7

A la mañana siguiente, antes de saltar de la cama, decidí no reabrir el tema de Ellen y de su marido, sino esperar a que algún otro lo sacara a colación. Después de todo, no me hallaba en posición de tener opiniones hasta que lo supiera todo al respecto. No iba a dejarlo de lado, por supuesto… Ellen es mi hija también. Pero no valía la pena apresurarse. Esperemos a que Anita se tranquilice un poco.

Pero el tema no se suscitó. Siguieron unos días tranquilos y dorados que no voy a describir puesto que no creo que estén ustedes interesados en fiestas de cumpleaños o excursiones familiares… preciosas para mí, aburridas para alguien de fuera.

Vickie y yo fuimos a Auckland para un viaje de compras y nos quedamos a dormir allí.

Tras hacer las reservas en el Tasman Palace, Vickie me dijo:

— Marj, ¿me guardarás un secreto?

— Por supuesto — acepté —. Algo jugoso, espero. ¿Algún amigo? ¿Dos amigos?

— Si tuviera aunque sólo fuera un amigo simplemente lo compartiría contigo. Es algo más delicado. Deseo hablar con Ellen, y no quiero tener una discusión con Anita a causa de ello. Esta es la primera ocasión que tengo. ¿Puedes olvidar que lo he hecho?

— En absoluto, porque yo también deseo hablar con ella. Pero no voy a decirle a Anita que hablaste con Ellen si tú no quieres que lo haga. ¿Qué es lo que ocurre, Vick? Ya sé que Anita está enfurruñada acerca del matrimonio de Ellen, pero… ¿acaso espera que el resto de nosotros tampoco le hablemos a Ellen? ¿A nuestra propia hija?

— Me temo que ahora es tan sólo «su propia hija». No se está mostrando muy racional al respecto.

— Así parece al menos. Bien, no voy a dejar que Anita me corte el acceso a Ellen. La hubiera llamado antes, pero no sabía cómo localizarla.

— Te diré cómo. Yo la llamaré ahora, y tú puedes escribirle luego. Es…

— ¡Espera! — le interrumpí —. No toques esa terminal. No quieres que Anita lo sepa.

— Eso es lo que dije. Por eso precisamente la llamo desde aquí.

— Y la llamada será incluida en nuestra factura del hotel, y tú pagarás la factura con tu tarjeta de crédito del Davidson, y… ¿Acaso Anita no comprueba todas las facturas que llegan a la casa?

— Sí lo hace. Oh, Marj, soy estúpida.

— No, eres honesta. Anita no pondrá ninguna objeción al coste pero seguramente se dará cuenta por el precio o algún código que se trata de una llamada a ultramar. Vamos a ir a la Oficina Central de Comunicaciones y haremos la llamada desde allí. Pagaremos en efectivo. O, mejor aún, utilizaremos mi tarjeta de crédito, y así la factura no llegará a Anita.

— ¡Por supuesto! Marj, harías una buena espía.

— No yo; es demasiado peligroso. Adquirí mi práctica engañando a mi madre. Pero dejémonos de chácharas y vayamos a la oficina de comunicaciones. Vickie, ¿qué es lo que pasa con el marido de Ellen? ¿Tiene dos cabezas o qué?

— Oh, es un tongano. ¿No lo sabías?

— Por supuesto que lo sabía. Pero ser «tongano» no es ninguna enfermedad. Y eso es asunto de Ellen. Su problema, si lo es. Yo personalmente no puedo ver que lo sea.

— Oh, Anita se lo ha tomado muy mal. Una vez ocurrido todo, lo único que se puede hacer es poner la mejor cara posible. Pero un matrimonio mixto es siempre desafortunado, creo… especialmente si la muchacha es la que se casa por debajo de sus posibilidades, como es el caso de Ellen.

— ¡«Por debajo de sus posibilidades»! Todo lo que he sabido hasta ahora es que él es un tongano. Los tonganos son altos, apuestos, hospitalarios, y casi tan morenos como yo.

En apariencia no pueden ser distinguidos de los maoríes. ¿Qué hubiera ocurrido si ese joven hubiera sido maorí… de buena familia, procedente de una antigua estirpe… y con montones de tierras?

— Realmente, no creo que a Anita le hubiera gustado, Marj… pero hubiera aceptado el noviazgo y hubiera dado la recepción. Los matrimonio mixtos con maoríes tienen un largo precedente; una debe aceptarlos. Pero a nadie ha de gustarle. Mezclar las razas es siempre una mala idea.

(Vickie, Vickie, ¿no se te ocurre una mejor idea para sacar este mundo del lío en que está metido?) — ¿Realmente? Vickie, ese moreno intenso mío… ¿sabes dónde lo conseguí?

— Por supuesto, tú nos lo dijiste. Amerindio. Esto, cherokee, dijiste. ¡Marj! ¿He herido tus sentimientos? ¡Oh, querida! ¡No es lo mismo, en absoluto! Todo el mundo sabe lo que son los amerindios… Bueno, exactamente iguales que la gente blanca. Exactamente igual de buenos.

(¡Oh, seguro, seguro! Y «algunos de mis mejores amigos son judíos». Pero no soy cherokee, por lo que sé. Querida pequeña Vickie, ¿qué pensarías si te dijera que soy una PA? Me siento tentada a… pero no debo sobresaltarte).

— No, porque yo he estudiado la fuente. No sabes nada al respecto. Nunca has estado en otros lugares que aquí, y probablemente has bebido tu racismo de la leche de tu madre.

Vickie enrojeció.

— ¡Eso no es justo! Marj, cuando tú viniste para convertirte en un miembro de la familia yo estuve de tu lado. Yo voté por ti.

— Tenía la impresión de que todo el mundo lo había hecho. O de otro modo no me hubiera unido a vosotros. ¿Debo entender que mi sangre cherokee fue uno de los temas de esa discusión?

— Bueno… fue mencionado.

— ¿Por quién y con qué efectos?

— Oh… Marjie, esas son sesiones ejecutivas, tienen que serlo. No puedo hablar de ellas.

— Hummm, entiendo tu punto de vista. ¿Hubo alguna sesión ejecutiva acerca de Ellen?

Si es así, puedes hablarme libremente de ella, puesto que se supone que yo tenía derecho a estar presente y a votar.

— No hubo ninguna. Anita dijo que no era necesario. Dijo que ella no creía en animar a los cazadores de fortuna. Puesto que ya le había dicho a Ellen que no podía traer a Tom a casa para conocer a la familia, parecía que no había nada más que hacer.

— ¿Ninguno de vosotros apoyó a Ellen? ¿Ni siquiera tú, Vickie?

Vickie volvió a enrojecer.

— Eso simplemente hubiera puesto a Anita furiosa.

— Estoy empezando a ponerme furiosa yo. Según nuestro código familiar Ellen es tu hija y mi hija tanto como pueda ser hija de Anita, y Anita se equivocó negándole a Ellen el permiso para traer a su nuevo esposo a casa sin consultar al resto de nosotras.

— Marj, las cosas no ocurrieron en absoluto así. Ellen deseaba traer a Tom a casa para una visita. Esto… una visita de inspección. Ya entiendes.

— Oh. Sí, habiendo pasado yo misma bajo el microscopio, entiendo.

— Anita estaba intentando evitar que Ellen hiciera un mal matrimonio. Lo primero que supimos el resto de nosotros del asunto fue que Ellen se había casado. Aparentemente Ellen se casó al minuto siguiente de recibir la carta de Anita diciéndole que no.

— ¡Maldita sea! Empieza a hacerse la luz. Ellen le ganó al as de Anita casándose inmediatamente… y eso significa que Anita tuvo que pagar en efectivo el equivalente a una participación en la corporación familiar sin protestar. Puede que fuera difícil. Es un buen montón de dinero. Me está costando años y años pagar mi participación.

— No, no es eso. Anita simplemente está furiosa porque su hija… su favorita; todas lo sabemos… se ha casado con un hombre que ella desaprueba. Anita no tenía que buscar tanto dinero en efectivo porque no era necesario. No hay ninguna obligación contractual de pagar una participación… y Anita señaló que no había ninguna obligación moral de sangrar el capital de la familia en beneficio de un aventurero.

Sentí que cada vez me iba poniendo más fríamente furiosa.

— Vickie, cada vez tengo más problemas en creer lo que oyen mis oídos. ¿Qué clase de sumisos gusanos sois el resto de vosotros dejando que Ellen sea tratada de este modo? — Inspiré profundamente y traté de controlar mi furia —. No os comprendo. A ninguno de vosotros. Pero voy a intentar daros un buen ejemplo. Cuando volvamos a casa voy a hacer dos cosas. Primero voy a ir a la terminal del salón familiar cuando todo el mundo esté allí y llamaré a Ellen y la invitaré a ella y a su marido a una visita a casa… le diré que vengan a pasar el próximo fin de semana porque yo tengo que volver al trabajo y no deseo irme sin conocer a mi nuevo yerno.

— A Anita le va a estallar un vaso sanguíneo.

— Veremos. Luego voy a exigir una reunión familiar y promover el que la parte de Ellen le sea pagada lo más rápidamente posible, con sus intereses correspondientes. — Añadí —:

Supongo que Anita va a ponerse furiosa de nuevo.

— Probablemente. Sin objeto, porque vas a perder la votación. Marj, ¿por qué tienes que hacer esto? Las cosas ya están lo bastante mal ahora.

— Quizá. Pero es posible que algunos de vosotros hayáis estado esperando simplemente que algún otro tomase la iniciativa en romper la tiranía de Annie. Al menos descubriré cuántos votos consigo. Vick, según el contrato que firmé, he pagado más de setenta mil dólares neozelandeses a la familia, y se me dijo que la razón por la que tenía que comprar mi matrimonio era que cada uno de nuestros muchos hijos recibirían una participación completa cuando abandonaran la casa. No protesté; firmé. Pero eso es un contrato implícito, no importa lo que Anita diga. Si no se puede pagar a Ellen hoy, entonces insistiré en que mis pagos mensuales vayan a parar a Ellen hasta el momento en que Anita pueda disponer del resto de la participación para acabar de pagar a Ellen.

¿No crees que eso es equitativo?

Tardó en responder.

— Marj, no lo sé. No he tenido tiempo para pensar.

— Entonces mejor tómate ese tiempo. Porque, antes del miércoles, vas a tener que pescar o cortar el sedal. No estoy dispuesta a permitir que Ellen siga siendo marginada. — Sonreí y añadí —: ¡Sonríe! Cuando entremos en la oficina de comunicaciones debes mostrarle a Ellen tu lado risueño.

Pero no llegamos a la oficina de comunicaciones; no llamamos a Ellen en aquel viaje.

En vez de ello nos bebimos nuestra cena y discutimos. No estoy segura exactamente de cuándo el tema de las personas artificiales entró en la discusión. Creo que fue mientras Vickie estaba «probando» una vez más lo liberada que estaba de los prejuicios raciales mientras exhibía aquella irracional actitud cada vez que abría la boca. Por supuesto que los maoríes eran correctos y naturalmente los indios americanos también y los indios hindúes igualmente y los chinos habían producido evidentemente su cuota de genios; todo el mundo sabía eso, pero había que trazar una línea en algún lugar…

Nos habíamos ido a la cama y estaba intentando desintonizar sus tonterías cuando una idea me golpeó. Me alcé.

— ¿Cómo lo sabes tú?

— ¿Cómo sé el qué?

— Dijiste: «¡Por supuesto que nadie se casaría con un artefacto!». ¿Cómo sabrías tú que una persona es artificial? No todas ellas llevan números de serie.

— ¿Eh? Vamos, Marjie, no seas tonta. Una criatura manufacturada no puede ser confundida con un ser humano. Si alguna vez has visto alguna de ellas…

— He visto una. ¡He visto muchas!

— Entonces lo sabes.

— ¿Entonces sé el qué?

— Que puedes identificar a uno de esos monstruos simplemente mirándolo.

— ¿Cómo? ¿Dónde están esos estigmas que señalan a una persona artificial diferenciándola de cualquier otra persona? ¡Nómbrame uno!

— Marjorie, cada vez está resultando más difícil no irritarse contigo. Eso no es propio de ti, querida. Estás convirtiendo nuestras vacaciones en algo desagradable.

— No yo, Vick. Tú lo estás haciendo. Diciendo tontas, estúpidas, desagradables cosas sin un ápice de evidencia en que apoyarlas. — (Y esa réplica mía demuestra que una persona mejorada no es un superhombre o una supermujer, ya que es exactamente el tipo de observación cierta y verídica que es con mucho demasiado cruel como para emplearla en una discusión familiar).

— ¡Oh! ¡Qué perversidad! ¡Qué insinceridad!

Lo que hice a continuación no puede atribuirse a la lealtad hacia otras personas artificiales porque las PA no sienten lealtad de grupo. No hay bases para ello. He oído decir que los franceses morirían por La Belle France… ¿pero pueden ustedes imaginar a alguien luchando y muriendo por la Homunculi Unlimited, Pty., sección de Jersey del Sur?

Supongo que lo hice más bien por mí misma aunque, como muchas de las decisiones críticas en mi vida, nunca he sido capaz de analizar el porqué. El Jefe dice que todo mi pensamiento importante se produce al nivel inconsciente. Puede que tenga razón.

Salté de la cama, me saqué mis ropas, me detuve frente a ella.

— Mírame — pedí —. ¿Soy una persona artificial? ¿O no? En cualquiera de los dos casos, ¿cómo lo sabrías?

— ¡Oh, Marjie, deja de hacer alardes! Todo el mundo sabe que tienes la mejor figura en la familia, no necesitas probarlo.

— ¡Respóndeme! Dime lo que soy y explícame por qué lo sabes. Utiliza cualquier tipo de prueba. Toma muestras para análisis de laboratorio. Pero dime lo que soy y qué signos lo prueban.

— Eres una chica traviesa, eso es lo que eres.

— Posiblemente. Probablemente. ¿Pero de qué clase? ¿Natural? ¿O artificial?

— ¡Oh, tonterías! Natural, por supuesto.

— Falso. Soy artificial.

— ¡Oh, deja de decir estupideces! Vuelve a ponerte tu ropa y regresa a la cama.

En vez de ello seguí atacándola, diciéndole qué laboratorio me había diseñado, la fecha en que fui extraída del seno artificial… mi «fecha de nacimiento», aunque nosotras las PA somos «cocinadas» un poco más de tiempo para acelerar la maduración… la obligué a escuchar una descripción de la vida en la inclusa de un laboratorio de producción. (Corrección: la vida en la inclusa donde me crié; en otros laboratorios de producción puede que las cosas sean distintas).

Le hice un resumen de mi vida después de abandonar la inclusa… la mayor parte de ello mentiras, puesto que no quería comprometer los secretos del Jefe; simplemente repetí lo que le había dicho hacía mucho tiempo a la familia, que era un viajante de comercio confidencial. No necesitaba mencionar al Jefe porque Anita había decidido hacía años que yo era agente de una multinacional, el tipo de diplomático que siempre viaja anónimamente… un comprensible error que me sentía feliz alentando con el simple hecho de no negarlo.

Vickie dijo:

— Marjie, desearía que no hicieras esto. Una sarta de mentiras como estas puede dañar tu alma inmortal.

— No tengo ningún alma. Todo es como acabo de decirte.

— ¡Oh, basta ya! Naciste en Seattle. Tu padre era un ingeniero electrónico; tu madre era pediatra. Los perdiste en el terremoto. Nos lo contaste todo acerca de ellos… nos mostraste sus fotos.

— «Mi madre fue un tubo de ensayo; mi padre fue un cuchillo». Vickie, puede que haya un millón o más de gente artificial cuyos «registros de nacimiento» fueron «destruidos» en la destrucción de Seattle. No hay ninguna forma de contabilizarlos, puesto que sus mentiras jamás han podido ser confirmadas o negadas. Después de lo que acaba de ocurrir este mismo mes va a empezar a aparecer una enorme cantidad de gente de mi clase que ha «nacido» en Acapulco. Tenemos que encontrar pretextos como este para evitar ser perseguidos por la gente ignorante y llena de prejuicios.

— ¿Estás diciendo que soy ignorante y estoy llena de prejuicios?

— Estoy diciendo que eres una muchacha encantadora a la que sus mayores alimentaron con una sarta de mentiras. Estoy intentando corregir eso. Pero si el zapato encaja, puedes meter el pie en él.

Me callé. Vickie no me dio el beso de buenas noches. Estuvimos mucho rato sin dormirnos.

Al día siguiente cada una de nosotras pretendió que la discusión nunca había tenido lugar. Vickie no mencionó a Ellen; yo no mencioné a las personas artificiales. Pero todo aquello estropeó lo que hubiera podido ser una salida estupenda. Hicimos las compras, y tomamos la lanzadera de la tarde hasta casa. No hice lo que había amenazado hacer…

no llamé a Ellen tan pronto como llegamos a casa. No olvidé sin embargo a Ellen; simplemente confié en que el aguardar un poco suavizara la situación. Cobardemente, supongo.

A primeros de la semana siguiente Brian me invitó a ir con él mientras inspeccionaba un terreno para un cliente. Fue una larga y agradable excursión con una comida en un hotel campestre con licencia… un fricasé facturado como cerdo aunque seguramente era cordero, regado con varias jarras de suave cerveza. Comimos fuera, bajo los árboles.

Tras los postres — una tarta de bayas, igualmente deliciosa —, Brian dijo:

— Marjorie, Victoria me vino con una historia muy extraña.

— ¿Sí? ¿De qué se trataba?

— Querida, por favor créeme que no la mencionaría si Vickie no se hubiera mostrado tan turbada por ello. — Hizo una pausa.

Aguardé.

— ¿Turbada por qué, Brian?

— Afirma que tú le dijiste que eres un artefacto viviente enmascarado como un ser humano. Lo siento, pero eso es lo que dijo.

— Sí. Eso es lo que le dije. No con esas palabras.

No añadí ninguna explicación. Entonces Brian dijo suavemente:

— ¿Puedo preguntarte por qué?

— Brian, Vickie estaba diciendo algunas cosas realmente estúpidas acerca de los tonganos, y yo estaba intentando hacerle ver que eran a la vez estúpidas y erróneas…

que estaba ofendiendo a Ellen con ello. Estoy muy preocupada por Ellen. El día que llegué a casa me hicisteis callar respecto a ella, y me he mantenido callada. Pero no voy a poder seguir callada mucho tiempo. Brian, ¿qué vamos a hacer respecto a Ellen? Es tu hija y la mía; no podemos ignorar cómo está siendo maltratada. ¿Qué debemos hacer?

— No estoy necesariamente de acuerdo en que deba hacerse algo, Marjorie. Por favor, no cambies de tema. Vickie se siente completamente infeliz. Estoy intentando enderezar el malentendido.

— No he cambiado de tema — respondí —. La injusticia hacia Ellen es el tema, y no voy a dejarlo. ¿Hay algún aspecto en el cual sea objetable el marido de Ellen? ¿Alguno además del prejuicio contra él por el hecho de ser tongano?

— Ninguno que yo sepa. De todos modos, según mi opinión, fue inconsiderado por parte de Ellen casarse con un hombre que ni siquiera había sido presentado a su familia. Eso no muestra ningún respeto decente hacia la gente que la ha amado y se ha preocupado por ella durante toda su vida.

— Espera un momento, Brian. Según lo que me dijo Vickie, Ellen pidió traerlo a casa para inspección, del mismo modo que yo fui traída a casa… y Anita le negó el permiso.

Tras lo cual Ellen se casó con él. ¿Correcto?

— Bueno, sí. Pero Ellen fue testaruda y se apresuró demasiado. Creo que no hubiera debido hacer eso sin hablar antes con sus otros padres. Yo me sentí muy dolido por ello.

— ¿Intentó ella hablar contigo? ¿Hiciste tú algún intento para hablar con ella?

— Marjorie, cuando me enteré de todo ello, se trataba ya de un fait accompli.

— Eso he oído. Brian, desde que llegué a casa he estado esperando a que alguien pudiera explicarme lo que había ocurrido. Según Vickie, nada de esto fue ni siquiera debatido en un consejo familiar. Anita se negó a dejar que Ellen trajera a su amor a casa.

El resto de los padres de Ellen ni siquiera se enteraron o no interfirieron con la, esto, crueldad de Anita. Sí, crueldad. Tras lo cual la muchacha se casó. Tras lo cual Anita aumentó su crueldad inicial con una grave injusticia: le negó a Ellen su derecho de nacimiento, su participación de la riqueza de la familia. ¿Es todo eso cierto?

— Marjorie, tú no estabas aquí. El resto de nosotros, seis de siete, actuamos tan juiciosamente como creímos en una situación difícil. No creo que tengas derecho a venir después y criticar lo que hemos hecho… no creo que lo tengas.

— Querido, no pretendía ofenderte. Pero mi punto de vista es que seis de vosotros no hicisteis nada. Anita, actuando sola, hizo cosas que me parecen crueles e injustas… y el resto de vosotros os quedasteis al margen y la dejasteis seguir adelante con ello. Ninguna decisión familiar, sólo la decisión de Anita. Si esto es cierto, Brian, y corrígeme si estoy equivocada, entonces me siento impulsada a solicitar una sesión ejecutiva plenaria de todos los esposos y esposas para corregir esta crueldad invitando a Ellen y a su esposo a visitar el hogar, y para corregir la injusticia pagándole a Ellen su parte legal de la riqueza de la familia, o al menos aceptando la deuda si no puede ser liquidada inmediatamente.

¿Me darás tu opinión al respecto?

Brian tabaleó la mesa.

— Marjorie, esa es una visión simplista de una situación compleja. ¿Admitirás que quiero a Ellen y que tengo en mente tan sólo su bienestar, tanto como puedas tenerlo tú?

— ¡Por supuesto, querido!

— Gracias. Estoy de acuerdo contigo en que Anita no hubiera debido negarse a permitir que Ellen trajera a su joven a casa. De hecho, si Ellen lo hubiera visto contra el entorno de su propia casa, con sus costumbres y sus tradiciones, quizá hubiera decidido por sí misma que no era para ella. Anita arrojó a Ellen a un estúpido matrimonio… y así se lo dije. Pero el asunto no puede ser inmediatamente corregido invitándoles a ellos, aquí.

Puedes ver eso. Admitirás que Anita debería recibirlos cálida y graciosamente… pero sabes por Dios que no lo hará… si somos los demás los que la obligamos a ello.

Me sonrió, y yo me vi obligada a devolverle la sonrisa. Anita puede ser encantadora… y puede ser increíblemente fría y ruda si se le antoja.

— En cambio — prosiguió Brian —, voy a tener ocasión de efectuar un viaje a Tonga dentro de un par de semanas, y eso me permitirá verme con ellos sin tener a Anita mirando por encima del hombro…

— ¡Estupendo! Llévame contigo… ¿por favor?

— Eso irritaría a Anita.

— Brian, Anita ha hecho mucho más que irritarme a mí. No voy a dejar de visitar a Ellen por eso.

— Hummm… ¿dejarías de hacer algo que puede dañar el bienestar de todos nosotros?

— Si me fuera señalado claramente, sí. Pero pediría una explicación.

— La tendrás. Pero déjame tratar de tu segundo punto. Por supuesto, Ellen recibirá hasta el último céntimo de lo que le corresponde. Pero me concederás que no hay ninguna urgencia en pagárselo. Los matrimonios apresurados a menudo no duran mucho.

Y, aunque no tengo pruebas de ello, es muy posible que Ellen haya sido atrapada por un cazafortunas. Esperemos un poco y veamos lo ansioso que se muestra el tipo en echar mano a su dinero. ¿No es eso prudente?

Tuve que admitirlo. Él prosiguió:

— Marjorie, amor mío, tú nos resultas especialmente querida a mí y a todos nosotros porque te vemos tan poco. Eso hace que cada uno de tus viajes a casa sean una nueva luna de miel para todos. Pero, debido a que te pasas fuera la mayor parte del tiempo, no comprendes por qué el resto de nosotros vamos siempre con tanto cuidado con Anita.

— Bueno… No, no lo comprendo. La cosa debería funcionar en ambos sentidos.

— Tratando con la ley o con la gente he descubierto una enorme diferencia entre el «debería» y el «es». He vivido con Anita mucho más tiempo que el resto de nosotros; he aprendido a vivir un poco a su manera. Lo que quizá tú no comprendas es que ella es el aglutinador que mantiene unida a la familia.

— ¿Cómo, Brian?

— Aquí está la base de su papel de custodio. Como responsable de las finanzas y los negocios de la familia, es poco menos que irreemplazable. Quizá algún otro de nosotros pudiera hacerlo, pero seguro que ninguno desea el trabajo, y yo sospecho mucho que ninguno de nosotros podría acercarse a su competencia. Pero también es una ejecutiva fuerte y capaz en otros asuntos además del dinero. Ya sea en parar las peleas entre los niños o en decidir cualquiera de las mil cuestiones que trae consigo el llevar una casa.

Anita puede encontrar siempre la mejor solución y hacer que las cosas sigan funcionando.

Un grupo familiar como el nuestro necesita un líder fuerte y capaz.

(Un tirano fuerte y capaz, dije para mí misma).

Bien, Marjie, querida, ¿puedes aguardar un poco y darle al viejo Brian algo de tiempo para arreglar las cosas? ¿Te crees que quiero a Ellen tanto como puedas quererla tú?

Palmeé su mano.

— Por supuesto, querido. — (¡Pero no te tomes demasiado tiempo!) — Ahora, cuando volvamos a casa, ¿irás a Vickie y le dirás que estabas bromeando, y que lamentas haberla preocupado? Por favor, querida.

(¡Uf! Había estado pensando tan intensamente en Ellen que había olvidado cómo había empezado aquella conversación).

— Espera un momento, Brian. Aguardaré y evitaré irritar a Anita puesto que tú me dices que es necesario. Pero no voy a complacer los prejuicios raciales de Vickie.

— No tendrás que hacer eso. Nuestra familia no es de una sola opinión en tales asuntos.

Yo estoy de acuerdo contigo, y descubrirás que Liz lo está también. Vickie está en cierto modo en la línea divisoria; desea encontrar alguna excusa para traer a Ellen de vuelta a la familia y, ahora que yo he hablado con ella, está dispuesta a admitir que los tonganos son exactamente iguales a los maoríes y que el auténtico test es la persona en sí. Pero es esa extraña broma que hiciste acerca de ti misma lo que la ha alterado.

— Oh. Brian, tú me dijiste en una ocasión que estabas a punto de licenciarte en biología cuando cambiaste a leyes.

— Sí. Aunque «estar a punto» quizá sea un poco demasiado fuerte.

— Entonces sabes que una persona artificial es biológicamente indistinguible de cualquier ser humano ordinario. La falta de un alma no se aprecia físicamente.

— ¿Eh? Sólo soy un miembro de la junta parroquial, querida; las almas son asunto de los teólogos. Pero realmente no es difícil descubrir a un artefacto viviente.

— No he dicho «artefacto viviente». Ese término cubre incluso a un perro parlante como Lord Nelson. Pero una persona artificial está estrictamente limitada a la forma y apariencia humanas. De modo que, ¿cómo puedes detectar a una? Esa era la tontería que estaba diciendo Vickie, que en cualquier momento podía detectar una. Tómame a mí, por ejemplo. Brian, conoces mi ser físico hasta su último rincón… y me alegra decirlo. ¿Soy un ser humano ordinario? ¿O una persona artificial?

Brian sonrió y se pasó la lengua por los labios.

— Encantadora Marjie, testificaré ante cualquier tribunal que eres humana en tus nueve décimas partes… el resto es angélico. ¿Debo especificar?

— Conociendo tus gustos, querido, no creo que sea necesario. Gracias. Pero por favor, seamos serios. Supón, sólo para los propósitos de la discusión, que soy una persona artificial. ¿Cómo podría un hombre en la cama conmigo, como estuviste tú la última noche y muchas otras noches, decir que yo era artificial?

— Marjie, por favor, deja correr esto. No es divertido.

(A veces la gente humana me exaspera hasta más allá del límite).

— Soy una persona artificial — dije rápidamente.

— ¡Marjorie!

— ¿No crees en mi palabra? ¿Tengo que probarlo?

— Deja de bromear. ¡Inmediatamente! O, Dios me ayude, cuando volvamos a casa voy a zurrarte, Marjorie. Nunca te he puesto la mano encima excepto para acariciarte… ni a ti ni a ninguna de mis esposas. Pero te estás mereciendo una buena tunda.

— ¿De veras? ¿Ves ese último trozo de tarta en tu plato? Voy a tomarlo. Adelanta las dos manos a la vez hacia tu plato e intenta detenerme.

— No seas tonta.

— Hazlo. No podrás moverte con la suficiente rapidez como para detenerme.

Nos miramos a los ojos. Repentinamente empezó a juntar sus manos. Yo me puse automáticamente en sobremarcha, tomé mi tenedor, pinché el trozo de tarta, retiré el tenedor entre sus manos que se cerraban, detuve la sobremarcha justo antes de meter el trozo entre mis labios.

(Esa cuchara de plástico en la inclusa no era un acto discriminatorio sino para protegerme. La primera vez que utilicé un tenedor me atravesé el labio porque aún no había aprendido a frenar mis movimientos al ritmo de las personas no perfeccionadas).

Puede que no exista ninguna palabra para describir la expresión en el rostro de Brian.

— ¿Basta con esto? — le pregunté —. No, probablemente no. Querido, démonos la mano. — Le tendí mi mano derecha.

El dudó, luego la tomó. Le dejé controlar el apretón, luego empecé a apretar yo, lentamente.

— No te hagas daño, querido — le advertí —. Avísame cuando quieras que pare.

Brian no es un blando y puede resistir bastante dolor. Estaba ya a punto de dejarlo correr, puesto que no deseaba romperle ningún hueso de la mano, cuando repentinamente gritó:

— ¡Ya basta!

Inmediatamente lo solté y empecé a masajear suavemente su mano con las dos mías.

— No me gustaba hacerte daño, querido, pero tenía que demostrarte que te estoy diciendo la verdad. Normalmente soy muy cuidadosa en no mostrar reflejos no usuales o una fuerza inhabitual. Pero los necesito en mi trabajo. En varias ocasiones la fuerza y la velocidad perfeccionadas me han salvado la vida. Tomo muchas precauciones para no usar ninguna de ellas a menos que me vea obligada. Ahora… ¿necesito algo más para probarte que soy lo que digo que soy? Estoy perfeccionada en otros aspectos, pero la velocidad y la fuerza son los más fáciles de demostrar.

— Es hora de que volvamos a casa — respondió.

En el camino de vuelta a casa no intercambiamos ni una docena de palabras. Me encanta el lujo de un paseo a caballo y en coche de caballos. Pero aquel día hubiera utilizado alegremente algo ruidoso y mecánico… ¡pero rápido!

Durante los siguientes días Brian me evitó; lo vi solamente en la mesa, en las comidas.

Una mañana, Anita me dijo:

— Marjorie, querida, voy a ir a la ciudad a arreglar algunos asuntos. ¿Podrías venir conmigo y ayudarme? — Naturalmente, dije que sí.

Hizo varias paradas en las inmediaciones de la calle Gloucester y Durham. No había nada para lo que necesitara mi ayuda. Llegué a la conclusión de que simplemente deseaba compañía, y me sentí complacida por ello. Es enormemente agradable estar con Anita siempre que una no se entrecruce con sus deseos.

Cuando terminó, bajamos hasta la Cambridge Terrace a lo largo de la orilla del Avon y entramos en el Hagley Park y los jardines botánicos. Ella eligió un lugar soleado desde el que podíamos ver los pájaros, y sacó su punto. Durante un rato no hablamos de nada en particular, o simplemente permanecimos sentadas.

Habría transcurrido quizá media hora cuando su teléfono zumbó. Lo sacó de su bolsa de punto, se metió el auricular en la oreja.

— ¿Sí? — Luego añadió —: Gracias. Adiós. — Y volvió a guardar el teléfono sin decirme quién la había llamado. Era su privilegio.

Aunque sí lo hizo indirectamente:

— Dime, Marjorie, ¿nunca has sentido remordimientos? ¿O una sensación de culpabilidad?

— Bueno, a veces sí. ¿Debo sentirlos? ¿Acerca de qué? — Rebusqué en mi cerebro, como si pensara que no había sido lo bastante cuidadosa en no preocupar a Anita.

— Sobre la forma en que nos has engañado y decepcionado.

— ¿Qué?

— No te hagas la inocente. Nunca he tenido que tratar con una criatura que no perteneciera a las Leyes de Dios antes. No estaba segura de que el concepto de pecado y culpabilidad fuera algo que tú pudieras comprender. No es que importe, supongo, ahora que has sido desenmascarada. La familia está solicitando en estos momentos la anulación. Brian está viendo al Juez Ridgley precisamente hoy.

Me senté muy envarada.

— ¿Por qué motivos? ¡No he hecho nada malo!

— Por supuesto que lo has hecho. Olvidaste que, según nuestras leyes, un no humano no puede entrar en un contrato matrimonial con seres humanos.

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