y vayamos hacia atrás. Hay evidencias de daños, daños considerables: desgarros y boquetes, secciones enteras del casco que parecen haber sido arrancadas y desechadas como tejido enfermo. ¿Crees que se trata de la plaga?].
Skade sacudió la cabeza, recordando su reciente viaje a Ciudad Abismo.
He visto muy de cerca los efectos de la plaga de fusión. No parece que se trate de lo mismo en absoluto.
[Estamos de acuerdo, esto es algo distinto. Aun así, deberíamos aplicar las medidas preventivas de una cuarentena completa; puede que se trate de todos modos de un agente infeccioso. Concentra tu atención en la parte posterior, si no te importa].
La voz, que nunca se parecía a las otras que oía de los demás combinados, adoptó un irritante tono de docente, como si ya conociera las respuestas a las preguntas que planteaba.
[¿Qué deduces de las estructuras regulares incrustadas en el casco, Skade?].
Aquí y allá, de forma aleatoria, aparecían cúmulos de cubos negros, de diverso tamaño y orientación. Parecían haberse incrustado en el casco como si este estuviera hecho de arcilla húmeda, y así sus caras quedaban medio ocultas por los restos de material del armazón. De esas acumulaciones brotaban colas curvadas formadas por cubos más pequeños, que se arqueaban como elegantes arcos fractales.
Yo diría que esos eran los que trataban de unirse a alguna otra cosa. Está claro que no fueron lo bastante rápidos como para llegar todos.
[Coincidimos con esa opinión. Sean lo que sean, sin duda hay que tratarlos con el máximo cuidado, aunque es muy posible que ya estén inactivos. Quizá Galiana fue capaz de impedir que siguieran esparciéndose. Su nave ha podido llegar hasta aquí, aunque sea con el piloto automático. ¿Estás segura de que no hay nadie vivo a bordo, Skade?].
No, y no lo estaré hasta que abramos la nave en canal. Pero no parece prometedor: no hay movimiento en el interior ni puntos calientes detectables. El casco está demasiado frío como para que sigan operativos los procesos de soporte vital, a no ser que lleven a bordo un motor crioaritmético.
Skade dudó. Ejecutó algunas simulaciones más en su cabeza como procesos secundarios.
[¿Skade…?].
Podríamos tener un pequeño número de supervivientes, lo admito, pero no es posible que el grueso de la tripulación sea otra cosa que cadáveres congelados. Quizá podamos recuperar algunos recuerdos, pero incluso eso es probablemente demasiado optimista.
[En realidad solo nos interesa un cadáver, Skade].
Ni siquiera sabemos si Galiana está a bordo. E incluso si lo está…, incluso si dirigimos todos nuestros esfuerzos a devolverla a la vida… puede que no lo logremos.
[Lo comprendemos. Son tiempos difíciles, al fin y al cabo. Y aunque sería maravilloso conseguirlo, fracasar sería peor que no haberlo intentado en ningún momento. Al menos, para el Nido Madre].
¿Esa es la opinión consensuada del Consejo Nocturno?
[Todas nuestras opiniones son consensuadas, Skade. No se puede tolerar un fracaso palpable, pero eso no significa que no vayamos a intentarlo con todas nuestras fuerzas. Si Galiana está a bordo, haremos lo que esté en nuestras manos para recuperarla. Pero debe hacerse en el más absoluto secreto].
¿Hasta qué punto ha de ser absoluto?
[Será imposible ocultar al resto del Nido Madre la noticia del regreso de la nave. Pero podemos librarlos del tormento de la esperanza, Skade. Se informará de que está muerta sin esperanza de revivir. Dejemos que la pena de nuestros compatriotas sea rápida y brillante, como una nova. Eso servirá para que sus esfuerzos contra el enemigo adquieran más vigor. Pero, mientras tanto, trabajaremos con ella con diligencia y devoción. Si la devolvemos a la vida, su regreso será un milagro. De inmediato nos perdonarán el que hayamos retocado ligeramente la verdad].
Skade pudo contenerse antes de reír en voz alta.
¿Retocar la verdad? A mí me suena a mentira descarada. ¿Y cómo vais a aseguraros de que Clavain se adhiere a vuestra historia?
[¿Por qué piensas que Clavain puede suponer un problema, Skade?].
A su vez, ella respondió con otra cuestión:
No me digas que tampoco planeáis contárselo a él…
[Esto es la guerra, Skade. Existe un viejo aforismo respecto a la verdad y las bajas con el que no te entretendremos ahora, pero seguro que captas el concepto. Clavain es uno de los principales activos de nuestro arsenal táctico. Su modo de pensar no se parece al de ningún otro combinado y, por ese motivo, nos proporciona una ventaja continua sobre el enemigo. Sufrirá profundamente, como los demás, y le resultará doloroso. Pero después volverá a ser el de siempre, justo cuando más lo necesitamos. ¿No crees que es mejor eso que hacerle soportar un prolongado período de esperanza seguido, con toda probabilidad, de un terrible disgusto?]. La voz cambió de tono, quizá porque percibía que aún necesitaba plantear su argumento de modo convincente: [Clavain es un hombre emocional, Skade, más que el resto de nosotros. Ya era viejo cuando se unió a nosotros, más viejo en términos neurológicos que cualquier otro recluta que hayamos conseguido. Su mente sigue envuelta en viejos esquemas de pensamiento. No debemos olvidarlo. Es frágil y necesita nuestros cuidados, como una delicada flor de invernadero].
Pero mentirle sobre Galiana…
[Puede que no haya que llegar a tanto, nos estamos adelantando a los acontecimientos. Primero tenemos que examinar la nave. Es posible que, después de todo, Galiana no esté a bordo].
Skade asintió.
Eso sería lo mejor, ¿no es cierto? Entonces sabríamos que sigue ahí fuera, en alguna parte.
[Sí. Pero entonces tendríamos que aclarar el pequeño misterio de lo ocurrido con la tercera nave].
En los noventa y cinco años transcurridos desde la aparición de la plaga de fusión, los combinados habían aprendido mucho acerca del control del contagio. Al ser una de las últimas facciones humanas que conservaban una parte importante de la tecnología de la época anterior a la plaga, se tomaban la cuarentena con mucha seriedad. En tiempos de paz, la opción más fácil y segura hubiese sido examinar la nave in situ, mientras vagaba por el espacio en los límites del sistema. Pero el riesgo de que los demarquistas notaran la actividad era excesivo, así que se hacía necesario conducir las investigaciones bajo la tapadera del camuflaje. El Nido Madre ya estaba equipado para recibir naves contaminadas, así que constituía el destino perfecto.
Pero, aun así, tenían que adoptar precauciones, y eso conllevaba cierto número de operaciones en espacio abierto. En la primera fase, los servidores extrajeron los motores abriendo con láseres las vigas que los unían a cada lado del afilado casco cónico de la abrazadora lumínica. Un fallo de los motores podría destruir el Nido Madre y, aunque una cosa así era casi impensable, Skade estaba decidida a no asumir riesgos mientras siguiera sin estar claro lo que le había sucedido a la nave. Mientras tanto, ordenó que los cohetes tractores arrastraran trozos de negro hielo cometario insublimado hasta la deslizadora, que después los servidores amontonaron en el casco hasta formar una masilla de un metro de espesor. Los servidores completaron con rapidez su tarea, sin llegar siquiera a entrar en contacto directo con el casco. La nave ya era oscura, pero tras el proceso se ennegreció sobremanera.
Guando todo hubo terminado, Skade disparó garfios contra el hielo y ancló cohetes tractores alrededor del casco. Como el hielo tendría que soportar toda la tensión estructural del arrastre de la nave, Skade hubo de enganchar mil tractores para evitar que se fracturara una parte de la masilla, y así, al encenderse todos, crearon un espectáculo realmente hermoso: un millar de agujas de fría llama azul que brotaban del negro centro con forma espiral de la deslizadora. La aceleración se mantuvo a un ritmo lento, y los cálculos eran tan precisos que solo necesitó una pequeña ráfaga correctiva antes de la aproximación final al Nido Madre. Las llamaradas estaban coordinadas para coincidir con los puntos ciegos de la cobertura de los sensores demarquistas, fallas de las que estos creían que los combinados nada sabían.
Ya dentro del Nido Madre, el casco fue arrastrado hasta un muelle de acoplamiento de cinco kilómetros de anchura rodeado por una capa cerámica. La dársena se había diseñado específicamente para contener naves con la plaga y era (aunque por poco margen) lo bastante grande como para acomodar una abrazadora lumínica a la que se le hubieran extraído los motores. Los muros de cerámica tenían treinta metros de grosor y cada pieza de maquinaria del interior del muelle estaba protegida contra las variedades conocidas de la enfermedad. Una vez la nave estuvo dentro, se selló la cámara junto al equipo de examen escogido personalmente por Skade. Como el muelle solo tenía unas mínimas conexiones de datos con el resto del Nido Madre, el equipo tenía que ir muy bien preparado para enfrentarse a lo que suponía aislarse del resto del millón de combinados del nido. Ese requisito obligó a elegir operarios que no siempre eran los más estables, pero Skade no podía quejarse. Ella era la más rara de todos, una combinada que podía actuar completamente sola y adentrarse más allá de las líneas enemigas.
Cuando la nave quedó afianzada, se presurizó la cámara con argón a dos atmósferas. Mediante una delicada ablación se extrajo todo el hielo de la nave, salvo una delgada capa que se fundió sola durante un período de seis días. Un tropel de sensores rondaban como gaviotas alrededor de la nave, olisqueando el argón en busca de cualquier traza de materia de origen externo. Pero aparte de astillas de elementos del casco, no se encontró nada inusual.
Skade se tomó su tiempo y adoptó todas las precauciones posibles. No tocó la nave hasta que fue absolutamente necesario. Un gravitómetro visual con forma de aro zumbó a lo largo de la nave para sondear su estructura interna, insinuando unos confusos detalles del interior. Casi todo lo que Skade vio coincidía con lo que esperaba por los planos, pero había algunas cosas raras que no deberían estar ahí: alargadas masas negras que se retorcían como un sacacorchos y que se bifurcaban por el interior de la nave. Le recordaron a los rastros de las balas de las imágenes forenses, o a los patrones de las partículas subatómicas al atravesar las cámaras de niebla. Allí donde las masas negras alcanzaban el casco exterior, Skade siempre encontraba una de esas estructuras cúbicas medio enterradas.
Pero todavía quedaba espacio suficiente en la nave para que hubiera sobrevivido algún ser humano, aunque todas las indicaciones apuntaban a que ninguno lo había logrado. El radar de neutrinos y los escáneres de rayos gamma aclararon más la estructura, pero ni siquiera así logró discernir Skade los detalles cruciales. Reluctante, pasó a la siguiente fase de su investigación, el contacto físico. Colocó decenas de martillos neumáticos a lo largo del casco, junto a cientos de micrófonos adheridos. Los martillos comenzaron a golpetear contra el casco. Skade oyó el barullo en su traje espacial, transmitido por el argón; sonaba como un ejército de herreros que trabajaran a destajo en una fundición distante. Los micrófonos estaban atentos a los ecos metálicos de las ondas acústicas que se propagaban por la nave. Una de las más antiguas subrutinas neuronales de Skade desenredó la información contenida en los tiempos de llegada de los ecos y construyó un perfil tomográfico de la densidad de la nave.
Skade lo vio todo teñido de un fantasmagórico color verde grisáceo. No contradecía nada de lo que ya había descubierto y ampliaba su conocimiento en varias áreas, pero no podría distinguir más sin meterse dentro, y eso no iba a ser fácil. Todas las cámaras estancas habían sido selladas desde el interior con tapones de metal fundido. Tuvo que cortarlos, con lentitud y nerviosismo, mediante láseres y taladros de punta de hiperdiamante, consciente del miedo y la desesperación que había experimentado la tripulación. Cuando logró abrir la primera escotilla, envió un destacamento de exploración compuesto por endurecidos servidores, cangrejos con concha de cerámica equipados con la inteligencia justa para hacer su trabajo, y que enviaron imágenes de vuelta hasta el cráneo de Skade.
Lo que encontraron la horrorizó.
La tripulación había sido masacrada. Algunos estaban destripados, aplastados, descuartizados, machacados, cortados a rodajas o fragmentados. Otros aparecían carbonizados, asfixiados o congelados. Era evidente que la carnicería no había sido rápida. Al tiempo que asimilaba los detalles, comenzó a dibujarse una idea de lo que podía haber ocurrido: una serie de escaramuzas repentinas, con puntos de resistencia establecidos en diversas partes de la nave, donde la tripulación había podido preparar barricadas improvisadas contra los invasores. La propia nave había hecho todo lo que estaba en su mano para proteger a los seres humanos de su interior, redistribuyendo las particiones interiores para mantener a raya al enemigo. Había tratado de inundar ciertas secciones con refrigerante o con una atmósfera de alta presión, y en esas secciones Skade halló los cadáveres de unas máquinas extrañas y desgarbadas, conglomerados de miles de formas geométricas de color negro.
A Skade no le costó formular una hipótesis. Los cubos se habían adherido a la parte exterior de la nave de Galiana. Se habían multiplicado y crecido, absorbiendo y reprocesando el tegumento de la nave. A ese respecto sí que se parecía un poco a la plaga. Pero la plaga era microscópica, uno nunca discernía a simple vista los elementos individuales de la espora. Aquello era más brutal y mecánico, casi fascista en su modo de replicación. La plaga, por lo menos, imbuía parte de sus antiguas características en la materia transformada y creaba quiméricos fantasmas biomecánicos.
No, se dijo Skade. Estaba segura de que no se enfrentaba a la plaga de fusión, por muy tranquilizador que eso pudiera resultar ya.
Los cubos se habían introducido en la nave como gusanos y después habían formado unidades atacantes, conglomerados de combate. Esos soldados eran los que habían cometido la matanza, avanzando lentamente a partir de cada punto de infección. A juzgar por los restos, eran criaturas desiguales y asimétricas, más parecidas a densos enjambres de avispas que a entidades individuales. Debían de poder retorcerse a través de las aberturas más pequeñas y volver a formarse al otro lado. Aun así, la batalla había sido larga. Según las estimaciones de Skade, podían haber transcurrido varios días hasta la caída final de la nave. Incluso semanas.
Tembló al pensarlo.
Un día después de entrar por primera vez en la nave, sus servidores encontraron algunos cuerpos humanos casi intactos, salvo porque las cabezas habían sido engullidas por yelmos negros formados por los cubos que los rodeaban. La maquinaria alienígena parecía inerte. Los servidores extrajeron trozos de los cascos y descubrieron que los dientes que brotaban de la maquinaria alcanzaban los cráneos de los cadáveres a través de las cuencas oculares, los oídos o la cavidad nasal. Estudios adicionales demostraron que esos dientes se habían ramificado numerosas veces hasta alcanzar una escala microscópica. Se extendían profundamente por el cerebro de los muertos, estableciendo contacto con sus implantes nativos combinados.
Pero las máquinas y sus huéspedes estaban ahora completamente muertos.
Skade trató de deducir lo que había sucedido, aunque los registros de la nave resultaban caóticos. Era obvio que Galiana se había encontrado con algo hostil, pero, ¿por qué los cubos no se habían limitado a destruir la nave de una pasada? La infiltración había sido lenta y dolorosa, y solo tenía sentido si pretendían mantener la nave intacta durante tanto tiempo como les fuera posible.
Tenía que haber otra nave, eran dos las que habían proseguido el viaje. ¿Qué había sido de ella?
[¿Ideas, Skade?].
Sí, pero ninguna que me guste.
[Crees que los cubos querían aprender tanto como pudieran, ¿verdad?].
No se me ocurre otro motivo. Pusieron escuchas en sus mentes para leer su maquinaria neuronal. Estaban recopilando información.
[Sí, estamos de acuerdo. Los cubos deben de haber aprendido mucho sobre nosotros. Hemos de considerarlos una amenaza, aunque no sepamos aún dónde estaba Galiana cuando los encontró. Pero todavía hay un atisbo de esperanza, ¿no crees?].
Skade no lograba ver qué atisbo podía ser ese. La humanidad llevaba siglos buscando una inteligencia alienígena digna de tal nombre, pero todo lo que habían encontrado hasta el momento eran pistas alentadoras: los malabaristas de formas, los amortajados, los restos arqueológicos de otras ocho o nueve culturas muertas. Nunca habían hallado otra inteligencia que aún perviviera y que usara máquinas, nada contra lo que pudieran medirse.
Hasta ahora.
Y esa nueva inteligencia que usaba máquinas se dedicaba, o eso parecía, a acechar, infiltrarse, aniquilar y después invadir los cráneos.
En opinión de Skade, no era lo mejor que se podía esperar de un primer encuentro.
¿Esperanza? ¿Hablas en serio?
[Claro, Skade, porque no sabemos si los cubos lograron transmitir ese nuevo conocimiento de regreso a lo que fuera que los envió. Al fin y al cabo, la nave de Galiana ha logrado regresar a casa. Galiana debió de dirigirla hacia aquí, y no hubiera hecho eso si creyera que había algún riesgo de conducir al enemigo hasta nosotros. Clavain estaría orgulloso, creo yo. Galiana aún seguía pensando en nosotros, en el Nido Madre].
Pero corrió el riesgo…
La voz del Consejo Nocturno la interrumpió bruscamente.
[La nave es una advertencia, Skade. Eso es lo que pretendía Galiana y así debemos interpretarlo].
¿Una advertencia?
[De que debemos prepararnos. Aún siguen ahí fuera, y antes o después volveremos a encontrarlos].
Casi sonáis como si desearais que llegaran.
Pero el Consejo Nocturno no respondió.
Transcurrió otra semana antes de que encontraran a Galiana, ya que la nave era grande y se habían producido muchos cambios en su interior que impedían registrarla con rapidez. Skade había entrado junto a otros equipos de barrido. Vestían pesadas armaduras cerámicas sobre sus trajes de vacío, placas engrasadas como un caparazón que hacían que los movimientos resultaran incómodos a no ser que uno actuara con gran cuidado y previsión. Tras varios minutos tanteando a ciegas y tras acabar atrapada en posturas de las que solo pudo salir retrocediendo laboriosamente, Skade programó un apresurado parche de movimiento corporal y asignó para su ejecución un puñado de circuitos neuronales ociosos. A partir de entonces las cosas resultaron más fáciles, aunque tenía la desagradable sensación de que quien la controlaba era una nebulosa contrapartida de sí misma. Skade anotó en su cabeza que debía revisar más adelante el código, para que las rutinas de movimiento parecieran totalmente voluntarias sin importar lo ilusorio que pudiera ser eso.
A esas alturas, los servidores ya habían hecho cuanto podían. Habían asegurado amplios sectores de la nave y habían rociado los restos de las máquinas alienígenas con resina epoxídica de fibra de diamante. También habían tomado muestras de ADN de casi todos los cadáveres de las zonas exploradas. Cada espécimen individual de material genético había sido identificado con ayuda de los manifiestos de tripulación que se conservaban en el Nido Madre desde la partida de la flota exploradora, pero en la lista aparecían muchos nombres de los que todavía no habían encontrado ninguna muestra de ADN.
Y era inevitable que algunos nombres nunca aparecieran. Cuando la primera nave, la que llevaba a Clavain, regresó a casa, el Nido Madre supo que se había tomado la decisión en el espacio profundo, a decenas de años luz de distancia, de dividir la expedición. Una parte quería regresar, tras haber oído rumores de la guerra contra los demarquistas. También consideraban que ya era hora de entregar los datos que habían acumulado, demasiados como para transmitirlos a casa.
La separación no fue amarga. Hubo tristeza y pena, pero no una verdadera sensación de ruptura. Tras el habitual período de debate, típico en cualquier proceso de toma de decisiones entre los combinados, la división llegó a considerarse el curso de acción más lógico. Así se permitía que la expedición siguiera adelante, al tiempo que se garantizaba que lo ya aprendido regresara. Pero aunque Skade sabía con exactitud quiénes habían decidido quedarse en el espacio profundo, no tenía modo de saber lo que había sucedido a continuación. Solo cabía adivinar qué intercambios habían tenido lugar entre las dos naves restantes. El hecho de que aquella fuera la nave de Galiana no significaba que esta tuviera que estar en ella, así que Skade se preparó para el inevitable disgusto que supondría algo así.
De hecho, sería un disgusto para todo el Nido Madre. Al fin y al cabo, Galiana era su mascarón de proa, la mujer que había creado inicialmente a los combinados, cuatrocientos años antes y a once años luz de distancia, en un batiburrillo de laboratorios bajo la superficie de Marte. Llevaba alejada de ellos casi dos siglos, lo suficiente para adquirir el estatus mitológico al que siempre se había resistido mientras estaba junto a ellos. Y había regresado (si realmente estaba a bordo de la nave) durante el turno de Skade. Apenas importaba que, con casi total seguridad, estuviera muerta como todos los demás. Para Skade, sería suficiente con traer a casa sus restos.
Pero encontró algo más que restos.
El lugar de reposo de Galiana, si podía llamárselo así, estaba muy apartado del núcleo central de la nave. Lo habían protegido entre barricadas blindadas, muy lejos del resto. Un cuidadoso estudio forense mostró que las conexiones de datos entre la última morada de Galiana y el resto de la nave habían sido seccionadas de forma deliberada desde dentro. Era evidente que había tratado de aislarse y de separar su mente de los demás combinados de la nave.
¿Sacrificio o instinto de supervivencia?, se preguntó Skade.
Galiana estaba en sueño frigorífico, refrigerada hasta un nivel en que todos los procesos metabólicos se detenían. Pero, aun así, las maquinas negras habían llegado hasta ella. Se habían colado a través del blindaje de la arqueta de sueño y se habían introducido por el espacio situado entre Galiana y la superficie interior de la arqueta. Cuando esta fue desmantelada, las máquinas quedaron formando una concha, como una momia de pura negrura alrededor de ella. No había duda de que se trataba de Galiana: los escáneres que se asomaron a la crisálida captaron la estructura ósea, que encajaba a la perfección con la de la mujer. El cuerpo del interior parecía no haber sufrido daños ni putrefacción durante el viaje, y los sensores fueron capaces incluso de captar débiles señales de la red de implantes. Aunque las ondas eran demasiado débiles como para permitir una conexión mente a mente, estaba claro que algo en el interior del capullo aún era capaz de pensar y seguía asomándose al exterior.
Skade dedicó su atención a la crisálida en sí. Los análisis químicos de los cubos no dieron resultado, parecían no estar «hechos» de nada, ni poseer ningún tipo de granularidad atómica. Las superficies de los cubos no eran más que muros lisos de pura fuerza, transparentes a ciertas formas de radiación. Estaban muy fríos, pero continuaban activos de un modo que ninguna otra máquina había alcanzado hasta el momento. Sin embargo, los cubos individuales no resistían la separación de la masa principal y, una vez extraídos, encogían rápidamente y se replegaban hasta un tamaño microscópico. El equipo de Skade trató de concentrar los escáneres en los cubos, con la intención de atisbar algo de lo que encerraban las facetas, pero en ningún caso fueron lo bastante rápidos. Donde habían estado los cubos no hallaron más que unos pocos microgramos de cenizas que se consumían. Presumiblemente, había unos mecanismos en el corazón de los cubos que estaban programados para autodestruirse en ciertas circunstancias.
Cuando el equipo de Skade terminó de apartar la mayor parte de la placa que rodeaba a Galiana, trasladaron a esta a una sala específica, alojada en un muro de la dársena del astropuerto. Trabajaron bajo un frío extremo, decididos a no infligir más daños de los que ya se habían producido. Entonces, con inmenso cuidado y paciencia, comenzaron a pelar la capa final de maquinaria alienígena.
Ahora que la materia que obstruía sus análisis era menor, comenzaron a hacerse una idea más clara de lo que le había sucedido a Galiana. En efecto, las máquinas negras habían entrado a la fuerza en su cabeza, pero el alojamiento parecía más benigno que con cualquier otro miembro de la tripulación. Las máquinas invasoras habían desmantelado parcialmente sus implantes para abrirse paso, pero no había señal de que hubieran dañado ninguna estructura cerebral importante. Skade tuvo la impresión de que los cubos habían estado aprendiendo hasta ese momento cómo invadir cráneos, y que con Galiana al fin habían descubierto cómo hacerlo sin dañar al huésped.
Y entonces sí que sintió una oleada de optimismo. Las estructuras negras estaban concentradas e inertes. Con las medichinas adecuadas sería posible, incluso trivial, desmantelarlas y extraerlas cubo a cubo.
Podemos hacerlo. Podemos traerla de vuelta, tal como era.
[Ten cuidado, Skade. Aún no hemos acabado].
Se demostró que el Consejo Nocturno hacía bien en ser cauto. El equipo de Skade comenzó a apartar la capa final de cubos, empezando por los pies de Galiana. Les encantó descubrir que el tejido de debajo apenas había sufrido daños, y siguieron trabajando en dirección ascendente hasta alcanzar el cuello. Confiaban en poder calentarla hasta devolverle la temperatura corporal, aunque resultase algo más difícil que un ejercicio normal de revivificación de sueño frigorífico. Pero cuando comenzaron a destapar la cara comprendieron que el trabajo no había terminado, ni mucho menos.
Los cubos se movieron, deslizándose sin previo aviso. Se escurrieron y dieron volteretas sobre sí mismos, constriñéndose en nauseabundas oleadas, y la parte final de la crisálida se sumergió en el interior de Galiana como una capa de aceite viviente. La ola negra fluyó por sí sola por la boca, la nariz, los oídos y las cuencas oculares, donde circuló alrededor de los ojos.
Galiana tenía el aspecto que Skade había soñado que tuviera, el de una radiante reina que regresa a su hogar. Hasta su cabello negro estaba intacto; congelado y frágil, por supuesto, pero exactamente igual que cuando los abandonó. Pero la maquinaria negra se había reconstruido dentro de la cabeza, incrementando las formaciones que ya estaban presentes. Los escáneres mostraron que el desplazamiento del tejido cerebral seguía siendo mínimo, pero un mayor número de implantes había sido desmantelado para dejar sitio al invasor. El parásito negro tenía el aspecto de un cangrejo que extendía sus filamentos como garras por diferentes zonas del cerebro de Galiana.
Lentamente, a lo largo de varios días, la llevaron justo por debajo de la temperatura corporal normal. Durante todo ese tiempo el equipo de Skade monitorizó al invasor, pero este no cambió en ningún momento, ni siquiera cuando los implantes que le quedaban a Galiana comenzaron a calentarse y volvieron a interactuar con su descongelado tejido cerebral.
Skade comenzó a preguntarse si todavía podrían ganar.
Resultó que casi acierta.
Oyó una voz. Era una voz humana, femenina, que carecía de ese timbre (o más bien de esa extraña y casi divina ausencia de timbre) que normalmente indicaba que se originaba dentro de su cráneo. Era una voz a la que había dado forma una laringe humana y que se trasmitía a través de unos cuantos metros de aire antes de ser descodificada por un sistema auditivo humano, acumulando por el camino toda clase de sutiles imperfecciones. Era la clase de voz que no había oído en largo tiempo.
—Hola, Galiana —dijo la voz.
¿Dónde estoy?
No hubo respuesta. Tras unos instantes, la voz añadió con amabilidad:
—Tú también tendrás que hablar, si puedes. No es necesario más que intentar dar forma a los sonidos, la draga captará la intención de enviar señales eléctricas a la laringe y hará el resto. Pero me temo que limitarse a pensar la respuesta no va a funcionar, no hay enlaces directos entre tu mente y la mía.
Las palabras parecieron tardar una eternidad en llegar. El lenguaje hablado resultaba terriblemente lento y lineal después de siglos de conexión neuronal, aunque la sintaxis y la gramática le resultasen familiares.
Hizo el esfuerzo de hablar y escuchó su propia voz amplificada que resonaba al decir…
—¿Por qué?
—Ya llegaremos a eso.
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
—Estás sana y salva. Estás en casa, de vuelta en el Nido Madre. Recuperamos tu nave y te hemos revivido. Me llamo Skade.
Galiana solo era consciente de unas tenues formas que se cernían a su alrededor, pero de pronto la sala se hizo más brillante. Yacía de espaldas, inclinada cierto ángulo respecto a la horizontal. Se encontraba dentro de una caja muy parecida a una unidad de sueño frigorífico, pero sin tapa, de modo que estaba expuesta al aire. Detectó algunas cosas con la visión periférica, pero no podía mover ninguna parte de su cuerpo, ni siquiera los ojos. Una silueta borrosa se plantó delante de ella, inclinada sobra las fauces abiertas de la arqueta.
—¿Skade? No te recuerdo.
—No podrías —replicó la desconocida—. No me uní a los combinados hasta después de tu partida.
Había preguntas, miles de preguntas que precisaban respuesta. Pero no podía hacerlas todas a la vez, sobre todo no con ese torpe y anticuado sistema de comunicación. Por lo tanto, tenía que empezar por algún sitio.
—¿Cuánto tiempo he estado fuera?
—Ciento noventa años, casi exactos. Partiste en…
—2415 —dijo Galiana con presteza.
—Sí. Y la fecha actual es 2605.
Había tanto que Galiana no recordaba con exactitud… Y tantas otras cosas de las que prefería no acordarse. Pero lo esencial estaba bastante claro. Había encabezado un trío de naves que partió del Nido Madre en dirección al espacio profundo. Su intención era investigar más allá de la frontera bien cartografiada del sector humano, explorar mundos que nunca hubieran sido visitados, en busca de vida alienígena compleja. Cuando los rumores de guerra alcanzaron a las tres naves, una de ellas regresó a casa. Pero las otras dos habían proseguido, serpenteando a través de muchos otros sistemas solares.
Por más que lo intentaba, no acababa de recordar lo que había sucedido con la otra nave que había proseguido la búsqueda. Solo experimentaba una sorprendente sensación de pérdida, un aullante vació dentro de su cabeza, que debería estar llena de voces.
—¿Y mi tripulación?
—Ya llegaremos a eso —volvió a decir Skade.
—¿Y Clavain y Felka? ¿Lograron regresar, después de todo? Nos despedimos de ellos en el espacio profundo, y se supone que debían retornar al Nido Madre.
Hubo una terrible, terrorífica pausa antes de que Skade contestara.
—Lograron regresar.
Galiana habría suspirado de serle posible. La sensación de alivio la sobresaltó; no se había dado cuenta de lo tensa que estaba hasta que supo que sus seres queridos estaban a salvo.
En los instantes de serena felicidad que vinieron a continuación, Galiana estudió a Skade más de cerca. En ciertos aspectos parecía exactamente igual que una combinada de la época de la propia Galiana. Llevaba puesto un sencillo conjunto de pantalones negros, parecidos a un pijama, y una chaqueta negra holgada, hecha con algo parecido a la seda y desprovista de toda ornamentación o signo de filiación. Era sobriamente delgada y pálida, hasta tal punto que parecía al borde de la anorexia. Su tono facial era céreo y suave; no carecía de atractivo, pero le faltaban las líneas y arrugas de las expresiones habituales. Y no tenía pelo ni en el cuero cabelludo ni el rostro, lo cual le daba el aspecto de una muñeca sin terminar. Hasta ese punto, al menos, resultaba indistinguible de otros miles de combinados. Sin un enlace mente a mente, y desprovistos de la habitual nube de proyecciones fantasmales que les proporcionaban su individualidad, podía ser difícil diferenciarlos.
Pero Galiana nunca había visto a una combinada que se pareciera a Skade. Tenía una cresta, una estrecha estructura rígida que brotaba de su ceja, unos centímetros por encima de la nariz, y que después se curvaba a lo largo de la línea central de su cuero cabelludo. La estrecha superficie superior de la cresta era dura y huesuda, pero los laterales estaban recorridos de estrías verticales hermosamente delicadas. Brillaban con diagramas de difracción de colores azul eléctrico y naranja chispeante, una cascada de sombras de arco iris que variaban al menor movimiento de la cabeza. Pero no era solo un efecto óptico: Galiana vio oleadas diluidas de diferentes colores que fluían por la cresta incluso cuando no había cambios de ángulo.
Preguntó:
—¿Siempre has sido así, Skade?
Skade se tocó la cresta con suavidad.
—No. Esto es una mejora de los combinados, Galiana. Las cosas han cambiado desde que nos dejaste. Los mejores de nosotros pensamos más rápido de lo que puedas creer posible.
—¿Los mejores?
—No pretendía plantearlo de ese modo. Sucede solo que algunos hemos alcanzado las limitaciones del diseño corporal humano básico. Los implantes de nuestra cabeza nos permiten pensar diez o quince veces más rápido de lo normal, todo el tiempo, pero al coste de unos requisitos de disipación térmica superiores. Mi sangre es impulsada por la cresta y después pasa a la red de venillas, donde expulsa el calor. Los conductos están optimizados para tener la mayor superficie y ondean para hacer circular las corrientes de aire. El efecto es visualmente agradable, o eso dicen, pero se trata de algo puramente accidental. De hecho, aprendimos el truco de los dinosaurios. No eran tan estúpidos como se podría pensar. —Skade volvió a acariciarse la cresta—. No es algo que deba alarmarte, Galiana. No todo ha cambiado.
—Oímos que se había desatado una guerra —dijo Galiana—. Estábamos a quince años luz cuando captamos los informes. Primero fue lo de la plaga, desde luego…, y después la guerra. Pero los informes no tenían ningún sentido. Decían que íbamos a combatir contra los demarquistas, nuestros antiguos aliados.
—Los informes eran ciertos —dijo Skade, con cierto tono de arrepentimiento.
—En el nombre de Dios, ¿por qué?
—Fue por la plaga. Derribó la sociedad demarquista, dejando abierto un enorme vacío de poder alrededor de Yellowstone. A petición suya nos dispusimos a establecer un Gobierno interino que tuviera bajo su control Ciudad Abismo y sus comunidades satélites. La idea era: mejor nosotros que otra facción. ¿Te imaginas el caos que hubiesen provocado los ultras o los skyjacks? Bueno, funcionó durante unos pocos años, pero entonces los demarquistas comenzaron a recuperar parte de su antiguo poder. No les gustaba el modo en que habíamos usurpado el dominio del sistema, y no estaban dispuestos a negociar un retorno pacífico del régimen de la demarquía. Así que fuimos a la guerra. Ellos la empezaron, todo el mundo está de acuerdo en eso.
Galiana notó que parte de su júbilo se desvanecía. Había confiado en que los rumores resultasen exagerados.
—Pero evidentemente ganamos —dijo.
—No…, no del todo. Verás, la guerra todavía sigue en curso.
—Pero han pasado…
—Cincuenta y cuatro años. —Skade asintió—. Sí, lo sé. Por supuesto, ha habido paréntesis y treguas, ceses de las hostilidades y breves interludios de distensión. Pero no han cuajado. Los viejos cismas ideológicos se han reabierto como heridas sin cerrar. En el fondo ellos nunca han confiado en nosotros y, por nuestra parte, siempre los hemos considerado luditas reaccionarios, incapaces de afrontar la siguiente fase de la trascendencia humana.
Galiana sintió, por vez primera desde su despertar, una extraña presión similar a una migraña localizada detrás de los ojos. La sensación vino acompañada de una borrasca de emociones primitivas que surgían desde la parte más antigua de su cerebro de mamífero. Era el terrible miedo a ser perseguido, la impresión de que se acercaba una hueste de siniestros depredadores.
Máquinas, dijo un recuerdo. Máquinas como lobos, que surgieron del espacio interestelar y persiguieron tu llama de escape.
Los llamaste lobos, Galiana.
A ellos.
A nosotros.
Ese extraño momento pasó.
—Pero si trabajamos juntos tan bien, durante mucho tiempo… —repuso Galiana—. Sin duda podemos volver a encontrar puntos de acuerdo. Hay cosas más importantes de las que preocuparse que mezquinas luchas de poder sobre quién controla un único sistema.
Skade sacudió la cabeza.
—Me temo que ya es demasiado tarde. Ha habido demasiadas muertes, demasiadas promesas rotas, demasiadas atrocidades. El conflicto se ha extendido a los demás sistemas en los que hay combinados y demarquistas. —Sonrió, aunque su gesto parecía forzado, como si su rostro luchase por recuperar al instante el estado neutro en cuanto relajara los músculos—. Pero las cosas no son tan desesperadas como imaginas. La guerra está decantándose a nuestro favor, despacio pero sin pausa. Clavain volvió hace veintidós años y de inmediato comenzó a influir en el resultado. Hasta su regreso habíamos permanecido a la defensiva y habíamos caído en la trampa de actuar como una auténtica mente de colmena. Eso provocaba que al enemigo le fuese muy fácil prever nuestros movimientos. Clavain nos sacó de esa encerrona.
Galiana trató de apartar de su cabeza el recuerdo de los lobos y de retornar en sus pensamientos a la época en que había conocido a Clavain. Fue en Marte, donde había estado luchando contra ella como soldado de la Coalición por la Pureza Neuronal. La coalición se oponía a sus experimentos para mejorar la mente y consideraba la aniquilación total de los combinados como la única salida aceptable.
Pero Clavain fue capaz de ver el cuadro completo. Primero, como prisionero de Galiana, le hizo comprender lo aterradores que parecían sus experimentos al resto del sistema. Galiana no acabó de comprenderlo hasta que Clavain se lo explicó pacientemente a lo largo de muchos meses de encarcelamiento. Después, cuando fue liberado y se negociaron los términos de un alto el fuego, fue Clavain quien trajo a los demarquistas para que actuaran como tercera parte neutral. Los demarquistas habían diseñado el documento de la tregua, y Clavain presionó a Galiana hasta que lo firmó. Fue un golpe maestro que cimentó una alianza entre los demarquistas y los combinados que habría de durar siglos, hasta que la Coalición para la Pureza Neuronal no fue más que una nota a pie de página en los libros de historia. Los combinados siguieron adelante con sus experimentos neurológicos, que eran tolerados y hasta alentados siempre que no trataran de absorber otras culturas. Los demarquistas hacían uso de sus tecnologías y ejercían de intermediarios ante otras facciones humanas.
Todo el mundo estaba contento.
Pero, en el fondo, Skade se hallaba en lo cierto: aquella alianza siempre había sido incómoda. La guerra, en uno u otro momento, era casi inevitable…, en especial al aparecer algo como la plaga de fusión.
Pero, ¿durante cincuenta y cuatro condenados años? Clavain no hubiera tolerado nunca algo así, pensó. Él hubiese comprendido la terrible pérdida de esfuerzo humano que suponía una guerra tal y habría encontrado el modo de ponerle fin definitivamente, o al menos buscaría un cese permanente de las hostilidades.
La presión similar a una migraña seguía acompañándola, con algo más de intensidad que antes. Galiana tenía la inquietante sensación de que algo miraba a través de sus ojos, desde dentro del cráneo, como si no fuera la única inquilina.
Redujimos la distancia hasta tus dos naves con el trote pausado de antiguos asesinos que no poseen ninguna memoria racial del fracaso. Sentiste nuestras mentes, funestos intelectos al borde de la peligrosa frontera de la inteligencia, tan viejos y fríos como el polvo entre las estrellas.
Sentiste nuestra hambre.
—Pero Clavain… —dijo ella.
—¿Qué pasa con Clavain?
—Habría encontrado la manera de acabar con esto, Skade, de un modo u otro. ¿Por qué no lo ha hecho?
Skade apartó la mirada durante un instante, de modo que su cresta recordaba a unas estrechas cumbres vistas de perfil. Cuando volvió a girarse, su faz trataba de adoptar una expresión muy extraña.
Nos viste tomar tu primera nave, ahogada en una masa de inquisitivas máquinas negras. Las máquinas royeron la nave de lado a lado. La viste detonar, la explosión grabó en tu retina su figura de cisne rosado y sentiste una red mental que se desgajaba, como la pérdida de un millar de niños.
Intentaste seguir adelante, pero ya era demasiado tarde.
Cuando alcanzamos tu nave, fuimos más cuidadosos.
—Esto no resulta fácil, Galiana.
—¿El qué?
—Es sobre Clavain.
—Me has dicho que regresó.
—Lo hizo, y también Felka. Pero lamento informarte de que ambos han fallecido. —Las palabras llegaron una detrás de otra, lentas como la respiración—. Fue hace once años. Se produjo un ataque de los demarquistas, un golpe afortunado contra el nido, y ambos murieron.
Solo cabía una respuesta racional, la incredulidad.
—¡No!
—Lo siento. Ojalá hubiera algún otro modo… —La cresta de Skade destelló de color azul marino—. Ojalá nunca hubiera sucedido. Eran para nosotros valiosos recursos…
—¿«Recursos»?
Skade debió de percibir la furia de Galiana.
—Me refiero a que eran amados. Lloramos su pérdida, Galiana, todos nosotros —explicó.
—Entonces muéstramelo. Abre tu mente, deja caer las barricadas. Quiero verlo desde dentro.
Skade se quedó junto al lateral de la arqueta.
—¿Por qué, Galiana?
—Porque hasta que no lo vea desde allí, no sabré si me estás diciendo la verdad.
—No te miento —dijo Skade con suavidad—. Pero no puedo permitir que nuestras mentes se hablen. Verás, hay algo dentro de tu cabeza. Algo que no comprendemos, salvo que sin duda es alienígena y probablemente hostil.
—No me creo…
Pero la presión detrás de los ojos se agudizó de repente. Galiana experimentó la repulsiva sensación de ser echada a un lado, usurpada, arrinconada en una pequeña esquina inerme de su propio cráneo. Algo indescriptiblemente siniestro y antiguo se había hecho con el control inmediato y se agazapaba detrás de sus ojos.
Se oyó a sí misma hablar de nuevo:
—¿Te refieres a mí?
Skade solo pareció ligeramente sorprendida. Galiana admiró el temple de aquella combinada.
—Tal vez. ¿Quién eres tú, con exactitud?
—No tengo otro nombre que el que ella me dio.
—¿Ella? —preguntó Skade con ligereza. Pero su cresta titilaba de un nervioso color verdusco pálido, que demostraba terror pese a que su voz conservaba la calma.
—Galiana —replicó aquel ser—. Antes de que la conquistáramos nos llamaba, llamaba a mi mente, «los lobos». Alcanzamos su nave y nos infiltramos en ella, después de destruir la otra. Al principio apenas comprendíamos lo que eran. Pero luego abrimos sus cráneos y absorbimos sus sistemas nerviosos centrales. Entonces aprendimos mucho más. Cómo pensaban, cómo se comunicaban, qué habían hecho con sus cerebros.
Galiana trató de moverse, a pesar de que Skade ya la había situado en un estado de parálisis. Intentó gritar, pero el lobo (pues así era exactamente como ella los había llamado) tenía un control absoluto sobre su voz.
Ahora empezaba a recordarlo todo.
—¿Por qué no la mataste?
—No es eso —reprendió la voz—. La pregunta que deberías hacer es distinta: ¿por qué no se suicidó ella antes de llegar a esto? Podría haberlo hecho, lo sabes. Estaba en su mano destruir toda la nave y a todos los que albergaba, solo con desearlo.
—Y entonces, ¿por qué no lo hizo?
—Llegamos a un acuerdo después de matar a su tripulación y dejarla sola. Ella no se suicidaría, siempre que nosotros le permitiéramos regresar a casa. Galiana sabía lo que eso significaba: invadiríamos su cráneo y hurgaríamos en sus recuerdos.
—¿Pero por qué ella?
—Fue vuestra reina, Skade. En cuanto alcanzamos las mentes de su tripulación, supimos que era la única que realmente nos era necesaria.
Skade guardó silencio. Colores aguamarinas y jades se perseguían en pequeñas oleadas de la ceja a la nuca.
—Nunca se hubiera arriesgado a conduciros hasta aquí.
—Sí que lo haría, si pensara que el riesgo quedaba compensado por el beneficio de una alerta temprana. Era un compromiso, como comprenderás. Nos dio tiempo para aprender y la esperanza de descubrir mucho más. Algo que hemos hecho, Skade.
Skade se llevó un dedo al labio superior y después lo sostuvo por delante, como si comprobara la dirección del viento.
—Si de verdad sois una inteligencia alienígena superior y sabéis dónde estamos, ya hubierais venido a por nosotros.
—Muy bien, Skade. Y en cierto sentido tienes razón. No sabemos exactamente adonde nos ha traído Galiana. Es decir, yo sí lo sé, pero no puedo comunicar esa información a mis compañeros. Pero eso carecerá de importancia. Sois una cultura que explora las estrellas. Dividida en diversas facciones, cierto, pero desde nuestra perspectiva esas distinciones son irrelevantes. Gracias a los recuerdos que hemos extraído y a las memorias en las que aún nadamos, conocemos de forma aproximada la región del espacio que habitáis. Os estáis expandiendo y la superficie de la envoltura de vuestra propagación crece geométricamente, de modo que en todo momento aumenta la probabilidad de que os encontréis con nosotros. Ya ha sucedido una vez, y puede haber ocurrido en cualquier otro lugar, en otros puntos de la frontera de la esfera.
—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó Skade.
—Para asustarte, ¿qué otro motivo podría haber?
Pero Skade era demasiado lista para picar.
—No, tiene que haber otra razón. Quieres que piense que podrías ser útil, ¿no es verdad?
—¿Y cómo? —susurró divertida la voz del lobo.
—Podría matarte en este mismo momento. Al fin y al cabo, la advertencia ya ha sido entregada.
Si Galiana fuese capaz de moverse o de parpadear siquiera, hubiese respondido con una afirmación enfática. Quería morir. ¿Para qué vivir ya? Clavain se había ido, Felka también. Estaba convencida de ello, tan segura como de que, por muy ingenuos que fueran los combinados, nunca la liberarían de lo que había dentro de su cabeza.
Skade estaba en lo cierto. Galiana había cumplido su propósito, desempeñando su último deber para con el Nido Madre. Ya sabían que los lobos estaban ahí fuera y que, con toda seguridad, se aproximaban poco a poco, olfateando la sangre humana.
No había motivo para que la mantuvieran viva ni un minuto más. El lobo no dejaría de buscar una oportunidad de escapar de su cabeza, sin importar lo vigilante que fuera Skade. El Nido Madre podría aprender algo de él, alguna pista accesoria, su motivación o quizá un punto débil, pero, ante eso, había que contraponer las terribles consecuencias que tendría su huida.
Galiana lo sabía. De igual modo que el lobo había accedido a sus recuerdos, también ella percibía parte de su historia, mediante algún tenue proceso, quizá deliberado, de retrocontaminación. No había nada concreto, muy poca cosa que realmente se pudiera plasmar en palabras. Pero lo que sintió era una letanía de genocidio quirúrgico con evos de antigüedad, un abominable proceso de limpieza declarado contra las especies inteligentes emergentes. Los registros se habían preservado con macabra meticulosidad burocrática a lo largo de cientos de millones de años de tiempo galáctico, en los que cada nueva extinción no era más que una anotación en el libro de contabilidad. Detectó la ocasional desinfección desesperada, matanzas selectivas iniciadas después de lo que sería deseable. Incluso notó las raras ocasiones en las que había tenido lugar una intervención brutal, cuando los exterminios previos no se habían realizado de forma satisfactoria.
Pero lo que no hallo en ningún momento fue un fracaso definitivo.
De repente, por sorpresa, el lobo se echó a un lado. Le estaba dejando hablar.
—Skade —dijo Galiana.
—Dime.
—Mátame, por favor. Mátame ya.